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EL PEAJE ECONÓMICO DEL TERRORISMO.
Manfred Nolte
Tras el horror registrado en la sala Bataclán y lugares cercanos días atrás, que
costó la vida a 130 inocentes en la capital parisina, el índice de gestores de
compras (PMI) en Francia ha bajado en noviembre al 51,3 desde el 52,6 de
octubre. Pero en su conjunto, el sondeo augura un crecimiento de la economía
gala para los meses venideros, aunque la confianza empresarial no sea rotunda.
Mas allá del insoportable coste en vidas humanas, la estadística citada induce a
una pregunta de gran calado y, lamentablemente, de rigurosa actualidad: ¿cual
es la incidencia del terrorismo en la actividad económica?, o más precisamente,
¿cuáles son los costes económicos del terrorismo?
Por terrorismo se entiende el uso o amenaza de uso de la violencia por parte de
individuos o grupos para obtener objetivos políticos a través de la intimidación
de amplios colectivos más allá de las víctimas inmediatas. Para calificarse de
terrorista un ataque debe contener un motivo político, lo que pone bien a las
claras que el uso de la violencia política no solo no es eximente alguno sino que
tipifica un acto específico y execrable de criminalidad denominado terrorismo.
Los costes asociados al terrorismo no son homogéneos. Es fácil entender que la
incidencia será distinta en un escenario de guerra civil y violencia generalizada
de aquellos escenarios alternativos como los que vienen definidos por atentados
de baja frecuencia y alto impacto o alternativamente de alta frecuencia e
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impacto bajo pero sostenido. Y naturalmente, es obvia la distinción entre
aquellos efectos directos de un acto o actos de sabotajes y sus correspondientes
efectos indirectos o de medio y largo plazo. Analicemos estos supuestos.
La actividad terrorista permanece altamente concentrada en cinco países, Irak,
Nigeria, Afganistán, Pakistán y Siria. Estos países censan el 78 por ciento de la
victimas mortales ocurridas en 2014. Aunque se halle altamente concentrado, el
terrorismo se extiende por más países. El número de estos que han registrado
más de 500 muertes ha pasado de 5 a 11, un crecimiento del 120 por ciento en
relación al año anterior. Los seis nuevos países que engrosan la infame lista son
Somalia, Ucrania, Yemen, República centroafricana, Sudán del sur y Camerún.
Todos ellos, aunque de manera especial los cinco primero citados, se
desenvuelven en un escenario económico caótico, sin perspectivas de inversión
exterior ni crecimiento y los estragos de las acciones terroristas tienen una
causalidad directa en su más que precaria situación económica, compensada
desigualmente por ayudas internacionales públicas o de la sociedad privada
civil. Nigeria ha registrado la mayor intensificación de muertes terroristas con
7.512 asesinatos en 2014. Boko Haram es la franquicia terrorista más peligrosa
del planeta. Como es lógico, 10 de los 11 países citados registran los mayores
niveles de refugiados y desplazados del mundo. Solamente el conflicto sirio ha
resultado en 4 millones de emigrantes fuera de sus fronteras y siete millones
mas de desplazados internos.
Diferente es la incidencia en aquellas latitudes geográficas azotadas por un
terrorismo de alta frecuencia e impacto bajo pero sostenido. Es el caso de lo
acontecido en Israel, Colombia o Euskadi. Alberto Abadie y Javier Gardeazabal
han investigado minuciosamente el caso vasco, durante el apogeo de la banda
terrorista ETA. Al comienzo de la actividad terrorista en los años 70, Euskadi
ocupaba la tercera posición en el ranking de renta per cápita en España. Tras 30
años de sufrimiento bajo la mordaza de la banda, ocupaba el sexto lugar. Los
autores concluyen que el terrorismo costó al País Vasco más del 10% del PIB per
cápita desde finales de los 60 a mediados de los 90 del pasado siglo. Otros
analistas han elevado el porcentaje hasta el 20%.
El tercer colectivo –atañe también al reciente atentado de Paris- se refiere a los
escenarios de baja frecuencia y alto impacto. Tres ejemplos destacados, junto al
reciente de la capital francesa, son el 11S de 2001 en Nueva York y Washington,
el 11M de 2004 en Madrid, o Londres en Julio de 2005. En todos los casos se
registró un efecto impacto negativo tanto en las bolsas como en la economía real
con caídas del consumo, renta e inversión extranjera. Pero las pérdidas
económicas potenciales de los ataques resultaron asumibles a los pocos meses.
Aunque importantes, han sido poco significativas en términos relativos en el
cuadro macroeconómico de los países examinados. En todo ello jugaron un
papel importante políticas económicas inteligentes arbitradas de forma
inmediata para paliar el importante traumatismo del impacto inicial.
Con todo, los costes económicos del terrorismo se han incrementado
dramáticamente. El Instituto para la Economía y la Paz (IEP) en su ‘Índice de
terrorismo global’ de 2015 estima conservadoramente aquellos en la cifra record
en 2014 de 52.900 millones de dólares con un impacto global –entre costes
directos e indirectos- de 105.800 millones de dólares. Ello supone un
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incremento del 61 por ciento en relación a 2013 y del mil por cien desde el año
2000.
Los costes directos de los ataques terroristas incluyen el valor de las vidas
humanas perdidas y coste de sanación de los heridos, los destrozos de bienes y
propiedad, los gastos de limpieza rescates y recuperación, asistencia temporal a
los desplazados, y los impactos directos sobre los negocios -reducción de ventas-
fundamentalmente en turismo, medios de comunicación y otros servicios. La
medición de los costes indirectos es menos tangible y precisa y consisten en la
respuesta ocasionada tanto por el sector publico como el privado a los ataques
terroristas y en particular a su prevención y minimización. En las cifras citadas
del IEP no se incluyen los efectos indirectos citados.
El hecho de no estar censados en el informe no evita remitirse a su elevado
importe económico y extraordinaria importancia. Por ejemplo, en respuesta al
11S Estados Unidos se lanzó a una guerra de 13 años en Afganistán cuyo coste se
estima en 690.000 millones de dólares. La guerra con Irak le ha supuesto
815.000 millones de dólares. Entre las dos ha registrado 6.800 bajas, más del
doble de las muertes del 11S.
De absoluta actualidad se halla el caso de Francia. Según su ministro de
economía Michel Sapin, Francia quiere destinar 1.200 millones de euros
adicionales en 2016 para la lucha contra el yihadismo, 600 en defensa y otros
tantos en Justicia e Interior. Una propuesta aplaudida en el Parlamento y que
cuenta con la comprensión de Dijsselbloem y de Moscovici, los veladores en
Bruselas de la disciplina presupuestaria francesa.
El IEP ha formulado una estimación agregada de los gastos agregados en
seguridad nacional, hallando que el mundo gasta aproximadamente 117.000
millones de dólares al año en financiar agencias de seguridad nacional cuyo
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objeto es la prevención de la actividad terrorista.
Hemos señalado anteriormente que los costes económicos directos del
terrorismo han alcanzado en 2014 su cifra record de 53.000 millones de
dólares. Como mero dato de referencia, la cifra es irrisoria si se compara con los
1,7 billones de dólares que es el importe de las perdidas derivadas de la
criminalidad y homicidio común en 2014, siempre según el IEP, una suma 32
veces mayor.
Y una consideración final. Hoy lunes arranca en Paris COP 21, la cumbre en la
que 195 países tratarán de cerrar un acuerdo global contra el cambio climático.
Sin el menor ánimo de devaluar la importancia del fenómeno de la violencia
política, tengo para mí que el terrorismo no va a destruir nuestra civilización.
Pero si no se toman las medidas oportunas, el calentamiento global si puede
hacerlo.