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1 de 33
01
La certeza más espantosa suplió a la sospecha atroz y terrible.
Supo, a ciencia cierta, dónde estaba en esos momentos.
Como si su sangre se convirtiera en cristales de hielo,
paralizada dentro de sus venas, permaneció rígido, helado,
solamente sacudido por una serie de temblores convulsos que
hicieron crujir aquel recinto angosto, alargado, de forma
oblonga, dentro del cual se encontraba tendido.
¡Un ataúd!
Estaba dentro de un ataúd. Y éste estaba cerrado
herméticamente. La tapa no cedía a su presión. No se movió
una sola pulgada, pese a que emitió leves crujidos cuando la
empujó con todas sus fuerzas, poniendo las palmas de sus
manos contra ella.
Ahora sabía también qué era aquello que golpeaba,
intermitente, la tapa del horrendo alojamiento en que se
hallaba confinado.
Tierra...
¡Paletadas de tierra sobre su ataúd! Le estaban enterrando...
02
Hay dos clases de animales: Animales irracionales
y bestias racionales.
Jugar con fuego dicen que es quemarse. Tentar la
suerte es exponerse a perder; por ello es peligroso,
terriblemente peligroso, acercarse a quien tenga
poderes porque puede utilizarlos con nosotros y
contra nosotros. La Magia es un campus en el que
danzan embaucadores, zorros, cuervos, buitres y
otros seres que son peligrosos. Participar por
simple diversión, por ahuyentar de nosotros el
aburrimiento visceral que nos aplasta, es exponerse
al horror más alucinante del que es difícil escapar.
Ser cauto y no ver lo que se pueda ver nos ayudará
a llegar en paz al final del camino. Jamás, jamás te
sometas totalmente al poder de nadie, aunque ese
alguien te parezca un santo, porque terminarás en
la hoguera.
03
Un larguísimo lamento brotó de la garganta de una,
mientras se aferraba con manos convulsas al mango del
venablo. Tras ella, la otra chica emitía unos horripilantes
gorgoteos.
El venablo había atravesado a la primera a la altura del
esternón, justo entre los senos. Era más baja que su amiga
y ésta notó el terrible dolor en el estómago.
Dos pares de piernas se debatieron convulsivamente. En
los últimos espasmos de la agonía, la más alta trató de
librarse de aquel hierro que la atormentaba y agarró a la
pequeña por el pelo, arrancándole grandes mechones de
cabello, sin que la morena sintiese el menor dolor en
aquella región. El único interés estribaba en arrancarse el
palo que la había ensartado como la mariposa de un
coleccionista. Pero las fuerzas le fallaron súbitamente y se
venció hacia adelante, aunque sin caer al suelo, con los
brazos colgando laciamente hacia abajo.
La otra duró un poco más. Mientras conservó la
consciencia, de una forma relativa, continuó arrancando
pelos de la cabeza...
04
—Tengo algo para usted... —dijo ell—. ¡Algo
que le va a gustar mucho!
La oyó, pero de momento no asimiló bien las
palabras, Estaba contemplando, incrédulamente,
las dos manchitas que parecían la llama de una
vela, igual que... igual que el fantasma de
Pamela Hereford. ¿Algo que le iba a gustar
mucho? ¿Qué podía ser? ¿De qué estaba
hablando aquella muchacha?
Hubo como apagones repetidos en sus ojos, y en
su mente. Oscuridad, luz, oscuridad, luz,
oscuridad... Supo que ella acababa de soltar su
barbilla. La cabeza le pesó mucho hacia delante,
y arrastró el cuerpo, que rodó por el suelo
quedando cerca de sus pies.
Algo que le iba a gustar mucho.
Algo que le iba a gustar mucho.
Algo que le iba a gust...
05
«Evasión de un famoso político afectado de un mal
mental de origen venéreo» «¿Qué relación puede
tener ese hecho con el último crimen del Soho?»
 
«Un padre enfermo mental, huye de un hospital. Un
hijo anormal por causa de una dolencia sifilítica
desaparece de su casa durante las horas del crimen.
¿Qué está sucediendo en el West End que la policía no
sabe o no quiere averiguar?»
 
«¿HASTA CUANDO?
Cinco mujeres asesinadas. Cinco noches de terror en
el Soho. Y la policía sigue dando palos de ciego y
arrestando inocentes.»
«¿QUIEN ES EL DECAPITADOR?»
06
—¡Esto es un atraco! ¡Arriba las manos! ¡Fuera, fuera! —
ordenó a los empleados—. ¡Al primero que se mueva lo
dejo seco de un balazo!
El cajero se puso rígido. Sus labios temblaron
violentamente, en tanto que sus ojos se dilataban de una
forma espantosa.
—No... no puede ser... Tú estás muerto... ¡Hijo! —gritó
inesperadamente—. Dick, hijo mío... Tú estás muerto... Té
enterramos hace más de cuatro semanas... Dick, ¿por qué
has vuelto...? Deja esa arma, tú estás muerto...
—¡Calla, viejo! —gritó el atracador.
—Hijo, siempre fuiste honrado...
La pistola-ametralladora escupió bruscamente una corta
ráfaga. El cajero gritó, a la vez que caía hacia atrás.
—Estabas muerto... Te enterramos hace cuatro semanas...
¿Por qué tenías que volver, Dick?
Siguió llamando a su hijo, hasta que murió.
07
El murmullo fue convirtiéndose en una suerte de gruñido.
Sus movimientos oscilantes sin despegar los pies del suelo,
parecían el preludio de un éxtasis sensual y obsceno.
Ante el altar negro, emitió un quejido. Toda ella se tensó en
sus salvajes invocaciones. En la estancia pareció soplar el
hálito de un viento infernal. Las velas se apagaron
inesperadamente y se derrumbó de espaldas como
empujada por una fuerza demencial.
A zarpazos, se arrancó la túnica quedando desnuda, tendida
en el suelo sin dejar de emitir la sorda melopea que brotaba
como un torrente de sus contraídas cuerdas vocales.
La violencia de su autoconvencimiento se apoderaba hasta
del aire que respiraban. Sus jadeos animales se hacían
roncos, anhelantes, esperando el Mal que debería poseerlos
como pago del poder que ansiaban.
De repente, dio un grito inarticulado. Pareció aferrarse al
aire, los ojos desorbitados, la boca abierta y jadeante, todo
su cuerpo convulso, agitándose en el frenesí del éxtasis.
Pareció enroscarse toda ella en un cuerpo invisible y con
un rugido gritó:
—¡Está aquí... aquí, conmigo...!
08
El hacha cayó con violencia.
Las dos cabezas saltaron bruscamente de los cuellos de
sus respectivos dueños, segadas de forma brutal por la
afilada hoja del instrumento. Un caudal espeluznante de
sangre brotó de las carótidas cercenadas.
La muchacha pelirroja profirió un agudo grito de terror,
con sus dilatados ojos fijos en la espantosa escena, y
retrocedió, angustiada, mientras el asesino se volvía
lentamente hacia ella, con mirada desorbitada y
expresión demoníaca en su feo, horrendo rostro
mutilado por el ácido.
Aquella faz de gárgola medieval, crispada y deforme,
reflejaba toda la maldad del mundo. La mano
engarfiada que sujetaba el hacha tinta de sangre parecía
la garra de una fiera demoníaca…
09
—Ven... quiero besarte. ¿Nunca te ha besado un muerto,
preciosa?
Intentó, en inútil reacción, echar la cabeza atrás. Pero la
esquelética mano parecía estar dotada de férrea violencia y la
obligó a bajar más todavía.
MÁS...
Y el otro brazo del ente también centelleó exhibiendo un afilado,
largo, monumental cuchillo cuyos destellos azulados, letales,
chispearon frente a sus ojos horrorizados.
Y el grito, ahora sí, lo quebró todo.
—¡SOCORROOOOO!
¡Zas! El cuchillo subió y bajó. ¡ZAS!
Volvió a subir y bajar... ¡ZAS! ¡ZAS! ¡ZAS! ¡ZAS!
La melodía de muerte que el acero entonó en su garganta, fue
dantesca.
El cuchillo proseguía su metódica y sádica labor. Hasta que la
piel desapareció bajo un baño escarlata.
Entonces, la mano esquelética se alejó de la nuca empujando
atrás, hacia el suelo donde se apelotonó insensible, desmadejado,
el cuerpo de la que fuera una bella hembra.
Y una carcajada satánica vibró entre las paredes del
dormitorio…
10
A través del cristal del espejo vio la figura de un
hombre alto, vestido de negro y con una larga capa del
mismo color.
—¡Tú...! ¡No... no puede ser! ¡Estás muerto!
—Puedo resucitar cuando quiera —contestó él—. Ya
sabes que dispongo de poderes que no tienen los demás
humanos.
—No, no... eso es imposible... No te creo.
Intentó huir, pero las manos del hombre fueron más
rápidas y se cerraron en torno a su cuello.
La mujer pataleó furiosamente, pero sus fuerzas no
podían compararse con las del hombre que la
estrangulaba despiadadamente.
Con sus últimos instantes de consciencia, percibió algo
que aumentó más el horror de la situación. Aquel
espantoso hedor que se desprendía del hombre...
¿Acaso era cierto que tenía la facultad de resucitar a su
voluntad?
11
—¿Lo ves, lo ves bien?
—Si no vale nada, es un espejito.
—Pues mírate, mírate en él.
Aquella enana pintarrajeada se miró en el espejito y se sonrió a
sí misma, como complacida de su horrible fealdad, que para
ella no era tanta.
Mas, el rostro que estaba viendo, que era el suyo propio, se fue
descomponiendo en un proceso acelerado. Se fue descarnando,
agusanando, las carnes cayeron en colgajos hasta aparecer la
calavera.
—¡Aaaaaagh!
Tras aquel grito desgarrado, corrió de un lado a otro de la
alcoba, aterrorizada hasta el punto de que no dudó en abrir los
antiguos ventanales.
Ante la sorpresa y el estupor de sus compañeras, se arrojó al
vacío.
Su pequeño cuerpo vestido con el grotesco miriñaque flotó en
el aire unos instantes y después se extrelló sobre las rocas.
Una enana que había saltado de su lecho, se asomó a la ventana
y ya no pudo ver a su compañera…
12
—Hazel... —la miré, fascinado, tomando también su
mano, dejándome guiar por todos aquellos seres queridos
y entrañables, con los que la desconocida muchacha que
pusiera fin a su vida casi veinte años atrás, se reunía sin
ser rechazada por ninguno de ellos. De modo que era
esto —pensé—. Vivir después de haber muerto. Una vida
diferente, eterna, ligera, feliz. Sentíame liberado de
pasiones, preocupaciones, angustias y terrores. Era
dichoso, mi mente aparecía limpia, mis ideas nítidas. Allí
no existía el dolor ni el sufrimiento. Todos parecían tan
felices...»
La luz era ya un resplandor que nos envolvía. Supe que
estaba a punto de atravesar la última frontera, de
penetrar en lo eterno...
Acaso de verme ante él.
Ante Dios...
Rodeado por todos mis felices parientes y amigos, con la
misteriosa y bellísima Hazel guiándome con todos los
demás, como si me conociera de toda la vida, pisé el
umbral de la Eternidad...
13
¡Qué placer! ¡Qué fascinante horror!
Sólo yo, lo sé, disfruto del placer, del inmenso privilegio
de ver y oír en ese mundo alucinante, desconocido y
misterioso.
La mano...
Es una mano varonil, bien cuidada no obstante, de largos
dedos nervudos, autoritarios, que flagelan las teclas
haciéndolas vibrar, obligándolas a que estallen con la
melodía.
Macabra...
En los dedos, de repente, surge una explosividad de
colores. De un solo y excitante color escarlata. Y ese
color, de súbito, se convierte en gotas.
¿Gotas? Claro... ¡ES SANGRE!
Sangre, sí. ¿Por qué? ¿De dónde surge esa sangre?
De súbito veo más. Veo como esos dedos sufren una
extraña, incomprensible metamorfosis y se convierten, se
transforman... ¡en las alas abiertas de un enorme
murciélago… con pico!
La melodía sigue sonando.
Y el murciélago revolotea cruel, macabro, chorreando
sangre por el pico y las alas…
14
Todo estaba salpicado de sangre a su alrededor.
Mirase donde mirase, todo era sangre.
Solo, y rodeado de sangre, con el enorme cuchillo.
Seguramente, cuando él contase que él y los otros
habían hecho todo aquello nadie podría creerlo. Ni
él mismo se lo creía, claro está. Pero allí estaba,
con aquel enorme cuchillo en la mano, rodeado de
sangre, de cinco cadáveres femeninos y uno
masculino. Y los demás se habían marchado,
dejándolo después de cometer la masacre. Tendrían
que creerle cuando lo explicase, porque no había
más remedio: era imposible que una sola persona
hubiera hecho todo aquello, así que tendrían que
creerle cuando explicase que lo había hecho él y los
demás...
15
—Están ahí... en alguna parte.
—¿Quiénes, Banon?
Este le miró y sus ojos estaban llenos de desesperanza.
—Los muertos —dijo castañeándole los dientes.
Woodward por poco no se cayó de espaldas.
—¿Y teme que le tomen por loco? Amigo, siga diciendo
eso y se encontrará dentro de una camisa de fuerza sin
darse ni cuenta.
—Ya le dije que no me creería...
—Nadie le creerá. Esa mano tirada allá arriba fue rota y
arrancada de cuajo por alguien muy fuerte... no por un
muerto.
—Si por lo menos usted lo creyera...
Woodward pareció reflexionar. Fumó un cigarrillo
paseándose por la acera, lívido aún, angustiado, pero
sereno.
Al fin pareció tomar una determinación.
—Muy bien, Banon, le escucharé. Le prometo que haré
cuanto pueda por comprenderle, por creer lo que usted me
cuente. Tal vez entre los dos aclaremos este asunto.
16
—Tampoco vi ratas en la leñera del asilo esta mañana,
cuando bajé con la señora Barnes... Resulta raro que no
haya ratas en un sótano tan lóbrego y destartalado... sobre
todo, sabiendo por la propia señora Barnes que siempre
las hubo allí....
—Mi querida señorita Marsh, no sabía eso —confesó con
voz suave—. Hablaré de ello con Hobson y la señora
Barnes. Pero como usted dice, es muy raro que no viese
ratas al bajar allí. Yo misma las he visto a docenas en
ocasiones, huyendo de la luz que llevaba conmigo...
—En resumidas cuentas, ¿qué tontería es esa que
pretenden ustedes decir con todo eso? —se irritó el
policía, mirando ceñudo a todos ellos.
—¿Pero es que no se ha dado cuenta, hombre de Dios? —
tronó de repente el vozarrón airado de Norman Kirk,
apareciendo el anciano en su silla de ruedas, allá en lo alto
de la escalera, asomado a la barandilla—. Están tratando
de explicarle que hay «algo» allá fuera que parece tener un
apetito insaciable... y que posiblemente esté devorando a
lobos, ratas... y seres humanos.
17
Y entonces les vio el rostro y chilló horrorizado porque
eran monstruos descarnados que no podían estar allí...
El hombre lanzó un tajo con la espada. Oyó el silbido del
acero y, de modo instintivo, apretó el gatillo.
El tremendo estampido de la pistola retumbó en el
silencio igual que un cataclismo, pero la aparición no
cayó.
Apenas tuvo tiempo de asimilar el terror, de captar la
horrible realidad, antes de que la espada cayera sobre él
como un rayo.
Todo estalló. Sus dedos sufrieron una contracción y la
pistola se disparó por segunda vez, rotunda. Después, la
muerte se abatió sobre él con la segunda embestida del
acero que le atravesó el cuerpo y el corazón como si
hubieran sido blanda mantequilla.
Alguien abrió una ventana y gritó algo.
Los dos aparecidos se apartaron del cadáver del joven y
desdichado y reanudaron su camino hacia la esquina,
envueltos en sombras, protegidos por las tinieblas de la
noche. De la espada goteaba sangre…
18
—Morgana...
Intento olvidarla. Olvidar todo lo que ella significó
entonces. Pero no es fácil. Su rostro, sus ojos inquietantes y
profundos, reflejando algo que está más allá de este mundo,
parece aún contemplarme entre las brumas de mi mente
confusa.
—Vete, Morgana, vete... —murmuro entonces con
autoridad, casi con rabia—. Vete para siempre de nuestras
vidas. Dios tenga piedad de tu alma...
Y es como si ella desapareciera, se alejase en la oscuridad
sin fin, hasta fundirse con las tinieblas de un más allá que
no distingo, pero que adivino.
Entonces concilio el sueño con más tranquilidad. Me
duermo profundamente, aliviado y sereno.
Pero a veces, implacablemente, la sombra de Aysgardfield
vuelve a mis pesadillas. Y yo vivo otra vez, en ese sueño
inagotable y repetido, un retorno imposible al lugar al que
sé que ya nunca volveré realmente mientras viva.
Aysgardfield...
¿Por qué no puedo olvidarlo? ¿Por qué?
19
1. ¡Satán representa la satisfacción de las pasiones en lugar de las
abstinencias!
2. ¡Satán representa la existencia vital, en lugar de las quimeras
espirituales!
3. ¡Satán representa la amabilidad para aquellos que la merecen, en
lugar de un amor malgastado con ingratos!
4. ¡Satán representa la sabiduría no mancillada, en lugar del
hipócrita engaño!
5. ¡Satán representa la venganza, en lugar de la obligación de ofrecer
la otra mejilla!
6. ¡Satán representa la responsabilidad hacia el que lo aprecia, en
lugar de la preocupación por los vampiros psíquicos!
7. ¡Satán representa el hombre tan sólo como otro animal, algunas
veces mejor, con mucha frecuencia peor que aquellos que caminan a
cuatro patas; animal que, a causa de su «divino desarrollo espiritual
e intelectual», se ha convertido en el peor de todos los animales!
8. ¡Satán representa a todos los supuestos pecados, pues todos
conducen a la satisfacción física, mental o emocional!
9. ¡Satán ha sido el mejor amigo que la Iglesia ha tenido siempre,
pues durante siglos no ha cesado de sostener su negocio!
 
JAMÁS COMETÁIS EL IMPERDONABLE ERROR DE PROVOCAR
A SATÁN.
 
Las nueve afirmaciones satánicas
La Biblia Satánica
20
—¿Es un ataúd?
—No.
—¿Qué es?
—Es la caja de los espíritus. Hace muchos años que la
encontré en la bodega de un barco mercante, su capitán la
había robado. Ya, ya —tosió, vacilante—me queda poco
tiempo.
—¿Qué quiere decir la caja de los espíritus?
—Ahí dentro están los espíritus de los muertos. Los hay
malvados, terribles, horrendos, y los hay protectores. En
ocasiones, se hacen visibles. Este ha sido mi último gran
secreto. ¿Ves esa máscara demoníaca que hay en este
lado? Pon los pulgares sobre los ojos y húndelos.
Apoyó los pulgares sobre los ojos de la máscara y una
fuerza inesperada le empujó hacia atrás. Dentro halló un
libro con herrajes de bronce y hojas de finísima piel.
—Ábrelo y comienza a leer por la página veinte cuando
yo abra la caja.
—¿Es una invocación?
—Sí. Voy a morir y quiero que me reciban entre sus
brazos, enseguida seré uno de ellos…
21
Después fue la luz. Algo, un brillo, un resplandor hería
sus ojos, aun a través de los cerrados párpados. Comenzó
a despertar con esa doble sensación de molestia.
Y de inmediato la vio. Allí estaba la Muerte otra vez.
Como la noche anterior, le hacía con sus manos señal de
que se acercara a ella. No era un gesto imperioso, no
había prisa en él, pero tal vez esa ausencia de
nerviosismo, es decir de inseguridad, la hacía más
impresionante. Significaba seguridad. Parecía decir: «Yo
no tengo prisa, porque tú no tienes escapatoria.»
«No está allí, no existe. Es sólo fruto de mi
imaginación.»
Entonces la Muerte hizo algo horrible. En realidad, no
horrible en sí mismo, pero sí para la aterrada espectadora:
la Muerte se echó a reír. Los maxilares sin dientes se
abrían y cerraban, y las cuencas vacías de sus ojos
parecían lanzar destellos que se confundían con el aura
luminosa que rodeaba toda la figura…
22
El espantoso personaje que, erguido ante una especie de
altar de sacrificios central, consistente en una piedra
redonda y lisa, igualmente empapada de rojo oscuro,
permanecía con un hacha en la mano, una negra
caperuza de verdugo medieval tapándole la cabeza... y
las ropas de un joker de la baraja —o del «diablo» del
Tarot—, vistiendo su figura.
Ella estaba sobre el altar, sujeta con cadenas,
desgarradas sus ropas hasta mostrar semidesnuda su
espléndida figura, aterrada, con los ojos dilatados fijos
en su verdugo, parecía esperar la terrible tortura o la
muerte por decapitación a manos de aquel monstruo.
Ahora, la joven no mostraba la menor señal de
indiferencia o docilidad. Estaba invadida por el pánico y
el horror.
—El Tarot ha marcado tu destino, mujer —dijo una
sorda voz bajo la caperuza—. Tus cartas señalan tu
muerte, y así ha de ser, para que la sangre de los Villiers
sea purificada y sus almas se salven del demonio y de la
condenación eterna...
23
Mañana debo llegar al castillo de Shadow Hill.
El hombre de la estación dio un respingo y su cara se
volvió de color gris.
—¿Habla usted en serio?
—Por supuesto.
—O está usted loco, caballero, o ignora lo que significa
el castillo.
—¿De qué diablos está hablando? Por lo que sé, el
castillo es la residencia de los Huntsbrand.
—Mucha gente piensa que es algo más que eso.
Max enarcó las cejas. Creyó comprender y soltó una
risotada.
—Ya veo... Fantasmas, aparecidos y todo eso.
—Usted es muy libre de creer lo que quiera, caballero.
Pero nadie en sus cabales iría al castillo... y mucho
menos de noche.
—Pero, bueno, ¿qué es lo que asusta a la gente?
—No lo sé. Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero de
cualquier modo no son cosas de este mundo, puede
creerme…
24
Las tres mujeres se arrojaron sobre el cadáver como
bestias hambrientas y empezaron a sorber la sangre que
salía a borbotones de la espantosa herida causada por el
machete. Wilkins, horrorizado, vio una vez levantar el
rostro de una de las mujeres y emitir una sonrisa
infernal, con la cara manchada de rojo, mientras sus ojos
despedían destellos de satisfacción producida por aquel
macabro banquete.
Wilkins se sentía asqueado y también aterrado. ¿Cómo
era posible que se produjeran casos de vampirismo en
pleno siglo XX y, con toda seguridad, a poca distancia
de un centro habitado?
¿Vivían aquellas horribles arpías en la casa que se veía
al otro lado?
Wilkins no pudo seguir haciéndose preguntas. La cabeza
le dolió repentinamente.
Era un dolor intensísimo, que le hizo ver millares de
chispitas luminosas delante de sus ojos. Pero muy
pronto se hizo todo oscuridad y silencio a su
alrededor…
25
Están practicando mi autopsia.
Dios mío, con qué fría indiferencia, esos hombres que
rodean la mesa hunden su serrucho en mi frente y
comienzan a serrar. El hueso de mi bóveda craneal
comienza a chirriar, herido por los dientes de acero, a
medida que se levanta la piel de la frente en un perfecto
círculo en torno a la cabeza, como quien corta con sumo
cuidado la cáscara de un huevo duro reposando en su
huevera.
El sonido de la sierra manipulada por el ayudante del
forense es estremecedor. Produciría escalofríos en mí, si
no fuese porque soy yo quien reposa en esa mesa y quien
sufre la acción implacable de la mutilación, rígido y
helado, bañado en sangre el interior de mi cráneo, que
ahora otro ayudante abre en dos, lo mismo que un fruto
maduro y pulposo, depositando sobre la cabecera de la
mesa de la Morgue, tan fría y rígida como yo mismo, la
parte superior del cráneo, conteniendo en su cuenco de
hueso sanguinolento la mitad de mi masa encefálica.
Y no han hecho más que empezar…
26
Mirarle, soportar su aspecto se hacía difícil, y encontrarse
a solas con él en una casa tenía que ser de auténtica
pesadilla.
—¿Qué estás pensando? Me tienes miedo, ¿verdad?
—¿Para qué guardas las calaveras?
—Son mis caudales, no lo entenderías. La verdad, no es
fácil convertir cabezas humanas en calaveras... Hay que
buscar un buen hormiguero y hacer un hoyo no muy
profundo junto a él. Se entierra la cabeza con tierra suelta
y se dejan pasar unos meses. Se desentierra luego, se
introduce en un recipiente, puede ser un cubo de plástico,
y se cubre con cal. Se deja una semana, se llena de agua
y...
—Por favor, no sigas, no sigas…
—¿Qué te ocurre, tienes miedo de conocer los detalles de
lo que haré con tu cabeza cuando la separe de tu cuerpo?
27
Ah, qué deliciosamente lo había pasado, ¡qué
deliciosamente!
Esa era la palabra: deliciosamente.
Deliciosamente maravillosamente... No, no, qué mal
encajaba. Deliciosamente espantoso. No, porque se
parecía a maravillosamente espantoso. Deliciosamente...,
deliciosamente..., deliciosamente... ¡Deliciosamente
estimulante!
Exacto, perfecto, magnífico: deliciosamente estimulante,
eso había sido.
¡Cómo había gritado mientras él utilizaba el
destornillador en su ombligo! Pero no se le había caído el
tornillo ni el culo, ¡qué gracioso era esto! Ella había
gritado tanto que, de pronto, había quedado muda. Fue
como si se le hubieran roto las cuerdas vocales. Había
quedado muda, lívida, con los ojos abiertos,
desmesuradamente abiertos y petrificados. Todo sonido
había muerto en ella..., mientras él veía la sangre
deslizándose por el destornillador hasta su mano…
28
Bien, podríamos decir que hay ciertas células de animales
inferiores que contienen elementos indispensables para la
protección de la epidermis humana, lo cual, una vez
hallados dichos elementos y aplicados en la proporción
adecuada, podría proporcionar al ser humano una
protección casi absoluta contra toda clase de
enfermedades.
—Algunas se propagan por el ambiente y basta respirar
para contagiarse. O bien en la comida —dijo él.
—La protección sería total, tanto de las células del
aparato respiratorio como las del digestivo —le
respondió.
—Pero algo falla y, en cinco años o más, no has
conseguido descubrir el error —acusó ella.
Hizo una mueca de pesadumbre.
—Estoy a punto de descubrir el error, pero siempre se
produce un fallo en el momento menos oportuno...
—Y una hermosa mujer se convierte en un monstruo
horripilante, con el cerebro alterado hasta tal punto que
cree ser un murciélago gigante y ataca a las personas por
las consecuencias de sus experimentos.
29
¿AHORA?
¿Qué significaba... ahora?
La otra mano del cuerpo atrapó, en un rapto de cruel
brutalidad, con gesto crispado, las tijeras...
LAS TIJERAS...
Para de pronto, bestial y sádicamente, clavar las agudas
puntas una y otra vez, de manera alternativa, en los
ojos de papel, en los ojos que se reproducían en la
portada del libro. Con saña. Babeando, casi, de
aberrante placer. De morboso éxtasis.
Cada vez que las puntas agudas, finísimas de las tijeras,
bajaban con desesperación para incrustarse en uno de
aquellos ojos, algo muy parecido a un gorgoteo febril,
de ansiedad y locura, se gestaba en la garganta del
cuerpo y estallaba al instante en sus labios.
GRRRRRRRRRR...
Y las tijeras seguían bajando... BAJANDO.
GRRRRRRR...
Babeo febril y sádico del ente al compás del ir y venir
de la tijera.
Gotas de baba blanquecina manchaban el papel, la
mesa incluso...
30
—¿Qué es exactamente un muerto viviente?
—Pues, alguien que murió en circunstancias
especiales y el espíritu no abandonó su cuerpo.
Esta clase de seres, llamados también zombies,
son muy dominables, no por todos, claro. Si
alguien los convierte en esclavos, hasta pueden
ser explotados físicamente, pero resulta algo
repugnante y peligroso, pues las fuerzas
infernales siempre están alrededor de ellos y no
hay que olvidar que murieron en circunstancias
muy especiales y éstas pueden repetirse.
—Yo quiero ver ese fenómeno para comprobar
que no es un truco.
—Pues, comencemos ya.
Desde su silla, alguien les advirtió:
—Perturbar la paz de los muertos es peligroso…
31
—Acabo de enterarme, durante el viaje, del nuevo
crimen en Coney Island...
—Sí, fue espantoso.
—La información dice que se trata de un científico loco,
uno de esos tipos que creen que la Ciencia hace un dios
de un ser humano. La policía está sobre su pista…
—¿Servirá eso de algo? Puede ocultarse en cualquier
lugar...
—Has mencionado que llevaba un brazo como inerte,
¿no?
—Así es. El derecho, me pareció.
—Eso coincide con lo que dicen los diarios. Un policía
le hirió, y dejó caer un brazo de su víctima, conservado
en una solución que impedía la putrefacción del
miembro.
—¡Qué horror!
—Sí, todo es alucinante, enloquecedor. Como obra de
un demente... Sospecho que pretende crear un nuevo
monstruo de Frankenstein, pero en mujer. Algo atroz y
sin sentido, que está costando ya demasiada sangre…
32
Soñó con un inmenso árbol de Navidad, al que un
monstruoso perro, que salía del fondo de los mares,
destrozaba a mordiscos. Pero el árbol se reconstruía
una y otra vez, para que el monstruo volviera a
destrozarlo. De la rama más alta del árbol colgaba el
viejo Angus. Tenía que morir porque era adúltero y
el perro le mordía la garganta. Mucha sangre salía
del orificio negro y el hombre gritaba y gritaba.
Con una sensación de asfixia, Roger despertó
emergiendo bajo los cobertores que lo ahogaban por
la elevada temperatura que reinaba en la habitación.
Recordó los gritos del hombre en su sueño...
No era un sueño.
Seguía oyendo los gritos.
Como en el sueño, eran gritos de agonía.
Sólo que no eran humanos…

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  • 1.
  • 2. 01 La certeza más espantosa suplió a la sospecha atroz y terrible. Supo, a ciencia cierta, dónde estaba en esos momentos. Como si su sangre se convirtiera en cristales de hielo, paralizada dentro de sus venas, permaneció rígido, helado, solamente sacudido por una serie de temblores convulsos que hicieron crujir aquel recinto angosto, alargado, de forma oblonga, dentro del cual se encontraba tendido. ¡Un ataúd! Estaba dentro de un ataúd. Y éste estaba cerrado herméticamente. La tapa no cedía a su presión. No se movió una sola pulgada, pese a que emitió leves crujidos cuando la empujó con todas sus fuerzas, poniendo las palmas de sus manos contra ella. Ahora sabía también qué era aquello que golpeaba, intermitente, la tapa del horrendo alojamiento en que se hallaba confinado. Tierra... ¡Paletadas de tierra sobre su ataúd! Le estaban enterrando...
  • 3. 02 Hay dos clases de animales: Animales irracionales y bestias racionales. Jugar con fuego dicen que es quemarse. Tentar la suerte es exponerse a perder; por ello es peligroso, terriblemente peligroso, acercarse a quien tenga poderes porque puede utilizarlos con nosotros y contra nosotros. La Magia es un campus en el que danzan embaucadores, zorros, cuervos, buitres y otros seres que son peligrosos. Participar por simple diversión, por ahuyentar de nosotros el aburrimiento visceral que nos aplasta, es exponerse al horror más alucinante del que es difícil escapar. Ser cauto y no ver lo que se pueda ver nos ayudará a llegar en paz al final del camino. Jamás, jamás te sometas totalmente al poder de nadie, aunque ese alguien te parezca un santo, porque terminarás en la hoguera.
  • 4. 03 Un larguísimo lamento brotó de la garganta de una, mientras se aferraba con manos convulsas al mango del venablo. Tras ella, la otra chica emitía unos horripilantes gorgoteos. El venablo había atravesado a la primera a la altura del esternón, justo entre los senos. Era más baja que su amiga y ésta notó el terrible dolor en el estómago. Dos pares de piernas se debatieron convulsivamente. En los últimos espasmos de la agonía, la más alta trató de librarse de aquel hierro que la atormentaba y agarró a la pequeña por el pelo, arrancándole grandes mechones de cabello, sin que la morena sintiese el menor dolor en aquella región. El único interés estribaba en arrancarse el palo que la había ensartado como la mariposa de un coleccionista. Pero las fuerzas le fallaron súbitamente y se venció hacia adelante, aunque sin caer al suelo, con los brazos colgando laciamente hacia abajo. La otra duró un poco más. Mientras conservó la consciencia, de una forma relativa, continuó arrancando pelos de la cabeza...
  • 5. 04 —Tengo algo para usted... —dijo ell—. ¡Algo que le va a gustar mucho! La oyó, pero de momento no asimiló bien las palabras, Estaba contemplando, incrédulamente, las dos manchitas que parecían la llama de una vela, igual que... igual que el fantasma de Pamela Hereford. ¿Algo que le iba a gustar mucho? ¿Qué podía ser? ¿De qué estaba hablando aquella muchacha? Hubo como apagones repetidos en sus ojos, y en su mente. Oscuridad, luz, oscuridad, luz, oscuridad... Supo que ella acababa de soltar su barbilla. La cabeza le pesó mucho hacia delante, y arrastró el cuerpo, que rodó por el suelo quedando cerca de sus pies. Algo que le iba a gustar mucho. Algo que le iba a gustar mucho. Algo que le iba a gust...
  • 6. 05 «Evasión de un famoso político afectado de un mal mental de origen venéreo» «¿Qué relación puede tener ese hecho con el último crimen del Soho?»   «Un padre enfermo mental, huye de un hospital. Un hijo anormal por causa de una dolencia sifilítica desaparece de su casa durante las horas del crimen. ¿Qué está sucediendo en el West End que la policía no sabe o no quiere averiguar?»   «¿HASTA CUANDO? Cinco mujeres asesinadas. Cinco noches de terror en el Soho. Y la policía sigue dando palos de ciego y arrestando inocentes.» «¿QUIEN ES EL DECAPITADOR?»
  • 7. 06 —¡Esto es un atraco! ¡Arriba las manos! ¡Fuera, fuera! — ordenó a los empleados—. ¡Al primero que se mueva lo dejo seco de un balazo! El cajero se puso rígido. Sus labios temblaron violentamente, en tanto que sus ojos se dilataban de una forma espantosa. —No... no puede ser... Tú estás muerto... ¡Hijo! —gritó inesperadamente—. Dick, hijo mío... Tú estás muerto... Té enterramos hace más de cuatro semanas... Dick, ¿por qué has vuelto...? Deja esa arma, tú estás muerto... —¡Calla, viejo! —gritó el atracador. —Hijo, siempre fuiste honrado... La pistola-ametralladora escupió bruscamente una corta ráfaga. El cajero gritó, a la vez que caía hacia atrás. —Estabas muerto... Te enterramos hace cuatro semanas... ¿Por qué tenías que volver, Dick? Siguió llamando a su hijo, hasta que murió.
  • 8. 07 El murmullo fue convirtiéndose en una suerte de gruñido. Sus movimientos oscilantes sin despegar los pies del suelo, parecían el preludio de un éxtasis sensual y obsceno. Ante el altar negro, emitió un quejido. Toda ella se tensó en sus salvajes invocaciones. En la estancia pareció soplar el hálito de un viento infernal. Las velas se apagaron inesperadamente y se derrumbó de espaldas como empujada por una fuerza demencial. A zarpazos, se arrancó la túnica quedando desnuda, tendida en el suelo sin dejar de emitir la sorda melopea que brotaba como un torrente de sus contraídas cuerdas vocales. La violencia de su autoconvencimiento se apoderaba hasta del aire que respiraban. Sus jadeos animales se hacían roncos, anhelantes, esperando el Mal que debería poseerlos como pago del poder que ansiaban. De repente, dio un grito inarticulado. Pareció aferrarse al aire, los ojos desorbitados, la boca abierta y jadeante, todo su cuerpo convulso, agitándose en el frenesí del éxtasis. Pareció enroscarse toda ella en un cuerpo invisible y con un rugido gritó: —¡Está aquí... aquí, conmigo...!
  • 9. 08 El hacha cayó con violencia. Las dos cabezas saltaron bruscamente de los cuellos de sus respectivos dueños, segadas de forma brutal por la afilada hoja del instrumento. Un caudal espeluznante de sangre brotó de las carótidas cercenadas. La muchacha pelirroja profirió un agudo grito de terror, con sus dilatados ojos fijos en la espantosa escena, y retrocedió, angustiada, mientras el asesino se volvía lentamente hacia ella, con mirada desorbitada y expresión demoníaca en su feo, horrendo rostro mutilado por el ácido. Aquella faz de gárgola medieval, crispada y deforme, reflejaba toda la maldad del mundo. La mano engarfiada que sujetaba el hacha tinta de sangre parecía la garra de una fiera demoníaca…
  • 10. 09 —Ven... quiero besarte. ¿Nunca te ha besado un muerto, preciosa? Intentó, en inútil reacción, echar la cabeza atrás. Pero la esquelética mano parecía estar dotada de férrea violencia y la obligó a bajar más todavía. MÁS... Y el otro brazo del ente también centelleó exhibiendo un afilado, largo, monumental cuchillo cuyos destellos azulados, letales, chispearon frente a sus ojos horrorizados. Y el grito, ahora sí, lo quebró todo. —¡SOCORROOOOO! ¡Zas! El cuchillo subió y bajó. ¡ZAS! Volvió a subir y bajar... ¡ZAS! ¡ZAS! ¡ZAS! ¡ZAS! La melodía de muerte que el acero entonó en su garganta, fue dantesca. El cuchillo proseguía su metódica y sádica labor. Hasta que la piel desapareció bajo un baño escarlata. Entonces, la mano esquelética se alejó de la nuca empujando atrás, hacia el suelo donde se apelotonó insensible, desmadejado, el cuerpo de la que fuera una bella hembra. Y una carcajada satánica vibró entre las paredes del dormitorio…
  • 11. 10 A través del cristal del espejo vio la figura de un hombre alto, vestido de negro y con una larga capa del mismo color. —¡Tú...! ¡No... no puede ser! ¡Estás muerto! —Puedo resucitar cuando quiera —contestó él—. Ya sabes que dispongo de poderes que no tienen los demás humanos. —No, no... eso es imposible... No te creo. Intentó huir, pero las manos del hombre fueron más rápidas y se cerraron en torno a su cuello. La mujer pataleó furiosamente, pero sus fuerzas no podían compararse con las del hombre que la estrangulaba despiadadamente. Con sus últimos instantes de consciencia, percibió algo que aumentó más el horror de la situación. Aquel espantoso hedor que se desprendía del hombre... ¿Acaso era cierto que tenía la facultad de resucitar a su voluntad?
  • 12. 11 —¿Lo ves, lo ves bien? —Si no vale nada, es un espejito. —Pues mírate, mírate en él. Aquella enana pintarrajeada se miró en el espejito y se sonrió a sí misma, como complacida de su horrible fealdad, que para ella no era tanta. Mas, el rostro que estaba viendo, que era el suyo propio, se fue descomponiendo en un proceso acelerado. Se fue descarnando, agusanando, las carnes cayeron en colgajos hasta aparecer la calavera. —¡Aaaaaagh! Tras aquel grito desgarrado, corrió de un lado a otro de la alcoba, aterrorizada hasta el punto de que no dudó en abrir los antiguos ventanales. Ante la sorpresa y el estupor de sus compañeras, se arrojó al vacío. Su pequeño cuerpo vestido con el grotesco miriñaque flotó en el aire unos instantes y después se extrelló sobre las rocas. Una enana que había saltado de su lecho, se asomó a la ventana y ya no pudo ver a su compañera…
  • 13. 12 —Hazel... —la miré, fascinado, tomando también su mano, dejándome guiar por todos aquellos seres queridos y entrañables, con los que la desconocida muchacha que pusiera fin a su vida casi veinte años atrás, se reunía sin ser rechazada por ninguno de ellos. De modo que era esto —pensé—. Vivir después de haber muerto. Una vida diferente, eterna, ligera, feliz. Sentíame liberado de pasiones, preocupaciones, angustias y terrores. Era dichoso, mi mente aparecía limpia, mis ideas nítidas. Allí no existía el dolor ni el sufrimiento. Todos parecían tan felices...» La luz era ya un resplandor que nos envolvía. Supe que estaba a punto de atravesar la última frontera, de penetrar en lo eterno... Acaso de verme ante él. Ante Dios... Rodeado por todos mis felices parientes y amigos, con la misteriosa y bellísima Hazel guiándome con todos los demás, como si me conociera de toda la vida, pisé el umbral de la Eternidad...
  • 14. 13 ¡Qué placer! ¡Qué fascinante horror! Sólo yo, lo sé, disfruto del placer, del inmenso privilegio de ver y oír en ese mundo alucinante, desconocido y misterioso. La mano... Es una mano varonil, bien cuidada no obstante, de largos dedos nervudos, autoritarios, que flagelan las teclas haciéndolas vibrar, obligándolas a que estallen con la melodía. Macabra... En los dedos, de repente, surge una explosividad de colores. De un solo y excitante color escarlata. Y ese color, de súbito, se convierte en gotas. ¿Gotas? Claro... ¡ES SANGRE! Sangre, sí. ¿Por qué? ¿De dónde surge esa sangre? De súbito veo más. Veo como esos dedos sufren una extraña, incomprensible metamorfosis y se convierten, se transforman... ¡en las alas abiertas de un enorme murciélago… con pico! La melodía sigue sonando. Y el murciélago revolotea cruel, macabro, chorreando sangre por el pico y las alas…
  • 15. 14 Todo estaba salpicado de sangre a su alrededor. Mirase donde mirase, todo era sangre. Solo, y rodeado de sangre, con el enorme cuchillo. Seguramente, cuando él contase que él y los otros habían hecho todo aquello nadie podría creerlo. Ni él mismo se lo creía, claro está. Pero allí estaba, con aquel enorme cuchillo en la mano, rodeado de sangre, de cinco cadáveres femeninos y uno masculino. Y los demás se habían marchado, dejándolo después de cometer la masacre. Tendrían que creerle cuando lo explicase, porque no había más remedio: era imposible que una sola persona hubiera hecho todo aquello, así que tendrían que creerle cuando explicase que lo había hecho él y los demás...
  • 16. 15 —Están ahí... en alguna parte. —¿Quiénes, Banon? Este le miró y sus ojos estaban llenos de desesperanza. —Los muertos —dijo castañeándole los dientes. Woodward por poco no se cayó de espaldas. —¿Y teme que le tomen por loco? Amigo, siga diciendo eso y se encontrará dentro de una camisa de fuerza sin darse ni cuenta. —Ya le dije que no me creería... —Nadie le creerá. Esa mano tirada allá arriba fue rota y arrancada de cuajo por alguien muy fuerte... no por un muerto. —Si por lo menos usted lo creyera... Woodward pareció reflexionar. Fumó un cigarrillo paseándose por la acera, lívido aún, angustiado, pero sereno. Al fin pareció tomar una determinación. —Muy bien, Banon, le escucharé. Le prometo que haré cuanto pueda por comprenderle, por creer lo que usted me cuente. Tal vez entre los dos aclaremos este asunto.
  • 17. 16 —Tampoco vi ratas en la leñera del asilo esta mañana, cuando bajé con la señora Barnes... Resulta raro que no haya ratas en un sótano tan lóbrego y destartalado... sobre todo, sabiendo por la propia señora Barnes que siempre las hubo allí.... —Mi querida señorita Marsh, no sabía eso —confesó con voz suave—. Hablaré de ello con Hobson y la señora Barnes. Pero como usted dice, es muy raro que no viese ratas al bajar allí. Yo misma las he visto a docenas en ocasiones, huyendo de la luz que llevaba conmigo... —En resumidas cuentas, ¿qué tontería es esa que pretenden ustedes decir con todo eso? —se irritó el policía, mirando ceñudo a todos ellos. —¿Pero es que no se ha dado cuenta, hombre de Dios? — tronó de repente el vozarrón airado de Norman Kirk, apareciendo el anciano en su silla de ruedas, allá en lo alto de la escalera, asomado a la barandilla—. Están tratando de explicarle que hay «algo» allá fuera que parece tener un apetito insaciable... y que posiblemente esté devorando a lobos, ratas... y seres humanos.
  • 18. 17 Y entonces les vio el rostro y chilló horrorizado porque eran monstruos descarnados que no podían estar allí... El hombre lanzó un tajo con la espada. Oyó el silbido del acero y, de modo instintivo, apretó el gatillo. El tremendo estampido de la pistola retumbó en el silencio igual que un cataclismo, pero la aparición no cayó. Apenas tuvo tiempo de asimilar el terror, de captar la horrible realidad, antes de que la espada cayera sobre él como un rayo. Todo estalló. Sus dedos sufrieron una contracción y la pistola se disparó por segunda vez, rotunda. Después, la muerte se abatió sobre él con la segunda embestida del acero que le atravesó el cuerpo y el corazón como si hubieran sido blanda mantequilla. Alguien abrió una ventana y gritó algo. Los dos aparecidos se apartaron del cadáver del joven y desdichado y reanudaron su camino hacia la esquina, envueltos en sombras, protegidos por las tinieblas de la noche. De la espada goteaba sangre…
  • 19. 18 —Morgana... Intento olvidarla. Olvidar todo lo que ella significó entonces. Pero no es fácil. Su rostro, sus ojos inquietantes y profundos, reflejando algo que está más allá de este mundo, parece aún contemplarme entre las brumas de mi mente confusa. —Vete, Morgana, vete... —murmuro entonces con autoridad, casi con rabia—. Vete para siempre de nuestras vidas. Dios tenga piedad de tu alma... Y es como si ella desapareciera, se alejase en la oscuridad sin fin, hasta fundirse con las tinieblas de un más allá que no distingo, pero que adivino. Entonces concilio el sueño con más tranquilidad. Me duermo profundamente, aliviado y sereno. Pero a veces, implacablemente, la sombra de Aysgardfield vuelve a mis pesadillas. Y yo vivo otra vez, en ese sueño inagotable y repetido, un retorno imposible al lugar al que sé que ya nunca volveré realmente mientras viva. Aysgardfield... ¿Por qué no puedo olvidarlo? ¿Por qué?
  • 20. 19 1. ¡Satán representa la satisfacción de las pasiones en lugar de las abstinencias! 2. ¡Satán representa la existencia vital, en lugar de las quimeras espirituales! 3. ¡Satán representa la amabilidad para aquellos que la merecen, en lugar de un amor malgastado con ingratos! 4. ¡Satán representa la sabiduría no mancillada, en lugar del hipócrita engaño! 5. ¡Satán representa la venganza, en lugar de la obligación de ofrecer la otra mejilla! 6. ¡Satán representa la responsabilidad hacia el que lo aprecia, en lugar de la preocupación por los vampiros psíquicos! 7. ¡Satán representa el hombre tan sólo como otro animal, algunas veces mejor, con mucha frecuencia peor que aquellos que caminan a cuatro patas; animal que, a causa de su «divino desarrollo espiritual e intelectual», se ha convertido en el peor de todos los animales! 8. ¡Satán representa a todos los supuestos pecados, pues todos conducen a la satisfacción física, mental o emocional! 9. ¡Satán ha sido el mejor amigo que la Iglesia ha tenido siempre, pues durante siglos no ha cesado de sostener su negocio!   JAMÁS COMETÁIS EL IMPERDONABLE ERROR DE PROVOCAR A SATÁN.   Las nueve afirmaciones satánicas La Biblia Satánica
  • 21. 20 —¿Es un ataúd? —No. —¿Qué es? —Es la caja de los espíritus. Hace muchos años que la encontré en la bodega de un barco mercante, su capitán la había robado. Ya, ya —tosió, vacilante—me queda poco tiempo. —¿Qué quiere decir la caja de los espíritus? —Ahí dentro están los espíritus de los muertos. Los hay malvados, terribles, horrendos, y los hay protectores. En ocasiones, se hacen visibles. Este ha sido mi último gran secreto. ¿Ves esa máscara demoníaca que hay en este lado? Pon los pulgares sobre los ojos y húndelos. Apoyó los pulgares sobre los ojos de la máscara y una fuerza inesperada le empujó hacia atrás. Dentro halló un libro con herrajes de bronce y hojas de finísima piel. —Ábrelo y comienza a leer por la página veinte cuando yo abra la caja. —¿Es una invocación? —Sí. Voy a morir y quiero que me reciban entre sus brazos, enseguida seré uno de ellos…
  • 22. 21 Después fue la luz. Algo, un brillo, un resplandor hería sus ojos, aun a través de los cerrados párpados. Comenzó a despertar con esa doble sensación de molestia. Y de inmediato la vio. Allí estaba la Muerte otra vez. Como la noche anterior, le hacía con sus manos señal de que se acercara a ella. No era un gesto imperioso, no había prisa en él, pero tal vez esa ausencia de nerviosismo, es decir de inseguridad, la hacía más impresionante. Significaba seguridad. Parecía decir: «Yo no tengo prisa, porque tú no tienes escapatoria.» «No está allí, no existe. Es sólo fruto de mi imaginación.» Entonces la Muerte hizo algo horrible. En realidad, no horrible en sí mismo, pero sí para la aterrada espectadora: la Muerte se echó a reír. Los maxilares sin dientes se abrían y cerraban, y las cuencas vacías de sus ojos parecían lanzar destellos que se confundían con el aura luminosa que rodeaba toda la figura…
  • 23. 22 El espantoso personaje que, erguido ante una especie de altar de sacrificios central, consistente en una piedra redonda y lisa, igualmente empapada de rojo oscuro, permanecía con un hacha en la mano, una negra caperuza de verdugo medieval tapándole la cabeza... y las ropas de un joker de la baraja —o del «diablo» del Tarot—, vistiendo su figura. Ella estaba sobre el altar, sujeta con cadenas, desgarradas sus ropas hasta mostrar semidesnuda su espléndida figura, aterrada, con los ojos dilatados fijos en su verdugo, parecía esperar la terrible tortura o la muerte por decapitación a manos de aquel monstruo. Ahora, la joven no mostraba la menor señal de indiferencia o docilidad. Estaba invadida por el pánico y el horror. —El Tarot ha marcado tu destino, mujer —dijo una sorda voz bajo la caperuza—. Tus cartas señalan tu muerte, y así ha de ser, para que la sangre de los Villiers sea purificada y sus almas se salven del demonio y de la condenación eterna...
  • 24. 23 Mañana debo llegar al castillo de Shadow Hill. El hombre de la estación dio un respingo y su cara se volvió de color gris. —¿Habla usted en serio? —Por supuesto. —O está usted loco, caballero, o ignora lo que significa el castillo. —¿De qué diablos está hablando? Por lo que sé, el castillo es la residencia de los Huntsbrand. —Mucha gente piensa que es algo más que eso. Max enarcó las cejas. Creyó comprender y soltó una risotada. —Ya veo... Fantasmas, aparecidos y todo eso. —Usted es muy libre de creer lo que quiera, caballero. Pero nadie en sus cabales iría al castillo... y mucho menos de noche. —Pero, bueno, ¿qué es lo que asusta a la gente? —No lo sé. Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero de cualquier modo no son cosas de este mundo, puede creerme…
  • 25. 24 Las tres mujeres se arrojaron sobre el cadáver como bestias hambrientas y empezaron a sorber la sangre que salía a borbotones de la espantosa herida causada por el machete. Wilkins, horrorizado, vio una vez levantar el rostro de una de las mujeres y emitir una sonrisa infernal, con la cara manchada de rojo, mientras sus ojos despedían destellos de satisfacción producida por aquel macabro banquete. Wilkins se sentía asqueado y también aterrado. ¿Cómo era posible que se produjeran casos de vampirismo en pleno siglo XX y, con toda seguridad, a poca distancia de un centro habitado? ¿Vivían aquellas horribles arpías en la casa que se veía al otro lado? Wilkins no pudo seguir haciéndose preguntas. La cabeza le dolió repentinamente. Era un dolor intensísimo, que le hizo ver millares de chispitas luminosas delante de sus ojos. Pero muy pronto se hizo todo oscuridad y silencio a su alrededor…
  • 26. 25 Están practicando mi autopsia. Dios mío, con qué fría indiferencia, esos hombres que rodean la mesa hunden su serrucho en mi frente y comienzan a serrar. El hueso de mi bóveda craneal comienza a chirriar, herido por los dientes de acero, a medida que se levanta la piel de la frente en un perfecto círculo en torno a la cabeza, como quien corta con sumo cuidado la cáscara de un huevo duro reposando en su huevera. El sonido de la sierra manipulada por el ayudante del forense es estremecedor. Produciría escalofríos en mí, si no fuese porque soy yo quien reposa en esa mesa y quien sufre la acción implacable de la mutilación, rígido y helado, bañado en sangre el interior de mi cráneo, que ahora otro ayudante abre en dos, lo mismo que un fruto maduro y pulposo, depositando sobre la cabecera de la mesa de la Morgue, tan fría y rígida como yo mismo, la parte superior del cráneo, conteniendo en su cuenco de hueso sanguinolento la mitad de mi masa encefálica. Y no han hecho más que empezar…
  • 27. 26 Mirarle, soportar su aspecto se hacía difícil, y encontrarse a solas con él en una casa tenía que ser de auténtica pesadilla. —¿Qué estás pensando? Me tienes miedo, ¿verdad? —¿Para qué guardas las calaveras? —Son mis caudales, no lo entenderías. La verdad, no es fácil convertir cabezas humanas en calaveras... Hay que buscar un buen hormiguero y hacer un hoyo no muy profundo junto a él. Se entierra la cabeza con tierra suelta y se dejan pasar unos meses. Se desentierra luego, se introduce en un recipiente, puede ser un cubo de plástico, y se cubre con cal. Se deja una semana, se llena de agua y... —Por favor, no sigas, no sigas… —¿Qué te ocurre, tienes miedo de conocer los detalles de lo que haré con tu cabeza cuando la separe de tu cuerpo?
  • 28. 27 Ah, qué deliciosamente lo había pasado, ¡qué deliciosamente! Esa era la palabra: deliciosamente. Deliciosamente maravillosamente... No, no, qué mal encajaba. Deliciosamente espantoso. No, porque se parecía a maravillosamente espantoso. Deliciosamente..., deliciosamente..., deliciosamente... ¡Deliciosamente estimulante! Exacto, perfecto, magnífico: deliciosamente estimulante, eso había sido. ¡Cómo había gritado mientras él utilizaba el destornillador en su ombligo! Pero no se le había caído el tornillo ni el culo, ¡qué gracioso era esto! Ella había gritado tanto que, de pronto, había quedado muda. Fue como si se le hubieran roto las cuerdas vocales. Había quedado muda, lívida, con los ojos abiertos, desmesuradamente abiertos y petrificados. Todo sonido había muerto en ella..., mientras él veía la sangre deslizándose por el destornillador hasta su mano…
  • 29. 28 Bien, podríamos decir que hay ciertas células de animales inferiores que contienen elementos indispensables para la protección de la epidermis humana, lo cual, una vez hallados dichos elementos y aplicados en la proporción adecuada, podría proporcionar al ser humano una protección casi absoluta contra toda clase de enfermedades. —Algunas se propagan por el ambiente y basta respirar para contagiarse. O bien en la comida —dijo él. —La protección sería total, tanto de las células del aparato respiratorio como las del digestivo —le respondió. —Pero algo falla y, en cinco años o más, no has conseguido descubrir el error —acusó ella. Hizo una mueca de pesadumbre. —Estoy a punto de descubrir el error, pero siempre se produce un fallo en el momento menos oportuno... —Y una hermosa mujer se convierte en un monstruo horripilante, con el cerebro alterado hasta tal punto que cree ser un murciélago gigante y ataca a las personas por las consecuencias de sus experimentos.
  • 30. 29 ¿AHORA? ¿Qué significaba... ahora? La otra mano del cuerpo atrapó, en un rapto de cruel brutalidad, con gesto crispado, las tijeras... LAS TIJERAS... Para de pronto, bestial y sádicamente, clavar las agudas puntas una y otra vez, de manera alternativa, en los ojos de papel, en los ojos que se reproducían en la portada del libro. Con saña. Babeando, casi, de aberrante placer. De morboso éxtasis. Cada vez que las puntas agudas, finísimas de las tijeras, bajaban con desesperación para incrustarse en uno de aquellos ojos, algo muy parecido a un gorgoteo febril, de ansiedad y locura, se gestaba en la garganta del cuerpo y estallaba al instante en sus labios. GRRRRRRRRRR... Y las tijeras seguían bajando... BAJANDO. GRRRRRRR... Babeo febril y sádico del ente al compás del ir y venir de la tijera. Gotas de baba blanquecina manchaban el papel, la mesa incluso...
  • 31. 30 —¿Qué es exactamente un muerto viviente? —Pues, alguien que murió en circunstancias especiales y el espíritu no abandonó su cuerpo. Esta clase de seres, llamados también zombies, son muy dominables, no por todos, claro. Si alguien los convierte en esclavos, hasta pueden ser explotados físicamente, pero resulta algo repugnante y peligroso, pues las fuerzas infernales siempre están alrededor de ellos y no hay que olvidar que murieron en circunstancias muy especiales y éstas pueden repetirse. —Yo quiero ver ese fenómeno para comprobar que no es un truco. —Pues, comencemos ya. Desde su silla, alguien les advirtió: —Perturbar la paz de los muertos es peligroso…
  • 32. 31 —Acabo de enterarme, durante el viaje, del nuevo crimen en Coney Island... —Sí, fue espantoso. —La información dice que se trata de un científico loco, uno de esos tipos que creen que la Ciencia hace un dios de un ser humano. La policía está sobre su pista… —¿Servirá eso de algo? Puede ocultarse en cualquier lugar... —Has mencionado que llevaba un brazo como inerte, ¿no? —Así es. El derecho, me pareció. —Eso coincide con lo que dicen los diarios. Un policía le hirió, y dejó caer un brazo de su víctima, conservado en una solución que impedía la putrefacción del miembro. —¡Qué horror! —Sí, todo es alucinante, enloquecedor. Como obra de un demente... Sospecho que pretende crear un nuevo monstruo de Frankenstein, pero en mujer. Algo atroz y sin sentido, que está costando ya demasiada sangre…
  • 33. 32 Soñó con un inmenso árbol de Navidad, al que un monstruoso perro, que salía del fondo de los mares, destrozaba a mordiscos. Pero el árbol se reconstruía una y otra vez, para que el monstruo volviera a destrozarlo. De la rama más alta del árbol colgaba el viejo Angus. Tenía que morir porque era adúltero y el perro le mordía la garganta. Mucha sangre salía del orificio negro y el hombre gritaba y gritaba. Con una sensación de asfixia, Roger despertó emergiendo bajo los cobertores que lo ahogaban por la elevada temperatura que reinaba en la habitación. Recordó los gritos del hombre en su sueño... No era un sueño. Seguía oyendo los gritos. Como en el sueño, eran gritos de agonía. Sólo que no eran humanos…