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Se recomienda leer las renuncias o disclaimers. Gracias.

Renuncias: Xena, Gabrielle, Callisto, Joxer, Ephyni, Solari, Argo, etc. los tomé prestados para mi historia, pertenecen a
Reinaisse Pictures MCA/Universal, no quiero quitárselos ni mucho menos, sólo quiero entretener y entretenerme.

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Aviso: Aquí puedes leer escenas de amor entre dos mujeres, si no estás de acuerdo con ellas, detente aquí y no leas más, el
que tenga ojos para leer que lea. Corrección y edición: Cruella.
Prólogo:  Xena y Gaby despertaron de su sueño en Illusia; aunque Gaby había curado todos sus demonios, Xena aún seguía
un poco confundida por todo el amor que se había removido en su corazón y se sentía decepcionada al ver que Gabrielle no
sentía lo mismo por ella. Xena estaba segura de que el amor que Gabrielle sentía no era más que el mismo que se siente
por una hermana. Así, ella tenía que seguir reprimiendo toda la pasión que sentía por Gabrielle y seguirla cuidando sin
esperar nada más que amistad a cambio. Gabrielle no parecía ver todo el dolor que Xena sentía cuando miraba sus ojos y en
ellos no encontraba lo que buscaba. Xena no sabía qué hacer, estaba demasiado confundida, le dolía el hecho de que
Gabrielle pudiera enamorarse de otra persona, de que pudiera pertenecer a otro, de que la repudiara por este sentimiento y
de que le quitara lo único que tenía de ella: su amistad y la confianza que había vuelto a ganar. Fue así como se hizo la
fuerte y esbozó una sonrisa con la cual emprendieron un viaje como tantos otros.

Clasificación:

Autora: Pilar

S E X O ,

M E N T I R A S

E

H I S T O R I A S

D E

D I O S E S .

CAPÍTULO I.
1.1.

– Xena, ¿tú  crees que Illusia era producto de nuestros sentimientos?

– No lo sé Gabrielle, todo fue tan extraño... Definitivamente todos mis pensamientos, mis deseos y mis demonios
estaban allí. 

– Entonces no me explico porqué Joxer estaba ahí cuando desperté. Seguro que él era uno de mis demonios... –
rieron las dos.
– ¿Joxer? ¿Acaso estás enamorada de él? –añadió Xena con retintín.

– Xena, ¿cómo puedes creer...? –se detuvo pensativa. Si Xena bromeaba con la idea de que estaba enamorada de
Joxer porque éste la había despertado, tal vez a ella la despertó uno de sus grandes amores... De repente le picó la
curiosidad.– ¿Por qué no me dices quién te despertó a ti?
– Eso no importa. Lo que importa es que estamos bien.

– No cambies de tema. Dime quién te despertó. –insistió la bardo haciendo énfasis en lo último.

– Todo estaba muy confuso, alguien me despertó y luego desapareció antes de que pudiera verlo. –intentó despistar
el tema.
– ¿Acaso no me tienes confianza?...  –Gabby entornó los ojos y la miró con picardía. La curiosidad le picaba.–
Seguro que fue Hércules. ¿O tal vez fue Marcus? –de pronto exclamó:– Ay, ¡no me digas que fue Borias!
– Gabrielle, te aseguro que es aún más confuso. –sonreía Xena. 
– ¿Acaso fue Lao Ma? –con un tono algo inquisitorio.
– Está bien... –arrastró las palabras fingiendo agotamiento.– Fue... mi madre.
– ¿Qué? ¿Por eso tanto misterio? Creo que quieres ocultarme algo. –dijo con suspicacia.
– No, Gabrielle. –respondió acariciándole el rostro con ternura. No quería decirle la verdad a pesar de que había
jurado no volver a mentirle nunca. Pero no podía decirle que la despertó Callisto con un dulce beso en los labios. Y
que aquella sensación le había gustado.
Fue entonces cuando llegó Ephyni. Se la veía muy preocupada por su reina. Corrió hacia Gabrielle y se interpuso en
posición defensivaentre entre ella y Xena.
– Xena, aléjate de Gabrielle. –amenazó Ephyni.
–  No hay nada de que preocuparse. Ya lo hemos resuelto todo. –la tranquilizó Gabrielle.
– ¿Todo? –Ephyni estaba sorprendida y asustada. Jamás hubiera imaginado a Xena tratar a su amiga de aquel
modo. Ya no podía fiarse de ella.  
– Te aseguro que no todo. –respondió Xena en un tono bajo que denotaba cierta tristeza. 

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– ¿En que parte de la conversación me perdí? –inquirió Gabrielle con sorpresa ante la respuesta de la mujer. Xena
no contestó.
– Ya llegamos al campamento Amazona. ¿Qué tal si se dan un baño caliente para quitarse toda la sal del mar? –
propuso Ephyni intuyendo que necesitaban acabar de hablar algo que le preocupaba a Xena.
– No se te había podido ocurrir una mejor idea. Xena y yo adoramos los baños calientes. –contestó alegremente su
reina y tomando a Xena de un brazo, apresuraron el paso.

1.2.

Ares se encontraba solo en el Olimpo cuando de repente escuchó una voz tras él.
– Hola Ares, ¿cómo estás?

– ¿Quién es? ¿Quién anda ahí?... –un haz de luz lo cegó por unas décimas de segundos.– Ah, eres tú, Callisto. –dijo
con hastío.
– Sí, soy yo. ¿Mucho miedo?

– Para nada. Te recuerdo que soy un dios, el dios de la guerra. No le tengo miedo a nada y mucho menos a algo tan
insignificante como tú. –se sirvió una copa de vino.– A propósito, por... curiosidad... ¿cómo hiciste para salir de la
cueva en la que te metió Xena?
– Ares, olvidas que soy una diosa. –dijo acercándose a él como una gata melosa.

– Para mí tú  no eres nada. Tengo muchas cosas que hacer así que dime ya qué quieres. –bebió un trago de su
copa, enfadado.
– Tranquilo, cariño. Sólo vine a hacer negocios contigo. –ronroneó divertida.
– ¿Qué clase de negocios?

– Es acerca de tú  adorada hija. –Ares abrió los ojos sin entender. Callisto suspiró aburrida y exclamó:– ¡Xena!

Ares tragó saliva, dio otro trago y escupió aún más enfadado.
– Xena no es mi hija.

– Eso no es lo que andan diciendo las Furias. –le acarició el cuello con sensualidad.

– Callisto, dime qué quieres. No creo que hayas venido hasta aquí sólo para discutir mi paternidad.

– Tienes razón, Ares. –Callisto lo abrazó por la espalda.– He estado pensando en un plan que, seguro, nos dejará
satisfechos tanto a ti como a mí.
– ¿Un plan? ¡Ja! Lo he intentado todo con Xena y no ha funcionado nada. –Ares se giró y acercó el rostro de la diosa
rubia hacia sus labios carnosos.
– Te aseguro que no todo. –sonrió Callisto mostrando su blanca dentadura. Buscó con su pierna la entrepierna del
dios y la acarició.– Pero ¿por qué antes no nos divertimos un poco? Aún no he tenido sexo como una diosa.
– Lo que tú quieras. –susurró Ares.– Yo estoy para servirte.

CAPÍTULO iI.
2.1.
Estando en la tina sumergida en agua caliente, Xena pensaba en como adoraba pasar esos momentos con Gabrielle,
y también lo difícil que le resultaba ocultar sus sentimientos. Veía la inocencia de Gabrielle al no darse cuenta que
con cada contacto, con cada caricia la hacía viajar a los Campos Elíseos; la forma como enjabonaba su cabello y
después bajaba hacia su espalda con un delicioso masaje, la hizo desesperar. De pronto la interrumpió con el
pretexto de que era su turno de enjabonarla.
Gabrielle asintió con un largo suspiro. Le gustaba cuidar a la guerrera y ésta era una forma de hacerlo que estaba a
su alcance, pero Xena nunca le permitía mimarla durante mucho rato.

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Xena se dispuso a fregar la cabeza de Gabrielle con la pastilla de jabón. Pronto descubrió que no sabía qué era más
tormentoso: dejarse acariciar o acariciarla sin llegar más lejos. Fue así como comenzó a enjabonarle las orejas,
luego el cuello masajeando sus hombros... ¡Cómo quiso ser una bacante en aquel momento y así tener un pretexto
para morderla! Después siguió por su espalda. Sus manos temblaban de tal forma que el jabón se resbaló al fondo
de la tina, muy cerca del trasero del Gabrielle. ¿Acaso era ésta la oportunidad que estaba esperando? Esbozó una
ligera sonrisa pensándolo. Gabrielle se mantenía a la espera, ni siquiera se inmutó cuando notó el jabón a su lado.
¿Era aquello una provocación? Xena estiró el brazo ciegamente, manoteando con discreción en busca del jabón. No
lo encontraba. Tuvo que acercarse más a la joven rubia e inclinarse hacia delante. Sus labios rozaban apenas la
suave piel de la bardo. El aire de su respiración arrancó un escalofrío a Gabrielle recorriendo su espalda desnuda y
mojada. Xena  rozó sus caderas y el corazón le explotó en mil carcajadas contenidas de júbilo. Aquello era un
sueño. Pero justo en el momento en que Xena se inclinaba más palpando el fondo, rozando temerosa el trasero de
su compañera, llegó Ephyni y arruinó ese grandioso momento.
– Hola Ephyni, ¿quieres unirte a nuestro baño? –dijo Gabrielle tan entusiasta y despreocupada como siempre.

– No, gracias. Sólo viene a traerles un poco mas de agua caliente. –respondió Ephyni viendo la expresión de fastidio
de Xena.
– No te molestes, Ephyni. Si pasamos un minuto más juntas aquí dentro, el agua va a empezar a evaporarse. –dijo
Xena, irónicamente.
– No te entiendo, Xena. –dijo Gabrielle sorprendida.

– Tú  nunca pareces entenderme.  –contestó Xena con sequedad mientras salía del baño.

– Pero ¿qué te pasa? –preguntó Gabrielle.

– Nada. Prepárate que mañana nos iremos temprano. –dijo Xena, retirándose enojada.

2.2.

Después de retozar con Callisto, Ares envió a Hermes a buscar a las Parcas. Eran fundamentales para el plan que
Callisto había tramado ya que las Parcas controlaban el hilo del Destino.
Las tres Parcas aparecieron ante el dios de la Guerra. Percibieron que Ares no estaba solo, que había alguien más en
la estancia y eso no les hizo mucha gracia.
– ¿Para qué nos has llamado?... Esperamos que no... se trate de Hércules.
– No. Se trata de una mortal. Quiero que me hagan un favor.
– Explícanos. –dijeron al unísono.
– Bueno, necesito que el Chakram y la memoria de Xena estén ligadas.
Las parcas pensaron durante unos segundos sin inmutar su expresión. La más joven rompió el silencio.
– Está bien, pero será de esta forma...: cuando el Chakram de Xena se divida en dos por primera vez, sus recuerdos
de amor y odio se borrarán. –siguió la joven.– La segunda vez que suceda esto, sus recuerdos violentos se borrarán.
–acabó la anciana.– Y la tercera vez y en todas las siguientes, Xena perderá por completo la memoria.
– Bien, muchas gracias. Con eso bastará.
– Eso no es todo Ares... Queremos algo... a cambio.
– De mí pueden tomar lo que quieran.
– No, de ti no... De ella. –dijeron al unísono refiriéndose a Callisto que hasta el momento había permanecido callada
y en estado de invisibilidad.
Callisto apareció con una ráfaga de luz.
– ¿Cómo supieron que estaba aquí?
– Lo sabemos todo, incluso... tu plan y si éste falla... tu destino nos pertenecerá.
– Esta bien. –sonrió la diosa rubia con seguridad.–  Acepto el riesgo.

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Continuación...

CAPÍTULO Iii.
3.1.
Amanecía en el campamento Amazona y Xena ya estaba despierta desde el alba, pensando en todos sus
sentimientos y con el corazón destrozado, deseando la muerte a cambio de acabar con esta zozobra que por si sola
ya la estaba matando. ¿Cómo un ser tan sensible como Gabrille no podía darse cuenta de lo que estaba pasando?
La bardo aún dormía. Le encantaba contemplar su sueño. Su expresión volvía a ser dulce y relajada después de todo
lo que habían pasado juntas en los últimos tiempos. Xena suspiró profundamente, tanto que notó un pinchazo en el
corazón. Se acercó a la joven dormida.

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– Gabrielle, despierta nos vamos. –susurró Xena con dulzura.
– Uh, está oscuro aún.
– Pues abre los ojos.

– No, Xena, no quiero.

– Venga, perezosa. Vámonos ya. –dijo levantando a su amiga de un brazo.

Gabrielle entreabrió un ojo. La expresión triste de la guerrera la situó inmediatamente. Tenía que descubrir qué le
atormentaba.
– No, no lo haré. –dijo como si fuese una niña pequeña.– Hasta que no me digas qué te pasa. ¿Por qué tienes ese
afán que de que nos alejemos de este lugar?
Xena evitó mirarla. Se puso a recoger sus cosas.

– No es nada, no me pasa nada. Sabes que no puedo quedarme quieta en el mismo lugar por mucho tiempo.

– No, es algo más. Y no me digas que nada porque sé que te pasa algo. Lo veo en tus ojos. ¿Crees que en todo este
tiempo no he aprendido nada de ti? Ya sé que piensas que soy una niña y que no me doy cuenta de nada. Pero te
conozco mejor de lo que crees y estás volviendo a mentirme. Si de algo estoy segura, es que no me estás diciendo
la verdad, así que vas a tener que hablar mirándome a la cara. Esa será la única manera que pueda creerte.
Acabado su discurso, Gabrielle se sentó en la cama esperando una respuesta que la convenciese. Si no hubiera sido
por los nervios que tenía y por lo grave de la situación, Xena se hubiera echado a reír por lo graciosa que resultaba
la bardo con aquella actitud. Pero una vez más venció sus deseos y ni se rió ni la abrazó como le pedía el corazón.
– No es nada Gabrielle. –dijo aún sin mirarla a los ojos. Ella sabía muy bien que si los veía no podría resistirlo más.
– Mírame a los ojos. –ordenó con severidad.

De repente, llevada por un ciego impulso, Xena tomó a Gabrielle de los brazos con fuerza y le espetó a la cara:
– ¿Sabes qué me pasa? Que te amo, eso es lo que me pasa.

Gabrielle no reaccionó. Ver fuera de sí a Xena, llena de fuego, la asustó. Aún no había superado, como creía, ver ese
mismo fulgor en su azulada mirada momentos antes de que la sacara del poblado amazona a rastras, atada al
caballo. Xena siguió escupiendo lenguas de fuego pero ese fuego era de pasión y amor, no de odio ni resentimiento
como entonces. La bardo, tan hábil con las palabras, sólo acertó a decir con voz amedrentada:
– Xena me estás haciendo daño. –en intentó desasirse de ella. Pero el lazo de la princesa era fuerte y seguro. Tanto
tiempo callando y ahora lo iba a confesar todo.
– Te amo y no puedo ocultarlo más o me volveré loca. Estoy cansada de tratarte como mi hermana porque ¿sabes
una cosa? No lo eres. Eres una mujer: la mujer que yo amo.
– Xena, no entiendo nada... Por favor, suéltame...
– No, no te suelto. ¿No querías hablar? Pues hablemos. Eso es lo que a ti te gusta hacer ¿no? –calló un momento.
Miraba a Gabrielle y no veía el terror de la mujer que amaba. Casi en un susurro, con voz trémula y lágrimas en los
ojos le dijo:– Te amo como nunca he amado a nadie. Se me rompió el corazón cuando te casaste con Pérdicas y
¿sabes una cosa?: aunque te parezca terrible, le agradecí a Callisto cuando atravesó su corazón con la espada. Casi
me vi yo misma haciéndolo...
Gabrielle lloraba. No podía dar crédito a sus oídos. Estaba sin aliento, como si alguien le estuviera arrancando los
pulmones. Sollozó.
– Ésta no eres tú, te ha pasado algo... ¡Te desconozco!
– No Gabrielle,  ésta soy yo y estoy cansada de estar ocultando lo que siento por ti. –se abalanzó con torpeza sobre
ella y la besó con toda la pasión reprimida durante ese tiempo. Gabrielle sintió como el fuego de Xena quemaba su
garganta. Aquello no era un beso de amor: la intentaba devorar dolorosamente. Entonces se soltó y le dio una
bofetada.
– ¡Suéltame! –le gritó.– No quiero que vuelvas a hacerme esto nunca más.
Xena intentó alcanzarla de nuevo. Sus ojos brillaban febriles y ciegos, como brasas encendidas. Gabrielle se zafó de
ella y agarró su cayado esgrimiéndolo contra la guerrera para defenderse. Xena reaccionó, se dio cuenta de la
confusión en el rostro de la joven, de su temblor: le tenía miedo. Sintió la imperiosa necesidad de que la tierra se la
tragase.
– Lo siento... –dijo cabizbaja.– Te aseguro que nunca más volveré a hacerlo. Y nunca volverás a verme en tu vida.
Salió corriendo de la choza, montó a Argo y se fue a todo galope sin dirección alguna con las lágrimas arrasando sus
ojos.

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Gabrielle se quedó paralizada y muy confundida por la declaración de Xena y por todo lo que había acontecido.
Jamás hubiera imaginado que... Ella estaba segura que sentía algo por Xena pero no sabía muy bien lo que era y no
quería seguir haciéndole más daño, por eso la dejó huir.
Cuando pudo reaccionar se sentó en el camastro, se miró las manos: aún sujetaba el cayado con el que había
amenazado a su compañera y amiga. Lo dejó caer temblorosa. Tragó saliva. ¿Qué pasaría ahora entre ellas? Tomó la
decisión de quedarse una temporada en la aldea, con las amazonas. Necesitaba pensar y aclararse. A Xena también
le sentaría bien no verla durante un tiempo.
Apretó los párpados con fuerza. Nadie debía enterarse de lo ocurrido o Xena no podría volver a mirarla a la cara
nunca más.

3.2.

Xena continuaba cabalgando sin rumbo fijo. Estaba totalmente confundida. De lo único que estaba segura es de que
había perdido a su amiga para siempre, y eso le dolía más de lo que ni ella misma se hubiese podido imaginar. Echó
un vistazo a su pasado. Creía haberlo visto todo, haberlo vivido todo pero el dolor que ahora sentía no era
comparable a nada de lo que hubiese sentido antes. Ni la muerte de su propio hijo la hería de aquel modo.
Siguió cabalgando. Argo sentía la furia de su dueña y amiga y se alejaba de todo aquello tan rápido como sus patas
se lo permitían. Entre las lágrimas, Xena vio a lo lejos una pelea: se estaba efectuando un robo y aunque ella había
perdido su luz, sentía que debía ayudar a ese pobre necesitado.
De un salto bajó de su yegua y comenzó a pelear contra los atracadores. Eran cinco, lo cual en principio no era
problema para ella, pensó. Desenvainó su espada y, lanzando su grito de guerra, los atacó con saña. Estaba
dispuesta a darles su merecido y a descargar sobre ellos toda su frustración.
El primero que se le enfrentó parecía conocer todos sus movimientos pero al fin lo pudo vencer saltando y dando
vueltas en el aire y finalizando con una  brutal patada. El anciano se sintió seguro cuando vio luchar a la mujer
morena temió por ella cuando, de pronto, los otros cuatro asaltantes se abalanzaron contra  ella golpeándola con
violencia y tapándola completamente. Xena aguantó los golpes. Concentró sus energías y esperó el momento
oportuno para contraatacar. Cuando lo vio claro se levantó y con una fuerza que parecía fuera de este mundo, sólo
superada por la de Hércules, los lanzó a todos por los aires. Ellos formaron otra vez amenazándola con sus espadas,
entonces Xena lanzó su Chakram para cortar el filo de las espadas de sus oponentes.
Cuando extendió su mano para recuperar el aro éste no volvió. Se giró buscándolo atónita, nunca fallaba con su
arma. Una voz familiar la saludó desde los arbustos.
– Hola Xena, volvemos a encontrarnos.
– ¡Callisto!

La diosa tenía el Chakram en su poder y no parecía dispuesta a entregárselo. Al menos por las buenas.
Callisto miró a los salteadores que la miraban embobados en sus piernas. Con un gesto de su cabeza los hizo volar
muy lejos. Buscó de nuevo la sorprendida mirada de la princesa guerrera y le guiñó un ojo divertida.
– ¿No te da gusto de verme? –preguntó con ironía
– Sí, claro. Te extrañé mucho. –respondió la mujer morena lanzando una de sus enigmáticas sonrisas
– ¿Dónde está la pequeña comadreja que siempre te sigue allá donde vayas? No me digas que te cansaste de ella.
¿Puedo tomar su lugar? –ronroneó con fingida inocencia.
– No lo creo... Ella es demasiado especial para mí y tú no eres nada. –sonrió Xena mostrándole los dientes
amenazante.
Callisto rugió como un animal herido y le lanzó el Chakram dispuesta a cortarle el cuello pero en ese momento Ares
surgió de la nada. Le dolía cada momento en que el Chakram se acercaba más y más a Xena, hasta que no pudo
más y se interpuso.
– ¡Noooo! –gritó Ares.
Interpuso su espada en el trayecto del Chakram y al hacer contacto los dos metales, el Chakram se partió en dos y
cayó al suelo. Xena se sujetó fuertemente la cabeza como si algo se le partiese por dentro a ella también. Cayó
inconsciente con un gemido de dolor.
Ares quedó perplejo, sin poder hacer nada al ver que Callisto rápidamente tomaba a Xena y el Chakram en sus
brazos y desaparecía con ella riéndose a carcajadas.

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El dios entendió entonces que Callisto lo había utilizado para llegar a Xena y apoderarse de ella. ¿Cómo podía haber
sido tan estúpido? Una vez más sus más básicos instintos lo habían traicionado. Se sintió burlado. Eso no podía
quedar así.
Desapareció enojado por el error que había cometido, y por la torpe manera en que se había dejado envolver en la
trama de callisto. Temió que aquello le costase su tesoro más preciado: su Princesa Guerrera. Por eso se presentó de
inmediato ante las Parcas para encontrar una solución al problema.
– Te estábamos esperando... Sabemos lo que pasó... con Xena. –dijeron las Parcas una después de la otra.
– Quiero deshacer el hechizo. –exigió el dios de la guerra.

– Lo siento Ares... pero no podemos deshacer... lo que ya está escrito.
– ¡Díganme qué hacer entonces!

– Lo único... que podemos hacer... es cambiar... los efectos... del hechizo.
– ¡Ay no! ¡Que me hable sólo una! –exclamó Ares enojado.

Las Parcas se miraron entre sí. La más anciana tomó la palabra.

– Xena no olvidará sus sentimientos de amor o de odio, pero sí a las personas por las que los siente, hasta que el
amor verdadero triunfe sobre la oscuridad.
– Yo les pedí una solución, no una adivinanza. –rugió Ares más enojado aún. A veces tratar con los dioses era más
complejo que hacerlo con los mortales...
– Ahora Ares... es tu hora... de pagar.

– ¿Qué queréis? Tomad lo que queráis de mí.

– Queremos que cuando el amor verdadero triunfe... ayudes a la guerrera a encerrar con tu poder... a la diosa
oscura.

3.3.

– Dioses, me imagino qué dirían nuestros padres si nosotras tuviéramos una relación. Padre odia a Xena...
Probablemente me encerraría en casa y me casaría con el primer muchacho de la aldea... –Gabrielle sonreía
pensando esto, imaginándose la situación y la cara de su familia al enterarse. Sacudió la cabeza. ¿En qué estaba
pensando? Xena tenía que estar confundida...– Sí, eso tiene que ser,  seguro. Xena está confundida. Pronto volverá
con una gran sonrisa en el rostro para llevarme con ella y vivir una nueva aventura. Como lo que somos, las
mejores amigas del Mundo Conocido.
De pronto llegó Ephyni interrumpiéndola. Se detuvo en la puerta de la choza, sorprendida. Su reina estaba sentada
en la cama, pálida, ojerosa y sonreía de una forma muy rara. Parecía estar en otra esfera. Tal vez estaba
escribiendo un nuevo pergamino...
– Hola Gabrielle, no pensé encontrarte todavía aquí. –dijo Ephyni extrañada.– ¿Te encuentras bien?
– Pues ya ves, aquí sigo. –respondió un poco enfadada por la interrupción.
– ¿Dónde está Xena?
– ¿Te preocupa mucho donde esté?
– Cálmate Gabrielle, sólo preguntaba... –divertida por la inusual situación.
– Perdóname, estoy un ... cansada, eso es todo. –dijo pasándose las manos por la cara. Había pasado horas allí
sentada, pensando. Tanto que todo le daba vueltas y nada estaba claro, más bien lo contrario.
– Dime qué pasó. ¿Por qué estas así? –se sentó junto a su reina y le puso la mano en el hombro. La conocía ya lo
suficiente como para imaginar que algo había pasado entre ella y Xena... otra vez.
– Es Xena. –empezó a explicarle sin poder contener sus dudas y el miedo que escondía en su corazón por más
tiempo. Desde que Xena se fuera, tenía un nudo apretándole la garganta y dificultándole la respiración. Tal vez si le
contaba a Ephyni... Ella era objetiva...– Pensé que después de lo que pasamos en Illusia todo se arreglaría y nos
convertiríamos en las mejores amigas, pero ella... 

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– Te ama. –Gabrielle abrió los ojos de par en par. Ephyni se echó a reír al ver la divertida expresión de su amiga y
confidente.– ¿Cómo lo sé? No hay más que ver los ojos de Xena cuando te mira. Ella puede ser todo lo fuerte que
quieras pero se derrite cuando tú estás cerca.
– Pero yo sólo quiero ser su amiga. –exclamó la joven de forma pueril.
Ephyni hizo una mueca de paciencia y dijo suspirando:
– De eso ni tú  misma estás segura.

En ese momento, una nebulosa dorada apareció acompañada de un sonido ensordecedor..
– Hola pequeña. –saludó Ares.

– Tú siempre tan espectacular... ¿Qué quieres? –respondió Gabrielle.

– Sólo viene a una cosa: sabes muy bien que no me interesas en absoluto. Lo único que quiero es a Xena de
regreso Por ella estoy aquí.
– Pues, como verás, ella no está aquí. –dice Ephyni levantándose de la cama como si tuviera un resorte.

– Lo sé. Ella está con Callisto. –les informó el dios y, con una sarcástica sonrisa, esperó la reacción de Gabrielle ante
la noticia. A pesar de que venía a pedirle ayuda, no podía dejar perder la oportunidad de divertirse un poco a costa
de las emociones de los patéticos humanos.
– ¿Con Callisto? –preguntó incrédula.–  ¿Ha ido a sacarla de la cueva? ¿Por qué? ¡¿Para qué?! ¿Qué demonios hace
con ella? Sabía que estaba desilusionada conmigo pero no tiene ninguna excusa para que haya ido a buscar a
Callisto. ¡Ninguna excusa! –rumiaba la bardo en voz alta, exaltándose cada vez más a medida que pensaba en Xena
y la odiosa rubia.
– Tranquila, Gabrielle. –dijo Ephyni con ganas de reír.

– Sí, cálmate, no tienes porqué estar celosa. –añadió Ares muy divertido.

– ¿Yo? ¿Celosa? Esa tonta guerrera puede hacer lo que quiera con esa perra. Es mayorcita y yo no soy su... su...
Está acostumbrada a hacer lo que le da la gana... –bajó la voz, pensativa.– Lo ha hecho siempre, desde que la
conozco...
– Gabrielle... –dijo Ares.

– No sé porqué habría de sorprenderme que ahora se vaya en busca de esa diosa de pacotilla...
– Gabrieeeeelle...

– De hecho creo que...

– ¡Gabrielle! –gritó Ares harto del monólogo de la bardo.– ¿No puedes resumir cuando hablas? –masticó las palabras
al decirle:– Callisto ha secuestrado a Xena.
Gabrielle abrió los ojos de par en par y su mandíbula llegó al suelo.

– ¿Quééééééé? –arrastró la sílaba hasta lo imposible.– Por los dioses, sólo Zeus sabe lo que esa loca es capaz de
hacerle.
– Tengo que irme. Misión cumplida. Las Parcas sólo me permitieron hacer esto por Xena. Ahora todo está en tus
manos. Espero que lo hagas bien...
Ares se marchó tal como había llegado dejando una luz resplandeciente en su lugar.
– Tenemos que hacer algo. Si a Xena le pasa algo no me lo podré perdonar nunca. –exclamó Gabrielle preocupada
por la suerte de la guerrera.
– Tranquila Gabrielle, voy a reunir a un grupo de amazonas para empezar a
buscarla. Tienes alguna idea de dónde pueden estar?
– Ephyni, por favor. ¿Crees que si lo supiera estaría aquí parada viéndote la
cara? –le respondió enojada.
Ephyni se disponía a salir corriendo de la choza maldiciendo por el humor de la rubita cuando su reina la detuvo con
una idea inspirada.
– ¡Espera! Creo que tengo una pista... Esa loca, Callisto, tiene una extraña fascinación por las cuevas. Siempre que
Xena la buscá esta en una.
– Está bien. Traeré un mapa con las cuevas de la zona. –dijo la amazona con una sonrisa iluminándole el rostro.

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Ephyni se marchó y Gabrielle se quedó acongojada pensando en todo lo que había pasado aquel día con Xena, lo
que le había dicho, lo que había pensado de ella... Y ahora esto. No quería pensar en el peligro en el que podía
encontrarse. El temor de perderla siempre le hacía sentir muy triste y le provocaba sentimientos que no podía
explicarse.
– Xena, perdóname. –dijo Gabrielle entre sollozos.

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Continuación...

CAPÍTULO

VI.

4.1.
Xena estaba durmiendo plácidamente sobre una mantas y algunas almohadas que le había traído Callisto. Llevaba
horas así. Callisto ya empezaba a impacientarse.

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– Te veo ahí, tan indefensa, a mi merced. De alguna manera ya me vengué de ti, maté lo que más amabas, destruí
tus sentimientos. Pero ¿sabes una cosa? No me siento mejor. A pesar de que mataste a mis familia no puedo odiarte
lo suficiente. Realmente podría hacer lo que quisiera contigo ahora... –dijo Callisto tumbada junto a Xena,
acariciándole el rostro, apartándole los mechones oscuros de la cara. Era bella. Era la primera vez que la veía así y
algo se le removió por dentro.– No sé cómo te prefiero más: así dormida, que casi pareces un ángel o cuando estás
peleando conmigo. Realmente me excita verte pelear...
Se relamió pensándolo. Siempre la había visto con aquel odio en la mirada, un odio que la abrasaba, que la
consumía y la excitaba a un tiempo. Pero así, dormida, era prácticamente perfecta.
De pronto apartó esos pensamientos y se levantó con brusquedad.
– ¡Maldita sea! ¿Por qué no despiertas ya?

Volvió a mirarla, no podía apartar sus ojos de ella. Ni sus manos. Era como una tentación. De nuevo recorrió con la
yema de sus dedos la suavidad de la piel morena de la guerrera, sus músculos, su hermoso cuerpo...
Xena despertó lentamente, le pesaban los párpados y la cabeza le daba vueltas. Lo primero que vio fue la cara de
Callisto cerca de la suya. Como acto reflejo,  trató d defenderse, la apartó y buscó su Chakram pero no lo tenía y
tampoco su espada.
– ¿Quién demonios eres? –inquirió Xena, retrocediendo.

– Mírame bien, ¿no me reconoces? –respondió Callisto con calma.
– No, no te recuerdo. –miró a su alrededor.– ¿Dónde estoy? 
Callisto sonrió satisfecha. "Bien, ya me ha olvidado" pensó.

– Soy Callisto, tu mejor amiga. Has recibido un golpe en una pelea y nos hemos refugiado en esta cueva... Pero
dime, ¿qué recuerdas con exactitud?
Xena dudó un momento antes de hablar. Se notaba que hacía esfuerzos por recordar, por comprender...

– Bien, no sé porqué pero de alguna manera confío en ti. Si me hubieras querido hacer algo, ya lo hubieras hecho,
¿no es así?
– Créeme que sí. –sonrió seductora.

Xena hizo memoria con un gesto de dolor.

– Recuerdo que estaba peleando contra unos tipos que asaltaban a un anciano y... no recuerdo más...
– Hagamos una prueba: –se le ocurrió a la diosa– ¿recuerdas a tu hijo?

– Claro que sí, mi hijo fue lo único bueno en mí cuando yo sólo peleaba por el odio. También recuerdo que murió...,
lo mataron. – dijo con voz entrecortada endureciendo la expresión.– Fue... alguien que... ¡Dioses! No recuerdo su
nombre ni su rostro... ¡Ni tampoco el de mi hijo! ¡Por Zeus! ¡¿Qué horrible maldición han puestos los dioses sobre mí
que ha hecho olvidarme del rostro de lo que amo y de lo que odio?!
– Sí que es extraño... –dijo para sí Callisto.– Tranquila, Xena. Seguro que se trata del golpe que te dieron en la
pelea...
Xena no pudo contenerse y se echó a llorar como una niña desamparada. La diosa se quedó atónita al ver sus
lágrimas. No imaginaba que la guerrera tuviera... La abrazó aunque no sabía muy bien cómo hacerlo. Hacía tanto
tiempo que no abrazaba a nadie... Al sentirla entre sus brazos, un escalofrío recorrió su espalda. Sobrecogida por la
sensación le acarició el pelo con toda la dulzura que era capaz de recordar de cuando era niña y su familia vivía...
– Cálmate querida. –dijo con suavidad.– Cuéntame todo lo que recuerdas y lo que no.
Xena la miró entre lágrimas que escocían.
– Te miro y es como si estuviera viendo el rostro de alguien que no conozco por primera vez. –dijo Xena con voz
temblorosa.
"Bien, si cree que soy su amiga y recuerda cómo es Gabrielle, supongo que tendré que comportarme como la tonta
pelirroja. Necesito saber todo sobre ella", pensó Callisto.
– Pero tú... te acuerdas de mí, ¿verdad?
– Claro que sí. Eres Callisto mi mejor amiga...
La diosa guerrera arrugó la nariz insatisfecha.
– Necesito saber qué más conservas de mí en tu memoria.
La mujer morena cerró los ojos y, tras una pausa en la que hizo un enorme esfuerzo, concluyó:
–Tú eres... Callisto de Potidea. Nos conocimos cuando te liberé de ser esclavizada. Desde entonces hemos tenido
muchas aventuras juntas. Te convertiste en princesa amazona... –hizo una pausa y tragó saliba. Alguno de sus
recuerdos le hacía daño. Bajó la voz.– Te casaste... y alguien mató a tu esposo...
– ¿Quién? –preguntó la diosa, excitada.

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– Nno sé, no consigo recordar... –comentó con pena, apretando su cabeza entre sus manos.– Alguien despreciable
que odio con todas mis fuerzas...
– Está bien, no hablemos de esa persona. En verdad te ha hecho mucho daño. –dijo Callisto apretando las
mandíbulas con rabia.– Sigue.
Xena volvió a cerrar los ojos.

– Re... recuerdo que te besé... –dijo algo azorada.

– ¿Qué? ¿Me besaste? –la rubia se llevó las manos a la boca abriendo los ojos de par en par y reprimió la risa.
Aquello se estaba poniendo interesante.
– No te burles de mí, por favor...
– ¡No me burlo! Fue muy lindo.

– Eso no era lo que pensabas esta mañana. –añadió extrañada. Callisto tutibeó antes de responder.
– Es que ya he pensado las cosas mejor y creo que deberíamos darnos una oportunidad.
– ¿De veras eso es lo que piensas? –la tez de Xena se iluminó llena de esperanza.
– Sí. – respondió a punto de besarla, tentando los labios de la mujer morena.

Xena entornó los párpados sin podérselo creer. Callisto le susurró cerca del cuello.
– Sigue explicándome.

Con cierta dificultad, la mujer siguió.

– Hemos viajado por toda Grecia y no sé cómo demonios fuimos a parar a Britania. Allí quedaste embarazada de
Dahak... Tuviste... esa cosa. –intentó recordar algo que no le fuera tan doloroso pero los últimos tiempos habían
sido difíciles.– También me seguiste al reino de Chin donde vivimos cosas horribles que afectaron nuestra amistad.
Luego murió mi hijo... –la voz estuvo a punto de rompérsele. Carraspeó.– La desconfianza se apoderó de nuestros
corazones, pero también recuerdo que logramos salir adelante. –dijo más animada.– Al menos eso era lo que yo
pensaba. Y al fin, esta mañana el... amor  que siento por ti pudo más que mi amistad. Y... –no siguió hablando,
estaba afectada por tener que explicarle todo aquello a ella, a la persona que más amaba en el mundo, la persona
que la había rechazado de forma tan violenta.
– Continua. –dijo Callisto, muy interesada.
La guerrera estaba triste y cabizbaja.

– ¿Para qué quieres escucharlo otra vez? Si me resultó difícil decírtelo esta mañana, piensa como será ahora que
conozco tus verdaderos sentimientos hacia mí.
Callisto dejó caer su brazo como por casualidad y le rozó la espalda semidesnuda. Xena dio un respingo. La mujer se
acercó a ella, provocadora.
– Tú no sabes lo que siento por ti. –dijo persuadiéndola de forma muy dulce.
Muy a su pesar, Xena se apartó de ella y escupió dolida:
–¿Qué es lo que quieres? ¿Que vuelva a abrirte mi corazón para que vuelvas a atravesarlo con tu desprecio y con
tus prejuicios? ¿Quieres que vuelva a decirte que te amo? ¿Que para mí es la muerte estar contigo pero prefiero
estar muerta a estar sin ti? ¿Quieres que...?
En ese instante Callisto silenció sus recriminaciones con un beso; ella no sabía en qué momento había sentido el
impulso, la necesidad de hacerlo, de besar su cuello, de morderla hasta hacerla sangrar, de hacerle el amor hasta
que pidiera misericordia. La princesa guerrera sintió la avidez de la lengua de la diosa buscando la suya y se dejó
llevar.
El beso se tornó cada vez más y más violento, Callisto parecía una leona sobre Xena; sus manos temblaban de la
desesperación mientras le quitaba la armadura a la guerrera. Pero Xena, haciendo uso extremo de su voluntad y de
su fuerza la detuvo.
– No, ¡así no!
– ¿Qué? –gruñó Callisto enojada.
– Es que este cambio tuyo... me deja muy confundida. No sé si esto es producto del amor o la pasión que
descubriste en mí. Hasta que no esté segura no quiero que nada trascendental suceda entre nosotras. –se excusó
Xena tratando de calmarla.
– Algo trascendental va a pasar ahora mismo sino haces lo que quiero. –volvió a gruñir la diosa con severidad y los
ojos encendidos.

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– ¿Qué te pasa? –inquirió llena de sorpresa.

Entonces Callisto se percató del error que estaba cometiendo y de lo cerca que estaba Xena de descubrirla.

– Ou, perdóname. No sé lo que me pasa. Supongo que estoy demasiado sensible por todo lo que te pasa, eso es
todo. Además este sentimiento no lo había experimentado y no sé cómo controlarlo. –se disculpó gimoteando
– Oh, Callisto ven aquí.

Xena la atrajo hacia ella y la abrazó con ternura. No pudo ver la cara de fastidio de Callisto.

CAPÍTULO V.
5.1.

Xena continuaba cabalgando sin rumbo fijo. Estaba totalmente confundida. De lo único que estaba segura es de que
había perdido a su amiga para siempre, y Había amanecido ya y Gabrielle todavía no sabía nada de Xena. Se sentía
tan culpable por lo que había sucedido... Si ella la hubiera correspondido ahora la tendría a su lado. Además, hacer
el amor con Xena quizá no era tan terrible ahora que lo pensaba mejor... Más de uno –y de una– quisiera estar en
su lugar y ser amado por la gran princesa guerrera... Al fin y al cabo le parecía que Xena era muy hermosa y
sensual...
En ese momento entró Ephyni, interrumpiendo como siempre sus pensamientos.

– ¿Tienes noticias? –preguntó Gabrielle, mostrando con su tono de voz cuando desesperada estaba.
– No, Gabrielle. Hemos buscado por casi toda la zona y no hemos encontrado nada.
– Oh, por los dioses. ¿Cuándo van a seguir con la búsqueda?

– Empezaremos a media mañana. Las muchachas están muy cansadas, hemos cabalgado toda la noche.

– Está bien Ephyni, lo comprendo. Pero yo voy a seguir buscándola con algunas de las muchachas que se quedaron
en el campamento anoche.
– Como quieras. Tú tienes el mando, pero ten mucho cuidado. Recuerda que Callisto ahora es una diosa.

5.2.
Xena caminaba de un lado para el otro.
– ¿Qué te pasa Xena? –preguntó Callisto con los ojos entronados.
– Estoy incómoda. No me gusta estar quieta. Tú lo sabes mejor que nadie.
– Ajá. –asintió sonriente.
– Además, no sé dónde están mis armas, creo que las perdí. Voy a ir a buscarlas.
– ¡No! –exclamó nerviosa Callisto tomándola de un brazo. Xena la miró con extrañeza.– Puede ser peligroso,
después buscaremos tus armas. –añadió Callisto con una voz tranquilizadora mientras la llevaba a la cama para que
se sentará.
– Relájate. ¿Qué quieres hacer para relajarte? –le preguntó masajeándole la espalda.
– No lo sé. Bañarme siempre me relaja. –pensó.
– Bien, pues vamos a mojarnos. –dijo Callisto entusiasmada. Xena alzó la ceja de un modo inquisitorio. Callisto
sonrió.– Es sólo un decir...

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5.3.

Xena y Callisto llegaron a un lago que quedaba cerca de la cueva y, sin esperar más, Callisto empezó a quitarse su
armadura. Xena volteó para no verla y también comenzó a desnudarse. Al ver esto Callisto sonrió.
– ¿Qué te pasa? No me digas que después de todo lo que ha pasado entre nosotras, ahora sientes pudor? –preguntó
con sarcasmo.
– No, no es eso. Es sólo respeto...

– Tú  puedes faltarme al respeto cuando quieras. –dijo seductoramente colocándose frente a ella.
Esto era más de lo que Xena podía soportar. Dejó escapar un sonoro suspiro y se lanzó al lago.
– Voy a pescar unas anguilas. Es eso lo que te gusta ¿no?

– No vas a escaparte tan fácilmente de mí. –y se lanzó al lago tras ella dándole alcance.

Xena se mantenía a flote pateando en el agua. Estaba pensativa. Cuando Callisto se puso frente a ella le dijo:
– Creo que ya sé lo que me pasa.

– ¿Lo sabes? –seguía su juego de seducción.

– El culpable de todo esto debe ser algún dios con el que tuve que ver en el pasado.
– ¡Ares! –exclamó Callisto fingiendo rabia.

– Bien, Ares ha conseguido de alguna manera que olvide los nombres y las caras de las personas para confundirme.
Pero no lo ha hecho solo: cuando peleaba, apareció la persona que más desprecio en el mundo. Tú  la conoces, esa
mujer que mató a tu esposo. ¿Cuál es su nombre? No quiero olvidarme de él nunca más.
– Se llama... Gabrielle...

– ¡Gabrielle! –dijo entre dientes con la mirada fija en un punto del infinito.– Es una diosa pero no voy a descansar
hasta acabar con ella de una vez por todas.
Callisto sonrió pero ella no vio cuando lo hizo.
– Tranquilízate, Xena.

– ¿Que me tranquilice? Está devuelta y no pienso perdonarla por lo que me hizo.

– Yo sé qué hacer para que te tranquilices. –entonces empezó a besarle el cuello y bajó la mano hasta su muslo.
Xena se estremeció.

– No, Callisto... No puedo... No después de... No hasta que sepa que tú...

La mujer rubia ignoró todas sus dudas, todas sus palabras. Se acercó más a ella y la rodeó con las piernas. A Xena
se le hacía difícil flotar por el esfuerzo pero quería saber dónde estaba dispuesta a llegar la otra mujer. Callisto
empezó a explorar su boca con su hábil lengua mientras apretaba más sus pechos contra los de ella. El contacto de
sus senos, tiernos y duros, con los pezones erizados por el frescor del agua, fue demasiado para Xena. Eso ya
traspasaba su fuerza de voluntad. La volvía loca sentir el apetito que tenía de ella la mujer que más amaba en el
mundo. Entonces se rindió ante su propio deseo.
Xena tomó a Callisto con sus fuertes brazos y nadó hasta la orilla sin separar sus labios de los de la diosa. La cogió
en brazos y la depositó suavemente en el suelo, después se tumbó junto a ella. El cuerpo de Callisto actuaba como
un imán que la atraía irremediablemente.
Empezó a besarla con dulzura mientras sus cuerpos se retorcían sobre la tierra de la orilla y se llenaban de lodo.
– Más fuerte, bésame más fuerte. –suplicó la mujer rubia. Xena accedió a sus deseos y empezó a besarla con
ansiedad. Era tanta la pasión guardada durante ese tiempo que los besos pronto se tornaron mordiscos furiosos.
– Más, más... –continuaba pidiendo la diosa.
Con cada palabra de ella, el deseo de la guerrera parecía crecer hasta un punto que ni ella misma podía controlarlo.
Cualquiera que las hubiera visto no sabría decir si estaban haciendo el amor o luchando a muerte.
– ¿Quieres más? –preguntó Xena jadeante con una lujuriosa sonrisa y los ojos azules enrojecidos por la pasión. –
¡Pues te voy a dar más!
Colocó las manos de Callisto sobre su cabeza sujetándola muy fuerte y empezó a bajar por su cuello lentamente,
succionando primero y mordiendo después. Ella quería ir despacio, hacer crecer el deseo en la otra mujer hasta lo
insoportable pero apenas podía contenerse ella misma. Una fuerza inaudita, completamente ilógica, la empujaba a
comérsela. Mordisqueó con glotonería sus pezones, bajó hasta la cintura, provocando éxtasis en Callisto.

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– ¡Sigue! ¡Por favor! –ordenó Callisto con voz entrecortada.

– Vas a suplicarme que me detenga. –susurró Xena mostrando una de sus enigmáticas sonrisas.

CAPÍTULO

VII.

7.1.

Comenzaba otro día maravilloso para Xena. Callisto estaba a su lado y nada las iba a separar. Excepto el hambre
que empezaba a sentir en su ruidoso estómago.
– Vamos Callisto, levántate dormilona. –dijo Xena besando su frente
– No quiero, quédate todo el día aquí conmigo.

– No, tengo hambre. Voy a pescar. Tú prepara una fogata.
– Está bien... –dijo la diosa levantándose con desgana.

Xena fue a pescar. Pensándolo bien, hacía dos días que apenas había comido. De hecho no se habían movido de la
cueva ni un instante... Estaba agotada pero pensar en su desayuno le dio fuerzas.
Cuando volvió a la cueva con dos enormes anguilas, Callisto no había hecho todavía la fogata. La leña estaba a
pilada y ella seguía durmiendo.
– ¿Qué haces durmiendo otra vez? Te dije que preparas el fuego.
Callisto dijo desperezándose y besando el cuello de Xena:

– Sólo hay una cosa que hará que me levante y no es precisamente hacer una fogata, Xena.

– Callisto por favor, anoche no me dejaste dormir hasta la madrugada. –dijo con tono suplicante pero divertida.
– ¡Como sino lo hubieras disfrutado tanto como yo! Además, si mal no recuerdo, tú fuiste la que comenzaste.
– Callisto, la fogata. –ordenó apartándose de ella o volverían a empezar y, esta vez, no sabía si sobreviviría.

– Ya hay una fogata dentro de mí, tú obligación es encontrarla. –ronroneó cogiéndola de la cintura. Esa mujer era
insaciable, pensó la morena.
– Está bien, si no quieres hacer el fuego, lo haré yo. Tú recógelo todo. Después de desayunar quiero ir a Amphipolis
a ver a mi madre, ya sabes que no la recuerdo.
– Como quieras. –dijo con pereza mientras pensaba, que tenía que idear un plan para alejar a Xena de su familia o
la descubriría.
Después de varias intentonas inútiles de prender el fuego, Xena se dio por vencida. La leña estaba mojada y ella ya
no tenía mas paciencia.
– Maldita sea, ¡voy a morir de hambre! Con el tiempo que llevamos juntas y ¿todavía no sabes escoger la leña
buena para el fuego? –dijo Xena malhumorada.
– Déjame intentarlo.
Xena arqueó una ceja y esbozó media sonrisa. Le cedió el puesto con un gesto sarcástico. Si ella no lo había
conseguido...
– Adelante. Eso tengo que verlo.
– ¿Estás insinuando que soy una inútil?
– Nooooo, es sólo que...
– ¡Pues no controles cómo lo intento! Me pones nerviosa y así no lo conseguiré...
La guerrera dio la vuelta y se dispuso a recoger las mantas pero Callisto ya había hecho un buen trabajo. Mientras,
la diosa aprovechó la distracción de su amante y señaló hacía la leña con el dedo índice. La fogata prendió a la
primera. Cuando Xena oyó el crujir de la leña ardiendo, se giró asombrada:
– ¿Cómo lo hiciste?
– Como tú, soy una mujer de muchas habilidades. –respondió complacida.– Si estás conmigo no volverás a tener
problemas con las fogatas.

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La princesa guerrera sonrió.

– Voy a buscar unas ramas para atravesar el pescado. ¿De qué nos sirve una fogata y la comida si no tenemos con
qué cocinarla?
Al rato de irse la guerrera, Gabrielle llegó a la cueva y entró a hurtadillas por si la diosa estaba vigilando.
–Xena ¿estás aquí? –la llamó. Callisto apareció detrás de ella.

– ¡Vaya, vaya! ¿A quién tenemos aquí? Nada más y nada menos que a la pequeña preciosidad. –dijo Callisto con
sarcasmo y un brillo peligroso en los ojos.
– ¿Dónde está Xena? –preguntó con miedo. Si su amiga no estaba allí, ella corría peligro.
– No te das por vencida ¿eh? ¿No te ha quedado claro que ella no quiere verte?
– Sé muy bien qué le ha sucedido a Xena. –dijo apretando los dientes.

– No voy a permitir que te acerques a ella. –dijo amenazante Callisto queriendo defender su presa como una leona.
–No te tengo miedo, zorra.

– Pues deberías. –replicó Callisto acercándose a ella con los ojos encendidos como dos bolas de fuego.

Gabrielle desenvainó una espada que había tomado del campamento amazona y la puso en su estómago.

– ¡Ja! ¿Pretendes detenerme con una espada? No me hagas reír, a no ser que pienses matarme de la risa. –se
carcajeó burlándose de la joven.
– Quiero que te alejes de Xena. –dijo amenazándola con la espada.

– Es Xena la que no quiere alejarse de mí, querida... Si vieras qué noches hemos pasado juntas.
– ¡Basta! –gritó Gabrielle.

– Cómo me besaba, cómo recorría mi cuerpo con sus dulces caricias... Eso es algo que nunca te dará a ti.
– Ella piensa que tú eres yo. –sonrió Gabrielle, levantando una ceja.

– No, te equivocas. Lo hizo porque me desea con todas sus fuerzas, porque yo he encendido su cuerpo con mis
besos, algo que tú  no serás capaz de hacer nunca.
– ¡Ahhhhhhhhh! –gritó Gabrielle ciega de rabia mientras se abalanzaba contra ella y enterraba la espada en su
estómago.
Callisto miró la espada que la atravesaba, luego a la bardo que estaba paralizada ante sus propios actos. Los ojos de
la diosa destellaban, la cogió del cuello para matarla con sus propias manos pero, en ese preciso momento, llegó
Xena.
– ¿Cómo está el fuego, Calli...
Al oír su voz, Callisto soltó a la bardo y se llevó las manos a la espada que le atravesaba el estómago. Con una
queja desfallecida, se tiró al suelo, fingiéndose gravemente herida. Al verla, la guerrera corrió hacia ella gritando.
– ¡Nooooooooo!
Se arrodilló a su lado cogiéndole la cabeza. La diosa entornó los ojos.
–Te vas a curar, no voy a permitir que mueras. –lloró con todo el amor del mundo.
La bardo se acercó a ella, tratando de tocarle el hombro con dulzura. Xena la apartó violentamente.
– Mátala, Xena... –dijo débilmente Callisto con voz entrecortada.– Mátala, es la única forma en la que podamos ser
felices nosotras dos.
Xena estaba sorprendida por la petición de su amada pero tenía razón. Con Gabrielle persiguiéndola, siempre
estarían en peligro. Ante ella desfilaron todos sus recuerdos dolorosos, toda la muerte sin rostro que la diosa había
causado.
Desenterró la espada del estómago de Callisto y se la lanzó a Gabrielle.
– Toma tu espada y pelea. Voy a sacarte las entrañas.
– No, no lo haré. –dijo Gabrielle asustada. Nada estaba saliendo como había planeado.
– ¡Toma tu maldita espada!

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Gabrielle la tomó para defenderse. Temblaba. Xena arremetió contra ella con rabia pero ella no se defendió, sólo
esquivó el golpe con un salto. Le fue de poco.
– No quiero luchar, Xena.

La guerrera, ciega de dolor, la ignoró y descargó otro golpe que la joven detuvo con determinación pero esta vez la
hirió, un pequeño corte en el brazo.
– ¡Nno quiero luchar! Xena, te amo. –sollozó con miedo.

– ¡Maldita sea! ¿Qué es lo que estás tramando! ¡Pelea! ¿No quieres acabar conmigo? ¡Pues pelea!–gritó lanzando un
fuerte golpe.
Gabrielle retrocedió parando el ataque.

– No puedes amarla, ¿no lo entiendes? Ella es Callisto. ¡Tú me amas a mí!

Colérica, Xena se lanzó contra ella con ímpetu y la hizo caer pero en su caída, Gabrielle la cortó en el abdomen sin
poder evitarlo.
La guerrera se llevó la mano a la herida y observó la sangre que le brotaba, luego miró a esa diosa de pacotilla que
estaba tirada en el suelo. La joven supo que ese era su fin. Xena ignoraba que ella no era la diosa que creía. La iba
a matar.
– ¡¡Ayayayayayaya!! –gritó Xena, saltando sobre ella.

La bardo la esperó inmóvil, soltando la espada, a la espera del golpe final, el golpe que acabaría con su vida de una
vez por todas, pero si eso hacía que Xena volviera a recordarla, se sometería sin dudarlo.
Las dos quedaron frente a frente. Xena alzó su espada. No comprendía porqué no se defendía, si quisiera podría
lanzarle un rayo que acabaría con ella  al instante, sin embargo se negaba a luchar. En sus ojos verdes y
amedrentados vio de pronto un amor que le resultaba familiar. Todos sus recuerdos golpearon su memoria como por
arte de magia y en ellos el protagonista era ese rostro que tenía ante ella.
– Gabrielle... –susurró maravillada. La joven sonrió tragando saliva. Xena se giró buscando a la otra mujer con la
mirada furiosa. – ¡¡Callisto!!
La verdadera diosa estaba en pie y en el aire se elevaba el Chakram roto. Ante la mirada incrédula de todas, el
Chakram se unió y comenzó a rotar, para terminar golpeando cada esquina de la cueva y finalizando su recorrido en
las manos de Xena.
– ¡Maldita serpiente mentirosa! –gritó la mujer morena.

– Xena, yo no quise... –dijo Callisto tratando de calmarla.

– No puedo creer que haya confiado en ti... He estado a punto de matar a mi mejor amiga.

– ¿A ella la llama ‘la mujer que amo' y a mí ‘mejor amiga'? ¡Qué bien! –pensó Gabrielle cruzándose de brazos.

– Perdóname, en verdad me enamore de ti... –suplicó Callisto mirando a Xena con lágrimas en los ojos. Entonces
dirigió su mirada hacia la joven bardo, le apuntó con su dedo índice lista para lanzarle un rayo y dijo con odio:–
¡Todo es culpa tuya!
– Ayayayayayayaya... –Xena se arrojó al suelo, llevándose a Gabrielle con ella.
La diosa Callisto se volvió loca lanzando rayos a su alrededor.
Xena pudo salir con Gabrielle cuando la cueva se derrumbó enterrando a Callisto una vez más.
Cuando estaban a salvo, al menos por el momento, Gabrielle abrazó a Xena con todo su amor. Xena la correspondió
pero no con la misma intensidad.
Una lágrima surcó su rostro.

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CAPÍTULO VII

7.2.
Llegaron al campamento amazona. En todo el viaje no se dirigieron la palabra.
Xena estaba exhausta por los días que había vivido con Callisto, herida por su amiga, avergonzada por todo lo que
había pasado, confundida por el comportamiento de Gabrielle y, sobretodo, hambrienta.
La bardo, por su parte, no podía quitar los ojos de encima a la mujer morena. Desde que todo aquello había pasado,
la veía con otros ojos y sólo podía pensar en besarla.

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Un grupo de amazonas salió a recibirlas.

– ¡Xena, Gabrielle! Gracias a los dioses que estáis bien. –dijo Ephyni.

– Sí, estoy bien, pero ahora hay cosas más importantes en que pensar. Callisto puede atacar en cualquier momento.
Tenemos que estar preparadas. –contestó secamente.
– Está bien. Organizaremos un plan de defensa. Solari, reúne a todas las amazonas en la cabaña principal.

Momentos después todo el campamento amazona asistía a la reunión de estrategia donde Xena explicó su plan.
Gabrielle estaba a su lado, sentada en su trono de reina, pendiente de cada uno de los movimientos que la guerrera
hacía. No cabía duda: era la mejor. Como si estuviese leyendo en algún sitio, Xena explicaba cada una de las
diferentes posibilidades y la función que cada una de ellas tenía en la defensa. Respondió preguntas y sugerencias
de forma rápida y concisa, el tiempo les apremiaba.
Pero, en realidad, nada de aquello le importaba a la reina amazona. Nadie hubiera dicho que Gabrielle no estaba
escuchando, se limitaba a observarla con deleite, sus curvas, sus piernas atléticas, su forma de caminar, su forma
de concentrarse en lo prioritario, su boca... Esa boca que había besado a Callisto y a ella, ahora, le negaba hasta la
palabra. Sus hipnóticos ojos azules, capaz de congelar o de derretir con una sola mirada... Sintió mil sensaciones
diferentes provocadas por ella, pero ella parecía ignorarla.
La charla acabó ya oscurecido. Inmediatamente, bien compenetradas, las amazonas se pusieron manos a la obra,
reunieron el material necesario para fabricar lo que Xena les había dicho. Trabajaron duro para tenerlo todo a punto
en el menor tiempo posible.
Xena quiso ayudar en las tareas pero sintió un leve desfallecimiento, se llevó la mano a la herida del abdomen.
Gabrielle y Ephyni la obligaron a echarse en una de las chozas a descansar. La bardo fue con ella.
Xena continuaba sin hablarle y se dispuso a curarse ella sola. Su amiga se acercó para ayudarla.
– Deja, es sólo un rasguño, estoy bien. –dijo apartándola de su lado, sin mirarla a los ojos.

– Desde aquí no parece que esté bien. No ha parado de sangrar en todo el día... Tenías que habértela curado
antes... Déjame ver, quiero ayudarte. –le dijo Gabrielle aproximándose a ella.

– No, no quiero. –replicó Xena alejándose.

– No quieres que te toque... –se hizo un silencio.– Creo que tenemos que hablar.

– Aún no estoy preparada para hablar contigo. –respondió Xena acabando de limpiar la herida.
– ¿Por qué no? Es... por Callisto ¿no es así? ¿Estás enamorada de ella?

– No. ¿De dónde sacas eso? –preguntó con incredulidad, dándole la espalda.

– Del plan: en ninguna parte del plan has dicho que fueras a luchar contra ella. No puedes hacerle daño, la amas
¿no es así? ¡Carajo, Xena! ¡Respóndeme!
Un silencio se apoderó del cuarto pero finalmente Xena dijo:
– Sí, siento algo por ella. Sé que es demencial pero es así. –bajó la mirada.– Incluso desde antes de que perdiera la
memoria.
– No lo puedo creer. ¿Entonces ,lo que decías sentir por mi? –le reprochó Gabrielle con el corazón en un puño.
– Lo que siento por ti es auténtico. Pero ahora eso no importa. –dijo Xena dándole la espalda de nuevo, triste al
recordar cómo la rechazó.
– Sí que importa. Yo... yo siento lo mismo.
Xena se giró sorprendida. La miraba como si hubiera visto un fantasma.
– Casi me muero de desesperación cuando pensé que te había perdido y después... sentí tantos celos cuando te vi
con Callisto... No lo sé pero de alguna forma tengo que agradecerle porque gracias a ella pude descubrir cuanto te
amo.
– No lo puedo creer, esto parece un sueño, Gabrielle... –dijo Xena acariciándole el rostro.
Gabrielle se estremeció ante el contacto. Pero, de pronto Xena apartó la mano. Su semblante se tornó serio y
preocupado de nuevo de su rostro.
– Necesito pensar en todo esto... No... no sé qué pensar, estoy confusa... No quiero hacerte daño, será mejor que
esta noche no durmamos juntas.
Xena tomó sus mantas y se fue.
Gabrielle suspiró, se sentó en la cama y se dijo:

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– Ésta va a ser una noche muy larga.

7.3.

Xena estaba confusa. Su mundo interior y sus sentimientos estaban revueltos. No sabía qué pensar de la nueva
situación, ni siquiera de ella misma. Ignoraba el papel que cumplía Callisto en su corazón. Todo era una locura pero
tenía que ser sincera y reconocer que lo que había sucedido entre ellas era la culminación de una atracción explosiva
y delirante. Y esa explosión había pillado en medio a su pequeña Gabrielle. ¿Cómo explicarle ahora, cómo hacerle
entender? Estaba hecha un lío. Y no tenía con quien hablar acerca de lo que le estaba pasando ya que en sus
problemas estaba metida la única persona a la que ha abierto su corazón. Pero necesitaba hablar con alguien y la
única persona con la que tenía confianza en el campamento era Ephyni, así que no esperó más y fue a hablar con
ella.
–Ephyni ¿estás despierta todavía? Vi el fuego encendido y... –dijo Xena desde la puerta de la carpa de Ephyni.
– Sí, aún estoy despierta. Pasa.

Xena entró. El silencio se apoderó del lugar. Se sentía algo incómoda, no sabía cómo empezar. Aquello era inusual
para ella. Sólo hablaba de sus cosas con Gabrielle y siempre era la bardo la que sabía arrancárselas de su esquivo
corazón.
Ephyni sonrió y rompió el hielo.

– ¿Y bien? No creo que hayas venido hasta aquí para cantarme una canción de cuna.
– Sí, tienes razón. Vengo a hablarte de...
– Gabrielle.

– Sí, de ella. Estoy... confusa por el rumbo que ha tomado nuestra relación. Yo... no quiero que me juzgues por lo
que voy a decirte.
– No soy nadie para juzgarte...

– Yo... creo que... estoy enamorada de... Callisto.

– P...Pero yo pensé que estabas enamorada de Gabrielle. –exclamó boquiabierta.

– Sí, también pero es diferente... –resopló.– Verás creo que de alguna manera siempre he sentido una fuerte
atracción por Callisto. Con todo lo que ha pasado estos días, esa atracción ha crecido a un nivel que no puedo
controlar. No sabes como la extraño en estos momentos. Pero por otro lado yo amo a Gabrielle, ella es mi luz, mi
razón de vivir o de morir, sin ella mi vida no tendría un camino.
– ¡Por los dioses! Tienes un buen lío en tú corazón.

– Callisto removió todo el lado oscuro que habitaba en mí y Gabrielle descubrió todo lo bueno que podía dar; Callisto
me apasiona y hace vibrar todos mis sentidos y Gabrielle, mi pequeña Gabrielle es la calma, la ternura, el amor.
Ephyni hizo un largo silencio. La guerrera estaba vencida y cabizbaja. La tomó por la barbilla y la obligó a mirarla a
los ojos.
– Yo no puedo decirte lo que has de hacer, Xena, pero creo que es evidente... Si te decides por Callisto ¿crees que
podrás perdonarle todo el daño que te ha hecho?
Xena entornó los ojos.
– ¿Podrás?
– Creo... que ya lo he hecho... Tan fuerte es lo que siento por ella.
– Si eso es lo que piensas ¿por qué no vas a buscarla? Aléjate de Gabrielle antes de que sea demasiado tarde para
ella.
– Eres muy dura, Ephyni. –se sorprendió Xena.
– Amoa a mi reina. No quiero que sufra más.
Xena se levantó. Parecía que se hubiera quedado sin sangre en las venas. Se disponía a salir pensativa y cabizbaja
cuando la amazona la detuvo.
– Supongo que no vas a dormir con Gabrielle esta noche...

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– Supones bien. Dormiré con Argo.

La amazona arrugó la frente y sonrió regañándole.

– ¡Xena! ¡Puedes dormir conmigo! Si no te molesta compartir mi cama, claro.
La guerrera sonrió aunque estaba triste.

– No, claro que no me molesta. No sabes como deseo dormir en una cama después de pasármela durmiendo sobre
rocas. Eso sí: ¡no vayas a aprovecharte de mí!

CAPÍTULO VIII

8.1.

Amanecía en el campamento amazona. Xena se había quedado dormida junto a Ephyni. Estaba tranquila porque
sabía que habían vigilantes en la entrada de la cueva.
Excepcionalmente Gabrielle se había levantado muy temprano esa mañana. Estaba preocupada por Xena y su última
reacción así que había decidido ir a buscarla. Empezó a buscarla cerca de la cueva por si había querido montar
guardia pero no la estaba allí. Recordó que Xena se había llevado al salir de la choza algunas mantas y fue a
buscarla por el bosque pero tampoco la encontró. Quizás, pensó, estaba en el lago dándose un baño, pero allí
tampoco estaba. Finalmente, cansada de deambular por ahí a esas horas de la mañana, decidió preguntarle a Ephyni
si la había visto. Entró cuidadosamente en su carpa y se encontró el hermoso cuadro de Xena y Ephyni durmiendo
juntas, abrazadas.
– Maldita sea, ¡otra vez no! –gritó. Las mujeres se despertaron sobresaltadas.– ¡Y yo preocupada por ti!
–Gabrielle, esto no es lo que parece. Tiene una explicación muy razonable –se excusó Xena.
– No puedo creer que me hayas hecho esto ¡con mi hermana!

– Gabrielle, déjame explicarte... –dijo Ephyni, tratando de tocarla.

– ¡Tú no tienes nada que explicarme! Me voy ahora mismo de aquí.
Xena saltó de la cama y la tomó de la cintura.
– Ephyni, por favor, déjame a solas con ella.

– Suéltame, no quiero que me toques. –exigió Gabrielle intentando zafarse de los fuertes brazos de la guerrera.
– Lo dejo todo en tus manos, Xena... –dijo Ephyni saliendo y conteniendo la risa.

– ¡Suéltame, Xena! –dijo Gabrielle con determinación. Xena la soltó.– No puedo creer que me hayas hecho esto,
después de todo lo que hablamos anoche. ¿Acaso no puedes mantener un minuto tu armadura puesta? ¿Qué quieres
demostrar? ¿Quieres herirme? ¿Qué me vaya de tu lado? ¿Matarme? ¡Pues hazlo! Pero no me hagas presenciar tus...
¡devaneos!
Xena la observaba divertida. En los verdes ojos de la bardo brillaba un fuego que jamás antes había visto en ella.
Sintió un incontenible deseo de besarla pero la joven no callaba.
– Gabrielle...
– ¡Y con Ephyni! ¡Ah! ¡Malditas! ¿Creías que no me iba a dar cuenta?
– Gabby...
– ¿Me vas a decir que también estás enamorada de ella desde el primer día que la viste?
Xena no aguantó ni un minuto más la regañina. Sólo podía concentrarse en aquella recién descubierta pasión de la
joven y en su boca jugosa y parlanchina. Tuvo la imperiosa necesidad de callarla, la tomó entre sus brazos y lo hizo
un beso, un beso profundo y lleno de amor. Al principio Gabrielle se resistió pero después no pudo seguir luchando
contra sí misma y sus propios sentimientos. Amaba a aquella mujer y había deseado ese beso desde que lo había
descubierto; quería borrar las huellas que Callisto había dejado en su cuerpo, que Xena sólo la amara y la deseara a
ella, que no pensara en nadie más..

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Xena, por su parte, le transmitió todo el amor que sentía en ese beso. A pesar de lo que sentía por Callisto, no
quería que a Gabrielle le quedaran dudas de su amor por ella. Pasaron varios minutos que parecían horas hasta que,
muy a su pesar, rompieron el contacto. Gabrielle estaba muda, mirándose en los ojos de su guerrera. Ésta sonrió
con ternura y le acarició el rostro.
–Ephyni y yo hablamos un poco. –le explicó con calma.– Luego nos quedamos dormidas. Y estoy tan acostumbrada
a dormir contigo que yo... en fin, si recuerdas, tú y yo dormimos abrazadas.
Gabrielle notó el sofoco en sus mejillas. Había hecho el ridículo más espantoso con su hermana amazona.
– Tengo que disculparme con Ephyni.

– Me temo que sí... –sonrió la guerrera.

–¿Me perdonas tú? –dijo Gabrielle acercándose a Xena para darle un beso como el anterior.

– Sí. –respondió alejándose del inminente contacto de la rubia.– Primero tenemos que hablar.
Gabrielle le tapó la boca con la mano e hizo en ademán de que callara.
– Espera. Antes quiero saber algo: ¿me amas?

– Te amo más que a nada en el mundo. Ni por un minuto pienses que he dejado de amarte.
Gabrielle no pudo contener la emoción ante las palabras de su amada y sonrió.

– Pero así como la verdad más grande y hermosa que hay en mi vida es que te amo, también debo decirte que
tengo una fuerte atracción hacia Callisto. –dijo Xena con determinación.
– Xena, por favor no sigas.

– Tengo que hacerlo, no puedo engañarte. Ahora más que nunca necesito a mi mejor amiga, no una amante.

Gabrielle la abrazó con ternura. Tenía miedo de escuchar lo que le iba a decir pero sabía que tenía que hacerlo.

– Quiero que sepas lo que siento por Callisto. –la bardo asintió en silencio. Xena pasó saliva y se sentó sobre la
cama haciéndole un gesto a la joven para que la acompañara.– No puedo negar que cuando estaba con Callisto
creía que eras tú, de otro modo no le hubiera dado rienda suelta a mis instintos. Pero también he de confesarte que
mi atracción por Callisto no es nueva. Ella fue la que me despertó en Illusia y no a mi madre. Me despertó con un
beso...
Gabrielle entendió entonces las horribles palabras que Xena le había dicho en la cueva, cuando creía que ella era
Callisto. Aún así tuvo que utilizar todo su valor para no llorar en ese momento, tenía tanto miedo de perderla como
no había sentido antes. Pero su amiga la necesitaba entera aunque le hubiese dolido menos que Xena le enterrara
un cuchillo en el corazón.
– Te mentí porque no quería reconocerlo aunque, ya ves, lo que hice no sirvió de nada, aquí estoy haciéndote sufrir.
Xena la miró con tristeza y Gabrielle le respondió con una caricia en la mejilla. Con este gesto Xena se armó de
valor y siguió:
– Estar con ella me encendió la pasión que llevaba dentro, aún mas feroz que la que sentía por Borias, una pasión
que nunca había sentido antes por nadie. Me asfixia pensar en ella y siento un nudo en la garganta porque ella no
está a mi lado... Entró en mi piel, se hizo parte de mí y por primera vez sentí que mi oscuridad se apoderaba de mi
deseo por ella. No comprendía como tú podías hacerme sentir cosas como esas, hasta que supe que no eras tú sino
Callisto la dueña de mis sensaciones...
Gabrielle soportaba con estoicismo las palabras de su compañera. Sí, necesitaba a una amiga pero, pensó, podría
ahorrarse tantos detalles...
Los ojos azules de la guerrera brillaban al recordar.
– La noche que estuvimos juntas por primera vez me volví loca de deseo, le entregué más de lo que mi cuerpo podía
soportar. Pude sentir cómo el fuego se apoderaba de mis sentidos. Sólo quería estar con ella, así el mundo se
hubiese derrumbado a nuestros pies. Hicimos el amor de la forma más feroz que puedas imaginarte...
La bardo pensó que no le quedaba mucho espacio para la imaginación ya que todo se lo estaba explicando ella, con
pelos y señales.
– Si sientes todo eso por ella ¿qué haces aquí? –preguntó llena de amargura.– Vete, Xena, ve a buscarla. Quiero que
seas feliz...
No lloraba al decirlo, era sincera y sus palabras tenían una fuerza inusitada. Gabrielle había dejado de ser una niña
hacía tiempo, lo sabía, pero aquella actitud, aquella convicción al hablar... Era una nueva mujer, valiente, completa
y, ahora lo reafirmaba, la amaba.
– Estoy aquí porque... me he dado cuenta que el amor que sentía por ella te pertenece a ti. Después de hacer el
amor con ella no había nada, sólo una sensación de vacío que se apoderaba de mí y así sucedía siempre. Pero no
quería reconocerlo porque entonces pensaba que eras tú y no podía ser verdad que sintiese ese vacío junto a ti... Es
ahora, mirándote, sintiéndote tan cerca, tan...

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En ese momento llegó Solari y las interrumpió.
– ¡Xena! Se acerca Callisto. Ya logró salir de la cueva. Tenemos que tomar nuestras posiciones ahora mismo.
– ¡Vamos! –Dijo Xena, secandóse una lágrima que apenas se comenzaba a formar en sus ojos claros.
Gabrielle se quedó allí plantada, viendo como Xena se alejaba corriendo.
– Bueno, supongo que el deber llama.

8.2.

Callisto llegó al campamento amazona convertida en una ráfaga de fuego. Al instante todas las arqueras lanzaron
sus flechas. Las otras guerreras, comandadas por Xena, arrojaron brea caliente sobre su cuerpo. Con una flecha
ardiendo le prendieron fuego. Al instante su hermoso cuerpo era una antorcha gigante y, en pocos segundos,
empezaba a derretirse ante la mirada de satisfacción de las amazonas.
Todas gritaron eufóricas por su triunfo y lanzaron vivas al ingenio de Xena. Pero el cuerpo de Callisto se convirtió en
un delgado hilo metálico, parecido al mercurio, que se dirigió hacia Xena. Cuando llegó a sus pies, tomó la forma de
Callisto.
– Hola cariño, ¿me extrañaste? –dijo Callisto sonriente.

– Claro que sí. –respondió Xena con un timbre de tristeza. Por primera vez se lo decía de verdad. Y la diosa lo supo.
Se miraron a los ojos durante unos segundos eternos. Xena se hundió en la cueva oscura de sus ojos, se vio
cayendo, perdida, en un estómago vacío que la engullía y la destrozaba. Por un momento perdió la conciencia de
donde estaba, sintió vértigo. Una voz la llamaba de lejos, era Gabrielle. Callisto la tomó por los brazos evitando que
se cayera al suelo, entonces volvió en sí, vio a la diosa delante de ella, sonriente, invencible y comprendió que lo
que había visto era lo que le esperaba junto a ella. Intentó apartarse de Callisto pero se sintió débil, como si le
hubieran absorbido toda la energía. Entonces la guerrera rubia dijo:
– Bien, creo que voy a dejarte sola un ratito, querida. No te muevas de aquí.

Saltó tirando rayos y fuego por todas partes. Se divertía haciéndolo. Las amazonas corrían de un lado a otro
gritando, escondiéndose. Era imposible presentarle batalla.
– Si les pareció que la idiota de Velasca era fuerte, esperen a ver mis poderes. Entréguenme a la rubia y les
prometo que no las dañaré... demasiado. –dijo Callisto riendo a carcajadas.
Xena no podía moverse. Contemplaba el desastre clavada al suelo, recuperándose lentamente. El campamento
quedó convertido en ruinas en pocos segundos y las guerreras amazonas disminuían cada vez más. Gabrielle salió al
encuentro de la diosa enloquecida dispuesta a sacrificarse por sus hermanas amazonas y por su guerrera.
– ¡Aquí estoy! Soy tuya pero deja a mi pueblo en paz.
– Vaya, vaya. ¿A quién tenemos aquí? Pero si es la pequeña comadreja. Me conmueve tanta valentía... –dijo
acercándose a ella como una ráfaga de viento.
Xena dio un salto para aterrizar entre ella y la bardo y dijo:
– No voy a permitir que le hagas daño. Antes tendrás que matarme.
– Sabes bien que no puedo matarte pero en algún momento tendrás que bajar la guardia.
Xena tomó a Gabrielle por la cintura y la lanzó haciéndola caer sobre Argo, después, con un salto doble, fue a caer
también sobre la yegua, detrás de la asustada bardo. Espoleó al caballo y se alejaron de allí al galope.
Callisto gritó:
– Puedes correr pero no puedes esconderte, no de mí.
De nuevo se convirtió en un huracán y las persiguió. Ellas cabalgaban desesperadas pero Callisto las alcanzó cuando
llegaron al lago.
– ¿Esto es una fiesta privada o puedo unirme a vosotras? –Dijo Callisto con tono irónico. La princesa guerrera tomó
su espada y le hizo frente.
– No quiero que le hagas daño a Gabrielle.
– Ella es el único obstáculo que hay entre tú  y yo, ¿no te das cuenta? –dijo Callisto con sinceridad.

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– No, Callisto, te equivocas: entre tú y yo está mi pasado y el tuyo. –replicó Xena lanzando un golpe con su espada.
LA diosa detuvo el golpe con su filo.
– No me importa tu pasado.

– Sí te importa. Aunque te esfuerces ¡nunca podrás perdonarme! –exclamó con el esfuerzo de la lucha. La golpeó en
el abdomen.
– Xena, te amo... –dijo Callisto , agachada por el golpe.

Xena se detuvo, la miró a los ojos pero esta vez no se dejó caer en ellos.
– Yo creí amarte pero mi amor es de Gabrielle. –replicó con seguridad.

Al oír esto, la diosa se levantó de un salto gritando como un animal herido de muerte. Sus ojos echaron fuego. Xena
lanzó su Chakram contra una cuerda que, al romperse, activó una catapulta que lanzó una gran piedra contra
Callisto. Ésta fue arrojada al agua. La piedra la mantuvo en el fondo del lago pero Xena y las Amazonas no gozaban
de mucho tiempo para retener a Callisto.
– ¡Ares! –vociferó Xena buscando al dios de la guerra. Éste apareció con las Parcas.– Hazlo Ares.
– Es tu turno de cumplir con el trato... –dijeron las Parcas.

– No, no lo haré. Ya tengo lo que quería. Xena recuerda su pasado y si Callisto mata a la pequeña, Xena volverá a lo
que era antes.
– ¡Tendrás que hacerlo o sino lo haré yo y te enseñaré a ser un dios con palabra! –gruñó Zeus desde el Olimpo.
Ares dijo cabizbajo como un niño con rabietas.
– Esta bien lo haré. Pero esto no termina aquí.

Entonces Ares convirtió el lago en hielo, de tal manera que sólo un dios tan fuerte como Zeus pudiera descongelarlo.
Callisto se fue congelando lentamente y las Parcas aparecieron a su lado.
– Tú plan falló... –le dijeron las Parcas dispuestas a cobrar la apuesta.

– Ya lo sé, es demasiado obvio. Déjenme adivinar: ¿mi destino será que me quede aquí para siempre, mientras que
Xena es feliz con la comadreja?
– No: tu destino es morir a manos de la persona que más amas.
Callisto abrió los ojos incrédula y dijo suplicante:

– No, ustedes están equivocadas. ¡Xena no puede...! –terminó de congelarse completamente.

– Creo que con esto bastará... –dijo Ares desapareciendo y saludando a Xena con la mano.– Bienvenida, Xena...
La princesa guerrera se giró hacia Gabrielle.
– Bien, creo que esto ya terminó.

– No, aún no ha terminado. Tenemos una conversación pendiente tú y yo. –replicó la bardo.– Tenemos que ponerle
un fin a la historia, Xena...
– Sí, lo sé...
– Te quiero, Xena.
– Ahora lo sé pero tengo miedo...
– ¿Miedo? ¿Tú que te atreves a luchar contra dioses, a arriesgar tu vida tienes miedo de mi amor? –preguntó
incrédula.
– Gabrielle, yo también te amo pero yo no quiero que nuestra relación se convierta sólo en sexo... Quiero que me
ames, no que sólo me desees; quiero que estés segura de lo que sientes por mí, quiero que cuando te bese sientas
que puedes morir en ese instante y no te importe, quiero que cuando me mires descubras todo lo que siento por ti,
quiero que hacer el amor sea una consecuencia y no una causa de nuestro amor.
– Todo eso ya lo siento por ti, amor mío... –Gabrielle la abrazó y se fundieron en un cálido y largo beso. De pronto
se separó de sus labios, la miró de hito a hito y exclamó sonriendo con picardía:– Pero ¿habrá sexo también, no?
Riendo y jugueteando se sentaron sobre la hierba. El atardecer que tantas veces habían contemplado, fue testigo por
primera vez de su amor abierto y espontáneo, de sus caricias. Ahora estaban seguras de que nada ni nadie podía
interponerse en el cariño que sentían y que crecía a pasos agigantados hacia un inmenso amor.

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Pero eso... es otra historia.

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Sexo, mentiras e historias de dioses de Pilar

  • 1. Se recomienda leer las renuncias o disclaimers. Gracias. Renuncias: Xena, Gabrielle, Callisto, Joxer, Ephyni, Solari, Argo, etc. los tomé prestados para mi historia, pertenecen a Reinaisse Pictures MCA/Universal, no quiero quitárselos ni mucho menos, sólo quiero entretener y entretenerme. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Aviso: Aquí puedes leer escenas de amor entre dos mujeres, si no estás de acuerdo con ellas, detente aquí y no leas más, el que tenga ojos para leer que lea. Corrección y edición: Cruella. Prólogo:  Xena y Gaby despertaron de su sueño en Illusia; aunque Gaby había curado todos sus demonios, Xena aún seguía un poco confundida por todo el amor que se había removido en su corazón y se sentía decepcionada al ver que Gabrielle no sentía lo mismo por ella. Xena estaba segura de que el amor que Gabrielle sentía no era más que el mismo que se siente por una hermana. Así, ella tenía que seguir reprimiendo toda la pasión que sentía por Gabrielle y seguirla cuidando sin esperar nada más que amistad a cambio. Gabrielle no parecía ver todo el dolor que Xena sentía cuando miraba sus ojos y en ellos no encontraba lo que buscaba. Xena no sabía qué hacer, estaba demasiado confundida, le dolía el hecho de que Gabrielle pudiera enamorarse de otra persona, de que pudiera pertenecer a otro, de que la repudiara por este sentimiento y de que le quitara lo único que tenía de ella: su amistad y la confianza que había vuelto a ganar. Fue así como se hizo la fuerte y esbozó una sonrisa con la cual emprendieron un viaje como tantos otros. Clasificación: Autora: Pilar S E X O , M E N T I R A S E H I S T O R I A S D E D I O S E S . CAPÍTULO I. 1.1. – Xena, ¿tú  crees que Illusia era producto de nuestros sentimientos? – No lo sé Gabrielle, todo fue tan extraño... Definitivamente todos mis pensamientos, mis deseos y mis demonios estaban allí.  – Entonces no me explico porqué Joxer estaba ahí cuando desperté. Seguro que él era uno de mis demonios... – rieron las dos. – ¿Joxer? ¿Acaso estás enamorada de él? –añadió Xena con retintín. – Xena, ¿cómo puedes creer...? –se detuvo pensativa. Si Xena bromeaba con la idea de que estaba enamorada de Joxer porque éste la había despertado, tal vez a ella la despertó uno de sus grandes amores... De repente le picó la curiosidad.– ¿Por qué no me dices quién te despertó a ti? – Eso no importa. Lo que importa es que estamos bien. – No cambies de tema. Dime quién te despertó. –insistió la bardo haciendo énfasis en lo último. – Todo estaba muy confuso, alguien me despertó y luego desapareció antes de que pudiera verlo. –intentó despistar el tema. – ¿Acaso no me tienes confianza?...  –Gabby entornó los ojos y la miró con picardía. La curiosidad le picaba.– Seguro que fue Hércules. ¿O tal vez fue Marcus? –de pronto exclamó:– Ay, ¡no me digas que fue Borias! – Gabrielle, te aseguro que es aún más confuso. –sonreía Xena.  – ¿Acaso fue Lao Ma? –con un tono algo inquisitorio.
  • 2. – Está bien... –arrastró las palabras fingiendo agotamiento.– Fue... mi madre. – ¿Qué? ¿Por eso tanto misterio? Creo que quieres ocultarme algo. –dijo con suspicacia. – No, Gabrielle. –respondió acariciándole el rostro con ternura. No quería decirle la verdad a pesar de que había jurado no volver a mentirle nunca. Pero no podía decirle que la despertó Callisto con un dulce beso en los labios. Y que aquella sensación le había gustado. Fue entonces cuando llegó Ephyni. Se la veía muy preocupada por su reina. Corrió hacia Gabrielle y se interpuso en posición defensivaentre entre ella y Xena. – Xena, aléjate de Gabrielle. –amenazó Ephyni. –  No hay nada de que preocuparse. Ya lo hemos resuelto todo. –la tranquilizó Gabrielle. – ¿Todo? –Ephyni estaba sorprendida y asustada. Jamás hubiera imaginado a Xena tratar a su amiga de aquel modo. Ya no podía fiarse de ella.   – Te aseguro que no todo. –respondió Xena en un tono bajo que denotaba cierta tristeza.  V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m – ¿En que parte de la conversación me perdí? –inquirió Gabrielle con sorpresa ante la respuesta de la mujer. Xena no contestó. – Ya llegamos al campamento Amazona. ¿Qué tal si se dan un baño caliente para quitarse toda la sal del mar? – propuso Ephyni intuyendo que necesitaban acabar de hablar algo que le preocupaba a Xena. – No se te había podido ocurrir una mejor idea. Xena y yo adoramos los baños calientes. –contestó alegremente su reina y tomando a Xena de un brazo, apresuraron el paso. 1.2. Ares se encontraba solo en el Olimpo cuando de repente escuchó una voz tras él. – Hola Ares, ¿cómo estás? – ¿Quién es? ¿Quién anda ahí?... –un haz de luz lo cegó por unas décimas de segundos.– Ah, eres tú, Callisto. –dijo con hastío. – Sí, soy yo. ¿Mucho miedo? – Para nada. Te recuerdo que soy un dios, el dios de la guerra. No le tengo miedo a nada y mucho menos a algo tan insignificante como tú. –se sirvió una copa de vino.– A propósito, por... curiosidad... ¿cómo hiciste para salir de la cueva en la que te metió Xena? – Ares, olvidas que soy una diosa. –dijo acercándose a él como una gata melosa. – Para mí tú  no eres nada. Tengo muchas cosas que hacer así que dime ya qué quieres. –bebió un trago de su copa, enfadado. – Tranquilo, cariño. Sólo vine a hacer negocios contigo. –ronroneó divertida. – ¿Qué clase de negocios? – Es acerca de tú  adorada hija. –Ares abrió los ojos sin entender. Callisto suspiró aburrida y exclamó:– ¡Xena! Ares tragó saliva, dio otro trago y escupió aún más enfadado. – Xena no es mi hija. – Eso no es lo que andan diciendo las Furias. –le acarició el cuello con sensualidad. – Callisto, dime qué quieres. No creo que hayas venido hasta aquí sólo para discutir mi paternidad. – Tienes razón, Ares. –Callisto lo abrazó por la espalda.– He estado pensando en un plan que, seguro, nos dejará satisfechos tanto a ti como a mí. – ¿Un plan? ¡Ja! Lo he intentado todo con Xena y no ha funcionado nada. –Ares se giró y acercó el rostro de la diosa rubia hacia sus labios carnosos. – Te aseguro que no todo. –sonrió Callisto mostrando su blanca dentadura. Buscó con su pierna la entrepierna del dios y la acarició.– Pero ¿por qué antes no nos divertimos un poco? Aún no he tenido sexo como una diosa.
  • 3. – Lo que tú quieras. –susurró Ares.– Yo estoy para servirte. CAPÍTULO iI. 2.1. Estando en la tina sumergida en agua caliente, Xena pensaba en como adoraba pasar esos momentos con Gabrielle, y también lo difícil que le resultaba ocultar sus sentimientos. Veía la inocencia de Gabrielle al no darse cuenta que con cada contacto, con cada caricia la hacía viajar a los Campos Elíseos; la forma como enjabonaba su cabello y después bajaba hacia su espalda con un delicioso masaje, la hizo desesperar. De pronto la interrumpió con el pretexto de que era su turno de enjabonarla. Gabrielle asintió con un largo suspiro. Le gustaba cuidar a la guerrera y ésta era una forma de hacerlo que estaba a su alcance, pero Xena nunca le permitía mimarla durante mucho rato. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Xena se dispuso a fregar la cabeza de Gabrielle con la pastilla de jabón. Pronto descubrió que no sabía qué era más tormentoso: dejarse acariciar o acariciarla sin llegar más lejos. Fue así como comenzó a enjabonarle las orejas, luego el cuello masajeando sus hombros... ¡Cómo quiso ser una bacante en aquel momento y así tener un pretexto para morderla! Después siguió por su espalda. Sus manos temblaban de tal forma que el jabón se resbaló al fondo de la tina, muy cerca del trasero del Gabrielle. ¿Acaso era ésta la oportunidad que estaba esperando? Esbozó una ligera sonrisa pensándolo. Gabrielle se mantenía a la espera, ni siquiera se inmutó cuando notó el jabón a su lado. ¿Era aquello una provocación? Xena estiró el brazo ciegamente, manoteando con discreción en busca del jabón. No lo encontraba. Tuvo que acercarse más a la joven rubia e inclinarse hacia delante. Sus labios rozaban apenas la suave piel de la bardo. El aire de su respiración arrancó un escalofrío a Gabrielle recorriendo su espalda desnuda y mojada. Xena  rozó sus caderas y el corazón le explotó en mil carcajadas contenidas de júbilo. Aquello era un sueño. Pero justo en el momento en que Xena se inclinaba más palpando el fondo, rozando temerosa el trasero de su compañera, llegó Ephyni y arruinó ese grandioso momento. – Hola Ephyni, ¿quieres unirte a nuestro baño? –dijo Gabrielle tan entusiasta y despreocupada como siempre. – No, gracias. Sólo viene a traerles un poco mas de agua caliente. –respondió Ephyni viendo la expresión de fastidio de Xena. – No te molestes, Ephyni. Si pasamos un minuto más juntas aquí dentro, el agua va a empezar a evaporarse. –dijo Xena, irónicamente. – No te entiendo, Xena. –dijo Gabrielle sorprendida. – Tú  nunca pareces entenderme.  –contestó Xena con sequedad mientras salía del baño. – Pero ¿qué te pasa? –preguntó Gabrielle. – Nada. Prepárate que mañana nos iremos temprano. –dijo Xena, retirándose enojada. 2.2. Después de retozar con Callisto, Ares envió a Hermes a buscar a las Parcas. Eran fundamentales para el plan que Callisto había tramado ya que las Parcas controlaban el hilo del Destino. Las tres Parcas aparecieron ante el dios de la Guerra. Percibieron que Ares no estaba solo, que había alguien más en la estancia y eso no les hizo mucha gracia. – ¿Para qué nos has llamado?... Esperamos que no... se trate de Hércules. – No. Se trata de una mortal. Quiero que me hagan un favor. – Explícanos. –dijeron al unísono. – Bueno, necesito que el Chakram y la memoria de Xena estén ligadas. Las parcas pensaron durante unos segundos sin inmutar su expresión. La más joven rompió el silencio. – Está bien, pero será de esta forma...: cuando el Chakram de Xena se divida en dos por primera vez, sus recuerdos de amor y odio se borrarán. –siguió la joven.– La segunda vez que suceda esto, sus recuerdos violentos se borrarán. –acabó la anciana.– Y la tercera vez y en todas las siguientes, Xena perderá por completo la memoria.
  • 4. – Bien, muchas gracias. Con eso bastará. – Eso no es todo Ares... Queremos algo... a cambio. – De mí pueden tomar lo que quieran. – No, de ti no... De ella. –dijeron al unísono refiriéndose a Callisto que hasta el momento había permanecido callada y en estado de invisibilidad. Callisto apareció con una ráfaga de luz. – ¿Cómo supieron que estaba aquí? – Lo sabemos todo, incluso... tu plan y si éste falla... tu destino nos pertenecerá. – Esta bien. –sonrió la diosa rubia con seguridad.–  Acepto el riesgo. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Sigue -->  
  • 5. Continuación... CAPÍTULO Iii. 3.1. Amanecía en el campamento Amazona y Xena ya estaba despierta desde el alba, pensando en todos sus sentimientos y con el corazón destrozado, deseando la muerte a cambio de acabar con esta zozobra que por si sola ya la estaba matando. ¿Cómo un ser tan sensible como Gabrille no podía darse cuenta de lo que estaba pasando? La bardo aún dormía. Le encantaba contemplar su sueño. Su expresión volvía a ser dulce y relajada después de todo lo que habían pasado juntas en los últimos tiempos. Xena suspiró profundamente, tanto que notó un pinchazo en el corazón. Se acercó a la joven dormida. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m – Gabrielle, despierta nos vamos. –susurró Xena con dulzura. – Uh, está oscuro aún. – Pues abre los ojos. – No, Xena, no quiero. – Venga, perezosa. Vámonos ya. –dijo levantando a su amiga de un brazo. Gabrielle entreabrió un ojo. La expresión triste de la guerrera la situó inmediatamente. Tenía que descubrir qué le atormentaba. – No, no lo haré. –dijo como si fuese una niña pequeña.– Hasta que no me digas qué te pasa. ¿Por qué tienes ese afán que de que nos alejemos de este lugar? Xena evitó mirarla. Se puso a recoger sus cosas. – No es nada, no me pasa nada. Sabes que no puedo quedarme quieta en el mismo lugar por mucho tiempo. – No, es algo más. Y no me digas que nada porque sé que te pasa algo. Lo veo en tus ojos. ¿Crees que en todo este tiempo no he aprendido nada de ti? Ya sé que piensas que soy una niña y que no me doy cuenta de nada. Pero te conozco mejor de lo que crees y estás volviendo a mentirme. Si de algo estoy segura, es que no me estás diciendo la verdad, así que vas a tener que hablar mirándome a la cara. Esa será la única manera que pueda creerte. Acabado su discurso, Gabrielle se sentó en la cama esperando una respuesta que la convenciese. Si no hubiera sido por los nervios que tenía y por lo grave de la situación, Xena se hubiera echado a reír por lo graciosa que resultaba la bardo con aquella actitud. Pero una vez más venció sus deseos y ni se rió ni la abrazó como le pedía el corazón. – No es nada Gabrielle. –dijo aún sin mirarla a los ojos. Ella sabía muy bien que si los veía no podría resistirlo más. – Mírame a los ojos. –ordenó con severidad. De repente, llevada por un ciego impulso, Xena tomó a Gabrielle de los brazos con fuerza y le espetó a la cara: – ¿Sabes qué me pasa? Que te amo, eso es lo que me pasa. Gabrielle no reaccionó. Ver fuera de sí a Xena, llena de fuego, la asustó. Aún no había superado, como creía, ver ese mismo fulgor en su azulada mirada momentos antes de que la sacara del poblado amazona a rastras, atada al caballo. Xena siguió escupiendo lenguas de fuego pero ese fuego era de pasión y amor, no de odio ni resentimiento como entonces. La bardo, tan hábil con las palabras, sólo acertó a decir con voz amedrentada: – Xena me estás haciendo daño. –en intentó desasirse de ella. Pero el lazo de la princesa era fuerte y seguro. Tanto tiempo callando y ahora lo iba a confesar todo. – Te amo y no puedo ocultarlo más o me volveré loca. Estoy cansada de tratarte como mi hermana porque ¿sabes una cosa? No lo eres. Eres una mujer: la mujer que yo amo. – Xena, no entiendo nada... Por favor, suéltame... – No, no te suelto. ¿No querías hablar? Pues hablemos. Eso es lo que a ti te gusta hacer ¿no? –calló un momento. Miraba a Gabrielle y no veía el terror de la mujer que amaba. Casi en un susurro, con voz trémula y lágrimas en los ojos le dijo:– Te amo como nunca he amado a nadie. Se me rompió el corazón cuando te casaste con Pérdicas y ¿sabes una cosa?: aunque te parezca terrible, le agradecí a Callisto cuando atravesó su corazón con la espada. Casi me vi yo misma haciéndolo... Gabrielle lloraba. No podía dar crédito a sus oídos. Estaba sin aliento, como si alguien le estuviera arrancando los pulmones. Sollozó.
  • 6. – Ésta no eres tú, te ha pasado algo... ¡Te desconozco! – No Gabrielle,  ésta soy yo y estoy cansada de estar ocultando lo que siento por ti. –se abalanzó con torpeza sobre ella y la besó con toda la pasión reprimida durante ese tiempo. Gabrielle sintió como el fuego de Xena quemaba su garganta. Aquello no era un beso de amor: la intentaba devorar dolorosamente. Entonces se soltó y le dio una bofetada. – ¡Suéltame! –le gritó.– No quiero que vuelvas a hacerme esto nunca más. Xena intentó alcanzarla de nuevo. Sus ojos brillaban febriles y ciegos, como brasas encendidas. Gabrielle se zafó de ella y agarró su cayado esgrimiéndolo contra la guerrera para defenderse. Xena reaccionó, se dio cuenta de la confusión en el rostro de la joven, de su temblor: le tenía miedo. Sintió la imperiosa necesidad de que la tierra se la tragase. – Lo siento... –dijo cabizbaja.– Te aseguro que nunca más volveré a hacerlo. Y nunca volverás a verme en tu vida. Salió corriendo de la choza, montó a Argo y se fue a todo galope sin dirección alguna con las lágrimas arrasando sus ojos. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Gabrielle se quedó paralizada y muy confundida por la declaración de Xena y por todo lo que había acontecido. Jamás hubiera imaginado que... Ella estaba segura que sentía algo por Xena pero no sabía muy bien lo que era y no quería seguir haciéndole más daño, por eso la dejó huir. Cuando pudo reaccionar se sentó en el camastro, se miró las manos: aún sujetaba el cayado con el que había amenazado a su compañera y amiga. Lo dejó caer temblorosa. Tragó saliva. ¿Qué pasaría ahora entre ellas? Tomó la decisión de quedarse una temporada en la aldea, con las amazonas. Necesitaba pensar y aclararse. A Xena también le sentaría bien no verla durante un tiempo. Apretó los párpados con fuerza. Nadie debía enterarse de lo ocurrido o Xena no podría volver a mirarla a la cara nunca más. 3.2. Xena continuaba cabalgando sin rumbo fijo. Estaba totalmente confundida. De lo único que estaba segura es de que había perdido a su amiga para siempre, y eso le dolía más de lo que ni ella misma se hubiese podido imaginar. Echó un vistazo a su pasado. Creía haberlo visto todo, haberlo vivido todo pero el dolor que ahora sentía no era comparable a nada de lo que hubiese sentido antes. Ni la muerte de su propio hijo la hería de aquel modo. Siguió cabalgando. Argo sentía la furia de su dueña y amiga y se alejaba de todo aquello tan rápido como sus patas se lo permitían. Entre las lágrimas, Xena vio a lo lejos una pelea: se estaba efectuando un robo y aunque ella había perdido su luz, sentía que debía ayudar a ese pobre necesitado. De un salto bajó de su yegua y comenzó a pelear contra los atracadores. Eran cinco, lo cual en principio no era problema para ella, pensó. Desenvainó su espada y, lanzando su grito de guerra, los atacó con saña. Estaba dispuesta a darles su merecido y a descargar sobre ellos toda su frustración. El primero que se le enfrentó parecía conocer todos sus movimientos pero al fin lo pudo vencer saltando y dando vueltas en el aire y finalizando con una  brutal patada. El anciano se sintió seguro cuando vio luchar a la mujer morena temió por ella cuando, de pronto, los otros cuatro asaltantes se abalanzaron contra  ella golpeándola con violencia y tapándola completamente. Xena aguantó los golpes. Concentró sus energías y esperó el momento oportuno para contraatacar. Cuando lo vio claro se levantó y con una fuerza que parecía fuera de este mundo, sólo superada por la de Hércules, los lanzó a todos por los aires. Ellos formaron otra vez amenazándola con sus espadas, entonces Xena lanzó su Chakram para cortar el filo de las espadas de sus oponentes. Cuando extendió su mano para recuperar el aro éste no volvió. Se giró buscándolo atónita, nunca fallaba con su arma. Una voz familiar la saludó desde los arbustos. – Hola Xena, volvemos a encontrarnos. – ¡Callisto! La diosa tenía el Chakram en su poder y no parecía dispuesta a entregárselo. Al menos por las buenas. Callisto miró a los salteadores que la miraban embobados en sus piernas. Con un gesto de su cabeza los hizo volar muy lejos. Buscó de nuevo la sorprendida mirada de la princesa guerrera y le guiñó un ojo divertida. – ¿No te da gusto de verme? –preguntó con ironía – Sí, claro. Te extrañé mucho. –respondió la mujer morena lanzando una de sus enigmáticas sonrisas
  • 7. – ¿Dónde está la pequeña comadreja que siempre te sigue allá donde vayas? No me digas que te cansaste de ella. ¿Puedo tomar su lugar? –ronroneó con fingida inocencia. – No lo creo... Ella es demasiado especial para mí y tú no eres nada. –sonrió Xena mostrándole los dientes amenazante. Callisto rugió como un animal herido y le lanzó el Chakram dispuesta a cortarle el cuello pero en ese momento Ares surgió de la nada. Le dolía cada momento en que el Chakram se acercaba más y más a Xena, hasta que no pudo más y se interpuso. – ¡Noooo! –gritó Ares. Interpuso su espada en el trayecto del Chakram y al hacer contacto los dos metales, el Chakram se partió en dos y cayó al suelo. Xena se sujetó fuertemente la cabeza como si algo se le partiese por dentro a ella también. Cayó inconsciente con un gemido de dolor. Ares quedó perplejo, sin poder hacer nada al ver que Callisto rápidamente tomaba a Xena y el Chakram en sus brazos y desaparecía con ella riéndose a carcajadas. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m El dios entendió entonces que Callisto lo había utilizado para llegar a Xena y apoderarse de ella. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? Una vez más sus más básicos instintos lo habían traicionado. Se sintió burlado. Eso no podía quedar así. Desapareció enojado por el error que había cometido, y por la torpe manera en que se había dejado envolver en la trama de callisto. Temió que aquello le costase su tesoro más preciado: su Princesa Guerrera. Por eso se presentó de inmediato ante las Parcas para encontrar una solución al problema. – Te estábamos esperando... Sabemos lo que pasó... con Xena. –dijeron las Parcas una después de la otra. – Quiero deshacer el hechizo. –exigió el dios de la guerra. – Lo siento Ares... pero no podemos deshacer... lo que ya está escrito. – ¡Díganme qué hacer entonces! – Lo único... que podemos hacer... es cambiar... los efectos... del hechizo. – ¡Ay no! ¡Que me hable sólo una! –exclamó Ares enojado. Las Parcas se miraron entre sí. La más anciana tomó la palabra. – Xena no olvidará sus sentimientos de amor o de odio, pero sí a las personas por las que los siente, hasta que el amor verdadero triunfe sobre la oscuridad. – Yo les pedí una solución, no una adivinanza. –rugió Ares más enojado aún. A veces tratar con los dioses era más complejo que hacerlo con los mortales... – Ahora Ares... es tu hora... de pagar. – ¿Qué queréis? Tomad lo que queráis de mí. – Queremos que cuando el amor verdadero triunfe... ayudes a la guerrera a encerrar con tu poder... a la diosa oscura. 3.3. – Dioses, me imagino qué dirían nuestros padres si nosotras tuviéramos una relación. Padre odia a Xena... Probablemente me encerraría en casa y me casaría con el primer muchacho de la aldea... –Gabrielle sonreía pensando esto, imaginándose la situación y la cara de su familia al enterarse. Sacudió la cabeza. ¿En qué estaba pensando? Xena tenía que estar confundida...– Sí, eso tiene que ser,  seguro. Xena está confundida. Pronto volverá con una gran sonrisa en el rostro para llevarme con ella y vivir una nueva aventura. Como lo que somos, las mejores amigas del Mundo Conocido. De pronto llegó Ephyni interrumpiéndola. Se detuvo en la puerta de la choza, sorprendida. Su reina estaba sentada en la cama, pálida, ojerosa y sonreía de una forma muy rara. Parecía estar en otra esfera. Tal vez estaba escribiendo un nuevo pergamino... – Hola Gabrielle, no pensé encontrarte todavía aquí. –dijo Ephyni extrañada.– ¿Te encuentras bien? – Pues ya ves, aquí sigo. –respondió un poco enfadada por la interrupción.
  • 8. – ¿Dónde está Xena? – ¿Te preocupa mucho donde esté? – Cálmate Gabrielle, sólo preguntaba... –divertida por la inusual situación. – Perdóname, estoy un ... cansada, eso es todo. –dijo pasándose las manos por la cara. Había pasado horas allí sentada, pensando. Tanto que todo le daba vueltas y nada estaba claro, más bien lo contrario. – Dime qué pasó. ¿Por qué estas así? –se sentó junto a su reina y le puso la mano en el hombro. La conocía ya lo suficiente como para imaginar que algo había pasado entre ella y Xena... otra vez. – Es Xena. –empezó a explicarle sin poder contener sus dudas y el miedo que escondía en su corazón por más tiempo. Desde que Xena se fuera, tenía un nudo apretándole la garganta y dificultándole la respiración. Tal vez si le contaba a Ephyni... Ella era objetiva...– Pensé que después de lo que pasamos en Illusia todo se arreglaría y nos convertiríamos en las mejores amigas, pero ella...  V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m – Te ama. –Gabrielle abrió los ojos de par en par. Ephyni se echó a reír al ver la divertida expresión de su amiga y confidente.– ¿Cómo lo sé? No hay más que ver los ojos de Xena cuando te mira. Ella puede ser todo lo fuerte que quieras pero se derrite cuando tú estás cerca. – Pero yo sólo quiero ser su amiga. –exclamó la joven de forma pueril. Ephyni hizo una mueca de paciencia y dijo suspirando: – De eso ni tú  misma estás segura. En ese momento, una nebulosa dorada apareció acompañada de un sonido ensordecedor.. – Hola pequeña. –saludó Ares. – Tú siempre tan espectacular... ¿Qué quieres? –respondió Gabrielle. – Sólo viene a una cosa: sabes muy bien que no me interesas en absoluto. Lo único que quiero es a Xena de regreso Por ella estoy aquí. – Pues, como verás, ella no está aquí. –dice Ephyni levantándose de la cama como si tuviera un resorte. – Lo sé. Ella está con Callisto. –les informó el dios y, con una sarcástica sonrisa, esperó la reacción de Gabrielle ante la noticia. A pesar de que venía a pedirle ayuda, no podía dejar perder la oportunidad de divertirse un poco a costa de las emociones de los patéticos humanos. – ¿Con Callisto? –preguntó incrédula.–  ¿Ha ido a sacarla de la cueva? ¿Por qué? ¡¿Para qué?! ¿Qué demonios hace con ella? Sabía que estaba desilusionada conmigo pero no tiene ninguna excusa para que haya ido a buscar a Callisto. ¡Ninguna excusa! –rumiaba la bardo en voz alta, exaltándose cada vez más a medida que pensaba en Xena y la odiosa rubia. – Tranquila, Gabrielle. –dijo Ephyni con ganas de reír. – Sí, cálmate, no tienes porqué estar celosa. –añadió Ares muy divertido. – ¿Yo? ¿Celosa? Esa tonta guerrera puede hacer lo que quiera con esa perra. Es mayorcita y yo no soy su... su... Está acostumbrada a hacer lo que le da la gana... –bajó la voz, pensativa.– Lo ha hecho siempre, desde que la conozco... – Gabrielle... –dijo Ares. – No sé porqué habría de sorprenderme que ahora se vaya en busca de esa diosa de pacotilla... – Gabrieeeeelle... – De hecho creo que... – ¡Gabrielle! –gritó Ares harto del monólogo de la bardo.– ¿No puedes resumir cuando hablas? –masticó las palabras al decirle:– Callisto ha secuestrado a Xena. Gabrielle abrió los ojos de par en par y su mandíbula llegó al suelo. – ¿Quééééééé? –arrastró la sílaba hasta lo imposible.– Por los dioses, sólo Zeus sabe lo que esa loca es capaz de hacerle. – Tengo que irme. Misión cumplida. Las Parcas sólo me permitieron hacer esto por Xena. Ahora todo está en tus manos. Espero que lo hagas bien... Ares se marchó tal como había llegado dejando una luz resplandeciente en su lugar. – Tenemos que hacer algo. Si a Xena le pasa algo no me lo podré perdonar nunca. –exclamó Gabrielle preocupada por la suerte de la guerrera.
  • 9. – Tranquila Gabrielle, voy a reunir a un grupo de amazonas para empezar a buscarla. Tienes alguna idea de dónde pueden estar? – Ephyni, por favor. ¿Crees que si lo supiera estaría aquí parada viéndote la cara? –le respondió enojada. Ephyni se disponía a salir corriendo de la choza maldiciendo por el humor de la rubita cuando su reina la detuvo con una idea inspirada. – ¡Espera! Creo que tengo una pista... Esa loca, Callisto, tiene una extraña fascinación por las cuevas. Siempre que Xena la buscá esta en una. – Está bien. Traeré un mapa con las cuevas de la zona. –dijo la amazona con una sonrisa iluminándole el rostro. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Ephyni se marchó y Gabrielle se quedó acongojada pensando en todo lo que había pasado aquel día con Xena, lo que le había dicho, lo que había pensado de ella... Y ahora esto. No quería pensar en el peligro en el que podía encontrarse. El temor de perderla siempre le hacía sentir muy triste y le provocaba sentimientos que no podía explicarse. – Xena, perdóname. –dijo Gabrielle entre sollozos. <-- Anterior Sigue -->
  • 10. Continuación... CAPÍTULO VI. 4.1. Xena estaba durmiendo plácidamente sobre una mantas y algunas almohadas que le había traído Callisto. Llevaba horas así. Callisto ya empezaba a impacientarse. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m – Te veo ahí, tan indefensa, a mi merced. De alguna manera ya me vengué de ti, maté lo que más amabas, destruí tus sentimientos. Pero ¿sabes una cosa? No me siento mejor. A pesar de que mataste a mis familia no puedo odiarte lo suficiente. Realmente podría hacer lo que quisiera contigo ahora... –dijo Callisto tumbada junto a Xena, acariciándole el rostro, apartándole los mechones oscuros de la cara. Era bella. Era la primera vez que la veía así y algo se le removió por dentro.– No sé cómo te prefiero más: así dormida, que casi pareces un ángel o cuando estás peleando conmigo. Realmente me excita verte pelear... Se relamió pensándolo. Siempre la había visto con aquel odio en la mirada, un odio que la abrasaba, que la consumía y la excitaba a un tiempo. Pero así, dormida, era prácticamente perfecta. De pronto apartó esos pensamientos y se levantó con brusquedad. – ¡Maldita sea! ¿Por qué no despiertas ya? Volvió a mirarla, no podía apartar sus ojos de ella. Ni sus manos. Era como una tentación. De nuevo recorrió con la yema de sus dedos la suavidad de la piel morena de la guerrera, sus músculos, su hermoso cuerpo... Xena despertó lentamente, le pesaban los párpados y la cabeza le daba vueltas. Lo primero que vio fue la cara de Callisto cerca de la suya. Como acto reflejo,  trató d defenderse, la apartó y buscó su Chakram pero no lo tenía y tampoco su espada. – ¿Quién demonios eres? –inquirió Xena, retrocediendo. – Mírame bien, ¿no me reconoces? –respondió Callisto con calma. – No, no te recuerdo. –miró a su alrededor.– ¿Dónde estoy?  Callisto sonrió satisfecha. "Bien, ya me ha olvidado" pensó. – Soy Callisto, tu mejor amiga. Has recibido un golpe en una pelea y nos hemos refugiado en esta cueva... Pero dime, ¿qué recuerdas con exactitud? Xena dudó un momento antes de hablar. Se notaba que hacía esfuerzos por recordar, por comprender... – Bien, no sé porqué pero de alguna manera confío en ti. Si me hubieras querido hacer algo, ya lo hubieras hecho, ¿no es así? – Créeme que sí. –sonrió seductora. Xena hizo memoria con un gesto de dolor. – Recuerdo que estaba peleando contra unos tipos que asaltaban a un anciano y... no recuerdo más... – Hagamos una prueba: –se le ocurrió a la diosa– ¿recuerdas a tu hijo? – Claro que sí, mi hijo fue lo único bueno en mí cuando yo sólo peleaba por el odio. También recuerdo que murió..., lo mataron. – dijo con voz entrecortada endureciendo la expresión.– Fue... alguien que... ¡Dioses! No recuerdo su nombre ni su rostro... ¡Ni tampoco el de mi hijo! ¡Por Zeus! ¡¿Qué horrible maldición han puestos los dioses sobre mí que ha hecho olvidarme del rostro de lo que amo y de lo que odio?! – Sí que es extraño... –dijo para sí Callisto.– Tranquila, Xena. Seguro que se trata del golpe que te dieron en la pelea... Xena no pudo contenerse y se echó a llorar como una niña desamparada. La diosa se quedó atónita al ver sus lágrimas. No imaginaba que la guerrera tuviera... La abrazó aunque no sabía muy bien cómo hacerlo. Hacía tanto tiempo que no abrazaba a nadie... Al sentirla entre sus brazos, un escalofrío recorrió su espalda. Sobrecogida por la sensación le acarició el pelo con toda la dulzura que era capaz de recordar de cuando era niña y su familia vivía... – Cálmate querida. –dijo con suavidad.– Cuéntame todo lo que recuerdas y lo que no. Xena la miró entre lágrimas que escocían. – Te miro y es como si estuviera viendo el rostro de alguien que no conozco por primera vez. –dijo Xena con voz
  • 11. temblorosa. "Bien, si cree que soy su amiga y recuerda cómo es Gabrielle, supongo que tendré que comportarme como la tonta pelirroja. Necesito saber todo sobre ella", pensó Callisto. – Pero tú... te acuerdas de mí, ¿verdad? – Claro que sí. Eres Callisto mi mejor amiga... La diosa guerrera arrugó la nariz insatisfecha. – Necesito saber qué más conservas de mí en tu memoria. La mujer morena cerró los ojos y, tras una pausa en la que hizo un enorme esfuerzo, concluyó: –Tú eres... Callisto de Potidea. Nos conocimos cuando te liberé de ser esclavizada. Desde entonces hemos tenido muchas aventuras juntas. Te convertiste en princesa amazona... –hizo una pausa y tragó saliba. Alguno de sus recuerdos le hacía daño. Bajó la voz.– Te casaste... y alguien mató a tu esposo... – ¿Quién? –preguntó la diosa, excitada. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m – Nno sé, no consigo recordar... –comentó con pena, apretando su cabeza entre sus manos.– Alguien despreciable que odio con todas mis fuerzas... – Está bien, no hablemos de esa persona. En verdad te ha hecho mucho daño. –dijo Callisto apretando las mandíbulas con rabia.– Sigue. Xena volvió a cerrar los ojos. – Re... recuerdo que te besé... –dijo algo azorada. – ¿Qué? ¿Me besaste? –la rubia se llevó las manos a la boca abriendo los ojos de par en par y reprimió la risa. Aquello se estaba poniendo interesante. – No te burles de mí, por favor... – ¡No me burlo! Fue muy lindo. – Eso no era lo que pensabas esta mañana. –añadió extrañada. Callisto tutibeó antes de responder. – Es que ya he pensado las cosas mejor y creo que deberíamos darnos una oportunidad. – ¿De veras eso es lo que piensas? –la tez de Xena se iluminó llena de esperanza. – Sí. – respondió a punto de besarla, tentando los labios de la mujer morena. Xena entornó los párpados sin podérselo creer. Callisto le susurró cerca del cuello. – Sigue explicándome. Con cierta dificultad, la mujer siguió. – Hemos viajado por toda Grecia y no sé cómo demonios fuimos a parar a Britania. Allí quedaste embarazada de Dahak... Tuviste... esa cosa. –intentó recordar algo que no le fuera tan doloroso pero los últimos tiempos habían sido difíciles.– También me seguiste al reino de Chin donde vivimos cosas horribles que afectaron nuestra amistad. Luego murió mi hijo... –la voz estuvo a punto de rompérsele. Carraspeó.– La desconfianza se apoderó de nuestros corazones, pero también recuerdo que logramos salir adelante. –dijo más animada.– Al menos eso era lo que yo pensaba. Y al fin, esta mañana el... amor  que siento por ti pudo más que mi amistad. Y... –no siguió hablando, estaba afectada por tener que explicarle todo aquello a ella, a la persona que más amaba en el mundo, la persona que la había rechazado de forma tan violenta. – Continua. –dijo Callisto, muy interesada. La guerrera estaba triste y cabizbaja. – ¿Para qué quieres escucharlo otra vez? Si me resultó difícil decírtelo esta mañana, piensa como será ahora que conozco tus verdaderos sentimientos hacia mí. Callisto dejó caer su brazo como por casualidad y le rozó la espalda semidesnuda. Xena dio un respingo. La mujer se acercó a ella, provocadora. – Tú no sabes lo que siento por ti. –dijo persuadiéndola de forma muy dulce. Muy a su pesar, Xena se apartó de ella y escupió dolida: –¿Qué es lo que quieres? ¿Que vuelva a abrirte mi corazón para que vuelvas a atravesarlo con tu desprecio y con tus prejuicios? ¿Quieres que vuelva a decirte que te amo? ¿Que para mí es la muerte estar contigo pero prefiero estar muerta a estar sin ti? ¿Quieres que...?
  • 12. En ese instante Callisto silenció sus recriminaciones con un beso; ella no sabía en qué momento había sentido el impulso, la necesidad de hacerlo, de besar su cuello, de morderla hasta hacerla sangrar, de hacerle el amor hasta que pidiera misericordia. La princesa guerrera sintió la avidez de la lengua de la diosa buscando la suya y se dejó llevar. El beso se tornó cada vez más y más violento, Callisto parecía una leona sobre Xena; sus manos temblaban de la desesperación mientras le quitaba la armadura a la guerrera. Pero Xena, haciendo uso extremo de su voluntad y de su fuerza la detuvo. – No, ¡así no! – ¿Qué? –gruñó Callisto enojada. – Es que este cambio tuyo... me deja muy confundida. No sé si esto es producto del amor o la pasión que descubriste en mí. Hasta que no esté segura no quiero que nada trascendental suceda entre nosotras. –se excusó Xena tratando de calmarla. – Algo trascendental va a pasar ahora mismo sino haces lo que quiero. –volvió a gruñir la diosa con severidad y los ojos encendidos. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m – ¿Qué te pasa? –inquirió llena de sorpresa. Entonces Callisto se percató del error que estaba cometiendo y de lo cerca que estaba Xena de descubrirla. – Ou, perdóname. No sé lo que me pasa. Supongo que estoy demasiado sensible por todo lo que te pasa, eso es todo. Además este sentimiento no lo había experimentado y no sé cómo controlarlo. –se disculpó gimoteando – Oh, Callisto ven aquí. Xena la atrajo hacia ella y la abrazó con ternura. No pudo ver la cara de fastidio de Callisto. CAPÍTULO V. 5.1. Xena continuaba cabalgando sin rumbo fijo. Estaba totalmente confundida. De lo único que estaba segura es de que había perdido a su amiga para siempre, y Había amanecido ya y Gabrielle todavía no sabía nada de Xena. Se sentía tan culpable por lo que había sucedido... Si ella la hubiera correspondido ahora la tendría a su lado. Además, hacer el amor con Xena quizá no era tan terrible ahora que lo pensaba mejor... Más de uno –y de una– quisiera estar en su lugar y ser amado por la gran princesa guerrera... Al fin y al cabo le parecía que Xena era muy hermosa y sensual... En ese momento entró Ephyni, interrumpiendo como siempre sus pensamientos. – ¿Tienes noticias? –preguntó Gabrielle, mostrando con su tono de voz cuando desesperada estaba. – No, Gabrielle. Hemos buscado por casi toda la zona y no hemos encontrado nada. – Oh, por los dioses. ¿Cuándo van a seguir con la búsqueda? – Empezaremos a media mañana. Las muchachas están muy cansadas, hemos cabalgado toda la noche. – Está bien Ephyni, lo comprendo. Pero yo voy a seguir buscándola con algunas de las muchachas que se quedaron en el campamento anoche. – Como quieras. Tú tienes el mando, pero ten mucho cuidado. Recuerda que Callisto ahora es una diosa. 5.2. Xena caminaba de un lado para el otro. – ¿Qué te pasa Xena? –preguntó Callisto con los ojos entronados. – Estoy incómoda. No me gusta estar quieta. Tú lo sabes mejor que nadie. – Ajá. –asintió sonriente.
  • 13. – Además, no sé dónde están mis armas, creo que las perdí. Voy a ir a buscarlas. – ¡No! –exclamó nerviosa Callisto tomándola de un brazo. Xena la miró con extrañeza.– Puede ser peligroso, después buscaremos tus armas. –añadió Callisto con una voz tranquilizadora mientras la llevaba a la cama para que se sentará. – Relájate. ¿Qué quieres hacer para relajarte? –le preguntó masajeándole la espalda. – No lo sé. Bañarme siempre me relaja. –pensó. – Bien, pues vamos a mojarnos. –dijo Callisto entusiasmada. Xena alzó la ceja de un modo inquisitorio. Callisto sonrió.– Es sólo un decir... V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m 5.3. Xena y Callisto llegaron a un lago que quedaba cerca de la cueva y, sin esperar más, Callisto empezó a quitarse su armadura. Xena volteó para no verla y también comenzó a desnudarse. Al ver esto Callisto sonrió. – ¿Qué te pasa? No me digas que después de todo lo que ha pasado entre nosotras, ahora sientes pudor? –preguntó con sarcasmo. – No, no es eso. Es sólo respeto... – Tú  puedes faltarme al respeto cuando quieras. –dijo seductoramente colocándose frente a ella. Esto era más de lo que Xena podía soportar. Dejó escapar un sonoro suspiro y se lanzó al lago. – Voy a pescar unas anguilas. Es eso lo que te gusta ¿no? – No vas a escaparte tan fácilmente de mí. –y se lanzó al lago tras ella dándole alcance. Xena se mantenía a flote pateando en el agua. Estaba pensativa. Cuando Callisto se puso frente a ella le dijo: – Creo que ya sé lo que me pasa. – ¿Lo sabes? –seguía su juego de seducción. – El culpable de todo esto debe ser algún dios con el que tuve que ver en el pasado. – ¡Ares! –exclamó Callisto fingiendo rabia. – Bien, Ares ha conseguido de alguna manera que olvide los nombres y las caras de las personas para confundirme. Pero no lo ha hecho solo: cuando peleaba, apareció la persona que más desprecio en el mundo. Tú  la conoces, esa mujer que mató a tu esposo. ¿Cuál es su nombre? No quiero olvidarme de él nunca más. – Se llama... Gabrielle... – ¡Gabrielle! –dijo entre dientes con la mirada fija en un punto del infinito.– Es una diosa pero no voy a descansar hasta acabar con ella de una vez por todas. Callisto sonrió pero ella no vio cuando lo hizo. – Tranquilízate, Xena. – ¿Que me tranquilice? Está devuelta y no pienso perdonarla por lo que me hizo. – Yo sé qué hacer para que te tranquilices. –entonces empezó a besarle el cuello y bajó la mano hasta su muslo. Xena se estremeció. – No, Callisto... No puedo... No después de... No hasta que sepa que tú... La mujer rubia ignoró todas sus dudas, todas sus palabras. Se acercó más a ella y la rodeó con las piernas. A Xena se le hacía difícil flotar por el esfuerzo pero quería saber dónde estaba dispuesta a llegar la otra mujer. Callisto empezó a explorar su boca con su hábil lengua mientras apretaba más sus pechos contra los de ella. El contacto de sus senos, tiernos y duros, con los pezones erizados por el frescor del agua, fue demasiado para Xena. Eso ya traspasaba su fuerza de voluntad. La volvía loca sentir el apetito que tenía de ella la mujer que más amaba en el mundo. Entonces se rindió ante su propio deseo. Xena tomó a Callisto con sus fuertes brazos y nadó hasta la orilla sin separar sus labios de los de la diosa. La cogió en brazos y la depositó suavemente en el suelo, después se tumbó junto a ella. El cuerpo de Callisto actuaba como
  • 14. un imán que la atraía irremediablemente. Empezó a besarla con dulzura mientras sus cuerpos se retorcían sobre la tierra de la orilla y se llenaban de lodo. – Más fuerte, bésame más fuerte. –suplicó la mujer rubia. Xena accedió a sus deseos y empezó a besarla con ansiedad. Era tanta la pasión guardada durante ese tiempo que los besos pronto se tornaron mordiscos furiosos. – Más, más... –continuaba pidiendo la diosa. Con cada palabra de ella, el deseo de la guerrera parecía crecer hasta un punto que ni ella misma podía controlarlo. Cualquiera que las hubiera visto no sabría decir si estaban haciendo el amor o luchando a muerte. – ¿Quieres más? –preguntó Xena jadeante con una lujuriosa sonrisa y los ojos azules enrojecidos por la pasión. – ¡Pues te voy a dar más! Colocó las manos de Callisto sobre su cabeza sujetándola muy fuerte y empezó a bajar por su cuello lentamente, succionando primero y mordiendo después. Ella quería ir despacio, hacer crecer el deseo en la otra mujer hasta lo insoportable pero apenas podía contenerse ella misma. Una fuerza inaudita, completamente ilógica, la empujaba a comérsela. Mordisqueó con glotonería sus pezones, bajó hasta la cintura, provocando éxtasis en Callisto. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m – ¡Sigue! ¡Por favor! –ordenó Callisto con voz entrecortada. – Vas a suplicarme que me detenga. –susurró Xena mostrando una de sus enigmáticas sonrisas. CAPÍTULO VII. 7.1. Comenzaba otro día maravilloso para Xena. Callisto estaba a su lado y nada las iba a separar. Excepto el hambre que empezaba a sentir en su ruidoso estómago. – Vamos Callisto, levántate dormilona. –dijo Xena besando su frente – No quiero, quédate todo el día aquí conmigo. – No, tengo hambre. Voy a pescar. Tú prepara una fogata. – Está bien... –dijo la diosa levantándose con desgana. Xena fue a pescar. Pensándolo bien, hacía dos días que apenas había comido. De hecho no se habían movido de la cueva ni un instante... Estaba agotada pero pensar en su desayuno le dio fuerzas. Cuando volvió a la cueva con dos enormes anguilas, Callisto no había hecho todavía la fogata. La leña estaba a pilada y ella seguía durmiendo. – ¿Qué haces durmiendo otra vez? Te dije que preparas el fuego. Callisto dijo desperezándose y besando el cuello de Xena: – Sólo hay una cosa que hará que me levante y no es precisamente hacer una fogata, Xena. – Callisto por favor, anoche no me dejaste dormir hasta la madrugada. –dijo con tono suplicante pero divertida. – ¡Como sino lo hubieras disfrutado tanto como yo! Además, si mal no recuerdo, tú fuiste la que comenzaste. – Callisto, la fogata. –ordenó apartándose de ella o volverían a empezar y, esta vez, no sabía si sobreviviría. – Ya hay una fogata dentro de mí, tú obligación es encontrarla. –ronroneó cogiéndola de la cintura. Esa mujer era insaciable, pensó la morena. – Está bien, si no quieres hacer el fuego, lo haré yo. Tú recógelo todo. Después de desayunar quiero ir a Amphipolis a ver a mi madre, ya sabes que no la recuerdo. – Como quieras. –dijo con pereza mientras pensaba, que tenía que idear un plan para alejar a Xena de su familia o la descubriría. Después de varias intentonas inútiles de prender el fuego, Xena se dio por vencida. La leña estaba mojada y ella ya no tenía mas paciencia. – Maldita sea, ¡voy a morir de hambre! Con el tiempo que llevamos juntas y ¿todavía no sabes escoger la leña buena para el fuego? –dijo Xena malhumorada. – Déjame intentarlo.
  • 15. Xena arqueó una ceja y esbozó media sonrisa. Le cedió el puesto con un gesto sarcástico. Si ella no lo había conseguido... – Adelante. Eso tengo que verlo. – ¿Estás insinuando que soy una inútil? – Nooooo, es sólo que... – ¡Pues no controles cómo lo intento! Me pones nerviosa y así no lo conseguiré... La guerrera dio la vuelta y se dispuso a recoger las mantas pero Callisto ya había hecho un buen trabajo. Mientras, la diosa aprovechó la distracción de su amante y señaló hacía la leña con el dedo índice. La fogata prendió a la primera. Cuando Xena oyó el crujir de la leña ardiendo, se giró asombrada: – ¿Cómo lo hiciste? – Como tú, soy una mujer de muchas habilidades. –respondió complacida.– Si estás conmigo no volverás a tener problemas con las fogatas. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m La princesa guerrera sonrió. – Voy a buscar unas ramas para atravesar el pescado. ¿De qué nos sirve una fogata y la comida si no tenemos con qué cocinarla? Al rato de irse la guerrera, Gabrielle llegó a la cueva y entró a hurtadillas por si la diosa estaba vigilando. –Xena ¿estás aquí? –la llamó. Callisto apareció detrás de ella. – ¡Vaya, vaya! ¿A quién tenemos aquí? Nada más y nada menos que a la pequeña preciosidad. –dijo Callisto con sarcasmo y un brillo peligroso en los ojos. – ¿Dónde está Xena? –preguntó con miedo. Si su amiga no estaba allí, ella corría peligro. – No te das por vencida ¿eh? ¿No te ha quedado claro que ella no quiere verte? – Sé muy bien qué le ha sucedido a Xena. –dijo apretando los dientes. – No voy a permitir que te acerques a ella. –dijo amenazante Callisto queriendo defender su presa como una leona. –No te tengo miedo, zorra. – Pues deberías. –replicó Callisto acercándose a ella con los ojos encendidos como dos bolas de fuego. Gabrielle desenvainó una espada que había tomado del campamento amazona y la puso en su estómago. – ¡Ja! ¿Pretendes detenerme con una espada? No me hagas reír, a no ser que pienses matarme de la risa. –se carcajeó burlándose de la joven. – Quiero que te alejes de Xena. –dijo amenazándola con la espada. – Es Xena la que no quiere alejarse de mí, querida... Si vieras qué noches hemos pasado juntas. – ¡Basta! –gritó Gabrielle. – Cómo me besaba, cómo recorría mi cuerpo con sus dulces caricias... Eso es algo que nunca te dará a ti. – Ella piensa que tú eres yo. –sonrió Gabrielle, levantando una ceja. – No, te equivocas. Lo hizo porque me desea con todas sus fuerzas, porque yo he encendido su cuerpo con mis besos, algo que tú  no serás capaz de hacer nunca. – ¡Ahhhhhhhhh! –gritó Gabrielle ciega de rabia mientras se abalanzaba contra ella y enterraba la espada en su estómago. Callisto miró la espada que la atravesaba, luego a la bardo que estaba paralizada ante sus propios actos. Los ojos de la diosa destellaban, la cogió del cuello para matarla con sus propias manos pero, en ese preciso momento, llegó Xena. – ¿Cómo está el fuego, Calli... Al oír su voz, Callisto soltó a la bardo y se llevó las manos a la espada que le atravesaba el estómago. Con una queja desfallecida, se tiró al suelo, fingiéndose gravemente herida. Al verla, la guerrera corrió hacia ella gritando. – ¡Nooooooooo! Se arrodilló a su lado cogiéndole la cabeza. La diosa entornó los ojos.
  • 16. –Te vas a curar, no voy a permitir que mueras. –lloró con todo el amor del mundo. La bardo se acercó a ella, tratando de tocarle el hombro con dulzura. Xena la apartó violentamente. – Mátala, Xena... –dijo débilmente Callisto con voz entrecortada.– Mátala, es la única forma en la que podamos ser felices nosotras dos. Xena estaba sorprendida por la petición de su amada pero tenía razón. Con Gabrielle persiguiéndola, siempre estarían en peligro. Ante ella desfilaron todos sus recuerdos dolorosos, toda la muerte sin rostro que la diosa había causado. Desenterró la espada del estómago de Callisto y se la lanzó a Gabrielle. – Toma tu espada y pelea. Voy a sacarte las entrañas. – No, no lo haré. –dijo Gabrielle asustada. Nada estaba saliendo como había planeado. – ¡Toma tu maldita espada! V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Gabrielle la tomó para defenderse. Temblaba. Xena arremetió contra ella con rabia pero ella no se defendió, sólo esquivó el golpe con un salto. Le fue de poco. – No quiero luchar, Xena. La guerrera, ciega de dolor, la ignoró y descargó otro golpe que la joven detuvo con determinación pero esta vez la hirió, un pequeño corte en el brazo. – ¡Nno quiero luchar! Xena, te amo. –sollozó con miedo. – ¡Maldita sea! ¿Qué es lo que estás tramando! ¡Pelea! ¿No quieres acabar conmigo? ¡Pues pelea!–gritó lanzando un fuerte golpe. Gabrielle retrocedió parando el ataque. – No puedes amarla, ¿no lo entiendes? Ella es Callisto. ¡Tú me amas a mí! Colérica, Xena se lanzó contra ella con ímpetu y la hizo caer pero en su caída, Gabrielle la cortó en el abdomen sin poder evitarlo. La guerrera se llevó la mano a la herida y observó la sangre que le brotaba, luego miró a esa diosa de pacotilla que estaba tirada en el suelo. La joven supo que ese era su fin. Xena ignoraba que ella no era la diosa que creía. La iba a matar. – ¡¡Ayayayayayaya!! –gritó Xena, saltando sobre ella. La bardo la esperó inmóvil, soltando la espada, a la espera del golpe final, el golpe que acabaría con su vida de una vez por todas, pero si eso hacía que Xena volviera a recordarla, se sometería sin dudarlo. Las dos quedaron frente a frente. Xena alzó su espada. No comprendía porqué no se defendía, si quisiera podría lanzarle un rayo que acabaría con ella  al instante, sin embargo se negaba a luchar. En sus ojos verdes y amedrentados vio de pronto un amor que le resultaba familiar. Todos sus recuerdos golpearon su memoria como por arte de magia y en ellos el protagonista era ese rostro que tenía ante ella. – Gabrielle... –susurró maravillada. La joven sonrió tragando saliva. Xena se giró buscando a la otra mujer con la mirada furiosa. – ¡¡Callisto!! La verdadera diosa estaba en pie y en el aire se elevaba el Chakram roto. Ante la mirada incrédula de todas, el Chakram se unió y comenzó a rotar, para terminar golpeando cada esquina de la cueva y finalizando su recorrido en las manos de Xena. – ¡Maldita serpiente mentirosa! –gritó la mujer morena. – Xena, yo no quise... –dijo Callisto tratando de calmarla. – No puedo creer que haya confiado en ti... He estado a punto de matar a mi mejor amiga. – ¿A ella la llama ‘la mujer que amo' y a mí ‘mejor amiga'? ¡Qué bien! –pensó Gabrielle cruzándose de brazos. – Perdóname, en verdad me enamore de ti... –suplicó Callisto mirando a Xena con lágrimas en los ojos. Entonces dirigió su mirada hacia la joven bardo, le apuntó con su dedo índice lista para lanzarle un rayo y dijo con odio:– ¡Todo es culpa tuya! – Ayayayayayayaya... –Xena se arrojó al suelo, llevándose a Gabrielle con ella. La diosa Callisto se volvió loca lanzando rayos a su alrededor. Xena pudo salir con Gabrielle cuando la cueva se derrumbó enterrando a Callisto una vez más.
  • 17. Cuando estaban a salvo, al menos por el momento, Gabrielle abrazó a Xena con todo su amor. Xena la correspondió pero no con la misma intensidad. Una lágrima surcó su rostro. Sigue --> V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m <-- Anterior
  • 18. Continuación... CAPÍTULO VII 7.2. Llegaron al campamento amazona. En todo el viaje no se dirigieron la palabra. Xena estaba exhausta por los días que había vivido con Callisto, herida por su amiga, avergonzada por todo lo que había pasado, confundida por el comportamiento de Gabrielle y, sobretodo, hambrienta. La bardo, por su parte, no podía quitar los ojos de encima a la mujer morena. Desde que todo aquello había pasado, la veía con otros ojos y sólo podía pensar en besarla. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Un grupo de amazonas salió a recibirlas. – ¡Xena, Gabrielle! Gracias a los dioses que estáis bien. –dijo Ephyni. – Sí, estoy bien, pero ahora hay cosas más importantes en que pensar. Callisto puede atacar en cualquier momento. Tenemos que estar preparadas. –contestó secamente. – Está bien. Organizaremos un plan de defensa. Solari, reúne a todas las amazonas en la cabaña principal. Momentos después todo el campamento amazona asistía a la reunión de estrategia donde Xena explicó su plan. Gabrielle estaba a su lado, sentada en su trono de reina, pendiente de cada uno de los movimientos que la guerrera hacía. No cabía duda: era la mejor. Como si estuviese leyendo en algún sitio, Xena explicaba cada una de las diferentes posibilidades y la función que cada una de ellas tenía en la defensa. Respondió preguntas y sugerencias de forma rápida y concisa, el tiempo les apremiaba. Pero, en realidad, nada de aquello le importaba a la reina amazona. Nadie hubiera dicho que Gabrielle no estaba escuchando, se limitaba a observarla con deleite, sus curvas, sus piernas atléticas, su forma de caminar, su forma de concentrarse en lo prioritario, su boca... Esa boca que había besado a Callisto y a ella, ahora, le negaba hasta la palabra. Sus hipnóticos ojos azules, capaz de congelar o de derretir con una sola mirada... Sintió mil sensaciones diferentes provocadas por ella, pero ella parecía ignorarla. La charla acabó ya oscurecido. Inmediatamente, bien compenetradas, las amazonas se pusieron manos a la obra, reunieron el material necesario para fabricar lo que Xena les había dicho. Trabajaron duro para tenerlo todo a punto en el menor tiempo posible. Xena quiso ayudar en las tareas pero sintió un leve desfallecimiento, se llevó la mano a la herida del abdomen. Gabrielle y Ephyni la obligaron a echarse en una de las chozas a descansar. La bardo fue con ella. Xena continuaba sin hablarle y se dispuso a curarse ella sola. Su amiga se acercó para ayudarla. – Deja, es sólo un rasguño, estoy bien. –dijo apartándola de su lado, sin mirarla a los ojos. – Desde aquí no parece que esté bien. No ha parado de sangrar en todo el día... Tenías que habértela curado antes... Déjame ver, quiero ayudarte. –le dijo Gabrielle aproximándose a ella. – No, no quiero. –replicó Xena alejándose. – No quieres que te toque... –se hizo un silencio.– Creo que tenemos que hablar. – Aún no estoy preparada para hablar contigo. –respondió Xena acabando de limpiar la herida. – ¿Por qué no? Es... por Callisto ¿no es así? ¿Estás enamorada de ella? – No. ¿De dónde sacas eso? –preguntó con incredulidad, dándole la espalda. – Del plan: en ninguna parte del plan has dicho que fueras a luchar contra ella. No puedes hacerle daño, la amas ¿no es así? ¡Carajo, Xena! ¡Respóndeme! Un silencio se apoderó del cuarto pero finalmente Xena dijo: – Sí, siento algo por ella. Sé que es demencial pero es así. –bajó la mirada.– Incluso desde antes de que perdiera la memoria. – No lo puedo creer. ¿Entonces ,lo que decías sentir por mi? –le reprochó Gabrielle con el corazón en un puño. – Lo que siento por ti es auténtico. Pero ahora eso no importa. –dijo Xena dándole la espalda de nuevo, triste al recordar cómo la rechazó.
  • 19. – Sí que importa. Yo... yo siento lo mismo. Xena se giró sorprendida. La miraba como si hubiera visto un fantasma. – Casi me muero de desesperación cuando pensé que te había perdido y después... sentí tantos celos cuando te vi con Callisto... No lo sé pero de alguna forma tengo que agradecerle porque gracias a ella pude descubrir cuanto te amo. – No lo puedo creer, esto parece un sueño, Gabrielle... –dijo Xena acariciándole el rostro. Gabrielle se estremeció ante el contacto. Pero, de pronto Xena apartó la mano. Su semblante se tornó serio y preocupado de nuevo de su rostro. – Necesito pensar en todo esto... No... no sé qué pensar, estoy confusa... No quiero hacerte daño, será mejor que esta noche no durmamos juntas. Xena tomó sus mantas y se fue. Gabrielle suspiró, se sentó en la cama y se dijo: V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m – Ésta va a ser una noche muy larga. 7.3. Xena estaba confusa. Su mundo interior y sus sentimientos estaban revueltos. No sabía qué pensar de la nueva situación, ni siquiera de ella misma. Ignoraba el papel que cumplía Callisto en su corazón. Todo era una locura pero tenía que ser sincera y reconocer que lo que había sucedido entre ellas era la culminación de una atracción explosiva y delirante. Y esa explosión había pillado en medio a su pequeña Gabrielle. ¿Cómo explicarle ahora, cómo hacerle entender? Estaba hecha un lío. Y no tenía con quien hablar acerca de lo que le estaba pasando ya que en sus problemas estaba metida la única persona a la que ha abierto su corazón. Pero necesitaba hablar con alguien y la única persona con la que tenía confianza en el campamento era Ephyni, así que no esperó más y fue a hablar con ella. –Ephyni ¿estás despierta todavía? Vi el fuego encendido y... –dijo Xena desde la puerta de la carpa de Ephyni. – Sí, aún estoy despierta. Pasa. Xena entró. El silencio se apoderó del lugar. Se sentía algo incómoda, no sabía cómo empezar. Aquello era inusual para ella. Sólo hablaba de sus cosas con Gabrielle y siempre era la bardo la que sabía arrancárselas de su esquivo corazón. Ephyni sonrió y rompió el hielo. – ¿Y bien? No creo que hayas venido hasta aquí para cantarme una canción de cuna. – Sí, tienes razón. Vengo a hablarte de... – Gabrielle. – Sí, de ella. Estoy... confusa por el rumbo que ha tomado nuestra relación. Yo... no quiero que me juzgues por lo que voy a decirte. – No soy nadie para juzgarte... – Yo... creo que... estoy enamorada de... Callisto. – P...Pero yo pensé que estabas enamorada de Gabrielle. –exclamó boquiabierta. – Sí, también pero es diferente... –resopló.– Verás creo que de alguna manera siempre he sentido una fuerte atracción por Callisto. Con todo lo que ha pasado estos días, esa atracción ha crecido a un nivel que no puedo controlar. No sabes como la extraño en estos momentos. Pero por otro lado yo amo a Gabrielle, ella es mi luz, mi razón de vivir o de morir, sin ella mi vida no tendría un camino. – ¡Por los dioses! Tienes un buen lío en tú corazón. – Callisto removió todo el lado oscuro que habitaba en mí y Gabrielle descubrió todo lo bueno que podía dar; Callisto me apasiona y hace vibrar todos mis sentidos y Gabrielle, mi pequeña Gabrielle es la calma, la ternura, el amor. Ephyni hizo un largo silencio. La guerrera estaba vencida y cabizbaja. La tomó por la barbilla y la obligó a mirarla a los ojos.
  • 20. – Yo no puedo decirte lo que has de hacer, Xena, pero creo que es evidente... Si te decides por Callisto ¿crees que podrás perdonarle todo el daño que te ha hecho? Xena entornó los ojos. – ¿Podrás? – Creo... que ya lo he hecho... Tan fuerte es lo que siento por ella. – Si eso es lo que piensas ¿por qué no vas a buscarla? Aléjate de Gabrielle antes de que sea demasiado tarde para ella. – Eres muy dura, Ephyni. –se sorprendió Xena. – Amoa a mi reina. No quiero que sufra más. Xena se levantó. Parecía que se hubiera quedado sin sangre en las venas. Se disponía a salir pensativa y cabizbaja cuando la amazona la detuvo. – Supongo que no vas a dormir con Gabrielle esta noche... V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m – Supones bien. Dormiré con Argo. La amazona arrugó la frente y sonrió regañándole. – ¡Xena! ¡Puedes dormir conmigo! Si no te molesta compartir mi cama, claro. La guerrera sonrió aunque estaba triste. – No, claro que no me molesta. No sabes como deseo dormir en una cama después de pasármela durmiendo sobre rocas. Eso sí: ¡no vayas a aprovecharte de mí! CAPÍTULO VIII 8.1. Amanecía en el campamento amazona. Xena se había quedado dormida junto a Ephyni. Estaba tranquila porque sabía que habían vigilantes en la entrada de la cueva. Excepcionalmente Gabrielle se había levantado muy temprano esa mañana. Estaba preocupada por Xena y su última reacción así que había decidido ir a buscarla. Empezó a buscarla cerca de la cueva por si había querido montar guardia pero no la estaba allí. Recordó que Xena se había llevado al salir de la choza algunas mantas y fue a buscarla por el bosque pero tampoco la encontró. Quizás, pensó, estaba en el lago dándose un baño, pero allí tampoco estaba. Finalmente, cansada de deambular por ahí a esas horas de la mañana, decidió preguntarle a Ephyni si la había visto. Entró cuidadosamente en su carpa y se encontró el hermoso cuadro de Xena y Ephyni durmiendo juntas, abrazadas. – Maldita sea, ¡otra vez no! –gritó. Las mujeres se despertaron sobresaltadas.– ¡Y yo preocupada por ti! –Gabrielle, esto no es lo que parece. Tiene una explicación muy razonable –se excusó Xena. – No puedo creer que me hayas hecho esto ¡con mi hermana! – Gabrielle, déjame explicarte... –dijo Ephyni, tratando de tocarla. – ¡Tú no tienes nada que explicarme! Me voy ahora mismo de aquí. Xena saltó de la cama y la tomó de la cintura. – Ephyni, por favor, déjame a solas con ella. – Suéltame, no quiero que me toques. –exigió Gabrielle intentando zafarse de los fuertes brazos de la guerrera. – Lo dejo todo en tus manos, Xena... –dijo Ephyni saliendo y conteniendo la risa. – ¡Suéltame, Xena! –dijo Gabrielle con determinación. Xena la soltó.– No puedo creer que me hayas hecho esto, después de todo lo que hablamos anoche. ¿Acaso no puedes mantener un minuto tu armadura puesta? ¿Qué quieres demostrar? ¿Quieres herirme? ¿Qué me vaya de tu lado? ¿Matarme? ¡Pues hazlo! Pero no me hagas presenciar tus... ¡devaneos! Xena la observaba divertida. En los verdes ojos de la bardo brillaba un fuego que jamás antes había visto en ella. Sintió un incontenible deseo de besarla pero la joven no callaba.
  • 21. – Gabrielle... – ¡Y con Ephyni! ¡Ah! ¡Malditas! ¿Creías que no me iba a dar cuenta? – Gabby... – ¿Me vas a decir que también estás enamorada de ella desde el primer día que la viste? Xena no aguantó ni un minuto más la regañina. Sólo podía concentrarse en aquella recién descubierta pasión de la joven y en su boca jugosa y parlanchina. Tuvo la imperiosa necesidad de callarla, la tomó entre sus brazos y lo hizo un beso, un beso profundo y lleno de amor. Al principio Gabrielle se resistió pero después no pudo seguir luchando contra sí misma y sus propios sentimientos. Amaba a aquella mujer y había deseado ese beso desde que lo había descubierto; quería borrar las huellas que Callisto había dejado en su cuerpo, que Xena sólo la amara y la deseara a ella, que no pensara en nadie más.. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Xena, por su parte, le transmitió todo el amor que sentía en ese beso. A pesar de lo que sentía por Callisto, no quería que a Gabrielle le quedaran dudas de su amor por ella. Pasaron varios minutos que parecían horas hasta que, muy a su pesar, rompieron el contacto. Gabrielle estaba muda, mirándose en los ojos de su guerrera. Ésta sonrió con ternura y le acarició el rostro. –Ephyni y yo hablamos un poco. –le explicó con calma.– Luego nos quedamos dormidas. Y estoy tan acostumbrada a dormir contigo que yo... en fin, si recuerdas, tú y yo dormimos abrazadas. Gabrielle notó el sofoco en sus mejillas. Había hecho el ridículo más espantoso con su hermana amazona. – Tengo que disculparme con Ephyni. – Me temo que sí... –sonrió la guerrera. –¿Me perdonas tú? –dijo Gabrielle acercándose a Xena para darle un beso como el anterior. – Sí. –respondió alejándose del inminente contacto de la rubia.– Primero tenemos que hablar. Gabrielle le tapó la boca con la mano e hizo en ademán de que callara. – Espera. Antes quiero saber algo: ¿me amas? – Te amo más que a nada en el mundo. Ni por un minuto pienses que he dejado de amarte. Gabrielle no pudo contener la emoción ante las palabras de su amada y sonrió. – Pero así como la verdad más grande y hermosa que hay en mi vida es que te amo, también debo decirte que tengo una fuerte atracción hacia Callisto. –dijo Xena con determinación. – Xena, por favor no sigas. – Tengo que hacerlo, no puedo engañarte. Ahora más que nunca necesito a mi mejor amiga, no una amante. Gabrielle la abrazó con ternura. Tenía miedo de escuchar lo que le iba a decir pero sabía que tenía que hacerlo. – Quiero que sepas lo que siento por Callisto. –la bardo asintió en silencio. Xena pasó saliva y se sentó sobre la cama haciéndole un gesto a la joven para que la acompañara.– No puedo negar que cuando estaba con Callisto creía que eras tú, de otro modo no le hubiera dado rienda suelta a mis instintos. Pero también he de confesarte que mi atracción por Callisto no es nueva. Ella fue la que me despertó en Illusia y no a mi madre. Me despertó con un beso... Gabrielle entendió entonces las horribles palabras que Xena le había dicho en la cueva, cuando creía que ella era Callisto. Aún así tuvo que utilizar todo su valor para no llorar en ese momento, tenía tanto miedo de perderla como no había sentido antes. Pero su amiga la necesitaba entera aunque le hubiese dolido menos que Xena le enterrara un cuchillo en el corazón. – Te mentí porque no quería reconocerlo aunque, ya ves, lo que hice no sirvió de nada, aquí estoy haciéndote sufrir. Xena la miró con tristeza y Gabrielle le respondió con una caricia en la mejilla. Con este gesto Xena se armó de valor y siguió: – Estar con ella me encendió la pasión que llevaba dentro, aún mas feroz que la que sentía por Borias, una pasión que nunca había sentido antes por nadie. Me asfixia pensar en ella y siento un nudo en la garganta porque ella no está a mi lado... Entró en mi piel, se hizo parte de mí y por primera vez sentí que mi oscuridad se apoderaba de mi deseo por ella. No comprendía como tú podías hacerme sentir cosas como esas, hasta que supe que no eras tú sino Callisto la dueña de mis sensaciones... Gabrielle soportaba con estoicismo las palabras de su compañera. Sí, necesitaba a una amiga pero, pensó, podría ahorrarse tantos detalles... Los ojos azules de la guerrera brillaban al recordar.
  • 22. – La noche que estuvimos juntas por primera vez me volví loca de deseo, le entregué más de lo que mi cuerpo podía soportar. Pude sentir cómo el fuego se apoderaba de mis sentidos. Sólo quería estar con ella, así el mundo se hubiese derrumbado a nuestros pies. Hicimos el amor de la forma más feroz que puedas imaginarte... La bardo pensó que no le quedaba mucho espacio para la imaginación ya que todo se lo estaba explicando ella, con pelos y señales. – Si sientes todo eso por ella ¿qué haces aquí? –preguntó llena de amargura.– Vete, Xena, ve a buscarla. Quiero que seas feliz... No lloraba al decirlo, era sincera y sus palabras tenían una fuerza inusitada. Gabrielle había dejado de ser una niña hacía tiempo, lo sabía, pero aquella actitud, aquella convicción al hablar... Era una nueva mujer, valiente, completa y, ahora lo reafirmaba, la amaba. – Estoy aquí porque... me he dado cuenta que el amor que sentía por ella te pertenece a ti. Después de hacer el amor con ella no había nada, sólo una sensación de vacío que se apoderaba de mí y así sucedía siempre. Pero no quería reconocerlo porque entonces pensaba que eras tú y no podía ser verdad que sintiese ese vacío junto a ti... Es ahora, mirándote, sintiéndote tan cerca, tan... V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m En ese momento llegó Solari y las interrumpió. – ¡Xena! Se acerca Callisto. Ya logró salir de la cueva. Tenemos que tomar nuestras posiciones ahora mismo. – ¡Vamos! –Dijo Xena, secandóse una lágrima que apenas se comenzaba a formar en sus ojos claros. Gabrielle se quedó allí plantada, viendo como Xena se alejaba corriendo. – Bueno, supongo que el deber llama. 8.2. Callisto llegó al campamento amazona convertida en una ráfaga de fuego. Al instante todas las arqueras lanzaron sus flechas. Las otras guerreras, comandadas por Xena, arrojaron brea caliente sobre su cuerpo. Con una flecha ardiendo le prendieron fuego. Al instante su hermoso cuerpo era una antorcha gigante y, en pocos segundos, empezaba a derretirse ante la mirada de satisfacción de las amazonas. Todas gritaron eufóricas por su triunfo y lanzaron vivas al ingenio de Xena. Pero el cuerpo de Callisto se convirtió en un delgado hilo metálico, parecido al mercurio, que se dirigió hacia Xena. Cuando llegó a sus pies, tomó la forma de Callisto. – Hola cariño, ¿me extrañaste? –dijo Callisto sonriente. – Claro que sí. –respondió Xena con un timbre de tristeza. Por primera vez se lo decía de verdad. Y la diosa lo supo. Se miraron a los ojos durante unos segundos eternos. Xena se hundió en la cueva oscura de sus ojos, se vio cayendo, perdida, en un estómago vacío que la engullía y la destrozaba. Por un momento perdió la conciencia de donde estaba, sintió vértigo. Una voz la llamaba de lejos, era Gabrielle. Callisto la tomó por los brazos evitando que se cayera al suelo, entonces volvió en sí, vio a la diosa delante de ella, sonriente, invencible y comprendió que lo que había visto era lo que le esperaba junto a ella. Intentó apartarse de Callisto pero se sintió débil, como si le hubieran absorbido toda la energía. Entonces la guerrera rubia dijo: – Bien, creo que voy a dejarte sola un ratito, querida. No te muevas de aquí. Saltó tirando rayos y fuego por todas partes. Se divertía haciéndolo. Las amazonas corrían de un lado a otro gritando, escondiéndose. Era imposible presentarle batalla. – Si les pareció que la idiota de Velasca era fuerte, esperen a ver mis poderes. Entréguenme a la rubia y les prometo que no las dañaré... demasiado. –dijo Callisto riendo a carcajadas. Xena no podía moverse. Contemplaba el desastre clavada al suelo, recuperándose lentamente. El campamento quedó convertido en ruinas en pocos segundos y las guerreras amazonas disminuían cada vez más. Gabrielle salió al encuentro de la diosa enloquecida dispuesta a sacrificarse por sus hermanas amazonas y por su guerrera. – ¡Aquí estoy! Soy tuya pero deja a mi pueblo en paz. – Vaya, vaya. ¿A quién tenemos aquí? Pero si es la pequeña comadreja. Me conmueve tanta valentía... –dijo acercándose a ella como una ráfaga de viento. Xena dio un salto para aterrizar entre ella y la bardo y dijo: – No voy a permitir que le hagas daño. Antes tendrás que matarme.
  • 23. – Sabes bien que no puedo matarte pero en algún momento tendrás que bajar la guardia. Xena tomó a Gabrielle por la cintura y la lanzó haciéndola caer sobre Argo, después, con un salto doble, fue a caer también sobre la yegua, detrás de la asustada bardo. Espoleó al caballo y se alejaron de allí al galope. Callisto gritó: – Puedes correr pero no puedes esconderte, no de mí. De nuevo se convirtió en un huracán y las persiguió. Ellas cabalgaban desesperadas pero Callisto las alcanzó cuando llegaron al lago. – ¿Esto es una fiesta privada o puedo unirme a vosotras? –Dijo Callisto con tono irónico. La princesa guerrera tomó su espada y le hizo frente. – No quiero que le hagas daño a Gabrielle. – Ella es el único obstáculo que hay entre tú  y yo, ¿no te das cuenta? –dijo Callisto con sinceridad. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m – No, Callisto, te equivocas: entre tú y yo está mi pasado y el tuyo. –replicó Xena lanzando un golpe con su espada. LA diosa detuvo el golpe con su filo. – No me importa tu pasado. – Sí te importa. Aunque te esfuerces ¡nunca podrás perdonarme! –exclamó con el esfuerzo de la lucha. La golpeó en el abdomen. – Xena, te amo... –dijo Callisto , agachada por el golpe. Xena se detuvo, la miró a los ojos pero esta vez no se dejó caer en ellos. – Yo creí amarte pero mi amor es de Gabrielle. –replicó con seguridad. Al oír esto, la diosa se levantó de un salto gritando como un animal herido de muerte. Sus ojos echaron fuego. Xena lanzó su Chakram contra una cuerda que, al romperse, activó una catapulta que lanzó una gran piedra contra Callisto. Ésta fue arrojada al agua. La piedra la mantuvo en el fondo del lago pero Xena y las Amazonas no gozaban de mucho tiempo para retener a Callisto. – ¡Ares! –vociferó Xena buscando al dios de la guerra. Éste apareció con las Parcas.– Hazlo Ares. – Es tu turno de cumplir con el trato... –dijeron las Parcas. – No, no lo haré. Ya tengo lo que quería. Xena recuerda su pasado y si Callisto mata a la pequeña, Xena volverá a lo que era antes. – ¡Tendrás que hacerlo o sino lo haré yo y te enseñaré a ser un dios con palabra! –gruñó Zeus desde el Olimpo. Ares dijo cabizbajo como un niño con rabietas. – Esta bien lo haré. Pero esto no termina aquí. Entonces Ares convirtió el lago en hielo, de tal manera que sólo un dios tan fuerte como Zeus pudiera descongelarlo. Callisto se fue congelando lentamente y las Parcas aparecieron a su lado. – Tú plan falló... –le dijeron las Parcas dispuestas a cobrar la apuesta. – Ya lo sé, es demasiado obvio. Déjenme adivinar: ¿mi destino será que me quede aquí para siempre, mientras que Xena es feliz con la comadreja? – No: tu destino es morir a manos de la persona que más amas. Callisto abrió los ojos incrédula y dijo suplicante: – No, ustedes están equivocadas. ¡Xena no puede...! –terminó de congelarse completamente. – Creo que con esto bastará... –dijo Ares desapareciendo y saludando a Xena con la mano.– Bienvenida, Xena... La princesa guerrera se giró hacia Gabrielle. – Bien, creo que esto ya terminó. – No, aún no ha terminado. Tenemos una conversación pendiente tú y yo. –replicó la bardo.– Tenemos que ponerle un fin a la historia, Xena... – Sí, lo sé... – Te quiero, Xena.
  • 24. – Ahora lo sé pero tengo miedo... – ¿Miedo? ¿Tú que te atreves a luchar contra dioses, a arriesgar tu vida tienes miedo de mi amor? –preguntó incrédula. – Gabrielle, yo también te amo pero yo no quiero que nuestra relación se convierta sólo en sexo... Quiero que me ames, no que sólo me desees; quiero que estés segura de lo que sientes por mí, quiero que cuando te bese sientas que puedes morir en ese instante y no te importe, quiero que cuando me mires descubras todo lo que siento por ti, quiero que hacer el amor sea una consecuencia y no una causa de nuestro amor. – Todo eso ya lo siento por ti, amor mío... –Gabrielle la abrazó y se fundieron en un cálido y largo beso. De pronto se separó de sus labios, la miró de hito a hito y exclamó sonriendo con picardía:– Pero ¿habrá sexo también, no? Riendo y jugueteando se sentaron sobre la hierba. El atardecer que tantas veces habían contemplado, fue testigo por primera vez de su amor abierto y espontáneo, de sus caricias. Ahora estaban seguras de que nada ni nadie podía interponerse en el cariño que sentían y que crecía a pasos agigantados hacia un inmenso amor. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Pero eso... es otra historia. <-- Anterior FIN TU OPINIÓN EN EL FORO