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AUTOCRÍTICA
Mañana se estrenará en el recinto del Paseo de las Estatuas, del Retiro,
la comedia de Jaime de Armiñán Café del Liceo. Su autor dice:
“Mañana, lunes, se estrena en Madrid “Café del Liceo”. “Café del Liceo” vio la luz de
los escenarios, de la mano de la misma compañía que el lunes la presenta en Madrid, hace,
aproximadamente, unos nueve meses, y en la ciudad de Barcelona. La acción de “Café del
Liceo” transcurre en Barcelona; pero de ninguna manera es una obra localista, por la
sencilla razón de que yo no soy catalán ni conozco la ciudad mediterránea hasta ese
extremo. “Café del Liceo” puede ocurrir en cualquier ciudad del mundo: Madrid, París,
Londres o Berlín. Sólo es necesario, para que la anécdota sea posible, un café junto a un
teatro donde alguien cante una ópera. Mi obra discurre en los años inmediatamente
anteriores a la primera guerra mundial; el situar la comedia en ese tiempo no ha sido un
capricho, sino una necesidad; porque en aquel momento el “bel canto” estaba en pleno auge
y muchos artistas —tenores, tiples o compositores— cifraban su ilusión en hacer carrera en
la ópera. No he pretendido, por tanto, satirizar la época y tampoco me preocupa mucho si
algún anacronismo se ha deslizado en la obra. “Café del Liceo” no es el retrato de un tiempo
que no viví sino el escenario de una pieza teatral tratado con cariño y, —¿por qué no
decirlo?— con un poco de ternura. Mi obra es, simplemente, la vieja lucha de la ambición
contra la ilusión un poco ingenua; todo ello lo he pretendido vestir con el ropaje de una
pieza de humor. Ustedes dirán si conseguí mi propósito.
No es tópico de autor en víspera de estreno, ni “coba” a quienes representan su obra, el
decir que Adolfo Marsillach, Amparo Soler Leal y todos los que con ellos trabajan, con la
ilusión de los aficionados de verdad y la seriedad de los profesionales conscientes, han
conseguido sacar de “Café del Liceo” el agua que, tal vez, la obra no tenga. Adolfo
Marsillach es un gran actor; nada descubro al decirlo, porque en Madrid se le conoce
suficientemente, pero es también —y esto sí es nuevo en la capital de España— un
magnífico director. A él y a los suyos —no nombro a ninguno por no nombrarlos a todos—,
mi agradecimiento público y mi admiración.
Cristóbal Halffter ha compuesto —saliendo de su habitual parcela sinfónica— la canción
“Café del Liceo”, que Amparo Soler Leal canta deliciosamente.
El Ministerio de Información y Turismo —al organizar los festivales en Madrid— me
ofrece algo nuevo: el tener miedo, como siempre, ante un estreno, pero esta vez bajo la luz
de la luna.
Muchas gracias a todos.
Jaime de Armiñán – 31 de agosto de 1958
Versión televisiva (1969) de Pilar Miró:
https://www.rtve.es/play/videos/estudio-1/cafe-del-liceo/6755852/
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TEATRO CLUB WINDSOR
Estreno de «Café del Liceo», comedia de Jaime de Arminán,
por la Compañía dé Adolfo Marsillach
Tiene el autor de "Café del Liceo" tras de sí una genealogía ilustre en la escena y en las
letras, con los sonoros nombres de Cobeña, Oliver, Armiñán... Y en su haber personal de
comediógrafo, pese a su juventud, ya tres comedías estrenadas, galardonada una de ellas:
—"Nuestro Fantasma", con el Premio Lope de Vega 1956. No es; pues, un novel. Es un
autor joven que trae al escenario el mensaje de su juventud y su entusiasmo por el teatro.
"Café del Liceo" es la cuarta comedia de Armiñán. Comedia divertida y melancólica, a
un tiempo, con trazos gruesos de farsa grotesca y sus ribetes de tragedia. Comedia, si en ella
se quiere ahondar, desconcertante. En cierto modo es "cuasi una elegía" del buen tiempo
viejo de principios de siglo, que se fue para no volver; en cierto, modo también una
caricatura de esos mismos tiempos (que el autor no ha vivido, naturalmente) que divierte,
infaliblemente, al espectador, con diversión a la que se mezcla una inefable, inevitable,
melancolía…
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"No es una obra realista —ha dicho el propio Armiñán en su autocrítica— sino una
estilización cordial..." Esta declaración de su autor salva a "Café del Liceo" de todo
reparo que pudiera oponerse a su disparidad con el auténtico Café del Liceo, que
concurrieron todos los barceloneses hoy mayores de edad. Pues tal disparidad es aquí
lo de menos. Este "Café", con que Jaime de Armiñán nos ha divertido y conmovido, podría,
en verdad, ser un café cualquiera de un teatro de ópera cualquiera... Y lo que en él importa,
sobre todo lo demás, es ese juego que roza la farsa a cada instante —ese duelo, que en duelo
a muerte, realmente, termina— entre la vanidad y la ilusión, eternas burladoras del hombre,
sin duda, pero a las que el autor ha dado un marco nuevo, distinto, en este escenario, en este
ambiente. La anécdota del jovenzuelo ilusionado, gran tenor en potencia, que espera en el
"Café", noche tras noche, la posible indisposición del "divo" famoso, para sustituirle,
mezclada a una levísima historia de amor, tiene un tierno patetismo, que el público no deja
de captar…
Si bien parece que lo que al público le atrae, sobre todo, es ese ambiente del "Café", tan
pintoresco, tan abigarrado, tan convincente, pese a su posible convencionalismo… El desfile
de tipos, el conjunto de elementos de humor que tan deliciosamente se mezclan a la pequeña
humilde tragedia y la encubren y la superan... En este aspecto, el final del primer acto me
parece lo mejor logrado de la obra. El tipo del divo —el "famoso Frasquetti"— constituye
un gran acierto, tanto el personaje en sí como la interpretación que le presta José María
Caffarel. El público aplaudió con entusiasmo ese final de acto y llamóo, en él, a escena, a
Jaime de Armiñán. En el segundo acto, el patetismo va venciendo al humor, hasta llegar al
trágico, inesperado desenlace... Cuando "El buen Bartolí" llega, demasiado tarde, a buscar al
"pobre Armando" para cantar en el "Liceo, el espectador sincero siente una gran
desolación... Pero aplaude también sinceramente... Y la comedia obtiene un merecido éxito.
La interpretación que a "Café del Liceo" dio la Compañía de Adolfo Marsillach fue
realmente impecable. Hay en la obra un personaje delicioso entre todos: el de la "bella
lucía" que vive sobre la escena María Amparo Soler Leal, con encanto indecible. Adolfo
Marsillach sostiene el ya citado del "pobre Armando" con sobriedad, y con ternura, dando al
"carácter"el matiz poético que ha de hacer convincente él final; Antonio Gandía, Salvador
Soler-Martí, Josefina Tapias, dan brillantez a papeles episódicos, no por ello menos
importantes; una vez más quiero citar la labor de José Mª. Coffarel. La dirección y montaje
de Adolfo Marsillach, tan inteligentes como brillantes: si el "Café del Liceo" no fue así,
creeremos que debió de haberlo sido...
El público qué llenaba el elegante Windsor no regateó sus ovaciones a Jaime de
Armiñán y a los intérpretes de "Café del Liceo".
María Luz Morales – Diario de Barcelona – 9 de noviembre de 1957