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El texto que sigue se publicó originalmente en Perspectivas: revista trimestral de educación
comparada (París, UNESCO: Oficina Internacional de Educación), vol. XXIII, nos
3-4, 1993.
págs. 808-821.
©UNESCO: Oficina Internacional de Educación, 1999
Este documento puede ser reproducido sin cargo alguno siempre que se haga referencia a la fuente.
JOSÉ MARTÍ
(1853-1895)
Ricardo Nassif
1
La vida, la obra y el pensamiento de José Martí pueden ser vistos desde muy diversos ángulos, en la
medida en que abarcan una inagotable variedad de aspectos. Nuestro propósito es presenar su perfil
como educador y resumir sus principales ideas pedagógicas. Tarea para la cual no tenemos las
ventajas de aquellos que investigan o analizan a Martí desde el ángulo privilegiado del excepcional
escritor que fue. La grandeza de su estilo está en todo lo que produjo, desde los Versos sencillos
hasta el más entusiasta de sus discursos revolucionarios. Lo pedagógico, en cambio, se dispersa
aquí y allá, para surgir en el lugar más inesperado. Pero su importancia es tal que su examen se
justifica, no obstante ocultarse la mayoría de las veces, detrás de su labor literaria y de su ideario
político.
El maestro
Martí fue maestro y profesor, en el sentido “escolar” de los términos, sólo por accidente, aunque
sea preciso aclarar que la estructura misma de su personalidad hacía que, en él, lo contingente
expresara lo permanente.
Tuvo grandes mentores, como José de la Luz y Caballero, al que no conoció, y Rafael
María Mendive, que sembró en él las semillas de una vocación que nunca cesaría de crecer. José de
la Luz había sido el maestro de la generación anterior a la de Martí, y según su propia confesión
aquél le legó una lección fundamental: “Sentarse a hacer libros, que son cosa fácil, es imposible
porque la inquietud intranquiliza y devora, y falta el tiempo para lo más difícil, que es hacer
hombres” (I, 854)
2
. Pero si José de la Luz fue la leyenda, Mendive constituyó el ejemplo cotidiano
de un poeta y un maestro.
Martí llegó a las primeras letras en una pequeña escuela de barrio de La Habana. Pero tales
fueron sus progresos que, cuando cumplía los diez años, sus padres decidieron enviarlo a otra más
importante para que estudiara inglés y contabilidad. La pobreza familiar hizo que, muy pronto, su
padre decidiera que “ya sabía bastante” y lo llevó consigo a trabajar en el campo. Un padrino
protector insiste en presentarlo a Mendive que, en ese año de 1865 comenzaba a dirigir la Escuela
Superior Municipal de Varones. En esta escuela, Mendive había creado una tal atmósfera de poesía
y de sabiduría que Martí sintió satisfechas todas las urgencias que tenía en ese sentido,
revelándosele allí “su misma actividad creadora, que va tomando conciencia de sí gracias a tan
fecundísimo contacto”
3
. En ese clima no sólo despertó con brío a la vida del sentimiento y de la
inteligencia, sino que también fue un poco maestro, ocupándose de la escuela durante las ausencias
del director.
Gracias al apoyo de Mendive, pudo hacer los dos primeros años del bachillerato, que
completaría más tarde en España, como asimismo sus estudios universitarios. Así, en Madrid,
2
comenzó sus estudios de derecho, filosofía y letras y, como andaba escaso de recursos, hizo sus
primeras armas como maestro particular de dos niños, cuando apenas tenía dieciocho años.
De Madrid pasó a Zaragoza, donde obtuvo las licenciaturas de derecho civil y canónico y
de filosofía yletras. De Zaragoza fue a París y después a Inglaterra, desde donde partió para
México. Conoció así el enfrentamiento entre el romanticismo y el positivismo, asistiendo a los
debates que en 1875 se realizaron en el Liceo Hidalgo, caja de resonancia intelectual de las
reformas de Benito Juárez y de Lerdo. Martí intervino en esos debates perfilando algunas ideas que
profundizaría más tarde.
Martí estuvo en México hasta fines de 1876, para trasladarse a Guatemala donde fue
profesor de literatura y composición en la Escuela Normal Central que dirigía su compatriota
Izaguirre, y de literatura alemana, francesa, inglesa e italiana en la universidad. No obstante su éxito
en esta experiencia docente, la más sistemática que pudo cumplir, en septiembre de 1878 regresó a
La Habana, donde obtuvo una autorización provisional para ejercer el profesorado en el colegio de
primera y segunda enseñanza de Hernández y Plasencia, tarea que cumplió simultáneamente con un
puesto en un bufete jurídico. Un año después le es anulado el permiso docente, obligándolo a
volver a un lugar secundario en la actividad jurídica. Pero, conspirador incurable en favor de la
Independencia de Cuba, fue encarcelado por segunda vez (la primera apenas tenía dieciséis años).
Otra vez España; luego París y, en 1881, Nueva York.
Venezuela lo recibe en 1881 y allí, a poco de llegar, el Colegio de Santa María le encarga
las clases de lengua y literatura francesa, mientras Guillermo Tell Villegas le cede aulas para que lo
rodeasen los discípulos, que —según el decir de Lisazo
4
—, se sienten atrapados por una especie
de magia. Mas también esto habría de concluir pronto, ya que al presidente Guzmán Blanco le
desagradaba este cubano apasionado que predicaba con tanta fuerza la libertad.
Nuevamente regresó a Nueva York, donde comenzó a trabajar por la Independencia de su
patria con una increíble potencia combativa, que corría pareja con una infinita ternura, que dio su
fruto con La edad del oro, publicación mensual de recreo e instrucción dedicada a los niños de
América, según se lee en la portada del primer número aparecido en julio de 1889. El lenguaje de
Martí no perdió belleza, ni mecesitó de la puerilidad o de la sensiblería para dirigirse a los niños. Lo
demuestran cautivantes semblanzas como Tres héroes (San Martín, Bolívar e Hidalgo); perlas
poéticas como Dos milagros; historias como la del hombre contada por sus casas; traducciones de
cuentos como Meñique o El camarón encantado; las adaptaciones de La Iliada, y muchas más.
¿Qué se proponía Martí con La edad de oro” Según él mismo lo dijo, al dirigirse a los
destinatarios de la publicación, escrita “para que los niños americanos sepan cómo se vivía y cómo
se vive hoy en América y en las demás tierras; y cómo se hacen tantas cosas de cristal y de hierro, y
las máquinas de vapor y los puentes colgantes y la luz eléctrica; para que cuando un niño vea una
piedra de color sepa por qué tiene colores la piedra. Les hablaremos de todo lo que se hace en los
talleres donde suceden cosas más raras e interesantes que en los cuentos de magia y son magia de
verdad, más linda que la otra [...] Para los niños trabajamos porque son los que saben querer,
porque los niños son la esperanza del mundo. (II, 1207-1208.)
La edad de oro dejó de publicarse en octubre de 1889. No obstante, la ternura militante de
Martí no se detuvo, y si los niños habían sido su objeto, ahora lo son los humildes. Se convirtió en
el motor de “La liga de la instrucción”, de Nueva York, para los obreros de color, y pudo retornar
a la docencia como profesor de español en la Central High School.
De esta manera, y sin renunciar a su combate por la libertad de Cuba, se deslizó su vida
entre los años agitados de 1890 a 1895. Por fin, el 31 de enero de 1895, emprendió desde Nueva
York el viaje sin regreso. Luchando por su patria, en la batalla de la Boca de Dos Ríos, murió el 19
de mayo de 1895. Una muerte casi voluntaria y creadora, tal cual siempre lo había deseado: “como
un bueno; de cara al sol”.
No hemos pretendido hacer la biografía del “apóstol cubano”, sino apenas destacar los
momentos de su vida en los que fue, o pudo ser, un maestro y un profesor sistemático, “escolar”.
3
Hecho el balance, se comprende que no tuvo tiempo para el magisterio encerrado en las cuatro
paredes de un aula. América fue la verdadera aula en la cual ejerció el supremo magisterio de los
libertadores de pueblos, aunque siempre estuvo en él, agazapado, el otro maestro que sólo afloró
intermitentemente.
Las ideas pedagógicas
Dos factores han incidido en el parco tratamiento del ideario pedagógico de Martí. En primer lugar
“y en esto se identifica con casi todos los constructores de América” el hombre de acción ocultó al
hombre de pensamiento, y cuesta no dejarse llevar por el encanto de su perfil humano y poético
para penetrar en los vericuetos de lo meramente intelectual. La segunda razón, se relaciona con un
determinado modo de comprender “lo pedagógico” a partir de la relación que hoy se establece
entre la educación y la vida. Con este enfoque, que era ajeno a la pedagogía de antaño, sin romper
la unidad humana que fue Martí, todo lo que hay en él de expresión literaria o de preocupación
política puede ayudar a comprenderlo como educador y como pensador de la educación.
Poco escribió sobre pedagogía, pero lo bastante como para que resulte imposible hacer su
análisis exhaustivo en un perfil como este.
La idea de la educación
De entre las múltiples definiciones que dio de la educación, elegimos ésta: La educación [...]
habilitación de los hombres para obtener con desahogo y honradez los medios indispensables de
vida en el tiempo en que existen, sin trabajar, por eso, las aspiraciones delicadas, superiores y
espirituales de la mejor parte del ser humano” (II, 495). “La educación tiene un deber ineludible
para con el hombre [...]: conformarle a su tiempo sin desviarle de la grande y final tendencia
humana” (II, 497). “Educar es depositar en el hombre toda la obra humana que le ha antecedido;
es hacer a cada hombre resumen del mundo viviente, [...] ponerlo al nivel de su tiempo [...]
prepararlo para la vida” (II, 507). “Educar es dar al hombre las llaves del mundo, que son la
Independencia y el amor, y prepararle las fuerzas para que lo recorra por sí, con el paso alegre de
los hombres naturales y libres” (I, 1965).
En estas definiciones se encuentran dos ideas centrales de la concepción pedagógica de
Martí: la educación es “preparación del hombre para la vida”, sin descuidar su espiritualidad y es la
“conformación del hombre a su tiempo”, pudiendo imterpretarse que la educación representa para
el individuo la conquista de su autonomía, su naturalidad y su espiritualidad.
Es claro que Martí distingue entre educación e instrucción. La primera se refiere al
sentimiento, mientras que la segunda es relativa al pensamiento. Pero, a la vez, reconoce que no
hay buena educación sin instrucción, ya que “las cualidades morales suben de precio cuando están
realizadas por cualidades inteligentes” (I, 853). Diferncia ésta que viene en nuestro auxilio, para
captar el significado de la educación como el intento de “depositar en el hombre toda la obra
humana”, de “hacer de cada hombre un resumen del mundo viviente hasta el día en que vive”. La
educación como recapitulación no es posible sino por la instrucción. Pero, en tanto que
conformación a una época y capacidad para la libertad y la espiritualidad, la educación no se logra
más que por lo que ella es esencialmente: un cultivo integral de las facultades humanas.
Ninguna de las ideas arriba sintetizadas tiene, en el pensamiento pedagógico de Martí, tanta
fuerza, como la de la educación conformadora del hombre a su tiempo. Al expresarla diciendo que
“es criminal el divorcio entre la educación que se recibe en una época y la época misma” (II, 507),
la carga, en verdad, de dos sentidos. Uno directo, literal, en el cual la época es vista como el tiempo
que nos toca vivir, común a todos los hombres que en ese tiempo despliegan su existencia, con lo
cual el cubano muestra una aguda conciencia hitórica que se proyecta sobre toda su concepción
4
pedagógica. Cada tiempo exige instituciones y formas educativas que le sean adecuadas, y esto ha
de escribirlo claro con respecto a la educación superior: “Al mundo nuevo, corresponde la
universidad nueva” (II, 507). El otro sentido que atribuye a la idea es más figurado e indirecto pero
tan real como el literal, para proyectar la categoría de tiempo a la de espacio histórico de manera
que ambas categorías se fusionan. La época, además de un tiempo es un ámbito.
En un artículo, publicado en Patria (2 de julio de 1883), Martí dice: “El peligro de educar
a los niños fuera de su patria es casi tan grande como la necesidad en los pueblos incompletos e
infelices de educarlos donde adquieran los conocimientos necesarios para ensanchar su país
naciente [...] Es grande el peligro porque no se ha de criar naranjos para plantarlos en Noruega, ni
manzanos para que den frutos en el Ecuador, sino que al árbol deportado se le ha de conservar el
jugo nativo para que a la vuelta a su rincón pueda echar raíces” (I, 863).
Refiriéndose a los motivos para publicar La edad de oro, le escribe al mexicano Manuel
Mercado: “El periódico lleva pensamiento hondo y ya que me lo echo a cuestas [...] ha de ser para
que ayude a lo que quisiera yo ayudar, que es a llenar nuestras tierras de hombres originales,
criados para ser felices en la tierra en que viven y vivir conforme a ella, sin divorciarse de ella, como
ciudadanos retóricos o extranjeros desdeñosos, nacidos por castigo en esta otra parte del mundo”
(II, 1201).
No es la suya una concepción xenófoba, ya que pocos como él creían en la solidaridad
entre los pueblos. Tampoco arbitraria, porque el mismo desarrollo natural del hombre está
condicionado por la atmósfera de una sociedad concreta, ya que “el fin de la educación no es hacer
al hombre nulo, por el desdén o el acomodo imposible al país en que ha de vivir, sino prepararlo
para vivir bueno y útil en él” (I, 864). Es decir, formarles de acuerdo al ideal que Martí reclama
para América: “hombres buenos, útiles y libres” (I, 866).
Pero, ¿cómo formar hombres buenos si no es por el amor? “Cómo hacerlos libres si no es
permitiendo que vivan en libertad? ¿Cómo concebirlos útiles sin el conocimiento científico de la
naturaleza?
La educación como acto de creación
Martí concebía la educación como un acto de amor, según puede comprobarse en su propia vida y
en las ideas que manifestó sobre el tema. Para él, el acto pedagógico es una relación concreta de
seres humanos alimentada por el amor, creencia que justifica que abogara por el establecimiento de
un cuerpo de maestros “misioneros” capaces de “abrir una campaña de ternura y de ciencia” (II,
515), de maestros ambulantes “dialogantes”, y no “dómines”.
Más concretamente todavía, la educación es una constante creación y el agente principal de
esa creación es, para Martí, el maestro. Lo dijo poéticamente recordando su estadía en Guatemala:
“Yo llegué meses hace a un pueblo hermoso: llegué pobre, desconocido y triste. Sin perturbar mi
decoro, sin doblegar mi fiereza, el pueblo aquel, sincero, generoso, ha dado abrigo al peregrino
humilde: lo hizo maestro, que es hacerlo creador” (II, 205).
Educación y desarrollo infantil
Así veía el acto pedagógico desde la perspectiva del educador, porque también “en tanto que
relación” lo vio desde la del alumno que es el otro término de la relación. Habrían bastado los
cuatro números que aparecieron de La edad de oro para comprobar su profundo conocimiento del
alma infantil. Pero más allá de esto, ofrece en sus escritos una serie de ideas sobre el desarrollo del
niño y la educación. Para Martí, la educación no debe perturbar ese desarrollo, y las escuelas
debieran ser “casas de razón” donde, con guía juiciosa, se habitúe al niño a desplegar su propio
pensamiento.
5
El principio de la individualidad como factor esencial de la educación, se presenta,
precisamente, como una de las ideas-eje de su pensamiento pedagógico. Verdaderamente, esa
individualidad está presentada como lo que los pedagogos europeos de comienzos del siglo XX
llamarían el “elemento regulativo” de la educación. “El estudio —afirma Martí— es el carril,
pero el carácter, la individualidad del niño, esa es la máquina” (I, 1961). Por esta vía llega incluso a
formular todo un concepto de autoeducación: “La educación es el estudio que el hombre pone en
guiar sus propias fuerzas” (II, 737) y, con evidente reminiscencia rousseauniana, llega a
comprender la educación, en general, como un “crecimiento” desde dentro, que “empieza con la
vida y no acaba sino con la muerte” (II, 1261).
La dimensión social y política de la educación
José Martí tuvo también clara la dimensión social del fenómeno y del proceso educativos,
expresada en algunas ideas sobre sociología de la educación constitutiva de verdaderos principios
para una política educativa. “De todos los problemas que pasan hoy por capitales, manifiestamente
sólo lo es uno; y de tan tremendo modo que todo tiempo y celo fueran pocos para conjurarlo: la
ignorancia de las clases que tienen de su lado la justicia” (I, 737). Con estas palabras, nos está
proporcionando la clave de su pensamiento socio-político sobre la educación. Si pudo mostrárnosla
pensada en categorías de acción, de amor y de creación, ahora la descubrimos en términos más
directamente sociológicos, políticos y democráticos.
En esta línea, Martí detectó plenamente una de las ideas que caracterizó a la democracia
liberal de América Latina en la segunda mitad del siglo XX: la de “educación popular”. Casi todas
sus reflexiones socio-pedagógicas parten de ese tipo de educación como la base del progreso de los
pueblos, pero definida con una gran aumpitud: “Educación popular no quiere decir exclusivamente
educación de la clase pobre, sino que todas las clases de la Nación, que es lo mismo que el pueblo,
sean bien educadas” (I, 853). Esta educación es, por otra parte, el único medio para llegar a la
democracia, porque son sus palabras: “un hombre ignorante está en camino de ser bestia y un
hombre instruido en la ciencia y la conciencia está en camino de ser Dios, y no hay que dudar entre
un pueblo de dioses y un pueblo de bestias” (I, 854). La fe de Martí en la educación, como remedio
para los males sociales era ilimitada, pues estaba convencido “como hombre de su época” que sólo
en aquélla reside la fuerza, sobre todo si su objetivo es despertar en los hombres el sentido de la
solidaridad (cf. II, 510).
La política educativa, en Martí, no pasó de ser pensamiento o ideal soñado por un
permanente desterrado que no alcanzó a integrar, ni a pesar en el gobierno de su país.
En su concepción de la política educativa, dio preponderancia a los principios de
“educación nacional”, “libertad de enseñanza” y “enseñanza obligatoria”, proponiendo una
sugestiva inversión del orden de los dos últimos. Para él, sería prioridad la obligatoriedad por
encima de la libertad de enseñanza, en la medida en que consideraba que “aquella tiranía saludable
vale aún más que esa libertad”.
La educación científica
En una sociedad educada, que para Martí es lo mimo que decir ?un pueblo libre?, se forma para la
libertad, así como por el amor se forja el hombre bueno. Pero, como además de hombres buenos y
libres, él exigía hombres útiles, para formarlos encontró el camino de la ?educación científica?, vía
para el desarrollo de la inteligencia, instrumento de la autonomía individual y pilar del progreso de
los pueblos.
Martí insiste constantemente en la “educación científica”, oponiéndola, o distinguiéndola,
de la educación que llama “clásica”, “literaria”, “formal” u “ornamental”, tema en el cual no
6
dejó de sufrir la influencia spenceriana, aunque en el cubano ampliada por un amor poético de la
naturaleza. El suyo fue un naturalismo espitirualizado y no biologista o materialista, más cercano a
Rousseau que a Spencer.
De cualquier modo, la educación no es la meramente formal o retórica, sino la que se apoya
en el estudio de la naturaleza. Ésta facilita el progreso social, porque “estudiar las fuerzas de la
naturaleza y aprender a manejarlas es la manera más derecha de resolver los problemas sociales” (I,
1076). La ciencia es el sendero obligado hacia la naturaleza y es imprescindible implantar la
educación científica “por donde ha de salir el hombre nuevo” (I, 1829).
Martí representa el “humanismo científico” contra el “humanismo clásico”, dado que la
educación basada en este último es inactual y sólo proporciona “ornamento y galanura” (II, 495-
96). Anota comentando la reunión de directores de los Colegios de Massachusetts, en 1883: “La
educación antigua, de poemas griegos y libros latinos, o la historia de Livio o de Suetonio, libra
ahora sus postreros combates contra la educación que asoma y se impone, como hija legítima de la
impaciencia de los hombres, libres ya para aprender y obrar, que necesitan saber cómo está hecha y
se mueve y se transforma la tierra que han de mejorar y de la que han de extraer, con sus propias
manos, los medios del bien universal y del mantenimiento propios” (II, 496).
Y para refutar el argumento que defiende el estudio de las lenguas muertas como ejercicio
mental, pregunta si “el orden admirable y nunca contradictorio de la naturaleza no será más
benéfico a la mente que el caprichoso del hipérbaton latino o el contraste de los varios dialectos
griegos” (II, 496).
Lo curioso es que Martí no consideraba inútil el estudio del griego o del latín, y a los que
afirmaban su total inutilidad les dice que “ni el griego ni el latín han saboreado; ni aquellos
capítulos de Homero que parecen primera selva de la tierra, de mostruosos troncos, ni las
perfumosas y discretas epístolas del amigo de Mecenas” (II, 496). No obstante, él tenía poderosas
razones para combatir la enseñanza clásica. La primera porque no quería para América “sólo”
retóricos y estetas, sino hombres capaces de sacarle a la tierra la felicidad de sus pueblos. La
segunda razón, de índole nítidamente política, porque entendía que las lenguas contribuirían a la
formación de castas, y que mantener su enseñanza exclusiva sería apoyar a quienes todavía
sustentan “la necesidad de levantar con una clase impenetrable y ultrailustrada, una valla a las
nuevas corrientes impetuosas de la humanidad que, por todas partes, acometen y triunfan” (II,
593).
La profunda confianza en la educación científica explica por qué Martí exige
constantemente una reforma radical de la educación de su tiempo, tanto como su entusiasmo
cuando visita una Escuela de Mecánica en San Luis, en los Estados Unidos, o cuando transcribe el
plan de estudios de las Escuelas de Electricidad; o cuando se informa que Nicaragua, por honrar un
aniversario abre una escuela de Artes y Oficios, que ya tienen Guatemala, Honduras y Uruguay, y
por abrirse están en Chile y en El Salvador (II, 507-510). Se comprende también su severidad de
reformador cuando se empecina en que se establezcan Escuelas de Agricultura (II, 501),
directamente en los campos; o cuando quiere que cada escuela tenga anexo un taller; o cuando
sostiene el valor educativo del trabajo manual (I, 1969 y II, 510); o cuando habla de la importancia
de la educación física (II, 537); o cuando aspira a elevar la mujer al rango de fuerza
espiritualizadora de la sociedad por medio de la educación (II, 500-501); o cuando se apasiona con
los métodos de una escuela mexicana para sordomudos (II, 814); o cuando enfrenta la vieja
educación con la que él sueña: “La escuela era de memoria y azotes; pero el ir a ella por la nieve
era la escuela mejor” (II, 97).
¿Fue verdaderamente la pedagogía de Martí una pedagogía estrictamente “cientificista”?
“De dónde procede su aparente “cientificismo”? Ya hemos dicho que toda la importancia que
atribuía a la educación científica nace de su afán por hacer americanos útiles e independientes. Pero
es innegable que Spencer tiene su parte, y que Martí conocía su obra, y hasta ha dejado un esquema
sobre su pensamiento (I, 952) y le ha atribuido un papel preponderante en la liberación intelectual
7
de América (II, 101). No obstante, no aceptó su sistema como un dogma, y negó el positivismo por
considerarlo “la negación inmoral de la existencia mejorable y permanente” (II, 1777). En todo
caso el suyo fue un positivismo tamizado a través de una personalidad creadora.
También se ha hablado del pragmatismo de Martí influenciado por John Dewey. Saúl
Flores,
5
que es uno de los defensores de esa tesis, no encuentra otra forma de explicar el hecho de
que Martí abogara por la sustitución de las “escuelas abecedario” por las “escuelas de acto”. Sin
embargo no hay en la obra martiana mención alguna de Dewey ni de sus antecesores Peirce y
William James. Por otra parte, cuando el cubano estuvo en Nueva York (con interrupciones entre
1880 y 1895), si bien las ideas de Dewey habían comenzado a difundirse, sus primeros libros
importantes, Mi credo pedagógico y La escuela y la sociedad, no aparecieron hasta 1897 y 1900.
Más acertada es la opinión de Díaz Ortega
6
para quien los Estados Unidos y Europa dieron
a Martí los fundamentos de una cultura educativa que le sirvió para criticar y comparar la política
educativa de Hispanoamérica. Pero fue ésta la que le proporcionó el escenario donde vio y vivió los
problemas educativos medulares que enfrentaban sus pueblos. Por otra parte, y aunque existan
puntos de coincidencia entre Martí y Dewey, no es arriesgado afirmar que las ideas pedagógicas de
aquél tienen un principio intrínseco de explicación que podrían encuadrarse en lo que podría
denominarse un activismo espirualista
7
. Santovenia ha dicho que Martí es, por excelencia, “el
hombre de las armonías” y que esta capacidad de armonización y de totalización también se percibe
en su concepción pedagógica, la cual describe un círculo que va de lo útil americano a lo humano
espiritual, pasando por la naturaleza y la libertad.
El pensamiento educativo martiano recogió las ideas avanzadas de su tiempo, pero puesto
en la perspectiva de la historia latinoamericana es un pensamiento precursor, en el que asoman los
principios tan actuales como el de la educación nacional como instrumento de la autonomía de los
pueblos; de la educación científica y crítica; de la relación de la educación con el trabajo; del
principio de la actividad del sujeto como fundamento del aprendizaje. Como los otros grandes
educadores latinoamericanos de la época, al igual que él grandes escritores y políticos, Martí abrió
un camino pedagógico del cual todavía queda un importante tramo por recorrer.
Notas
1. Ricardo Nassif (Argentina). Profesor en las universidades de Tucumán y La Plata, antes de ser miembro del
Secretariado de la UNESCO. Autor de numerosas obras entre las que cabe mencionar: Dewey: su
pensamiento pedagógico (1968); y Teoría de la educación (1980). Su interés por la pedagogía se orientaba
hacia la teoría de la educación. Falleció en 1984.
2. Para no cargar demasiado las notas, al tratarse de citas textuales de Martí se indica entre paréntesis el
volumen y la página de sus Obras completas en la Edición del centenario, La Habana, Editorial Lex, 1953,
2 vols.
3. F. Lisazo, Martí, el místico del deber, Buenos Aires, Losada, 1940.
4. Según Saúl Flores (“Martí educador”, en: Archivo José Martí, F. Lisazo (comp.), Ministerio de Educación,
La Habana, vol. 6, n°1-4, enero-diciembre 1952), correspondería a Ernesto Morales, comentarista de La
edad de oro, haber revelado la presencia de un pensamiento pedagógico en Martí. Por su parte, Fernández
de la Vega (“Martí educador”, en: Archivo José Martí, op. cit. vol. 4, n°1, enero-abril 1943) se adhiere a la
opinión de Isidro Méndez, para quien las ideas martianas constituyen todo “un programa para educar a un
pueblo”. Sin embargo, la mayoría de los que han estudiado el tema coinciden en que sabemos poco de Martí
como pedagogo, fuera de algunos estudios como el de Díaz Ortega (“Los valores educacionales en José
Martí”, en: Archivo José Martí, vol 5, n°1, enero-junio 1950) o de los esquemas trazados por Saúl Flores o
por Cordero Amador (“José Martí, educador”, en: Archivo José Martí, vol. 5, n°3, enero-junio 1951), sólo se
encuentran referencias dispersas en las distintas biografías que sobre Martí se han escrito, aunque no se
descarta la posibilidad de estudios muy recientes que no hemos podido consultar. Entiéndase que hablamos
de Martí como “teórico” de la educación, y no del Martí “educador” más afortunado en el tratamiento,
quizás por su evidencia.
5. Flores, op. cit.
6. “Humanismo y amor en José Martí”, en: Archivos José Martí, op.cit., vol. 5, enero-junio 1951.
8
7. Debemos una interesante interpretación del espiritualismo de Martí a Adalberto Ronda Varona, en su
ensayo “La unidad de la teoría y la práctica: rasgos catasterísticos de la dialéctica en José Martí”, en: Revista
Cubana de Ciencias Sociales, Centro de Estudios Filosóficos de la Academia de Ciencias de Cuba,
Universidad de La Habana, n°1, 1983, págs. 50-64.
Textos de Martí sobre educación
ANTOLOGÍAS
La cuestión agraría y la educación del campesino. La Habana, Editorial Lex, Biblioteca Popular Martiana, 1940.
Educación. La Habana, Oficina del Historiador de la Ciudad, 1961.
Escritos sobre educación. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1976.
Ideario pedagógico. La Habana, Centro de Estudios Martianos, Editorial Pueblo y Educación, 1990. (Selección y
prólogo por Héctor Almendros.)
José Martí: Precursor de la UNESCO. La Habana, Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, 1953. (Edición y
prólogo por Félix Lisazo.)
On Education: Articles on educational theory and pedagogy and writings for children from the “Age of Gold”.
[Sobre la educación: artículos sobre la teoría de la educación y de la pedagogía y escritos sobre los niños
sacados de “La edad de oro”], Nueva York, Monthly Review Press, 1979. (Editado por E. Randall;
introducción y notas por Ph. Foner.)
ARTÍCULOS DE REVISTAS
“Abono: La sangre es buen abono”. La América (Nueva York), 1883. (En: Obras completas, vol. 8, La Habana,
Editorial Nacional de Cuba, 1963-65).
“Aprender en las haciendas”. La América (Nueva York), 1883. (En: ibid., vol. 8).
“Cartas de Martí”. La Nación (Buenos Aires), 15 de agosto de 1883. (En: ibid. vol. 8).
“Cartas de Martí. Nueva York en otoño”. 14 de noviembre de 1886 (En: ibid., vol. 11.)
“Cartas de verano. La Nación (Buenos Aires), octubre de 1890. (En: ibid., vol. 1).
“El colegio de Tomás Estrada Palma en el Central Valley. Patria (Nueva York), 2 de julio de 1892 (En: Ibid., vol. 5).
“Educación científica”. La América (Nueva York), septiembre 1883. (En: ibid., vol. 8.)
“Escuela de Artes y Oficios”. La América (Nueva York), noviembre de 1883. (En: ibid., vol. 8).
“Escuela de electricidad”. La América (Nueva York), noviembre de 1883. (En: ibid. vol. 8).
“Escuela de mecánica”. La América (Nueva York), septiembre de 1883. (En: ibid. vol. 8).
Guatemala. México City, Edición El Siglo XIX, 1978. (En: ibid., vol. 7.)
“Peter Cooper”. La Nación (Buenos Aires), 3 de junio de 1883. (En: ibid., vol. 13.)
“El proyecto de instrucción pública”. Revista Universal (México City), 6 de octubre de 1875. (En: ibid., vol. 6)
“Reforma esencial en el programa de universidades americanas. Estudio de las lenguas vivas. Gradual
desentendimiento del estudio de las lenguas muertas. La América (Nueva York), enero de 1884. (En: ibid.,
vol. 8).
“Revolución en la enseñanza”. Anuario del Centro de Estudios martianos (La Habana), n°8, 1985, págs. 14-19.
Obras sobre las ideas pedagógicas de Martí
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Jose marti unesco

  • 1. 1 El texto que sigue se publicó originalmente en Perspectivas: revista trimestral de educación comparada (París, UNESCO: Oficina Internacional de Educación), vol. XXIII, nos 3-4, 1993. págs. 808-821. ©UNESCO: Oficina Internacional de Educación, 1999 Este documento puede ser reproducido sin cargo alguno siempre que se haga referencia a la fuente. JOSÉ MARTÍ (1853-1895) Ricardo Nassif 1 La vida, la obra y el pensamiento de José Martí pueden ser vistos desde muy diversos ángulos, en la medida en que abarcan una inagotable variedad de aspectos. Nuestro propósito es presenar su perfil como educador y resumir sus principales ideas pedagógicas. Tarea para la cual no tenemos las ventajas de aquellos que investigan o analizan a Martí desde el ángulo privilegiado del excepcional escritor que fue. La grandeza de su estilo está en todo lo que produjo, desde los Versos sencillos hasta el más entusiasta de sus discursos revolucionarios. Lo pedagógico, en cambio, se dispersa aquí y allá, para surgir en el lugar más inesperado. Pero su importancia es tal que su examen se justifica, no obstante ocultarse la mayoría de las veces, detrás de su labor literaria y de su ideario político. El maestro Martí fue maestro y profesor, en el sentido “escolar” de los términos, sólo por accidente, aunque sea preciso aclarar que la estructura misma de su personalidad hacía que, en él, lo contingente expresara lo permanente. Tuvo grandes mentores, como José de la Luz y Caballero, al que no conoció, y Rafael María Mendive, que sembró en él las semillas de una vocación que nunca cesaría de crecer. José de la Luz había sido el maestro de la generación anterior a la de Martí, y según su propia confesión aquél le legó una lección fundamental: “Sentarse a hacer libros, que son cosa fácil, es imposible porque la inquietud intranquiliza y devora, y falta el tiempo para lo más difícil, que es hacer hombres” (I, 854) 2 . Pero si José de la Luz fue la leyenda, Mendive constituyó el ejemplo cotidiano de un poeta y un maestro. Martí llegó a las primeras letras en una pequeña escuela de barrio de La Habana. Pero tales fueron sus progresos que, cuando cumplía los diez años, sus padres decidieron enviarlo a otra más importante para que estudiara inglés y contabilidad. La pobreza familiar hizo que, muy pronto, su padre decidiera que “ya sabía bastante” y lo llevó consigo a trabajar en el campo. Un padrino protector insiste en presentarlo a Mendive que, en ese año de 1865 comenzaba a dirigir la Escuela Superior Municipal de Varones. En esta escuela, Mendive había creado una tal atmósfera de poesía y de sabiduría que Martí sintió satisfechas todas las urgencias que tenía en ese sentido, revelándosele allí “su misma actividad creadora, que va tomando conciencia de sí gracias a tan fecundísimo contacto” 3 . En ese clima no sólo despertó con brío a la vida del sentimiento y de la inteligencia, sino que también fue un poco maestro, ocupándose de la escuela durante las ausencias del director. Gracias al apoyo de Mendive, pudo hacer los dos primeros años del bachillerato, que completaría más tarde en España, como asimismo sus estudios universitarios. Así, en Madrid,
  • 2. 2 comenzó sus estudios de derecho, filosofía y letras y, como andaba escaso de recursos, hizo sus primeras armas como maestro particular de dos niños, cuando apenas tenía dieciocho años. De Madrid pasó a Zaragoza, donde obtuvo las licenciaturas de derecho civil y canónico y de filosofía yletras. De Zaragoza fue a París y después a Inglaterra, desde donde partió para México. Conoció así el enfrentamiento entre el romanticismo y el positivismo, asistiendo a los debates que en 1875 se realizaron en el Liceo Hidalgo, caja de resonancia intelectual de las reformas de Benito Juárez y de Lerdo. Martí intervino en esos debates perfilando algunas ideas que profundizaría más tarde. Martí estuvo en México hasta fines de 1876, para trasladarse a Guatemala donde fue profesor de literatura y composición en la Escuela Normal Central que dirigía su compatriota Izaguirre, y de literatura alemana, francesa, inglesa e italiana en la universidad. No obstante su éxito en esta experiencia docente, la más sistemática que pudo cumplir, en septiembre de 1878 regresó a La Habana, donde obtuvo una autorización provisional para ejercer el profesorado en el colegio de primera y segunda enseñanza de Hernández y Plasencia, tarea que cumplió simultáneamente con un puesto en un bufete jurídico. Un año después le es anulado el permiso docente, obligándolo a volver a un lugar secundario en la actividad jurídica. Pero, conspirador incurable en favor de la Independencia de Cuba, fue encarcelado por segunda vez (la primera apenas tenía dieciséis años). Otra vez España; luego París y, en 1881, Nueva York. Venezuela lo recibe en 1881 y allí, a poco de llegar, el Colegio de Santa María le encarga las clases de lengua y literatura francesa, mientras Guillermo Tell Villegas le cede aulas para que lo rodeasen los discípulos, que —según el decir de Lisazo 4 —, se sienten atrapados por una especie de magia. Mas también esto habría de concluir pronto, ya que al presidente Guzmán Blanco le desagradaba este cubano apasionado que predicaba con tanta fuerza la libertad. Nuevamente regresó a Nueva York, donde comenzó a trabajar por la Independencia de su patria con una increíble potencia combativa, que corría pareja con una infinita ternura, que dio su fruto con La edad del oro, publicación mensual de recreo e instrucción dedicada a los niños de América, según se lee en la portada del primer número aparecido en julio de 1889. El lenguaje de Martí no perdió belleza, ni mecesitó de la puerilidad o de la sensiblería para dirigirse a los niños. Lo demuestran cautivantes semblanzas como Tres héroes (San Martín, Bolívar e Hidalgo); perlas poéticas como Dos milagros; historias como la del hombre contada por sus casas; traducciones de cuentos como Meñique o El camarón encantado; las adaptaciones de La Iliada, y muchas más. ¿Qué se proponía Martí con La edad de oro” Según él mismo lo dijo, al dirigirse a los destinatarios de la publicación, escrita “para que los niños americanos sepan cómo se vivía y cómo se vive hoy en América y en las demás tierras; y cómo se hacen tantas cosas de cristal y de hierro, y las máquinas de vapor y los puentes colgantes y la luz eléctrica; para que cuando un niño vea una piedra de color sepa por qué tiene colores la piedra. Les hablaremos de todo lo que se hace en los talleres donde suceden cosas más raras e interesantes que en los cuentos de magia y son magia de verdad, más linda que la otra [...] Para los niños trabajamos porque son los que saben querer, porque los niños son la esperanza del mundo. (II, 1207-1208.) La edad de oro dejó de publicarse en octubre de 1889. No obstante, la ternura militante de Martí no se detuvo, y si los niños habían sido su objeto, ahora lo son los humildes. Se convirtió en el motor de “La liga de la instrucción”, de Nueva York, para los obreros de color, y pudo retornar a la docencia como profesor de español en la Central High School. De esta manera, y sin renunciar a su combate por la libertad de Cuba, se deslizó su vida entre los años agitados de 1890 a 1895. Por fin, el 31 de enero de 1895, emprendió desde Nueva York el viaje sin regreso. Luchando por su patria, en la batalla de la Boca de Dos Ríos, murió el 19 de mayo de 1895. Una muerte casi voluntaria y creadora, tal cual siempre lo había deseado: “como un bueno; de cara al sol”. No hemos pretendido hacer la biografía del “apóstol cubano”, sino apenas destacar los momentos de su vida en los que fue, o pudo ser, un maestro y un profesor sistemático, “escolar”.
  • 3. 3 Hecho el balance, se comprende que no tuvo tiempo para el magisterio encerrado en las cuatro paredes de un aula. América fue la verdadera aula en la cual ejerció el supremo magisterio de los libertadores de pueblos, aunque siempre estuvo en él, agazapado, el otro maestro que sólo afloró intermitentemente. Las ideas pedagógicas Dos factores han incidido en el parco tratamiento del ideario pedagógico de Martí. En primer lugar “y en esto se identifica con casi todos los constructores de América” el hombre de acción ocultó al hombre de pensamiento, y cuesta no dejarse llevar por el encanto de su perfil humano y poético para penetrar en los vericuetos de lo meramente intelectual. La segunda razón, se relaciona con un determinado modo de comprender “lo pedagógico” a partir de la relación que hoy se establece entre la educación y la vida. Con este enfoque, que era ajeno a la pedagogía de antaño, sin romper la unidad humana que fue Martí, todo lo que hay en él de expresión literaria o de preocupación política puede ayudar a comprenderlo como educador y como pensador de la educación. Poco escribió sobre pedagogía, pero lo bastante como para que resulte imposible hacer su análisis exhaustivo en un perfil como este. La idea de la educación De entre las múltiples definiciones que dio de la educación, elegimos ésta: La educación [...] habilitación de los hombres para obtener con desahogo y honradez los medios indispensables de vida en el tiempo en que existen, sin trabajar, por eso, las aspiraciones delicadas, superiores y espirituales de la mejor parte del ser humano” (II, 495). “La educación tiene un deber ineludible para con el hombre [...]: conformarle a su tiempo sin desviarle de la grande y final tendencia humana” (II, 497). “Educar es depositar en el hombre toda la obra humana que le ha antecedido; es hacer a cada hombre resumen del mundo viviente, [...] ponerlo al nivel de su tiempo [...] prepararlo para la vida” (II, 507). “Educar es dar al hombre las llaves del mundo, que son la Independencia y el amor, y prepararle las fuerzas para que lo recorra por sí, con el paso alegre de los hombres naturales y libres” (I, 1965). En estas definiciones se encuentran dos ideas centrales de la concepción pedagógica de Martí: la educación es “preparación del hombre para la vida”, sin descuidar su espiritualidad y es la “conformación del hombre a su tiempo”, pudiendo imterpretarse que la educación representa para el individuo la conquista de su autonomía, su naturalidad y su espiritualidad. Es claro que Martí distingue entre educación e instrucción. La primera se refiere al sentimiento, mientras que la segunda es relativa al pensamiento. Pero, a la vez, reconoce que no hay buena educación sin instrucción, ya que “las cualidades morales suben de precio cuando están realizadas por cualidades inteligentes” (I, 853). Diferncia ésta que viene en nuestro auxilio, para captar el significado de la educación como el intento de “depositar en el hombre toda la obra humana”, de “hacer de cada hombre un resumen del mundo viviente hasta el día en que vive”. La educación como recapitulación no es posible sino por la instrucción. Pero, en tanto que conformación a una época y capacidad para la libertad y la espiritualidad, la educación no se logra más que por lo que ella es esencialmente: un cultivo integral de las facultades humanas. Ninguna de las ideas arriba sintetizadas tiene, en el pensamiento pedagógico de Martí, tanta fuerza, como la de la educación conformadora del hombre a su tiempo. Al expresarla diciendo que “es criminal el divorcio entre la educación que se recibe en una época y la época misma” (II, 507), la carga, en verdad, de dos sentidos. Uno directo, literal, en el cual la época es vista como el tiempo que nos toca vivir, común a todos los hombres que en ese tiempo despliegan su existencia, con lo cual el cubano muestra una aguda conciencia hitórica que se proyecta sobre toda su concepción
  • 4. 4 pedagógica. Cada tiempo exige instituciones y formas educativas que le sean adecuadas, y esto ha de escribirlo claro con respecto a la educación superior: “Al mundo nuevo, corresponde la universidad nueva” (II, 507). El otro sentido que atribuye a la idea es más figurado e indirecto pero tan real como el literal, para proyectar la categoría de tiempo a la de espacio histórico de manera que ambas categorías se fusionan. La época, además de un tiempo es un ámbito. En un artículo, publicado en Patria (2 de julio de 1883), Martí dice: “El peligro de educar a los niños fuera de su patria es casi tan grande como la necesidad en los pueblos incompletos e infelices de educarlos donde adquieran los conocimientos necesarios para ensanchar su país naciente [...] Es grande el peligro porque no se ha de criar naranjos para plantarlos en Noruega, ni manzanos para que den frutos en el Ecuador, sino que al árbol deportado se le ha de conservar el jugo nativo para que a la vuelta a su rincón pueda echar raíces” (I, 863). Refiriéndose a los motivos para publicar La edad de oro, le escribe al mexicano Manuel Mercado: “El periódico lleva pensamiento hondo y ya que me lo echo a cuestas [...] ha de ser para que ayude a lo que quisiera yo ayudar, que es a llenar nuestras tierras de hombres originales, criados para ser felices en la tierra en que viven y vivir conforme a ella, sin divorciarse de ella, como ciudadanos retóricos o extranjeros desdeñosos, nacidos por castigo en esta otra parte del mundo” (II, 1201). No es la suya una concepción xenófoba, ya que pocos como él creían en la solidaridad entre los pueblos. Tampoco arbitraria, porque el mismo desarrollo natural del hombre está condicionado por la atmósfera de una sociedad concreta, ya que “el fin de la educación no es hacer al hombre nulo, por el desdén o el acomodo imposible al país en que ha de vivir, sino prepararlo para vivir bueno y útil en él” (I, 864). Es decir, formarles de acuerdo al ideal que Martí reclama para América: “hombres buenos, útiles y libres” (I, 866). Pero, ¿cómo formar hombres buenos si no es por el amor? “Cómo hacerlos libres si no es permitiendo que vivan en libertad? ¿Cómo concebirlos útiles sin el conocimiento científico de la naturaleza? La educación como acto de creación Martí concebía la educación como un acto de amor, según puede comprobarse en su propia vida y en las ideas que manifestó sobre el tema. Para él, el acto pedagógico es una relación concreta de seres humanos alimentada por el amor, creencia que justifica que abogara por el establecimiento de un cuerpo de maestros “misioneros” capaces de “abrir una campaña de ternura y de ciencia” (II, 515), de maestros ambulantes “dialogantes”, y no “dómines”. Más concretamente todavía, la educación es una constante creación y el agente principal de esa creación es, para Martí, el maestro. Lo dijo poéticamente recordando su estadía en Guatemala: “Yo llegué meses hace a un pueblo hermoso: llegué pobre, desconocido y triste. Sin perturbar mi decoro, sin doblegar mi fiereza, el pueblo aquel, sincero, generoso, ha dado abrigo al peregrino humilde: lo hizo maestro, que es hacerlo creador” (II, 205). Educación y desarrollo infantil Así veía el acto pedagógico desde la perspectiva del educador, porque también “en tanto que relación” lo vio desde la del alumno que es el otro término de la relación. Habrían bastado los cuatro números que aparecieron de La edad de oro para comprobar su profundo conocimiento del alma infantil. Pero más allá de esto, ofrece en sus escritos una serie de ideas sobre el desarrollo del niño y la educación. Para Martí, la educación no debe perturbar ese desarrollo, y las escuelas debieran ser “casas de razón” donde, con guía juiciosa, se habitúe al niño a desplegar su propio pensamiento.
  • 5. 5 El principio de la individualidad como factor esencial de la educación, se presenta, precisamente, como una de las ideas-eje de su pensamiento pedagógico. Verdaderamente, esa individualidad está presentada como lo que los pedagogos europeos de comienzos del siglo XX llamarían el “elemento regulativo” de la educación. “El estudio —afirma Martí— es el carril, pero el carácter, la individualidad del niño, esa es la máquina” (I, 1961). Por esta vía llega incluso a formular todo un concepto de autoeducación: “La educación es el estudio que el hombre pone en guiar sus propias fuerzas” (II, 737) y, con evidente reminiscencia rousseauniana, llega a comprender la educación, en general, como un “crecimiento” desde dentro, que “empieza con la vida y no acaba sino con la muerte” (II, 1261). La dimensión social y política de la educación José Martí tuvo también clara la dimensión social del fenómeno y del proceso educativos, expresada en algunas ideas sobre sociología de la educación constitutiva de verdaderos principios para una política educativa. “De todos los problemas que pasan hoy por capitales, manifiestamente sólo lo es uno; y de tan tremendo modo que todo tiempo y celo fueran pocos para conjurarlo: la ignorancia de las clases que tienen de su lado la justicia” (I, 737). Con estas palabras, nos está proporcionando la clave de su pensamiento socio-político sobre la educación. Si pudo mostrárnosla pensada en categorías de acción, de amor y de creación, ahora la descubrimos en términos más directamente sociológicos, políticos y democráticos. En esta línea, Martí detectó plenamente una de las ideas que caracterizó a la democracia liberal de América Latina en la segunda mitad del siglo XX: la de “educación popular”. Casi todas sus reflexiones socio-pedagógicas parten de ese tipo de educación como la base del progreso de los pueblos, pero definida con una gran aumpitud: “Educación popular no quiere decir exclusivamente educación de la clase pobre, sino que todas las clases de la Nación, que es lo mismo que el pueblo, sean bien educadas” (I, 853). Esta educación es, por otra parte, el único medio para llegar a la democracia, porque son sus palabras: “un hombre ignorante está en camino de ser bestia y un hombre instruido en la ciencia y la conciencia está en camino de ser Dios, y no hay que dudar entre un pueblo de dioses y un pueblo de bestias” (I, 854). La fe de Martí en la educación, como remedio para los males sociales era ilimitada, pues estaba convencido “como hombre de su época” que sólo en aquélla reside la fuerza, sobre todo si su objetivo es despertar en los hombres el sentido de la solidaridad (cf. II, 510). La política educativa, en Martí, no pasó de ser pensamiento o ideal soñado por un permanente desterrado que no alcanzó a integrar, ni a pesar en el gobierno de su país. En su concepción de la política educativa, dio preponderancia a los principios de “educación nacional”, “libertad de enseñanza” y “enseñanza obligatoria”, proponiendo una sugestiva inversión del orden de los dos últimos. Para él, sería prioridad la obligatoriedad por encima de la libertad de enseñanza, en la medida en que consideraba que “aquella tiranía saludable vale aún más que esa libertad”. La educación científica En una sociedad educada, que para Martí es lo mimo que decir ?un pueblo libre?, se forma para la libertad, así como por el amor se forja el hombre bueno. Pero, como además de hombres buenos y libres, él exigía hombres útiles, para formarlos encontró el camino de la ?educación científica?, vía para el desarrollo de la inteligencia, instrumento de la autonomía individual y pilar del progreso de los pueblos. Martí insiste constantemente en la “educación científica”, oponiéndola, o distinguiéndola, de la educación que llama “clásica”, “literaria”, “formal” u “ornamental”, tema en el cual no
  • 6. 6 dejó de sufrir la influencia spenceriana, aunque en el cubano ampliada por un amor poético de la naturaleza. El suyo fue un naturalismo espitirualizado y no biologista o materialista, más cercano a Rousseau que a Spencer. De cualquier modo, la educación no es la meramente formal o retórica, sino la que se apoya en el estudio de la naturaleza. Ésta facilita el progreso social, porque “estudiar las fuerzas de la naturaleza y aprender a manejarlas es la manera más derecha de resolver los problemas sociales” (I, 1076). La ciencia es el sendero obligado hacia la naturaleza y es imprescindible implantar la educación científica “por donde ha de salir el hombre nuevo” (I, 1829). Martí representa el “humanismo científico” contra el “humanismo clásico”, dado que la educación basada en este último es inactual y sólo proporciona “ornamento y galanura” (II, 495- 96). Anota comentando la reunión de directores de los Colegios de Massachusetts, en 1883: “La educación antigua, de poemas griegos y libros latinos, o la historia de Livio o de Suetonio, libra ahora sus postreros combates contra la educación que asoma y se impone, como hija legítima de la impaciencia de los hombres, libres ya para aprender y obrar, que necesitan saber cómo está hecha y se mueve y se transforma la tierra que han de mejorar y de la que han de extraer, con sus propias manos, los medios del bien universal y del mantenimiento propios” (II, 496). Y para refutar el argumento que defiende el estudio de las lenguas muertas como ejercicio mental, pregunta si “el orden admirable y nunca contradictorio de la naturaleza no será más benéfico a la mente que el caprichoso del hipérbaton latino o el contraste de los varios dialectos griegos” (II, 496). Lo curioso es que Martí no consideraba inútil el estudio del griego o del latín, y a los que afirmaban su total inutilidad les dice que “ni el griego ni el latín han saboreado; ni aquellos capítulos de Homero que parecen primera selva de la tierra, de mostruosos troncos, ni las perfumosas y discretas epístolas del amigo de Mecenas” (II, 496). No obstante, él tenía poderosas razones para combatir la enseñanza clásica. La primera porque no quería para América “sólo” retóricos y estetas, sino hombres capaces de sacarle a la tierra la felicidad de sus pueblos. La segunda razón, de índole nítidamente política, porque entendía que las lenguas contribuirían a la formación de castas, y que mantener su enseñanza exclusiva sería apoyar a quienes todavía sustentan “la necesidad de levantar con una clase impenetrable y ultrailustrada, una valla a las nuevas corrientes impetuosas de la humanidad que, por todas partes, acometen y triunfan” (II, 593). La profunda confianza en la educación científica explica por qué Martí exige constantemente una reforma radical de la educación de su tiempo, tanto como su entusiasmo cuando visita una Escuela de Mecánica en San Luis, en los Estados Unidos, o cuando transcribe el plan de estudios de las Escuelas de Electricidad; o cuando se informa que Nicaragua, por honrar un aniversario abre una escuela de Artes y Oficios, que ya tienen Guatemala, Honduras y Uruguay, y por abrirse están en Chile y en El Salvador (II, 507-510). Se comprende también su severidad de reformador cuando se empecina en que se establezcan Escuelas de Agricultura (II, 501), directamente en los campos; o cuando quiere que cada escuela tenga anexo un taller; o cuando sostiene el valor educativo del trabajo manual (I, 1969 y II, 510); o cuando habla de la importancia de la educación física (II, 537); o cuando aspira a elevar la mujer al rango de fuerza espiritualizadora de la sociedad por medio de la educación (II, 500-501); o cuando se apasiona con los métodos de una escuela mexicana para sordomudos (II, 814); o cuando enfrenta la vieja educación con la que él sueña: “La escuela era de memoria y azotes; pero el ir a ella por la nieve era la escuela mejor” (II, 97). ¿Fue verdaderamente la pedagogía de Martí una pedagogía estrictamente “cientificista”? “De dónde procede su aparente “cientificismo”? Ya hemos dicho que toda la importancia que atribuía a la educación científica nace de su afán por hacer americanos útiles e independientes. Pero es innegable que Spencer tiene su parte, y que Martí conocía su obra, y hasta ha dejado un esquema sobre su pensamiento (I, 952) y le ha atribuido un papel preponderante en la liberación intelectual
  • 7. 7 de América (II, 101). No obstante, no aceptó su sistema como un dogma, y negó el positivismo por considerarlo “la negación inmoral de la existencia mejorable y permanente” (II, 1777). En todo caso el suyo fue un positivismo tamizado a través de una personalidad creadora. También se ha hablado del pragmatismo de Martí influenciado por John Dewey. Saúl Flores, 5 que es uno de los defensores de esa tesis, no encuentra otra forma de explicar el hecho de que Martí abogara por la sustitución de las “escuelas abecedario” por las “escuelas de acto”. Sin embargo no hay en la obra martiana mención alguna de Dewey ni de sus antecesores Peirce y William James. Por otra parte, cuando el cubano estuvo en Nueva York (con interrupciones entre 1880 y 1895), si bien las ideas de Dewey habían comenzado a difundirse, sus primeros libros importantes, Mi credo pedagógico y La escuela y la sociedad, no aparecieron hasta 1897 y 1900. Más acertada es la opinión de Díaz Ortega 6 para quien los Estados Unidos y Europa dieron a Martí los fundamentos de una cultura educativa que le sirvió para criticar y comparar la política educativa de Hispanoamérica. Pero fue ésta la que le proporcionó el escenario donde vio y vivió los problemas educativos medulares que enfrentaban sus pueblos. Por otra parte, y aunque existan puntos de coincidencia entre Martí y Dewey, no es arriesgado afirmar que las ideas pedagógicas de aquél tienen un principio intrínseco de explicación que podrían encuadrarse en lo que podría denominarse un activismo espirualista 7 . Santovenia ha dicho que Martí es, por excelencia, “el hombre de las armonías” y que esta capacidad de armonización y de totalización también se percibe en su concepción pedagógica, la cual describe un círculo que va de lo útil americano a lo humano espiritual, pasando por la naturaleza y la libertad. El pensamiento educativo martiano recogió las ideas avanzadas de su tiempo, pero puesto en la perspectiva de la historia latinoamericana es un pensamiento precursor, en el que asoman los principios tan actuales como el de la educación nacional como instrumento de la autonomía de los pueblos; de la educación científica y crítica; de la relación de la educación con el trabajo; del principio de la actividad del sujeto como fundamento del aprendizaje. Como los otros grandes educadores latinoamericanos de la época, al igual que él grandes escritores y políticos, Martí abrió un camino pedagógico del cual todavía queda un importante tramo por recorrer. Notas 1. Ricardo Nassif (Argentina). Profesor en las universidades de Tucumán y La Plata, antes de ser miembro del Secretariado de la UNESCO. Autor de numerosas obras entre las que cabe mencionar: Dewey: su pensamiento pedagógico (1968); y Teoría de la educación (1980). Su interés por la pedagogía se orientaba hacia la teoría de la educación. Falleció en 1984. 2. Para no cargar demasiado las notas, al tratarse de citas textuales de Martí se indica entre paréntesis el volumen y la página de sus Obras completas en la Edición del centenario, La Habana, Editorial Lex, 1953, 2 vols. 3. F. Lisazo, Martí, el místico del deber, Buenos Aires, Losada, 1940. 4. Según Saúl Flores (“Martí educador”, en: Archivo José Martí, F. Lisazo (comp.), Ministerio de Educación, La Habana, vol. 6, n°1-4, enero-diciembre 1952), correspondería a Ernesto Morales, comentarista de La edad de oro, haber revelado la presencia de un pensamiento pedagógico en Martí. Por su parte, Fernández de la Vega (“Martí educador”, en: Archivo José Martí, op. cit. vol. 4, n°1, enero-abril 1943) se adhiere a la opinión de Isidro Méndez, para quien las ideas martianas constituyen todo “un programa para educar a un pueblo”. Sin embargo, la mayoría de los que han estudiado el tema coinciden en que sabemos poco de Martí como pedagogo, fuera de algunos estudios como el de Díaz Ortega (“Los valores educacionales en José Martí”, en: Archivo José Martí, vol 5, n°1, enero-junio 1950) o de los esquemas trazados por Saúl Flores o por Cordero Amador (“José Martí, educador”, en: Archivo José Martí, vol. 5, n°3, enero-junio 1951), sólo se encuentran referencias dispersas en las distintas biografías que sobre Martí se han escrito, aunque no se descarta la posibilidad de estudios muy recientes que no hemos podido consultar. Entiéndase que hablamos de Martí como “teórico” de la educación, y no del Martí “educador” más afortunado en el tratamiento, quizás por su evidencia. 5. Flores, op. cit. 6. “Humanismo y amor en José Martí”, en: Archivos José Martí, op.cit., vol. 5, enero-junio 1951.
  • 8. 8 7. Debemos una interesante interpretación del espiritualismo de Martí a Adalberto Ronda Varona, en su ensayo “La unidad de la teoría y la práctica: rasgos catasterísticos de la dialéctica en José Martí”, en: Revista Cubana de Ciencias Sociales, Centro de Estudios Filosóficos de la Academia de Ciencias de Cuba, Universidad de La Habana, n°1, 1983, págs. 50-64. Textos de Martí sobre educación ANTOLOGÍAS La cuestión agraría y la educación del campesino. La Habana, Editorial Lex, Biblioteca Popular Martiana, 1940. Educación. La Habana, Oficina del Historiador de la Ciudad, 1961. Escritos sobre educación. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1976. Ideario pedagógico. La Habana, Centro de Estudios Martianos, Editorial Pueblo y Educación, 1990. (Selección y prólogo por Héctor Almendros.) José Martí: Precursor de la UNESCO. La Habana, Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, 1953. (Edición y prólogo por Félix Lisazo.) On Education: Articles on educational theory and pedagogy and writings for children from the “Age of Gold”. [Sobre la educación: artículos sobre la teoría de la educación y de la pedagogía y escritos sobre los niños sacados de “La edad de oro”], Nueva York, Monthly Review Press, 1979. (Editado por E. Randall; introducción y notas por Ph. Foner.) ARTÍCULOS DE REVISTAS “Abono: La sangre es buen abono”. La América (Nueva York), 1883. (En: Obras completas, vol. 8, La Habana, Editorial Nacional de Cuba, 1963-65). “Aprender en las haciendas”. La América (Nueva York), 1883. (En: ibid., vol. 8). “Cartas de Martí”. La Nación (Buenos Aires), 15 de agosto de 1883. (En: ibid. vol. 8). “Cartas de Martí. Nueva York en otoño”. 14 de noviembre de 1886 (En: ibid., vol. 11.) “Cartas de verano. La Nación (Buenos Aires), octubre de 1890. (En: ibid., vol. 1). “El colegio de Tomás Estrada Palma en el Central Valley. Patria (Nueva York), 2 de julio de 1892 (En: Ibid., vol. 5). “Educación científica”. La América (Nueva York), septiembre 1883. (En: ibid., vol. 8.) “Escuela de Artes y Oficios”. La América (Nueva York), noviembre de 1883. (En: ibid., vol. 8). “Escuela de electricidad”. La América (Nueva York), noviembre de 1883. (En: ibid. vol. 8). “Escuela de mecánica”. La América (Nueva York), septiembre de 1883. (En: ibid. vol. 8). Guatemala. México City, Edición El Siglo XIX, 1978. (En: ibid., vol. 7.) “Peter Cooper”. La Nación (Buenos Aires), 3 de junio de 1883. (En: ibid., vol. 13.) “El proyecto de instrucción pública”. Revista Universal (México City), 6 de octubre de 1875. (En: ibid., vol. 6) “Reforma esencial en el programa de universidades americanas. Estudio de las lenguas vivas. Gradual desentendimiento del estudio de las lenguas muertas. La América (Nueva York), enero de 1884. (En: ibid., vol. 8). “Revolución en la enseñanza”. Anuario del Centro de Estudios martianos (La Habana), n°8, 1985, págs. 14-19. Obras sobre las ideas pedagógicas de Martí Por Isabel Monal Acosta Medina, R. Algunas ideas de Martí y la pedagogía revolucionaria de hoy. En: Estudios sobre José Martí. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975. Armas Rodríguez, M. de. Raíces históricas de la combinación del estudio con el trabajo. Educación (La Habana), enero-marzo de 1985. Armas, Rodríguez, M. de. José Martí: educación para el desarrollo. Santiago (Santiago de Cuba), n° 55, 1984. Beiro Gonzáles, L. Martí y la educación rural. En: ANAP (La Habana), n°5, mayo de 1982. Carbón Sierra, A. Martí y la enseñanza de las lenguas clásicas. En: Universidad de La Habana (La Habana), n° 219, enero-abril de 1983. Cosmo Baños, P. José Martí: educador revolucionario. En: Filatelia Cubana (La Habana), enero-abril de 1981. Chávez Rodríguez, J. A. Martí y la calidad de la educación. En: Educación (La Habana), abril-junio de 1983. Deschamps Chapeaux, P. José Martí, maestro de obreros. En: Estudios sobre José Martí. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, op. cit. Gallego Alfonso, E. Donde yo encuentro poesía mayor.En: Educación (La Habana), abril-junio de 1983.
  • 9. 9 García Consuegra, M. Martí y la Escuela Nueva cubana. En: Santa Clara, Colección Martiana, 1945. García Galló, G. J. José Martí y la educación .En: Islas (Santa Clara), enero.abril de 1972. García Pers, D. José Martí y las cualidades de la personalidad del educador.En: Simientes (La Habana), noviembre- diciembre de 1983. González López, N. La escuela y la universidad nuevas de Martí. En: Universidad de la Habana (La Habana), n° 225, septiembre-diciembre de 1983. González Negrón, N.; Brito Miralent, M.; Valdés Florat, M. Consideraciones en torno a Martí y a la educación americana. En: Universidad de la Habana (La Habana), n° 215, enero-abril de 1983. Hernández Pardo, H. Raíz martiana de nuestra pedagogía - Concepto revolucionario de la combinación del estudio y el trabajo.En: Anuario del Centro de Estudios Martianos (La Habana), n° 1, 1978. Jorge, E. “Notas sobre la función de La Edad de Oro”. En: Estudios sobre José Martí. Op. cit. Kirk, J. M. Reflections on the Educational Philosophy of José Martí and Its Application In Revolutionary Cuba. Proceedings of the Rocky Mountain Council on Latin American Studies Conference [Reflexiones sobre la filosofía pedagógica de José Martí y sus aplicaciones en la Cuba revolucionaria: informe del Consejo de las Montañas Rocosas sobre la Conferencia de Estudios atinoamericanos] 1978. Llánez Abeijón, M.; García, M.; Rodríguez Ruíz, M. Algunas condiciones acerca de la esencia, los principios, y los métodos de la educación y la instrucción en la obra martiana En: Islas (Santa Clara), mayo-agosto de 1978. Marino Plá, F. Martí y sus ideas educacionales. La Habana, 1954. Martí y la education. La Habana, 1984. Masó Vásquez, C. Ideas de Martí sobre las universidades. En: Revista Mexicana de Sociología (México City), mayo- agosto 1964. Olivares Sánchez, E. José Martí acerca de la educación.En: Simientes (La Habana), septiembre-octubre de 1978. Rodríguez, E.; Calero, M. José Martí: revolucionario y educador. En: Cuadernos de educación (La Habana), n° 56, June 1978. Silva, J.; Marcos, M.; Díaz, A. Las concepciones martianas sobre la escuela y la educación. En: Santiago (Santiago de Cuba), octubre de 1973.