El documento argumenta que la educación debe cultivar un compromiso con los problemas globales como la pobreza y la desigualdad. Sugiere que los países ricos tienden a ignorar los problemas del resto del mundo y que la educación también puede caer en este enfoque localista. Finalmente, afirma que se necesitan agentes sociales comprometidos, incluidos padres y educadores, para reconstruir el mundo de una manera más justa y ética.