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Se recomienda leer las renuncias o disclaimers. Gracias.

El Renacer de la Amistad por Maggie

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Si quieres dar tu opinión sobre la misma, hacer algún comentario o recibir información sobre la actividad de
nuestro grupo de traducción de fan fictions de Xena, Warrior Princess, escribe un e-mail
a: xenafanfics@hotmail.com o visita nuestra página web en: http://www12.brinkster.com/xenafanfics.
Descargo: Estos personajes, así como las referencias a las anécdotas difundidas aquí, pertenecen a
MCA/Universal y Renaissance Pictures; no pretendo infringir los derechos de autor. Las otras partes me
pertenecen. Pensad en esto como las divagaciones de una mente desocupada.

Dedicatoria: Esta historia está dedicada, en señal de agradecimiento, a mi amiga LMC, cuyo cálido y generoso
corazón ha provocado un renacimiento de mi propio espíritu. Su ternura y amable afecto, han dado nueva vida a
una visión torpe de la amistad a la que he estado a punto de rendirme. Gracias, amiga, por hacerme recuperar mi
fe en el concepto.

Sólo para que conste: El compañerismo (la amistad) no es sólo lo que decimos, o lo que no decimos, las cosas
que recordamos o las que a veces olvidamos. No significa aferrarnos a los tiempos en que no recibimos lo
suficiente, o a los momentos en los que conseguimos menos de lo que nos esperábamos. La verdadera amistad
consiste en extender tu corazón a otro ser humano sin esperar absolutamente nada a cambio salvo lo bueno que
pueda ofrecer. Si tus amigos saben eso, lo serán hasta que todos nos volvamos a reunir en los Campos Elíseos.
Observa cómo lo llevan a cabo estas dos. Lo consiguen con cariño. MMG.
Clasificación:

Autora: Maggie.

Traductora: Equipo de Xenafanfics.

Título original: - Copyright Julio 1997.

El Renacer de la Amistad.

Prólogo.
El corrimiento de tierras fue repentino y feroz. Retumbó ladera abajo, llevándose pequeños árboles, arbustos,
césped, raíces, gravilla suelta de cualquier otra materia que no estuviera asegurada a lo largo del camino. Las dos
mujeres caminaban por un sendero estrecho y sólo dispusieron de un instante para girar sus ojos asustados hacia el
inminente peligro que suponía la estruendosa acometida.
La atención de la guerrera se centró inmediatamente en el aterrado caballo encabritado que la antecedía. Argo se
alzó y pataleó al aire, tensando después las riendas que sujetaba su resuelta dueña. Por el hecho de haber enrollado
fuertemente las bridas a su mano en el momento de la explosión, las acciones del despavorido animal provocaron
que Xena fuera empujada duramente hacia delante y arrastrada por tierra una distancia no muy amplia.
Tras unos instantes extremadamente incómodos, la guerrera se esforzó por ponerse en pie y llegar a calmar a su
frenética montura. Se volvió para localizar a Gabrielle y su corazón cayó vertiginosamente al fracasar en la
búsqueda de la pequeña forma de su rubia amiga.
Gabrielle estaba a sólo dos pasos tras ella cuando la cacofonía estalló en erupción sobre ellas. La bardo
permaneció quieta por un momento, entonces se encogió ante la ruidosa devastación que se cernía alrededor de
ella. Se cubrió la cabeza con los brazos para protegerse y, haciendo esto, dejó caer el cayado que se había
convertido en una parte esencial de su persona.

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Las moribundas ruinas arrastraron sus pies y la tiraron violentamente, cayendo sobre su espalda y presionando el
aire de sus pulmones. Escuchó el repugnante sonido de su propio cráneo golpeándose contra el duro suelo y luchó
instintivamente por recobrar la conciencia, al tiempo que se esforzaba por recuperar el aliento.
Los implacables cascotes se arremolinaron contra aquella delgada figura que se hallaba postrada boca abajo,
empujando a la pequeña bardo hacia la orilla del camino. Al tiempo que comenzaba a recobrar la percepción, se
dio cuenta de que estaba siendo empujada hacia el borde del precipicio. La bardo trató denodadamente de
combatir aquella carga, pero pesaba más que ella. Entonces, mientras Xena observaba impotente, la pequeña rubia
desapareció lentamente por la ladera de la montaña, gritando desesperadamente a su amiga.
 

Capítulo 1.
 

—¡Gabrielle! —gritó Xena, corriendo hacia el borde del camino. Se preparó para un horripilante espectáculo al
otro lado de la montaña y tragó saliva ante la agradable sorpresa de ver a su amiga aterrorizada aferrándose
desesperadamente a la larga raíz de un árbol que sobresalía por la ladera de la montaña. Xena se tiró al suelo,
intentando alcanzar frenéticamente a la joven bardo. Blasfemó enérgicamente cuando su brazo extendido falló al
intentar acercarlo a ella. Retiró su brazo, luchando por mantener el equilibrio sobre aquella tierra quebrada y
cubierta de grava—. ¡No te muevas! —gritó a la aterrorizada chica. Gabrielle lanzó una mirada vaga en la
dirección de la que provenía la voz de la guerrera, enroscando frenéticamente sus brazos en torno a la raíz del
árbol para afianzarse.
—Xena —gimió la pequeña bardo—, por favor, ayúdame —pateaba con sus botas la escarpada superficie del
risco, tratando desesperadamente de ganar pie en la accidentada superficie.
—¡Resiste! —gritó de nuevo la guerrera, con el corazón palpitando de miedo.

Xena se puso de pie de un salto y se giró hacia la yegua, ahora parada tranquilamente en el camino.
Apresuradamente tiró de la cuerda enrollada en la tachuela y ató fuertemente uno de los extremos al cuerno de la
parte delantera de la montura. Rápidamente desenrolló más cantidad de cáñamo, atando a su cintura la parte media
de la cuerda y recogiendo el resto con una mano.
—Atrás, Argo—, dijo suavemente a la yegua, y ésta dio varios pasos lentamente hacia atrás, tensando la cuerda
entre ella y la guerrera. Con inquietud, Xena se giró hacia el borde del camino, inclinándose para ver a Gabrielle.
La chica se las había arreglado para clavar el pie en un pequeño hoyo en la terrosa pared frente a ella, aún con
ambos brazos enroscados alrededor de la dentada raíz.
—Estoy llegando, Gabrielle —anunció a la atemorizada muchacha—, agárrate. Ya bajo para alcanzarte.
Xena, en el borde, giró sobre su espalda y enrolló el largo de la cuerda entre su cintura y el estribo de la silla. Pasó
los pliegues de la cuerda sobre su hombro y se giró otra vez hacia el caballo.
—Afloja, Argo. —El caballo dio un paso indeciso hacia su ama.
Xena aseguró sus pasos sobre la ruta y se desplazó abajo por un lado de la montaña, deslizando sus pies a lo largo
de la superficie rugosa de la cima, mientras sus fuertes manos agarraban la tensa cuerda que se iba deslizando por
su cintura. Su descenso proseguía mientras Argo avanzaba regularmente hacia el borde de la cima, respondiendo
exactamente a las órdenes de la guerrera.
—Adelante, Argo —gritó la mujer cuando su cuerpo consiguió acercarse a la figura temblorosa de su amiga—.
Otra vez —ordenó la guerrera. El caballo avanzó otro paso hacia la voz, y la mujer tensó sus piernas contra el
lado de la roca. —¡Resiste, Argo! —gritó Xena cuando la piedra de pizarra bajo sus pies cedió a su paso,
haciéndola perder temporalmente el equilibrio. Cerró los ojos y giró el rostro mientras las esquirlas sueltas
golpearon sus brazos y el cuello, luego sacudió la cabeza con fuerza para desalojar los guijarros que habían saltado
hacia su cabello.

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Gabrielle gritó temerosamente cuando los escombros golpearon con fuerza su cuerpo en su camino por delante de
ella. Enterró la cara entre sus brazos, y reanudó su sujeción a la raíz del árbol. Cuando el torrente de grava
finalmente terminó, ella giró los suplicantes ojos hacia la figura cercana de la guerrera.
—¡Otra vez! —gritó Xena y el dorado caballo reaccionó, bajando a la guerrera más cerca de la pequeña bardo. El
fatigoso descenso marchaba fácilmente mientras la guerrera y la yegua coordinaban sus esfuerzos en una
maniobra continua. Después de varios angustiosos minutos, la guerrera alcanzó a la pequeña rubia. Xena le tendió
la mano a su amiga, apretando los dientes cuando sintió el violento temblor sacudiendo el esqueleto de la chica.
—Gabrielle —dijo con voz queda para calmar a la chica—. Está bien. —Envolvió apretadamente la esbelta
cintura con un fuerte brazo—. Suéltate, Gabrielle. Te tengo. —Tiró suavemente del pequeño cuerpo, pero los
brazos de la joven estaban cerrados alrededor de la raíz del árbol. —Gabrielle, suéltalo —imploró la guerrera—.
Por favor. Suelta el árbol.
Gabrielle estaba paralizada. Trataba desesperadamente de reaccionar ante las palabras de la guerrera, pero parecía
no poder librarse de su agarre sobre la escabrosa raíz. Sentía el fuerte brazo tirando de su cintura, pero su propia
histeria se negaba a permitirle reaccionar normalmente.
De repente el pánico agobió a la bardo.

—¡No! —sollozó y luchó violentamente contra el abrazo de la guerrera, cerrando sus rodillas sobre la rocosa
superficie ante ella. Xena rápidamente soltó a la joven y colocó una apacible mano sobre la rubia cabeza.

—De acuerdo —canturreó—. Vale, espera sólo un minuto. —El miedo de la bardo disminuyó levemente. Sus
sollozos disminuyeron y ella enterró la cara entre sus brazos de nuevo.
Xena apoyó sus pies contra la ladera de la montaña y levantó la totalidad de la cuerda de su hombro.

—¡Aguanta Argo! —gritó hacia el borde de la montaña. Sintió la cuerda que rodeaba su cintura tensarse.
Inclinada hacia atrás y sujetándose con fuerza a la cuerda, despacio, con mucho cuidado hizo un lazo con la soga
alrededor de la bardo. Mientras lo hacía, hablaba suavemente al rígido cuerpo de su amiga.
—No te preocupes. Sólo voy a atar esto alrededor tuyo, ¿vale? Simplemente relájate, ¿me entiendes? Re-lá-ja-te.
La bardo levantó despacio la cabeza, el terror se retiraba de sus ojos. La voz tan calmada de la guerrera estaba
teniendo el efecto deseado. La chica levantó la mirada, aún adormecida, para seguir las acciones de la mujer a su
lado.
—Vas a estar bien —la voz de la guerrera era calmada y firme—. Las dos vamos a estar perfectamente.
Cuando la cuerda estuvo asegurada, Xena colocó la palma de su mano debajo del tembloroso mentón. Sus ojos
verdes giraron lentamente hacia la fuente de esa voz tan líquida. Antes de que la bardo pudiese fijarse en los ojos
azules de su amiga, la guerrera soltó un rápido pero efectivo codazo en las mandíbulas del joven rostro. La cabeza
de la bardo rebotó, después su pequeño cuerpo se desplomó limpiamente, sus fuertes brazos liberando lentamente
la áspera raíz del árbol.
En un instante, Xena reunió el cuerpo junto al suyo, sintiendo la cuerda entre ambas empujando contra su cadera.
Giró a la bardo para tener su cara frente a ella, colocando los brazos de la chica sobre sus propios hombros y
colocando con cuidado la rubia cabeza contra su cuello. Haciéndolo con rapidez, enrolló la cuerda que sobraba
alrededor de ambas, asegurando a la pequeña bardo fuertemente contra su propio cuerpo.
Abrazando a la bardo con un solo brazo, tiró de la cuerda tensada que estaba delante y miró hacia el borde del
acantilado por encima de ellas.
—¡Atrás, Argo! —su orden fue clara y sintió la cuerda empujándola hacia arriba a lo largo del borde de la
cumbre. Mientras se acercaban a la cima, susurró en voz baja al cuerpo inmóvil que sujetaba—: Ya casi estamos,
amiga mía. —La bardo se agitó ligeramente. Xena la sujetó con más fuerza alrededor de la esbelta cintura. Pronto
podría ver la cabeza dorada de su yegua por encima del borde del camino—. Buena chica, Argo. —La guerrera
intentaba animar al animal, que seguía tirando de ellas hacia atrás ininterrumpidamente.

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Capítulo 2.

Xena cayó de rodillas sobre el rocoso sendero, tratando de calmar sus sentidos. Su corazón estaba disparado y sus
pulmones sin aliento. Durante unos pocos minutos, había luchado contra el pánico cegador que la había alcanzado
cuando vislumbró por primera vez a Gabrielle colgando de la raíz de aquel árbol en un lado de la montaña.
Sacudiendo la cabeza, echó un vistazo con muchos nervios hacia la aún inconsciente bardo, enrollada entre sus
brazos. La guerrera aflojó lentamente la cuerda que aseguraba el pequeño cuerpo de la rubia contra el suyo, y lo
depositó en el suelo.
—¿Gabrielle? —llamó la guerrera, acariciando suavemente el joven rostro—. ¿Gabrielle? —dijo de nuevo,
observando más de cerca la esbelta figura en busca de alguna reacción. Finalmente, las rubias pestañas se
movieron y sus ojos verdes se abrieron vagamente. La chica exploró con su mirada la zona alrededor de ellas, para
descansar finalmente en el preocupado rostro de la guerrera. Una ligera sonrisa iluminó el broncíneo rostro—.
¿Estás bien?
La pequeña bardo tragó saliva y arrastró su mano sobre los ojos. Parpadeó de nuevo e intentó enfocar su mirada
en aquellos preocupados ojos azules que la observaban. Xena puso sus manos en los delgados brazos de la bardo e
intentó ayudar a su amiga a sentarse. Seguía sin haber respuesta de la aturdida bardo.
—¿Cómo te sientes? —preguntó la guerrera. Ni una palabra de la habitualmente locuaz rubia. Pasaron unos largos
momentos mientras los sonidos del camino repiqueteaban alrededor de ellas. Finalmente Argo empujó ligeramente
la espalda de la guerrera y la mujer se giró hacia el animal. Se puso en pie y acarició la cabeza de la orgullosa
yegua.
—Gracias, chica —dijo suavemente la guerrera, enterrando su rostro entre las plateadas crines—, de las dos —
acarició el vigoroso cuello enterrando sus lágrimas en el dorado pelaje—, tú has sido la verdadera salvadora.  
Xena respiró hondo y se giró hacia la chica, aún sentada vacilante en el suelo detrás de ella. Luchando contra sus
nervios, tendió una mano a la bardo. Gabrielle miró la mano un instante, y después a la mujer que la extendía.
Dejó que la mujer tirara de ella. Cuando estuvo de nuevo en pie, apartó bruscamente la mano y con aire distraído
quitó la suciedad y los escombros de sus ropas.
Xena desató la cuerda que rodeaba su cintura y soltó el extremo asegurado en el cuerno de la montura. Cuando
hubo recogido la cuerda, caminó hacia el borde del sendero y recuperó el cayado de la bardo, para después tender
la vara a la chica. Aquellos ojos verdes estudiaron el palo un instante, y finalmente se extendió para aceptarlo de la
guerrera.
Mientras la guerrera se volvía hacia el caballo y ataba la cuerda enrollada en el costado de la montura, habló
casualmente.
—Será mejor que encontremos un lugar donde acampar. Se está haciendo tarde —dijo, esperando que su tono
calmado aflojara la tensión en el ambiente— ¿Estás lista?
Recogió las riendas que se hallaban sueltas alrededor del cuello del caballo y se giró para encontrar a la pequeña
rubia inmóvil, mirando confusa aquel palo entre sus manos. Xena observó a la chica; un punzante temor regresó
en su interior. Entonces los verdes ojos devolvieron una mirada aturdida a la guerrera.
—Sí, de acuerdo —dijo la bardo, con una risa nerviosa tras sus palabras temblorosas. Lanzó otra desconcertada
mirada alrededor y se movió para seguir a la guerrera y al caballo.
Mientras el trío se alejaba lentamente de aquel lugar aterrador una pequeña ola de cascotes cayó rozando la ladera
de la colina salpicando el suelo tras ellas.

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Media hora después, Xena continuaba observando nerviosa a la silenciosa bardo, sentada tensa sobre una gran
rama caída mientras jugaba con varias ramitas entre sus temblorosos dedos. Había realizado un rápido examen del
pequeño cuerpo, tratando de determinar si la chica había sufrido daños serios durante su tortura con la raíz del
árbol. La guerrera se sintió un poco culpable cuando notó el moratón apenas perceptible que se había vuelto
evidente a lo largo de la mandíbula del joven rostro pero, a parte de unos pocos rasguños y cortes en brazos y
piernas, que únicamente habían requerido una menor consideración y una pequeña aplicación de ungüento
calmante de hierbas, la bardo había salido prácticamente ilesa gracias a su experiencia.
Era la falta de conversación lo que desconcertaba a la guerrera.

Mientras disponía las ramas secas en un montón para encender el fuego, Xena vio a su amiga rastrear el
campamento con una mirada de preocupación. La chica parecía aturdida; su rostro contenía la inquieta mirada de
quien acaba de despertar de un sueño realmente perturbador.
La guerrera se puso en pie y cruzó el campamento, agachándose de nuevo para recuperar el cayado abandonado
de la bardo. Sujetando el arma, caminó de vuelta hacia la pequeña rubia y con cuidado depositó la vara al lado de
la nerviosa chica en la rama del árbol. Se arrodilló frente a la bardo y puso una tentativa mano sobre las nerviosas
manos que temblaban en su regazo. Observó la sorprendida mirada caer sobre su mano y después subir de nuevo
para encontrarse con sus propios ojos azules. Sonrió cariñosamente al joven rostro, esperando el comienzo de la
usual disertación sobre los eventos del día a la cual, debía admitir, se había acostumbrado, y que ahora deseaba
sinceramente que le relatara su pequeña acompañante.
Lo que vio en el dulce rostro fue un enorme grado de confusión y un alarmante nivel de miedo. La nerviosa risa
de Xena rompió el silencio en el claro.
—Nunca pensé que un día llegaría a decir esto —la guerrera dijo suavemente. La expresión de la chica cambió
ligeramente mientras esperaba a que la guerrera continuase. La alta mujer sonrió ampliamente mientras miraba
directamente a los ojos verdes y decía—: háblame.
La reacción de la bardo ciertamente no fue la que la guerrera hubiese previsto. Los verdosos ojos permanecían
vacíos y totalmente inconscientes. Si era posible, mostraban aún más confusión. La sonrisa en el moreno rostro se
disolvió lentamente mientras la tensión se formaba en el pecho bajo el traje de cuero.
—¿Gabrielle? —pronunció la guerrera en una voz ahora teñida de preocupación—. ¿Qué pasa?

La pequeña rubia tomó una lenta, profunda inspiración y buscó los ojos azules clavados en los suyos. Mostrando
una insegura sonrisa que únicamente resaltaba el pánico tras sus ojos, la bardo sujetó fuertemente los delgados
dedos de la guerrera.
—Ya que continúas llamándome así, deduzco que ése es mi nombre. ¿Verdad?

El corazón de la guerrera latía con fuerza contra sus costillas. Su boca cayó abierta y sus ojos se agrandaron por la
sorpresa.
—Sí, ése es tu nombre —dijo con tono asombrado.
—De acuerdo. Yo soy Gabrielle —la joven rubia dijo insegura. Los verdes ojos recorrían el moreno rostro—.
Entonces, ¿quién eres tú? ¿Por qué estamos aquí fuera, en medio de ninguna parte? ¿Y por qué sigues intentando
darme ese palo?
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Continuación...
Capítulo 3.
Xena observó con la boca abierta la cara de su mejor amiga. Sintió como un agobiante entumecimiento se posaba
sobre ella y se dio cuenta de que sus manos estaban ahora temblando. Se dejó caer hacia atrás bruscamente,
sentándose en el suelo, un agudo zumbido sonando en sus oídos. Respirando pesadamente, sus ojos azules
parpadearon rápidamente en un intento de recuperar su propia conciencia. Finalmente forzó una inspiración a
través del nudo que amenazaba con cerrar su garganta.
—Mi nombre es Xena —la guerrera susurró, su voz temblando en alarma.

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La joven bardo observó de cerca la reacción de la mujer. Sintió una desconcertante preocupación por la persona
tan obviamente aterrada en el suelo a sus pies. Sin saber por qué, la pequeña rubia se inclinó para calmar la alarma
que podía ver en los ojos de la mujer. La alta guerrera tomó la pequeña mano en su callosa palma y sintió el
paralizador miedo que contraía, su pecho disminuir ligeramente.
Los ojos de Gabrielle viajaron sobre el atónito rostro de la mujer en frente suyo. Su expresión era cálida, su usual
amabilidad irradiaba a través de su aún insegura sonrisa. Lentamente retiró su mano de la de la guerrera y rodeó
sus rodillas con los brazos.
—Obviamente eres una guerrera —la pequeña rubia dijo, sus ojos se posaron momentáneamente sobre la funda de
espada atada a la espalda de la guerrera—. Las armas, la armadura… esa cosa redonda en tu cinturón. —La mujer
en el suelo esperó, sin palabras, abatida por la impersonal cualidad del tono de la joven mujer.
—Bueno, Xena —la pequeña bardo dijo suavemente, como si estuviese presentándose a un extraño—. Supongo
que debería agradecerte que salvaras mi vida —la gentil, educada sonrisa en el rostro de la bardo hizo que a la
guerrera le doliera el corazón—. Gracias… Xena, —la chica dijo vacilantemente, la falta de reconocimiento en su
voz envió el corazón de Xena hasta sus rodillas.
—De nada —replicó Xena titubeando, su propio desconcierto limitando sus palabras aún más de lo usual.

Las dos mujeres estudiaron la cara de la otra durante largos, cargantes momentos. Finalmente la pequeña bardo
tomó otra corta inspiración. Giró la cabeza para mirar a la yegua color miel que se encontraba silenciosamente
pastando la jugosa hierba que rodeaba el claro del campamento. Se giró de nuevo hacia la guerrera aún sentada
inmóvil en el suelo.
—¿Tu caballo? —la chica preguntó, gesticulando con el pulgar en la dirección del animal.

Xena asintió sin decir nada, entonces se pasó la lengua sobre los resecos labios. Sintió otra ola de asombro
mientras veía como la joven rubia al otro lado del campamento acariciaba el suave cuello de la yegua. Gabrielle
frotó el suave hocico del caballo y habló gentilmente al animal.
—Debería darte las gracias a ti también… —la chica dirigió una inquisitiva mirada hacia la guerrera.
—Argo —Xena ofreció.

—Argo —repitió la chica, girándose de vuelta a la yegua. Sonrió cuando el dorado corcel relinchó ligeramente
contra su pecho—. Gracias —la pequeña bardo frotó la crin, entonces se giró con una nerviosa mirada de nuevo
hacia la mujer vestida de cuero.
La joven bardo distraídamente frotó sus ojos con el dorso de su mano. Los sentidos de Xena finalmente
despertaron. Estiró sus largas piernas, enderezó su espalda, se puso en pie y caminó hacia la joven mujer.
—¿Te encuentras bien? —preguntó a la chica, sus habituales reflejos regresando. Posó una tentativa mano sobre el
delgado brazo de la bardo—. ¿Te duele algo? —la guerrera estudió el rostro de la joven bardo. En cuanto la chica
se giró hacia ella, el corazón de la guerrera se sobresaltó al ver el terror en los suaves, verdes ojos.
—No estoy segura —la pequeña rubia dijo—. Mis hombros están un poco doloridos. Y tengo un nudo aquí detrás
—confesó, señalando hacia la parte de atrás de su largo cabello rubio.
La guerrera se acercó para examinar la parte de atrás de la cabeza de la chica. Sus dedos encontraron un área
ligeramente hinchada en el cráneo de la bardo, pero decidió que no era lo suficientemente serio como para
preocuparse especialmente. La chica estaba obviamente consciente y por lo demás no estaba herida físicamente.
Sobre su falta de memoria... el corazón de la guerrera saltó en su pecho. Tan sólo podía esperar…
Gabrielle pasó su mano por su mandíbula, frotando el área cuidadosamente.
—Y mi mandíbula está realmente dolorida también —dirigió una confusa mirada hacia la morena cara cerca de la
suya—. ¿Me pegaste o algo así?

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El pecho de Xena se oprimió mientras daba un paso atrás, ligeramente perturbada por la pregunta. Tragó y bajó su
mirada hacia sus propios dedos, entonces miró arriba de nuevo para encontrarse con los cautelosos ojos verdes.
—Sí —la guerrera dijo arrepentida. Su corazón latía fuertemente ante la leve acusación en la verde mirada de la
bardo—. No querías soltar la rama del árbol y… —la voz de la guerrera vaciló—. Tenía que sacarte de allí. Tenía
que conseguir que la… soltaras de algún modo —sus palabras  menguaron bajo el escrutinio de la fija mirada de
la joven mujer.
La bardo continuó estudiando el contrito rostro. Sus instintos le decían que éste era un honorable individuo, sin
embargo las armas y la reservada actitud formaban una extraña paradoja frente a la ternura que la mujer había
empleado al atender sus arañazos en brazos y piernas.
Gabrielle asintió, evidentemente satisfecha con la respuesta de la guerrera. Después de un momento, dio la espalda
a los ojos azules y avanzó unos pocos pasos indecisos hacia la hoguera, entonces se detuvo para dejar su mirada
viajar por el área alrededor del campamento. Xena vio cómo los asustados ojos observaban los alrededores y notó
la rápida, cortada respiración que le había sobrevenido al comportamiento de la bardo. Esperó, aún en posición
tras la joven rubia, no queriendo entrometerse por miedo a dificultar la recuperación de la chica.
De repente, la bardo cubrió su cara con sus temblorosas manos y la guerrera instintivamente se movió para rodear
la llorosa forma entre sus brazos. Retrocedió un poco cuando la chica se tensó ligeramente.
—Está bien, Gabrielle —la guerrera susurró gentilmente—. Lo resolveremos. No pasa nada.

Gabrielle elevó sus lacrimosos ojos a los compasivos ojos azules de la guerrera que ahora la sujetaba tiernamente.
Sintió una rara seguridad entre el abrazo de la mujer, un extraño consuelo emanaba de esta figura más bien
contradictoria. Casi en contra de su propia voluntad, la pequeña bardo rodeó con sus brazos la cintura de la
guerrera y se acurrucó cómodamente contra el duro metal que cubría el torso de la mujer.
—Estoy tan asustada… —la pequeña bardo lloró tristemente—. No te recuerdo. ¡No recuerdo nada!

La pequeña forma tembló entre los brazos de la guerrera. Xena sujetó el pequeño cuerpo cuidadosamente, usando
una mano para acunar la rubia cabeza contra ella. Se movió delicadamente hacia la hoguera, depositando
lentamente a la temblorosa bardo sobre las mantas extendidas cerca de las llamas. La pequeña bardo se sentó
agotada, usando sus manos para limpiar las lágrimas del rostro. La guerrera se acuclilló encarándola, sus ojos
azules preocupados y comprensivos. Después de unos momentos, Gabrielle miró de nuevo a la morena mujer.
Gabrielle estudió los amables ojos azules fijos en su cara. Su mente se estaba esforzando dolorosamente por
identificar la profunda conexión que sentía por esta mujer que ahora le ofrecía tal consuelo. «¿Por qué no puedo
recordarla? ¿Por qué el contacto con esta persona me afecta tan profundamente?» la bardo se preguntaba. Sintió
cómo comenzaba a devolverle la gentil sonrisa a la mujer. Toda la incertidumbre que había sentido antes se
desvaneció cuando vio el honesto afecto brillando en la límpida mirada azul de la guerrera vestida de cuero. Tomó
la mano de la mujer sin reservas ni dudas.
Xena esperó pacientemente hasta que vio la calma retornar a la expresión de su amiga. Se puso en pie y cruzó el
campamento, regresando para entregarle a la bardo un odre de agua y un suave trapo limpio de las bolsas. La
guerrera se sentó con las piernas cruzadas junto a la chica, sus delgados antebrazos apoyados en sus lisos muslos,
sus largos, delgados dedos, entrelazados relajadamente. Mientras la chica tomó varias veces del agua fresca, y
secaba su rostro con el trapo, la guerrera ensayaba una sonrisa cariñosa en su preocupada expresión.
Después de otro momento, la temblorosa voz de la bardo se escuchó en el tranquilo claro.
—Debes de ser mi amiga —la chica dijo, observando con cautela los ojos azules. La emoción en su pecho se
desvaneció en cuanto vio la cálida sonrisa que le devolvió la guerrera.
—Mejor amiga —Xena dijo suavemente—. Tú y yo somos las mejores amigas.
Una suave risa escapó de la llorosa bardo. Apretó los delgados dedos descansando suavemente sobre su rodilla y
se relajó cómodamente contra el fuerte brazo que rodeaba sus hombros.
 

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Capítulo 4.
 

Gabrielle observó la actividad de la guerrera en la hoguera, sus ojos evidentemente entretenidos ante los extraños
esfuerzos de la delgada combatiente. Después de varios frustrados momentos, Xena se giró para encontrarse con la
sonrisa de la bardo.
—¿Qué?

La chica tímidamente se humedeció los labios, miró hacia otro lado, entonces devolvió una sonrisa juguetona al
ceño fruncido de la guerrera.
—No sé por qué pero tengo la impresión de que hay algo muy malo en esta situación.
La cara de la mujer morena se iluminó con una tenue sonrisa.

—Nunca fui muy buena cocinera —admitió con aflicción—. Ésa es usualmente tu especialidad.
La sonrisa de la pequeña rubia disminuyó un poco.
—¿Yo? —preguntó—. ¿En serio? ¿Yo cocinaba?

La guerrera asintió, devolviendo su atención al fuego.
—Si, y eras… eres muy buena.

La bardo parecía genuinamente sorprendida.

—¿En serio? —preguntó, sus ojos verdes agrandándose.

Xena se detuvo en su esfuerzo por mostrar una mirada seria a su amiga rubia.

—Muy buena. —Observó a Gabrielle considerar esta información. La mirada de la pequeña bardo recorría el
suelo del campamento, una confusión renovada se reflejaba en las verdes lagunas. La guerrera podía leer la
enloquecedora confusión en la expresión de la chica mientras esperaba a que la pequeña rubia realizara las
preguntas que claramente asomaban en su cara.
Después de un momento, la joven alzó sus ojos para mirar de nuevo a los de la guerrera.
—¿Era buena en algo más?

Xena sintió una fuerte tensión regresar a su pecho. Sus ojos azules clavados en el vulnerable rostro de su más
cercana y querida amiga. Dejó caer la fina rama que había usado para atizar las brazas y sacudió sus manos. Se
puso en pie y cruzó el campamento, recogiendo la colorida mochila de tela que la bardo habitualmente llevaba
colgado de su hombro.
—Cuentas grandes historias —la guerrera dijo, caminando de vuelta hacia la chica para dejar la bolsa suavemente
en su regazo—. Aquí. Léelas por ti misma.
Gabrielle aceptó la mochila tentativamente y suavemente tiró de las cuerdas de su apertura. La guerrera regresó a
la hoguera, observando furtivamente cómo la chica sacaba unos cuantos pergaminos enrollados de la bolsa,
seleccionaba uno y comenzaba a leer las palabras transcritas en la página.
Después de varios minutos, la pequeña bardo devolvió la mirada a la mujer junto al fuego. Los verdes ojos
brillaban y la chica tragó con fuerza.
—¿Éstos son míos? ¿Yo los escribí?

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La guerrera asintió, una suave sonrisa apareció en su cara.
—Los escribiste todos. Eres una bardo, Gabrielle. Eres una bardo con mucho talento.

La chica devolvió su atención al pergamino que sostenía. Xena decidió concentrarse en asegurar el pescado que
había conseguido en la parrilla sobre el fuego. Usó su daga para colocar la trucha mientras mantenía la vigilancia
sobre la chica en la manta. Mientras observaba, la expresión de la chica cambió de curiosidad a sorpresa y a
incredulidad, quedándose finalmente en un ceño fruncido con perplejidad. Envió una inquisitiva mirada hacia la
guerrera.
—¿Me inventé esto... o estas cosas nos suceden realmente? —la bardo bromeó débilmente.
La mujer junto al fuego sonrió. Dirigió gentiles ojos azules hacia la joven mujer.

—La mayoría de los… eventos sucedieron —dijo, riendo ligeramente—. Pero, sospecho que los puedes haber...
“suavizado” un poco, para hacer un “cuento” mejor. —La sonrisa de la guerrera se debilitó lentamente cuando
notó la preocupación en la expresión de la pequeña rubia. Comenzó a expresar otro comentario, entonces decidió
esperar a que la bardo siguiera con el tema.
La joven se había quedado callada de nuevo mientras su morena amiga detectó un grado de confusión regresar al
suave rostro. Gabrielle devolvió los pergaminos a la mochila con cuidado y se sentó en silencio, considerando la
información que había obtenido de los rollos de pergamino. Finalmente los ojos verdes se alzaron para encontrarse
con los azules de cristal una vez más. Mientras la guerrera miraba, un pequeño grado de calma se posó sobre el
joven rostro observando el suyo.
—¿Hemos sido... amigas durante mucho tiempo? —la joven preguntó suavemente.

—Hemos viajado juntas durante casi tres veranos —respondió Xena intentando mantener su voz ligera y casual—.
Hemos sido… hemos tenido algunas verdaderas… aventuras.
La guerrera sintió cómo su pulso se aceleraba en cuanto se dio cuenta de las posibles consecuencias del actual
estado de la memoria de la bardo, o de la falta de ésta, para ser más precisa. Era probable que los recuerdos de la
chica no regresaran y por lo tanto su concepto de  relación nunca volvería a ser parte de la conciencia de Gabrielle
de nuevo. Eso significaría que habría perdido a su mejor amiga de la forma más devastadora, no por ningún acto
de violencia o como resultado de ninguna enfermedad. Habría perdido los recuerdos de la bardo sobre su relación,
y más importante, el corazón de la chica y a la guardiana de su propia alma.
De repente la pequeña rubia chilló y señaló al humeante fuego junto a la guerrera.

—¡Hey! ¡La comida se está quemando! —rió mientras la alta mujer se giraba hacia las llamas.
Xena usó su daga y el delgado palo para intentar salvar el pescado pero pronto se hizo obvio que sus esfuerzos
eran en vano. Maldijo por lo bajo mientras metía un chamuscado dedo en su boca, entonces se dio la vuelta
avergonzada hacia la chica, que sonreía ampliamente desde la manta.
—Bien, ahora sabes por qué eres tú la que se encarga de la cocina —afirmó la guerrera con un poco de sonrojo en
su suave rostro. Raspó las partes quemadas de la parrilla sobre el fuego, entonces, sigilosamente, alzó el enrejado
de las llamas y se frotó las manos de nuevo. Exhaló un corto, exasperado suspiro y se puso en pie.
—Voy a ver si puedo conseguir más —dirigió una mirada inquisitiva hacia la bardo—. ¿Estarás bien tú sola
durante un rato? No tardaré.
La cara de la chica aún conservaba la amable sonrisa que había aparecido durante el forcejeo de la guerrera con el
pescado y las llamas. Estiró sus delgadas y musculosas piernas y se puso en pie, moviéndose hasta el lado de la
alta mujer.
—Ve, estaré bien —dijo riendo ligeramente. Con cuidado tomó la daga de la mujer y, agachándose, le ofreció el
pequeño tarro de cocina—. Trae un poco de agua —dijo ausentemente, entonces caminó hacia la esquina del
campamento—. Veré si puedo encontrar algunos champiñones y tubérculos salvajes para hacer un guiso.

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El progreso de la chica se detuvo abruptamente cuando se giró lentamente hacia la otra mujer. La lenta sonrisa de
la guerrera había comenzado a reaparecer en cuanto reconoció lo que las acciones de la bardo significaban. Esperó
a que la chica reaccionara.
—¿Tubérculos salvajes? —la chica preguntó suavemente. Dirigió una expresión turbada hacia la guerrera—.
¿Cómo supe de los tubérculos salvajes?

La alta mujer posó una gentil mano sobre el hombro de la joven rubia. Habló suavemente a los ansiosos ojos
verdes.

— Algunas cosas no se olvidan —dijo con sonrisa cálida—. Una buena cocinera un día, una buena cocinera para
siempre.
El nerviosismo de la bardo se desvaneció en cuanto vio el apoyo y el afecto irradiando de los ojos azul cobalto.
Una pequeña risa escapó de la chica cuando pareció aceptar la explicación. Entonces cuadró sus hombros y se giró
de nuevo hacia el bosque que rodeaba el campamento, marchando a completar su misión.
La guerrera tragó con fuerza mientras observaba cómo la pequeña rubia se alejaba, su visión borrosa por las
lágrimas que lentamente llenaban sus ojos azules.

—Sigue intentando, Gabrielle, —murmuró suavemente—. Sigue intentando recordar. Yo no puedo seguir adelante
sin tu espíritu brillando a mi lado.
 

Capítulo 5.

Las dos mujeres se encontraban disfrutando de su muy apetecible, aunque un poco retardada, comida. Xena había
regresado del arroyo cercano con otro cordel de truchas y la búsqueda de Gabrielle por el follaje adyacente había
producido, de hecho, un modesto grupo de champiñones salvajes y dos tubérculos de buen tamaño. La bardo había
cortado expertamente los vegetales dentro del recipiente que la guerrera había llenado de agua. Entonces,
añadiendo un puñado de especias y hierbas que había encontrado en una de sus bolsas, había producido un
delicioso y satisfactorio guiso. Durante toda la preparación, se había maravillado de su propio talento y el nivel de
capacidad que había demostrado.
«Supongo que tiene razón», pensó la bardo. «Evidentemente hay cosas que nunca olvidas».
Miró a la majestuosa mujer que saboreaba su asado al otro lado del fuego.
«Entonces, ¿por qué no puedo recordarla a ella, ni lo que significamos la una para la otra?», se interrogó la
joven. Estudió la cara de la guerrera a la luz de las danzantes llamas de la hoguera.
Xena podía sentir sobre ella la muda contemplación de la bardo mientras permanecía con la vista fija en el
pescado, sobre el plato de barro, que sostenía entre las manos. Sintió que el pulso se le aceleraba ante la incipiente
pregunta que bullía en el interior de la mente de la joven.
—¿Xena? —comenzó la bardo con voz débil y meditabunda. La guerrera levantó la vista hacia su mejor amiga—.
Tengo que preguntarte una cosa. —La leve risa de la bardo pasó flotando sobre el fuego—. Como si no fuese lo
que llevo haciendo todo el día —bromeó la muchacha con una brillante sonrisa iluminándole el rostro—. ¿Soy
así... regularmente?
Sus ojos se enternecieron.
—De hecho, sí —ironizó—. Pero tranquila —añadió en voz baja, inclinándose ligeramente hacia la bardo—. Esta
noche puedes hacer todas las preguntas que quieras.

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De repente, sus musculosos hombros se relajaron y dejó caer la vista al suelo. ¿Cuántas veces habían estado justo
así junto a un fuego, con la bardo tratando de sondearla una y otra vez y ella luchando por controlar su propia
impaciencia y participando a regañadientes? Su introspección disparó una enorme sensación de culpabilidad en su
interior al ser consciente de su frecuente y constante falta de sensibilidad.
Tras auto-reprenderse un momento, alzó sus pacientes ojos azules hacia la bardo.
—¿Y bien? —le dijo con dulzura—. ¿Qué quieres saber?

Contempló a la joven, que se esforzaba por encontrar las palabras adecuadas.

—¿Por qué estamos...? —comenzó la bardo, aunque se detuvo para reformular la pregunta. Sus ojos verdes se
volvieron hacia la guerrera—. ¿Qué es lo que "hacemos", exactamente? —concluyó con torpeza—. Quiero decir,
¿nos dedicamos a viajar juntas sin más o tenemos un... objetivo concreto?
La expresión de la chica era de honesta curiosidad, aunque la guerrera fue capaz de entrever una genuina
desesperación en su mirada.

Xena aspiró profundamente y trató de ordenar sus pensamientos, de dar una respuesta sincera al interrogante que
con tanta sinceridad había planteado la bardo. Sin embargo, se encontró a sí misma sintiéndose aún más inepta de
lo normal por su falta de capacidad para expresarse verbalmente.
«¿Que qué es lo que hacemos?», pensó con la pregunta de Gabrielle resonando en su cabeza. Dejó escapar otro
suspiro nervioso y volvió la mirada hacia la ansiosa cara de la bardo.
—Bueno —comenzó la guerrera con inseguridad—, viajamos de un sitio a otro para... ayudar a la gente.
Intentamos solucionar problemas y... situaciones que ellos... no pueden solucionar solos.
Contempló a la muchacha mientras ésta intentaba interpretar esta nueva información.

—Oh —dijo Gabrielle, asintiendo—. "Ayudamos" a la gente. —Repitió la frase de la guerrera con un tono
reflexivo y profundo y una expresión de contemplación y seriedad. Finalmente devolvió la vista hacia la mujer—.
¿Vienen a buscarnos o algo así? ¿O simplemente... viajamos hasta encontrarlos... por casualidad?
La pregunta era tan sencilla, una expresión tan clara del espíritu puro y limpio de Gabrielle, que hizo aflorar una
sonrisa al dulce rostro de la guerrera. La más sincera expresión de la chica respondió con calidez a la risa suave
de la mujer.
—Bueno, supongo que las dos cosas. A veces recibimos un mensaje de alguien que nos necesita —dijo con una
sonrisa adornando ahora sus cinceladas facciones—. Y otras es como si el "problema" nos encontrara a nosotras.
La risa de Gabrielle se unió a la de Xena con esta última y sutil frase. Se encontró a sí misma respondiendo a la
calidez que sentía en la forma de ser de la otra mujer. Aún no había sido capaz de establecer qué era lo que la
conectaba con tanta fuerza a aquella persona vestida de cuero, pero tampoco podía negar la innata confianza y la
fe ciega que sentía dentro ante la presencia de la mujer y su actitud para con ella.
«Sea lo que sea que hayamos compartido» pensó Gabrielle, «sé que esta persona es importante para mí, y yo
importante para ella». Ese convencimiento sembró un sentimiento de paz en la joven mujer, incluso con la mente
tan desorientada y agitada como la tenía en aquel momento.
Tras unos instantes, la bardo se pasó una mano por los ojos y dirigió una mirada a la mujer, al otro lado del fuego.
Xena contempló la fatiga dibujada en su rostro; reconoció las señales de agotamiento que delataban el formidable
esfuerzo que su amiga había realizado hasta entonces. Recordó que ella misma se había visto vencida en
ocasiones por la falta de esa reconfortante seguridad después de resultar herida en la batalla. No había nada más
aterrador que sentirse incapaz de recuperar la propia identidad de uno.
—Escucha, ¿por qué no descansas un poco? —propuso la guerrera. La muchacha dirigió una vaga expresión de
agradecimiento hacia la mujer—. Yo terminaré de recoger. Vamos, intenta dormir.
—De acuerdo —dijo Gabrielle suavemente, quitándose las botas. A continuación echó un rápido vistazo a la cama
que yacía frente a ella. Se volvió una vez más hacia la mujer, con una nueva pregunta escrita en los ojos.

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—Sí, es la tuya —contestó la mujer envuelta en cuero, anticipándose a ella. Se acercó para ayudar a la pequeña
bardo a ponerse cómoda sobre la manta y apartó con dulzura el pelo que le había quedado sobre la cara sonrojada.
Gabrielle aspiró profundamente y elevó la vista con confianza hacia la guerrera.
—Duerme un poco. Yo estaré aquí, no te preocupes. Estás a salvo, Gabrielle.

La sonrisa de la pequeña bardo atravesó el galante corazón de la guerrera. Luego, sus ojos verdes se cerraron y,
aparentemente, se durmió en seguida.
«Estás a salvo, Gabrielle». Las palabras de la guerrera resonaron con fuerza en el interior de su propia mente.
«¡Qué gran mentira!», se reprochó a sí misma la mujer. «¿Cuándo has estado a salvo conmigo?». Contempló el
hermoso rostro que quedaba junto al suyo. Lentamente, sus claros ojos azules comenzaron a llenarse de lágrimas.
Xena se sentó junto a su durmiente amiga un buen rato. Se levantó una sola vez para alimentar el fuego y volvió
deprisa para recolocar la delgada manta que la bardo había hecho a un lado al moverse. Conforme avanzaba la
noche, los sonidos del bosque se sumaron irónicamente a los ininterrumpidos reproches internos de la guerrera.
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Continuación...
Capítulo 6.
Con los últimos vestigios de oscuridad, mientras el amanecer comenzaba a reemplazar la negrura de la noche, la
guerrera abandonó su lugar junto al lecho y silenciosamente terminó de recoger los cacharros de la noche anterior.
Reunió los cubiertos, las sartenes y demás utensilios de cocina, fue de una carrera rápida hasta el arroyo, los
limpió, rellenó la olla con agua y regresó al campamento en menos tiempo del que hubiese empleado cualquier
otra persona.

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En el camino de vuelta, Xena se valió de su chakram para conseguir el ingrediente principal para el desayuno.
Regresó junto a la hoguera con un par de rechonchos pichones, y utilizó su daga para limpiarlos y prepararlos
antes de ponerlos al fuego. Cuando hubo terminado con los pájaros, limpió su cuchillo y echó un poco de agua en
las manos para eliminar cualquier rastro de su labor. Colocó los animalillos sobre un pedazo de corteza y los
cubrió con una hoja grande y fresca.
Después volvió en silencio a su manta, ahora a menos de un brazo de distancia de donde Gabrielle dormía
tranquilamente. La guerrera la había llevado hasta allí durante la noche, puesto que se sentía más necesitada que
de costumbre de permanecer cerca de la pequeña bardo, para proteger a su amiga de un trauma mayor, pero
principalmente para ser capaz de reconfortarla y ayudarla en caso de que despertara en mitad de la noche.
Lo único que había hecho la bardo era removerse unas cuantas veces a lo largo de la noche para tranquilizarse
poco después, murmurando sonidos que la guerrera prefirió no interpretar, y agitarse ligeramente en su sueño
intranquilo. Y cada vez, la esbelta mujer vestida de cuero había esperado a que la calma retornara para después
recolocar la manta sobre la chica, acariciando dulcemente su pelo rubio hasta que la respiración de la bardo se
estabilizaba de nuevo y su figura quedaba tranquila.
Xena se arrodilló junto a la durmiente muchacha y dejó caer la mirada sobre la suave y serena cara de su mejor
amiga. La expresión de Gabrielle ya no mostraba ni el más leve atisbo de la confusión que le había atormentado
durante todo el día y la noche anteriores. Su casi fatal prueba junto al acantilado había dejado un traumático vacío
en su sensibilidad, y la guerrera sentía una inquietante indefensión al saberse incapaz de aliviar los miedos de la
bardo, de combatir su terror.
Al incorporarse y recoger su manta, la mente de la guerrera sobrevoló los últimos tres veranos, evocando
felizmente el momento en que la bardo había entrado en su vida. Su cincelado rostro se suavizó al recordar cómo
la amistad y la confianza de la joven habían curado el dolor de su corazón y rescatado el alma que creía perdida
para siempre.
Xena aspiró profundamente para hacer a un lado el doloroso remordimiento que atenazaba su conciencia. Sus
pensamientos giraron entonces hacia las muchas pruebas de fe y de valor a las que había sido sometida la lealtad
de la bardo; las veces en que Gabrielle había combatido la oscuridad que aún amenazaba su propia cordura con su
amistad y su amor. Recordó todas las ocasiones en que había utilizado la bondad de la chica para sancionar su
constante batalla contra los demonios que llevaba dentro.
Había llegado a considerar a Gabrielle como un precioso regalo, un legado puesto en su mundo por una fuerza
generosa y compasiva. La garganta de la guerrera se cerró sobre sí misma al evocar la firme e inquebrantable
devoción que ambas compartían y lo mucho que dependía su espíritu de la presencia de la pequeña bardo, y juró
aceptar cualquier dificultad que implicara sacar a su alma gemela de aquel terrible y destructivo vacío.
—Superaremos esto, amiga mía —dijo la guerrera en voz baja a la figura durmiente—. Igual que hemos hecho
con todos los demonios a los que nos hemos enfrentado... juntas.
La mujer de pelo negro comenzó a reavivar las moribundas ascuas de la hoguera. Recolocó el asador y colgó la
pequeña olla sobre las llamas. Luego miró a la bardo y arrojó unas cuantas hojas secas en el agua. Muy pronto, el
especiado aroma de la vasija comenzó a llenar el claro y a despertar los sentidos de la bardo, y Xena sonrió al oír
que se desperezaba junto a ella.
La cara de la rubia surgió poco a poco por debajo de la manta.
—¿Qué huele tan bien? —preguntó un segundo antes de bostezar ampliamente.
—Té de hierbas —contestó la guerrera—. Una de las pocas cosas que no soy capaz de echar a perder. —Se giró
para contemplar una amplia sonrisa en la cara de la chica.
Gabrielle salió lentamente de entre el lío de ropa que la cubría y se estiró con elegancia. Luego se pasó los dedos
por sus rubios mechones de pelo y procedió a ponerse las botas. Cuando acabó, se levantó y fue hasta la guerrera.
La vio verter un poco del oscuro té en una de las tazas de barro que descansaba en las piedras que rodeaban la
hoguera. La bardo aceptó la copa que la guerrera le ofreció y se sentó en un enorme tronco junto al fuego.

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El té era caliente y con fragancia, y la joven agradeció su estimulante sabor. Mientras se inclinaba sobre la taza
para dar un nuevo sorbo, observó las ágiles manos de la guerrera manejar la ardiente madera hasta convertirla en
una pila consistente y volver a poner el asador en su lugar, sobre las llamas. Quedó hipnotizada por la precisión y
el control en sus movimientos y por su habilidad.
Xena se volvió para recoger los pájaros del trozo de corteza y comenzó a llevarlos hacia el asador cuando la voz
de Gabrielle la detuvo.
—Si los envolvemos en nogal y los asamos en las ascuas, perderán ese saborcillo suyo tan desagradable —dijo la
pequeña bardo, para reír ligeramente un segundo más tarde ante la cara de sorpresa de la guerrera—. Empiezo a
creer que tengo todo un libro de cocina dentro de mi cabeza.
Los ojos verdes se suavizaron al encontrar una mirada interrogante del otro lado.

—Y también estoy empezando a captar pequeñas... cosas. Cosas cotidianas, como a ti junto al fuego y... —dejó
descansar su mano sobre la vaina atada a la espalda de la guerrera— ... afilando tu espada mientras yo preparo la
cena. —La broncínea cara le sonrió con dulzura. La pequeña bardo clavó la vista en la taza que tenía entre las
manos—. Y a ti cuidándome... quedándote despierta a mi lado toda la noche cuando tengo pesadillas.
Elevó la mirada para encontrarse con la de la guerrera. El corazón de Xena quedó como detenido al contemplar
las lágrimas brillando sobre aquellas órbitas verdes.
Gabrielle vio a la guerrera tragar con nerviosismo y sonrió ante su expresión avergonzada. Estudió su estoico
rostro, reconfortándose en la calidez y la amistad que vio en él. Tras un momento, la joven tomó otro sorbo de la
taza.
—Te diré lo que haremos —dijo depositándola junto al tronco—. Deja que haga “una visita al bosque" y me
refresque, ¿de acuerdo? —Se levantó y fue hacia los árboles—. Seguro que quieres ponerte en marcha temprano,
como de costumbre.
Una vez más, la bardo sonrió al ver la expresión sorprendida, y aliviada, de la guerrera.
 

Capítulo 7.
 

Mientras disfrutaban de su desayuno, Xena echó un lento vistazo a la bardo, que se encontraba sentada y cruzada
de piernas sobre la manta. Sentía que la muchacha retomaría muy pronto las preguntas que habían dejado en el
aire la noche anterior. Su estómago se revolvió nervioso al considerar el modo en que la bardo reaccionaría ante
ciertas respuestas.
Incluso a pesar de la tensión, el contemplar el irreprimible modo en que la bardo disfrutaba de su comida disparó
una oleada de comodidad al interior de la guerrera. Siempre experimentaba un profundo placer al ver cómo la
joven se maravillaba ante las cosas más cotidianas, las de todos los días. Ese era uno de los elementos de la
naturaleza de la chica que provocaban en la guerrera un sentimiento de renovación.
Después de un buen rato, la muchacha levantó la vista del plato de barro que tenía sobre su regazo y se chupó
sistemáticamente cada uno de sus dedos, limpiando los restos del asado de ave de las yemas. Sin previo aviso, la
chispeante risa de la guerrera atravesó el campamento.
—Vaya, eso es algo que no has olvidado... lo mucho que te gusta comer.
La muchacha dirigió una juguetona mirada a su compañera, acompañada por una sonrisa traviesa en respuesta a la
suya.
—¿Cómo podría olvidar algo así? —preguntó con sarcasmo. Agitó sus dedos pringosos y se limpió las manos en
una esquina de la manta que tenía debajo.
Las dos amigas disfrutaron de ese momento de relajación, aunque los verdes ojos de la bardo recuperaron la
seriedad poco después.

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—Xena —comenzó en voz baja, provocando que la guerrera centrara su atención en ella—. Si llevamos juntas
tres veranos, ¿dónde estaba yo antes? ¿Y dónde estabas tú?
El corazón de la guerrera dio un vuelco. El momento que tanto había temido por fin estaba ante ella. Clavó los
ojos en el plato y, muy despacio, dejó la fuente en el suelo.
Elevó la vista con lentitud hasta encontrarse con la de la bardo, aspiró profundamente y tragó saliva contra su
propia voluntad.

Gabrielle pudo ver el pánico trasluciéndose en el rostro de la mujer. Era consciente de que la preguntas que
formulaba provocaban que se sintiera cada vez más y más incómoda, y ello le hacía sentir arrepentimiento. Se
arrepentía de ser la causante de aquel dolor. Aun así, sentía una fe permanente en el honor de aquella persona y
sabía que las respuestas, y la cura a su confusión, estaba en manos de la guerrera vestida de cuero. Sabía que
podía confiar por completo en aquella mujer, incluso aunque aún no comprendiera el porqué.
De repente, una oleada de pánico atravesó su rostro y dejó escapar un gemido. Su pequeño cuerpo retrocedió como
si la hubieran golpeado, y sus ojos se abrieron desmesuradamente por el impacto. Los miedos internos de la
guerrera se hicieron reales en un segundo y reaccionó al golpe de terror que sintió en el rostro de la bardo.
—Gabrielle, ¿qué ocurre? —preguntó la guerrera con nerviosismo, leyendo el miedo en la cara de la rubia. Se
movió con rapidez hasta quedar de rodillas junto a ella—. Dímelo. Dime lo que estás pensando.

La bardo parpadeó deprisa unas cuantas veces y luego se giró hacia aquellos ojos azules repletos de preocupación.
Tomó aire y se agarró con desesperación a los dedos que reposaban sobre su brazo.
—Tan sólo tuve un… un flash de una imagen —ella dijo titubeantemente. Sus ojos se movían temerosamente
sobre el bronceado rostro—. Te vi a ti… en un ataúd. Tu cara estaba muy pálida. Estabas… estabas muerta —la
desalentadora frase colgó en el silencio del claro. Los ojos azules de la guerrera cayeron de la asustada mirada
verde. —¿Moriste, no es cierto? —el estridente tono en la voz de la bardo condujo a los ojos cobalto de nuevo
hacia su cara—. Yo te vi… en tu ataúd, ¿no es cierto? —la pequeña forma estaba temblando y los verdes ojos
mostraban verdadero horror.
La garganta de la guerrera se contrajo tensamente mientras trataba de calmar los latidos en su pecho.

—Es una larga historia —comenzó, buscando los asustados ojos verdes—. Gabrielle… por favor déjame… tan
sólo intenta…
Inesperadamente, la expresión de la bardo se volvió calmada, el pánico lentamente retrocediendo de la firme
mirada. Tomó los delgados dedos de donde se encontraban en su antebrazo y los cubrió con ambas manos.
Mientras la guerrera miraba, los ojos de la joven mujer viajaron sobre su cara, y entonces lentamente sobre su
cuerpo. La guerrera silenciosamente aguantó el escrutinio de la joven, a pesar del creciente pánico golpeando en
su pecho.
—Si tan sólo… leyeras los pergaminos… —la guerrera dijo, su voz suave—. Lee tus propias palabras, Gabrielle.
Está todo allí.
La mirada de la bardo viajó de vuelta a los cristales azules. Se acercó para tocar lentamente la suave piel del
bronceado rostro. Los ojos verdes se suavizaron en cuanto la chica reconoció el remordimiento y arrepentimiento
en la aprehensiva expresión de la guerrera. La pequeña mano se reunió con su compañera, para de nuevo sujetar
los largos dedos de la guerrera.
—Los leeré más tarde —la bardo dijo suavemente—. Pero ahora, háblame sobre… lo que vi. Es cierto, ¿verdad?
Moriste. Yo estaba allí. Estabas herida… y moriste. ¿No es eso lo que sucedió?
—Sí —Xena susurró, cerrando sus ojos fuertemente contra la desesperación que recordaba sobre el rostro de la
joven bardo cuando la guerrera había estado entre el otro lado y la realidad. Cuando abrió sus ojos de nuevo, vio el
asombro en los ojos verdes de la chica. Los pozos verdes parecían enfocados en una fugaz visión. Finalmente se
encontraron con los azules de la guerrera otra vez.

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—Las amazonas —la chica dijo simplemente—. Nos ayudaron. Y Autolycus —los ojos verdes buscaron por los
alrededores, persiguiendo las fugaces percepciones que flotaban en su conciencia—. Te llevamos hasta la Cámara
de la Ambrosía y… —de repente el abierto rostro se nubló, se volvió más temeroso, y finalmente mostró rabia.
—Velaska, —la chica dijo bruscamente. La guerrera tocó el hombro de la chica, atrayendo la mirada de la bardo
de nuevo hasta ella.
—Tranquila —la guerrera susurró—. Ve despacio, te vas a…

—Y alguien llamada… Calisto —la bardo farfulló, sus dientes apretados con disgusto—, ella y Velaska… —la
joven cara se contorsionó en horror mientras las odiadas imágenes en su memoria comenzaron a asolar sus
sentidos.
Xena tomó fuertemente los delgados brazos.

—¡Gabrielle! —llamó bruscamente, sacudiendo a la chica abruptamente. La atención de la chica regresó
repentinamente a la guerrera. Por un instante, la guerrera reconoció el mismo nivel de furia y odio que hace
tiempo habían controlado su propio espíritu. Entonces el joven rostro se aclaró y la bardo se derrumbó, jadeando
débil, contra el acorazado pecho de la guerrera.
La alta mujer sujetó a la chica tiernamente, esperando pacientemente hasta que la raspada respiración se calmó.
Finalmente liberó el tembloroso cuerpo un poco y se inclinó hacia detrás para contemplar directamente la asustada
mirada verde.
—Lee los pergaminos —Xena dijo deliberadamente—. Son tus propias palabras.

Una expresión de incertidumbre cruzó el sonrojado rostro de la bardo. Intentó concentrarse en los pozos de cristal.
La chica tomó una profunda inspiración y tragó con fuerza.
—Los pergaminos —la bardo repitió inexpresivamente. Buscó el rostro de la guerrera y sintió seguridad y
tranquilidad en los firmes ojos azules. El desaliento de la bardo se disipó y los latidos de su corazón disminuyeron.
—Llevas razón —dijo suavemente—, debería leer los pergaminos.
Xena miró a la bardo intentando recuperar el control sobre el caos que alborotaba su mente. Después de unos
instantes, la mirada verde ascendió lentamente para encontrarse con los lagos color cobalto de la guerrera. Una
pequeña sonrisa adornaba la joven cara.
—¿No tenemos que “ayudar a alguien” hoy? —preguntó la bardo, un rastro del humor jovial propio de la joven
daba color a su observación.
La guerrera volvió a mostrar su sonrisa burlona.
—Pueden vivir sin nosotras por un par de días —afirmó la voz líquida—. Podemos quedarnos aquí mismo —le
dijo a la chica—, hasta que te sientas… Hasta que estés lista para continuar.
Gabrielle tomó aliento bruscamente. Asintió con la cabeza despacio y después, educadamente, se soltó del
reconfortante abrazo de la guerrera. Se tragó sus miedos y dirigió una mirada penetrante hacia el saco de tela que
pendía cerca de la cadera derecha de la guerrera. Echando un decidido vistazo a la alta mujer, puso la bolsa en su
propio regazo, tirando con fuerza de las cuerdas del saquito, repitiendo en voz baja:
—Lee los pergaminos, Gabrielle. Léelos.
Xena se apartó en silencio de la manta, se puso de pie y se dirigió con grandes zancadas hacia la yegua que
permanecía tranquilamente en los límites del claro. La guerrera golpeó el cuello nervudo del inmenso corcel,
mientras ambos dirigían su atención hacia la pequeña bardo tumbada en la manta, tratando de examinar los rollos
de pergamino. Unos instantes después, la yegua gimoteo de forma casi imperceptible, restregando su cara contra el
pecho de la guerrera.

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—Está en ello, Argo —susurró la guerrera, pasando su mano por el hocico del animal—. Démosle algo de tiempo,
¿vale? —la yegua relinchó conforme.
 

Capítulo 8.

Xena empleó las pocas horas siguientes cepillando a Argo, afilando la espada y haciendo pequeños arreglos al
resto del equipo, y mientras entrenaba, echando un ojo a la bardo de tanto en tanto. Veía como la gran cantidad de
información que encontraba en los pergaminos dispersos a su alrededor en la manta, se reflejaban en la expresión
de la pequeña rubia.
Llegada a un punto, se dio la vuelta para encarar la cauta mirada de la guerrera en su cara. Se encontró también
con la inquietud en sus dos lagos y una sonrisa cansada, pasando su pequeña mano por delante de sus ojos. La
guerrera dejó lo que estaba haciendo para prestarle atención a la joven, que mostraba una expresión dubitativa.
—Es cierto —dijo la rubita con un toque de incertidumbre—, “hemos” tenido algunas aventuras interesantes.
La guerrera sonrió.

—¿Es cierto que conoces a Hércules? ¿De verdad conocimos a Goliat?

La esbelta guerrera intentó mantener la actitud despreocupada en su lugar. —Sí, conozco a Hércules. Y tú
también. Los tres somos grandes amigos.

La bardo asintió, tratando de retener la ingente cantidad de información que había encontrado escrita en los
pergaminos. Se levantó y de forma ausente se acercó para coger el pellejo de agua q colgaba de una rama baja.
Mientras quitaba el tapón y disfrutaba del frío líquido de su interior, estudió de forma inconsciente el bosque que
la rodeaba. Colocó otra vez el tapón al pellejo y se giró de forma violenta hacia la guerrera, que estaba sentada
con las piernas cruzadas debajo de un pequeño árbol en el borde del campamento.
—Xena, ¿quién es Lila?

La imponente guerrera vestida de cuero reaccionó, sorprendida, a la inesperada pregunta de la bardo.
—Es tu hermana, Gabrielle. Vive con tus padres en…

—Poteidaia —terminó la bardo, con una sonrisa iluminando su rostro feliz. La rubita dirigió una mirada triunfante
a la guerrera desde el otro lado del campamento—. Me acuerdo de Poteidaia —su voz reflejaba el ligero pavor
que sentía ante la vaga reconstrucción de los hechos. Se dio la vuelta para encararse con la guerrera.
—Es mi aldea natal, ¿no es así?
La guerrera tragó saliva muy despacio. —Sí, tu familia es de allí.
Una sensación de aprehensión recorrió a Xena. Recorrió su garganta y levantó el pelo de la base del cuello. De
repente, sintió una fastidiosa inquietud cuando comprendió que la bardo estaba reconstruyendo lentamente el
pasado en su mente. Esto trajo otro hecho evidente a la conciencia de la guerrera.
Tarde o temprano, la naturaleza de su propio pasado se realinearía también en la memoria de la bardo. ¿La
percepción de la muchacha de aquella historia devolvería su antigua relación a su estado normal? ¿O ahora la
bardo se sentiría repugnada y disgustada ante el jefe militar violento y despiadado que su mejor amiga había sido
una vez? Una espantosa ansiedad agarró el interior de la guerrera. Había estado tan absorta en restaurar la
tranquilidad interior de la bardo y su confianza, que no se le habían ocurrido todas las posibles consecuencias que
suponía reanimar aquel conocimiento… hasta este momento.
La mirada de Gabrielle exploró lentamente la tensa expresión de la guerrera y una ligera risa suavizó su cara. La
pequeña bardo caminó hacia la mujer vestida de cuero cuya cara reflejaba claramente el miedo. La joven miró fija
y cariñosamente a su morena amiga.

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—Aquí es donde nos encontramos —dijo suavemente la bardo—, salvaste nuestro pueblo. Me salvaste… y a
Lila… nos salvaste a todos. De… —los verdes ojos se movieron rápidamente por un instante, luego regresaron a
la fija mirada azul de la guerrera.
—De Draco y… las esclavas. —la joven cara ahora reía intensamente ante los preocupados pozos azul celeste. La
guerrera soltó el aliento al comprender que lo había estado conteniendo durante varios segundos y tragó su propio
temor.
—Aquel día en la cañada fuera de Potedaia. Tú… salvaste mi vida —la tranquila declaración de la bardo sonó
limpiamente en el pequeño claro.
—Yo… yo sólo —comenzó la guerrera, con el habitual sentimiento inestable ante la admiración ostensible de la
bardo por los acontecimientos pasados—,  yo sólo… "eché una mano" —terminó, débilmente—. Esto es lo que
hacemos, ¿recuerdas? "Ayudamos a la gente".
Con vergüenza, Xena dejó a un lado la brida que había estado puliendo, permaneció de pie un instante y se dirigió
con resolución hacia la colección de lazos y trampas apilados cerca de las alforjas, debajo de la rama donde estaba
colgado el pellejo de agua. Mientras pasaba por delante de la bardo, la joven intentó que se detuviera. Un vértigo
invadió a la guerrera mientras miraba con fijeza la pequeña mano descansando sobre el brazalete de cuero,
estrechando su brazo izquierdo. Con el corazón latiendo en sus oídos, Xena levantó lentamente sus ojos para
encontrarse con los grandiosos lagos verdes de la bardo.
—De acuerdo con lo que está en los pergaminos —comenzó la joven bardo—, haces eso muy a menudo…
salvarme la vida. —Sus ojos verdes se movieron muy despacio por el bronceado rostro salpicado de rubor. Con
voz muy suave, la guerrera contestó al agradecido comentario de la chica.
—Eres mi mejor amiga. ¿Qué menos podría hacer? —su voz vaciló.

Una única lágrima, aislada, resbaló por su cara, estoica, como labrada a cincel. La bardo se la limpió amablemente
para luego estudiar su expresión confundida y avergonzada.
—Estoy empezando a recordar —dijo Gabrielle con una delicada sonrisa—, me hace sentir segura.
La tensión en el pecho de la guerrera disminuyó cuando cubrió aquella pequeña mano con la suya.
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Continuación...
Capítulo 9.
Xena se acercó al campamento con el conejo que había cazado gracias a una de las trampas. Cuando dejó atrás el
denso follaje, se encontró a sí misma en trance contemplando el espectáculo que tenía lugar en medio del claro.
Contempló como la bardo ejecutaba una serie de movimientos con total destreza, manipulando su cayado con
total precisión.

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La chica volteó la vara sobre un hombro, atrapándolo hábilmente por debajo del brazo para agarrarlo por un
extremo. Luego movió el arma rápidamente hacia atrás apoyándola sobre su cuerpo, golpeando con fuerza hacia
abajo y a un lado. Lo siguiente fue mover con fiereza el cayado hacia un lado, su trayectoria nivelada exactamente
con el suelo, después repitió el movimiento en sentido opuesto, deslizando el bastón de forma aguda y concisa a
través del aire.
Gabrielle colocó el bastón cuidadosamente bajo su brazo, giró sus hombros hacia un lado, entonces enérgicamente
sacó el arma y la extendió bruscamente hacia delante varias veces, manteniendo su peso equilibrado
esmeradamente entre sus botas perfectamente situadas. Pivotó, cambiando el foco de su ataque y completó una
serie de acometidas similares, empujando la vara desde la misma posición y dirección.
Finalmente la bardo puso el bastón sobre su cintura, lo sujetó contra su cuerpo por un momento, y giró la vara
alrededor de sí misma, usando sus caderas como un eje para centrar el trayecto del cayado. Cuando el viaje
circular terminó, la pequeña rubia tomó el bastón firmemente con ambas manos, entonces plantó un extremo del
palo en el suelo junto a su bota y recorrió con sus manos la vara de madera en una familiar caricia.
—Bien hecho —afirmó la guerrera, caminando a zancadas hacia la joven mujer sin aliento—. Veo que también
has recordado tus ejercicios.
La bardo se giró hacia la guerrera, que se aproximaba, con la cara sonrojada. Un destello de orgullo brilló
claramente en los ojos verdes y la chica devolvió la sonrisa de la alta mujer.

—Simplemente me sentía bien —la pequeña rubia jadeó, girándose para devolver el bastón a su lugar junto a las
mantas—. No sé. De repente, tan sólo pensé en intentarlo y… bueno... de algún modo lo recordé.
Se giró de nuevo hacia la guerrera con una sonrisa satisfecha, sus manos en sus delgadas caderas.

—¿También voy a tener que cocinar eso? —preguntó, ojos verdes enfocados en el conejo colgando de la mano de
la guerrera.
—Almuerzo —Xena anunció, alzando el cadáver con orgullo. —La pequeña bardo soltó una risita mientras
aceptaba el cuerpo. —Y encontré algunas grandes y jugosas manzanas también —se giró hacia la hoguera,
entonces notó el ceño fruncido en la morena cara de la guerrera.
—¿Qué? —cuestionó la bardo, de pronto preocupada por el aspecto irritado de la mujer.

—No creo que sea una buena idea que te vayas tú sola en estos momentos, Gabrielle. No estás en tu mejor...
forma física para luchar, al menos aún no —dijo la guerrera, suavizando la advertencia con una gentil sonrisa—.
Ya veo que estás mejorando, pero... —comenzó, refiriéndose a la muestra de las habilidades de la bardo con el
bastón. Sin embargo, el cumplido fue pronto interrumpido por una pequeña rubia muy irritada.
—¡Ya estás otra vez! —la chica dijo con rabia, dejando caer el conejo cerca del fuego y devolviendo una mirada
irritada hacia la sorprendida mirada azul de la guerrera—. Siempre estás intentando protegerme, mantenerme
“fuera de peligro”. Bueno, pues ya puedes dejarlo, ¿de acuerdo? —el estridente tono de la bardo se hacía eco en
el tranquilo claro. Se volvió de cara a la guerrera airadamente, las manos en sus caderas, la suave barbilla
sobresaliendo obstinadamente.
La mandíbula de la guerrera cayó tan de repente y tan abajo que tuvo que parpadear rápidamente para recobrar
sus sentidos.
—¿Disculpa? —balbuceó—. ¿Que puedo qué? —encaró a la rubia de frente, imitando la posición de la chica,
manos en las caderas, las botas muy separadas.
La bardo se giró y se alejó.
—He dicho, que puedes dejar de intentar prot... —el sermón fue interrumpido a mitad de la frase por la atónita
expresión de la chica. Se giró lentamente hacia la alta mujer y vio como el ceño fruncido dejaba paso a una
conocedora, agradecida sonrisa. La pequeña rubia llevó una pequeña mano para cubrir su boca abierta mientras
sus ojos verdes se ensanchaban alarmadamente.
La sonrisa de Xena se agrandó aún más en cuanto tuvo delante la mirada inquisitiva de su amiga.

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—Creo que leer los pergaminos ayudó, ¿eh? —la guerrera dijo suavemente—. ¿O has empezado a recordar más
cosas por ti misma?
Una diminuta sonrisa comenzó en la comisura de su boca, viajó hasta sus ojos, y se instaló confortablemente a
través de la suave y amplia cara. Inició un tentativo paso hacia su compañera, entonces rápidamente cruzó la
distancia entre ambas. Sin vacilación, la pequeña rubia arrojó sus brazos alrededor de la delgada cintura de Xena y
la guerrera instintivamente devolvió el abrazo, acercándose a la pequeño bardo. Las dos sostuvieron el abrazo
durante un momento, luego la bardo miró fijamente en los azules ojos de su mejor amiga.
—Todavía me llegan sólo pequeños retazos de cosas, explosiones inesperadas —rió suavemente la muchacha—. A
veces están en mi cabeza antes de conocerlos. —Puso una pequeña mano sobre el musculoso brazo y su cintura—.
Lo siento, no sabía…
—Sé que no lo haces —dijo la guerrera, sonriendo calurosamente a la pequeña rubia—. No debes preocuparte por
ello. Esto debe ser muy fuerte para ti —puso una gentil mano sobre el delgado hombro de la bardo— Pero tienes
razón… sobre mis intentos de protegerte. Es algo que suelo… hacer.
—Lo sé —contestó la muchacha en un murmullo—, soy muy afortunada —dijo a los apacibles ojos azules—. Eres
una muy buena amiga —la pequeña rubia tragó con fuerza, las lágrimas en sus ojos asomaron casi antes de poder
controlarlas. Cuando parpadeó con fuerza, una gran gotita dejó el confinamiento de sus largas pestañas y viajó
despacio por su suave mejilla. El corazón de Xena se encogió ante la vista del renovado pánico de su amiga
mientras se acercaba para quitar la lágrima.
Bruscamente Gabrielle se separó del sensible abrazo de la guerrera, limpió su cara y dio, decidida, la vuelta al
cadáver que estaba en la tierra cerca del fuego. Xena sostuvo su posición, luchando contra su impulso de ofrecer
un renovado apoyo a su mejor amiga.
—Si no comienzo con el almuerzo, terminaremos tomando este conejo para la cena —dijo la bardo, esforzándose
fuertemente por ocultar el nuevo temor que sintió en su voz. Se arrodilló y comenzó a añadir algunos leños al
fuego sin llama. La guerrera esperó unos momentos, luego cruzó el campamento y se agachó para recuperar las
trampas que había dejado caer para volver con el conejo.
—Las manzanas están ahí —dijo la bardo por encima de su hombro—, las lavé y las coloqué sobre aquella gran
roca —el tono de la muchacha era impersonal, casi brusco.
Xena tragó instintivamente al sentir una nueva incertidumbre agarrar su garganta. Podía sentir una perturbadora
rigidez en las maneras de la bardo hacia ella. Algo había interrumpido de repente la confianza de la muchacha
hacia ella; todavía había algunas preguntas sin contestar en la mente de la muchacha y la guerrera sintió un
estremecimiento de su espíritu ante los resultados que las respuestas a aquellas preguntas podrían producir.
Mientras recogía las trampas y caminaba para guardarlas de nuevo en las alforjas donde normalmente estaban,
Xena combatió los efectos de sus peores miedos; la restaurada memoria de Gabrielle finalmente había reconstruido
el único juego de hechos que la guerrera había esperado que nunca recordase. Pero esta vez, eran demasiado viles
para que la muchacha los aceptara.
 
Capítulo 10.
 
La guerrera removió su comida sobre el plato de tierra, su estómago demasiado inestable incluso hasta para pensar
en llevar los pedazos de carne a su boca. Dos veces levantó sus ojos para enfocar a la joven rubia mirándola sobre
la manta, pero ambas veces se encontraron bajando su atención al plato que temblaba irregularmente en sus
manos. Finalmente, arrojó el disco y lo dejó caer sobre la tierra a su lado. Se incorporó de forma brusca, pasando
nerviosamente su delgada mano a lo largo de la frente. Los profundos ojos azules cerrados fuertemente durante un
momento, luego viajaron despacio a través del campamento para descansar sobre los ojos verdes ahora enfocados
en su cara.

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Gabrielle levantó un ojo interrogante ante la tensión que vio en las maneras de la guerrera. Vio como la mujer
frotaba su frente con bríos, como para desembarazarse de un dolor molesto o limpiar algunos pensamientos
inquietantes. La bardo tragó la comida de su boca, levantó la cantimplora y tomó unos sorbos despacio antes de
girarse otra vez a los fijos cristales azules. Durante un largo momento, ambas mujeres se estudiaron el rostro
mutuamente
—Xena… —comenzó la bardo.

—Mira, Gabrielle... —dijo la guerrera al mismo tiempo. Se detuvo al oír la titilante risa de la bardo y contempló
su hermosa sonrisa.
—Adelante —la animó Xena, casi agradeciendo la oportunidad de acabar por fin con el horrible presentimiento
que le oprimía el pecho desde el inicio de la comida—. Sé que tienes más preguntas sobre lo que contienen los
pergaminos.
La bardo aguardó en silencio, manteniendo la penetrante y azul mirada de la guerrera.

—Así que oigámoslas —dijo Xena, con el corazón golpeándole incómodamente bajo el corpiño de cuero.

Gabrielle depositó en el suelo su plato y el odre y empleó un rato en estudiar sus dedos. Aspiró profundamente y
volvió a mirar a la guerrera.
—Bien, veamos —comenzó la muchacha en voz baja—. He leído cómo Hércules y tú liberasteis a Prometeo, y
cómo rescataste a la hermana de Hades de manos del rey Sísifo. También que salvaste a Helena poniendo fin a
diez años de guerra en Troya, que evitaste que un hombre matara a su propio hijo porque otro de ellos le estaba
drogando, incluso aunque casi eché a perder el plan gracias a cierto pan de nueces.
La curvada sonrisa de la bardo no sirvió para disipar los crispados nervios de la guerrera.

—Y leí que literalmente me devolviste a la vida después de que me hirieran en la guerra entre tesalianos y
mitoanos, y sólo unos minutos después de traer al mundo al hijo de Ephiny y convertirme en tía. Y por cierto,
tenemos que hablar con calma de la primera vez que visitamos la aldea amazona porque, por lo que tengo
entendido, ¿soy princesa amazona? Tienes que explicarme todo eso otra vez. No puedo creer que...

—Gabrielle —la interrumpió con dureza la guerrera, provocando que su animado discurso se detuviera de golpe.
La rubia esperó en silencio, con los ojos fijos en la tensa mujer que tenía ante ella y que visiblemente hacía
denodados esfuerzos para mantener su propio pánico bajo control. —¿Recuerdas alguna de esas... cosas, o
simplemente las estabas leyendo por... diversión? —Los crispados puños de Xena descansaban sobre sus rodillas.
La bardo pudo ver el intermitente movimiento bajo la piel de su mandíbula al tensarse, aspiró una bocanada de
aire y se inclinó hacia su compañera. Se sumergió en la profundidad de los ojos azules que permanecían fijos en
ella y habló con claridad y con una honesta emoción en la voz.
—Mientras leía, he ido recordando más y más. —El corazón de la guerrera dio un vuelco mientras trataba de
mantener su respiración constante. —Recuerdo que mi mejor amiga me ha salvado la vida más veces de las que
puedo contar, que has arriesgado la tuya una y otra vez, no sólo por mí, sino por incontables personas en
incontables situaciones —prosiguió la bardo en un tono estable y calmado. Su rubia cabeza se giró levemente para
volver a capturar la mirada de la guerrera. —Sé que tienes un hijo, un niño al que abandonaste y pusiste en manos
de los centauros por su propia seguridad, para protegerle de aquellos que intentaran hacerle daño, o hacértelo a ti.
La guerrera tragó saliva contra la voluntad de su crispada y entrecerrada garganta. Aspiró profundamente y bajó la
vista hasta sus puños.
—También recuerdo que, incluso cuando tuviste la oportunidad de reclamarle y dar paz a tu corazón, elegiste
dejarle de nuevo a salvo, con la única familia que había conocido, para evitarle cualquier sufrimiento y también
descubrir la verdad acerca de la extraordinaria mujer que tiene por madre.
La guerrera cerró con fuerza los ojos y agachó la cabeza, respirando de forma lenta y agonizante.

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—Me has enseñado a defenderme sola, a confiar en mi instinto y a no tener miedo de seguir a mi corazón. Me has
enseñado más sobre mí misma y sobre el mundo que vemos cada día de lo que nunca podré transcribir en estos
pergaminos —dijo la chica, tocando ligeramente los pliegues aún almacenados en la funda de piel—. Pero también
me has enseñado que lo que es correcto es más importante que quién sea el más fuerte, y que los débiles e
indefensos merecen el beneficio de tus "muchas habilidades".
La chica sonrió débilmente una vez más.

—Eres Xena, la Princesa Guerrera, un título que odias y que aún así creo que te va a la perfección. —La bardo se
detuvo un segundo, tomando aire para apaciguar su propio nerviosismo. —Sé que tienes un pasado violento,
aterrador y sanguinario que incluso ahora te persigue y te tortura, llenándote de vergüenza y remordimiento. Aún
no tengo claro qué... o tal vez quién te hirió tan profundamente como para que tu vida se llenara de semejante
rabia y odio. Sé que la culpabilidad por tu pasado te condujo al Tártaro, y que eso casi me rompió el corazón, pero
regresaste porque sabías que yo estaría perdida y acabada sin ti.
Los azules ojos de la guerrera se alzaron lentamente para volver a encontrarse con los de la bardo.

—Pero sé que eso te hizo más fuerte, no sólo en lo físico, y más valiente, más hábil y más compasiva, y que eres
la persona más honorable que he conocido.
La guerrera tragó con fuerza, pues sus mandíbulas se encontraban fuertemente cerradas para refrenar el hiriente
dolor que amenazaba todo su ser.
—Somos familia. Las mejores amigas. Tenemos fe la una en la otra, soy parte de ti y tú parte de mí, cuidamos
mutuamente nuestros espíritus, nuestras almas. Xena, nos queremos. Y nuestros corazones se han convertido ya
en uno solo.
Las lágrimas que venían almacenándose en los ojos azules de la guerrera se desbordaron por fin y acariciaron sus
sedosas mejillas. Sintió que su boca se abría buscando en vano las palabras adecuadas para contestar a la profunda
declaración de la bardo. Pero la presión de su pecho sólo le permitió mirar fijamente y con temor el sincero rostro
de la pequeña rubia. Tragó con fuerza y levantó sus esbeltas y morenas manos para cubrirse la cara.
La pequeña bardo cruzó lentamente el campamento y se arrodilló para acunar a la sollozante guerrera en sus
brazos. La sostuvo con dulzura, estrechando su cuerpo tembloroso y acariciando su larga y oscura cabellera.
Después de un rato, el llanto cesó y Gabrielle abrió los brazos para poder mirar directamente su cara, bañada por
las lágrimas. Le apartó un mechón de pelo y la tomó de las manos.
—Eh, esto sí que no lo recordaba —bromeó la rubia en voz baja, sonriendo tan abiertamente que provocó una
reacción similar en la guerrera—. ¿Estás bien?
Xena se secó la cara con la palma de la mano y volvió a capturar las manos de Gabrielle. Tras varios intentos, al
fin consiguió susurrar algo.
—Creo que sí. Siento haber sido tan...
La sonrisa que contempló en la cara de la bardo silenció su disculpa.
—¿Tan qué? —pronunció levemente la pequeña bardo—. ¿Tan humana? —La guerrera parpadeó con fuerza para
retener una nueva oleada de lágrimas. —Desde ahora tienes mi permiso para ello, ¿de acuerdo?
Gabrielle la abrazó de nuevo brevemente y luego se dejó caer sentada junto a su amiga. Al tiempo que acariciaba
la espalda de la colosal guerrera, inclinó la cabeza para mirarla a los ojos. La muchacha levantó el odre de agua de
su regazo y se lo ofreció a la temblorosa mujer. Xena tomó el pellejo y se secó la cara una vez más con el dorso
de la mano antes de llevárselo a los labios. Tras echar un gran trago de agua fresca, bajó el odre y se volvió a la
chica que tenía al lado. Le devolvió la sonrisa y le rodeó los hombros con un brazo.
—¿Y tú qué? —dijo la guerrera contemplando el verde de sus ojos—. ¿También estás bien?
La sonrisa de la bardo se diluyó ligeramente y apartó la vista de aquellos ojos azules que encaraban a los suyos.

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—¿Qué ocurre? —preguntó Xena en voz baja con el estómago ligeramente revuelto una vez más—. ¿Todavía te
quedan... preguntas?
Gabrielle apartó su mano de las de la guerrera y la unió a su compañera sobre su regazo. Luego se inclinó hacia
delante, con el cuerpo tenso y nervioso otra vez. Xena esperó, estudiando con cuidado el rostro de la joven
mientras su consciencia recuperaba lentamente un cierto grado de temor. Había una acobardada expresión latente
en el amable rostro de la bardo, lo cual comenzaba a poner alerta los sentidos de la guerrera. Aspiró
profundamente y entró en el juego.
—Gabrielle, ¿qué es lo que no tienes claro?

La bardo elevó la mirada para encontrar aquellos inquisitivos ojos azules, estudió su profundidad un momento y
después se apartó, centrándose en sus dedos mientras éstos trazaban las líneas de los cordones de sus botas.
Finalmente Xena puso su mano bajo la suave barbilla de la chica. Lentamente, con cuidado, giró la cara de la
bardo hacia ella. Vio incertidumbre en su verde mirada y sintió regresar la presión de su pecho.

—¿Qué más es lo que te asusta? —preguntó la guerrera suavemente al tiempo que el terror volvía con toda su
fuerza con sus palabras, resonando en el claro.

La bardo tragó rápidamente, se humedeció los labios con la lengua y tomó la callosa mano que reposaba bajo su
barbilla, atrapándola con firmeza entre las suyas. Respiró con profundidad y, manteniendo sus ojos fijos en los de
su amiga, dejó caer con calma la pregunta que sabía que causaría mayor dolor a la guerrera.
—¿Quién es Callisto?

Gabrielle contempló el temblor que atravesó el musculoso cuerpo de la guerrera cuando pronunció aquel nombre.
Sintió que la mano que sostenía se estremecía en una reacción primaria y que la respiración de la guerrera se
aceleraba, para adoptar después una calma glacial. La guerrera dejó caer la mirada hasta las pequeñas manos que
atrapaban las suyas y luego regresó hacia el hermoso rostro de su mejor amiga.
—Callisto es un nombre... una persona... de mi pasado... del más oscuro y violento. —La leve voz de la guerrera
silenció la totalidad de sonidos aleatorios del claro y el bosque que lo rodeaba—. Callisto es por quien yo... fui al
Tártaro... a pagar por quién me había convertido y a responder por mis... pecados. Eso ocurrió cuando me viste...
morir.
La atención de la bardo permaneció fija en los afligidos ojos azules. Sintió un doloroso remordimiento atravesar
aquella cincelada cara mientras los ojos de la guerrera permanecían perdidos en un distante y angustioso recuerdo.
Las palabras de la mujer surgieron despacio, como si cada pensamiento fuese la expresión de su escrutadota
mente.
—Hace mucho tiempo, cuando yo era una... cuando luchar y conquistar era todo lo que conocía y por lo que me
preocupaba, mi ejército destruyó su aldea natal y mató a su madre y a su hermana. —La mujer cubierta de cuero
parpadeó con fuerza, tomó aire de golpe y prosiguió con su tortuoso discurso—. La aldea se llamaba Cirra y mis
hombres y yo la dejamos... —la guerrera tragó convulsivamente—... completamente devastada, sumida en la más
completa ruina, y sólo unas cuantas personas de allí sobrevivieron al ataque, Callisto entre ellas.
Los ensombrecidos ojos azules cayeron para encontrarse con los de la bardo. Allí, como siempre, no encontró
recriminación, juicios ni reproches. Sólo comprensión, a alguien que compartía, reflejado mediante un brillo
característico en sus ojos, de consuelo, de protección, de seguridad. El pecho de la guerrera pareció encogerse
ante el afecto incondicional que reconoció en ellos. Sintió que las pequeñas manos se estrechaban alrededor de las
suyas con delicadeza.
—Hace ahora dos veranos, descubrí... descubrimos... que Callisto había reunido su propio ejército y estaba
destruyendo pueblos y ciudades casi por capricho, diciendo a la gente que ella era yo y que aquella devastación
era obra mía y que yo era responsable de ella.
Xena apartó la mirada, incapaz de mantener la honestidad de la de la bardo.

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—De algún modo, me sentía responsable. Si mi ejército no hubiese destruido su aldea hace años, ella nunca
habría... —La voz de la guerrera quedó ahogada por un momento—. No hubiera sido tan...

La bardo dejó reposar una de sus manos sobre el brazo torneado de la guerrera. Con ello, la calma regresó a su
cuerpo tembloroso y le permitió cubrir la pequeña mano con una de las suyas.
—Aquel verano, te tomó como rehén y yo tuve que... rescatarte... —dijo la guerrera, mirando fijamente su cálido y
cariñoso rostro, con una sonrisa devuelta por la bardo—. El caso es que fue llevada ante la justicia y encarcelada
para hacerle pagar por sus... crímenes. —La guerrera volvió a bajar la vista, aunque aquellas pequeñas manos aún
atrapaban su, ahora, firmemente cerrado puño.
—Entonces escapó y... vino... a por nosotras de nuevo y ella...

La atención de la guerrera le fue arrebatada por la mirada de terror y dolor que sobrepasó el rostro de la bardo.
Sus ojos verdes estaban ahora desmesuradamente abiertos y aterrorizados, y su pequeño cuerpo temblaba por el
miedo. Xena la atrajo hasta sus brazos, abrazándola con fuerza contra su pecho mientras la pequeña rubia
respiraba entrecortadamente por el pánico.
—Lo siento —susurró la guerrera—. Lo siento, Gabrielle. Lo siento mucho.

Xena acarició la melena dorada y mantuvo sus brazos alrededor de la sollozante forma de la bardo. La abrazó con
fuerza, esperando pacientemente hasta que sintió remitir el violento temblor que la había invadido de repente.
Finalmente, la muchacha se acurrucó con fuerza contra la guerrera, con la respiración más calmada, hasta que los
leves sonidos cesaron por sí mismos.
—Lo siento, Gabrielle —repitió la guerrera con la rubia cabellera enterrada en su hombro—. Debí haberte
preparado para esto. —Besó dulcemente su cabeza—. Pensé que tú... no, simplemente no pensé. Lo siento.

La bardo se relajó y volvió a sentarse erguida para mirar a la guerrera a los ojos. Tras un momento, habló de
nuevo.

—Veo una y otra vez... su enloquecido rostro. Los ojos están vacíos, como trozos de carbón. Y simplemente se ríe
de mí... con algo que más parece un grito. Pero todo ocurre en un instante, ¿sabes? —La bardo giró sus
confundidos ojos hacia el suelo, luego una vez más a la guerrera. —Lo que me asusta en realidad es que a veces
tiene esa... cara perturbada, pero se mueve y habla como... ¡como tú! Es tan... horrible y extraño. Sólo lo veo un
segundo, y luego se va. —La guerrera le apartó un suave mechón de pelo de la cara y esperó a que siguiera
hablando. Tras un momento, la bardo volvió a mirar sus profundos ojos azules. —Vi el nombre en uno de los
pergaminos, pero no había nada más que tuviera sentido. ¿Qué significa eso, Xena? ¿Quién es esa... persona?
Xena tomó los esbeltos hombros con sus manos.
—No pienses en eso ahora —dijo a la asustada bardo—. Cuando estés preparada, lo recordarás por ti misma. Pero
ahora no.
Los ojos verdes comenzaron a aclararse y la tensión del pequeño cuerpo a disiparse con lentitud. La muchacha
estudió aquel azul que permanecía tan cerca de ella. Sintió que la calma pasaba entre exactamente ella y la
guerrera, la misma seguridad de tantas otras veces. La pequeña bardo tragó saliva y asintió despacio.
—Vale, de acuerdo —convino sin demasiadas ganas. Dejó que la guerrera la llevara una vez más hasta sí y
volviera a soltarla de su fuerte y reconfortante abrazo. Un segundo después, la bardo dejó escapar un suspiro. Se
volvió a inspeccionar el campamento, fijándose en los platos de comida que se habían dejado tirados por ahí antes.
—Bueno, creo que debería limpiar todo esto, ¿no? —dijo, levantándose y regresando a su propia manta. Recogió
el plato que encontró allí y luego el que contenía lo que la guerrera no se había comido—. Voy a llevarlos al
arroyo y vuelvo enseguida.

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Xena la vio moverse a través del campamento. Sabía que su mejor amiga aún no había "vuelto" del todo; aún
había cosas que no habían regresado a la memoria de la muchacha. Reconoció en su actividad una táctica para
encontrar cierta comodidad en las tareas cotidianas. La guerrera se sentó de nuevo y dejó que la bardo realizara su
parte en todo aquello, conforme con el hecho de que utilizara la rutina para calmar su propia ansiedad.
«Ojalá pudiese ahorrarte el dolor, mi querida amiga», pensó la guerrera con tristeza. «Pero la única forma de
que vuelvas es pasando por esto». Xena cerró los ojos y trató de mantener su propio miedo bajo control. «Sólo
espero que no destruya el "nosotras" en el proceso».
siguiente -->
Continuación...
Capítulo 11.
Mientras Gabrielle llevaba sus cacharros de cocina y los dejaba listos para el viaje junto al arroyo, Xena llegó a
una absolutamente poco característica conclusión; decidió que ya era hora de divertirse un poco. La esbelta
guerrera descruzó las piernas, se levantó y fue caminando hasta situarse junto a la pequeña bardo. Luego la
descargó de unas cuantas cosas de las que llevaba en los brazos.
—Te diré lo que haremos —dijo la guerrera con una sonrisa infantil creciendo en su esculpido rostro a medida
que hablaba—. Bajaremos juntas al arroyo. Hoy hace un día perfecto para nadar.

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La cara de la pequeña bardo se iluminó inmediatamente. Sonrió a la alta mujer con sus profundos ojos verdes
brillando, anticipándose a lo que le esperaba.
—¿Lo dices en serio? —preguntó la chica, con un tono de voz similar al de un chiquillo que acaba de recibir unas
vacaciones sorpresa.
—Claro —le contestó la guerrera—. Nos llevaremos también a Argo. Así podrá echar un trago bien fresco.
La yegua relinchó al oír su nombre y movió la cabeza arriba y abajo.

La suave risa de la bardo disparó una ola de calidez directa al corazón de la guerrera.

—Vamos —dijo Xena, inclinándose para recoger sus mantas del suelo—. Nadar un poco nos vendrá bien a las
dos. ¿Te apuntas?
Mientras miraba cómo la bardo reunía el resto de los utensilios, la guerrera fue hasta las alforjas que colgaban de
un árbol cercano. Al tiempo que la bardo se ocupaba de esparcir las ascuas que habían quedado de la fogata y
asegurarse de que quedaban totalmente extinguidas, Xena sacó sus ropas de baño y una camisa limpia para cada
una. Sin más ni más, la esbelta guerrera sacó la espada de la vaina y la escondió entre la ropa. «Nunca se sabe»,
pensó. Cuando ambas estuvieron listas, caminaron hacia la brillante superficie.
Sólo unos minutos después de llegar a la orilla, sus cacharros de comer estaban limpios, aclarados y yacían al sol
sobre unas rocas a lo largo del cauce. Tras dejar allí el último plato de barro sobre la cálida superficie rocosa,
Gabrielle contempló a la guerrera echarse al suelo y comenzar a quitarse las botas de cuero, a las que siguieron
enseguida el brillante chakram y, finalmente, sus guanteletes y brazaletes de cuero.
Mientras la bardo reía en silencio, la guerrera se giró sobre sí misma intentando alcanzar los cordeles de su vestido
de cuero que quedaban a su espalda. Al instante, la joven rubia se arrodilló y sustituyó con los suyos los dedos de
la guerrera.
—A ver, déjame a mí —dijo la bardo, sin darse cuenta realmente de que aquella nueva actividad también había
surgido sin proponérselo de su memoria. Desató con agilidad los lazos de cuero, aflojándolos lo suficiente como
para que la guerrera pudiese sacarse la prenda por los hombros. Justo cuando su cabeza comenzaba a desaparecer
bajo la tela marrón, sus ojos azules asomaron de nuevo.
—Muévete, chica —dijo arrojando la camisa más pequeña sobre la complacida cara de la bardo—. No pretenderás
nadar vestida, ¿verdad? —La guerrera se sacó el corpiño por la cabeza y después la falda de cuero de las caderas.
Cuando quedó cubierta únicamente por la blanca camisa de lino, se irguió y volvió a mirar los progresos de la
pequeña bardo.
Ella silbó y se sentó en el suelo para quitarse las botas. Con unos pocos y hábiles movimientos, la bardo se había
despojado de su falda amazona y del top verde y ya lucía su camisa. A continuación se levantó para quedar de pie
junto a la guerrera, y ambas junto a la imperturbada superficie del agua. La guerrera se recogió su negra mata de
pelo en una coleta, la ató a la parte de atrás de su cabeza y se acercó, lista para entrar en la clara y calmada masa
de agua.
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Amistad renovada

  • 1. Se recomienda leer las renuncias o disclaimers. Gracias. El Renacer de la Amistad por Maggie V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Si quieres dar tu opinión sobre la misma, hacer algún comentario o recibir información sobre la actividad de nuestro grupo de traducción de fan fictions de Xena, Warrior Princess, escribe un e-mail a: xenafanfics@hotmail.com o visita nuestra página web en: http://www12.brinkster.com/xenafanfics. Descargo: Estos personajes, así como las referencias a las anécdotas difundidas aquí, pertenecen a MCA/Universal y Renaissance Pictures; no pretendo infringir los derechos de autor. Las otras partes me pertenecen. Pensad en esto como las divagaciones de una mente desocupada. Dedicatoria: Esta historia está dedicada, en señal de agradecimiento, a mi amiga LMC, cuyo cálido y generoso corazón ha provocado un renacimiento de mi propio espíritu. Su ternura y amable afecto, han dado nueva vida a una visión torpe de la amistad a la que he estado a punto de rendirme. Gracias, amiga, por hacerme recuperar mi fe en el concepto. Sólo para que conste: El compañerismo (la amistad) no es sólo lo que decimos, o lo que no decimos, las cosas que recordamos o las que a veces olvidamos. No significa aferrarnos a los tiempos en que no recibimos lo suficiente, o a los momentos en los que conseguimos menos de lo que nos esperábamos. La verdadera amistad consiste en extender tu corazón a otro ser humano sin esperar absolutamente nada a cambio salvo lo bueno que pueda ofrecer. Si tus amigos saben eso, lo serán hasta que todos nos volvamos a reunir en los Campos Elíseos. Observa cómo lo llevan a cabo estas dos. Lo consiguen con cariño. MMG. Clasificación: Autora: Maggie. Traductora: Equipo de Xenafanfics. Título original: - Copyright Julio 1997. El Renacer de la Amistad. Prólogo. El corrimiento de tierras fue repentino y feroz. Retumbó ladera abajo, llevándose pequeños árboles, arbustos, césped, raíces, gravilla suelta de cualquier otra materia que no estuviera asegurada a lo largo del camino. Las dos mujeres caminaban por un sendero estrecho y sólo dispusieron de un instante para girar sus ojos asustados hacia el inminente peligro que suponía la estruendosa acometida.
  • 2. La atención de la guerrera se centró inmediatamente en el aterrado caballo encabritado que la antecedía. Argo se alzó y pataleó al aire, tensando después las riendas que sujetaba su resuelta dueña. Por el hecho de haber enrollado fuertemente las bridas a su mano en el momento de la explosión, las acciones del despavorido animal provocaron que Xena fuera empujada duramente hacia delante y arrastrada por tierra una distancia no muy amplia. Tras unos instantes extremadamente incómodos, la guerrera se esforzó por ponerse en pie y llegar a calmar a su frenética montura. Se volvió para localizar a Gabrielle y su corazón cayó vertiginosamente al fracasar en la búsqueda de la pequeña forma de su rubia amiga. Gabrielle estaba a sólo dos pasos tras ella cuando la cacofonía estalló en erupción sobre ellas. La bardo permaneció quieta por un momento, entonces se encogió ante la ruidosa devastación que se cernía alrededor de ella. Se cubrió la cabeza con los brazos para protegerse y, haciendo esto, dejó caer el cayado que se había convertido en una parte esencial de su persona. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Las moribundas ruinas arrastraron sus pies y la tiraron violentamente, cayendo sobre su espalda y presionando el aire de sus pulmones. Escuchó el repugnante sonido de su propio cráneo golpeándose contra el duro suelo y luchó instintivamente por recobrar la conciencia, al tiempo que se esforzaba por recuperar el aliento. Los implacables cascotes se arremolinaron contra aquella delgada figura que se hallaba postrada boca abajo, empujando a la pequeña bardo hacia la orilla del camino. Al tiempo que comenzaba a recobrar la percepción, se dio cuenta de que estaba siendo empujada hacia el borde del precipicio. La bardo trató denodadamente de combatir aquella carga, pero pesaba más que ella. Entonces, mientras Xena observaba impotente, la pequeña rubia desapareció lentamente por la ladera de la montaña, gritando desesperadamente a su amiga.   Capítulo 1.   —¡Gabrielle! —gritó Xena, corriendo hacia el borde del camino. Se preparó para un horripilante espectáculo al otro lado de la montaña y tragó saliva ante la agradable sorpresa de ver a su amiga aterrorizada aferrándose desesperadamente a la larga raíz de un árbol que sobresalía por la ladera de la montaña. Xena se tiró al suelo, intentando alcanzar frenéticamente a la joven bardo. Blasfemó enérgicamente cuando su brazo extendido falló al intentar acercarlo a ella. Retiró su brazo, luchando por mantener el equilibrio sobre aquella tierra quebrada y cubierta de grava—. ¡No te muevas! —gritó a la aterrorizada chica. Gabrielle lanzó una mirada vaga en la dirección de la que provenía la voz de la guerrera, enroscando frenéticamente sus brazos en torno a la raíz del árbol para afianzarse. —Xena —gimió la pequeña bardo—, por favor, ayúdame —pateaba con sus botas la escarpada superficie del risco, tratando desesperadamente de ganar pie en la accidentada superficie. —¡Resiste! —gritó de nuevo la guerrera, con el corazón palpitando de miedo. Xena se puso de pie de un salto y se giró hacia la yegua, ahora parada tranquilamente en el camino. Apresuradamente tiró de la cuerda enrollada en la tachuela y ató fuertemente uno de los extremos al cuerno de la parte delantera de la montura. Rápidamente desenrolló más cantidad de cáñamo, atando a su cintura la parte media de la cuerda y recogiendo el resto con una mano. —Atrás, Argo—, dijo suavemente a la yegua, y ésta dio varios pasos lentamente hacia atrás, tensando la cuerda entre ella y la guerrera. Con inquietud, Xena se giró hacia el borde del camino, inclinándose para ver a Gabrielle. La chica se las había arreglado para clavar el pie en un pequeño hoyo en la terrosa pared frente a ella, aún con ambos brazos enroscados alrededor de la dentada raíz. —Estoy llegando, Gabrielle —anunció a la atemorizada muchacha—, agárrate. Ya bajo para alcanzarte. Xena, en el borde, giró sobre su espalda y enrolló el largo de la cuerda entre su cintura y el estribo de la silla. Pasó los pliegues de la cuerda sobre su hombro y se giró otra vez hacia el caballo.
  • 3. —Afloja, Argo. —El caballo dio un paso indeciso hacia su ama. Xena aseguró sus pasos sobre la ruta y se desplazó abajo por un lado de la montaña, deslizando sus pies a lo largo de la superficie rugosa de la cima, mientras sus fuertes manos agarraban la tensa cuerda que se iba deslizando por su cintura. Su descenso proseguía mientras Argo avanzaba regularmente hacia el borde de la cima, respondiendo exactamente a las órdenes de la guerrera. —Adelante, Argo —gritó la mujer cuando su cuerpo consiguió acercarse a la figura temblorosa de su amiga—. Otra vez —ordenó la guerrera. El caballo avanzó otro paso hacia la voz, y la mujer tensó sus piernas contra el lado de la roca. —¡Resiste, Argo! —gritó Xena cuando la piedra de pizarra bajo sus pies cedió a su paso, haciéndola perder temporalmente el equilibrio. Cerró los ojos y giró el rostro mientras las esquirlas sueltas golpearon sus brazos y el cuello, luego sacudió la cabeza con fuerza para desalojar los guijarros que habían saltado hacia su cabello. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Gabrielle gritó temerosamente cuando los escombros golpearon con fuerza su cuerpo en su camino por delante de ella. Enterró la cara entre sus brazos, y reanudó su sujeción a la raíz del árbol. Cuando el torrente de grava finalmente terminó, ella giró los suplicantes ojos hacia la figura cercana de la guerrera. —¡Otra vez! —gritó Xena y el dorado caballo reaccionó, bajando a la guerrera más cerca de la pequeña bardo. El fatigoso descenso marchaba fácilmente mientras la guerrera y la yegua coordinaban sus esfuerzos en una maniobra continua. Después de varios angustiosos minutos, la guerrera alcanzó a la pequeña rubia. Xena le tendió la mano a su amiga, apretando los dientes cuando sintió el violento temblor sacudiendo el esqueleto de la chica. —Gabrielle —dijo con voz queda para calmar a la chica—. Está bien. —Envolvió apretadamente la esbelta cintura con un fuerte brazo—. Suéltate, Gabrielle. Te tengo. —Tiró suavemente del pequeño cuerpo, pero los brazos de la joven estaban cerrados alrededor de la raíz del árbol. —Gabrielle, suéltalo —imploró la guerrera—. Por favor. Suelta el árbol. Gabrielle estaba paralizada. Trataba desesperadamente de reaccionar ante las palabras de la guerrera, pero parecía no poder librarse de su agarre sobre la escabrosa raíz. Sentía el fuerte brazo tirando de su cintura, pero su propia histeria se negaba a permitirle reaccionar normalmente. De repente el pánico agobió a la bardo. —¡No! —sollozó y luchó violentamente contra el abrazo de la guerrera, cerrando sus rodillas sobre la rocosa superficie ante ella. Xena rápidamente soltó a la joven y colocó una apacible mano sobre la rubia cabeza. —De acuerdo —canturreó—. Vale, espera sólo un minuto. —El miedo de la bardo disminuyó levemente. Sus sollozos disminuyeron y ella enterró la cara entre sus brazos de nuevo. Xena apoyó sus pies contra la ladera de la montaña y levantó la totalidad de la cuerda de su hombro. —¡Aguanta Argo! —gritó hacia el borde de la montaña. Sintió la cuerda que rodeaba su cintura tensarse. Inclinada hacia atrás y sujetándose con fuerza a la cuerda, despacio, con mucho cuidado hizo un lazo con la soga alrededor de la bardo. Mientras lo hacía, hablaba suavemente al rígido cuerpo de su amiga. —No te preocupes. Sólo voy a atar esto alrededor tuyo, ¿vale? Simplemente relájate, ¿me entiendes? Re-lá-ja-te. La bardo levantó despacio la cabeza, el terror se retiraba de sus ojos. La voz tan calmada de la guerrera estaba teniendo el efecto deseado. La chica levantó la mirada, aún adormecida, para seguir las acciones de la mujer a su lado. —Vas a estar bien —la voz de la guerrera era calmada y firme—. Las dos vamos a estar perfectamente. Cuando la cuerda estuvo asegurada, Xena colocó la palma de su mano debajo del tembloroso mentón. Sus ojos verdes giraron lentamente hacia la fuente de esa voz tan líquida. Antes de que la bardo pudiese fijarse en los ojos azules de su amiga, la guerrera soltó un rápido pero efectivo codazo en las mandíbulas del joven rostro. La cabeza de la bardo rebotó, después su pequeño cuerpo se desplomó limpiamente, sus fuertes brazos liberando lentamente la áspera raíz del árbol.
  • 4. En un instante, Xena reunió el cuerpo junto al suyo, sintiendo la cuerda entre ambas empujando contra su cadera. Giró a la bardo para tener su cara frente a ella, colocando los brazos de la chica sobre sus propios hombros y colocando con cuidado la rubia cabeza contra su cuello. Haciéndolo con rapidez, enrolló la cuerda que sobraba alrededor de ambas, asegurando a la pequeña bardo fuertemente contra su propio cuerpo. Abrazando a la bardo con un solo brazo, tiró de la cuerda tensada que estaba delante y miró hacia el borde del acantilado por encima de ellas. —¡Atrás, Argo! —su orden fue clara y sintió la cuerda empujándola hacia arriba a lo largo del borde de la cumbre. Mientras se acercaban a la cima, susurró en voz baja al cuerpo inmóvil que sujetaba—: Ya casi estamos, amiga mía. —La bardo se agitó ligeramente. Xena la sujetó con más fuerza alrededor de la esbelta cintura. Pronto podría ver la cabeza dorada de su yegua por encima del borde del camino—. Buena chica, Argo. —La guerrera intentaba animar al animal, que seguía tirando de ellas hacia atrás ininterrumpidamente. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m   Capítulo 2. Xena cayó de rodillas sobre el rocoso sendero, tratando de calmar sus sentidos. Su corazón estaba disparado y sus pulmones sin aliento. Durante unos pocos minutos, había luchado contra el pánico cegador que la había alcanzado cuando vislumbró por primera vez a Gabrielle colgando de la raíz de aquel árbol en un lado de la montaña. Sacudiendo la cabeza, echó un vistazo con muchos nervios hacia la aún inconsciente bardo, enrollada entre sus brazos. La guerrera aflojó lentamente la cuerda que aseguraba el pequeño cuerpo de la rubia contra el suyo, y lo depositó en el suelo. —¿Gabrielle? —llamó la guerrera, acariciando suavemente el joven rostro—. ¿Gabrielle? —dijo de nuevo, observando más de cerca la esbelta figura en busca de alguna reacción. Finalmente, las rubias pestañas se movieron y sus ojos verdes se abrieron vagamente. La chica exploró con su mirada la zona alrededor de ellas, para descansar finalmente en el preocupado rostro de la guerrera. Una ligera sonrisa iluminó el broncíneo rostro—. ¿Estás bien? La pequeña bardo tragó saliva y arrastró su mano sobre los ojos. Parpadeó de nuevo e intentó enfocar su mirada en aquellos preocupados ojos azules que la observaban. Xena puso sus manos en los delgados brazos de la bardo e intentó ayudar a su amiga a sentarse. Seguía sin haber respuesta de la aturdida bardo. —¿Cómo te sientes? —preguntó la guerrera. Ni una palabra de la habitualmente locuaz rubia. Pasaron unos largos momentos mientras los sonidos del camino repiqueteaban alrededor de ellas. Finalmente Argo empujó ligeramente la espalda de la guerrera y la mujer se giró hacia el animal. Se puso en pie y acarició la cabeza de la orgullosa yegua. —Gracias, chica —dijo suavemente la guerrera, enterrando su rostro entre las plateadas crines—, de las dos — acarició el vigoroso cuello enterrando sus lágrimas en el dorado pelaje—, tú has sido la verdadera salvadora.   Xena respiró hondo y se giró hacia la chica, aún sentada vacilante en el suelo detrás de ella. Luchando contra sus nervios, tendió una mano a la bardo. Gabrielle miró la mano un instante, y después a la mujer que la extendía. Dejó que la mujer tirara de ella. Cuando estuvo de nuevo en pie, apartó bruscamente la mano y con aire distraído quitó la suciedad y los escombros de sus ropas. Xena desató la cuerda que rodeaba su cintura y soltó el extremo asegurado en el cuerno de la montura. Cuando hubo recogido la cuerda, caminó hacia el borde del sendero y recuperó el cayado de la bardo, para después tender la vara a la chica. Aquellos ojos verdes estudiaron el palo un instante, y finalmente se extendió para aceptarlo de la guerrera. Mientras la guerrera se volvía hacia el caballo y ataba la cuerda enrollada en el costado de la montura, habló casualmente. —Será mejor que encontremos un lugar donde acampar. Se está haciendo tarde —dijo, esperando que su tono calmado aflojara la tensión en el ambiente— ¿Estás lista?
  • 5. Recogió las riendas que se hallaban sueltas alrededor del cuello del caballo y se giró para encontrar a la pequeña rubia inmóvil, mirando confusa aquel palo entre sus manos. Xena observó a la chica; un punzante temor regresó en su interior. Entonces los verdes ojos devolvieron una mirada aturdida a la guerrera. —Sí, de acuerdo —dijo la bardo, con una risa nerviosa tras sus palabras temblorosas. Lanzó otra desconcertada mirada alrededor y se movió para seguir a la guerrera y al caballo. Mientras el trío se alejaba lentamente de aquel lugar aterrador una pequeña ola de cascotes cayó rozando la ladera de la colina salpicando el suelo tras ellas. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Media hora después, Xena continuaba observando nerviosa a la silenciosa bardo, sentada tensa sobre una gran rama caída mientras jugaba con varias ramitas entre sus temblorosos dedos. Había realizado un rápido examen del pequeño cuerpo, tratando de determinar si la chica había sufrido daños serios durante su tortura con la raíz del árbol. La guerrera se sintió un poco culpable cuando notó el moratón apenas perceptible que se había vuelto evidente a lo largo de la mandíbula del joven rostro pero, a parte de unos pocos rasguños y cortes en brazos y piernas, que únicamente habían requerido una menor consideración y una pequeña aplicación de ungüento calmante de hierbas, la bardo había salido prácticamente ilesa gracias a su experiencia. Era la falta de conversación lo que desconcertaba a la guerrera. Mientras disponía las ramas secas en un montón para encender el fuego, Xena vio a su amiga rastrear el campamento con una mirada de preocupación. La chica parecía aturdida; su rostro contenía la inquieta mirada de quien acaba de despertar de un sueño realmente perturbador. La guerrera se puso en pie y cruzó el campamento, agachándose de nuevo para recuperar el cayado abandonado de la bardo. Sujetando el arma, caminó de vuelta hacia la pequeña rubia y con cuidado depositó la vara al lado de la nerviosa chica en la rama del árbol. Se arrodilló frente a la bardo y puso una tentativa mano sobre las nerviosas manos que temblaban en su regazo. Observó la sorprendida mirada caer sobre su mano y después subir de nuevo para encontrarse con sus propios ojos azules. Sonrió cariñosamente al joven rostro, esperando el comienzo de la usual disertación sobre los eventos del día a la cual, debía admitir, se había acostumbrado, y que ahora deseaba sinceramente que le relatara su pequeña acompañante. Lo que vio en el dulce rostro fue un enorme grado de confusión y un alarmante nivel de miedo. La nerviosa risa de Xena rompió el silencio en el claro. —Nunca pensé que un día llegaría a decir esto —la guerrera dijo suavemente. La expresión de la chica cambió ligeramente mientras esperaba a que la guerrera continuase. La alta mujer sonrió ampliamente mientras miraba directamente a los ojos verdes y decía—: háblame. La reacción de la bardo ciertamente no fue la que la guerrera hubiese previsto. Los verdosos ojos permanecían vacíos y totalmente inconscientes. Si era posible, mostraban aún más confusión. La sonrisa en el moreno rostro se disolvió lentamente mientras la tensión se formaba en el pecho bajo el traje de cuero. —¿Gabrielle? —pronunció la guerrera en una voz ahora teñida de preocupación—. ¿Qué pasa? La pequeña rubia tomó una lenta, profunda inspiración y buscó los ojos azules clavados en los suyos. Mostrando una insegura sonrisa que únicamente resaltaba el pánico tras sus ojos, la bardo sujetó fuertemente los delgados dedos de la guerrera. —Ya que continúas llamándome así, deduzco que ése es mi nombre. ¿Verdad? El corazón de la guerrera latía con fuerza contra sus costillas. Su boca cayó abierta y sus ojos se agrandaron por la sorpresa. —Sí, ése es tu nombre —dijo con tono asombrado. —De acuerdo. Yo soy Gabrielle —la joven rubia dijo insegura. Los verdes ojos recorrían el moreno rostro—. Entonces, ¿quién eres tú? ¿Por qué estamos aquí fuera, en medio de ninguna parte? ¿Y por qué sigues intentando darme ese palo?
  • 6. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m siguiente -->
  • 7. Continuación... Capítulo 3. Xena observó con la boca abierta la cara de su mejor amiga. Sintió como un agobiante entumecimiento se posaba sobre ella y se dio cuenta de que sus manos estaban ahora temblando. Se dejó caer hacia atrás bruscamente, sentándose en el suelo, un agudo zumbido sonando en sus oídos. Respirando pesadamente, sus ojos azules parpadearon rápidamente en un intento de recuperar su propia conciencia. Finalmente forzó una inspiración a través del nudo que amenazaba con cerrar su garganta. —Mi nombre es Xena —la guerrera susurró, su voz temblando en alarma. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m La joven bardo observó de cerca la reacción de la mujer. Sintió una desconcertante preocupación por la persona tan obviamente aterrada en el suelo a sus pies. Sin saber por qué, la pequeña rubia se inclinó para calmar la alarma que podía ver en los ojos de la mujer. La alta guerrera tomó la pequeña mano en su callosa palma y sintió el paralizador miedo que contraía, su pecho disminuir ligeramente. Los ojos de Gabrielle viajaron sobre el atónito rostro de la mujer en frente suyo. Su expresión era cálida, su usual amabilidad irradiaba a través de su aún insegura sonrisa. Lentamente retiró su mano de la de la guerrera y rodeó sus rodillas con los brazos. —Obviamente eres una guerrera —la pequeña rubia dijo, sus ojos se posaron momentáneamente sobre la funda de espada atada a la espalda de la guerrera—. Las armas, la armadura… esa cosa redonda en tu cinturón. —La mujer en el suelo esperó, sin palabras, abatida por la impersonal cualidad del tono de la joven mujer. —Bueno, Xena —la pequeña bardo dijo suavemente, como si estuviese presentándose a un extraño—. Supongo que debería agradecerte que salvaras mi vida —la gentil, educada sonrisa en el rostro de la bardo hizo que a la guerrera le doliera el corazón—. Gracias… Xena, —la chica dijo vacilantemente, la falta de reconocimiento en su voz envió el corazón de Xena hasta sus rodillas. —De nada —replicó Xena titubeando, su propio desconcierto limitando sus palabras aún más de lo usual. Las dos mujeres estudiaron la cara de la otra durante largos, cargantes momentos. Finalmente la pequeña bardo tomó otra corta inspiración. Giró la cabeza para mirar a la yegua color miel que se encontraba silenciosamente pastando la jugosa hierba que rodeaba el claro del campamento. Se giró de nuevo hacia la guerrera aún sentada inmóvil en el suelo. —¿Tu caballo? —la chica preguntó, gesticulando con el pulgar en la dirección del animal. Xena asintió sin decir nada, entonces se pasó la lengua sobre los resecos labios. Sintió otra ola de asombro mientras veía como la joven rubia al otro lado del campamento acariciaba el suave cuello de la yegua. Gabrielle frotó el suave hocico del caballo y habló gentilmente al animal. —Debería darte las gracias a ti también… —la chica dirigió una inquisitiva mirada hacia la guerrera. —Argo —Xena ofreció. —Argo —repitió la chica, girándose de vuelta a la yegua. Sonrió cuando el dorado corcel relinchó ligeramente contra su pecho—. Gracias —la pequeña bardo frotó la crin, entonces se giró con una nerviosa mirada de nuevo hacia la mujer vestida de cuero. La joven bardo distraídamente frotó sus ojos con el dorso de su mano. Los sentidos de Xena finalmente despertaron. Estiró sus largas piernas, enderezó su espalda, se puso en pie y caminó hacia la joven mujer. —¿Te encuentras bien? —preguntó a la chica, sus habituales reflejos regresando. Posó una tentativa mano sobre el delgado brazo de la bardo—. ¿Te duele algo? —la guerrera estudió el rostro de la joven bardo. En cuanto la chica se giró hacia ella, el corazón de la guerrera se sobresaltó al ver el terror en los suaves, verdes ojos.
  • 8. —No estoy segura —la pequeña rubia dijo—. Mis hombros están un poco doloridos. Y tengo un nudo aquí detrás —confesó, señalando hacia la parte de atrás de su largo cabello rubio. La guerrera se acercó para examinar la parte de atrás de la cabeza de la chica. Sus dedos encontraron un área ligeramente hinchada en el cráneo de la bardo, pero decidió que no era lo suficientemente serio como para preocuparse especialmente. La chica estaba obviamente consciente y por lo demás no estaba herida físicamente. Sobre su falta de memoria... el corazón de la guerrera saltó en su pecho. Tan sólo podía esperar… Gabrielle pasó su mano por su mandíbula, frotando el área cuidadosamente. —Y mi mandíbula está realmente dolorida también —dirigió una confusa mirada hacia la morena cara cerca de la suya—. ¿Me pegaste o algo así? V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m El pecho de Xena se oprimió mientras daba un paso atrás, ligeramente perturbada por la pregunta. Tragó y bajó su mirada hacia sus propios dedos, entonces miró arriba de nuevo para encontrarse con los cautelosos ojos verdes. —Sí —la guerrera dijo arrepentida. Su corazón latía fuertemente ante la leve acusación en la verde mirada de la bardo—. No querías soltar la rama del árbol y… —la voz de la guerrera vaciló—. Tenía que sacarte de allí. Tenía que conseguir que la… soltaras de algún modo —sus palabras  menguaron bajo el escrutinio de la fija mirada de la joven mujer. La bardo continuó estudiando el contrito rostro. Sus instintos le decían que éste era un honorable individuo, sin embargo las armas y la reservada actitud formaban una extraña paradoja frente a la ternura que la mujer había empleado al atender sus arañazos en brazos y piernas. Gabrielle asintió, evidentemente satisfecha con la respuesta de la guerrera. Después de un momento, dio la espalda a los ojos azules y avanzó unos pocos pasos indecisos hacia la hoguera, entonces se detuvo para dejar su mirada viajar por el área alrededor del campamento. Xena vio cómo los asustados ojos observaban los alrededores y notó la rápida, cortada respiración que le había sobrevenido al comportamiento de la bardo. Esperó, aún en posición tras la joven rubia, no queriendo entrometerse por miedo a dificultar la recuperación de la chica. De repente, la bardo cubrió su cara con sus temblorosas manos y la guerrera instintivamente se movió para rodear la llorosa forma entre sus brazos. Retrocedió un poco cuando la chica se tensó ligeramente. —Está bien, Gabrielle —la guerrera susurró gentilmente—. Lo resolveremos. No pasa nada. Gabrielle elevó sus lacrimosos ojos a los compasivos ojos azules de la guerrera que ahora la sujetaba tiernamente. Sintió una rara seguridad entre el abrazo de la mujer, un extraño consuelo emanaba de esta figura más bien contradictoria. Casi en contra de su propia voluntad, la pequeña bardo rodeó con sus brazos la cintura de la guerrera y se acurrucó cómodamente contra el duro metal que cubría el torso de la mujer. —Estoy tan asustada… —la pequeña bardo lloró tristemente—. No te recuerdo. ¡No recuerdo nada! La pequeña forma tembló entre los brazos de la guerrera. Xena sujetó el pequeño cuerpo cuidadosamente, usando una mano para acunar la rubia cabeza contra ella. Se movió delicadamente hacia la hoguera, depositando lentamente a la temblorosa bardo sobre las mantas extendidas cerca de las llamas. La pequeña bardo se sentó agotada, usando sus manos para limpiar las lágrimas del rostro. La guerrera se acuclilló encarándola, sus ojos azules preocupados y comprensivos. Después de unos momentos, Gabrielle miró de nuevo a la morena mujer. Gabrielle estudió los amables ojos azules fijos en su cara. Su mente se estaba esforzando dolorosamente por identificar la profunda conexión que sentía por esta mujer que ahora le ofrecía tal consuelo. «¿Por qué no puedo recordarla? ¿Por qué el contacto con esta persona me afecta tan profundamente?» la bardo se preguntaba. Sintió cómo comenzaba a devolverle la gentil sonrisa a la mujer. Toda la incertidumbre que había sentido antes se desvaneció cuando vio el honesto afecto brillando en la límpida mirada azul de la guerrera vestida de cuero. Tomó la mano de la mujer sin reservas ni dudas. Xena esperó pacientemente hasta que vio la calma retornar a la expresión de su amiga. Se puso en pie y cruzó el campamento, regresando para entregarle a la bardo un odre de agua y un suave trapo limpio de las bolsas. La guerrera se sentó con las piernas cruzadas junto a la chica, sus delgados antebrazos apoyados en sus lisos muslos,
  • 9. sus largos, delgados dedos, entrelazados relajadamente. Mientras la chica tomó varias veces del agua fresca, y secaba su rostro con el trapo, la guerrera ensayaba una sonrisa cariñosa en su preocupada expresión. Después de otro momento, la temblorosa voz de la bardo se escuchó en el tranquilo claro. —Debes de ser mi amiga —la chica dijo, observando con cautela los ojos azules. La emoción en su pecho se desvaneció en cuanto vio la cálida sonrisa que le devolvió la guerrera. —Mejor amiga —Xena dijo suavemente—. Tú y yo somos las mejores amigas. Una suave risa escapó de la llorosa bardo. Apretó los delgados dedos descansando suavemente sobre su rodilla y se relajó cómodamente contra el fuerte brazo que rodeaba sus hombros.   V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Capítulo 4.   Gabrielle observó la actividad de la guerrera en la hoguera, sus ojos evidentemente entretenidos ante los extraños esfuerzos de la delgada combatiente. Después de varios frustrados momentos, Xena se giró para encontrarse con la sonrisa de la bardo. —¿Qué? La chica tímidamente se humedeció los labios, miró hacia otro lado, entonces devolvió una sonrisa juguetona al ceño fruncido de la guerrera. —No sé por qué pero tengo la impresión de que hay algo muy malo en esta situación. La cara de la mujer morena se iluminó con una tenue sonrisa. —Nunca fui muy buena cocinera —admitió con aflicción—. Ésa es usualmente tu especialidad. La sonrisa de la pequeña rubia disminuyó un poco. —¿Yo? —preguntó—. ¿En serio? ¿Yo cocinaba? La guerrera asintió, devolviendo su atención al fuego. —Si, y eras… eres muy buena. La bardo parecía genuinamente sorprendida. —¿En serio? —preguntó, sus ojos verdes agrandándose. Xena se detuvo en su esfuerzo por mostrar una mirada seria a su amiga rubia. —Muy buena. —Observó a Gabrielle considerar esta información. La mirada de la pequeña bardo recorría el suelo del campamento, una confusión renovada se reflejaba en las verdes lagunas. La guerrera podía leer la enloquecedora confusión en la expresión de la chica mientras esperaba a que la pequeña rubia realizara las preguntas que claramente asomaban en su cara. Después de un momento, la joven alzó sus ojos para mirar de nuevo a los de la guerrera. —¿Era buena en algo más? Xena sintió una fuerte tensión regresar a su pecho. Sus ojos azules clavados en el vulnerable rostro de su más cercana y querida amiga. Dejó caer la fina rama que había usado para atizar las brazas y sacudió sus manos. Se puso en pie y cruzó el campamento, recogiendo la colorida mochila de tela que la bardo habitualmente llevaba
  • 10. colgado de su hombro. —Cuentas grandes historias —la guerrera dijo, caminando de vuelta hacia la chica para dejar la bolsa suavemente en su regazo—. Aquí. Léelas por ti misma. Gabrielle aceptó la mochila tentativamente y suavemente tiró de las cuerdas de su apertura. La guerrera regresó a la hoguera, observando furtivamente cómo la chica sacaba unos cuantos pergaminos enrollados de la bolsa, seleccionaba uno y comenzaba a leer las palabras transcritas en la página. Después de varios minutos, la pequeña bardo devolvió la mirada a la mujer junto al fuego. Los verdes ojos brillaban y la chica tragó con fuerza. —¿Éstos son míos? ¿Yo los escribí? V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m La guerrera asintió, una suave sonrisa apareció en su cara. —Los escribiste todos. Eres una bardo, Gabrielle. Eres una bardo con mucho talento. La chica devolvió su atención al pergamino que sostenía. Xena decidió concentrarse en asegurar el pescado que había conseguido en la parrilla sobre el fuego. Usó su daga para colocar la trucha mientras mantenía la vigilancia sobre la chica en la manta. Mientras observaba, la expresión de la chica cambió de curiosidad a sorpresa y a incredulidad, quedándose finalmente en un ceño fruncido con perplejidad. Envió una inquisitiva mirada hacia la guerrera. —¿Me inventé esto... o estas cosas nos suceden realmente? —la bardo bromeó débilmente. La mujer junto al fuego sonrió. Dirigió gentiles ojos azules hacia la joven mujer. —La mayoría de los… eventos sucedieron —dijo, riendo ligeramente—. Pero, sospecho que los puedes haber... “suavizado” un poco, para hacer un “cuento” mejor. —La sonrisa de la guerrera se debilitó lentamente cuando notó la preocupación en la expresión de la pequeña rubia. Comenzó a expresar otro comentario, entonces decidió esperar a que la bardo siguiera con el tema. La joven se había quedado callada de nuevo mientras su morena amiga detectó un grado de confusión regresar al suave rostro. Gabrielle devolvió los pergaminos a la mochila con cuidado y se sentó en silencio, considerando la información que había obtenido de los rollos de pergamino. Finalmente los ojos verdes se alzaron para encontrarse con los azules de cristal una vez más. Mientras la guerrera miraba, un pequeño grado de calma se posó sobre el joven rostro observando el suyo. —¿Hemos sido... amigas durante mucho tiempo? —la joven preguntó suavemente. —Hemos viajado juntas durante casi tres veranos —respondió Xena intentando mantener su voz ligera y casual—. Hemos sido… hemos tenido algunas verdaderas… aventuras. La guerrera sintió cómo su pulso se aceleraba en cuanto se dio cuenta de las posibles consecuencias del actual estado de la memoria de la bardo, o de la falta de ésta, para ser más precisa. Era probable que los recuerdos de la chica no regresaran y por lo tanto su concepto de  relación nunca volvería a ser parte de la conciencia de Gabrielle de nuevo. Eso significaría que habría perdido a su mejor amiga de la forma más devastadora, no por ningún acto de violencia o como resultado de ninguna enfermedad. Habría perdido los recuerdos de la bardo sobre su relación, y más importante, el corazón de la chica y a la guardiana de su propia alma. De repente la pequeña rubia chilló y señaló al humeante fuego junto a la guerrera. —¡Hey! ¡La comida se está quemando! —rió mientras la alta mujer se giraba hacia las llamas. Xena usó su daga y el delgado palo para intentar salvar el pescado pero pronto se hizo obvio que sus esfuerzos eran en vano. Maldijo por lo bajo mientras metía un chamuscado dedo en su boca, entonces se dio la vuelta avergonzada hacia la chica, que sonreía ampliamente desde la manta.
  • 11. —Bien, ahora sabes por qué eres tú la que se encarga de la cocina —afirmó la guerrera con un poco de sonrojo en su suave rostro. Raspó las partes quemadas de la parrilla sobre el fuego, entonces, sigilosamente, alzó el enrejado de las llamas y se frotó las manos de nuevo. Exhaló un corto, exasperado suspiro y se puso en pie. —Voy a ver si puedo conseguir más —dirigió una mirada inquisitiva hacia la bardo—. ¿Estarás bien tú sola durante un rato? No tardaré. La cara de la chica aún conservaba la amable sonrisa que había aparecido durante el forcejeo de la guerrera con el pescado y las llamas. Estiró sus delgadas y musculosas piernas y se puso en pie, moviéndose hasta el lado de la alta mujer. —Ve, estaré bien —dijo riendo ligeramente. Con cuidado tomó la daga de la mujer y, agachándose, le ofreció el pequeño tarro de cocina—. Trae un poco de agua —dijo ausentemente, entonces caminó hacia la esquina del campamento—. Veré si puedo encontrar algunos champiñones y tubérculos salvajes para hacer un guiso. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m El progreso de la chica se detuvo abruptamente cuando se giró lentamente hacia la otra mujer. La lenta sonrisa de la guerrera había comenzado a reaparecer en cuanto reconoció lo que las acciones de la bardo significaban. Esperó a que la chica reaccionara. —¿Tubérculos salvajes? —la chica preguntó suavemente. Dirigió una expresión turbada hacia la guerrera—. ¿Cómo supe de los tubérculos salvajes? La alta mujer posó una gentil mano sobre el hombro de la joven rubia. Habló suavemente a los ansiosos ojos verdes. — Algunas cosas no se olvidan —dijo con sonrisa cálida—. Una buena cocinera un día, una buena cocinera para siempre. El nerviosismo de la bardo se desvaneció en cuanto vio el apoyo y el afecto irradiando de los ojos azul cobalto. Una pequeña risa escapó de la chica cuando pareció aceptar la explicación. Entonces cuadró sus hombros y se giró de nuevo hacia el bosque que rodeaba el campamento, marchando a completar su misión. La guerrera tragó con fuerza mientras observaba cómo la pequeña rubia se alejaba, su visión borrosa por las lágrimas que lentamente llenaban sus ojos azules. —Sigue intentando, Gabrielle, —murmuró suavemente—. Sigue intentando recordar. Yo no puedo seguir adelante sin tu espíritu brillando a mi lado.   Capítulo 5. Las dos mujeres se encontraban disfrutando de su muy apetecible, aunque un poco retardada, comida. Xena había regresado del arroyo cercano con otro cordel de truchas y la búsqueda de Gabrielle por el follaje adyacente había producido, de hecho, un modesto grupo de champiñones salvajes y dos tubérculos de buen tamaño. La bardo había cortado expertamente los vegetales dentro del recipiente que la guerrera había llenado de agua. Entonces, añadiendo un puñado de especias y hierbas que había encontrado en una de sus bolsas, había producido un delicioso y satisfactorio guiso. Durante toda la preparación, se había maravillado de su propio talento y el nivel de capacidad que había demostrado. «Supongo que tiene razón», pensó la bardo. «Evidentemente hay cosas que nunca olvidas». Miró a la majestuosa mujer que saboreaba su asado al otro lado del fuego. «Entonces, ¿por qué no puedo recordarla a ella, ni lo que significamos la una para la otra?», se interrogó la joven. Estudió la cara de la guerrera a la luz de las danzantes llamas de la hoguera. Xena podía sentir sobre ella la muda contemplación de la bardo mientras permanecía con la vista fija en el pescado, sobre el plato de barro, que sostenía entre las manos. Sintió que el pulso se le aceleraba ante la incipiente
  • 12. pregunta que bullía en el interior de la mente de la joven. —¿Xena? —comenzó la bardo con voz débil y meditabunda. La guerrera levantó la vista hacia su mejor amiga—. Tengo que preguntarte una cosa. —La leve risa de la bardo pasó flotando sobre el fuego—. Como si no fuese lo que llevo haciendo todo el día —bromeó la muchacha con una brillante sonrisa iluminándole el rostro—. ¿Soy así... regularmente? Sus ojos se enternecieron. —De hecho, sí —ironizó—. Pero tranquila —añadió en voz baja, inclinándose ligeramente hacia la bardo—. Esta noche puedes hacer todas las preguntas que quieras. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m De repente, sus musculosos hombros se relajaron y dejó caer la vista al suelo. ¿Cuántas veces habían estado justo así junto a un fuego, con la bardo tratando de sondearla una y otra vez y ella luchando por controlar su propia impaciencia y participando a regañadientes? Su introspección disparó una enorme sensación de culpabilidad en su interior al ser consciente de su frecuente y constante falta de sensibilidad. Tras auto-reprenderse un momento, alzó sus pacientes ojos azules hacia la bardo. —¿Y bien? —le dijo con dulzura—. ¿Qué quieres saber? Contempló a la joven, que se esforzaba por encontrar las palabras adecuadas. —¿Por qué estamos...? —comenzó la bardo, aunque se detuvo para reformular la pregunta. Sus ojos verdes se volvieron hacia la guerrera—. ¿Qué es lo que "hacemos", exactamente? —concluyó con torpeza—. Quiero decir, ¿nos dedicamos a viajar juntas sin más o tenemos un... objetivo concreto? La expresión de la chica era de honesta curiosidad, aunque la guerrera fue capaz de entrever una genuina desesperación en su mirada. Xena aspiró profundamente y trató de ordenar sus pensamientos, de dar una respuesta sincera al interrogante que con tanta sinceridad había planteado la bardo. Sin embargo, se encontró a sí misma sintiéndose aún más inepta de lo normal por su falta de capacidad para expresarse verbalmente. «¿Que qué es lo que hacemos?», pensó con la pregunta de Gabrielle resonando en su cabeza. Dejó escapar otro suspiro nervioso y volvió la mirada hacia la ansiosa cara de la bardo. —Bueno —comenzó la guerrera con inseguridad—, viajamos de un sitio a otro para... ayudar a la gente. Intentamos solucionar problemas y... situaciones que ellos... no pueden solucionar solos. Contempló a la muchacha mientras ésta intentaba interpretar esta nueva información. —Oh —dijo Gabrielle, asintiendo—. "Ayudamos" a la gente. —Repitió la frase de la guerrera con un tono reflexivo y profundo y una expresión de contemplación y seriedad. Finalmente devolvió la vista hacia la mujer—. ¿Vienen a buscarnos o algo así? ¿O simplemente... viajamos hasta encontrarlos... por casualidad? La pregunta era tan sencilla, una expresión tan clara del espíritu puro y limpio de Gabrielle, que hizo aflorar una sonrisa al dulce rostro de la guerrera. La más sincera expresión de la chica respondió con calidez a la risa suave de la mujer. —Bueno, supongo que las dos cosas. A veces recibimos un mensaje de alguien que nos necesita —dijo con una sonrisa adornando ahora sus cinceladas facciones—. Y otras es como si el "problema" nos encontrara a nosotras. La risa de Gabrielle se unió a la de Xena con esta última y sutil frase. Se encontró a sí misma respondiendo a la calidez que sentía en la forma de ser de la otra mujer. Aún no había sido capaz de establecer qué era lo que la conectaba con tanta fuerza a aquella persona vestida de cuero, pero tampoco podía negar la innata confianza y la fe ciega que sentía dentro ante la presencia de la mujer y su actitud para con ella. «Sea lo que sea que hayamos compartido» pensó Gabrielle, «sé que esta persona es importante para mí, y yo
  • 13. importante para ella». Ese convencimiento sembró un sentimiento de paz en la joven mujer, incluso con la mente tan desorientada y agitada como la tenía en aquel momento. Tras unos instantes, la bardo se pasó una mano por los ojos y dirigió una mirada a la mujer, al otro lado del fuego. Xena contempló la fatiga dibujada en su rostro; reconoció las señales de agotamiento que delataban el formidable esfuerzo que su amiga había realizado hasta entonces. Recordó que ella misma se había visto vencida en ocasiones por la falta de esa reconfortante seguridad después de resultar herida en la batalla. No había nada más aterrador que sentirse incapaz de recuperar la propia identidad de uno. —Escucha, ¿por qué no descansas un poco? —propuso la guerrera. La muchacha dirigió una vaga expresión de agradecimiento hacia la mujer—. Yo terminaré de recoger. Vamos, intenta dormir. —De acuerdo —dijo Gabrielle suavemente, quitándose las botas. A continuación echó un rápido vistazo a la cama que yacía frente a ella. Se volvió una vez más hacia la mujer, con una nueva pregunta escrita en los ojos. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m —Sí, es la tuya —contestó la mujer envuelta en cuero, anticipándose a ella. Se acercó para ayudar a la pequeña bardo a ponerse cómoda sobre la manta y apartó con dulzura el pelo que le había quedado sobre la cara sonrojada. Gabrielle aspiró profundamente y elevó la vista con confianza hacia la guerrera. —Duerme un poco. Yo estaré aquí, no te preocupes. Estás a salvo, Gabrielle. La sonrisa de la pequeña bardo atravesó el galante corazón de la guerrera. Luego, sus ojos verdes se cerraron y, aparentemente, se durmió en seguida. «Estás a salvo, Gabrielle». Las palabras de la guerrera resonaron con fuerza en el interior de su propia mente. «¡Qué gran mentira!», se reprochó a sí misma la mujer. «¿Cuándo has estado a salvo conmigo?». Contempló el hermoso rostro que quedaba junto al suyo. Lentamente, sus claros ojos azules comenzaron a llenarse de lágrimas. Xena se sentó junto a su durmiente amiga un buen rato. Se levantó una sola vez para alimentar el fuego y volvió deprisa para recolocar la delgada manta que la bardo había hecho a un lado al moverse. Conforme avanzaba la noche, los sonidos del bosque se sumaron irónicamente a los ininterrumpidos reproches internos de la guerrera. siguiente -->
  • 14. Continuación... Capítulo 6. Con los últimos vestigios de oscuridad, mientras el amanecer comenzaba a reemplazar la negrura de la noche, la guerrera abandonó su lugar junto al lecho y silenciosamente terminó de recoger los cacharros de la noche anterior. Reunió los cubiertos, las sartenes y demás utensilios de cocina, fue de una carrera rápida hasta el arroyo, los limpió, rellenó la olla con agua y regresó al campamento en menos tiempo del que hubiese empleado cualquier otra persona. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m En el camino de vuelta, Xena se valió de su chakram para conseguir el ingrediente principal para el desayuno. Regresó junto a la hoguera con un par de rechonchos pichones, y utilizó su daga para limpiarlos y prepararlos antes de ponerlos al fuego. Cuando hubo terminado con los pájaros, limpió su cuchillo y echó un poco de agua en las manos para eliminar cualquier rastro de su labor. Colocó los animalillos sobre un pedazo de corteza y los cubrió con una hoja grande y fresca. Después volvió en silencio a su manta, ahora a menos de un brazo de distancia de donde Gabrielle dormía tranquilamente. La guerrera la había llevado hasta allí durante la noche, puesto que se sentía más necesitada que de costumbre de permanecer cerca de la pequeña bardo, para proteger a su amiga de un trauma mayor, pero principalmente para ser capaz de reconfortarla y ayudarla en caso de que despertara en mitad de la noche. Lo único que había hecho la bardo era removerse unas cuantas veces a lo largo de la noche para tranquilizarse poco después, murmurando sonidos que la guerrera prefirió no interpretar, y agitarse ligeramente en su sueño intranquilo. Y cada vez, la esbelta mujer vestida de cuero había esperado a que la calma retornara para después recolocar la manta sobre la chica, acariciando dulcemente su pelo rubio hasta que la respiración de la bardo se estabilizaba de nuevo y su figura quedaba tranquila. Xena se arrodilló junto a la durmiente muchacha y dejó caer la mirada sobre la suave y serena cara de su mejor amiga. La expresión de Gabrielle ya no mostraba ni el más leve atisbo de la confusión que le había atormentado durante todo el día y la noche anteriores. Su casi fatal prueba junto al acantilado había dejado un traumático vacío en su sensibilidad, y la guerrera sentía una inquietante indefensión al saberse incapaz de aliviar los miedos de la bardo, de combatir su terror. Al incorporarse y recoger su manta, la mente de la guerrera sobrevoló los últimos tres veranos, evocando felizmente el momento en que la bardo había entrado en su vida. Su cincelado rostro se suavizó al recordar cómo la amistad y la confianza de la joven habían curado el dolor de su corazón y rescatado el alma que creía perdida para siempre. Xena aspiró profundamente para hacer a un lado el doloroso remordimiento que atenazaba su conciencia. Sus pensamientos giraron entonces hacia las muchas pruebas de fe y de valor a las que había sido sometida la lealtad de la bardo; las veces en que Gabrielle había combatido la oscuridad que aún amenazaba su propia cordura con su amistad y su amor. Recordó todas las ocasiones en que había utilizado la bondad de la chica para sancionar su constante batalla contra los demonios que llevaba dentro. Había llegado a considerar a Gabrielle como un precioso regalo, un legado puesto en su mundo por una fuerza generosa y compasiva. La garganta de la guerrera se cerró sobre sí misma al evocar la firme e inquebrantable devoción que ambas compartían y lo mucho que dependía su espíritu de la presencia de la pequeña bardo, y juró aceptar cualquier dificultad que implicara sacar a su alma gemela de aquel terrible y destructivo vacío. —Superaremos esto, amiga mía —dijo la guerrera en voz baja a la figura durmiente—. Igual que hemos hecho con todos los demonios a los que nos hemos enfrentado... juntas. La mujer de pelo negro comenzó a reavivar las moribundas ascuas de la hoguera. Recolocó el asador y colgó la pequeña olla sobre las llamas. Luego miró a la bardo y arrojó unas cuantas hojas secas en el agua. Muy pronto, el especiado aroma de la vasija comenzó a llenar el claro y a despertar los sentidos de la bardo, y Xena sonrió al oír que se desperezaba junto a ella.
  • 15. La cara de la rubia surgió poco a poco por debajo de la manta. —¿Qué huele tan bien? —preguntó un segundo antes de bostezar ampliamente. —Té de hierbas —contestó la guerrera—. Una de las pocas cosas que no soy capaz de echar a perder. —Se giró para contemplar una amplia sonrisa en la cara de la chica. Gabrielle salió lentamente de entre el lío de ropa que la cubría y se estiró con elegancia. Luego se pasó los dedos por sus rubios mechones de pelo y procedió a ponerse las botas. Cuando acabó, se levantó y fue hasta la guerrera. La vio verter un poco del oscuro té en una de las tazas de barro que descansaba en las piedras que rodeaban la hoguera. La bardo aceptó la copa que la guerrera le ofreció y se sentó en un enorme tronco junto al fuego. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m El té era caliente y con fragancia, y la joven agradeció su estimulante sabor. Mientras se inclinaba sobre la taza para dar un nuevo sorbo, observó las ágiles manos de la guerrera manejar la ardiente madera hasta convertirla en una pila consistente y volver a poner el asador en su lugar, sobre las llamas. Quedó hipnotizada por la precisión y el control en sus movimientos y por su habilidad. Xena se volvió para recoger los pájaros del trozo de corteza y comenzó a llevarlos hacia el asador cuando la voz de Gabrielle la detuvo. —Si los envolvemos en nogal y los asamos en las ascuas, perderán ese saborcillo suyo tan desagradable —dijo la pequeña bardo, para reír ligeramente un segundo más tarde ante la cara de sorpresa de la guerrera—. Empiezo a creer que tengo todo un libro de cocina dentro de mi cabeza. Los ojos verdes se suavizaron al encontrar una mirada interrogante del otro lado. —Y también estoy empezando a captar pequeñas... cosas. Cosas cotidianas, como a ti junto al fuego y... —dejó descansar su mano sobre la vaina atada a la espalda de la guerrera— ... afilando tu espada mientras yo preparo la cena. —La broncínea cara le sonrió con dulzura. La pequeña bardo clavó la vista en la taza que tenía entre las manos—. Y a ti cuidándome... quedándote despierta a mi lado toda la noche cuando tengo pesadillas. Elevó la mirada para encontrarse con la de la guerrera. El corazón de Xena quedó como detenido al contemplar las lágrimas brillando sobre aquellas órbitas verdes. Gabrielle vio a la guerrera tragar con nerviosismo y sonrió ante su expresión avergonzada. Estudió su estoico rostro, reconfortándose en la calidez y la amistad que vio en él. Tras un momento, la joven tomó otro sorbo de la taza. —Te diré lo que haremos —dijo depositándola junto al tronco—. Deja que haga “una visita al bosque" y me refresque, ¿de acuerdo? —Se levantó y fue hacia los árboles—. Seguro que quieres ponerte en marcha temprano, como de costumbre. Una vez más, la bardo sonrió al ver la expresión sorprendida, y aliviada, de la guerrera.   Capítulo 7.   Mientras disfrutaban de su desayuno, Xena echó un lento vistazo a la bardo, que se encontraba sentada y cruzada de piernas sobre la manta. Sentía que la muchacha retomaría muy pronto las preguntas que habían dejado en el aire la noche anterior. Su estómago se revolvió nervioso al considerar el modo en que la bardo reaccionaría ante ciertas respuestas. Incluso a pesar de la tensión, el contemplar el irreprimible modo en que la bardo disfrutaba de su comida disparó una oleada de comodidad al interior de la guerrera. Siempre experimentaba un profundo placer al ver cómo la joven se maravillaba ante las cosas más cotidianas, las de todos los días. Ese era uno de los elementos de la naturaleza de la chica que provocaban en la guerrera un sentimiento de renovación.
  • 16. Después de un buen rato, la muchacha levantó la vista del plato de barro que tenía sobre su regazo y se chupó sistemáticamente cada uno de sus dedos, limpiando los restos del asado de ave de las yemas. Sin previo aviso, la chispeante risa de la guerrera atravesó el campamento. —Vaya, eso es algo que no has olvidado... lo mucho que te gusta comer. La muchacha dirigió una juguetona mirada a su compañera, acompañada por una sonrisa traviesa en respuesta a la suya. —¿Cómo podría olvidar algo así? —preguntó con sarcasmo. Agitó sus dedos pringosos y se limpió las manos en una esquina de la manta que tenía debajo. Las dos amigas disfrutaron de ese momento de relajación, aunque los verdes ojos de la bardo recuperaron la seriedad poco después. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m —Xena —comenzó en voz baja, provocando que la guerrera centrara su atención en ella—. Si llevamos juntas tres veranos, ¿dónde estaba yo antes? ¿Y dónde estabas tú? El corazón de la guerrera dio un vuelco. El momento que tanto había temido por fin estaba ante ella. Clavó los ojos en el plato y, muy despacio, dejó la fuente en el suelo. Elevó la vista con lentitud hasta encontrarse con la de la bardo, aspiró profundamente y tragó saliva contra su propia voluntad. Gabrielle pudo ver el pánico trasluciéndose en el rostro de la mujer. Era consciente de que la preguntas que formulaba provocaban que se sintiera cada vez más y más incómoda, y ello le hacía sentir arrepentimiento. Se arrepentía de ser la causante de aquel dolor. Aun así, sentía una fe permanente en el honor de aquella persona y sabía que las respuestas, y la cura a su confusión, estaba en manos de la guerrera vestida de cuero. Sabía que podía confiar por completo en aquella mujer, incluso aunque aún no comprendiera el porqué. De repente, una oleada de pánico atravesó su rostro y dejó escapar un gemido. Su pequeño cuerpo retrocedió como si la hubieran golpeado, y sus ojos se abrieron desmesuradamente por el impacto. Los miedos internos de la guerrera se hicieron reales en un segundo y reaccionó al golpe de terror que sintió en el rostro de la bardo. —Gabrielle, ¿qué ocurre? —preguntó la guerrera con nerviosismo, leyendo el miedo en la cara de la rubia. Se movió con rapidez hasta quedar de rodillas junto a ella—. Dímelo. Dime lo que estás pensando. La bardo parpadeó deprisa unas cuantas veces y luego se giró hacia aquellos ojos azules repletos de preocupación. Tomó aire y se agarró con desesperación a los dedos que reposaban sobre su brazo. —Tan sólo tuve un… un flash de una imagen —ella dijo titubeantemente. Sus ojos se movían temerosamente sobre el bronceado rostro—. Te vi a ti… en un ataúd. Tu cara estaba muy pálida. Estabas… estabas muerta —la desalentadora frase colgó en el silencio del claro. Los ojos azules de la guerrera cayeron de la asustada mirada verde. —¿Moriste, no es cierto? —el estridente tono en la voz de la bardo condujo a los ojos cobalto de nuevo hacia su cara—. Yo te vi… en tu ataúd, ¿no es cierto? —la pequeña forma estaba temblando y los verdes ojos mostraban verdadero horror. La garganta de la guerrera se contrajo tensamente mientras trataba de calmar los latidos en su pecho. —Es una larga historia —comenzó, buscando los asustados ojos verdes—. Gabrielle… por favor déjame… tan sólo intenta… Inesperadamente, la expresión de la bardo se volvió calmada, el pánico lentamente retrocediendo de la firme mirada. Tomó los delgados dedos de donde se encontraban en su antebrazo y los cubrió con ambas manos. Mientras la guerrera miraba, los ojos de la joven mujer viajaron sobre su cara, y entonces lentamente sobre su cuerpo. La guerrera silenciosamente aguantó el escrutinio de la joven, a pesar del creciente pánico golpeando en su pecho. —Si tan sólo… leyeras los pergaminos… —la guerrera dijo, su voz suave—. Lee tus propias palabras, Gabrielle.
  • 17. Está todo allí. La mirada de la bardo viajó de vuelta a los cristales azules. Se acercó para tocar lentamente la suave piel del bronceado rostro. Los ojos verdes se suavizaron en cuanto la chica reconoció el remordimiento y arrepentimiento en la aprehensiva expresión de la guerrera. La pequeña mano se reunió con su compañera, para de nuevo sujetar los largos dedos de la guerrera. —Los leeré más tarde —la bardo dijo suavemente—. Pero ahora, háblame sobre… lo que vi. Es cierto, ¿verdad? Moriste. Yo estaba allí. Estabas herida… y moriste. ¿No es eso lo que sucedió? —Sí —Xena susurró, cerrando sus ojos fuertemente contra la desesperación que recordaba sobre el rostro de la joven bardo cuando la guerrera había estado entre el otro lado y la realidad. Cuando abrió sus ojos de nuevo, vio el asombro en los ojos verdes de la chica. Los pozos verdes parecían enfocados en una fugaz visión. Finalmente se encontraron con los azules de la guerrera otra vez. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m —Las amazonas —la chica dijo simplemente—. Nos ayudaron. Y Autolycus —los ojos verdes buscaron por los alrededores, persiguiendo las fugaces percepciones que flotaban en su conciencia—. Te llevamos hasta la Cámara de la Ambrosía y… —de repente el abierto rostro se nubló, se volvió más temeroso, y finalmente mostró rabia. —Velaska, —la chica dijo bruscamente. La guerrera tocó el hombro de la chica, atrayendo la mirada de la bardo de nuevo hasta ella. —Tranquila —la guerrera susurró—. Ve despacio, te vas a… —Y alguien llamada… Calisto —la bardo farfulló, sus dientes apretados con disgusto—, ella y Velaska… —la joven cara se contorsionó en horror mientras las odiadas imágenes en su memoria comenzaron a asolar sus sentidos. Xena tomó fuertemente los delgados brazos. —¡Gabrielle! —llamó bruscamente, sacudiendo a la chica abruptamente. La atención de la chica regresó repentinamente a la guerrera. Por un instante, la guerrera reconoció el mismo nivel de furia y odio que hace tiempo habían controlado su propio espíritu. Entonces el joven rostro se aclaró y la bardo se derrumbó, jadeando débil, contra el acorazado pecho de la guerrera. La alta mujer sujetó a la chica tiernamente, esperando pacientemente hasta que la raspada respiración se calmó. Finalmente liberó el tembloroso cuerpo un poco y se inclinó hacia detrás para contemplar directamente la asustada mirada verde. —Lee los pergaminos —Xena dijo deliberadamente—. Son tus propias palabras. Una expresión de incertidumbre cruzó el sonrojado rostro de la bardo. Intentó concentrarse en los pozos de cristal. La chica tomó una profunda inspiración y tragó con fuerza. —Los pergaminos —la bardo repitió inexpresivamente. Buscó el rostro de la guerrera y sintió seguridad y tranquilidad en los firmes ojos azules. El desaliento de la bardo se disipó y los latidos de su corazón disminuyeron. —Llevas razón —dijo suavemente—, debería leer los pergaminos. Xena miró a la bardo intentando recuperar el control sobre el caos que alborotaba su mente. Después de unos instantes, la mirada verde ascendió lentamente para encontrarse con los lagos color cobalto de la guerrera. Una pequeña sonrisa adornaba la joven cara. —¿No tenemos que “ayudar a alguien” hoy? —preguntó la bardo, un rastro del humor jovial propio de la joven daba color a su observación. La guerrera volvió a mostrar su sonrisa burlona. —Pueden vivir sin nosotras por un par de días —afirmó la voz líquida—. Podemos quedarnos aquí mismo —le dijo a la chica—, hasta que te sientas… Hasta que estés lista para continuar.
  • 18. Gabrielle tomó aliento bruscamente. Asintió con la cabeza despacio y después, educadamente, se soltó del reconfortante abrazo de la guerrera. Se tragó sus miedos y dirigió una mirada penetrante hacia el saco de tela que pendía cerca de la cadera derecha de la guerrera. Echando un decidido vistazo a la alta mujer, puso la bolsa en su propio regazo, tirando con fuerza de las cuerdas del saquito, repitiendo en voz baja: —Lee los pergaminos, Gabrielle. Léelos. Xena se apartó en silencio de la manta, se puso de pie y se dirigió con grandes zancadas hacia la yegua que permanecía tranquilamente en los límites del claro. La guerrera golpeó el cuello nervudo del inmenso corcel, mientras ambos dirigían su atención hacia la pequeña bardo tumbada en la manta, tratando de examinar los rollos de pergamino. Unos instantes después, la yegua gimoteo de forma casi imperceptible, restregando su cara contra el pecho de la guerrera. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m —Está en ello, Argo —susurró la guerrera, pasando su mano por el hocico del animal—. Démosle algo de tiempo, ¿vale? —la yegua relinchó conforme.   Capítulo 8. Xena empleó las pocas horas siguientes cepillando a Argo, afilando la espada y haciendo pequeños arreglos al resto del equipo, y mientras entrenaba, echando un ojo a la bardo de tanto en tanto. Veía como la gran cantidad de información que encontraba en los pergaminos dispersos a su alrededor en la manta, se reflejaban en la expresión de la pequeña rubia. Llegada a un punto, se dio la vuelta para encarar la cauta mirada de la guerrera en su cara. Se encontró también con la inquietud en sus dos lagos y una sonrisa cansada, pasando su pequeña mano por delante de sus ojos. La guerrera dejó lo que estaba haciendo para prestarle atención a la joven, que mostraba una expresión dubitativa. —Es cierto —dijo la rubita con un toque de incertidumbre—, “hemos” tenido algunas aventuras interesantes. La guerrera sonrió. —¿Es cierto que conoces a Hércules? ¿De verdad conocimos a Goliat? La esbelta guerrera intentó mantener la actitud despreocupada en su lugar. —Sí, conozco a Hércules. Y tú también. Los tres somos grandes amigos. La bardo asintió, tratando de retener la ingente cantidad de información que había encontrado escrita en los pergaminos. Se levantó y de forma ausente se acercó para coger el pellejo de agua q colgaba de una rama baja. Mientras quitaba el tapón y disfrutaba del frío líquido de su interior, estudió de forma inconsciente el bosque que la rodeaba. Colocó otra vez el tapón al pellejo y se giró de forma violenta hacia la guerrera, que estaba sentada con las piernas cruzadas debajo de un pequeño árbol en el borde del campamento. —Xena, ¿quién es Lila? La imponente guerrera vestida de cuero reaccionó, sorprendida, a la inesperada pregunta de la bardo. —Es tu hermana, Gabrielle. Vive con tus padres en… —Poteidaia —terminó la bardo, con una sonrisa iluminando su rostro feliz. La rubita dirigió una mirada triunfante a la guerrera desde el otro lado del campamento—. Me acuerdo de Poteidaia —su voz reflejaba el ligero pavor que sentía ante la vaga reconstrucción de los hechos. Se dio la vuelta para encararse con la guerrera. —Es mi aldea natal, ¿no es así? La guerrera tragó saliva muy despacio. —Sí, tu familia es de allí. Una sensación de aprehensión recorrió a Xena. Recorrió su garganta y levantó el pelo de la base del cuello. De
  • 19. repente, sintió una fastidiosa inquietud cuando comprendió que la bardo estaba reconstruyendo lentamente el pasado en su mente. Esto trajo otro hecho evidente a la conciencia de la guerrera. Tarde o temprano, la naturaleza de su propio pasado se realinearía también en la memoria de la bardo. ¿La percepción de la muchacha de aquella historia devolvería su antigua relación a su estado normal? ¿O ahora la bardo se sentiría repugnada y disgustada ante el jefe militar violento y despiadado que su mejor amiga había sido una vez? Una espantosa ansiedad agarró el interior de la guerrera. Había estado tan absorta en restaurar la tranquilidad interior de la bardo y su confianza, que no se le habían ocurrido todas las posibles consecuencias que suponía reanimar aquel conocimiento… hasta este momento. La mirada de Gabrielle exploró lentamente la tensa expresión de la guerrera y una ligera risa suavizó su cara. La pequeña bardo caminó hacia la mujer vestida de cuero cuya cara reflejaba claramente el miedo. La joven miró fija y cariñosamente a su morena amiga. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m —Aquí es donde nos encontramos —dijo suavemente la bardo—, salvaste nuestro pueblo. Me salvaste… y a Lila… nos salvaste a todos. De… —los verdes ojos se movieron rápidamente por un instante, luego regresaron a la fija mirada azul de la guerrera. —De Draco y… las esclavas. —la joven cara ahora reía intensamente ante los preocupados pozos azul celeste. La guerrera soltó el aliento al comprender que lo había estado conteniendo durante varios segundos y tragó su propio temor. —Aquel día en la cañada fuera de Potedaia. Tú… salvaste mi vida —la tranquila declaración de la bardo sonó limpiamente en el pequeño claro. —Yo… yo sólo —comenzó la guerrera, con el habitual sentimiento inestable ante la admiración ostensible de la bardo por los acontecimientos pasados—,  yo sólo… "eché una mano" —terminó, débilmente—. Esto es lo que hacemos, ¿recuerdas? "Ayudamos a la gente". Con vergüenza, Xena dejó a un lado la brida que había estado puliendo, permaneció de pie un instante y se dirigió con resolución hacia la colección de lazos y trampas apilados cerca de las alforjas, debajo de la rama donde estaba colgado el pellejo de agua. Mientras pasaba por delante de la bardo, la joven intentó que se detuviera. Un vértigo invadió a la guerrera mientras miraba con fijeza la pequeña mano descansando sobre el brazalete de cuero, estrechando su brazo izquierdo. Con el corazón latiendo en sus oídos, Xena levantó lentamente sus ojos para encontrarse con los grandiosos lagos verdes de la bardo. —De acuerdo con lo que está en los pergaminos —comenzó la joven bardo—, haces eso muy a menudo… salvarme la vida. —Sus ojos verdes se movieron muy despacio por el bronceado rostro salpicado de rubor. Con voz muy suave, la guerrera contestó al agradecido comentario de la chica. —Eres mi mejor amiga. ¿Qué menos podría hacer? —su voz vaciló. Una única lágrima, aislada, resbaló por su cara, estoica, como labrada a cincel. La bardo se la limpió amablemente para luego estudiar su expresión confundida y avergonzada. —Estoy empezando a recordar —dijo Gabrielle con una delicada sonrisa—, me hace sentir segura. La tensión en el pecho de la guerrera disminuyó cuando cubrió aquella pequeña mano con la suya. siguiente -->
  • 20. Continuación... Capítulo 9. Xena se acercó al campamento con el conejo que había cazado gracias a una de las trampas. Cuando dejó atrás el denso follaje, se encontró a sí misma en trance contemplando el espectáculo que tenía lugar en medio del claro. Contempló como la bardo ejecutaba una serie de movimientos con total destreza, manipulando su cayado con total precisión. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m La chica volteó la vara sobre un hombro, atrapándolo hábilmente por debajo del brazo para agarrarlo por un extremo. Luego movió el arma rápidamente hacia atrás apoyándola sobre su cuerpo, golpeando con fuerza hacia abajo y a un lado. Lo siguiente fue mover con fiereza el cayado hacia un lado, su trayectoria nivelada exactamente con el suelo, después repitió el movimiento en sentido opuesto, deslizando el bastón de forma aguda y concisa a través del aire. Gabrielle colocó el bastón cuidadosamente bajo su brazo, giró sus hombros hacia un lado, entonces enérgicamente sacó el arma y la extendió bruscamente hacia delante varias veces, manteniendo su peso equilibrado esmeradamente entre sus botas perfectamente situadas. Pivotó, cambiando el foco de su ataque y completó una serie de acometidas similares, empujando la vara desde la misma posición y dirección. Finalmente la bardo puso el bastón sobre su cintura, lo sujetó contra su cuerpo por un momento, y giró la vara alrededor de sí misma, usando sus caderas como un eje para centrar el trayecto del cayado. Cuando el viaje circular terminó, la pequeña rubia tomó el bastón firmemente con ambas manos, entonces plantó un extremo del palo en el suelo junto a su bota y recorrió con sus manos la vara de madera en una familiar caricia. —Bien hecho —afirmó la guerrera, caminando a zancadas hacia la joven mujer sin aliento—. Veo que también has recordado tus ejercicios. La bardo se giró hacia la guerrera, que se aproximaba, con la cara sonrojada. Un destello de orgullo brilló claramente en los ojos verdes y la chica devolvió la sonrisa de la alta mujer. —Simplemente me sentía bien —la pequeña rubia jadeó, girándose para devolver el bastón a su lugar junto a las mantas—. No sé. De repente, tan sólo pensé en intentarlo y… bueno... de algún modo lo recordé. Se giró de nuevo hacia la guerrera con una sonrisa satisfecha, sus manos en sus delgadas caderas. —¿También voy a tener que cocinar eso? —preguntó, ojos verdes enfocados en el conejo colgando de la mano de la guerrera. —Almuerzo —Xena anunció, alzando el cadáver con orgullo. —La pequeña bardo soltó una risita mientras aceptaba el cuerpo. —Y encontré algunas grandes y jugosas manzanas también —se giró hacia la hoguera, entonces notó el ceño fruncido en la morena cara de la guerrera. —¿Qué? —cuestionó la bardo, de pronto preocupada por el aspecto irritado de la mujer. —No creo que sea una buena idea que te vayas tú sola en estos momentos, Gabrielle. No estás en tu mejor... forma física para luchar, al menos aún no —dijo la guerrera, suavizando la advertencia con una gentil sonrisa—. Ya veo que estás mejorando, pero... —comenzó, refiriéndose a la muestra de las habilidades de la bardo con el bastón. Sin embargo, el cumplido fue pronto interrumpido por una pequeña rubia muy irritada. —¡Ya estás otra vez! —la chica dijo con rabia, dejando caer el conejo cerca del fuego y devolviendo una mirada irritada hacia la sorprendida mirada azul de la guerrera—. Siempre estás intentando protegerme, mantenerme “fuera de peligro”. Bueno, pues ya puedes dejarlo, ¿de acuerdo? —el estridente tono de la bardo se hacía eco en el tranquilo claro. Se volvió de cara a la guerrera airadamente, las manos en sus caderas, la suave barbilla sobresaliendo obstinadamente. La mandíbula de la guerrera cayó tan de repente y tan abajo que tuvo que parpadear rápidamente para recobrar
  • 21. sus sentidos. —¿Disculpa? —balbuceó—. ¿Que puedo qué? —encaró a la rubia de frente, imitando la posición de la chica, manos en las caderas, las botas muy separadas. La bardo se giró y se alejó. —He dicho, que puedes dejar de intentar prot... —el sermón fue interrumpido a mitad de la frase por la atónita expresión de la chica. Se giró lentamente hacia la alta mujer y vio como el ceño fruncido dejaba paso a una conocedora, agradecida sonrisa. La pequeña rubia llevó una pequeña mano para cubrir su boca abierta mientras sus ojos verdes se ensanchaban alarmadamente. La sonrisa de Xena se agrandó aún más en cuanto tuvo delante la mirada inquisitiva de su amiga. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m —Creo que leer los pergaminos ayudó, ¿eh? —la guerrera dijo suavemente—. ¿O has empezado a recordar más cosas por ti misma? Una diminuta sonrisa comenzó en la comisura de su boca, viajó hasta sus ojos, y se instaló confortablemente a través de la suave y amplia cara. Inició un tentativo paso hacia su compañera, entonces rápidamente cruzó la distancia entre ambas. Sin vacilación, la pequeña rubia arrojó sus brazos alrededor de la delgada cintura de Xena y la guerrera instintivamente devolvió el abrazo, acercándose a la pequeño bardo. Las dos sostuvieron el abrazo durante un momento, luego la bardo miró fijamente en los azules ojos de su mejor amiga. —Todavía me llegan sólo pequeños retazos de cosas, explosiones inesperadas —rió suavemente la muchacha—. A veces están en mi cabeza antes de conocerlos. —Puso una pequeña mano sobre el musculoso brazo y su cintura—. Lo siento, no sabía… —Sé que no lo haces —dijo la guerrera, sonriendo calurosamente a la pequeña rubia—. No debes preocuparte por ello. Esto debe ser muy fuerte para ti —puso una gentil mano sobre el delgado hombro de la bardo— Pero tienes razón… sobre mis intentos de protegerte. Es algo que suelo… hacer. —Lo sé —contestó la muchacha en un murmullo—, soy muy afortunada —dijo a los apacibles ojos azules—. Eres una muy buena amiga —la pequeña rubia tragó con fuerza, las lágrimas en sus ojos asomaron casi antes de poder controlarlas. Cuando parpadeó con fuerza, una gran gotita dejó el confinamiento de sus largas pestañas y viajó despacio por su suave mejilla. El corazón de Xena se encogió ante la vista del renovado pánico de su amiga mientras se acercaba para quitar la lágrima. Bruscamente Gabrielle se separó del sensible abrazo de la guerrera, limpió su cara y dio, decidida, la vuelta al cadáver que estaba en la tierra cerca del fuego. Xena sostuvo su posición, luchando contra su impulso de ofrecer un renovado apoyo a su mejor amiga. —Si no comienzo con el almuerzo, terminaremos tomando este conejo para la cena —dijo la bardo, esforzándose fuertemente por ocultar el nuevo temor que sintió en su voz. Se arrodilló y comenzó a añadir algunos leños al fuego sin llama. La guerrera esperó unos momentos, luego cruzó el campamento y se agachó para recuperar las trampas que había dejado caer para volver con el conejo. —Las manzanas están ahí —dijo la bardo por encima de su hombro—, las lavé y las coloqué sobre aquella gran roca —el tono de la muchacha era impersonal, casi brusco. Xena tragó instintivamente al sentir una nueva incertidumbre agarrar su garganta. Podía sentir una perturbadora rigidez en las maneras de la bardo hacia ella. Algo había interrumpido de repente la confianza de la muchacha hacia ella; todavía había algunas preguntas sin contestar en la mente de la muchacha y la guerrera sintió un estremecimiento de su espíritu ante los resultados que las respuestas a aquellas preguntas podrían producir. Mientras recogía las trampas y caminaba para guardarlas de nuevo en las alforjas donde normalmente estaban, Xena combatió los efectos de sus peores miedos; la restaurada memoria de Gabrielle finalmente había reconstruido el único juego de hechos que la guerrera había esperado que nunca recordase. Pero esta vez, eran demasiado viles para que la muchacha los aceptara.
  • 22.   Capítulo 10.   La guerrera removió su comida sobre el plato de tierra, su estómago demasiado inestable incluso hasta para pensar en llevar los pedazos de carne a su boca. Dos veces levantó sus ojos para enfocar a la joven rubia mirándola sobre la manta, pero ambas veces se encontraron bajando su atención al plato que temblaba irregularmente en sus manos. Finalmente, arrojó el disco y lo dejó caer sobre la tierra a su lado. Se incorporó de forma brusca, pasando nerviosamente su delgada mano a lo largo de la frente. Los profundos ojos azules cerrados fuertemente durante un momento, luego viajaron despacio a través del campamento para descansar sobre los ojos verdes ahora enfocados en su cara. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Gabrielle levantó un ojo interrogante ante la tensión que vio en las maneras de la guerrera. Vio como la mujer frotaba su frente con bríos, como para desembarazarse de un dolor molesto o limpiar algunos pensamientos inquietantes. La bardo tragó la comida de su boca, levantó la cantimplora y tomó unos sorbos despacio antes de girarse otra vez a los fijos cristales azules. Durante un largo momento, ambas mujeres se estudiaron el rostro mutuamente —Xena… —comenzó la bardo. —Mira, Gabrielle... —dijo la guerrera al mismo tiempo. Se detuvo al oír la titilante risa de la bardo y contempló su hermosa sonrisa. —Adelante —la animó Xena, casi agradeciendo la oportunidad de acabar por fin con el horrible presentimiento que le oprimía el pecho desde el inicio de la comida—. Sé que tienes más preguntas sobre lo que contienen los pergaminos. La bardo aguardó en silencio, manteniendo la penetrante y azul mirada de la guerrera. —Así que oigámoslas —dijo Xena, con el corazón golpeándole incómodamente bajo el corpiño de cuero. Gabrielle depositó en el suelo su plato y el odre y empleó un rato en estudiar sus dedos. Aspiró profundamente y volvió a mirar a la guerrera. —Bien, veamos —comenzó la muchacha en voz baja—. He leído cómo Hércules y tú liberasteis a Prometeo, y cómo rescataste a la hermana de Hades de manos del rey Sísifo. También que salvaste a Helena poniendo fin a diez años de guerra en Troya, que evitaste que un hombre matara a su propio hijo porque otro de ellos le estaba drogando, incluso aunque casi eché a perder el plan gracias a cierto pan de nueces. La curvada sonrisa de la bardo no sirvió para disipar los crispados nervios de la guerrera. —Y leí que literalmente me devolviste a la vida después de que me hirieran en la guerra entre tesalianos y mitoanos, y sólo unos minutos después de traer al mundo al hijo de Ephiny y convertirme en tía. Y por cierto, tenemos que hablar con calma de la primera vez que visitamos la aldea amazona porque, por lo que tengo entendido, ¿soy princesa amazona? Tienes que explicarme todo eso otra vez. No puedo creer que... —Gabrielle —la interrumpió con dureza la guerrera, provocando que su animado discurso se detuviera de golpe. La rubia esperó en silencio, con los ojos fijos en la tensa mujer que tenía ante ella y que visiblemente hacía denodados esfuerzos para mantener su propio pánico bajo control. —¿Recuerdas alguna de esas... cosas, o simplemente las estabas leyendo por... diversión? —Los crispados puños de Xena descansaban sobre sus rodillas. La bardo pudo ver el intermitente movimiento bajo la piel de su mandíbula al tensarse, aspiró una bocanada de aire y se inclinó hacia su compañera. Se sumergió en la profundidad de los ojos azules que permanecían fijos en ella y habló con claridad y con una honesta emoción en la voz. —Mientras leía, he ido recordando más y más. —El corazón de la guerrera dio un vuelco mientras trataba de mantener su respiración constante. —Recuerdo que mi mejor amiga me ha salvado la vida más veces de las que
  • 23. puedo contar, que has arriesgado la tuya una y otra vez, no sólo por mí, sino por incontables personas en incontables situaciones —prosiguió la bardo en un tono estable y calmado. Su rubia cabeza se giró levemente para volver a capturar la mirada de la guerrera. —Sé que tienes un hijo, un niño al que abandonaste y pusiste en manos de los centauros por su propia seguridad, para protegerle de aquellos que intentaran hacerle daño, o hacértelo a ti. La guerrera tragó saliva contra la voluntad de su crispada y entrecerrada garganta. Aspiró profundamente y bajó la vista hasta sus puños. —También recuerdo que, incluso cuando tuviste la oportunidad de reclamarle y dar paz a tu corazón, elegiste dejarle de nuevo a salvo, con la única familia que había conocido, para evitarle cualquier sufrimiento y también descubrir la verdad acerca de la extraordinaria mujer que tiene por madre. La guerrera cerró con fuerza los ojos y agachó la cabeza, respirando de forma lenta y agonizante. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m —Me has enseñado a defenderme sola, a confiar en mi instinto y a no tener miedo de seguir a mi corazón. Me has enseñado más sobre mí misma y sobre el mundo que vemos cada día de lo que nunca podré transcribir en estos pergaminos —dijo la chica, tocando ligeramente los pliegues aún almacenados en la funda de piel—. Pero también me has enseñado que lo que es correcto es más importante que quién sea el más fuerte, y que los débiles e indefensos merecen el beneficio de tus "muchas habilidades". La chica sonrió débilmente una vez más. —Eres Xena, la Princesa Guerrera, un título que odias y que aún así creo que te va a la perfección. —La bardo se detuvo un segundo, tomando aire para apaciguar su propio nerviosismo. —Sé que tienes un pasado violento, aterrador y sanguinario que incluso ahora te persigue y te tortura, llenándote de vergüenza y remordimiento. Aún no tengo claro qué... o tal vez quién te hirió tan profundamente como para que tu vida se llenara de semejante rabia y odio. Sé que la culpabilidad por tu pasado te condujo al Tártaro, y que eso casi me rompió el corazón, pero regresaste porque sabías que yo estaría perdida y acabada sin ti. Los azules ojos de la guerrera se alzaron lentamente para volver a encontrarse con los de la bardo. —Pero sé que eso te hizo más fuerte, no sólo en lo físico, y más valiente, más hábil y más compasiva, y que eres la persona más honorable que he conocido. La guerrera tragó con fuerza, pues sus mandíbulas se encontraban fuertemente cerradas para refrenar el hiriente dolor que amenazaba todo su ser. —Somos familia. Las mejores amigas. Tenemos fe la una en la otra, soy parte de ti y tú parte de mí, cuidamos mutuamente nuestros espíritus, nuestras almas. Xena, nos queremos. Y nuestros corazones se han convertido ya en uno solo. Las lágrimas que venían almacenándose en los ojos azules de la guerrera se desbordaron por fin y acariciaron sus sedosas mejillas. Sintió que su boca se abría buscando en vano las palabras adecuadas para contestar a la profunda declaración de la bardo. Pero la presión de su pecho sólo le permitió mirar fijamente y con temor el sincero rostro de la pequeña rubia. Tragó con fuerza y levantó sus esbeltas y morenas manos para cubrirse la cara. La pequeña bardo cruzó lentamente el campamento y se arrodilló para acunar a la sollozante guerrera en sus brazos. La sostuvo con dulzura, estrechando su cuerpo tembloroso y acariciando su larga y oscura cabellera. Después de un rato, el llanto cesó y Gabrielle abrió los brazos para poder mirar directamente su cara, bañada por las lágrimas. Le apartó un mechón de pelo y la tomó de las manos. —Eh, esto sí que no lo recordaba —bromeó la rubia en voz baja, sonriendo tan abiertamente que provocó una reacción similar en la guerrera—. ¿Estás bien? Xena se secó la cara con la palma de la mano y volvió a capturar las manos de Gabrielle. Tras varios intentos, al fin consiguió susurrar algo. —Creo que sí. Siento haber sido tan...
  • 24. La sonrisa que contempló en la cara de la bardo silenció su disculpa. —¿Tan qué? —pronunció levemente la pequeña bardo—. ¿Tan humana? —La guerrera parpadeó con fuerza para retener una nueva oleada de lágrimas. —Desde ahora tienes mi permiso para ello, ¿de acuerdo? Gabrielle la abrazó de nuevo brevemente y luego se dejó caer sentada junto a su amiga. Al tiempo que acariciaba la espalda de la colosal guerrera, inclinó la cabeza para mirarla a los ojos. La muchacha levantó el odre de agua de su regazo y se lo ofreció a la temblorosa mujer. Xena tomó el pellejo y se secó la cara una vez más con el dorso de la mano antes de llevárselo a los labios. Tras echar un gran trago de agua fresca, bajó el odre y se volvió a la chica que tenía al lado. Le devolvió la sonrisa y le rodeó los hombros con un brazo. —¿Y tú qué? —dijo la guerrera contemplando el verde de sus ojos—. ¿También estás bien? La sonrisa de la bardo se diluyó ligeramente y apartó la vista de aquellos ojos azules que encaraban a los suyos. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m —¿Qué ocurre? —preguntó Xena en voz baja con el estómago ligeramente revuelto una vez más—. ¿Todavía te quedan... preguntas? Gabrielle apartó su mano de las de la guerrera y la unió a su compañera sobre su regazo. Luego se inclinó hacia delante, con el cuerpo tenso y nervioso otra vez. Xena esperó, estudiando con cuidado el rostro de la joven mientras su consciencia recuperaba lentamente un cierto grado de temor. Había una acobardada expresión latente en el amable rostro de la bardo, lo cual comenzaba a poner alerta los sentidos de la guerrera. Aspiró profundamente y entró en el juego. —Gabrielle, ¿qué es lo que no tienes claro? La bardo elevó la mirada para encontrar aquellos inquisitivos ojos azules, estudió su profundidad un momento y después se apartó, centrándose en sus dedos mientras éstos trazaban las líneas de los cordones de sus botas. Finalmente Xena puso su mano bajo la suave barbilla de la chica. Lentamente, con cuidado, giró la cara de la bardo hacia ella. Vio incertidumbre en su verde mirada y sintió regresar la presión de su pecho. —¿Qué más es lo que te asusta? —preguntó la guerrera suavemente al tiempo que el terror volvía con toda su fuerza con sus palabras, resonando en el claro. La bardo tragó rápidamente, se humedeció los labios con la lengua y tomó la callosa mano que reposaba bajo su barbilla, atrapándola con firmeza entre las suyas. Respiró con profundidad y, manteniendo sus ojos fijos en los de su amiga, dejó caer con calma la pregunta que sabía que causaría mayor dolor a la guerrera. —¿Quién es Callisto? Gabrielle contempló el temblor que atravesó el musculoso cuerpo de la guerrera cuando pronunció aquel nombre. Sintió que la mano que sostenía se estremecía en una reacción primaria y que la respiración de la guerrera se aceleraba, para adoptar después una calma glacial. La guerrera dejó caer la mirada hasta las pequeñas manos que atrapaban las suyas y luego regresó hacia el hermoso rostro de su mejor amiga. —Callisto es un nombre... una persona... de mi pasado... del más oscuro y violento. —La leve voz de la guerrera silenció la totalidad de sonidos aleatorios del claro y el bosque que lo rodeaba—. Callisto es por quien yo... fui al Tártaro... a pagar por quién me había convertido y a responder por mis... pecados. Eso ocurrió cuando me viste... morir. La atención de la bardo permaneció fija en los afligidos ojos azules. Sintió un doloroso remordimiento atravesar aquella cincelada cara mientras los ojos de la guerrera permanecían perdidos en un distante y angustioso recuerdo. Las palabras de la mujer surgieron despacio, como si cada pensamiento fuese la expresión de su escrutadota mente. —Hace mucho tiempo, cuando yo era una... cuando luchar y conquistar era todo lo que conocía y por lo que me preocupaba, mi ejército destruyó su aldea natal y mató a su madre y a su hermana. —La mujer cubierta de cuero parpadeó con fuerza, tomó aire de golpe y prosiguió con su tortuoso discurso—. La aldea se llamaba Cirra y mis
  • 25. hombres y yo la dejamos... —la guerrera tragó convulsivamente—... completamente devastada, sumida en la más completa ruina, y sólo unas cuantas personas de allí sobrevivieron al ataque, Callisto entre ellas. Los ensombrecidos ojos azules cayeron para encontrarse con los de la bardo. Allí, como siempre, no encontró recriminación, juicios ni reproches. Sólo comprensión, a alguien que compartía, reflejado mediante un brillo característico en sus ojos, de consuelo, de protección, de seguridad. El pecho de la guerrera pareció encogerse ante el afecto incondicional que reconoció en ellos. Sintió que las pequeñas manos se estrechaban alrededor de las suyas con delicadeza. —Hace ahora dos veranos, descubrí... descubrimos... que Callisto había reunido su propio ejército y estaba destruyendo pueblos y ciudades casi por capricho, diciendo a la gente que ella era yo y que aquella devastación era obra mía y que yo era responsable de ella. Xena apartó la mirada, incapaz de mantener la honestidad de la de la bardo. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m —De algún modo, me sentía responsable. Si mi ejército no hubiese destruido su aldea hace años, ella nunca habría... —La voz de la guerrera quedó ahogada por un momento—. No hubiera sido tan... La bardo dejó reposar una de sus manos sobre el brazo torneado de la guerrera. Con ello, la calma regresó a su cuerpo tembloroso y le permitió cubrir la pequeña mano con una de las suyas. —Aquel verano, te tomó como rehén y yo tuve que... rescatarte... —dijo la guerrera, mirando fijamente su cálido y cariñoso rostro, con una sonrisa devuelta por la bardo—. El caso es que fue llevada ante la justicia y encarcelada para hacerle pagar por sus... crímenes. —La guerrera volvió a bajar la vista, aunque aquellas pequeñas manos aún atrapaban su, ahora, firmemente cerrado puño. —Entonces escapó y... vino... a por nosotras de nuevo y ella... La atención de la guerrera le fue arrebatada por la mirada de terror y dolor que sobrepasó el rostro de la bardo. Sus ojos verdes estaban ahora desmesuradamente abiertos y aterrorizados, y su pequeño cuerpo temblaba por el miedo. Xena la atrajo hasta sus brazos, abrazándola con fuerza contra su pecho mientras la pequeña rubia respiraba entrecortadamente por el pánico. —Lo siento —susurró la guerrera—. Lo siento, Gabrielle. Lo siento mucho. Xena acarició la melena dorada y mantuvo sus brazos alrededor de la sollozante forma de la bardo. La abrazó con fuerza, esperando pacientemente hasta que sintió remitir el violento temblor que la había invadido de repente. Finalmente, la muchacha se acurrucó con fuerza contra la guerrera, con la respiración más calmada, hasta que los leves sonidos cesaron por sí mismos. —Lo siento, Gabrielle —repitió la guerrera con la rubia cabellera enterrada en su hombro—. Debí haberte preparado para esto. —Besó dulcemente su cabeza—. Pensé que tú... no, simplemente no pensé. Lo siento. La bardo se relajó y volvió a sentarse erguida para mirar a la guerrera a los ojos. Tras un momento, habló de nuevo. —Veo una y otra vez... su enloquecido rostro. Los ojos están vacíos, como trozos de carbón. Y simplemente se ríe de mí... con algo que más parece un grito. Pero todo ocurre en un instante, ¿sabes? —La bardo giró sus confundidos ojos hacia el suelo, luego una vez más a la guerrera. —Lo que me asusta en realidad es que a veces tiene esa... cara perturbada, pero se mueve y habla como... ¡como tú! Es tan... horrible y extraño. Sólo lo veo un segundo, y luego se va. —La guerrera le apartó un suave mechón de pelo de la cara y esperó a que siguiera hablando. Tras un momento, la bardo volvió a mirar sus profundos ojos azules. —Vi el nombre en uno de los pergaminos, pero no había nada más que tuviera sentido. ¿Qué significa eso, Xena? ¿Quién es esa... persona? Xena tomó los esbeltos hombros con sus manos. —No pienses en eso ahora —dijo a la asustada bardo—. Cuando estés preparada, lo recordarás por ti misma. Pero ahora no.
  • 26. Los ojos verdes comenzaron a aclararse y la tensión del pequeño cuerpo a disiparse con lentitud. La muchacha estudió aquel azul que permanecía tan cerca de ella. Sintió que la calma pasaba entre exactamente ella y la guerrera, la misma seguridad de tantas otras veces. La pequeña bardo tragó saliva y asintió despacio. —Vale, de acuerdo —convino sin demasiadas ganas. Dejó que la guerrera la llevara una vez más hasta sí y volviera a soltarla de su fuerte y reconfortante abrazo. Un segundo después, la bardo dejó escapar un suspiro. Se volvió a inspeccionar el campamento, fijándose en los platos de comida que se habían dejado tirados por ahí antes. —Bueno, creo que debería limpiar todo esto, ¿no? —dijo, levantándose y regresando a su propia manta. Recogió el plato que encontró allí y luego el que contenía lo que la guerrera no se había comido—. Voy a llevarlos al arroyo y vuelvo enseguida. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m Xena la vio moverse a través del campamento. Sabía que su mejor amiga aún no había "vuelto" del todo; aún había cosas que no habían regresado a la memoria de la muchacha. Reconoció en su actividad una táctica para encontrar cierta comodidad en las tareas cotidianas. La guerrera se sentó de nuevo y dejó que la bardo realizara su parte en todo aquello, conforme con el hecho de que utilizara la rutina para calmar su propia ansiedad. «Ojalá pudiese ahorrarte el dolor, mi querida amiga», pensó la guerrera con tristeza. «Pero la única forma de que vuelvas es pasando por esto». Xena cerró los ojos y trató de mantener su propio miedo bajo control. «Sólo espero que no destruya el "nosotras" en el proceso». siguiente -->
  • 27. Continuación... Capítulo 11. Mientras Gabrielle llevaba sus cacharros de cocina y los dejaba listos para el viaje junto al arroyo, Xena llegó a una absolutamente poco característica conclusión; decidió que ya era hora de divertirse un poco. La esbelta guerrera descruzó las piernas, se levantó y fue caminando hasta situarse junto a la pequeña bardo. Luego la descargó de unas cuantas cosas de las que llevaba en los brazos. —Te diré lo que haremos —dijo la guerrera con una sonrisa infantil creciendo en su esculpido rostro a medida que hablaba—. Bajaremos juntas al arroyo. Hoy hace un día perfecto para nadar. V FA ER ht N SI tp FI Ó :// C N V E O O N R .c E IG os S IN P at A A ec Ñ L, O a. L co m La cara de la pequeña bardo se iluminó inmediatamente. Sonrió a la alta mujer con sus profundos ojos verdes brillando, anticipándose a lo que le esperaba. —¿Lo dices en serio? —preguntó la chica, con un tono de voz similar al de un chiquillo que acaba de recibir unas vacaciones sorpresa. —Claro —le contestó la guerrera—. Nos llevaremos también a Argo. Así podrá echar un trago bien fresco. La yegua relinchó al oír su nombre y movió la cabeza arriba y abajo. La suave risa de la bardo disparó una ola de calidez directa al corazón de la guerrera. —Vamos —dijo Xena, inclinándose para recoger sus mantas del suelo—. Nadar un poco nos vendrá bien a las dos. ¿Te apuntas? Mientras miraba cómo la bardo reunía el resto de los utensilios, la guerrera fue hasta las alforjas que colgaban de un árbol cercano. Al tiempo que la bardo se ocupaba de esparcir las ascuas que habían quedado de la fogata y asegurarse de que quedaban totalmente extinguidas, Xena sacó sus ropas de baño y una camisa limpia para cada una. Sin más ni más, la esbelta guerrera sacó la espada de la vaina y la escondió entre la ropa. «Nunca se sabe», pensó. Cuando ambas estuvieron listas, caminaron hacia la brillante superficie. Sólo unos minutos después de llegar a la orilla, sus cacharros de comer estaban limpios, aclarados y yacían al sol sobre unas rocas a lo largo del cauce. Tras dejar allí el último plato de barro sobre la cálida superficie rocosa, Gabrielle contempló a la guerrera echarse al suelo y comenzar a quitarse las botas de cuero, a las que siguieron enseguida el brillante chakram y, finalmente, sus guanteletes y brazaletes de cuero. Mientras la bardo reía en silencio, la guerrera se giró sobre sí misma intentando alcanzar los cordeles de su vestido de cuero que quedaban a su espalda. Al instante, la joven rubia se arrodilló y sustituyó con los suyos los dedos de la guerrera. —A ver, déjame a mí —dijo la bardo, sin darse cuenta realmente de que aquella nueva actividad también había surgido sin proponérselo de su memoria. Desató con agilidad los lazos de cuero, aflojándolos lo suficiente como para que la guerrera pudiese sacarse la prenda por los hombros. Justo cuando su cabeza comenzaba a desaparecer bajo la tela marrón, sus ojos azules asomaron de nuevo. —Muévete, chica —dijo arrojando la camisa más pequeña sobre la complacida cara de la bardo—. No pretenderás nadar vestida, ¿verdad? —La guerrera se sacó el corpiño por la cabeza y después la falda de cuero de las caderas. Cuando quedó cubierta únicamente por la blanca camisa de lino, se irguió y volvió a mirar los progresos de la pequeña bardo. Ella silbó y se sentó en el suelo para quitarse las botas. Con unos pocos y hábiles movimientos, la bardo se había despojado de su falda amazona y del top verde y ya lucía su camisa. A continuación se levantó para quedar de pie junto a la guerrera, y ambas junto a la imperturbada superficie del agua. La guerrera se recogió su negra mata de pelo en una coleta, la ató a la parte de atrás de su cabeza y se acercó, lista para entrar en la clara y calmada masa de agua.