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LA GÁVEA
(Transcripción de las memorias del médico español Eduardo
Nogales en Río de Janeiro, Brasil).
No quería hacerlo pero debo. La frontera entre la intimidad, la ética y la
universalidad de la tradición escrita está tan difuminada como lo están
las fronteras entre Argentina, Paraguay y Brasil en Iguazú.
No quería hacerlo pero finalmente lo hago para librarme del cuaderno
y así poder librarme de una vez por todas de las cadenas que arrastro,
que no son otras que las cadenas de toda una generación. En este
momento me creo un Cristo Redentor que debe salvar con este acto
heroico a todos mis coetáneos, que vivimos atrapados en esta cárcel
invisible de la convencionalidad. Esta psicodelia no estoy seguro si es
fruto de la frontalización secundaria a las noches interminables de Río
o a la maconha; pudiera ser que así fuera.
Ahora moro en Lapa. No es tan céntrico, pero sigue siendo decadente y
bullicioso. Me gusta el barrio porque sintetiza bien al país, o más bien a
la imagen que tengo yo de él, o sobre todo a la imagen que tengo de
cómo se construyó el país, a través de su Historia. En estas calles se
concita un país decadente y otro que emerge, un crisol que baila al
unísono una música en directo, inmediata, como la vida aquí. Un lugar
pacífico pero a la vez inseguro. Negro pero blanco. En Lapa hoy estás
arriba, mañana abajo. Todo cambia sobre la marcha. Las certidumbres
europeas son producto de instituciones políticas que aquí no existen.
La primera vez que llegué a Río vivía y andaba por Copacabana. Llegué
a Río pensando que Río era Brasil. Creyendo que Copacabana, Ipanema
y Leblón eran Río. De manera análoga, pensaba ingenuamente que mi
vida era la vida. Que se constituía como una representación a escala.
Hasta que leí el cuaderno. El cuaderno me cambió de alguna manera.
Vine a Brasil de casualidad. La empresa me había mandado a Argentina
dos semanas para formar a formadores en nuestro proyecto de banca
inteligente. Los de arriba querían que nos fuéramos implantando en
América Latina y necesitaban a jóvenes emprendedores con ganas de
aventura para venir de vez en cuando para acá. Nuestros vuelos solían
hacer en escala en Brasil, porque así eran más baratos. Un problema
con la conexión junto a unos días libres de que disponía hicieron que
visitara Río.
Iba solo y me habían hablado de esos alojamientos tipo hostel, donde
se compartía habitación y baños. Algunos amigos me habían dicho que
era fácil conocer a gente y generar diversión y compañía. Así que
reservé en uno de ellos por la zona de Copacabana. Había leído en una
guía de viajes de las bondades del lugar.
Durante aquellos días hice las visitas turísticas de rigor y en la tarde-
noche llegaba cansado de vuelta. Eran días de diario, así que había un
ambiente tranquilo. Me puse en una habitación mixta a ver si así podía
conocer a alguna chica interesante. Finalmente éramos todo tíos, claro.
Había un par de ingleses y un par de australianos que llegaban todas
las noches borrachos y nos despertaban con sus gritos y sus risas
estridentes. Durante el primer despertar de la primera noche a las 3 de
la mañana, reparé en un chaval que ocupaba la litera de al lado, la cama
de abajo, que tenía más o menos mi edad, porque desde arriba podía
ver que raleaba en la coronilla. Había preparado un invento para
conseguir con una bombilla y un cable una luz de leer que le iluminaba
sin molestar en demasía a los demás. Escribía en un cuaderno como si
le fuera la vida en ello, como si las palabras se le fueran escapando al
contacto del bolígrafo con el cuaderno y tuviera que atraparlas de
alguna manera.
A la mañana siguiente me desperté bastante temprano pero el chico ya
se había levantado y se había ido. No volví a verle en todo el día, pero
cayó la noche y yo salí finalmente con los ingleses a tomar unas
cervezas. Me retiré pronto, antes que ellos, y aunque cuando entré en
la habitación para dormir no había nadie, a la vuelta de mis
compañeros ingleses, bulliciosa como siempre, me desperté cómo no y
volví a verle postrado sobre su cuaderno escribiendo como un poseso.
Al día siguiente volví a no verlo, así que antes de marchar a la cama
puse el despertador para intentar captar su imagen de nuevo. Había
algo que me avivaba la curiosidad en ese tipo. ¿Qué hacía en Río? ¿Qué
hacía durante el día que nunca estaba? ¿Qué escribía con tanto ímpetu?
¿De dónde era? Nadie ocupó su cama esa noche, pero sus cosas seguían
estando, así que no se había ido del hostel…. Siempre que una cama de
alguien que está en un hostel queda vacía una noche sin que el huésped
se haya ido de él, los compañeros de habitación sienten alegría y
camaradería pensando que él o ella ha pillado y está triunfando.
Está mal decirlo, pero sin que nadie me viera removí un poco su ropa
que estaba desordenada en su cama y pude ver un uniforme blanco.
A la tarde siguiente el susodicho estaba tomando un suco en el living
del hostel, y cómo no, escribiendo en su cuaderno. Era un cuaderno
marrón de tapas plateadas, de estos regalos tan socorridos de la tienda
del Natura y tal. Me acerqué con no recuerdo bien qué chorrada de
excusa para averiguar su nacionalidad y ver si lo liaba en mi
conversación. Cuál fue mi sorpresa al conocer que era español, de
Salamanca, se llamaba Eduardo y resultó ser médico; había venido a
Brasil a no sé qué de su trabajo. Parecía una persona afable y
enseguida conseguimos un cierto intercambio. Al caer la noche le dije
que si se unía a los ingleses y a mí, que íbamos a ir a un garito que se
llamaba Devassa.
Nos templamos rápidamente con la bebida más mortífera que existe
sobre la faz de la tierra y que se llama Caipiriña. Uno se cree que se
trata de un cóctel delicioso como el Mojito y en verdad es fuego puro.
Yo me bebí 5 esa noche y no me acuerdo de casi nada. Lo que sí
recuerdo es que le interrogué acerca de su escritura y me dijo que
estaba escribiendo unas memorias de su rotación, como un diario. Le
pregunté que qué contaba en ellas y me dijo que – Nada, mis cosas -;
pero vi como que se ruborizaba y que evitaba hablar del tema, y que las
sucesivas veces que se lo saqué (cuando bebo nadie me gana a
cargoso) me rechazaba con firmeza y dedicación. No recuerdo mucho
más de aquella noche, salvo que me pegué una hostia de impresión
cuando los ingleses me mantearon y “me dejaron deslizarme” hacia el
suelo, con una herida que tengo de regalo como un souvenir en el
muslo. Aquella mañana nos despertó a los tres el sol del amanecer en la
playa de Copacabana, sin saber cómo habíamos llegado hasta allí…
vaya ciegazo. Fuimos para el hostel y nada ni nadie ocupaba la cama de
Eduardo. Pregunté a los del Staff y me dijeron que había hecho el
Check-out aquella mañana. Les insistí un poco por la extrañeza que me
había provocado el hecho, ya que me había comentado que se iba a
estar una semana más allí. Me dijeron que les había dicho que le había
surgido un imprevisto y que se tenía que ir.
Me apené bastante pensando que había perdido la pista al chaval aquel
y con él el hilo y el rastro de la historia. Me sentí triste e incluso un
poco mareado, aunque pudiera ser que fuera por la resaca. Me tumbé
en la cama y me dolía el cuello, me daba vueltas todo, una terrible
sensación de disconfort. Retiré la almohada para dormir sin ella,
porque esa acción a veces aliviaba tales dolencias. Cuando lo hice noté
que algo rodaba debajo y al completar la acción vi el cuaderno marrón.
No supe cómo tomar aquella sorpresa. Pensé que debía leerlo, que si lo
había dejado ahí era porque quería que lo leyese y que debía hacerlo.
Una vez leído quedé paralizado. No sabía qué hacer. Lo he pensado
bien y finalmente aquí está.
Roberto Sánchez
Transeúnte
Brasil es un país continental, dicen esas frases que se repiten como un
mantra y que ya no se sabe si pertenecen a uno o al imaginario
popular. Cuando te dicen que Brasil es un país continental no se sabe si
eso es bueno o malo. Los países grandes parecieran más difíciles de
gobernar. En ocasiones, la extensión territorial no suele constituir una
fortaleza, sino por contradictorio que pudiera parecer una debilidad. A
la variable extensión hay que sumarle la variable población. Todo el
mundo dice que los países nórdicos son un éxito en el modelo de
gestión porque están poco poblados. Yo creo que no es sólo eso,
evidentemente. En el caso de Brasil sucede un fenómeno bien conocido
en Latinoamérica y en los países con bajos índices de desarrollo
humano: la concentración urbana. El capitalismo en versión dura y el
pasado colonial han generado monstruos ingobernables llamados
ciudades, a expensas de un importante éxodo rural. La gran asimetría
entre las capitales y el resto del territorio que tiene lugar en países
como Argentina o Brasil se relaciona con un pasado colonial donde lo
que interesaba era una ciudad portuaria fuerte que abasteciera y
satisficiera las necesidades de la metrópoli. ¿A quién carajo le
importaba en Europa lo que sucedía en Manaus? Por ejemplo, las líneas
ferroviarias en algunos países latinoamericanos se construyeron no
pensando en la circulación de las personas por el territorio nacional
sino pensando en el transporte de materias primas para darle salida al
mar hacia los territorios europeos. En ocasiones eran incluso empresas
europeas las que se encargaban de equipar las líneas.
Esta asimetría es una realidad social y administrativa y tiende a
concentrar todos los recursos en una ciudad megalómana e invivible
donde no hay ningún problema en que haya no oportunidades para
todos, y donde además, no se toman en consideración políticas que
generen tales oportunidades. Así pues, tenemos a un buen número de
excluidos viviendo hacinados en las favelas, villas miserias,
conurbanos, etc…. Dicen los marxistas que la alternativa a este modelo
son unos núcleos poblacionales de transición entre el campo y la
naturaleza, a medio camino entre ambos. También es cierto que en los
países más desarrollados y con un reparto más justo de la riqueza esta
transición se resuelve de otra manera, y es posible vivir con más o
menos facilidades fuera de las grandes ciudades.
La asimetría entre la capital o ciudad grande y el resto del territorio
provoca que prestar los servicios sea más difícil y caro. Y eso trae como
consecuencia que el papel del Estado sea muy débil o casi inexistente,
lo que provoca finalmente problemas de articulación territorial.
Este fenómeno tiene su mejor ejemplo en la distribución de los
médicos por el territorio. La “libertad” y la “orientación al mercado” de
todos los sistemas sanitarios latinoamericanos conlleva una fuerte
concentración de profesionales en las capitales y un abandono de
territorios alejados, con lo que se lesiona fuertemente el principio de
equidad (no todos los habitantes del país tienen por igual derecho a la
protección de la salud, ya que en territorios alejados los servicios
sanitarios se están prestando de manera subóptima).
En Brasil por tanto, las primeras problemáticas con las que nos
enfrentamos emergen simplemente de estudiar la demografía, tan
importante siempre.
La segunda problemática así fácilmente identificable en Brasil y en
Latinoamérica en general es la desigualdad. No hay más que tener ojos
en la cara para darse cuenta de eso. Se corre el riesgo de convertir el
debate, en este caso, de la desigualdad en Brasil en un asunto de los
brasileños, cuando es un problema del modelo global. Esto no es una
disculpa ni mucho menos, sino una realidad que nos ayuda a enfocar el
problema adecuadamente.
De todo esto bebe el sistema sanitario, que no es más, como bien es
conocido, que un trasunto político, social, administrativo y cultural del
país.
La división de la sociedad en claras clases sociales “salta” al sistema
sanitario y por esa razón se construye un sistema sanitario para los
ricos y otros para los pobres.
Este modelo es poco interesante para todos, ya que no hace otra cosa
que profundizar más en la desigualdad (los barrotes y los porteros
físicos 24 horas en las casas de la Zona Sul (rica) de Río de Janeiro son
un ultrafiltrado de esta realidad). La clase alta recibe una atención
sanitaria cara y iatrogénica como la que más y la poca articulación
interna del sistema resulta muy poco eficiente.
El “egoísmo solidario” de los ricos para contribuir con la construcción
de un sistema sanitario equitativo y así disminuir la desigualdad (y así
aumentar la seguridad) y garantizar la salubridad (ausencia de
enfermedades infecciosas, por ejemplo) se queda a medio camino en
Brasil y en otros países latinoamericanos.
En realidad en ningún país latinoamericano se han puesto en marcha
mecanismos decididos para terminar con este sistema dual. Esta
realidad nos puede servir como termómetro para evaluar las reformas
que se están poniendo en marcha allá, quizá no tan profundas y
rápidas como pensamos algunos en Europa.
En Argentina, por ejemplo, dos fueron los intentos de unificación en las
últimas décadas, que no tenían tanto que ver con aunar el sistema de
ricos con el de pobres, sino con el tránsito de un sistema Bismarck a
uno Beveridge. Ambos intentos resultaron un rotundo fracaso.
Dentro de los movimientos de cambio de los últimos años en los
sistemas sanitarios latinoamericanos destaca por encima de todos
Brasil. Desde 2009 se vienen haciendo movimientos decididos para
reformar y mejorar el Sistema Único de Salud. Los cambios no vienen
tanto de la intención de unificar el sistema dual sino de mejorar la
atención sanitaria de la clase baja.
Aún no ignorando lo que se podía haber hecho y no se ha hecho, no
vamos a caer en el lamento y vamos a dar la importancia que tiene a lo
que se está haciendo, que es mucho.
Lo más interesante de este proceso es que se ha optado por romper
con las falsas ilusiones y promesas del sistema sanitario prorico y se
está queriendo implementar una estrategia fuerte de Atención
Primaria, en la que están en la agenda algunos puntales muy
interesantes como la Prevención Cuaternaria y la independencia de la
Industria Farmacéutica.
Una cosa que me llamó rápidamente la atención es que los residentes y
los tutores usaban bolígrafos de marca Bic y no llevaban bolígrafos de
publicidad de ningún fármaco.
En este proceso hay un sitio que es, con todas las dificultades y
objeciones que se le quiera poner, un ejemplo por su empuje: Río de
Janeiro.
En este lugar se ha conjugado una apuesta política decidida sostenida
sobre las decisiones técnicas de un grupo de médicos de familia
jóvenes, comprometidos y valiosos. A su vez este proceso ha sido
apoyado por un “seguro” de que las cosas tenían que salir bien e iban a
salir bien; se trata de la Sociedad Brasileña de Medicina Familiar y
Comunitaria. Una asociación profesional como la que muchos soñamos
en España para la Medicina Familiar y de la que lamentablemente
estamos muy lejos, por una parte del modo de funcionar de las
nuestras.
En la experiencia carioca (gentilicio de los habitantes de Río) se
combina la constitución un corpus teórico sólido y claro (definición de
cartera de servicios y de competencias del residente) y la puesta en
marcha de algunos elementos básicos de la Atención Primaria clásica,
como la territorialización, es decir, el equipo de Atención Primaria
referencia para una Zona Básica de Salud o su equivalente. También se
han hecho convivir en la reforma acertadamente elementos del mapa
que ya estaban bien constituidos, como los Agentes de Salud, que son
claves en el funcionamiento del sistema brasileño y del
latinoamericano en general.
Se han añadido algunas prestaciones que bien sorprenderían en
España, como unos servicios de salud bucodental públicos insólitos en
comparación con los de los sistemas sanitarios europeos.
Se han construido unas buenas infraestructuras. Por más que algunos
trabajadores se quejen de que algún Centro de Salud es prefabricado a
base de pladur, son unos lugares lindos para trabajar. Y con el aire
acondicionado a toda hostia, como les gusta a los cariocas jajja, símbolo
de “confort”. Con jardín y plantas en el centro, con modelo de silla del
médico al lado de silla del paciente y no mesa interpuesta, con
infinidad de salas para infinidad de usos, con lugares cómodos de
espera y donde no suele haber grandes aglomeraciones, con unas
serigrafías preciosas con personas y pacientes del propio barrio, con
lugares bien definidos y propios para los distintos profesionales y
distintas categorías profesionales, con unos mapas didácticos en los
que vienen especificados la geografía del barrio y en colores, los
equipos a los que pertenecen, que ayudan a crear sin quererlo una idea
de comunidad y de “orgullo de barrio”.
En la Atención Primaria de Río, entre otras cosas, se destacan por un
buen manejo de los indicadores de salud y de las mediciones. Tienen
todo muy bien registrado: cuántos familias hay, de cuántos miembros,
cuántos hombres, cuántas mujeres, cuántos diabéticos, cuántos
hipertensos, cuántos niños, cuántos pacientes con tales enfermedades
infecciosas, cuántos pacientes con el tratamiento puesto… Esos datos
son públicos y todos los pacientes pueden verlos en un mural, lo que
contribuye también en mi opinión al “orgullo de barrio” y al “orgullo de
Centro de Salud”, con lo que se granjean el respeto de todos en medio
de un ambiente en la comunidad que en ocasiones está marcado por la
violencia y las dificultades. En las consultas de enfermería figuran
registradas todas las familias del cupo y con un código de colores se
resaltan la existencia o no de las enfermedades infecciosas más
prevalentes, con lo que con un vistazo podemos obtener amplia
información en este sentido.
Por desgracia todos los servicios de Atención Primaria tienen la
gestión terciarizada a través de organizaciones sociales, y una empresa
se encarga de la misma, con lo que los profesionales tienen la pulsión
de medir con el objetivo de justificar la “Accountability” ante la
empresa a final de año. Aun con ese déficit en la manera de gestionar,
nadie había dado tal impulso a la prestación de servicios jamás.
Tienen en el mismo Centro algunas instalaciones para promover la
participación comunitaria, como máquinas de ejercicio físico y huertos
comunitarios.
Incomprensiblemente, en un contexto de bastante rigor científico, se
toleran y hasta se promueven terapias “alternativas” como la
homeopatía, la acupuntura etc.
Suele haber café gratuito para el personal. Hay agua mineral gratuita y
fresca (en medio del calor de Río puede resultar un lujo y un manjar) y
vasos de plástico para profesionales y pacientes. En bastantes centros
hay una zona física que administra una red de apoyo a la docencia e
investigación que provee salas de reunión para tales fines… con
ordenadores con acceso a internet, wifi, proyector, etc… todo nuevo y
en instalaciones “bonitas”, ambiente amigable y agradable. Esta red se
llama OTICS (Observatorio de Tecnologías de Información y
Comunicación en Sistemas y Servicios de Salud).
Se utiliza un sistema informático para gestionar la historia clínica que
bien se asemeja al de España.
Los profesionales son en general comprometidos, diligentes y
trabajadores. Suelen fichar. Se le da mucha importancia a la docencia.
Los residentes tienen, a parte de sus horas de asistencia, actividades
formativas obligatorias. En los Centros de Salud hay una biblioteca más
que suficiente para realizar consultas en el momento o diferidas.
La articulación con el sistema secundario en general es mejorable, y
eso que hay un sistema de gestión de citas con el nivel hospitalario, que
en ocasiones ayuda y en otras no, aunque no es culpa del método sino
de las rémoras y los lastres del sistema.
Un problema grandísimo de los sistemas latinoamericanos en general y
del brasileño en particular es la fragmentación, la heterogeneidad.
Por un lado la territorial, que hace que por ejemplo en Río se esté
apostando muy fuerte por la Atención Primaria y en otros estados no.
Eso implica que la formación en la residencia de Medicina Familiar y
Comunitaria sea buena-excelente en Río y no así en otros estados. Pasa
lo mismo con las retribuciones. La descentralización de las
competencias es buena y necesaria, pero siempre que se realice en
unos niveles de equidad e igualdad entre regiones tolerable.
Por otro lado la coordinación entre niveles se comporta con
duplicidades, asimetrías, desigualdades y absurdas luchas internas
entre las competencias municipales, “autonómicas” y estatales.
El sistema no funciona como un todo engrasado, sino como parcelitas
por las que el paciente transita, que a menudo se convierten en cortijos
particulares.
Esto se manifiesta en infinidad de chiringuitos, cada uno de cada cual,
que hace que por ejemplo las rotaciones del resi de Medicina Familiar y
Comunitaria sean en el sitio que los responsables de los residentes
“contratan”. Sí, tienen que pagar, y no siempre las posibilidades que
hay para formarse en algunas áreas son satisfactorias por diferentes
motivos.
La poca coordinación y la apuesta por lo privado también explica el
flujo de los estudiantes que acceden a la especialidad desde distintos
programas formativos. En Brasil (y en otros países latinoamericanos
también) es posible y muy fácil trabajar en cualquier especialidad sin
haber recibido la formación específica para tal fin.
En Brasil hay 5.000 médicos de familia con especialidad. Solamente la
mitad trabajan como médicos de familia pasando consulta, el resto
están relegados a guardias u otras actividades (realidad parecida a la
española). Menos del 10% de los médicos que trabajan como médicos
de familia en Brasil tienen la residencia hecha.
Las citas con los especialistas del hospital se dan por una especie de
centralita según oportunidad y rapidez de atención. Esto origina que la
atención del paciente se “disipe” fuera del área de referencia y que en
ocasiones la supuesta ventaja de que la cita se dé en una semana se
convierte en que la cita se da en un hospital que queda a la otra punta,
con lo que el paciente la termina perdiendo, ya que no tiene medios
para ir hasta allí.
Parece que la fragmentación es un imán que seduce
incomprensiblemente, y hasta personalidades claman por la libertad
de elección de Centro de Salud, el nivel secundario tiene pretensiones
de Área Única… Errores que ya se han demostrado tales y que se
encaminan a repetirse.
Como no hay mal que por bien no venga, ante la pereza o imposibilidad
de desplazamiento al nivel secundario, el paciente busca protección y
atención en el nivel primario, con lo que se refuerza finalmente el
papel de la Atención Primaria.
La fragmentación provoca estragos entre los recursos humanos, y
especialmente entre los médicos.
40 años de neoliberalismo y de orientación del sistema sanitario al
mercado han creado monstruos, y los médicos brasileños son vistos
como “la casta.” Y en gran parte se han ganado ese trato, ya que flota en
el ambiente la idea de que la Medicina es para ellos no un medio, sino
un fin en sí mismo, un bautismo de oligarquía.
Eso provoca que los médicos (muchos, pero no todos) gusten de tener
varios trabajos para conseguir varios sueldos y sobresueldos, y anden
de acá para allá, no siempre cumpliendo con sus obligaciones
adecuadamente en cada uno de sus trabajos, y sobre todo en el empleo
público, que es lo más grave, ya que sus retribuciones se pagan con el
esfuerzo colectivo (impuestos o partidas de los presupuestos generales
del Estado).
La renuncia de los médicos a ser millonarios es una condición
indispensable para construir un sistema sanitario público de calidad.
La integración de los efectivos de la clase baja en la clase médica
también.
Esto se solucionaba muy fácilmente con una sencilla Ley de
Incompatibilidades y algunos complementos por ejercerla, sólo es una
cuestión de voluntad.
Una de las quejas que se escuchan es que en Brasil en general y en Río
en particular todo funciona con demasiada dependencia de los
incentivos.
En Río los puntales son la reforma de la Atención Primaria y la
residencia en Medicina Familiar y Comunitaria. A los residentes para
captarlos se les ofrece muy buenos sueldos, de 2.500 a 3.000 euros al
mes al cambio. ¡Aún así algunos quieren más y hacen guardias en otros
lugares! En Brasil la residencia dura dos años.
Hay una manera de comprar sin dinero la adhesión, y es el caso de la
ideología. No se trata de ser de izquierdas o de derechas (si es que eso
sigue existiendo aún), sino de comprender que un sistema sanitario
fuerte es una manera muy grande de servir a la patria y a tu gente, y de
alcanzar un compromiso moral y social que sustituya a los Reais.
Dice Juan Carlos Monedero en una entrevista: “Dijimos que tenemos
que recuperar las emociones. Es una cosa que aprendimos de América
Latina. No puedes luchar contra la cosmovisión neoliberal, que es una
promesa de consumo infinita eterna en un supermercado inagotable…
Tienes que ofrecer algo que merezca la pena. La izquierda dice no
consumas, no hagas esto, no hagas lo otro… Hace falta inventar, y ahí
las pasiones son relevantes… No es una apelación a lo irracional, como
siempre ha dicho la izquierda… La apelación a las emociones es una
herramienta para permitir que estas cosas que parecen imposibles las
incorporemos. En el momento en el que te enfrías, esas cosas no
puedes ponerlas en marcha… “.
La batalla que se está librando en el sistema sanitario de Río es
fundamental. Se está intentando que bajo la intervención fuerte del
Estado que organiza la provisión de los servicios, el 100% de los
cariocas tengan cobertura. Desde luego que son ofertados para clase
baja, pero también para la clase media, que por vez primera tiene una
opción que nunca antes había tenido. En algunos barrios de Río, como
Botafogo o Catete, la clase media comienza a ser usuaria del Sistema
Único de Salud, Atención Primaria incluida.
El campo de la gestión sanitaria es bien complejo porque se trata de
conjugar a distintos actores con distintos intereses, pero dos cosas
tienen en común todos los procesos que quieren la reforma y la mejora
de los sistemas (públicos) de salud: una Atención Primaria fuerte y una
intervención fuerte del Estado. De su éxito está pendiente Brasil,
Latinoamérica y el mundo entero. Una victoria se convertiría de
inmediato en un ejemplo para el resto de de países limítrofes, y se
contagiarían éstos como si de una enfermedad infecciosa se tratara.
Los contagios locales son fundamentales en la geopolítica. Asimismo, el
camino recorrido ya no tiene vuelta atrás. En 2016 hay elecciones y el
que venga a disputar y desafiar el poder existente tiene que englobar lo
que hay (concepto de hegemonía gramsciana).
En Río se comenzó con la Reforma de la Atención Primaria de Salud en
2009, cuando solamente el 3,5% de la población no incluida en planes
de salud (aseguradoras mutuales o privadas) tenía cobertura en
Atención Primaria. En 2015 vamos por el 50%. Se pretende llegar al
70% al final de proyecto, en 2016. En 2011 comienza el programa de
residencia de la Secretaría.
El primer día de mi estadía en Río fui recibido por una compañera
española que trabaja en la coordinación técnica del programa de
residencia en Medicina Familiar y Comunitaria del municipio.
Allí coincidí con otra compañera residente peruana, y la médico
española nos dio una “induction” acerca de lo que estaban haciendo.
Me impresionó un mapa que tenían en el que se representaba la ciudad
de Río de Janeiro. Es como si lo que los turistas llamamos Río fuera el
pico del pájaro, o el “sólo la puntita”, mientras que la ciudad se
extendía muchíiiismo más allá.
Yo había escrito en la lista de distribución de Atención Primaria
MEDFAM pidiendo ideas para rotar en mis vacaciones. Me escribió y
me invitó. Luego me escribió un correo comentándome lo que hacían y
los lugares que podía visitar. Era imposible decir que no. Una semana
después ya tenía el vuelo.
Concurrí durante 10 días en Septiembre de 2015. Ni ellos me pagaron
nada ni yo les pagué nada.
El primer día fuimos a visitar un Centro de Salud a una zona periférica
de la ciudad. Salimos con un coche de la Secretaría Municipal con
conductor que nos lleva hasta allá. Es lejos, difícil y peligroso llegar, así
que hay que ir así. Me siento culpable por el gasto generado al sistema.
Era la primera vez que veía la infraestructura sanitaria carioca en
Atención Primaria, que he descrito con anterioridad. Paso consulta con
un residente. Una niña de corta edad con una inflamación llamativa en
el ángulo de la mandíbula. “Un absceso secundario a una infección
dental”, pienso con mi mentalidad europea. El residente la explora y
resuelve el diagnóstico con la etiqueta de parotiditis. Ojo con ignorar el
contexto epidemiológico local. Primera lección clínica recibida. El
residente pide a la niña (aparentemente de clase baja) que abra la boca
para inspeccionar la orofaringe. El residente se da cuenta de que no
tiene una linterna encima y mira en derredor para buscarla. No la halla,
se mete la mano en el bolsillo y la alumbra con la luz del Iphone.
Paradojas de la modernidad.
Salimos a almorzar. Todos salen a almorzar a las 12.00. Es un momento
lindo del día. Charlo con algunos residentes que hablan castellano,
otros portuñol (mezcla de portugués y español) y me esfuerzo por
entender y hablar con los que hablan portugués. No es fácil entender
todo, pero se puede comprender el contexto. Además cuando escuchas
hablar portugués auténtico te das cuenta de que la posibilidad de
entenderte en otras ocasiones no se consigue por tu capacidad de
entender sino que ellos se esfuerzan en hablar para ti castellano o
portuñol. Los residentes tienen esa tarde una clase, así que paso la
tarde con otra compañera, ésta ya adjunta.
Vemos a una niña de nuevo y cuando la consulta termina se establece
una conversación con la madre, de buen aspecto físico y guapa. De
repente veo que el coloquio deriva hacia una lesión y una cicatriz. La
madre se levanta la camiseta y podemos observar que su torso es un
queloide completo. Jamás había visto cosa igual. Pobre mujer.
En un momento dado la compañera me dice: Tú eres Eduardo, leí tu
texto sobre las mujeres. Y en ese momento me emociono por dentro de
pensar que algo que uno escribe en su habitación a miles de kilómetros
llega hasta allí.
En los ratos muertos intento no molestar demasiado porque ellos
también tienen sus cosas que atender y van de acá para allá.
Habitualmente ojeo un tratado de Medicina Familiar que coordina
Gustavo Gusso y otra persona, que está muy bien, muy adaptado a la
realidad brasileña, con capítulos que hablan del sistema sanitario
brasileño, de la atención en las favelas, etc… y en el que participan
médicos de otros países, como mi maestro Juan Gérvas.
La programación de mi estadía está más o menos prefijada, pero hay
lugar para la variación porque como dice mi compañera española, las
cosas en Río cambian de un momento para otro.
Al día siguiente está programada la visita a otro Centro de Salud de la
periferia, de un barrio muy pobre. El día anterior muere un chaval de
13 años por una bala perdida en un tiroteo. Vemos el Centro de Salud,
similar al anterior. Paso consulta con una médico de familia. Se trata en
esta ocasión de consultas rápidas, en un espacio abierto, separado por
un biombo de la sala de espera, sin posibilidad de realizar
exploraciones amplias ni grandes acciones, donde en principio se
tratan problemas rápidos y/o banales… una toma de tensión arterial,
una auscultación, una prescripción, la entrega de unos análisis…
Finalmente los pacientes consultan por problemas iguales a los que se
pueden plantear en una consulta normal, por lo que en ocasiones hay
una cierta disociación en el abordaje, que se resuelve emplazando de
nuevo al paciente a una consulta más convencional o con soluciones
provisorias. En un momento dado varios pacientes piden analíticas que
no tienen justificación, derivaciones incomprensibles etc… Miro a la
médico que me devuelve la mirada y le digo: - Ya estamos…igualito que
en España -.
Voy con los adjuntos a almorzar. Me llevan en sus coches. La comida en
Brasil es deliciosa y abundante. Vamos a un sitio tipo buffet. Yo
siempre pido parecido a ellos para no desentonar. Pienso: cómo me
voy a poner! Cuando llegamos a la cola, me pesan la comida y hay
pagar por peso jajajjajaj, me jodieron!
En la tarde paso consulta con otra compañera. Vemos algunos
pacientes con motivos de consulta similares a los europeos y con
soluciones parecidas. Ella es muy diligente, resolutiva y humana (la
compañera anterior también  ). A la hora de la prescripción les dan a
los pacientes un papelito para que retiren los fármacos en el
dispensario que está en el mismo Centro de Salud, gratuitamente. Hay
fármacos esenciales y se evitan los fármacos de fantasía. Me llama una
estudiante para que le ayude a hacer unos test rápidos de ETS (VIH,
VHB, VHC, sífilis). No le sale bien la sangre en gota al pinchar a la
paciente en el dedo. - Pínchala en el lateral del dedo, que está más
vascularizado -, le digo. Y la sangre efectivamente brota.
A las 4 de la tarde le digo a la adjunta que me voy, para llegar a casa
antes de que la noche se eche encima, porque anochece pronto y los
primeros días se preocupa uno mucho por el tema de la seguridad,
hasta que se le va cogiendo un poco el tono a la ciudad. ¿Ya te vas? – me
dice-, si es muy pronto -. Ellos están hasta las 20.00 horas. Tienen la
posibilidad de trabajar cuatro días en semana y quedarse hasta las
20.00 o 5 días en semana y hacerlo hasta las 18.00.
El tercer día participo de un curso de formación de formadores con
acreditación, llamado EURACT. Allí hay unos actos de presentación en
los que compruebo que no me entero de casi nada y en los que me doy
cuenta de que gran parte de las labores de la vida y sobre todo del
primer año de residencia consisten en engañar al personal y hacer
parecer que sabes y que entiendes, cuando realmente ni sabes ni
entiendes nada. El acto se celebra en un aula que lleva por nombre
“Auditorio Bárbara Starfield”. Creo que con este ejemplo queda claro el
compromiso de este grupo con la Atención Primaria. Hablan un par de
capacitadores que a su vez trabajan en la Coordinación Técnica.
Manejan los conceptos de Medicina Basada en la Evidencia, de las
peculiaridades del aprendizaje, del humanismo médico… me encanta la
música de la partitura.
En la tarde doy una sesión a los residentes sobre Osteoporosis. Me
emociona pensar que vienen desde a tomar por culo para escucharme.
Intento hacer unas bromillas para adherirlos al hilo de la cuestión.
Al día siguiente cambia el plan previsto y finalmente un compañero de
la Coordinación Técnica que siempre está muy liado, como todos, toma
su tiempo para llevarnos a un estudiante de Medicina y a mí hacia
Rocinha, la favela más grande de Río.
En Río se aprovechan los trayectos en coche para dar clase, sesiones,
docencia, debates científicos… es apasionante y precioso eso, me
recuerda a mis rotaciones en el ámbito rural. El compañero nos da una
clase magistral sobre organización de servicios y Atención Primaria en
Brasil.
Rocinha alberga a 70.000 personas y es una favela pacificada. Ha
transitado hacia lo más parecido a una pequeña ciudad. Me comentan
que antes había un grupo en relación con el tráfico de droga que la
controlaba entera. El grupo perdió el control del poder y ahora varios
se lo disputan, con lo que la situación empeoró. Paradojas del poder.
El compañero nos enseña el Centro y en un momento dado nos
cruzamos con una señora que luego me entero que es un cargo
importante de la Subsecretaría de Salud. Me presenta ante ella y dice: -
Es Eduardo, médico español, tenemos mucho que agradecerle por
haber venido -. En ese momento pienso que voy allí 10 días, les
incordio, me ponen un coche con conductor para desplazarme a los
distintos Centros de Salud o puntos de aprendizaje, les robo tiempo… y
encima dicen que me tienen que agradecer. Logro balbucear un: - ¿Qué
dices? Será al revés, que yo os tengo que agradecer a vosotros…-. Me
emociono por dentro.
Me presentan a un médico joven, tutor de residentes. Desde ese
momento me convierto en su sombra. Su labor consiste en resolver las
dudas de los residentes a su cargo. Cuando la situación es dificultosa se
consulta en los libros. Vemos los distintos pacientes, abundan las
consultas de dermatología venérea. Hacemos algún procedimiento con
algún residente, como una infiltración de rodilla. La paciente, una
señora de unos 60 años, se siente vulnerable cuando habla de su
intenso dolor, y llora en la consulta. Las emociones humanas son las
mismas en la Rocinha, que en Serrano, que en Zamora, que en
Congreso, que en Leblón. Hay una cosa que nos iguala a todos por
mucho que queramos diferenciarnos.
Todo el mundo para continuamente al joven médico en los pasillos
para que le solucione marronacos. Él aguanta todo con impresionante
paciencia.
Rocinha es un sitio vibrante, apasionante para un extranjero. Éste no
puede sacar fotos, ni mirar muy descaradamente, por respeto,
educación y por si acaso… Debe hacer como si formara parte del
ecosistema. Pero a la vez no puede perder detalle de ese regalo del
cielo de poder ver eso y estar ahí. No todo el mundo puede contar con
ese privilegio, de ver esa realidad humana, política y social. No se trata
del morbo por la pobreza sino del interés del humano por una
construcción sociológica humana, con sus miles de contradicciones.
Rocinha es un “barrio” que en algún sentido se asemeja al caos asiático,
con miles de cables enredados hasta decir basta sobrevolando tu
cabeza (¿cómo sabrá cada cable el fusible que debe accionar?). Rugido
atronador de coches y motorboys (motoristas taxista), la gente que
desfila por la calzada y por la acera en un sentido y en otro de la
carretera principal. Miles de tiendas con sus luces y sus reclamos.
Niños que van y vienen. Basura en el costado. Gritos, risas, gente que
fuma en sitios relativamente apartados del bullicio y que contempla el
paisaje. Peluquerías y salones de belleza. Gente que se juega la vida
cruzando la carretera. Rincones desconocidos e insospechados.
Fruterías y tiendas de comidas. Restaurantes. Impresionantes vistas de
la favela. No hay cosa que no se pueda encontrar en la Rocinha.
A la hora del almuerzo nos juntamos el médico, el agente comunitario y
yo. Vamos a un sitio en el que podemos sentarnos en una especie de
terraza “en primera línea” con vistas al tránsito. Yo pienso que es como
estar en esos restaurantes que el mar te bate sobre el edificio y lo ves
todo, pero con un paisaje urbano y desgarrador. La gente que viene y
va en sandalias, el tumulto. Pienso que en esa conjunción y en el haber
llegado hasta allí se construye algo profundo, una metáfora llena de
sentido.
Durante el regreso al Centro de Salud vemos un mural gigante en la
calle que dice: “A todos los habitantes de Rocinha que trabajaron para
mejorar las condiciones de vida de la gente de aquí”. Algo me recorre
por dentro.
A continuación vemos unos pacientes más mientras espero al Agente
de Salud para ir con él a pasar visita a su zona. El motivo de la visita de
la tarde es ver a los hipertensos que no se han acercado al Centro de
Salud en los últimos 6 meses a controlar su presión arterial, porque los
fármacos son gratis, y el requisito para seguir obteniéndolos es seguir
controlándose. Cuando el paciente no cumple va a la “lista negra” y se
le va a tomar la presión arterial a casa. Sí, está claro que esa estrategia
puede ser muy discutible en términos científicos y de costoefectividad,
pero no es el caso que nos ocupa.
Subimos a buen ritmo por la carretera principal. Yo no sabía en qué
consistía la visita ni a dónde íbamos (probablemente me lo hubiera
dicho pero no me enteré bien jajajja), y en un momento mi compañero
se abre a la derecha y señalando unas escaleras que se adentran en el
margen de la carretera principal, me dice: - aquí comienza mi zona -.
Comenzamos a bajar por unas escaleras y unas “calles” superestrechas
esquivando cascotes de cemento, cableado, basura, aguas residuales…
pero a la vez observando una organización interna decididamente
premeditada. Jamás había visto tanto orden dentro del desorden.
Dejábamos las casas a nuestro lateral y quedaban éstas construidas de
manera absolutamente inverosímil, algunas con partes a medio
terminar, otras que se levantaban sobre un terreno que cuesta creer
que las sostuviera. No olvidemos que las favelas se suelen asentar
sobre la ladera de una colina. En algunos momentos podíamos
observar como un pasillo grande central por donde bajaba una
columna de agua con buena fuerza, de no sé qué procedencia. Pensaba
como de coña en los canales de Venecia o de Amsterdam. Me
comentaba alguna compañera: - imagínate qué pasa cuando llueve, con
todo el barro y todo lo que arrastra la lluvia -. El agente iba cantando el
nombre del paciente, porque no había timbres en las casas, y ellos
salían a nuestro encuentro. En la primera casa que entramos nos
invitaron a sentarnos y a tomar café carioca con bollo, que por
supuesto tuvimos que aceptar. Estaban haciendo una reforma en el
hogar. Recuerdo que me causó mucha impresión ver una gran tele de
plasma allí colgada. La televisión tiene una función cultural y social
crucial en Brasil, sobre todo las novelas (telenovelas). Hasta tal punto
que constituyen hasta espacios de socialización política, según me
comentaban.
A mí viendo todo eso se me vino a la cabeza la leyenda de la bandera de
Brasil: Orden y progreso. Y eso era lo que había encontrado allí en
Rocinha: orden y progreso, dentro del desorden y la regresión. Quizá
no había una reproducción a escala más cierta del país entero que
Rocinha. Quizá no había una definición más exacta para un país tan
contradictorio.
En la segunda casa también nos recibieron con alegría y alboroto. El
Agente de Salud era una persona entrañable, que además vivía en la
misma Rocinha y había crecido allí, se tenía a la gente en el bolsillo, se
notaba que los pacientes le querían. En esa segunda casa nos dieron un
trozo muy grande de melón, que fuimos comiendo por el camino. En la
tercera casa nos dieron un refresco a cada uno… Y a partir de ahí el
compañero dijo que no aceptábamos más cosas, que nos íbamos a
hacer hipertensos nosotros también.
Me llamaba la atención que las pinturas tan bonitas que llenan las
paredes de Río también estaban presentes en esas callejuelas de
Rocinha. A algunos pacientes los pillábamos de sopetón, y no les hacía
mucha gracia saber que estaban en “la lista negra”, así que se dejaban
tomar la presión de mala gana. Algunos sentados sobre bloques de
cemento en la puerta de casa… yo les ponía el tensiómetro automático
cómo y donde buenamente podía, a veces sujetaba el monitor el propio
paciente. Otras lo dejaba en el suelo y los gatos merodeaban y lo
lamían. Un paciente se puso de mala hostia porque le fuéramos a
buscar y le tomé la presión mientras se fumaba un cigarrillo jajajja.
Subimos a casas imposibles, construidas en lo alto, y que a su vez
tenían unas escaleras empinadas y estrechas hasta llegar a las
estancias en las que se hacía la vida. En el transcurso de las visitas
pude conocer a abuelitos entrañables, que me recordaban tanto a los
de la ciudad española en la que trabajo… su dignidad y sus ojos
agradecidos y lindos eran los mismos. En otras ocasiones entrábamos a
tomar la presión al paciente y se la terminaba tomando a todos los
miembros de la familia, 4 o 5.
Yo les hacía la broma de que intentaba medir la presión al Agente de
Salud pero que no me daba el manguito porque él estaba realmente
muy cachas y tenía un bíceps muy grande (que era el caso)…. y se
partían de la risa.
Cuando di la sesión de Osteoporosis después de haber visitado la
Rocinha, en el momento que hablé de la prevención de las caídas me di
cuenta de lo importante que es el contexto local. Hay una parte que
dice: “Para prevenir las caídas (y las fracturas) hay que actuar entre
otros sobre los factores ambientales: iluminación defectuosa,
desniveles y escaleras, suelos en mal estado, cables, mascotas, tráfico y
transporte público, obstáculos urbanos…. ¡Intenta controlar tú esos
factores en Rocinha! jajajja
Cuando terminamos nos bajamos la carretera principal bebiendo el
refresco con la pajita de rigor. Allí todo se bebe con pajita. De vuelta
para el hostel me vine con el médico y vivimos la efervescencia de la
noche en Rocinha. Pasamos por una pasarela construida por el famoso
arquitecto brasileño Niemeyer. Una contradicción más. Fuimos hasta la
parada de bus. Al lado hay unas instalaciones deportivas de alto nivel.
Dos contracciones pues. Pillamos el bus hacia Copacabana. El autobús
urbano te deja fino el amortiguador trasero.
Al día siguiente visité un barrio también muy pobre, pero no
constituido como una favela. En esta ocasión acompañaría a un equipo
que atiende a personas que viven en la calle. A mi llegada al Centro la
doctora había salido y mientras esperaba, unos compañeros tuvieron
la amabilidad de pasearme un poco por las instalaciones. Conocí a una
residente que había rotado en España, en Madrid, por Valdebernardo.
Recuerdo que pensé en ese momento si la habrían tratado tan bien en
España como a mí me estaban tratando en Río. Ojalá que sí.
Acto seguido me reuní con el equipo y comenzamos las visitas. Es
común que las personas que viven en la calle en condición de
indigencia se desplacen de un sitio a otro. De ahí que cuando hay un
caso de este tipo los médicos se deben poner en contacto con los del
equipo que corresponde a la nueva zona de estadía del paciente. En
este caso fuimos a un Centro de Salud cercano en una furgoneta. Nos
acompañaba otro médico de personas de la calle, que seguía
trabajando a su edad en un medio tan duro a pesar de algunas notables
y llamativas dificultades físicas que aquejaba. Me emocionó su
dignidad. En el nuevo Centro se discutió al paciente en una de esas
sesiones que parecen no tener fin y que más vale que te pillen sentado.
Así se procede, son casos muy complejos con problemas muy
complejos que van desde asuntos de tutelas judiciales de hijos,
enfermedades de transmisión sexual como sífilis, enfermedades
infecciosas como tuberculosis multirresistente, autos judiciales de
ingreso involuntario, consumo de drogas, violencia… todo junto en una
misma persona… en este caso una chica de 16 años que ya era madre
de dos hijos….
Continuamos nuestra recorrida por la calle. Según vamos me dice el
Agente de Salud señalándome con disimulo a un grupo de jóvenes a lo
lejos: ¿Tú sabes cómo es el proceso del consumo de crack? Le digo que
no, y a la que miro, veo el humo que sale del tumulto y a los chavalillos
dándole ahí a la droga.
Pasamos al lado de tres varones que duermen en la calle. El
procedimiento es acercarse y preguntarles si están bien, si necesitan
algo, si quieren algo, si les pasa algo. La filosofía del equipo es lo que se
ha dado en llamar “reducción de daños”. No se busca la solución beata
y paternalista, sino ser realistas y hacer por ellos en función del
contexto, minimizando las consecuencias de sus acciones, más que
querer influir sobre ellas. Uno de ellos solicita ayuda porque refiere
que le ha pegado la policía con la porra en la espalda y le duele mucho.
La doctora le explora sobre el terreno. Le dice que le va a hacer llegar
unos fármacos para tomar y para que mejore de su dolor. Cuando
terminamos la doctora envía al Agente de Salud a darle al paciente la
prescripción y los fármacos con las instrucciones de toma. Además del
cuadro por el que consulta tiene unas lesiones en las extremidades
inferiores impresionantes, que no sé lo que son. – Son infecciosas – me
dicen- . Las otras dos personas no quieren consulta, pero aceptan unos
preservativos que el Agente de Salud les ofrece.
El rotante externo me comenta que allí la policía atiza pero bien, y
habla muy mal de ellos. Dicen que con el advenimiento de los Juegos
Olímpicos todo esto va a empeorar, porque van a querer sacar a los
indigentes afuera de la ciudad.
Acto seguido nos dirigimos a la trasera de las calles, a la vía del tren.
Pasamos junto a una casa en la que a la puerta hay una familia
“normal” sentada en sillas conversando. A continuación hay una
especie de bar en el que veo que venden unos vasos transparentes con
tapa y agua mineral dentro, que se asemejan a un yogur. - Hace mucho
calor acá y la gente viene aquí a comprar agua - pienso. Justo a
continuación, en un momento del recorrido siguiendo la vía se abre un
recodo y puedo contemplar a unas 15 personas en diferentes
posiciones y estados consumiendo. Crack fundamentalmente. Entonces
el Agente de Salud se acerca y me explica pormenorizadamente como
consumen el crack ayudándose de ese vaso. Como le hacen agujeros,
ponen la piedra… en fin, todo el proceso. Allí había otra chica
vendiendo los vasos. Reflexioné acerca de cómo es capaz de adaptarse
la actividad económica a las características del mercado.
El Agente de Salud era muy considerado conmigo y estaba realmente
empeñado en que aprendiera el proceso… y preguntaba a todas las
personas que estaban allí consumiendo si tenían una piedra de crack
para que yo la viera jajajja, hasta que llegó uno que me la enseñó. – Es
para que la vea el médico español -, decía. Qué grande.
Otro estaba dándole a otra cosa, inhalando de una botella. Tenía un
nombre que no recuerdo. Unos decían que era cloroformo y éter, otros
que era un gas que se utilizaba para tinte del pelo, como un disolvente.
Recuerdo que le dijeron algo al chaval y rió. Nunca olvidaré aquella risa
en la que no había ningún diente en esa persona tan joven. Según
volvíamos para el Centro de Salud un integrante del equipo levantó un
doble techo que colgaba de la pared y vimos a varias personas más
hacinadas consumiendo.
La vía del tren está literalmente hecha un cristo y vamos pisando mil
cosas. Recuerdo que tenía una amiga enfermera que trabajaba en un
poblado chabolista en Madrid y me comentaba que llevaban unas botas
que pesaban dos kilos cada una porque tenían una suela de impresión
para evitar cualquier incidente. La doctora va en francesitas. La
cercanía es una de sus señas de identidad. Enseguida me doy cuenta de
que es una persona muy especial, con mucha mano izquierda y que
empatiza muy bien, al igual que el Agente de Salud. De esta gente que
desprende como una fuerza diferente, centrípeta.
Al terminar la jornada hay un momento para la charla y me invita a que
pregunte lo que quiera. A mis preguntas responde que no todas las
personas que viven en la calle son consumidoras de droga. Que hay
mucha heterogeneidad entre ellas. Y que hay mucha heterogeneidad
entre las personas que viven en la calle entre los distintos barrios, que
cada barrio tiene sus perfiles. Comenta que los albergues de acogida no
es que sean una opción mala para intentar paliar el problema, pero que
tienen reglas muy estrictas que la persona casi nunca cumple y por eso
tienen que terminar finalmente fuera de ellos. Cuenta que en Sao Paulo
han puesto en marcha una experiencia de tratamiento e integración
muy interesante, que consiste en capacitarles con una especie de
módulo de Formación Profesional e insertarles en el mundo laboral.
Con un sueldo fijo al mes todo comienza a cambiar.
Se termina la jornada y me pego al rotante externo para volver a casa.
El momento de la vuelta casi siempre es de “preocupación”; cómo
volver a casa desde aquellas periferias. A veces me bajaba con el coche
de la Secretaría, pero intentaba no hacerlo si había cualquier otra
posibilidad, por intrincada que fuera, para no generar trastorno a mis
anfitriones.
Me dice el compañero que si no me importa esperar un poco, que es el
representante de los residentes de los Estados del Sur y tiene una
pequeña reunión con los representantes de los residentes de Río y de
los Estados del Norte, porque se está planteando una huelga de
residentes, y deben explicitar cada uno su postura.
La suya es que no hay lugar para una huelga por motivos económicos,
que cree que los residentes ya ganan suficiente. Me dice que él gana
unos 1.000 euros de sueldo base al cambio, no mucho más con
complementos. Recordamos que los residentes de Río ganan 3.000 al
cambio. Pero me dice que aun así le parece suficiente y que no están las
cosas en el país para protestar por eso, que son unos privilegiados. En
seguida me doy cuenta de que mi compañero no se hizo médico por la
plata. Me cuenta que en Brasil los especialistas hospitalarios pueden
vivir como dios, y entre unas cosas y otras ganar más que en Europa.
La reunión termina y nos vamos para el metro. Una residente nos
acerca hasta la parada. Es noche cerrada. Bajamos hasta Copacabana
hablando de América Latina, de Europa, del capitalismo y la crisis
global. Siento que hablamos el mismo idioma. Se nota enseguida la
gente que ha viajado y ha leído.
El siguiente día repito en Rocinha, en el mismo Centro de Salud al que
fui el día anterior, la misma sesión de Osteoporosis para los residentes
y tutores. Luego bajamos en el autobús hacia Copacabana en un
trayecto imposible en el que voy de pie y en el que intentar sostenerse
erguido es como intentar hacerlo en un caballo desbocado. Tomamos
unos pinchos (petiscos) con los muchachos.
A la mañana siguiente vuelvo a Rocinha, a un Centro de Salud diferente
al del día anterior, que queda arriba del todo de la favela. Voy a estar
con la psiquiatra, que tiene un marcado perfil comunitario. Me cita a
las 7.40 para subir desde Zona Sul y me las veo putas para llegar allí a
esa hora. Qué sueño, qué tráfico y qué dificultades para todo. Tomamos
varios transportes, incluida una furgoneta lanzadera hasta llegar a las
cercanías del Centro de Salud. Me enseña el Centro de Salud, todo el
mundo le para continuamente con el fin de comentarle tal paciente, tal
caso. Me dice: - Mira -; y desde la ventana puedo ver una vista de Río
impresionante. Saco una foto con la cámara que menos huella ecológica
deja: la de la retina. Subimos a la oficina de los Agentes de Salud a que
nos comenten un caso de los interminables, que cuando terminan no
recuerdas ya cómo comenzó todo. Luego nos vamos con la Agente de
Salud a una visita domiciliaria, a ver a una paciente que aparentemente
está deprimida. Nos adentramos de nuevo en las entrañas de la favela,
todo el mundo las para, las saluda y les comentan. Comenzamos a
transitar por escaleras, pasadizos, puentes imposibles en estado
precario de equilibrio social y arquitectónico. En un momento
comienzo a oler a marihuana y al doblar la esquina las trabajadoras
saludan a unos chicos que al parecer son los “reguladores del tráfico”.
Llegamos a casa de la paciente, que la encontramos tumbada en el sofá.
Ahí comienza una entrevista en la que somos ayudados en la
anamnesis por algunas personas de su entorno. La paciente es una
persona mayor que no cumple adecuadamente con la medicación y que
es un poco desastre, aunque entrañable. El abordaje es psiquiátrico,
pero casi más “comunitario” o “social”. Nos volvemos para el Centro y
pasamos consulta. En Brasil y en Río existe lo que se llama el
“matriciamiento”, un especialista “hospitalario”, en este caso
“comunitario” o “ambulatorio” que apoya asistencialmente la labor del
médico de familia referencia de ese paciente. La psiquiatra se desplaza
al Centro de Salud (en este caso su puesto de trabajo está radicado ahí)
para ver conjuntamente con el médico de familia algunos casos
seleccionados. Ese día vemos cuatro casos. El de una mujer cuya hija
falleció por ahogamiento hace dos meses, otra mujer con trastorno
bipolar que había sido abusada… Me gusta que la psiquiatra escribe en
la historia cuando un paciente llora en la consulta. Hay poco más de
media docena de psicofármacos que son los que se manejan en la
farmacopea del sistema público, con un par de antidepresivos ISRS, y
sin tantas fantasías y proezas farmacológicas como acá.
Vemos y tratamos casos de gravedad leve-moderada. Los graves son
derivados hacia otro circuito.
Después del almuerzo tenemos unos grupos terapéuticos. La psiquiatra
destaca por su formación, metodología y práctica en este campo. El
primero sobre consumo de drogas y alcohol. Van 4 pacientes. Uno
habla sin parar durante toda la sesión. Pienso que está puesto hasta las
cejas pero luego me comenta mi compañera que lleva 8 años sin
consumir; no me lo imagino dando la tabarra así durante todas las
sesiones semanales 8 años seguidos jajajj. Me impresiona un chico
joven, de unos 30 tacos, alto, delgado, muy guapo, consumidor de
cocaína, que acude al grupo con su hijo de unos 5 años, que duerme
profundamente en el regazo de su padre mientras éste participa en el
grupo.
El siguiente grupo es “comunitario”, la sala se llena. Saco la conclusión
de que coexisten en él pacientes con trastornos psiquiátricos leves y
personas sin patología psiquiátrica que se toman el grupo como una
terapia de autoayuda. La psiquiatra tiene muy bien estudiada la
metodología de trabajo y pone una serie de reglas que me parecen
interesantes: lo que se dice en el grupo queda en el grupo, no se
admiten niños, no se puede hablar de los problemas de los demás ni
enjuiciar a los otros, sino hablar de lo propio, utilizar siempre la
primera persona del singular, evitar dar discursos o sermones…
Cada uno cuenta su película y enseguida surgen los acaparadores. Al
final de la sesión todos parecen querer recetas y la psiquiatra tiene que
poner un poco de orden. Los pacientes se van sentando en una silla
enfrente nuestra. Junto a la prescripción siempre tiene lugar alguna
pequeña consulta o alguna pregunta de mi compañera, y ésta invita a
los pacientes de alrededor a que hablen entre ellos para que no se haga
silencio y así preservar un poco la intimidad del paciente interpelado,
si es que eso es posible en ese entorno. Comienza un desfile
interminable de pacientes donde mi compa tiene dar un golpe de mano
para evitar consultas como tales, ya que es un tiempo para
prescripciones en el que están permitidas pequeñas y rápidas
preguntas. Los pacientes acuden con las demandas más inverosímiles,
que son inmediatamente desarticuladas en un tira y afloja que roza lo
cómico jajjaja.
Me vuelve a impresionar otra chica muy joven, ésta tendrá 27, que
espera paciente su turno con dos niños pequeños jugueteando todo el
rato alrededor. Cuando le toca saca a los niños de la sala, se sienta
frente a nosotros y le empiezan a brotar las lágrimas enseguida.
También es consumidora de coca.
Le pregunto si no cree que los pacientes participan en el grupo porque
quieren recetas al final. Me dice que eso ya se lo ha planteado y se lo
han planteado muchas veces. Me dice que en cierta manera puede ser
en algunos casos, pero que ese encuentro interesado a ella le permite
preservar y perseverar en el contacto con los pacientes y reconducir el
proceso terapéutico a donde le interesa. Si los médicos de familia en
España elimináramos las consultas que se hacen “por el interés de
sacar algo” (parte, baja, derivación, receta, certificado…) y nos
quedáramos con las que se hacen exclusivamente por nuestro saber y
nuestro criterio científico no sé si llegaríamos a ver 10 pacientes al día.
No lo justifico porque creo que deberíamos aportar valor científico con
nuestro trabajo y no hacer ni una burocracia, simplemente lo describo.
Son las 17.30 y llevamos desde las 7.40. Estoy que no puedo con mi
alma. Mi compa tiene aún consulta privada ese día por la tarde. - Hay
que ganar un poco de plata -, me dice. Comienza a las 18.30 y estará
aún otro par de horas más. Al día siguiente vuelve a entrar a las 8.00.
En Brasil trabajan un montón. Las distancias al trabajo y el tráfico
dificultan aún más las cosas y alargan artificialmente la jornada.
Cuando vuelven a casa es tarde y llegan rendidos. Me recuerdan en
cierta medida a los argentinos. Trabajar cada vez más para ser cada vez
más pobres. ¿No será el modelo y la regulación laboral y sindical la que
causa todos los males, más que la productividad, la necesidad u otras
variables?
Me encantan las mezclas porque no soy capaz de comprenderlas bien.
Algo queda debajo, como oculto, y en la búsqueda y disección me
siento pleno. No hay una cosa más literaria que una mixtura. Brasil y
esta experiencia lo son de las mezclas.
Brasil se construye en el proceso histórico por la dominación
portuguesa y el sometimiento. Primero a los indígenas, después a los
africanos que traen como esclavos. También reciben en tiempos
inmigración de otros países de Europa y sometimiento, o más bien
intentos, de otros sitios, como Holanda y Francia.
La dominación, la injusticia y la desigualdad han sido las señas de
identidad de estas tierras (brasileñas y latinoamericanas) desde
tiempos inmemoriales. Todo eso trajo también la mezcla, aunque
manchada de sangre.
Compañeras brasileñas pero blancas de piel como la leche; ojos azules,
pelo claro, ascendencia judía. De Albacete pero en Río de Janeiro.
Cubano pero brasileño que habla hebreo y ruso. No hay algo más
aburrido que la pureza.
Pero todavía me gustan mucho más las mezclas que no vienen
impuestas por los genes o las familias. Esos reporteros de TVE que se
van a otro país y que 10 años después tienen ya cara, gestos o algo casi
imperceptible, muy fino, del país de destino. O esos otros que se van un
mes y se quedan 17 años. Esa gente que se le va la vida en un sueño, en
una fantasía, en una ilusión o en un amor, tan lejos de casa y de la zona
de confort.
Esa gente que sale de la zona de confort y que cuando se da cuenta de
que dentro del nuevo disconfort vuelve nuevamente a una zona de
confort, aunque diferente a la primera, vuelve a saltar de nuevo. Ese
espíritu cheguevarista. El eterno aprendizaje, la incertidumbre, el
siempre universitario.
Esa gente transfronteriza, que no está ni aquí ni allá. Que no tiene un
punto de anclaje y unas referencias claras. Que dudan, que son de
alguna manera frágiles, que no tienen todas las respuestas, que no
saben por dónde andan y que casi cada día duermen (física o
intelectualmente) en un sitio diferente, que se ven de continuo
desempeñándose en un una labor que no dominan. Que no saben qué
hay tres calles más allá, pero que se disponen a descubrirlo. La
aventura de la vida. La medicina de familia también.
Las fronteras en ocasiones no sólo son físicas o de pertenencia, sino
también sociales. Si se parte desde Leblón (una de las zonas más ricas
de Río) se tardan 20 minutos en llegar, por ejemplo, a Rocinha. En el
transcurso se va ascendiendo por un lugar llamado La Gávea. Nadie
sabe cuál es el punto justo donde se termina la riqueza y comienza la
pobreza, pero sucede, como en una zona de nadie, como en la zona
desmilitarizada entre Corea del Norte y del Sur. Quizá ese punto claro
de transición no existe. Hay una franja en la que los habitantes no
saben si son ricos o pobres, al igual que en A Raia no saben si son
portugueses o españoles. No saben si atenderse en la Clínica de Familia
o contratar un plan de salud e ir a la clínica popular. Conocí a una chica
en el avión, Bárbara, que hablaba perfecto español, y cuando pasaron
con los formularios de inmigración dijo que ella era brasileira. Vivía en
la hora de Brasil y pensaba en la España. Su vida era un continuo
desdoblamiento en un puzzle perfectamente ordenado que no le
originaba conflictos internos de ningún tipo, como esos niños que
estudian ahora en colegios bilingües y que son capaces de pasar de un
idioma a otro, sin ninguna clase de escalón entre medias. Bárbara no
sólo pasaba de un idioma a otro, sino de una vida a otra. Cuando le
convenía saludaba con un abrazo de brasileña y cuando quería con un
simple beso de española. Cuando quería llegaba tarde amparándose en
su condición de brasileira y cuando negociaba un sueldo exigía como
española. Cuando quería conseguir algo fácilmente sacaba a relucir su
condición de europea y cuando quería que un taxi no la timase o no la
atracasen se portaba y hablaba como una brasileira. Cuando tenía sed
bebía a veces un Guaraná y cuando quería una Mahou. A veces comía
una feijoada que hacía las veces de cocido. Bárbara tenía también una
zona de indefinición muy grande, una zona que no estaba seguro si
estaba desmilitarizada o estaba llena de minas antipersonas, lo que me
incluía necesariamente a mí también jajja. Así que no tuve más
remedio que intentar explorar el terreno en términos sociológicos.
Utilicé, entre otras, la técnica del brainstorming, porque conocerla
supuso una tormenta tropical en mi celebro.
Para mí sus transiciones hispanobrasileñas se comenzaron a convertir
en las transiciones del país, y comencé a buscar y a explorar en ella las
transiciones que había observado y que cristalizaban en aquel
momento en La Gávea, como ejemplo de las transiciones que me
permitían entender el país. Así pues, sin quererlo, el (cono)cimiento
del país se transformó en el conocimiento de ella. Sin quererlo y por
primera vez en la historia de la pesquisa (investigación) había logrado
una muestra representativa de n=1. Tenía dificultades para explicarle
esto a una persona a la que acababa de conocer y que no saliera
huyendo pensado que estaba desequilibrado mental, así que decidí
hacerlo pasar por amor, que era una manera muy sencilla y
convencional. La batalla por darle un beso se convirtió en la pulsión
por conocer a un país entero. La manera de redimir mi sufrimiento por
no entender lo que veía cada día en Río de Janeiro era entregarme a sus
brazos y así ser protegido por una macroestructura similar al papel
que desempeñaba el Estado en una sociedad moderna.
En Río la parte rica está en el sur mientras que la pobre está en el
norte, al revés que pasa en el planeta y en casi todas las ciudades del
mundo. Dicen que el Cristo del Corcovado abre los brazos a los ricos
(está de cara a la zona Sul con los brazos abiertos) y da la espalda a los
pobres, que viven en la zona norte. En la favela los más ricos están en
la parte más baja y los pobres en la parte más alta, al revés que pasa en
los edificios de la demás gente, que en cuanto más poder adquisitivo
tiene tiende a ocupar las zonas más altas (áticos…con terraza y tal) y
cuanto más pobre tiende a ocupar las alturas menores (bajos,
primeros…).
Por eso cuando ella decía que prefería debajo yo no sabía si tomármelo
como una postura de dominación o de pasividad.
En Río detrás de cada barrio rico hay una favela, como amenazando
por la espalda; es la manera de la desigualdad de recordar que tiene un
precio. [Éste es un bonito ejemplo para ver cómo la disposición
geográfica determina fenómenos sociales. En otras ciudades
latinoamericanas las favelas están en la periferia, lejos del centro y de
las zonas ricas y de clase media. En Río no es posible, porque la ciudad
queda encajonada entre la montaña y la playa. La periferia de la ciudad
es la loma de la montaña, que queda inmediata a la zona rica] (Esto lo
aprendí en un texto de Márcia Pereira Leite). Cuando vas por la calle
siempre tienes miedo de que te venga alguien detrás. En Río te das
cuenta de que la desigualdad no es otra cosa que un constructo
político. Eso y nada más que eso. En la cama con el gesto simple de
cubrirle la espalda con mi cuerpo representaba una función de
protección que me hacía ganar muchos enteros.
Según Bárbara se moviera hacia el margen español o el brasileiro yo
debía de reposicionarme también. Es conocido que puede que en tu
país no te comas una rosca, pero vas fuera y eres Julio Iglesias.
Paradojas a estudio. Así que si sacaba el lado brasileiro yo me
reafirmaba como español, y si ofrecía el español yo me replegaba un
poco. La guerra de posiciones gramsciana.
En mi intento por conocer todas las bondades y las cosas típicas del
país buscaba si me podía enseñar la famosa depilación brasileña, pero
al principio no colaba. A cambio, me enseñó su casa. Vivía en la
Avenida Atlántica, primera línea de playa de Copacabana. A menudo las
contradicciones del país me estallaban en la cara. A menudo pensaba:
esta mañana me he levantado en esta supercasa enfrente de la playa y
esta tarde me van a enseñar los moradores de rúa (los indigentes)
cómo se fuma el crack. A veces, si se agachaba en ropa interior a por
algo, le decía que tenía una casa con vistas.
Teníamos graves problemas temporales; yo tenía prisa por todo y para
ella pareciera que tuviéramos todo el tiempo del mundo. Nos poníamos
a comer unos buñueliños de bacalao y mientras yo me metía uno en la
boca y me lo comía como un caramelo para subir rápido a casa, ella lo
ponía en el platito, lo abría con cuchillo y tenedor, le echaba lima, un
poco de aceite de oliva y se lo comía a porciones. Me desesperaba tanta
letanía.
Íbamos muy a menudo a un chiringuito de la playa que quedaba muy
cerca de su casa, muy famoso y concurrido porque ponían el mejor
“frango a passarinho” (se traduciría como algo así como pollo al
pajarito) de la Zona Sul. Luego ella pedía una caipiriña, que yo
aborrecía, y me decía que el resultado final dependía de la calidad de la
cachaza, y sobre todo de los demás ingredientes, de la combinación que
resultara de los mismos. Otra vez la importancia de la mezcla y de la
proporción. O un piscinao, un copazo cuyo nombre a mí me hacía
mucha gracia, porque era como una piscina de grande. Yo pedía una
cerveza, que te ponían una botella grande tipo litrona. Para que no se
te enfriara te ponían un chisme que la recubría y conservaba el frío. Yo
me reía mucho porque llamaban a ese artilugio “camisinha”, que era la
misma palabra que se utilizaba para denominar al preservativo.
Me encantaba que cuando yo llegaba a su casa de la larga jornada de
trabajo me hacía quitar la ropa de faena, ducharme (en Río se duchan
mil veces al día) y ponerme los pantalones de la selección brasileña. Me
sentía poco menos que Neymar. Luego me ponía también la camiseta y
me marcaba insultantemente la barriga como a Ronaldo Nazario de
Lima.
Más tarde me quitaba toda la ropa y me cabalgaba con los brazos en
cruz, como el Cristo Redentor, y yo sentía que desde allí arriba él
también los tenía así para perdonar todos los pecados que se cometían
sobre Río. Ella terminaba antes y en lo que yo lo hacía la sorprendía
mirando de reojo en la tele (en Río tienen una tele en cada habitación
de la casa) la novela de las 21. En fin.
Luego nos tomábamos algo de maracuyá y nos quedábamos dormidos
mientras la tele seguía pasando novelas sin parar. El maracuyá es el
nuevo Lorazepam, por lo que se ve.
Yo le decía que me hubiera gustado que igual que la chica en la que
Sabina se inspiró para escribir “Con la frente marchita” en Argentina
era montonera, fantaseaba con que ella fuera del “Comando Vermelho”,
pero no era el caso.
A cambio, le prometí escribir una canción para convertirla en la Garota
de Copacabana como imagen especular de la de Ipanema, pero se ve
que la letra me está saliendo un poco larga.
Y ya no me queda más tiempo. Me tengo que ir ya. Yo no tengo el
tiempo, la tranquilidad, la paciencia y la insistencia de Lula. Yo soy un
bala perdida en España y eso lamentablemente es una cosa muy seria
en Río. Sólo me queda un último segundo para recordar su piel
crocante y peluda como la del frango. Para recordar que ella pensaba
que se trataba de una lucha de lenguas pero en realidad era la lucha de
clases. Para que (me) inspirara con su nariz carioca en mi pecho. Para
decirle que es una piedra angular y preciosa en mi vida.
Sólo me queda besarte por última vez en Cinelandia. Prometer llevarte
a Disneylandia. Besarte en los morros. Sacarte del planeta tierra con el
platillo volante de Niemeyer. Esperarte media hora más en la librería
del CCBB. Esperarte con la urgencia de las parejas que aguardan
habitación en el hall de los moteles. Tocarte con la tristeza del pianista
del shopping no Leblon. Espiarte a través de los espejos en el Colombo.
Hacerte enfadar por dejar goteando el filtro del agua gelada. Beber
agua de la canilla para hacerme el valiente. Prepararte el café de
mañana y el de pasado mañana. Aparentar que me encanta la Bossa
Nova. Pasarme tu hilo dental por mi boca. Obtener la mirada censora
por repetida del taxista en el espejo retrovisor por progresar
demasiado. Derretirme cuando colocas así la lengua y los dientes y me
dices gatinho. Hacerte un arrastrón para robarte el corazón. Hurtarte
el alma y un beso en cada semáforo en rojo. Emborracharnos de barra
en barra hasta llegar a la de Tijuca. Ser tu pan de azúcar y de queso.
Enamorarme de ti, de Río y de Brasil con la misma que intensidad que
Don Joao.
Y finalmente secesionarme de todo con la misma tranquilidad que lo
hizo Brasil del imperio portugués, para continuar adelante.
Eduardo Nogales
Médico de familia
Para conocer más aspectos formales de la Reforma y de la Atención
Primaria en Río de Janeiro y Brasil se recomienda leer el Relatorio final
de Juan Gérvas y Mercedes Pérez. Disponible en:
http://www.sbmfc.org.br/default.asp?site_Acao=MostraPagina&Pagin
aId=524
Agradecimientos.
Gracias a los compañeros de la Coordinación Técnica por las
atenciones recibidas, y en su plano profesional por su dedicación y
gran trabajo con el proyecto en Río, porque es el proyecto de toda
Latinoamérica y el mundo entero: André, Adelson, Michele (secretaria)
y los demás compañeros.
Gracias a Caio, Annie, Marcia, residentes y preceptores de Clínica da
Familia Assis Valente, Clarisse, Rita, residentes y preceptores de Clínica
de Familia Anthidio Dias da Silveira (Jacarezinho), Michael, Renata,
Leandro, Daniel y residentes y preceptores Clínica de Familia Maria del
Socorro, Valeska, Anderson, Fabricio, Bruno y residentes de Clínica de
Familia Víctor Valla (Manguinhos), Joana Thiesen y personal de Clínica
de Familia Albert Sabin.
Gracias a los pacientes por posibilitar que acompañara a sus médicos y
Agentes de Salud y haber permitido con su aquiescencia que les
conociera a ellos, sus familias, sus historias y su país. Gracias a los
motoristas de la Secretaría y a Joaquim, Patricia, Jacobo y Bianca.
Y muchas gracias a Lourdes Luzón. Sin ella nada de esto hubiera sido
posible. La gente que batalla por cambiar las cosas desde la praxis es la
que realmente vale la pena. Ya dijo Marx que lo que los filósofos habían
hecho hasta entonces era interpretar el mundo, pero que no se trataba
de interpretarlo sino de cambiarlo. La teoría la sabemos todos. Gracias
además por ser tan linda persona.
La despedida a la francesa de Eduardo me rompió de alguna manera.
Había algo que quedaba abierto que me desasosegaba. Pensaba que si
no cerraba esa herida no iba a cicatrizar por segunda intención. Las
segundas partes nunca fueron buenas. Tenía dos opciones para poder
entenderlo todo. Una era escribir una novela (un libro, no una
telenovela brasileña) para poder explicármelo. Yo no escribía tan bien
como Eduardo y la verdad no tenía ni ganas ni tiempo. La otra era
intentar cerrar el círculo aquí en Brasil antes de que todo se
convirtiera en pura historia y las pistas se disiparan. No hacer nada
significaría condenar a ese pasaje a formar parte de las paredes de la
ciudad. Yo vivo en España en una zona de marcha de los universitarios.
Las paredes de la zona de los bares están llenas de historias que sólo
ellas conocen y que están condenadas a que nadie las rescate.
Comencé a pensar el eje en el que moverme y rápidamente me
comenzaron a brotar ideas. Debía encontrar a Bárbara. Eso lo tenía
claro. Pregunté en el hostel cuál era el frango a passarinho más popular
de Copacabana. Quedaba enfrente de su casa según las referencias de
la memoria. Pregunté en el hostel y dudaron. Leí en la Lonely Planet y
había uno que parecía que podía ser. A Eduardo le gustaba esa guía
porque varias veces le vi consultándola, así que quizá buscó la
recomendación allí. Aunque seguro que la idea y la iniciativa fue de
Bárbara por ser autóctona. Me paseé en horario de comida y cena
varias veces por Copa y peiné de manera más cuidadosa los puntos
calientes que pensaba que podían ser. Hablé con los lugareños. En
efecto había un sitio en el que la gente se amontonaba. Metí un poco el
hocico en la terraza y ciertamente el frango era el plato estrella. Estaba
sobre la pista. Bárbara vivía por allí. Todo morador de primera línea de
playa tiene que bajar a la playa con cierta asiduidad, digo yo. Una
persona que vive de forma continua en Río tiene que tener la playa
como su segundo hogar. Pensé también en que si vive en primera línea
y si las zonas de playa son tan homogéneas como son lo lógico es que
no se bañara muy lejos de la casa. Así que la siguiente semana lo que
hice fue pasarme mañana y tarde yendo a la playa que quedaba
enfrente del chiringuito del frango y tratando de identificar a la gente
que repetía baño, día y sitio, y que no parecían guiris, porque con
seguridad ellos vivirían cerca y serían cariocas. Quizá no les sería difícil
identificar a una chica española llamada Bárbara mitad española mitad
brasileira. Enseguida localicé varios grupúsculos familiares que
repetían sitio y baño. Tenía que tener cuidado porque como les
observaba con mucha atención enseguida capté que algunos
sospechaban de mí como ladrón jajjaja. Pensé en algo que les pudiera
identificar como españoles, ¡difícil tarea!, y enseguida reparé en que si
veía a alguien con un libro o una revista en castellano lo tendría en
bandeja.
La cara se me iluminó cuando vi a una señora rubia con el Hola!
También se dice en portugués Olá, pero se escribe sin H y con tilde en
la a, así que debía ser la edición en castellano.
Así que lo hice fue llevarme a un amigo y jugar a las palas en las
inmediaciones de la señora. Instruí a mi amigo en que me tirara una
pelota lejos de mi zona de alcance y en dirección a la señora. Así
tendría una buena razón de penetrar en su zona de seguridad. A la que
la pelota salió despedida hacia ella, exclamé un estridente: - ¡Me cago
en la puta!, para asegurarme de que la señora me oía claramente.
Nuestra presa efectivamente agarró la bola y al acercarme a ella, le
dije: -Perdone -, para darle cuenta de que había advertido que era
española y para forzarla a que me hablara y comenzar así la
conversación. La mujer me alcanzó la pelota pero no me dijo nada. Al
tomar la pelota dejó la revista con la portada a la vista. No me dijo
nada, pero yo no iba a permitir que la realidad me estropeara el plan.
Así que le solté fijando mis ojos en la revista: - Anda mira, ¿es usted
española? Me dijo que sí y ahí comenzamos la conversación. El
desarrollo del juego hacía que quedara muy forzado y raro que yo
parara e hiciera esperar a mi compañero para conocer a una
desconocida. Tampoco quería asustarla de primeras. La gente en los
países en los que hay inseguridad es un poquillo más desconfiada de la
cuenta. Así que proseguimos con el juego un rato e hicimos como que
nos íbamos para que pudiéramos cruzarnos con ella en una situación
más cómoda. Le hice el típico abordaje de dónde eres y todo eso,
trabajas aquí y tal. Le conté por encima un poco nuestro propósito de
encontrar a Bárbara y por qué y la verdad es que la mujer muy
enrollada y concienzuda comenzó a colaborar con nosotros en un
meticuloso plan de búsqueda. Me dijo que si vivía en Atlántica por esa
zona no habría mucho problema porque la zona de costa estaba repleta
de hoteles, restaurantes y demás, y no muchos portales de viviendas. –
Unos 17 cogiendo unos márgenes muy amplios -. Siempre hay que
trabajar con márgenes amplios, como dicen que sucede en el
tratamiento quirúrgico del melanoma.
Ni corta ni perezosa recogió sus cosas y se vino de búsqueda y captura.
Le dije: - Si tienes que hacer cosas no te preocupes que podemos
intentarlo solos-. – La riqueza es muy aburrida, voy con vosotros –
contestó- jajjaja.
Dice la Lonely Planet que hay dos cosas que comparte la clase baja y la
alta en Brasil: el carnaval y la playa. Yo añado otra: la havaianas (unas
sandalias de dedo).
Fuimos portal por portal. Los portales de Río de la Zona Sul están todos
enrejados con un portero automático para comunicarte con el portero
no automático al que hay que decirle quién eres y a dónde vas si no
vives en el edificio. Él luego llama a la casa de la persona y le dice: - está
aquí fulanito, pregunta por Doña no sé quién -, y entonces te hacen
pasar o no. En fin.
Al ver a Martha y al escucharle hablar perfecto portugués la
colaboración del portero era total. En la doceava intentona por fin la
encontramos. Al escuchar su voz por el telefonillo sentí una emoción
difícil de describir, como ésa de las películas. Nos dijo que subiéramos.
Nos recibió con los pantalones de la selección brasileña que adivinaba
que era los que se había puesto Eduardo. Era una chica rubia, alta y
delgada, con pendientes de perla. Dijo que si queríamos tomar algo y
yo dije que no pero insistió, así que yo pedí un guaraná, el inglés (que
no se enteraba de nada) una cerveza y Martha, que no se cortaba un
pelo, le dijo que si tenía whisky y como era que sí, se tomó uno jajaj.
Conectamos bien. A veces no se necesita mucho rato para saber si sí o
si no. Fui al grano, aunque me hubiera gustado un ambiente algo más
íntimo para que ella pudiera hablar más agusto y darme más
información. Ayudaba un poco que el inglés jugaba a enseñarle
palabras a Martha y se pusieron ahí a su rollo.
Pedí mear para poder recrear en mi cabeza lo más posible la casa en la
que Eduardo había vivido aquella experiencia de amor y trascendencia.
Bárbara se mostró muy sorprendida e ilusionada por toda la historia
del cuaderno y por mi búsqueda. También agradecida. Me dijo que
había sufrido porque lo último que había sabido de Edu era un
Whatsapp que le mandó que decía: “Estoy en un bar comiéndome la
última coxinha. Me marcho en un rato. Hasta pronto. No olvides que te
quiero y que te querré siempre”. Después de eso ni respondió
Whatsapp ni llamadas, con el teléfono apagado. Le dije que le iba a
hacer llegar el cuaderno y el encuentro no dio mucho más de sí, ella se
tenía que ir a trabajar.
Yo estaba muy confundido y quería irme al hostel a Lapa y echarme en
la cama y no pensar. Martha y el inglés se quedaron por Copacabana.
Aquella noche no vino a dormir jajaj. Me fotocopié el cuaderno y se lo
hice llegar a Bárbara. Después de leerlo le hizo efecto la medicina y se
plegó mucho más a la misión de buscarlo y ver.
Se lo releyó concienzudamente y pensó en hablar con Lourdes.
Eduardo siempre le hablaba mucho de ella. Reparó también en el
nombre de Joaquim, que le sonaba mucho, a mí también, aunque
vagamente. Pensando y pensando, decidí pasar un día por el hostel de
Copacabana y preguntar.
- Claro, joder, Joaquim es el staff de la noche, el colombiano – me
dijeron-.
Al describírmelo parecía como que me sonaba, pero no mucho. Quizá
porque según me comentaron entraba a las 0.00 y estaba hasta las
8.00. Yo o salía antes de esa hora o llegaba bolinga con los demás y no
me enteraba de nada. En cualquiera de los casos lo que no hacía, por
supuesto, era levantarme antes de las 8.00.
Cuando me lo presentaron sí que me acordaba un poco. Una noche
habíamos llegado con los ingleses y australianos y éstos últimos se
habían puesto a berrear y uno se había subido a la barra del pequeño
bar y se había puesto a mear en parábola y a decir que ahora él era el
surtidor de cerveza… El tal Joaquim lo agarró y por poco lo golpea allí
mismo.
En cuanto le describí a Joaquim quién era Edu y le dije por qué le
buscábamos supo exactamente. – Sí, claro, el gallego – me dijo,
haciendo esa referencia por la cual todos los españoles somos gallegos
para los latinos.
- Un día estábamos hablando de política y de la crisis en España y
le dije que yo había estudiado Ingeniería química y luego
Ciencias Políticas y se emocionó todo. Sobre todo cuando le dije
que me había dado “Teoría del Estado” Juan Carlos Monedero,
que estuvo de profesor visitante allá en la Nacional de Bogotá.
Me dijo que su sueño era estudiar también Ciencias Políticas.
La Ley de Monedero dice que según transcurre una conversación, la
probabilidad de que irrumpa alguien que anuncie que ha sido alumno
de Juan Carlos Monedero y que le conoce tiende a uno.
- Nos pasábamos hablando horas y horas en mi turno. A mí me
agradaba y me entretenía su conversación, sobre todo porque
siempre se despedía con un: “gracias por todo lo que me has
enseñado esta noche”. Me sentía muy considerado por él, hoy día
no es fácil que te hagan sentir eso.
Durante las conversaciones yo le animaba a estudiar Políticas y
le decía que tenía muy buenos contactos allá en Bogotá. Sobre
todo le hablaba de mi amiga Priscilla, que estudiaba en la
Nacional y que había decidido ser la eterna universitaria, y que
vivía como una Peter Pan. Le decía que estaba seguro que se
llevarían muy bien y Eduardo abría mucho los ojos, como si se le
fueran a salir, se ponía colorado y me decía: me tienes que pasar
su contacto.
Yo le preguntaba que por qué quería estudiar y me decía que
porque no existía una idea más romántica que la de la
revolución.
Hace dos días recibí un mensaje por Facebook de Priscilla
comentándome que Edu la había contactado y que habían
quedado en verse en Bogotá. “Qué buena onda parece este
chabón”, me escribió Pris.
El compañero mío de la mañana me dijo que Edu había hecho el
check out antes de tiempo y que habían llegado a un acuerdo
para saldar las noches pendientes. Y que le había dicho para mí
que le hubiera gustado despedirse pero que muchas gracias por
todo y que hasta pronto. Había comprado un pasaje de autobús
para atravesar toda América Latina hasta Bogotá.
Le conté todo a Bárbara y se contrarió un poco. Veía en su actitud un
desaire. Le intenté hacer entender que no. Que seguramente Eduardo
había actuado así para protegernos a todos. Su sensibilidad hubiera
provocado un llanto y un sufrimiento en ellos dos difícil de soportar.
Era mejor así. La vida en el fondo debía seguir, y con la misma
intensidad con la que se unen dos polos que tienen esa atracción, la
fuerza que deben hacer para separarse debe ser mayor o igual.
Bárbara me contaba que Eduardo vivía en continua crisis existencial.
Yo pensaba que solamente en ese inestable equilibrio continuado en el
tiempo se podía alcanzar tal grado de virtuosismo. No veía otra
manera. Eduardo no podía con la decadencia generacional que le
rodeaba, y eso le hacía sufrir fuertemente. A mí me pasaba parecido. El
advenimiento de nuevas responsabilidades se tornaba como el fin de la
autenticidad. Yo tampoco había nacido para eso. Espero que se me
perdone, pero la vida para mí era y es otra cosa.
Tengo problemas serios para distinguir bien entre los espejismos y la
realidad, pero sólo sé que me encantan los espejismos. Le acabo de
mandar un burofax a la empresa con mi renuncia.
En mi fantasía, en el momento del despegue clavaba mis ojos en
Bárbara con una de esas miradas que duran un poco más de lo
convencional y que incitan a la duda. Ese excitante momento de no
saber si sí o si no. En ese momento de debilidad emocional y conciencia
de la vulnerabilidad que significa el despegue, nos agarrábamos la
mano fuertemente en un primer momento y nos la entrelazábamos en
un segundo. Eso no significaba más que una conexión que se salía de la
amistad sin penetrar en otros territorios, como un área de indefinición
parecida a la frontera de la India y Pakistán en Cachemira o como la
franja de Gaza, donde las líneas que separan se mueven cada día,
dependiendo de los equilibrios territoriales y de poder. O como La
Gávea: subes por la colina y nunca sabes cuándo abandonas una
categoría para incorporarte a otra, pero lo cierto es que abajo eres una
cosa y arriba otra diferente.
En la realidad, miré a mi lado para intentar ver por la ventanilla, y un
hombre muy grueso con gafas que sudaba y ya roncaba, la
obstaculizaba casi por completo con su complexión. Miré por si acaso
al otro lado del pasillo y en derredor y no puede hallar a Bárbara entre
el pasaje. Me incliné un poco más hacia la ventanilla y pude captar la
última imagen de las favelas comiéndole terreno a la montaña, un
segundo antes de que se levantara con un golpe de mano el morro del
avión y nos pusiéramos definitivamente rumbo a Bogotá.
Roberto Sánchez
Transeúnte
robertojosesan@yahoo.es

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La gávea

  • 1. LA GÁVEA (Transcripción de las memorias del médico español Eduardo Nogales en Río de Janeiro, Brasil). No quería hacerlo pero debo. La frontera entre la intimidad, la ética y la universalidad de la tradición escrita está tan difuminada como lo están las fronteras entre Argentina, Paraguay y Brasil en Iguazú. No quería hacerlo pero finalmente lo hago para librarme del cuaderno y así poder librarme de una vez por todas de las cadenas que arrastro, que no son otras que las cadenas de toda una generación. En este momento me creo un Cristo Redentor que debe salvar con este acto heroico a todos mis coetáneos, que vivimos atrapados en esta cárcel invisible de la convencionalidad. Esta psicodelia no estoy seguro si es fruto de la frontalización secundaria a las noches interminables de Río o a la maconha; pudiera ser que así fuera. Ahora moro en Lapa. No es tan céntrico, pero sigue siendo decadente y bullicioso. Me gusta el barrio porque sintetiza bien al país, o más bien a la imagen que tengo yo de él, o sobre todo a la imagen que tengo de cómo se construyó el país, a través de su Historia. En estas calles se concita un país decadente y otro que emerge, un crisol que baila al unísono una música en directo, inmediata, como la vida aquí. Un lugar pacífico pero a la vez inseguro. Negro pero blanco. En Lapa hoy estás arriba, mañana abajo. Todo cambia sobre la marcha. Las certidumbres europeas son producto de instituciones políticas que aquí no existen. La primera vez que llegué a Río vivía y andaba por Copacabana. Llegué a Río pensando que Río era Brasil. Creyendo que Copacabana, Ipanema y Leblón eran Río. De manera análoga, pensaba ingenuamente que mi vida era la vida. Que se constituía como una representación a escala. Hasta que leí el cuaderno. El cuaderno me cambió de alguna manera. Vine a Brasil de casualidad. La empresa me había mandado a Argentina dos semanas para formar a formadores en nuestro proyecto de banca inteligente. Los de arriba querían que nos fuéramos implantando en
  • 2. América Latina y necesitaban a jóvenes emprendedores con ganas de aventura para venir de vez en cuando para acá. Nuestros vuelos solían hacer en escala en Brasil, porque así eran más baratos. Un problema con la conexión junto a unos días libres de que disponía hicieron que visitara Río. Iba solo y me habían hablado de esos alojamientos tipo hostel, donde se compartía habitación y baños. Algunos amigos me habían dicho que era fácil conocer a gente y generar diversión y compañía. Así que reservé en uno de ellos por la zona de Copacabana. Había leído en una guía de viajes de las bondades del lugar. Durante aquellos días hice las visitas turísticas de rigor y en la tarde- noche llegaba cansado de vuelta. Eran días de diario, así que había un ambiente tranquilo. Me puse en una habitación mixta a ver si así podía conocer a alguna chica interesante. Finalmente éramos todo tíos, claro. Había un par de ingleses y un par de australianos que llegaban todas las noches borrachos y nos despertaban con sus gritos y sus risas estridentes. Durante el primer despertar de la primera noche a las 3 de la mañana, reparé en un chaval que ocupaba la litera de al lado, la cama de abajo, que tenía más o menos mi edad, porque desde arriba podía ver que raleaba en la coronilla. Había preparado un invento para conseguir con una bombilla y un cable una luz de leer que le iluminaba sin molestar en demasía a los demás. Escribía en un cuaderno como si le fuera la vida en ello, como si las palabras se le fueran escapando al contacto del bolígrafo con el cuaderno y tuviera que atraparlas de alguna manera. A la mañana siguiente me desperté bastante temprano pero el chico ya se había levantado y se había ido. No volví a verle en todo el día, pero cayó la noche y yo salí finalmente con los ingleses a tomar unas cervezas. Me retiré pronto, antes que ellos, y aunque cuando entré en la habitación para dormir no había nadie, a la vuelta de mis compañeros ingleses, bulliciosa como siempre, me desperté cómo no y volví a verle postrado sobre su cuaderno escribiendo como un poseso. Al día siguiente volví a no verlo, así que antes de marchar a la cama puse el despertador para intentar captar su imagen de nuevo. Había algo que me avivaba la curiosidad en ese tipo. ¿Qué hacía en Río? ¿Qué
  • 3. hacía durante el día que nunca estaba? ¿Qué escribía con tanto ímpetu? ¿De dónde era? Nadie ocupó su cama esa noche, pero sus cosas seguían estando, así que no se había ido del hostel…. Siempre que una cama de alguien que está en un hostel queda vacía una noche sin que el huésped se haya ido de él, los compañeros de habitación sienten alegría y camaradería pensando que él o ella ha pillado y está triunfando. Está mal decirlo, pero sin que nadie me viera removí un poco su ropa que estaba desordenada en su cama y pude ver un uniforme blanco. A la tarde siguiente el susodicho estaba tomando un suco en el living del hostel, y cómo no, escribiendo en su cuaderno. Era un cuaderno marrón de tapas plateadas, de estos regalos tan socorridos de la tienda del Natura y tal. Me acerqué con no recuerdo bien qué chorrada de excusa para averiguar su nacionalidad y ver si lo liaba en mi conversación. Cuál fue mi sorpresa al conocer que era español, de Salamanca, se llamaba Eduardo y resultó ser médico; había venido a Brasil a no sé qué de su trabajo. Parecía una persona afable y enseguida conseguimos un cierto intercambio. Al caer la noche le dije que si se unía a los ingleses y a mí, que íbamos a ir a un garito que se llamaba Devassa. Nos templamos rápidamente con la bebida más mortífera que existe sobre la faz de la tierra y que se llama Caipiriña. Uno se cree que se trata de un cóctel delicioso como el Mojito y en verdad es fuego puro. Yo me bebí 5 esa noche y no me acuerdo de casi nada. Lo que sí recuerdo es que le interrogué acerca de su escritura y me dijo que estaba escribiendo unas memorias de su rotación, como un diario. Le pregunté que qué contaba en ellas y me dijo que – Nada, mis cosas -; pero vi como que se ruborizaba y que evitaba hablar del tema, y que las sucesivas veces que se lo saqué (cuando bebo nadie me gana a cargoso) me rechazaba con firmeza y dedicación. No recuerdo mucho más de aquella noche, salvo que me pegué una hostia de impresión cuando los ingleses me mantearon y “me dejaron deslizarme” hacia el suelo, con una herida que tengo de regalo como un souvenir en el muslo. Aquella mañana nos despertó a los tres el sol del amanecer en la playa de Copacabana, sin saber cómo habíamos llegado hasta allí… vaya ciegazo. Fuimos para el hostel y nada ni nadie ocupaba la cama de
  • 4. Eduardo. Pregunté a los del Staff y me dijeron que había hecho el Check-out aquella mañana. Les insistí un poco por la extrañeza que me había provocado el hecho, ya que me había comentado que se iba a estar una semana más allí. Me dijeron que les había dicho que le había surgido un imprevisto y que se tenía que ir. Me apené bastante pensando que había perdido la pista al chaval aquel y con él el hilo y el rastro de la historia. Me sentí triste e incluso un poco mareado, aunque pudiera ser que fuera por la resaca. Me tumbé en la cama y me dolía el cuello, me daba vueltas todo, una terrible sensación de disconfort. Retiré la almohada para dormir sin ella, porque esa acción a veces aliviaba tales dolencias. Cuando lo hice noté que algo rodaba debajo y al completar la acción vi el cuaderno marrón. No supe cómo tomar aquella sorpresa. Pensé que debía leerlo, que si lo había dejado ahí era porque quería que lo leyese y que debía hacerlo. Una vez leído quedé paralizado. No sabía qué hacer. Lo he pensado bien y finalmente aquí está. Roberto Sánchez Transeúnte Brasil es un país continental, dicen esas frases que se repiten como un mantra y que ya no se sabe si pertenecen a uno o al imaginario popular. Cuando te dicen que Brasil es un país continental no se sabe si eso es bueno o malo. Los países grandes parecieran más difíciles de gobernar. En ocasiones, la extensión territorial no suele constituir una fortaleza, sino por contradictorio que pudiera parecer una debilidad. A la variable extensión hay que sumarle la variable población. Todo el mundo dice que los países nórdicos son un éxito en el modelo de gestión porque están poco poblados. Yo creo que no es sólo eso, evidentemente. En el caso de Brasil sucede un fenómeno bien conocido en Latinoamérica y en los países con bajos índices de desarrollo
  • 5. humano: la concentración urbana. El capitalismo en versión dura y el pasado colonial han generado monstruos ingobernables llamados ciudades, a expensas de un importante éxodo rural. La gran asimetría entre las capitales y el resto del territorio que tiene lugar en países como Argentina o Brasil se relaciona con un pasado colonial donde lo que interesaba era una ciudad portuaria fuerte que abasteciera y satisficiera las necesidades de la metrópoli. ¿A quién carajo le importaba en Europa lo que sucedía en Manaus? Por ejemplo, las líneas ferroviarias en algunos países latinoamericanos se construyeron no pensando en la circulación de las personas por el territorio nacional sino pensando en el transporte de materias primas para darle salida al mar hacia los territorios europeos. En ocasiones eran incluso empresas europeas las que se encargaban de equipar las líneas. Esta asimetría es una realidad social y administrativa y tiende a concentrar todos los recursos en una ciudad megalómana e invivible donde no hay ningún problema en que haya no oportunidades para todos, y donde además, no se toman en consideración políticas que generen tales oportunidades. Así pues, tenemos a un buen número de excluidos viviendo hacinados en las favelas, villas miserias, conurbanos, etc…. Dicen los marxistas que la alternativa a este modelo son unos núcleos poblacionales de transición entre el campo y la naturaleza, a medio camino entre ambos. También es cierto que en los países más desarrollados y con un reparto más justo de la riqueza esta transición se resuelve de otra manera, y es posible vivir con más o menos facilidades fuera de las grandes ciudades. La asimetría entre la capital o ciudad grande y el resto del territorio provoca que prestar los servicios sea más difícil y caro. Y eso trae como consecuencia que el papel del Estado sea muy débil o casi inexistente, lo que provoca finalmente problemas de articulación territorial. Este fenómeno tiene su mejor ejemplo en la distribución de los médicos por el territorio. La “libertad” y la “orientación al mercado” de todos los sistemas sanitarios latinoamericanos conlleva una fuerte concentración de profesionales en las capitales y un abandono de territorios alejados, con lo que se lesiona fuertemente el principio de equidad (no todos los habitantes del país tienen por igual derecho a la
  • 6. protección de la salud, ya que en territorios alejados los servicios sanitarios se están prestando de manera subóptima). En Brasil por tanto, las primeras problemáticas con las que nos enfrentamos emergen simplemente de estudiar la demografía, tan importante siempre. La segunda problemática así fácilmente identificable en Brasil y en Latinoamérica en general es la desigualdad. No hay más que tener ojos en la cara para darse cuenta de eso. Se corre el riesgo de convertir el debate, en este caso, de la desigualdad en Brasil en un asunto de los brasileños, cuando es un problema del modelo global. Esto no es una disculpa ni mucho menos, sino una realidad que nos ayuda a enfocar el problema adecuadamente. De todo esto bebe el sistema sanitario, que no es más, como bien es conocido, que un trasunto político, social, administrativo y cultural del país. La división de la sociedad en claras clases sociales “salta” al sistema sanitario y por esa razón se construye un sistema sanitario para los ricos y otros para los pobres. Este modelo es poco interesante para todos, ya que no hace otra cosa que profundizar más en la desigualdad (los barrotes y los porteros físicos 24 horas en las casas de la Zona Sul (rica) de Río de Janeiro son un ultrafiltrado de esta realidad). La clase alta recibe una atención sanitaria cara y iatrogénica como la que más y la poca articulación interna del sistema resulta muy poco eficiente. El “egoísmo solidario” de los ricos para contribuir con la construcción de un sistema sanitario equitativo y así disminuir la desigualdad (y así aumentar la seguridad) y garantizar la salubridad (ausencia de enfermedades infecciosas, por ejemplo) se queda a medio camino en Brasil y en otros países latinoamericanos. En realidad en ningún país latinoamericano se han puesto en marcha mecanismos decididos para terminar con este sistema dual. Esta realidad nos puede servir como termómetro para evaluar las reformas
  • 7. que se están poniendo en marcha allá, quizá no tan profundas y rápidas como pensamos algunos en Europa. En Argentina, por ejemplo, dos fueron los intentos de unificación en las últimas décadas, que no tenían tanto que ver con aunar el sistema de ricos con el de pobres, sino con el tránsito de un sistema Bismarck a uno Beveridge. Ambos intentos resultaron un rotundo fracaso. Dentro de los movimientos de cambio de los últimos años en los sistemas sanitarios latinoamericanos destaca por encima de todos Brasil. Desde 2009 se vienen haciendo movimientos decididos para reformar y mejorar el Sistema Único de Salud. Los cambios no vienen tanto de la intención de unificar el sistema dual sino de mejorar la atención sanitaria de la clase baja. Aún no ignorando lo que se podía haber hecho y no se ha hecho, no vamos a caer en el lamento y vamos a dar la importancia que tiene a lo que se está haciendo, que es mucho. Lo más interesante de este proceso es que se ha optado por romper con las falsas ilusiones y promesas del sistema sanitario prorico y se está queriendo implementar una estrategia fuerte de Atención Primaria, en la que están en la agenda algunos puntales muy interesantes como la Prevención Cuaternaria y la independencia de la Industria Farmacéutica. Una cosa que me llamó rápidamente la atención es que los residentes y los tutores usaban bolígrafos de marca Bic y no llevaban bolígrafos de publicidad de ningún fármaco. En este proceso hay un sitio que es, con todas las dificultades y objeciones que se le quiera poner, un ejemplo por su empuje: Río de Janeiro. En este lugar se ha conjugado una apuesta política decidida sostenida sobre las decisiones técnicas de un grupo de médicos de familia jóvenes, comprometidos y valiosos. A su vez este proceso ha sido apoyado por un “seguro” de que las cosas tenían que salir bien e iban a salir bien; se trata de la Sociedad Brasileña de Medicina Familiar y Comunitaria. Una asociación profesional como la que muchos soñamos
  • 8. en España para la Medicina Familiar y de la que lamentablemente estamos muy lejos, por una parte del modo de funcionar de las nuestras. En la experiencia carioca (gentilicio de los habitantes de Río) se combina la constitución un corpus teórico sólido y claro (definición de cartera de servicios y de competencias del residente) y la puesta en marcha de algunos elementos básicos de la Atención Primaria clásica, como la territorialización, es decir, el equipo de Atención Primaria referencia para una Zona Básica de Salud o su equivalente. También se han hecho convivir en la reforma acertadamente elementos del mapa que ya estaban bien constituidos, como los Agentes de Salud, que son claves en el funcionamiento del sistema brasileño y del latinoamericano en general. Se han añadido algunas prestaciones que bien sorprenderían en España, como unos servicios de salud bucodental públicos insólitos en comparación con los de los sistemas sanitarios europeos. Se han construido unas buenas infraestructuras. Por más que algunos trabajadores se quejen de que algún Centro de Salud es prefabricado a base de pladur, son unos lugares lindos para trabajar. Y con el aire acondicionado a toda hostia, como les gusta a los cariocas jajja, símbolo de “confort”. Con jardín y plantas en el centro, con modelo de silla del médico al lado de silla del paciente y no mesa interpuesta, con infinidad de salas para infinidad de usos, con lugares cómodos de espera y donde no suele haber grandes aglomeraciones, con unas serigrafías preciosas con personas y pacientes del propio barrio, con lugares bien definidos y propios para los distintos profesionales y distintas categorías profesionales, con unos mapas didácticos en los que vienen especificados la geografía del barrio y en colores, los equipos a los que pertenecen, que ayudan a crear sin quererlo una idea de comunidad y de “orgullo de barrio”. En la Atención Primaria de Río, entre otras cosas, se destacan por un buen manejo de los indicadores de salud y de las mediciones. Tienen todo muy bien registrado: cuántos familias hay, de cuántos miembros, cuántos hombres, cuántas mujeres, cuántos diabéticos, cuántos hipertensos, cuántos niños, cuántos pacientes con tales enfermedades
  • 9. infecciosas, cuántos pacientes con el tratamiento puesto… Esos datos son públicos y todos los pacientes pueden verlos en un mural, lo que contribuye también en mi opinión al “orgullo de barrio” y al “orgullo de Centro de Salud”, con lo que se granjean el respeto de todos en medio de un ambiente en la comunidad que en ocasiones está marcado por la violencia y las dificultades. En las consultas de enfermería figuran registradas todas las familias del cupo y con un código de colores se resaltan la existencia o no de las enfermedades infecciosas más prevalentes, con lo que con un vistazo podemos obtener amplia información en este sentido. Por desgracia todos los servicios de Atención Primaria tienen la gestión terciarizada a través de organizaciones sociales, y una empresa se encarga de la misma, con lo que los profesionales tienen la pulsión de medir con el objetivo de justificar la “Accountability” ante la empresa a final de año. Aun con ese déficit en la manera de gestionar, nadie había dado tal impulso a la prestación de servicios jamás. Tienen en el mismo Centro algunas instalaciones para promover la participación comunitaria, como máquinas de ejercicio físico y huertos comunitarios. Incomprensiblemente, en un contexto de bastante rigor científico, se toleran y hasta se promueven terapias “alternativas” como la homeopatía, la acupuntura etc. Suele haber café gratuito para el personal. Hay agua mineral gratuita y fresca (en medio del calor de Río puede resultar un lujo y un manjar) y vasos de plástico para profesionales y pacientes. En bastantes centros hay una zona física que administra una red de apoyo a la docencia e investigación que provee salas de reunión para tales fines… con ordenadores con acceso a internet, wifi, proyector, etc… todo nuevo y en instalaciones “bonitas”, ambiente amigable y agradable. Esta red se llama OTICS (Observatorio de Tecnologías de Información y Comunicación en Sistemas y Servicios de Salud). Se utiliza un sistema informático para gestionar la historia clínica que bien se asemeja al de España.
  • 10. Los profesionales son en general comprometidos, diligentes y trabajadores. Suelen fichar. Se le da mucha importancia a la docencia. Los residentes tienen, a parte de sus horas de asistencia, actividades formativas obligatorias. En los Centros de Salud hay una biblioteca más que suficiente para realizar consultas en el momento o diferidas. La articulación con el sistema secundario en general es mejorable, y eso que hay un sistema de gestión de citas con el nivel hospitalario, que en ocasiones ayuda y en otras no, aunque no es culpa del método sino de las rémoras y los lastres del sistema. Un problema grandísimo de los sistemas latinoamericanos en general y del brasileño en particular es la fragmentación, la heterogeneidad. Por un lado la territorial, que hace que por ejemplo en Río se esté apostando muy fuerte por la Atención Primaria y en otros estados no. Eso implica que la formación en la residencia de Medicina Familiar y Comunitaria sea buena-excelente en Río y no así en otros estados. Pasa lo mismo con las retribuciones. La descentralización de las competencias es buena y necesaria, pero siempre que se realice en unos niveles de equidad e igualdad entre regiones tolerable. Por otro lado la coordinación entre niveles se comporta con duplicidades, asimetrías, desigualdades y absurdas luchas internas entre las competencias municipales, “autonómicas” y estatales. El sistema no funciona como un todo engrasado, sino como parcelitas por las que el paciente transita, que a menudo se convierten en cortijos particulares. Esto se manifiesta en infinidad de chiringuitos, cada uno de cada cual, que hace que por ejemplo las rotaciones del resi de Medicina Familiar y Comunitaria sean en el sitio que los responsables de los residentes “contratan”. Sí, tienen que pagar, y no siempre las posibilidades que hay para formarse en algunas áreas son satisfactorias por diferentes motivos. La poca coordinación y la apuesta por lo privado también explica el flujo de los estudiantes que acceden a la especialidad desde distintos programas formativos. En Brasil (y en otros países latinoamericanos
  • 11. también) es posible y muy fácil trabajar en cualquier especialidad sin haber recibido la formación específica para tal fin. En Brasil hay 5.000 médicos de familia con especialidad. Solamente la mitad trabajan como médicos de familia pasando consulta, el resto están relegados a guardias u otras actividades (realidad parecida a la española). Menos del 10% de los médicos que trabajan como médicos de familia en Brasil tienen la residencia hecha. Las citas con los especialistas del hospital se dan por una especie de centralita según oportunidad y rapidez de atención. Esto origina que la atención del paciente se “disipe” fuera del área de referencia y que en ocasiones la supuesta ventaja de que la cita se dé en una semana se convierte en que la cita se da en un hospital que queda a la otra punta, con lo que el paciente la termina perdiendo, ya que no tiene medios para ir hasta allí. Parece que la fragmentación es un imán que seduce incomprensiblemente, y hasta personalidades claman por la libertad de elección de Centro de Salud, el nivel secundario tiene pretensiones de Área Única… Errores que ya se han demostrado tales y que se encaminan a repetirse. Como no hay mal que por bien no venga, ante la pereza o imposibilidad de desplazamiento al nivel secundario, el paciente busca protección y atención en el nivel primario, con lo que se refuerza finalmente el papel de la Atención Primaria. La fragmentación provoca estragos entre los recursos humanos, y especialmente entre los médicos. 40 años de neoliberalismo y de orientación del sistema sanitario al mercado han creado monstruos, y los médicos brasileños son vistos como “la casta.” Y en gran parte se han ganado ese trato, ya que flota en el ambiente la idea de que la Medicina es para ellos no un medio, sino un fin en sí mismo, un bautismo de oligarquía. Eso provoca que los médicos (muchos, pero no todos) gusten de tener varios trabajos para conseguir varios sueldos y sobresueldos, y anden de acá para allá, no siempre cumpliendo con sus obligaciones
  • 12. adecuadamente en cada uno de sus trabajos, y sobre todo en el empleo público, que es lo más grave, ya que sus retribuciones se pagan con el esfuerzo colectivo (impuestos o partidas de los presupuestos generales del Estado). La renuncia de los médicos a ser millonarios es una condición indispensable para construir un sistema sanitario público de calidad. La integración de los efectivos de la clase baja en la clase médica también. Esto se solucionaba muy fácilmente con una sencilla Ley de Incompatibilidades y algunos complementos por ejercerla, sólo es una cuestión de voluntad. Una de las quejas que se escuchan es que en Brasil en general y en Río en particular todo funciona con demasiada dependencia de los incentivos. En Río los puntales son la reforma de la Atención Primaria y la residencia en Medicina Familiar y Comunitaria. A los residentes para captarlos se les ofrece muy buenos sueldos, de 2.500 a 3.000 euros al mes al cambio. ¡Aún así algunos quieren más y hacen guardias en otros lugares! En Brasil la residencia dura dos años. Hay una manera de comprar sin dinero la adhesión, y es el caso de la ideología. No se trata de ser de izquierdas o de derechas (si es que eso sigue existiendo aún), sino de comprender que un sistema sanitario fuerte es una manera muy grande de servir a la patria y a tu gente, y de alcanzar un compromiso moral y social que sustituya a los Reais. Dice Juan Carlos Monedero en una entrevista: “Dijimos que tenemos que recuperar las emociones. Es una cosa que aprendimos de América Latina. No puedes luchar contra la cosmovisión neoliberal, que es una promesa de consumo infinita eterna en un supermercado inagotable… Tienes que ofrecer algo que merezca la pena. La izquierda dice no consumas, no hagas esto, no hagas lo otro… Hace falta inventar, y ahí las pasiones son relevantes… No es una apelación a lo irracional, como siempre ha dicho la izquierda… La apelación a las emociones es una herramienta para permitir que estas cosas que parecen imposibles las
  • 13. incorporemos. En el momento en el que te enfrías, esas cosas no puedes ponerlas en marcha… “. La batalla que se está librando en el sistema sanitario de Río es fundamental. Se está intentando que bajo la intervención fuerte del Estado que organiza la provisión de los servicios, el 100% de los cariocas tengan cobertura. Desde luego que son ofertados para clase baja, pero también para la clase media, que por vez primera tiene una opción que nunca antes había tenido. En algunos barrios de Río, como Botafogo o Catete, la clase media comienza a ser usuaria del Sistema Único de Salud, Atención Primaria incluida. El campo de la gestión sanitaria es bien complejo porque se trata de conjugar a distintos actores con distintos intereses, pero dos cosas tienen en común todos los procesos que quieren la reforma y la mejora de los sistemas (públicos) de salud: una Atención Primaria fuerte y una intervención fuerte del Estado. De su éxito está pendiente Brasil, Latinoamérica y el mundo entero. Una victoria se convertiría de inmediato en un ejemplo para el resto de de países limítrofes, y se contagiarían éstos como si de una enfermedad infecciosa se tratara. Los contagios locales son fundamentales en la geopolítica. Asimismo, el camino recorrido ya no tiene vuelta atrás. En 2016 hay elecciones y el que venga a disputar y desafiar el poder existente tiene que englobar lo que hay (concepto de hegemonía gramsciana). En Río se comenzó con la Reforma de la Atención Primaria de Salud en 2009, cuando solamente el 3,5% de la población no incluida en planes de salud (aseguradoras mutuales o privadas) tenía cobertura en Atención Primaria. En 2015 vamos por el 50%. Se pretende llegar al 70% al final de proyecto, en 2016. En 2011 comienza el programa de residencia de la Secretaría. El primer día de mi estadía en Río fui recibido por una compañera española que trabaja en la coordinación técnica del programa de residencia en Medicina Familiar y Comunitaria del municipio. Allí coincidí con otra compañera residente peruana, y la médico española nos dio una “induction” acerca de lo que estaban haciendo.
  • 14. Me impresionó un mapa que tenían en el que se representaba la ciudad de Río de Janeiro. Es como si lo que los turistas llamamos Río fuera el pico del pájaro, o el “sólo la puntita”, mientras que la ciudad se extendía muchíiiismo más allá. Yo había escrito en la lista de distribución de Atención Primaria MEDFAM pidiendo ideas para rotar en mis vacaciones. Me escribió y me invitó. Luego me escribió un correo comentándome lo que hacían y los lugares que podía visitar. Era imposible decir que no. Una semana después ya tenía el vuelo. Concurrí durante 10 días en Septiembre de 2015. Ni ellos me pagaron nada ni yo les pagué nada. El primer día fuimos a visitar un Centro de Salud a una zona periférica de la ciudad. Salimos con un coche de la Secretaría Municipal con conductor que nos lleva hasta allá. Es lejos, difícil y peligroso llegar, así que hay que ir así. Me siento culpable por el gasto generado al sistema. Era la primera vez que veía la infraestructura sanitaria carioca en Atención Primaria, que he descrito con anterioridad. Paso consulta con un residente. Una niña de corta edad con una inflamación llamativa en el ángulo de la mandíbula. “Un absceso secundario a una infección dental”, pienso con mi mentalidad europea. El residente la explora y resuelve el diagnóstico con la etiqueta de parotiditis. Ojo con ignorar el contexto epidemiológico local. Primera lección clínica recibida. El residente pide a la niña (aparentemente de clase baja) que abra la boca para inspeccionar la orofaringe. El residente se da cuenta de que no tiene una linterna encima y mira en derredor para buscarla. No la halla, se mete la mano en el bolsillo y la alumbra con la luz del Iphone. Paradojas de la modernidad. Salimos a almorzar. Todos salen a almorzar a las 12.00. Es un momento lindo del día. Charlo con algunos residentes que hablan castellano, otros portuñol (mezcla de portugués y español) y me esfuerzo por entender y hablar con los que hablan portugués. No es fácil entender todo, pero se puede comprender el contexto. Además cuando escuchas hablar portugués auténtico te das cuenta de que la posibilidad de entenderte en otras ocasiones no se consigue por tu capacidad de entender sino que ellos se esfuerzan en hablar para ti castellano o
  • 15. portuñol. Los residentes tienen esa tarde una clase, así que paso la tarde con otra compañera, ésta ya adjunta. Vemos a una niña de nuevo y cuando la consulta termina se establece una conversación con la madre, de buen aspecto físico y guapa. De repente veo que el coloquio deriva hacia una lesión y una cicatriz. La madre se levanta la camiseta y podemos observar que su torso es un queloide completo. Jamás había visto cosa igual. Pobre mujer. En un momento dado la compañera me dice: Tú eres Eduardo, leí tu texto sobre las mujeres. Y en ese momento me emociono por dentro de pensar que algo que uno escribe en su habitación a miles de kilómetros llega hasta allí. En los ratos muertos intento no molestar demasiado porque ellos también tienen sus cosas que atender y van de acá para allá. Habitualmente ojeo un tratado de Medicina Familiar que coordina Gustavo Gusso y otra persona, que está muy bien, muy adaptado a la realidad brasileña, con capítulos que hablan del sistema sanitario brasileño, de la atención en las favelas, etc… y en el que participan médicos de otros países, como mi maestro Juan Gérvas. La programación de mi estadía está más o menos prefijada, pero hay lugar para la variación porque como dice mi compañera española, las cosas en Río cambian de un momento para otro. Al día siguiente está programada la visita a otro Centro de Salud de la periferia, de un barrio muy pobre. El día anterior muere un chaval de 13 años por una bala perdida en un tiroteo. Vemos el Centro de Salud, similar al anterior. Paso consulta con una médico de familia. Se trata en esta ocasión de consultas rápidas, en un espacio abierto, separado por un biombo de la sala de espera, sin posibilidad de realizar exploraciones amplias ni grandes acciones, donde en principio se tratan problemas rápidos y/o banales… una toma de tensión arterial, una auscultación, una prescripción, la entrega de unos análisis… Finalmente los pacientes consultan por problemas iguales a los que se pueden plantear en una consulta normal, por lo que en ocasiones hay una cierta disociación en el abordaje, que se resuelve emplazando de nuevo al paciente a una consulta más convencional o con soluciones
  • 16. provisorias. En un momento dado varios pacientes piden analíticas que no tienen justificación, derivaciones incomprensibles etc… Miro a la médico que me devuelve la mirada y le digo: - Ya estamos…igualito que en España -. Voy con los adjuntos a almorzar. Me llevan en sus coches. La comida en Brasil es deliciosa y abundante. Vamos a un sitio tipo buffet. Yo siempre pido parecido a ellos para no desentonar. Pienso: cómo me voy a poner! Cuando llegamos a la cola, me pesan la comida y hay pagar por peso jajajjajaj, me jodieron! En la tarde paso consulta con otra compañera. Vemos algunos pacientes con motivos de consulta similares a los europeos y con soluciones parecidas. Ella es muy diligente, resolutiva y humana (la compañera anterior también  ). A la hora de la prescripción les dan a los pacientes un papelito para que retiren los fármacos en el dispensario que está en el mismo Centro de Salud, gratuitamente. Hay fármacos esenciales y se evitan los fármacos de fantasía. Me llama una estudiante para que le ayude a hacer unos test rápidos de ETS (VIH, VHB, VHC, sífilis). No le sale bien la sangre en gota al pinchar a la paciente en el dedo. - Pínchala en el lateral del dedo, que está más vascularizado -, le digo. Y la sangre efectivamente brota. A las 4 de la tarde le digo a la adjunta que me voy, para llegar a casa antes de que la noche se eche encima, porque anochece pronto y los primeros días se preocupa uno mucho por el tema de la seguridad, hasta que se le va cogiendo un poco el tono a la ciudad. ¿Ya te vas? – me dice-, si es muy pronto -. Ellos están hasta las 20.00 horas. Tienen la posibilidad de trabajar cuatro días en semana y quedarse hasta las 20.00 o 5 días en semana y hacerlo hasta las 18.00. El tercer día participo de un curso de formación de formadores con acreditación, llamado EURACT. Allí hay unos actos de presentación en los que compruebo que no me entero de casi nada y en los que me doy cuenta de que gran parte de las labores de la vida y sobre todo del primer año de residencia consisten en engañar al personal y hacer parecer que sabes y que entiendes, cuando realmente ni sabes ni entiendes nada. El acto se celebra en un aula que lleva por nombre “Auditorio Bárbara Starfield”. Creo que con este ejemplo queda claro el
  • 17. compromiso de este grupo con la Atención Primaria. Hablan un par de capacitadores que a su vez trabajan en la Coordinación Técnica. Manejan los conceptos de Medicina Basada en la Evidencia, de las peculiaridades del aprendizaje, del humanismo médico… me encanta la música de la partitura. En la tarde doy una sesión a los residentes sobre Osteoporosis. Me emociona pensar que vienen desde a tomar por culo para escucharme. Intento hacer unas bromillas para adherirlos al hilo de la cuestión. Al día siguiente cambia el plan previsto y finalmente un compañero de la Coordinación Técnica que siempre está muy liado, como todos, toma su tiempo para llevarnos a un estudiante de Medicina y a mí hacia Rocinha, la favela más grande de Río. En Río se aprovechan los trayectos en coche para dar clase, sesiones, docencia, debates científicos… es apasionante y precioso eso, me recuerda a mis rotaciones en el ámbito rural. El compañero nos da una clase magistral sobre organización de servicios y Atención Primaria en Brasil. Rocinha alberga a 70.000 personas y es una favela pacificada. Ha transitado hacia lo más parecido a una pequeña ciudad. Me comentan que antes había un grupo en relación con el tráfico de droga que la controlaba entera. El grupo perdió el control del poder y ahora varios se lo disputan, con lo que la situación empeoró. Paradojas del poder. El compañero nos enseña el Centro y en un momento dado nos cruzamos con una señora que luego me entero que es un cargo importante de la Subsecretaría de Salud. Me presenta ante ella y dice: - Es Eduardo, médico español, tenemos mucho que agradecerle por haber venido -. En ese momento pienso que voy allí 10 días, les incordio, me ponen un coche con conductor para desplazarme a los distintos Centros de Salud o puntos de aprendizaje, les robo tiempo… y encima dicen que me tienen que agradecer. Logro balbucear un: - ¿Qué dices? Será al revés, que yo os tengo que agradecer a vosotros…-. Me emociono por dentro. Me presentan a un médico joven, tutor de residentes. Desde ese momento me convierto en su sombra. Su labor consiste en resolver las
  • 18. dudas de los residentes a su cargo. Cuando la situación es dificultosa se consulta en los libros. Vemos los distintos pacientes, abundan las consultas de dermatología venérea. Hacemos algún procedimiento con algún residente, como una infiltración de rodilla. La paciente, una señora de unos 60 años, se siente vulnerable cuando habla de su intenso dolor, y llora en la consulta. Las emociones humanas son las mismas en la Rocinha, que en Serrano, que en Zamora, que en Congreso, que en Leblón. Hay una cosa que nos iguala a todos por mucho que queramos diferenciarnos. Todo el mundo para continuamente al joven médico en los pasillos para que le solucione marronacos. Él aguanta todo con impresionante paciencia. Rocinha es un sitio vibrante, apasionante para un extranjero. Éste no puede sacar fotos, ni mirar muy descaradamente, por respeto, educación y por si acaso… Debe hacer como si formara parte del ecosistema. Pero a la vez no puede perder detalle de ese regalo del cielo de poder ver eso y estar ahí. No todo el mundo puede contar con ese privilegio, de ver esa realidad humana, política y social. No se trata del morbo por la pobreza sino del interés del humano por una construcción sociológica humana, con sus miles de contradicciones. Rocinha es un “barrio” que en algún sentido se asemeja al caos asiático, con miles de cables enredados hasta decir basta sobrevolando tu cabeza (¿cómo sabrá cada cable el fusible que debe accionar?). Rugido atronador de coches y motorboys (motoristas taxista), la gente que desfila por la calzada y por la acera en un sentido y en otro de la carretera principal. Miles de tiendas con sus luces y sus reclamos. Niños que van y vienen. Basura en el costado. Gritos, risas, gente que fuma en sitios relativamente apartados del bullicio y que contempla el paisaje. Peluquerías y salones de belleza. Gente que se juega la vida cruzando la carretera. Rincones desconocidos e insospechados. Fruterías y tiendas de comidas. Restaurantes. Impresionantes vistas de la favela. No hay cosa que no se pueda encontrar en la Rocinha. A la hora del almuerzo nos juntamos el médico, el agente comunitario y yo. Vamos a un sitio en el que podemos sentarnos en una especie de terraza “en primera línea” con vistas al tránsito. Yo pienso que es como
  • 19. estar en esos restaurantes que el mar te bate sobre el edificio y lo ves todo, pero con un paisaje urbano y desgarrador. La gente que viene y va en sandalias, el tumulto. Pienso que en esa conjunción y en el haber llegado hasta allí se construye algo profundo, una metáfora llena de sentido. Durante el regreso al Centro de Salud vemos un mural gigante en la calle que dice: “A todos los habitantes de Rocinha que trabajaron para mejorar las condiciones de vida de la gente de aquí”. Algo me recorre por dentro. A continuación vemos unos pacientes más mientras espero al Agente de Salud para ir con él a pasar visita a su zona. El motivo de la visita de la tarde es ver a los hipertensos que no se han acercado al Centro de Salud en los últimos 6 meses a controlar su presión arterial, porque los fármacos son gratis, y el requisito para seguir obteniéndolos es seguir controlándose. Cuando el paciente no cumple va a la “lista negra” y se le va a tomar la presión arterial a casa. Sí, está claro que esa estrategia puede ser muy discutible en términos científicos y de costoefectividad, pero no es el caso que nos ocupa. Subimos a buen ritmo por la carretera principal. Yo no sabía en qué consistía la visita ni a dónde íbamos (probablemente me lo hubiera dicho pero no me enteré bien jajajja), y en un momento mi compañero se abre a la derecha y señalando unas escaleras que se adentran en el margen de la carretera principal, me dice: - aquí comienza mi zona -. Comenzamos a bajar por unas escaleras y unas “calles” superestrechas esquivando cascotes de cemento, cableado, basura, aguas residuales… pero a la vez observando una organización interna decididamente premeditada. Jamás había visto tanto orden dentro del desorden. Dejábamos las casas a nuestro lateral y quedaban éstas construidas de manera absolutamente inverosímil, algunas con partes a medio terminar, otras que se levantaban sobre un terreno que cuesta creer que las sostuviera. No olvidemos que las favelas se suelen asentar sobre la ladera de una colina. En algunos momentos podíamos observar como un pasillo grande central por donde bajaba una columna de agua con buena fuerza, de no sé qué procedencia. Pensaba como de coña en los canales de Venecia o de Amsterdam. Me
  • 20. comentaba alguna compañera: - imagínate qué pasa cuando llueve, con todo el barro y todo lo que arrastra la lluvia -. El agente iba cantando el nombre del paciente, porque no había timbres en las casas, y ellos salían a nuestro encuentro. En la primera casa que entramos nos invitaron a sentarnos y a tomar café carioca con bollo, que por supuesto tuvimos que aceptar. Estaban haciendo una reforma en el hogar. Recuerdo que me causó mucha impresión ver una gran tele de plasma allí colgada. La televisión tiene una función cultural y social crucial en Brasil, sobre todo las novelas (telenovelas). Hasta tal punto que constituyen hasta espacios de socialización política, según me comentaban. A mí viendo todo eso se me vino a la cabeza la leyenda de la bandera de Brasil: Orden y progreso. Y eso era lo que había encontrado allí en Rocinha: orden y progreso, dentro del desorden y la regresión. Quizá no había una reproducción a escala más cierta del país entero que Rocinha. Quizá no había una definición más exacta para un país tan contradictorio. En la segunda casa también nos recibieron con alegría y alboroto. El Agente de Salud era una persona entrañable, que además vivía en la misma Rocinha y había crecido allí, se tenía a la gente en el bolsillo, se notaba que los pacientes le querían. En esa segunda casa nos dieron un trozo muy grande de melón, que fuimos comiendo por el camino. En la tercera casa nos dieron un refresco a cada uno… Y a partir de ahí el compañero dijo que no aceptábamos más cosas, que nos íbamos a hacer hipertensos nosotros también. Me llamaba la atención que las pinturas tan bonitas que llenan las paredes de Río también estaban presentes en esas callejuelas de Rocinha. A algunos pacientes los pillábamos de sopetón, y no les hacía mucha gracia saber que estaban en “la lista negra”, así que se dejaban tomar la presión de mala gana. Algunos sentados sobre bloques de cemento en la puerta de casa… yo les ponía el tensiómetro automático cómo y donde buenamente podía, a veces sujetaba el monitor el propio paciente. Otras lo dejaba en el suelo y los gatos merodeaban y lo lamían. Un paciente se puso de mala hostia porque le fuéramos a buscar y le tomé la presión mientras se fumaba un cigarrillo jajajja.
  • 21. Subimos a casas imposibles, construidas en lo alto, y que a su vez tenían unas escaleras empinadas y estrechas hasta llegar a las estancias en las que se hacía la vida. En el transcurso de las visitas pude conocer a abuelitos entrañables, que me recordaban tanto a los de la ciudad española en la que trabajo… su dignidad y sus ojos agradecidos y lindos eran los mismos. En otras ocasiones entrábamos a tomar la presión al paciente y se la terminaba tomando a todos los miembros de la familia, 4 o 5. Yo les hacía la broma de que intentaba medir la presión al Agente de Salud pero que no me daba el manguito porque él estaba realmente muy cachas y tenía un bíceps muy grande (que era el caso)…. y se partían de la risa. Cuando di la sesión de Osteoporosis después de haber visitado la Rocinha, en el momento que hablé de la prevención de las caídas me di cuenta de lo importante que es el contexto local. Hay una parte que dice: “Para prevenir las caídas (y las fracturas) hay que actuar entre otros sobre los factores ambientales: iluminación defectuosa, desniveles y escaleras, suelos en mal estado, cables, mascotas, tráfico y transporte público, obstáculos urbanos…. ¡Intenta controlar tú esos factores en Rocinha! jajajja Cuando terminamos nos bajamos la carretera principal bebiendo el refresco con la pajita de rigor. Allí todo se bebe con pajita. De vuelta para el hostel me vine con el médico y vivimos la efervescencia de la noche en Rocinha. Pasamos por una pasarela construida por el famoso arquitecto brasileño Niemeyer. Una contradicción más. Fuimos hasta la parada de bus. Al lado hay unas instalaciones deportivas de alto nivel. Dos contracciones pues. Pillamos el bus hacia Copacabana. El autobús urbano te deja fino el amortiguador trasero. Al día siguiente visité un barrio también muy pobre, pero no constituido como una favela. En esta ocasión acompañaría a un equipo que atiende a personas que viven en la calle. A mi llegada al Centro la doctora había salido y mientras esperaba, unos compañeros tuvieron la amabilidad de pasearme un poco por las instalaciones. Conocí a una residente que había rotado en España, en Madrid, por Valdebernardo.
  • 22. Recuerdo que pensé en ese momento si la habrían tratado tan bien en España como a mí me estaban tratando en Río. Ojalá que sí. Acto seguido me reuní con el equipo y comenzamos las visitas. Es común que las personas que viven en la calle en condición de indigencia se desplacen de un sitio a otro. De ahí que cuando hay un caso de este tipo los médicos se deben poner en contacto con los del equipo que corresponde a la nueva zona de estadía del paciente. En este caso fuimos a un Centro de Salud cercano en una furgoneta. Nos acompañaba otro médico de personas de la calle, que seguía trabajando a su edad en un medio tan duro a pesar de algunas notables y llamativas dificultades físicas que aquejaba. Me emocionó su dignidad. En el nuevo Centro se discutió al paciente en una de esas sesiones que parecen no tener fin y que más vale que te pillen sentado. Así se procede, son casos muy complejos con problemas muy complejos que van desde asuntos de tutelas judiciales de hijos, enfermedades de transmisión sexual como sífilis, enfermedades infecciosas como tuberculosis multirresistente, autos judiciales de ingreso involuntario, consumo de drogas, violencia… todo junto en una misma persona… en este caso una chica de 16 años que ya era madre de dos hijos…. Continuamos nuestra recorrida por la calle. Según vamos me dice el Agente de Salud señalándome con disimulo a un grupo de jóvenes a lo lejos: ¿Tú sabes cómo es el proceso del consumo de crack? Le digo que no, y a la que miro, veo el humo que sale del tumulto y a los chavalillos dándole ahí a la droga. Pasamos al lado de tres varones que duermen en la calle. El procedimiento es acercarse y preguntarles si están bien, si necesitan algo, si quieren algo, si les pasa algo. La filosofía del equipo es lo que se ha dado en llamar “reducción de daños”. No se busca la solución beata y paternalista, sino ser realistas y hacer por ellos en función del contexto, minimizando las consecuencias de sus acciones, más que querer influir sobre ellas. Uno de ellos solicita ayuda porque refiere que le ha pegado la policía con la porra en la espalda y le duele mucho. La doctora le explora sobre el terreno. Le dice que le va a hacer llegar unos fármacos para tomar y para que mejore de su dolor. Cuando
  • 23. terminamos la doctora envía al Agente de Salud a darle al paciente la prescripción y los fármacos con las instrucciones de toma. Además del cuadro por el que consulta tiene unas lesiones en las extremidades inferiores impresionantes, que no sé lo que son. – Son infecciosas – me dicen- . Las otras dos personas no quieren consulta, pero aceptan unos preservativos que el Agente de Salud les ofrece. El rotante externo me comenta que allí la policía atiza pero bien, y habla muy mal de ellos. Dicen que con el advenimiento de los Juegos Olímpicos todo esto va a empeorar, porque van a querer sacar a los indigentes afuera de la ciudad. Acto seguido nos dirigimos a la trasera de las calles, a la vía del tren. Pasamos junto a una casa en la que a la puerta hay una familia “normal” sentada en sillas conversando. A continuación hay una especie de bar en el que veo que venden unos vasos transparentes con tapa y agua mineral dentro, que se asemejan a un yogur. - Hace mucho calor acá y la gente viene aquí a comprar agua - pienso. Justo a continuación, en un momento del recorrido siguiendo la vía se abre un recodo y puedo contemplar a unas 15 personas en diferentes posiciones y estados consumiendo. Crack fundamentalmente. Entonces el Agente de Salud se acerca y me explica pormenorizadamente como consumen el crack ayudándose de ese vaso. Como le hacen agujeros, ponen la piedra… en fin, todo el proceso. Allí había otra chica vendiendo los vasos. Reflexioné acerca de cómo es capaz de adaptarse la actividad económica a las características del mercado. El Agente de Salud era muy considerado conmigo y estaba realmente empeñado en que aprendiera el proceso… y preguntaba a todas las personas que estaban allí consumiendo si tenían una piedra de crack para que yo la viera jajajja, hasta que llegó uno que me la enseñó. – Es para que la vea el médico español -, decía. Qué grande. Otro estaba dándole a otra cosa, inhalando de una botella. Tenía un nombre que no recuerdo. Unos decían que era cloroformo y éter, otros que era un gas que se utilizaba para tinte del pelo, como un disolvente. Recuerdo que le dijeron algo al chaval y rió. Nunca olvidaré aquella risa en la que no había ningún diente en esa persona tan joven. Según volvíamos para el Centro de Salud un integrante del equipo levantó un
  • 24. doble techo que colgaba de la pared y vimos a varias personas más hacinadas consumiendo. La vía del tren está literalmente hecha un cristo y vamos pisando mil cosas. Recuerdo que tenía una amiga enfermera que trabajaba en un poblado chabolista en Madrid y me comentaba que llevaban unas botas que pesaban dos kilos cada una porque tenían una suela de impresión para evitar cualquier incidente. La doctora va en francesitas. La cercanía es una de sus señas de identidad. Enseguida me doy cuenta de que es una persona muy especial, con mucha mano izquierda y que empatiza muy bien, al igual que el Agente de Salud. De esta gente que desprende como una fuerza diferente, centrípeta. Al terminar la jornada hay un momento para la charla y me invita a que pregunte lo que quiera. A mis preguntas responde que no todas las personas que viven en la calle son consumidoras de droga. Que hay mucha heterogeneidad entre ellas. Y que hay mucha heterogeneidad entre las personas que viven en la calle entre los distintos barrios, que cada barrio tiene sus perfiles. Comenta que los albergues de acogida no es que sean una opción mala para intentar paliar el problema, pero que tienen reglas muy estrictas que la persona casi nunca cumple y por eso tienen que terminar finalmente fuera de ellos. Cuenta que en Sao Paulo han puesto en marcha una experiencia de tratamiento e integración muy interesante, que consiste en capacitarles con una especie de módulo de Formación Profesional e insertarles en el mundo laboral. Con un sueldo fijo al mes todo comienza a cambiar. Se termina la jornada y me pego al rotante externo para volver a casa. El momento de la vuelta casi siempre es de “preocupación”; cómo volver a casa desde aquellas periferias. A veces me bajaba con el coche de la Secretaría, pero intentaba no hacerlo si había cualquier otra posibilidad, por intrincada que fuera, para no generar trastorno a mis anfitriones. Me dice el compañero que si no me importa esperar un poco, que es el representante de los residentes de los Estados del Sur y tiene una pequeña reunión con los representantes de los residentes de Río y de los Estados del Norte, porque se está planteando una huelga de residentes, y deben explicitar cada uno su postura.
  • 25. La suya es que no hay lugar para una huelga por motivos económicos, que cree que los residentes ya ganan suficiente. Me dice que él gana unos 1.000 euros de sueldo base al cambio, no mucho más con complementos. Recordamos que los residentes de Río ganan 3.000 al cambio. Pero me dice que aun así le parece suficiente y que no están las cosas en el país para protestar por eso, que son unos privilegiados. En seguida me doy cuenta de que mi compañero no se hizo médico por la plata. Me cuenta que en Brasil los especialistas hospitalarios pueden vivir como dios, y entre unas cosas y otras ganar más que en Europa. La reunión termina y nos vamos para el metro. Una residente nos acerca hasta la parada. Es noche cerrada. Bajamos hasta Copacabana hablando de América Latina, de Europa, del capitalismo y la crisis global. Siento que hablamos el mismo idioma. Se nota enseguida la gente que ha viajado y ha leído. El siguiente día repito en Rocinha, en el mismo Centro de Salud al que fui el día anterior, la misma sesión de Osteoporosis para los residentes y tutores. Luego bajamos en el autobús hacia Copacabana en un trayecto imposible en el que voy de pie y en el que intentar sostenerse erguido es como intentar hacerlo en un caballo desbocado. Tomamos unos pinchos (petiscos) con los muchachos. A la mañana siguiente vuelvo a Rocinha, a un Centro de Salud diferente al del día anterior, que queda arriba del todo de la favela. Voy a estar con la psiquiatra, que tiene un marcado perfil comunitario. Me cita a las 7.40 para subir desde Zona Sul y me las veo putas para llegar allí a esa hora. Qué sueño, qué tráfico y qué dificultades para todo. Tomamos varios transportes, incluida una furgoneta lanzadera hasta llegar a las cercanías del Centro de Salud. Me enseña el Centro de Salud, todo el mundo le para continuamente con el fin de comentarle tal paciente, tal caso. Me dice: - Mira -; y desde la ventana puedo ver una vista de Río impresionante. Saco una foto con la cámara que menos huella ecológica deja: la de la retina. Subimos a la oficina de los Agentes de Salud a que nos comenten un caso de los interminables, que cuando terminan no recuerdas ya cómo comenzó todo. Luego nos vamos con la Agente de Salud a una visita domiciliaria, a ver a una paciente que aparentemente está deprimida. Nos adentramos de nuevo en las entrañas de la favela,
  • 26. todo el mundo las para, las saluda y les comentan. Comenzamos a transitar por escaleras, pasadizos, puentes imposibles en estado precario de equilibrio social y arquitectónico. En un momento comienzo a oler a marihuana y al doblar la esquina las trabajadoras saludan a unos chicos que al parecer son los “reguladores del tráfico”. Llegamos a casa de la paciente, que la encontramos tumbada en el sofá. Ahí comienza una entrevista en la que somos ayudados en la anamnesis por algunas personas de su entorno. La paciente es una persona mayor que no cumple adecuadamente con la medicación y que es un poco desastre, aunque entrañable. El abordaje es psiquiátrico, pero casi más “comunitario” o “social”. Nos volvemos para el Centro y pasamos consulta. En Brasil y en Río existe lo que se llama el “matriciamiento”, un especialista “hospitalario”, en este caso “comunitario” o “ambulatorio” que apoya asistencialmente la labor del médico de familia referencia de ese paciente. La psiquiatra se desplaza al Centro de Salud (en este caso su puesto de trabajo está radicado ahí) para ver conjuntamente con el médico de familia algunos casos seleccionados. Ese día vemos cuatro casos. El de una mujer cuya hija falleció por ahogamiento hace dos meses, otra mujer con trastorno bipolar que había sido abusada… Me gusta que la psiquiatra escribe en la historia cuando un paciente llora en la consulta. Hay poco más de media docena de psicofármacos que son los que se manejan en la farmacopea del sistema público, con un par de antidepresivos ISRS, y sin tantas fantasías y proezas farmacológicas como acá. Vemos y tratamos casos de gravedad leve-moderada. Los graves son derivados hacia otro circuito. Después del almuerzo tenemos unos grupos terapéuticos. La psiquiatra destaca por su formación, metodología y práctica en este campo. El primero sobre consumo de drogas y alcohol. Van 4 pacientes. Uno habla sin parar durante toda la sesión. Pienso que está puesto hasta las cejas pero luego me comenta mi compañera que lleva 8 años sin consumir; no me lo imagino dando la tabarra así durante todas las sesiones semanales 8 años seguidos jajajj. Me impresiona un chico joven, de unos 30 tacos, alto, delgado, muy guapo, consumidor de cocaína, que acude al grupo con su hijo de unos 5 años, que duerme
  • 27. profundamente en el regazo de su padre mientras éste participa en el grupo. El siguiente grupo es “comunitario”, la sala se llena. Saco la conclusión de que coexisten en él pacientes con trastornos psiquiátricos leves y personas sin patología psiquiátrica que se toman el grupo como una terapia de autoayuda. La psiquiatra tiene muy bien estudiada la metodología de trabajo y pone una serie de reglas que me parecen interesantes: lo que se dice en el grupo queda en el grupo, no se admiten niños, no se puede hablar de los problemas de los demás ni enjuiciar a los otros, sino hablar de lo propio, utilizar siempre la primera persona del singular, evitar dar discursos o sermones… Cada uno cuenta su película y enseguida surgen los acaparadores. Al final de la sesión todos parecen querer recetas y la psiquiatra tiene que poner un poco de orden. Los pacientes se van sentando en una silla enfrente nuestra. Junto a la prescripción siempre tiene lugar alguna pequeña consulta o alguna pregunta de mi compañera, y ésta invita a los pacientes de alrededor a que hablen entre ellos para que no se haga silencio y así preservar un poco la intimidad del paciente interpelado, si es que eso es posible en ese entorno. Comienza un desfile interminable de pacientes donde mi compa tiene dar un golpe de mano para evitar consultas como tales, ya que es un tiempo para prescripciones en el que están permitidas pequeñas y rápidas preguntas. Los pacientes acuden con las demandas más inverosímiles, que son inmediatamente desarticuladas en un tira y afloja que roza lo cómico jajjaja. Me vuelve a impresionar otra chica muy joven, ésta tendrá 27, que espera paciente su turno con dos niños pequeños jugueteando todo el rato alrededor. Cuando le toca saca a los niños de la sala, se sienta frente a nosotros y le empiezan a brotar las lágrimas enseguida. También es consumidora de coca. Le pregunto si no cree que los pacientes participan en el grupo porque quieren recetas al final. Me dice que eso ya se lo ha planteado y se lo han planteado muchas veces. Me dice que en cierta manera puede ser en algunos casos, pero que ese encuentro interesado a ella le permite preservar y perseverar en el contacto con los pacientes y reconducir el
  • 28. proceso terapéutico a donde le interesa. Si los médicos de familia en España elimináramos las consultas que se hacen “por el interés de sacar algo” (parte, baja, derivación, receta, certificado…) y nos quedáramos con las que se hacen exclusivamente por nuestro saber y nuestro criterio científico no sé si llegaríamos a ver 10 pacientes al día. No lo justifico porque creo que deberíamos aportar valor científico con nuestro trabajo y no hacer ni una burocracia, simplemente lo describo. Son las 17.30 y llevamos desde las 7.40. Estoy que no puedo con mi alma. Mi compa tiene aún consulta privada ese día por la tarde. - Hay que ganar un poco de plata -, me dice. Comienza a las 18.30 y estará aún otro par de horas más. Al día siguiente vuelve a entrar a las 8.00. En Brasil trabajan un montón. Las distancias al trabajo y el tráfico dificultan aún más las cosas y alargan artificialmente la jornada. Cuando vuelven a casa es tarde y llegan rendidos. Me recuerdan en cierta medida a los argentinos. Trabajar cada vez más para ser cada vez más pobres. ¿No será el modelo y la regulación laboral y sindical la que causa todos los males, más que la productividad, la necesidad u otras variables? Me encantan las mezclas porque no soy capaz de comprenderlas bien. Algo queda debajo, como oculto, y en la búsqueda y disección me siento pleno. No hay una cosa más literaria que una mixtura. Brasil y esta experiencia lo son de las mezclas. Brasil se construye en el proceso histórico por la dominación portuguesa y el sometimiento. Primero a los indígenas, después a los africanos que traen como esclavos. También reciben en tiempos inmigración de otros países de Europa y sometimiento, o más bien intentos, de otros sitios, como Holanda y Francia. La dominación, la injusticia y la desigualdad han sido las señas de identidad de estas tierras (brasileñas y latinoamericanas) desde tiempos inmemoriales. Todo eso trajo también la mezcla, aunque manchada de sangre.
  • 29. Compañeras brasileñas pero blancas de piel como la leche; ojos azules, pelo claro, ascendencia judía. De Albacete pero en Río de Janeiro. Cubano pero brasileño que habla hebreo y ruso. No hay algo más aburrido que la pureza. Pero todavía me gustan mucho más las mezclas que no vienen impuestas por los genes o las familias. Esos reporteros de TVE que se van a otro país y que 10 años después tienen ya cara, gestos o algo casi imperceptible, muy fino, del país de destino. O esos otros que se van un mes y se quedan 17 años. Esa gente que se le va la vida en un sueño, en una fantasía, en una ilusión o en un amor, tan lejos de casa y de la zona de confort. Esa gente que sale de la zona de confort y que cuando se da cuenta de que dentro del nuevo disconfort vuelve nuevamente a una zona de confort, aunque diferente a la primera, vuelve a saltar de nuevo. Ese espíritu cheguevarista. El eterno aprendizaje, la incertidumbre, el siempre universitario. Esa gente transfronteriza, que no está ni aquí ni allá. Que no tiene un punto de anclaje y unas referencias claras. Que dudan, que son de alguna manera frágiles, que no tienen todas las respuestas, que no saben por dónde andan y que casi cada día duermen (física o intelectualmente) en un sitio diferente, que se ven de continuo desempeñándose en un una labor que no dominan. Que no saben qué hay tres calles más allá, pero que se disponen a descubrirlo. La aventura de la vida. La medicina de familia también. Las fronteras en ocasiones no sólo son físicas o de pertenencia, sino también sociales. Si se parte desde Leblón (una de las zonas más ricas de Río) se tardan 20 minutos en llegar, por ejemplo, a Rocinha. En el transcurso se va ascendiendo por un lugar llamado La Gávea. Nadie sabe cuál es el punto justo donde se termina la riqueza y comienza la pobreza, pero sucede, como en una zona de nadie, como en la zona desmilitarizada entre Corea del Norte y del Sur. Quizá ese punto claro de transición no existe. Hay una franja en la que los habitantes no saben si son ricos o pobres, al igual que en A Raia no saben si son portugueses o españoles. No saben si atenderse en la Clínica de Familia o contratar un plan de salud e ir a la clínica popular. Conocí a una chica
  • 30. en el avión, Bárbara, que hablaba perfecto español, y cuando pasaron con los formularios de inmigración dijo que ella era brasileira. Vivía en la hora de Brasil y pensaba en la España. Su vida era un continuo desdoblamiento en un puzzle perfectamente ordenado que no le originaba conflictos internos de ningún tipo, como esos niños que estudian ahora en colegios bilingües y que son capaces de pasar de un idioma a otro, sin ninguna clase de escalón entre medias. Bárbara no sólo pasaba de un idioma a otro, sino de una vida a otra. Cuando le convenía saludaba con un abrazo de brasileña y cuando quería con un simple beso de española. Cuando quería llegaba tarde amparándose en su condición de brasileira y cuando negociaba un sueldo exigía como española. Cuando quería conseguir algo fácilmente sacaba a relucir su condición de europea y cuando quería que un taxi no la timase o no la atracasen se portaba y hablaba como una brasileira. Cuando tenía sed bebía a veces un Guaraná y cuando quería una Mahou. A veces comía una feijoada que hacía las veces de cocido. Bárbara tenía también una zona de indefinición muy grande, una zona que no estaba seguro si estaba desmilitarizada o estaba llena de minas antipersonas, lo que me incluía necesariamente a mí también jajja. Así que no tuve más remedio que intentar explorar el terreno en términos sociológicos. Utilicé, entre otras, la técnica del brainstorming, porque conocerla supuso una tormenta tropical en mi celebro. Para mí sus transiciones hispanobrasileñas se comenzaron a convertir en las transiciones del país, y comencé a buscar y a explorar en ella las transiciones que había observado y que cristalizaban en aquel momento en La Gávea, como ejemplo de las transiciones que me permitían entender el país. Así pues, sin quererlo, el (cono)cimiento del país se transformó en el conocimiento de ella. Sin quererlo y por primera vez en la historia de la pesquisa (investigación) había logrado una muestra representativa de n=1. Tenía dificultades para explicarle esto a una persona a la que acababa de conocer y que no saliera huyendo pensado que estaba desequilibrado mental, así que decidí hacerlo pasar por amor, que era una manera muy sencilla y convencional. La batalla por darle un beso se convirtió en la pulsión por conocer a un país entero. La manera de redimir mi sufrimiento por no entender lo que veía cada día en Río de Janeiro era entregarme a sus
  • 31. brazos y así ser protegido por una macroestructura similar al papel que desempeñaba el Estado en una sociedad moderna. En Río la parte rica está en el sur mientras que la pobre está en el norte, al revés que pasa en el planeta y en casi todas las ciudades del mundo. Dicen que el Cristo del Corcovado abre los brazos a los ricos (está de cara a la zona Sul con los brazos abiertos) y da la espalda a los pobres, que viven en la zona norte. En la favela los más ricos están en la parte más baja y los pobres en la parte más alta, al revés que pasa en los edificios de la demás gente, que en cuanto más poder adquisitivo tiene tiende a ocupar las zonas más altas (áticos…con terraza y tal) y cuanto más pobre tiende a ocupar las alturas menores (bajos, primeros…). Por eso cuando ella decía que prefería debajo yo no sabía si tomármelo como una postura de dominación o de pasividad. En Río detrás de cada barrio rico hay una favela, como amenazando por la espalda; es la manera de la desigualdad de recordar que tiene un precio. [Éste es un bonito ejemplo para ver cómo la disposición geográfica determina fenómenos sociales. En otras ciudades latinoamericanas las favelas están en la periferia, lejos del centro y de las zonas ricas y de clase media. En Río no es posible, porque la ciudad queda encajonada entre la montaña y la playa. La periferia de la ciudad es la loma de la montaña, que queda inmediata a la zona rica] (Esto lo aprendí en un texto de Márcia Pereira Leite). Cuando vas por la calle siempre tienes miedo de que te venga alguien detrás. En Río te das cuenta de que la desigualdad no es otra cosa que un constructo político. Eso y nada más que eso. En la cama con el gesto simple de cubrirle la espalda con mi cuerpo representaba una función de protección que me hacía ganar muchos enteros. Según Bárbara se moviera hacia el margen español o el brasileiro yo debía de reposicionarme también. Es conocido que puede que en tu país no te comas una rosca, pero vas fuera y eres Julio Iglesias. Paradojas a estudio. Así que si sacaba el lado brasileiro yo me
  • 32. reafirmaba como español, y si ofrecía el español yo me replegaba un poco. La guerra de posiciones gramsciana. En mi intento por conocer todas las bondades y las cosas típicas del país buscaba si me podía enseñar la famosa depilación brasileña, pero al principio no colaba. A cambio, me enseñó su casa. Vivía en la Avenida Atlántica, primera línea de playa de Copacabana. A menudo las contradicciones del país me estallaban en la cara. A menudo pensaba: esta mañana me he levantado en esta supercasa enfrente de la playa y esta tarde me van a enseñar los moradores de rúa (los indigentes) cómo se fuma el crack. A veces, si se agachaba en ropa interior a por algo, le decía que tenía una casa con vistas. Teníamos graves problemas temporales; yo tenía prisa por todo y para ella pareciera que tuviéramos todo el tiempo del mundo. Nos poníamos a comer unos buñueliños de bacalao y mientras yo me metía uno en la boca y me lo comía como un caramelo para subir rápido a casa, ella lo ponía en el platito, lo abría con cuchillo y tenedor, le echaba lima, un poco de aceite de oliva y se lo comía a porciones. Me desesperaba tanta letanía. Íbamos muy a menudo a un chiringuito de la playa que quedaba muy cerca de su casa, muy famoso y concurrido porque ponían el mejor “frango a passarinho” (se traduciría como algo así como pollo al pajarito) de la Zona Sul. Luego ella pedía una caipiriña, que yo aborrecía, y me decía que el resultado final dependía de la calidad de la cachaza, y sobre todo de los demás ingredientes, de la combinación que resultara de los mismos. Otra vez la importancia de la mezcla y de la proporción. O un piscinao, un copazo cuyo nombre a mí me hacía mucha gracia, porque era como una piscina de grande. Yo pedía una cerveza, que te ponían una botella grande tipo litrona. Para que no se te enfriara te ponían un chisme que la recubría y conservaba el frío. Yo me reía mucho porque llamaban a ese artilugio “camisinha”, que era la misma palabra que se utilizaba para denominar al preservativo. Me encantaba que cuando yo llegaba a su casa de la larga jornada de trabajo me hacía quitar la ropa de faena, ducharme (en Río se duchan mil veces al día) y ponerme los pantalones de la selección brasileña. Me sentía poco menos que Neymar. Luego me ponía también la camiseta y
  • 33. me marcaba insultantemente la barriga como a Ronaldo Nazario de Lima. Más tarde me quitaba toda la ropa y me cabalgaba con los brazos en cruz, como el Cristo Redentor, y yo sentía que desde allí arriba él también los tenía así para perdonar todos los pecados que se cometían sobre Río. Ella terminaba antes y en lo que yo lo hacía la sorprendía mirando de reojo en la tele (en Río tienen una tele en cada habitación de la casa) la novela de las 21. En fin. Luego nos tomábamos algo de maracuyá y nos quedábamos dormidos mientras la tele seguía pasando novelas sin parar. El maracuyá es el nuevo Lorazepam, por lo que se ve. Yo le decía que me hubiera gustado que igual que la chica en la que Sabina se inspiró para escribir “Con la frente marchita” en Argentina era montonera, fantaseaba con que ella fuera del “Comando Vermelho”, pero no era el caso. A cambio, le prometí escribir una canción para convertirla en la Garota de Copacabana como imagen especular de la de Ipanema, pero se ve que la letra me está saliendo un poco larga. Y ya no me queda más tiempo. Me tengo que ir ya. Yo no tengo el tiempo, la tranquilidad, la paciencia y la insistencia de Lula. Yo soy un bala perdida en España y eso lamentablemente es una cosa muy seria en Río. Sólo me queda un último segundo para recordar su piel crocante y peluda como la del frango. Para recordar que ella pensaba que se trataba de una lucha de lenguas pero en realidad era la lucha de clases. Para que (me) inspirara con su nariz carioca en mi pecho. Para decirle que es una piedra angular y preciosa en mi vida. Sólo me queda besarte por última vez en Cinelandia. Prometer llevarte a Disneylandia. Besarte en los morros. Sacarte del planeta tierra con el platillo volante de Niemeyer. Esperarte media hora más en la librería del CCBB. Esperarte con la urgencia de las parejas que aguardan habitación en el hall de los moteles. Tocarte con la tristeza del pianista del shopping no Leblon. Espiarte a través de los espejos en el Colombo. Hacerte enfadar por dejar goteando el filtro del agua gelada. Beber agua de la canilla para hacerme el valiente. Prepararte el café de
  • 34. mañana y el de pasado mañana. Aparentar que me encanta la Bossa Nova. Pasarme tu hilo dental por mi boca. Obtener la mirada censora por repetida del taxista en el espejo retrovisor por progresar demasiado. Derretirme cuando colocas así la lengua y los dientes y me dices gatinho. Hacerte un arrastrón para robarte el corazón. Hurtarte el alma y un beso en cada semáforo en rojo. Emborracharnos de barra en barra hasta llegar a la de Tijuca. Ser tu pan de azúcar y de queso. Enamorarme de ti, de Río y de Brasil con la misma que intensidad que Don Joao. Y finalmente secesionarme de todo con la misma tranquilidad que lo hizo Brasil del imperio portugués, para continuar adelante. Eduardo Nogales Médico de familia Para conocer más aspectos formales de la Reforma y de la Atención Primaria en Río de Janeiro y Brasil se recomienda leer el Relatorio final de Juan Gérvas y Mercedes Pérez. Disponible en: http://www.sbmfc.org.br/default.asp?site_Acao=MostraPagina&Pagin aId=524 Agradecimientos. Gracias a los compañeros de la Coordinación Técnica por las atenciones recibidas, y en su plano profesional por su dedicación y gran trabajo con el proyecto en Río, porque es el proyecto de toda Latinoamérica y el mundo entero: André, Adelson, Michele (secretaria) y los demás compañeros. Gracias a Caio, Annie, Marcia, residentes y preceptores de Clínica da Familia Assis Valente, Clarisse, Rita, residentes y preceptores de Clínica de Familia Anthidio Dias da Silveira (Jacarezinho), Michael, Renata, Leandro, Daniel y residentes y preceptores Clínica de Familia Maria del
  • 35. Socorro, Valeska, Anderson, Fabricio, Bruno y residentes de Clínica de Familia Víctor Valla (Manguinhos), Joana Thiesen y personal de Clínica de Familia Albert Sabin. Gracias a los pacientes por posibilitar que acompañara a sus médicos y Agentes de Salud y haber permitido con su aquiescencia que les conociera a ellos, sus familias, sus historias y su país. Gracias a los motoristas de la Secretaría y a Joaquim, Patricia, Jacobo y Bianca. Y muchas gracias a Lourdes Luzón. Sin ella nada de esto hubiera sido posible. La gente que batalla por cambiar las cosas desde la praxis es la que realmente vale la pena. Ya dijo Marx que lo que los filósofos habían hecho hasta entonces era interpretar el mundo, pero que no se trataba de interpretarlo sino de cambiarlo. La teoría la sabemos todos. Gracias además por ser tan linda persona. La despedida a la francesa de Eduardo me rompió de alguna manera. Había algo que quedaba abierto que me desasosegaba. Pensaba que si no cerraba esa herida no iba a cicatrizar por segunda intención. Las segundas partes nunca fueron buenas. Tenía dos opciones para poder entenderlo todo. Una era escribir una novela (un libro, no una telenovela brasileña) para poder explicármelo. Yo no escribía tan bien como Eduardo y la verdad no tenía ni ganas ni tiempo. La otra era intentar cerrar el círculo aquí en Brasil antes de que todo se convirtiera en pura historia y las pistas se disiparan. No hacer nada significaría condenar a ese pasaje a formar parte de las paredes de la ciudad. Yo vivo en España en una zona de marcha de los universitarios. Las paredes de la zona de los bares están llenas de historias que sólo ellas conocen y que están condenadas a que nadie las rescate. Comencé a pensar el eje en el que moverme y rápidamente me comenzaron a brotar ideas. Debía encontrar a Bárbara. Eso lo tenía claro. Pregunté en el hostel cuál era el frango a passarinho más popular de Copacabana. Quedaba enfrente de su casa según las referencias de la memoria. Pregunté en el hostel y dudaron. Leí en la Lonely Planet y
  • 36. había uno que parecía que podía ser. A Eduardo le gustaba esa guía porque varias veces le vi consultándola, así que quizá buscó la recomendación allí. Aunque seguro que la idea y la iniciativa fue de Bárbara por ser autóctona. Me paseé en horario de comida y cena varias veces por Copa y peiné de manera más cuidadosa los puntos calientes que pensaba que podían ser. Hablé con los lugareños. En efecto había un sitio en el que la gente se amontonaba. Metí un poco el hocico en la terraza y ciertamente el frango era el plato estrella. Estaba sobre la pista. Bárbara vivía por allí. Todo morador de primera línea de playa tiene que bajar a la playa con cierta asiduidad, digo yo. Una persona que vive de forma continua en Río tiene que tener la playa como su segundo hogar. Pensé también en que si vive en primera línea y si las zonas de playa son tan homogéneas como son lo lógico es que no se bañara muy lejos de la casa. Así que la siguiente semana lo que hice fue pasarme mañana y tarde yendo a la playa que quedaba enfrente del chiringuito del frango y tratando de identificar a la gente que repetía baño, día y sitio, y que no parecían guiris, porque con seguridad ellos vivirían cerca y serían cariocas. Quizá no les sería difícil identificar a una chica española llamada Bárbara mitad española mitad brasileira. Enseguida localicé varios grupúsculos familiares que repetían sitio y baño. Tenía que tener cuidado porque como les observaba con mucha atención enseguida capté que algunos sospechaban de mí como ladrón jajjaja. Pensé en algo que les pudiera identificar como españoles, ¡difícil tarea!, y enseguida reparé en que si veía a alguien con un libro o una revista en castellano lo tendría en bandeja. La cara se me iluminó cuando vi a una señora rubia con el Hola! También se dice en portugués Olá, pero se escribe sin H y con tilde en la a, así que debía ser la edición en castellano. Así que lo hice fue llevarme a un amigo y jugar a las palas en las inmediaciones de la señora. Instruí a mi amigo en que me tirara una pelota lejos de mi zona de alcance y en dirección a la señora. Así tendría una buena razón de penetrar en su zona de seguridad. A la que la pelota salió despedida hacia ella, exclamé un estridente: - ¡Me cago en la puta!, para asegurarme de que la señora me oía claramente. Nuestra presa efectivamente agarró la bola y al acercarme a ella, le
  • 37. dije: -Perdone -, para darle cuenta de que había advertido que era española y para forzarla a que me hablara y comenzar así la conversación. La mujer me alcanzó la pelota pero no me dijo nada. Al tomar la pelota dejó la revista con la portada a la vista. No me dijo nada, pero yo no iba a permitir que la realidad me estropeara el plan. Así que le solté fijando mis ojos en la revista: - Anda mira, ¿es usted española? Me dijo que sí y ahí comenzamos la conversación. El desarrollo del juego hacía que quedara muy forzado y raro que yo parara e hiciera esperar a mi compañero para conocer a una desconocida. Tampoco quería asustarla de primeras. La gente en los países en los que hay inseguridad es un poquillo más desconfiada de la cuenta. Así que proseguimos con el juego un rato e hicimos como que nos íbamos para que pudiéramos cruzarnos con ella en una situación más cómoda. Le hice el típico abordaje de dónde eres y todo eso, trabajas aquí y tal. Le conté por encima un poco nuestro propósito de encontrar a Bárbara y por qué y la verdad es que la mujer muy enrollada y concienzuda comenzó a colaborar con nosotros en un meticuloso plan de búsqueda. Me dijo que si vivía en Atlántica por esa zona no habría mucho problema porque la zona de costa estaba repleta de hoteles, restaurantes y demás, y no muchos portales de viviendas. – Unos 17 cogiendo unos márgenes muy amplios -. Siempre hay que trabajar con márgenes amplios, como dicen que sucede en el tratamiento quirúrgico del melanoma. Ni corta ni perezosa recogió sus cosas y se vino de búsqueda y captura. Le dije: - Si tienes que hacer cosas no te preocupes que podemos intentarlo solos-. – La riqueza es muy aburrida, voy con vosotros – contestó- jajjaja. Dice la Lonely Planet que hay dos cosas que comparte la clase baja y la alta en Brasil: el carnaval y la playa. Yo añado otra: la havaianas (unas sandalias de dedo). Fuimos portal por portal. Los portales de Río de la Zona Sul están todos enrejados con un portero automático para comunicarte con el portero no automático al que hay que decirle quién eres y a dónde vas si no vives en el edificio. Él luego llama a la casa de la persona y le dice: - está
  • 38. aquí fulanito, pregunta por Doña no sé quién -, y entonces te hacen pasar o no. En fin. Al ver a Martha y al escucharle hablar perfecto portugués la colaboración del portero era total. En la doceava intentona por fin la encontramos. Al escuchar su voz por el telefonillo sentí una emoción difícil de describir, como ésa de las películas. Nos dijo que subiéramos. Nos recibió con los pantalones de la selección brasileña que adivinaba que era los que se había puesto Eduardo. Era una chica rubia, alta y delgada, con pendientes de perla. Dijo que si queríamos tomar algo y yo dije que no pero insistió, así que yo pedí un guaraná, el inglés (que no se enteraba de nada) una cerveza y Martha, que no se cortaba un pelo, le dijo que si tenía whisky y como era que sí, se tomó uno jajaj. Conectamos bien. A veces no se necesita mucho rato para saber si sí o si no. Fui al grano, aunque me hubiera gustado un ambiente algo más íntimo para que ella pudiera hablar más agusto y darme más información. Ayudaba un poco que el inglés jugaba a enseñarle palabras a Martha y se pusieron ahí a su rollo. Pedí mear para poder recrear en mi cabeza lo más posible la casa en la que Eduardo había vivido aquella experiencia de amor y trascendencia. Bárbara se mostró muy sorprendida e ilusionada por toda la historia del cuaderno y por mi búsqueda. También agradecida. Me dijo que había sufrido porque lo último que había sabido de Edu era un Whatsapp que le mandó que decía: “Estoy en un bar comiéndome la última coxinha. Me marcho en un rato. Hasta pronto. No olvides que te quiero y que te querré siempre”. Después de eso ni respondió Whatsapp ni llamadas, con el teléfono apagado. Le dije que le iba a hacer llegar el cuaderno y el encuentro no dio mucho más de sí, ella se tenía que ir a trabajar. Yo estaba muy confundido y quería irme al hostel a Lapa y echarme en la cama y no pensar. Martha y el inglés se quedaron por Copacabana. Aquella noche no vino a dormir jajaj. Me fotocopié el cuaderno y se lo hice llegar a Bárbara. Después de leerlo le hizo efecto la medicina y se plegó mucho más a la misión de buscarlo y ver.
  • 39. Se lo releyó concienzudamente y pensó en hablar con Lourdes. Eduardo siempre le hablaba mucho de ella. Reparó también en el nombre de Joaquim, que le sonaba mucho, a mí también, aunque vagamente. Pensando y pensando, decidí pasar un día por el hostel de Copacabana y preguntar. - Claro, joder, Joaquim es el staff de la noche, el colombiano – me dijeron-. Al describírmelo parecía como que me sonaba, pero no mucho. Quizá porque según me comentaron entraba a las 0.00 y estaba hasta las 8.00. Yo o salía antes de esa hora o llegaba bolinga con los demás y no me enteraba de nada. En cualquiera de los casos lo que no hacía, por supuesto, era levantarme antes de las 8.00. Cuando me lo presentaron sí que me acordaba un poco. Una noche habíamos llegado con los ingleses y australianos y éstos últimos se habían puesto a berrear y uno se había subido a la barra del pequeño bar y se había puesto a mear en parábola y a decir que ahora él era el surtidor de cerveza… El tal Joaquim lo agarró y por poco lo golpea allí mismo. En cuanto le describí a Joaquim quién era Edu y le dije por qué le buscábamos supo exactamente. – Sí, claro, el gallego – me dijo, haciendo esa referencia por la cual todos los españoles somos gallegos para los latinos. - Un día estábamos hablando de política y de la crisis en España y le dije que yo había estudiado Ingeniería química y luego Ciencias Políticas y se emocionó todo. Sobre todo cuando le dije que me había dado “Teoría del Estado” Juan Carlos Monedero, que estuvo de profesor visitante allá en la Nacional de Bogotá. Me dijo que su sueño era estudiar también Ciencias Políticas. La Ley de Monedero dice que según transcurre una conversación, la probabilidad de que irrumpa alguien que anuncie que ha sido alumno de Juan Carlos Monedero y que le conoce tiende a uno. - Nos pasábamos hablando horas y horas en mi turno. A mí me agradaba y me entretenía su conversación, sobre todo porque
  • 40. siempre se despedía con un: “gracias por todo lo que me has enseñado esta noche”. Me sentía muy considerado por él, hoy día no es fácil que te hagan sentir eso. Durante las conversaciones yo le animaba a estudiar Políticas y le decía que tenía muy buenos contactos allá en Bogotá. Sobre todo le hablaba de mi amiga Priscilla, que estudiaba en la Nacional y que había decidido ser la eterna universitaria, y que vivía como una Peter Pan. Le decía que estaba seguro que se llevarían muy bien y Eduardo abría mucho los ojos, como si se le fueran a salir, se ponía colorado y me decía: me tienes que pasar su contacto. Yo le preguntaba que por qué quería estudiar y me decía que porque no existía una idea más romántica que la de la revolución. Hace dos días recibí un mensaje por Facebook de Priscilla comentándome que Edu la había contactado y que habían quedado en verse en Bogotá. “Qué buena onda parece este chabón”, me escribió Pris. El compañero mío de la mañana me dijo que Edu había hecho el check out antes de tiempo y que habían llegado a un acuerdo para saldar las noches pendientes. Y que le había dicho para mí que le hubiera gustado despedirse pero que muchas gracias por todo y que hasta pronto. Había comprado un pasaje de autobús para atravesar toda América Latina hasta Bogotá. Le conté todo a Bárbara y se contrarió un poco. Veía en su actitud un desaire. Le intenté hacer entender que no. Que seguramente Eduardo había actuado así para protegernos a todos. Su sensibilidad hubiera provocado un llanto y un sufrimiento en ellos dos difícil de soportar. Era mejor así. La vida en el fondo debía seguir, y con la misma intensidad con la que se unen dos polos que tienen esa atracción, la fuerza que deben hacer para separarse debe ser mayor o igual. Bárbara me contaba que Eduardo vivía en continua crisis existencial. Yo pensaba que solamente en ese inestable equilibrio continuado en el tiempo se podía alcanzar tal grado de virtuosismo. No veía otra manera. Eduardo no podía con la decadencia generacional que le rodeaba, y eso le hacía sufrir fuertemente. A mí me pasaba parecido. El
  • 41. advenimiento de nuevas responsabilidades se tornaba como el fin de la autenticidad. Yo tampoco había nacido para eso. Espero que se me perdone, pero la vida para mí era y es otra cosa. Tengo problemas serios para distinguir bien entre los espejismos y la realidad, pero sólo sé que me encantan los espejismos. Le acabo de mandar un burofax a la empresa con mi renuncia. En mi fantasía, en el momento del despegue clavaba mis ojos en Bárbara con una de esas miradas que duran un poco más de lo convencional y que incitan a la duda. Ese excitante momento de no saber si sí o si no. En ese momento de debilidad emocional y conciencia de la vulnerabilidad que significa el despegue, nos agarrábamos la mano fuertemente en un primer momento y nos la entrelazábamos en un segundo. Eso no significaba más que una conexión que se salía de la amistad sin penetrar en otros territorios, como un área de indefinición parecida a la frontera de la India y Pakistán en Cachemira o como la franja de Gaza, donde las líneas que separan se mueven cada día, dependiendo de los equilibrios territoriales y de poder. O como La Gávea: subes por la colina y nunca sabes cuándo abandonas una categoría para incorporarte a otra, pero lo cierto es que abajo eres una cosa y arriba otra diferente. En la realidad, miré a mi lado para intentar ver por la ventanilla, y un hombre muy grueso con gafas que sudaba y ya roncaba, la obstaculizaba casi por completo con su complexión. Miré por si acaso al otro lado del pasillo y en derredor y no puede hallar a Bárbara entre el pasaje. Me incliné un poco más hacia la ventanilla y pude captar la última imagen de las favelas comiéndole terreno a la montaña, un segundo antes de que se levantara con un golpe de mano el morro del avión y nos pusiéramos definitivamente rumbo a Bogotá. Roberto Sánchez Transeúnte robertojosesan@yahoo.es