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El quehacer de los hombres no tradicionalistas en el sistema patriarcal1
Autor: Arturo Javier Reséndiz Trejo
Lic. En Sociología egresado de la Universidad Autónoma de Querétaro. Actualmente es
estudiante en el posgrado de Familias y Prevención de la Violencia en la misma institución.
También participa en la asociación civil feminista AQUESEX (Asociación Queretana de
Educación para las Sexualidades Humanas A.C.)
Resumen
La presente ponencia tiene como propósito el vislumbrar a los hombres no tradicionalistas,
sobre todo su condición actual, su quehacer en el mismo sistema patriarcal, así como su
formación y cómo es que emergen. Partimos de que existen dos tipos de hombres no
tradicionalistas, uno es el que emerge debido a las trasformaciones sociales que tienen un
impacto en las familias, y de esta manera coercionan los roles de género y la división
sexual/intrafamiliar del trabajo, generando pequeñas transformaciones en los códigos de la
masculinidad. El segundo tipo son los hombres que emergen de forma voluntaria, es decir,
que por convicción se inmiscuyen en los temas relacionados a la teoría de género y a los
movimientos feministas. Lo que se pretende demostrar son sus diferencias pero a la vez su
complementariedad entre ambos modelos y cuál es la relación que tiene el uno con el otro y
en general con la lucha feminista.
El sistema patriarcal
El género es una categoría sociocultural que divide de forma dicotómica a la humanidad. Está
construida a partir de abstracciones subjetivas con valor simbólico que “hacen referencia a lo
alto/ bajo, arriba/abajo, delante/detrás, seco/húmedo, duro/blando, sazonado/soso,
claro/oscuro, fuera (público)/dentro (privado), etc., que, para algunos, corresponden a unos
movimientos del cuerpo (alto/bajo//subir/bajar)” (Bourdieu, 1998:20).
Por lo tanto, lo masculino y lo femenino se construyen a partir de los adjetivos mencionados,
ellos son abstraídos por el hombre comparando su órgano sexual, cuando está erguido, con lo
alto, lo grande, lo rígido y a partir de esas abstracciones es como se estructuran subjetividades
enaltecedoras de la sexualidad masculina sobre la femenina.
Una vez que esas abstracciones han sido dotadas de subjetividades simbólicas alusivas al
poder y al dominio, se obtiene una serie de configuraciones en las prácticas y en las relaciones
sociales, ya que a partir de la abstracción, estos dos seres quedan polarizados mutuamente,
1 Ponencia presentada en el V Coloquio de Estudios de Varones y Masculinidades. 14-16 enero 2015, Santiago de
Chile.
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como seres dicotómicos. Por tanto, su relación queda sostenida en el poder, y en algunos casos
en la violencia. Dichas abstracciones se construyen a partir de los órganos sexuales, el falo
erguido asemeja a lo fuerte, a lo que es difícil derrumbar, mientras que la vagina queda
asimilada a la abertura, a lo húmedo, así a “las mujeres se les consideran seres inferiores
porque, al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su
“rajada” que jamás cicatriza” (Paz, 1987:18).
Después de haber explicado cómo es que se configura el género a partir del proceso de
abstracción de subjetividades androcéntricas y de cómo se organizan los grupos a partir de la
división sexual del trabajo, es pertinente relacionar esos dos hechos con la posterior
estructura del sistema patriarcal. Para ello es necesario explicar y definir qué se entiende por
sistema.
Para Parsons:
un sistema social consiste en una pluralidad de actores individuales que interactúan entre sí en una
situación que tienen un aspecto físico o de medio ambiente, cuyas relaciones con sus situaciones están
mediadas y definidas por un sistema de símbolos culturalmente estructurados y compartidos
(1982:19).
En efecto, el sistema social consiste en el funcionamiento de una red de comunicaciones e
interacciones entre individuos. Dichas interacciones y/o relaciones, se encuentran motivadas
por un sistema cultural que las media y define.
Con base a lo anterior, el sistema cultural-simbólico, que permea las interacciones, se
encuentra a la vez estructurado a partir de las abstracciones subjetivas, o dicho de otra forma,
a partir de la estructuración de un modelo ideológico se construye el sistema cultural, creando
así una serie de discursos legítimos de una sociedad dada. Así, el sistema social se construye
sobre abstracciones subjetivas androcéntricas, generando interacciones, relaciones y
prácticas jerarquizadas.
Un sistema estructurado sobre principios androcéntricos, no podrá dar un resultado más que
el de relaciones desiguales entre lo masculino y lo femenino, y es en la división sexual del
trabajo donde se institucionaliza. Esta “institucionalización” comienza en la familia, ahí la
mujer tiene el rol de la reproducción social, el trabajo doméstico y las tareas de cuidado;
mientras que el hombre es legitimado como el proveedor que debe apropiarse del espacio
público para producir el desarrollo de la familia y el hogar. Según Lerner:
El patriarcado es una creación histórica elaborada por hombres y mujeres en un proceso que tardó casi
2.500 años en completarse. La unidad básica de su organización era la familia patriarcal, que expresaba
y generaba constantemente sus normas y valores. Así puede vislumbrarse de qué manera tan profunda
influyeron las definiciones del género en la formación del Estado (Lerner, 1986:04)
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De esta manera, y como señala Parsons, las relaciones son mediadas y definidas por un
sistema de símbolos culturalmente estructurados y compartidos, y estas son transmitidas
generacionalmente, lo que hace que perduren las creencias androcéntricas.
La cultura androcéntrica agresiva y violenta, se puede traducir en la práctica de la ideología
machista. Dicha cultura estructurada como un sistema simbólico, y como motivador de las
acciones sociales, crea la desigualdad entre hombres y mujeres. Bajo las premisas del sistema
cultural compartido, hombres y mujeres construyeron instituciones sociales, que legitiman la
desigualdad.
Así pues, a las consecuencias de la socialización a partir del género (la cual resulta inevitable,
ya que somos seres genéricos) se les pueden considerar como efectos patriarcales; la
normalización de la dicotomía entre los sexos, la heteronormatividad que sanciona o
considera anomía toda manifestación alterna a la heterosexual (como la homosexualidad), el
orden social androcéntrico, leyes y normas que regulan las prácticas de los individuos
conforme al sexo, institucionalización de la cultura machista, la estigmatización de personas
que alteren el reglamento del género, la culturalización como proceso de interiorización y
reproducción de la ideología machista, la división sexual del trabajo reflejado en las leyes, etc.
“Cada actor individual se encuentra implicado en una pluralidad de semejantes relaciones
interactivas, cada cual con una o más parejas en el rol complementario” (Parsons, 1982.p. 36).
Así pues, en la red de relaciones sociales las subjetividades androcentristas son interactuadas,
compartidas e interiorizadas, creando toda una cultura patriarcal. Según Durkheim:
El proceso de internalización y de adopción de los discursos es posible por las subjetividades y
prácticas que son construidas y transmitidas por las generaciones anteriores; se reciben y se adoptan
porque están investidas de una autoridad particular que la educación ha enseñado a reconocer y a
respetar (Durkheim, 1986, 48).
Modelo tradicional masculino
Por lo tanto, así como a la mujer se le asignan roles subordinados o de menor prestigio, al
hombre se le asignan otros preceptos con connotaciones simbólicas de dominio, que lo
depositan en el rol del dominador. En éste caso existe todo un código simbólico que exige
diversas prácticas masculinas, como lo son la supuesta mayor pulsión sexual, mayor
agresividad en el desempeño de las tareas, que desempeñe el papel del hombre proveedor, el
empoderamiento en la relación de noviazgo, etc. éste tipo de códigos o representaciones de lo
que supuestamente debe de ser un hombre, son expectativas que deben ser llevadas a cabo, ya
que el no hacerlo conlleva a representarse socialmente como el débil o el cobarde (término
configurado y dirigido únicamente al hombre). Como menciona Octavio Paz; “el ideal de la
‘hombría’ consiste en no ‘rajarse’ nunca. Los que se ‘abren’ son cobardes. El mexicano podrá
doblarse, humillarse, ‘agacharse’ pero no ‘rajarse’”.
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Éste tipo de discursos se encuentran fuertemente arraigados en la cultura e ideología
machista, en la que al hombre se le niega toda asociación con la feminidad, porque ello
significaría una desobediencia casi ancestral. Steve J. Stern menciona que “los hombres
superiores por color y clase utilizaban el insulto verbal y la humillación ritual para proclamar
que los pobres y los colonizados estaban más cerca de la violación femenina, mientras que los
privilegiados estaban más cerca de la dominación masculina” (Stern, 1999, 234-235), lo que
demuestra claramente la denigración de la mujer, pues para insultar a un hombre sólo
bastaba, o basta, con ponerlo en contacto con la feminidad, siendo esto una especie de
violación a sí mismo.
El ejercicio y práctica de todas estas y más expectativas patriarcales, conllevan a un continuo
malestar, incluso a una misma autoagresión ya sea masculina o femenina. Así pues, la
dominación masculina tiene todas las condiciones para su pleno ejercicio.
La posición simbólicamente dominante del hombre, del aristócrata, del jefe, entre otros, sólo puede
entenderse por una persona que ha aprendido el “código”. Es decir, que es algo que no tiene que
pensarse y que origina de algún modo la violencia simbólica que ella misma sufre (Bourdieu citado en
Villalva, 2005, 57).
“Así se legitima la división entre los sexos pareciendo así, estar «en el orden de las cosas»,
como se dice a veces para referirse a lo que es normal y natural, hasta el punto de ser
inevitable” (Bourdieu, 1998, 21).
Por lo tanto pareciera ser que la violencia es el lenguaje del género, porque en sí la categoría
ya es violenta, es asignada de manera violenta porque se impone sin consultarnos si queremos
aceptar los roles de género, es impuesto sin un consentimiento racional. Por lo tanto el
obedecer los roles de género puede suponer la reproducción constante de la violencia. Y en
efecto, lo que ocurre cuando en un contexto como el mexicano, un varón no obedece el
reglamento del género, inmediatamente es excluido, rechazado o discriminado, y por ende,
violentado. Sin embargo no quiere decir que tanto el género como la violencia sean
condiciones inherentes a la condición humana, sino que ambos son construcciones
sociales que pueden ser evitables.
Varones no tradicionalistas
Para abordar el tema de la construcción de la masculinidad alterna a la tradicional o a los
modelos tradicionalistas, es pertinente partir desde las premisas, las cuales suponen ser dos;
las transformaciones familiares y el impacto del trabajo de mujeres feministas ante las
injusticias sociales. Tal construcción es de dos tipos; una voluntaria y una involuntaria. La
segunda refiere a la coerción que sufre el modelo tradicional masculino por medio de las
transformaciones sociales, éstas motivan a que se generen cambios en las estructuras
familiares, sobre todo en la división sexual/intrafamiliar del trabajo. Sin embargo esto no
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quiere decir que las relaciones de poder sean democráticas, sino que el poder se ejerce y/o se
distribuye con más facilidad que en las familias tradicionalistas.
Debido a tales cambios estructurales es que los hombres se ven en la necesidad de ejercer
prácticas que no competen con los roles tradicionales de la masculinidad, ahora estos
hombres deben desempeñar tareas como el cuidado de los y las hijas, de realizar las compras
del hogar, de realizar actividades domésticas, etc. Sin embargo, estos cambios no son del todo
motivados por concientización respecto a la opresión que viven las mujeres por razones de
género, si no que están motivadas por la estructura social.
El segundo tipo de hombres no tradicionalistas, son los que por razones consientes de la
construcción social del género y de la injusta distribución de roles, cuestionan el sistema
ideológico sobre el cual está construida su masculinidad. Éste modelo se ve reforzado o
motivado por la lucha feminista.
Ambos modelos deben estudiarse y analizarse para comprender el quehacer de los hombres
no tradicionalistas. Para abordar dicho análisis es pertinente comenzar por el primer modelo,
el involuntario.
A partir de las transformaciones estructurales como las crisis económicas, el desempleo, el
incremento de las clases medias, etc. se ven susceptibles a tales transformaciones las prácticas
y relaciones familiares. Las transformaciones familiares están ligadas a las sociales, ya que la
familia, como lo dice Edgar Morin, así como la parte está en el todo, el todo también está en la
parte y en palabras de Pilar Calveiro; así como la familia está en la sociedad, esta también
puede encontrarse al mirar a la familia, sin que una reduzca a la otra. La familia
tradicionalista, considerada como la nuclear, la cual se basa en que el parentesco es y debe ser
considerado a partir de la consanguinidad, puede ser considerada como el nido de los roles
tradicionalistas de género. Por ello que sea tan importante el estudio de las familias, para así
prescindir de un modelo tradicional de familia, como el nuclear, aunque ello represente una
transgresión a la normatividad de las familias. Por otra parte, Carton de Grammont menciona
que “la investigación etnológica ha aportado nuevos enfoques para el análisis de las familias,
mostrando que no existe un modelo predominante de organización familiar, sino que éste
depende del contexto histórico, social, cultural y político en el cual se inserta” (Grammont,
2004:357). Por lo que el considerar un modelo de familiar como universal, excluye e
invisibiliza otros tipos de modelos, y además prescinde de la diversidad estructural de los
contextos específicos donde se desenvuelven las familias. “La ‘familia nuclear patriarcal
restringida’, formada entre 1550 y 1700, se caracterizaba por la decadencia de la parentela y
de la comunidad, por el creciente peso de la unidad conyugal elemental y por el patriarcado,
por el poder del varón marido-padre” (Esteinou, 2004:107).
La principal trasformación de las familias, considero que es la deconstrucción del parentesco,
puesto que a través de la visión del familismo, éste sólo podía considerarse como tal a partir
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de las relaciones consanguíneas. Tal visión exiliaba otras formas de relaciones de parentesco.
“La familia conyugal ha sido siempre conocida. Surge fundada en lo biológico para arropar a la
Madre e Hijo. Surge en todas las culturas de una pareja heterosexual de adultos y con fines de
procreación” (Valvidia, 2008:17).
Las crisis económicas son una causa de las transformaciones familiares. El efecto más visible
puede ser la del cambio de rol de la mujer como madre enfrascada en las tareas del hogar y los
trabajos reproductivos. Las crisis económicas representaron un paliativo de transformación
para los roles de género.
Según la CEPAL (2006):
La incorporación de las mujeres al trabajo asalariado en la actualidad ha sido una de las transiciones
más significativas para las dinámicas familiares, por los movimiento sistémicos que acarrea en: la
definición de los roles en las familias, la distribución del poder y la toma de decisiones, la distribución
del tiempo y las cargas de trabajo, pero sobre todo porque ha modificado las responsabilidades entre
ellas y sus hijos (Loria, 2006:07).
Sin embargo el aporte de la mujer a los ingresos del hogar no significa automáticamente una
distribución más igualitaria del poder familiar. “El predominio de la autoridad masculina, la
subordinación de la mujer y el aumento de la violencia son todavía situaciones preocupantes”
(Schmukler, 1999:119). Aunado a dicho aporte “es fundamental el control que las mujeres
puedan efectivamente ejercer sobre los ingresos generados por ellas, como vía para elevar el
poder de negociación en el seno de las familias” (Blumberg en Esteinou, 2009:150).
Así, los cambios sociales generaron un impacto en las relaciones familiares y en los roles de
género interiorizados en la familia.
Según Valvidia, tradicionalmente al hombre le correspondía:
Como esposo, el cuidado y protección de la esposa en una atmósfera de autoridad. En relación a los
hijos, la ayuda para el propio autocontrol. En relación a la casa, la función pública, el trabajo y
mantenimiento económico del hogar. En relación al trabajo, la división sexual era una norma clara
(Valvidia, 2008:17).
Sin embargo estas prácticas desempeñadas por el hombre se vieron coercionadas por los
pequeños cambios en los roles familiares que obedecían a las transformaciones
macrosociales.
Por otra parte y para reforzar las transformaciones de los roles de género, la separación de los
cónyuges comienza a surgir como una necesidad de reorganización y de planificación. Ello
rompe con el mito del amor romántico propiciado por el sistema patriarcal. Dicho mito
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refuerza aún más el sometimiento de la mujer generando expectativas enaltecedoras de las
relaciones entre hombres y mujeres.
Según Beck Gernsheim:
Durante el siglo XIX va surgiendo poco a poco una necesidad de recurrir a la separación de la pareja, es
decir un número, al principio muy pequeño y cada vez mayor, de hombres y mujeres ya no está
dispuesto a cargar con un matrimonio dado, sino que quiere la separación, lo cual generó que
incrementara la presión sobre el Estado para cambiar el marco legal respecto al matrimonio, por lo que
la representación social respecto al matrimonio, pierde la autoridad moral, por lo que se va generando
una normalización de la separación (Gernsheim, 2003:51).
Con base en lo anterior, es que el divorcio pierde cierto estigma y es considerado ahora parte
ordinaria o cotidiana de las relaciones familiares, teniendo así la opción de hacer y rehacer
relaciones afectivas. Lo que quiere decir es que como menciona el historiador Shorter; “no era
que la institución matrimonial hubiera llegado a su fin, lo que terminaba era la idea de
matrimonio para toda la vida” (citado en Saint-Jaques & Parent, 2003:22).
Posteriormente al divorcio deviene una post-organización, que requiere de un debido
consenso por medio del cual las personas involucradas deberán asimilar su actual condición
individual. Aunado a ello las relaciones de los y las familiares sufren una transformación, pues
al no pertenecer ya a la misma unidad doméstica, estas relaciones sufren transformaciones
que radican en el distanciamiento. Ahora bien, “muchos de los divorciados, se casan de nuevo
o comparten su vida sentimental con otra persona sin el certificado de registro, y pueden
incluso tener nuevos/as hijos/as. En consecuencia, cada vez son más las/os hijas/os que
tienen un nuevo padre o una nueva madre” (Beck Gernsheim, 2003:69).
Ahora bien, el segundo modelo de hombres no tradicionalistas, el voluntario surge
principalmente por un cuestionamiento de los roles de género y por una inconformidad en
cuanto a tal construcción, surge del vislumbramiento de la injusticia que viven mujeres y de la
lucha feminista. Este modelo representa una alteración al orden patriarcal y al reglamento del
género, sobre todo por los planteamientos que se realizan a las estructuras de dominación
masculina.
Este modelo surge de manera voluntaria, es decir por convicciones, puesto que su
transformación se considera a partir de que estos se involucran en los temas del género y del
feminismo. Incluso pudieron ser compañeros de mujeres feministas y tener puestos en
asociaciones feministas.
El quehacer y la condición social de esos varones
Ahora bien, es necesario y pertinente preguntarse ¿en dónde están esos hombres no
tradicionalistas y cuál es su status? ¿Cómo socializan y se desarrollan en un sistema patriarcal
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que oprime a lo que no se considera normativo? ¿Cuál es su condición ante las adversidades
estructurales patriarcales?
Cuando los hombres tradicionalistas realizan una transformación a partir de involucrarse a
los temas de teoría de género o ante las injusticias que viven las mujeres y todas las personas
que no embonan en los marcos normativos (niña/os, diversidades sexuales, ancianos/as, etc.),
tienden a sufrir una transformación que cuestiona al género y a sus formas de dominación, ya
sean políticas o culturales.
Por lo tanto los hombres que deciden por su propia cuenta transformar su masculinidad
atentan contra el sistema patriarcal, lo cual puede generar una serie de repercusiones para
éste, tales repercusiones pueden generarse desde su socialización más inmediata; en sus
relaciones familiares. Ello porque el sistema patriarcal sujeta a los individuos y no deja
exentos, no se puede considerar como un ente aislado a la familia, sino que ésta se encuentra
en una relación constante con el sistema macrosocial. Por lo tanto los roles de género que se
han aprehendido en casa, son también cuestionados y puestos en duda.
La condición social de estos hombres puede ser un tanto riesgosa, porque por un lado
enfrentan la estructura hegemónica, pero por otro también puede sufrir una pérdida de su
identidad de género y verse alteradas sus relaciones sociales. Por ejemplo, un hombre no
tradicional voluntario no puede deshacer la estructura ideológica que lo tiene sujetado y no
llevar a la práctica tal conocimiento, sino que las prácticas deben estar condicionadas y
motivadas por tal aprendizaje. Y si lo hace, éste enfrentará la estructura teniendo como
consecuencias repercusiones tanto simbólicas, psicológicas y sociales.
Por lo anterior no se pretende mencionar que sea algo negativo el que los hombres enfrenten
la estructura patriarcal, si no que se trata de evidenciar el proceso de duelo, y sobre todo para
lograr una propuesta tanto de intervención como de acción participativa que tenga como
objetivo reforzar los avances feministas. Por esto tampoco se quiere dar a entender que la
tarea o el quehacer del hombre no tradicionalista sólo deba solidarizarse con el activismo
feminista, sino que también debe de producir nuevas propuestas enfocadas para hombres,
sobre todo si se trata de hombres no tradicionalistas involuntarios o con aquellos que han
ejercido violencia contra otras personas o contra sí mismos.
Los hombres no tradicionalistas tienen que crear su propia lucha motivada bajo la misma
premisa que la lucha feminista; el deshacer los aparatos de dominación y hegemonía
masculina, aunado a ello, su trabajo debe recaer en intervenir con hombres en conflictos;
como hombres que ejercen violencia algún tipo de violencia y en la producción científica de
los estudios de género.
El principal elemento que se ve deteriorado es el de la identidad de género. Esta tiene una
gran importancia para todas las personas puesto que es por la cual se desarrolla la
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socialización e interacción de los individuos. Sin embargo la identidad masculina tiende a ser
violenta debido a la misma construcción ya violenta de la masculinidad.
La importancia de intervenir y de trabajar con este tema, es demostrar que ante el sistema
patriarcal, no forzosamente se necesita ser mujer para enfrentarlo o estar inconforme, sino
que hay que entenderlo o comprenderlos como una estructura opresiva contra personas que
no comparten las expectativas patriarcales, y que no es sólo una lucha que les competa a las
mujeres, sino también a los hombres.
Varones no tradicionalistas ante la violencia de género y contra las mujeres
La coerción y coacción social que viven los hombres es la misma que viven las mujeres, en
cuanto a roles de género, sin embargo la brecha entre hombres y mujeres respecto a la
violencia que viven las segundas es bastante ancha.
La violencia es un conjunto de prácticas-acciones que desvaloriza la vida de sobre quien se
ejerce, éste se encuentra motivado por un sistema cultural-simbólico y político que normaliza
la jerarquización de un tipo de vida sobre otras que no se pueden considerar iguales, por lo
tanto éstas no pueden aspirar a la justicia debido a que se consideran no normales, o no
dignas de duelo como diría Butler.
Marta Torres afirma que “ese conjunto de prácticas está asociado a la masculinidad y a la
representación social de los varones” (Torres, 2010:60), y aunado a ello la violencia está
intrínsecamente relacionada con el ejercicio del poder, con la pretensión del dominio y el
empoderamiento de uno o una sobre otro u otra.
La violencia de género está dirigida en contra de personas que difieran de los códigos
heteronormativos, ya sean niños o niñas, homosexuales, lesbianas, transexuales, ancianos y
ancianas, etc. Siempre y cuando haga alusión o esté motivada por razones de género.
En el sistema patriarcal, la violencia que se genera contra las mujeres tiene una connotación
simbólica motivada por subjetividades androcentristas, y estas tienen el propósito de
menospreciar y desvalorizar las vidas de las mujeres por su condición diferente a la
heteronormativa. Éste tipo de violencia se ve reflejada en instituciones, en la cultura y en los
actos directos que sufren las mujeres o toda persona que competa con la feminidad.
La violencia contra las mujeres es un fenómeno que atenta específicamente su integridad, sea
por razones de sexo o género o por el simple hecho de ser mujer. Ante tal fenómeno, los
hombres no tradicionalistas deben de estar solidarizados con las activistas feministas que
luchan por la justicia de estos actos.
Pues bien, el contexto en México para las mujeres, puede ser considerado como un terreno
violento y peligroso, sobre todo porque el país está pasando por una fuerte crisis de violencia
que arremete contra las y los marginados que no se consideran que son parte de los marcos
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normativos, así como; indígenas, homosexuales, estudiantes, ancianos/as, niñas/os, mujeres,
etc.
Pero ¿qué es lo que ocurre cuando un país, como el mexicano, donde se considera que hay un
aparato o marco legal que avala los derechos de las mujeres y de niñas y niños, el resultado
que no es el que se esperaría? Es decir, el impacto en las prácticas no se ve coercionado por
dichos marcos legales, reflejado en los números de casos de violencia contra las mujeres.
Entonces, ¿el Estado sólo funge como penalizador y no como un sistema que pudiera prevenir
tal violencia?
En efecto, el sistema institucional y político, no puede considerarse como un interventor que
prevenga la violencia, en todo caso, podría considerarse como lo contrario, ya que por un lado
promueve la violencia contra la mujer por medio de la discriminación de diversas índoles,
como la salarial, la laboral, la política, etc. pero por otro, construye una imagen o
representación de sí mismo donde promueve la igualdad de género por medio de acuerdos o
pactos internacionales.
El caso de Ciudad Juárez representa el ejemplo más visible de la violencia contra la mujer. Y lo
más importante representa la triada de la violencia, institucional, cultural y práctica. Aunado a
ello surge otro componente de la legitimación de la violencia contra la mujer, la impunidad.
Ésta funge como componente de la culturalización de la violencia masculina contra las
mujeres, ya que el Estado minimiza los casos de violencia, y la sociedad los tolera hasta el
hecho de cotidianizar a las mujeres como objetos maleables.
Organizaciones y movimientos feministas en México han hecho un gran trabajo para defender
los derechos de las mujeres, y gracias a tal lucha es que se han conseguido grandes avances,
como la despenalización del aborto en diferentes estados del país o los matrimonios del
mismo sexo. Sin embargo no se ha logrado desbalancear la violencia como la sexual.
Ahora bien, como varón o como hombre “privilegiado” por el simple hecho de serlo, ¿cuál es el
papel o rol del hombre no tradicionalista ante tales efectos patriarcales?
Como individuo sujeto al sistema cultural, es posible entender la coerción por la que los
hombres y mujeres somos perceptibles, sin embargo, el concientizar o percatarse de la
construcción jerárquica del género, posibilita la deconstrucción de los preceptos
androcéntricos. Como varón no corro el mismo riesgo al salir de casa y ser acosado como lo
vive una mujer, tampoco corro el mismo riesgo que una mujer al caminar después de las 12
am, ni tampoco corro el mismo riesgo de ser víctima de trata o explotación sexual, ni de que
me violen, sin embargo, como persona tampoco puedo estar de acuerdo en que esas prácticas
se mantengan vivas y se sigan reproduciendo. Esa es una tarea o un quehacer importante de
los hombres no tradicionalistas consientes de la discriminación y marginación que viven las
mujeres. Además de ello, la indignación no tiene que surgir a partir de que vivamos
11
directamente un acto de discriminación o marginación, sino que se tiene que ser empático
ante tales circunstancias.
Conclusión
En el contexto contemporáneo mexicano, la violencia se propaga y se cotidianiza
culturalmente, la violencia es ejercida por el Estado y su práctica se legítima mediante la
interacción cultural y la política, y en su mayoría las personas que la sufren son las
marginadas, ya sea por género, por nivel económico, por el color de piel, por ser indígena, y un
interminable etcétera. Por ello es que tanto el feminismo como el posible movimiento
masculinista apuntan a una lucha no sólo por los géneros que les compete, sino por todas las
categorías sociales que se encuentran en el lecho de la marginación y exclusión social. Es por
ello que los hombres no tradicionalistas tenemos la tarea de culturalizar los preceptos no
androcentristas y combatir la violencia de toda índole.
Los hombres no tradicionalistas, tanto el voluntario como el involuntario, tienen un papel
fundamental para el desarrollo de los estudios de género. Sin embargo el primer modelo tiene
una responsabilidad mayor que el segundo, puesto que debido a que su transformación es de
índole voluntaria, éste debe de acarrear con una mayor responsabilidad para/con otros
hombres que se hallen en conflicto patriarcal, y debe de recaer en la atención de otras
personas que sean oprimidas por el sistema patriarcal. Y sobre todo tiene una responsabilidad
con el segundo modelo, ya que su transformación de éste es involuntaria, y mientras no reciba
cierta intervención, dicha transformación no podrá desembocar en igualdad.
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Entendido lo femenino como una categoría social donde no sólo las mujeres tienen un papel
determinante, sino que en la misma categoría son depositadas las personas que difieren de la
heteronormatividad masculina; homosexuales, niños/as, ancianos/as, hombres no violentos, etc.

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EL quehacer de los hombres no tradicionalistas en el sistema patriarcal

  • 1. 1 El quehacer de los hombres no tradicionalistas en el sistema patriarcal1 Autor: Arturo Javier Reséndiz Trejo Lic. En Sociología egresado de la Universidad Autónoma de Querétaro. Actualmente es estudiante en el posgrado de Familias y Prevención de la Violencia en la misma institución. También participa en la asociación civil feminista AQUESEX (Asociación Queretana de Educación para las Sexualidades Humanas A.C.) Resumen La presente ponencia tiene como propósito el vislumbrar a los hombres no tradicionalistas, sobre todo su condición actual, su quehacer en el mismo sistema patriarcal, así como su formación y cómo es que emergen. Partimos de que existen dos tipos de hombres no tradicionalistas, uno es el que emerge debido a las trasformaciones sociales que tienen un impacto en las familias, y de esta manera coercionan los roles de género y la división sexual/intrafamiliar del trabajo, generando pequeñas transformaciones en los códigos de la masculinidad. El segundo tipo son los hombres que emergen de forma voluntaria, es decir, que por convicción se inmiscuyen en los temas relacionados a la teoría de género y a los movimientos feministas. Lo que se pretende demostrar son sus diferencias pero a la vez su complementariedad entre ambos modelos y cuál es la relación que tiene el uno con el otro y en general con la lucha feminista. El sistema patriarcal El género es una categoría sociocultural que divide de forma dicotómica a la humanidad. Está construida a partir de abstracciones subjetivas con valor simbólico que “hacen referencia a lo alto/ bajo, arriba/abajo, delante/detrás, seco/húmedo, duro/blando, sazonado/soso, claro/oscuro, fuera (público)/dentro (privado), etc., que, para algunos, corresponden a unos movimientos del cuerpo (alto/bajo//subir/bajar)” (Bourdieu, 1998:20). Por lo tanto, lo masculino y lo femenino se construyen a partir de los adjetivos mencionados, ellos son abstraídos por el hombre comparando su órgano sexual, cuando está erguido, con lo alto, lo grande, lo rígido y a partir de esas abstracciones es como se estructuran subjetividades enaltecedoras de la sexualidad masculina sobre la femenina. Una vez que esas abstracciones han sido dotadas de subjetividades simbólicas alusivas al poder y al dominio, se obtiene una serie de configuraciones en las prácticas y en las relaciones sociales, ya que a partir de la abstracción, estos dos seres quedan polarizados mutuamente, 1 Ponencia presentada en el V Coloquio de Estudios de Varones y Masculinidades. 14-16 enero 2015, Santiago de Chile.
  • 2. 2 como seres dicotómicos. Por tanto, su relación queda sostenida en el poder, y en algunos casos en la violencia. Dichas abstracciones se construyen a partir de los órganos sexuales, el falo erguido asemeja a lo fuerte, a lo que es difícil derrumbar, mientras que la vagina queda asimilada a la abertura, a lo húmedo, así a “las mujeres se les consideran seres inferiores porque, al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su “rajada” que jamás cicatriza” (Paz, 1987:18). Después de haber explicado cómo es que se configura el género a partir del proceso de abstracción de subjetividades androcéntricas y de cómo se organizan los grupos a partir de la división sexual del trabajo, es pertinente relacionar esos dos hechos con la posterior estructura del sistema patriarcal. Para ello es necesario explicar y definir qué se entiende por sistema. Para Parsons: un sistema social consiste en una pluralidad de actores individuales que interactúan entre sí en una situación que tienen un aspecto físico o de medio ambiente, cuyas relaciones con sus situaciones están mediadas y definidas por un sistema de símbolos culturalmente estructurados y compartidos (1982:19). En efecto, el sistema social consiste en el funcionamiento de una red de comunicaciones e interacciones entre individuos. Dichas interacciones y/o relaciones, se encuentran motivadas por un sistema cultural que las media y define. Con base a lo anterior, el sistema cultural-simbólico, que permea las interacciones, se encuentra a la vez estructurado a partir de las abstracciones subjetivas, o dicho de otra forma, a partir de la estructuración de un modelo ideológico se construye el sistema cultural, creando así una serie de discursos legítimos de una sociedad dada. Así, el sistema social se construye sobre abstracciones subjetivas androcéntricas, generando interacciones, relaciones y prácticas jerarquizadas. Un sistema estructurado sobre principios androcéntricos, no podrá dar un resultado más que el de relaciones desiguales entre lo masculino y lo femenino, y es en la división sexual del trabajo donde se institucionaliza. Esta “institucionalización” comienza en la familia, ahí la mujer tiene el rol de la reproducción social, el trabajo doméstico y las tareas de cuidado; mientras que el hombre es legitimado como el proveedor que debe apropiarse del espacio público para producir el desarrollo de la familia y el hogar. Según Lerner: El patriarcado es una creación histórica elaborada por hombres y mujeres en un proceso que tardó casi 2.500 años en completarse. La unidad básica de su organización era la familia patriarcal, que expresaba y generaba constantemente sus normas y valores. Así puede vislumbrarse de qué manera tan profunda influyeron las definiciones del género en la formación del Estado (Lerner, 1986:04)
  • 3. 3 De esta manera, y como señala Parsons, las relaciones son mediadas y definidas por un sistema de símbolos culturalmente estructurados y compartidos, y estas son transmitidas generacionalmente, lo que hace que perduren las creencias androcéntricas. La cultura androcéntrica agresiva y violenta, se puede traducir en la práctica de la ideología machista. Dicha cultura estructurada como un sistema simbólico, y como motivador de las acciones sociales, crea la desigualdad entre hombres y mujeres. Bajo las premisas del sistema cultural compartido, hombres y mujeres construyeron instituciones sociales, que legitiman la desigualdad. Así pues, a las consecuencias de la socialización a partir del género (la cual resulta inevitable, ya que somos seres genéricos) se les pueden considerar como efectos patriarcales; la normalización de la dicotomía entre los sexos, la heteronormatividad que sanciona o considera anomía toda manifestación alterna a la heterosexual (como la homosexualidad), el orden social androcéntrico, leyes y normas que regulan las prácticas de los individuos conforme al sexo, institucionalización de la cultura machista, la estigmatización de personas que alteren el reglamento del género, la culturalización como proceso de interiorización y reproducción de la ideología machista, la división sexual del trabajo reflejado en las leyes, etc. “Cada actor individual se encuentra implicado en una pluralidad de semejantes relaciones interactivas, cada cual con una o más parejas en el rol complementario” (Parsons, 1982.p. 36). Así pues, en la red de relaciones sociales las subjetividades androcentristas son interactuadas, compartidas e interiorizadas, creando toda una cultura patriarcal. Según Durkheim: El proceso de internalización y de adopción de los discursos es posible por las subjetividades y prácticas que son construidas y transmitidas por las generaciones anteriores; se reciben y se adoptan porque están investidas de una autoridad particular que la educación ha enseñado a reconocer y a respetar (Durkheim, 1986, 48). Modelo tradicional masculino Por lo tanto, así como a la mujer se le asignan roles subordinados o de menor prestigio, al hombre se le asignan otros preceptos con connotaciones simbólicas de dominio, que lo depositan en el rol del dominador. En éste caso existe todo un código simbólico que exige diversas prácticas masculinas, como lo son la supuesta mayor pulsión sexual, mayor agresividad en el desempeño de las tareas, que desempeñe el papel del hombre proveedor, el empoderamiento en la relación de noviazgo, etc. éste tipo de códigos o representaciones de lo que supuestamente debe de ser un hombre, son expectativas que deben ser llevadas a cabo, ya que el no hacerlo conlleva a representarse socialmente como el débil o el cobarde (término configurado y dirigido únicamente al hombre). Como menciona Octavio Paz; “el ideal de la ‘hombría’ consiste en no ‘rajarse’ nunca. Los que se ‘abren’ son cobardes. El mexicano podrá doblarse, humillarse, ‘agacharse’ pero no ‘rajarse’”.
  • 4. 4 Éste tipo de discursos se encuentran fuertemente arraigados en la cultura e ideología machista, en la que al hombre se le niega toda asociación con la feminidad, porque ello significaría una desobediencia casi ancestral. Steve J. Stern menciona que “los hombres superiores por color y clase utilizaban el insulto verbal y la humillación ritual para proclamar que los pobres y los colonizados estaban más cerca de la violación femenina, mientras que los privilegiados estaban más cerca de la dominación masculina” (Stern, 1999, 234-235), lo que demuestra claramente la denigración de la mujer, pues para insultar a un hombre sólo bastaba, o basta, con ponerlo en contacto con la feminidad, siendo esto una especie de violación a sí mismo. El ejercicio y práctica de todas estas y más expectativas patriarcales, conllevan a un continuo malestar, incluso a una misma autoagresión ya sea masculina o femenina. Así pues, la dominación masculina tiene todas las condiciones para su pleno ejercicio. La posición simbólicamente dominante del hombre, del aristócrata, del jefe, entre otros, sólo puede entenderse por una persona que ha aprendido el “código”. Es decir, que es algo que no tiene que pensarse y que origina de algún modo la violencia simbólica que ella misma sufre (Bourdieu citado en Villalva, 2005, 57). “Así se legitima la división entre los sexos pareciendo así, estar «en el orden de las cosas», como se dice a veces para referirse a lo que es normal y natural, hasta el punto de ser inevitable” (Bourdieu, 1998, 21). Por lo tanto pareciera ser que la violencia es el lenguaje del género, porque en sí la categoría ya es violenta, es asignada de manera violenta porque se impone sin consultarnos si queremos aceptar los roles de género, es impuesto sin un consentimiento racional. Por lo tanto el obedecer los roles de género puede suponer la reproducción constante de la violencia. Y en efecto, lo que ocurre cuando en un contexto como el mexicano, un varón no obedece el reglamento del género, inmediatamente es excluido, rechazado o discriminado, y por ende, violentado. Sin embargo no quiere decir que tanto el género como la violencia sean condiciones inherentes a la condición humana, sino que ambos son construcciones sociales que pueden ser evitables. Varones no tradicionalistas Para abordar el tema de la construcción de la masculinidad alterna a la tradicional o a los modelos tradicionalistas, es pertinente partir desde las premisas, las cuales suponen ser dos; las transformaciones familiares y el impacto del trabajo de mujeres feministas ante las injusticias sociales. Tal construcción es de dos tipos; una voluntaria y una involuntaria. La segunda refiere a la coerción que sufre el modelo tradicional masculino por medio de las transformaciones sociales, éstas motivan a que se generen cambios en las estructuras familiares, sobre todo en la división sexual/intrafamiliar del trabajo. Sin embargo esto no
  • 5. 5 quiere decir que las relaciones de poder sean democráticas, sino que el poder se ejerce y/o se distribuye con más facilidad que en las familias tradicionalistas. Debido a tales cambios estructurales es que los hombres se ven en la necesidad de ejercer prácticas que no competen con los roles tradicionales de la masculinidad, ahora estos hombres deben desempeñar tareas como el cuidado de los y las hijas, de realizar las compras del hogar, de realizar actividades domésticas, etc. Sin embargo, estos cambios no son del todo motivados por concientización respecto a la opresión que viven las mujeres por razones de género, si no que están motivadas por la estructura social. El segundo tipo de hombres no tradicionalistas, son los que por razones consientes de la construcción social del género y de la injusta distribución de roles, cuestionan el sistema ideológico sobre el cual está construida su masculinidad. Éste modelo se ve reforzado o motivado por la lucha feminista. Ambos modelos deben estudiarse y analizarse para comprender el quehacer de los hombres no tradicionalistas. Para abordar dicho análisis es pertinente comenzar por el primer modelo, el involuntario. A partir de las transformaciones estructurales como las crisis económicas, el desempleo, el incremento de las clases medias, etc. se ven susceptibles a tales transformaciones las prácticas y relaciones familiares. Las transformaciones familiares están ligadas a las sociales, ya que la familia, como lo dice Edgar Morin, así como la parte está en el todo, el todo también está en la parte y en palabras de Pilar Calveiro; así como la familia está en la sociedad, esta también puede encontrarse al mirar a la familia, sin que una reduzca a la otra. La familia tradicionalista, considerada como la nuclear, la cual se basa en que el parentesco es y debe ser considerado a partir de la consanguinidad, puede ser considerada como el nido de los roles tradicionalistas de género. Por ello que sea tan importante el estudio de las familias, para así prescindir de un modelo tradicional de familia, como el nuclear, aunque ello represente una transgresión a la normatividad de las familias. Por otra parte, Carton de Grammont menciona que “la investigación etnológica ha aportado nuevos enfoques para el análisis de las familias, mostrando que no existe un modelo predominante de organización familiar, sino que éste depende del contexto histórico, social, cultural y político en el cual se inserta” (Grammont, 2004:357). Por lo que el considerar un modelo de familiar como universal, excluye e invisibiliza otros tipos de modelos, y además prescinde de la diversidad estructural de los contextos específicos donde se desenvuelven las familias. “La ‘familia nuclear patriarcal restringida’, formada entre 1550 y 1700, se caracterizaba por la decadencia de la parentela y de la comunidad, por el creciente peso de la unidad conyugal elemental y por el patriarcado, por el poder del varón marido-padre” (Esteinou, 2004:107). La principal trasformación de las familias, considero que es la deconstrucción del parentesco, puesto que a través de la visión del familismo, éste sólo podía considerarse como tal a partir
  • 6. 6 de las relaciones consanguíneas. Tal visión exiliaba otras formas de relaciones de parentesco. “La familia conyugal ha sido siempre conocida. Surge fundada en lo biológico para arropar a la Madre e Hijo. Surge en todas las culturas de una pareja heterosexual de adultos y con fines de procreación” (Valvidia, 2008:17). Las crisis económicas son una causa de las transformaciones familiares. El efecto más visible puede ser la del cambio de rol de la mujer como madre enfrascada en las tareas del hogar y los trabajos reproductivos. Las crisis económicas representaron un paliativo de transformación para los roles de género. Según la CEPAL (2006): La incorporación de las mujeres al trabajo asalariado en la actualidad ha sido una de las transiciones más significativas para las dinámicas familiares, por los movimiento sistémicos que acarrea en: la definición de los roles en las familias, la distribución del poder y la toma de decisiones, la distribución del tiempo y las cargas de trabajo, pero sobre todo porque ha modificado las responsabilidades entre ellas y sus hijos (Loria, 2006:07). Sin embargo el aporte de la mujer a los ingresos del hogar no significa automáticamente una distribución más igualitaria del poder familiar. “El predominio de la autoridad masculina, la subordinación de la mujer y el aumento de la violencia son todavía situaciones preocupantes” (Schmukler, 1999:119). Aunado a dicho aporte “es fundamental el control que las mujeres puedan efectivamente ejercer sobre los ingresos generados por ellas, como vía para elevar el poder de negociación en el seno de las familias” (Blumberg en Esteinou, 2009:150). Así, los cambios sociales generaron un impacto en las relaciones familiares y en los roles de género interiorizados en la familia. Según Valvidia, tradicionalmente al hombre le correspondía: Como esposo, el cuidado y protección de la esposa en una atmósfera de autoridad. En relación a los hijos, la ayuda para el propio autocontrol. En relación a la casa, la función pública, el trabajo y mantenimiento económico del hogar. En relación al trabajo, la división sexual era una norma clara (Valvidia, 2008:17). Sin embargo estas prácticas desempeñadas por el hombre se vieron coercionadas por los pequeños cambios en los roles familiares que obedecían a las transformaciones macrosociales. Por otra parte y para reforzar las transformaciones de los roles de género, la separación de los cónyuges comienza a surgir como una necesidad de reorganización y de planificación. Ello rompe con el mito del amor romántico propiciado por el sistema patriarcal. Dicho mito
  • 7. 7 refuerza aún más el sometimiento de la mujer generando expectativas enaltecedoras de las relaciones entre hombres y mujeres. Según Beck Gernsheim: Durante el siglo XIX va surgiendo poco a poco una necesidad de recurrir a la separación de la pareja, es decir un número, al principio muy pequeño y cada vez mayor, de hombres y mujeres ya no está dispuesto a cargar con un matrimonio dado, sino que quiere la separación, lo cual generó que incrementara la presión sobre el Estado para cambiar el marco legal respecto al matrimonio, por lo que la representación social respecto al matrimonio, pierde la autoridad moral, por lo que se va generando una normalización de la separación (Gernsheim, 2003:51). Con base en lo anterior, es que el divorcio pierde cierto estigma y es considerado ahora parte ordinaria o cotidiana de las relaciones familiares, teniendo así la opción de hacer y rehacer relaciones afectivas. Lo que quiere decir es que como menciona el historiador Shorter; “no era que la institución matrimonial hubiera llegado a su fin, lo que terminaba era la idea de matrimonio para toda la vida” (citado en Saint-Jaques & Parent, 2003:22). Posteriormente al divorcio deviene una post-organización, que requiere de un debido consenso por medio del cual las personas involucradas deberán asimilar su actual condición individual. Aunado a ello las relaciones de los y las familiares sufren una transformación, pues al no pertenecer ya a la misma unidad doméstica, estas relaciones sufren transformaciones que radican en el distanciamiento. Ahora bien, “muchos de los divorciados, se casan de nuevo o comparten su vida sentimental con otra persona sin el certificado de registro, y pueden incluso tener nuevos/as hijos/as. En consecuencia, cada vez son más las/os hijas/os que tienen un nuevo padre o una nueva madre” (Beck Gernsheim, 2003:69). Ahora bien, el segundo modelo de hombres no tradicionalistas, el voluntario surge principalmente por un cuestionamiento de los roles de género y por una inconformidad en cuanto a tal construcción, surge del vislumbramiento de la injusticia que viven mujeres y de la lucha feminista. Este modelo representa una alteración al orden patriarcal y al reglamento del género, sobre todo por los planteamientos que se realizan a las estructuras de dominación masculina. Este modelo surge de manera voluntaria, es decir por convicciones, puesto que su transformación se considera a partir de que estos se involucran en los temas del género y del feminismo. Incluso pudieron ser compañeros de mujeres feministas y tener puestos en asociaciones feministas. El quehacer y la condición social de esos varones Ahora bien, es necesario y pertinente preguntarse ¿en dónde están esos hombres no tradicionalistas y cuál es su status? ¿Cómo socializan y se desarrollan en un sistema patriarcal
  • 8. 8 que oprime a lo que no se considera normativo? ¿Cuál es su condición ante las adversidades estructurales patriarcales? Cuando los hombres tradicionalistas realizan una transformación a partir de involucrarse a los temas de teoría de género o ante las injusticias que viven las mujeres y todas las personas que no embonan en los marcos normativos (niña/os, diversidades sexuales, ancianos/as, etc.), tienden a sufrir una transformación que cuestiona al género y a sus formas de dominación, ya sean políticas o culturales. Por lo tanto los hombres que deciden por su propia cuenta transformar su masculinidad atentan contra el sistema patriarcal, lo cual puede generar una serie de repercusiones para éste, tales repercusiones pueden generarse desde su socialización más inmediata; en sus relaciones familiares. Ello porque el sistema patriarcal sujeta a los individuos y no deja exentos, no se puede considerar como un ente aislado a la familia, sino que ésta se encuentra en una relación constante con el sistema macrosocial. Por lo tanto los roles de género que se han aprehendido en casa, son también cuestionados y puestos en duda. La condición social de estos hombres puede ser un tanto riesgosa, porque por un lado enfrentan la estructura hegemónica, pero por otro también puede sufrir una pérdida de su identidad de género y verse alteradas sus relaciones sociales. Por ejemplo, un hombre no tradicional voluntario no puede deshacer la estructura ideológica que lo tiene sujetado y no llevar a la práctica tal conocimiento, sino que las prácticas deben estar condicionadas y motivadas por tal aprendizaje. Y si lo hace, éste enfrentará la estructura teniendo como consecuencias repercusiones tanto simbólicas, psicológicas y sociales. Por lo anterior no se pretende mencionar que sea algo negativo el que los hombres enfrenten la estructura patriarcal, si no que se trata de evidenciar el proceso de duelo, y sobre todo para lograr una propuesta tanto de intervención como de acción participativa que tenga como objetivo reforzar los avances feministas. Por esto tampoco se quiere dar a entender que la tarea o el quehacer del hombre no tradicionalista sólo deba solidarizarse con el activismo feminista, sino que también debe de producir nuevas propuestas enfocadas para hombres, sobre todo si se trata de hombres no tradicionalistas involuntarios o con aquellos que han ejercido violencia contra otras personas o contra sí mismos. Los hombres no tradicionalistas tienen que crear su propia lucha motivada bajo la misma premisa que la lucha feminista; el deshacer los aparatos de dominación y hegemonía masculina, aunado a ello, su trabajo debe recaer en intervenir con hombres en conflictos; como hombres que ejercen violencia algún tipo de violencia y en la producción científica de los estudios de género. El principal elemento que se ve deteriorado es el de la identidad de género. Esta tiene una gran importancia para todas las personas puesto que es por la cual se desarrolla la
  • 9. 9 socialización e interacción de los individuos. Sin embargo la identidad masculina tiende a ser violenta debido a la misma construcción ya violenta de la masculinidad. La importancia de intervenir y de trabajar con este tema, es demostrar que ante el sistema patriarcal, no forzosamente se necesita ser mujer para enfrentarlo o estar inconforme, sino que hay que entenderlo o comprenderlos como una estructura opresiva contra personas que no comparten las expectativas patriarcales, y que no es sólo una lucha que les competa a las mujeres, sino también a los hombres. Varones no tradicionalistas ante la violencia de género y contra las mujeres La coerción y coacción social que viven los hombres es la misma que viven las mujeres, en cuanto a roles de género, sin embargo la brecha entre hombres y mujeres respecto a la violencia que viven las segundas es bastante ancha. La violencia es un conjunto de prácticas-acciones que desvaloriza la vida de sobre quien se ejerce, éste se encuentra motivado por un sistema cultural-simbólico y político que normaliza la jerarquización de un tipo de vida sobre otras que no se pueden considerar iguales, por lo tanto éstas no pueden aspirar a la justicia debido a que se consideran no normales, o no dignas de duelo como diría Butler. Marta Torres afirma que “ese conjunto de prácticas está asociado a la masculinidad y a la representación social de los varones” (Torres, 2010:60), y aunado a ello la violencia está intrínsecamente relacionada con el ejercicio del poder, con la pretensión del dominio y el empoderamiento de uno o una sobre otro u otra. La violencia de género está dirigida en contra de personas que difieran de los códigos heteronormativos, ya sean niños o niñas, homosexuales, lesbianas, transexuales, ancianos y ancianas, etc. Siempre y cuando haga alusión o esté motivada por razones de género. En el sistema patriarcal, la violencia que se genera contra las mujeres tiene una connotación simbólica motivada por subjetividades androcentristas, y estas tienen el propósito de menospreciar y desvalorizar las vidas de las mujeres por su condición diferente a la heteronormativa. Éste tipo de violencia se ve reflejada en instituciones, en la cultura y en los actos directos que sufren las mujeres o toda persona que competa con la feminidad. La violencia contra las mujeres es un fenómeno que atenta específicamente su integridad, sea por razones de sexo o género o por el simple hecho de ser mujer. Ante tal fenómeno, los hombres no tradicionalistas deben de estar solidarizados con las activistas feministas que luchan por la justicia de estos actos. Pues bien, el contexto en México para las mujeres, puede ser considerado como un terreno violento y peligroso, sobre todo porque el país está pasando por una fuerte crisis de violencia que arremete contra las y los marginados que no se consideran que son parte de los marcos
  • 10. 10 normativos, así como; indígenas, homosexuales, estudiantes, ancianos/as, niñas/os, mujeres, etc. Pero ¿qué es lo que ocurre cuando un país, como el mexicano, donde se considera que hay un aparato o marco legal que avala los derechos de las mujeres y de niñas y niños, el resultado que no es el que se esperaría? Es decir, el impacto en las prácticas no se ve coercionado por dichos marcos legales, reflejado en los números de casos de violencia contra las mujeres. Entonces, ¿el Estado sólo funge como penalizador y no como un sistema que pudiera prevenir tal violencia? En efecto, el sistema institucional y político, no puede considerarse como un interventor que prevenga la violencia, en todo caso, podría considerarse como lo contrario, ya que por un lado promueve la violencia contra la mujer por medio de la discriminación de diversas índoles, como la salarial, la laboral, la política, etc. pero por otro, construye una imagen o representación de sí mismo donde promueve la igualdad de género por medio de acuerdos o pactos internacionales. El caso de Ciudad Juárez representa el ejemplo más visible de la violencia contra la mujer. Y lo más importante representa la triada de la violencia, institucional, cultural y práctica. Aunado a ello surge otro componente de la legitimación de la violencia contra la mujer, la impunidad. Ésta funge como componente de la culturalización de la violencia masculina contra las mujeres, ya que el Estado minimiza los casos de violencia, y la sociedad los tolera hasta el hecho de cotidianizar a las mujeres como objetos maleables. Organizaciones y movimientos feministas en México han hecho un gran trabajo para defender los derechos de las mujeres, y gracias a tal lucha es que se han conseguido grandes avances, como la despenalización del aborto en diferentes estados del país o los matrimonios del mismo sexo. Sin embargo no se ha logrado desbalancear la violencia como la sexual. Ahora bien, como varón o como hombre “privilegiado” por el simple hecho de serlo, ¿cuál es el papel o rol del hombre no tradicionalista ante tales efectos patriarcales? Como individuo sujeto al sistema cultural, es posible entender la coerción por la que los hombres y mujeres somos perceptibles, sin embargo, el concientizar o percatarse de la construcción jerárquica del género, posibilita la deconstrucción de los preceptos androcéntricos. Como varón no corro el mismo riesgo al salir de casa y ser acosado como lo vive una mujer, tampoco corro el mismo riesgo que una mujer al caminar después de las 12 am, ni tampoco corro el mismo riesgo de ser víctima de trata o explotación sexual, ni de que me violen, sin embargo, como persona tampoco puedo estar de acuerdo en que esas prácticas se mantengan vivas y se sigan reproduciendo. Esa es una tarea o un quehacer importante de los hombres no tradicionalistas consientes de la discriminación y marginación que viven las mujeres. Además de ello, la indignación no tiene que surgir a partir de que vivamos
  • 11. 11 directamente un acto de discriminación o marginación, sino que se tiene que ser empático ante tales circunstancias. Conclusión En el contexto contemporáneo mexicano, la violencia se propaga y se cotidianiza culturalmente, la violencia es ejercida por el Estado y su práctica se legítima mediante la interacción cultural y la política, y en su mayoría las personas que la sufren son las marginadas, ya sea por género, por nivel económico, por el color de piel, por ser indígena, y un interminable etcétera. Por ello es que tanto el feminismo como el posible movimiento masculinista apuntan a una lucha no sólo por los géneros que les compete, sino por todas las categorías sociales que se encuentran en el lecho de la marginación y exclusión social. Es por ello que los hombres no tradicionalistas tenemos la tarea de culturalizar los preceptos no androcentristas y combatir la violencia de toda índole. Los hombres no tradicionalistas, tanto el voluntario como el involuntario, tienen un papel fundamental para el desarrollo de los estudios de género. Sin embargo el primer modelo tiene una responsabilidad mayor que el segundo, puesto que debido a que su transformación es de índole voluntaria, éste debe de acarrear con una mayor responsabilidad para/con otros hombres que se hallen en conflicto patriarcal, y debe de recaer en la atención de otras personas que sean oprimidas por el sistema patriarcal. Y sobre todo tiene una responsabilidad con el segundo modelo, ya que su transformación de éste es involuntaria, y mientras no reciba cierta intervención, dicha transformación no podrá desembocar en igualdad. Bibliografía Beck-Gernsheim, Elisabeth (2003), La reinvención de la familia. En Busca de nuevas formas de convivencia, Paidos, Barcelona, pp. 11-81 (primera parte: La nueva complejidad de la familia). Bourdieu, Pierre (1998). La dominación masculina. Ed Anagrama Durkheim, Emile (1895). Las reglas del método sociológico. Ediciones y Distribuciones Hispánicas SA. México df. Calveiro, Pilar (2005). Familia y poder, Argentina, Libros de la Araucaria S.A.
  • 12. 12 Esteinou, Rosario (2004), El surgimiento de la familia nuclear en México. Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social. Esteinou, Rosario (2009). Construyendo relaciones y fortalezas familiares: un panorama internacional. Conocer para Decidir, Las Ciencias Sociales. Tercera Década, H. Cámara de Diputados, LXI Legislatura; Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS). México. Grammont, Hubert c. de, Sara María Lara flores y Martha Judith Sánchez Gómez (2004), “migración rural temporal y configuraciones familiares (los casos de Sinaloa, México; napa y Sonoma, E.E.U.U.)” en marina Ariza y Orlandina de Oliveira (coords.), imágenes de la familia en el cambio de siglo, México, instituto de investigaciones sociales, UNAM. Configuraciones familiares, pp. 357-361. Lerner, Gerda (1986). La creación del patriarcado. Editorial Crítica. Loria, Cecilia (2006), Gestión y financiamiento de las políticas que afectan a las familias. Sistemas Familiares, Transiciones y Diseño de Políticas. CEPAL Parsons, Talcott (1982). El sistema social. Ciencias sociales Alianza editorial. Paz, Octavio (1987). México en la obra de Octavio Paz, el peregrino en su patria, historia y política de México. Tomo 1. Ed. Fondo de cultura económica. Saint-Jaques, Marie Christine & Claudine Parent (2003), La familia recompuesta, cómo rehacer nuestras vidas tras el divorcio. Ed. Lecrorum. Schmukler Beatriz (1999), La democratización de la familia. Consultado el 18 de septiembre del 2014 en: http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/3/1166/13.pdf Stern, Steve J (1999). La historia secreta del género. Mujeres, hombres y poder en México en las postrimerías del periodo colonial. México: Fondo de Cultura Económica Torres, Marta (2010), Cultura patriarcal y violencia de género. Un análisis de Derechos Humanos, en Tepichín, Ana María, et. al. (Coord.), Relaciones de género, México, El Colegio de México Valvidia Sánchez, Carmen (2008). La familia: concepto, cambios y nuevos modelos. La Revue du REDIF, 2008, Vol. 1, pp.15-22 Villalva, Patricio (2005). Caras de la violencia familiar. Coordinadora; María Jiménez. Ed. Universidad Autónoma de la Ciudad de México, Dirección de equidad y desarrollo social.
  • 13. 13 Entendido lo femenino como una categoría social donde no sólo las mujeres tienen un papel determinante, sino que en la misma categoría son depositadas las personas que difieren de la heteronormatividad masculina; homosexuales, niños/as, ancianos/as, hombres no violentos, etc.