Este documento critica a aquellos que se jactan de vanidad y pretensión sin motivo. Describe a alguien que lleva una "maleta de ínfulas", llena de apariencias vacías y fanfarronería en lugar de contenido real. Aunque algunos logran éxito a través del engaño y el soborno, su vanidad siempre los traicionará, y su falta de juicio y cordura los llevará a cometer más errores que aquellos que no se jactan sin razón.
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La maleta de ínfulas
1. La maleta de ínfulas
«Una vana, dos vacías», es la locución sustantiva para referirse a quien luce y fulgura de
fanfarronería. Apropiándose con desmán de una cuota de la claridad habitual con la que
distinguir lo que hay en todos los mercados. Por si siente el aliento ardiente del aniquilador de
tanta hojarasca, cuyo terreno es el legítimo a presumir de inútil frondosidad con las hojas que
ya no forman tanto pliego peripuesto. Planeo sin acrobacias hasta el suelo, posadas sin vuelo.
Solo los pájaros son capaces de levantar al unísono la volada, evitando cual granujas el
sufrimiento por sopeo de toda la estructura leñosa.
Y eso se acarrea en una maleta, cuya oscuridad solo envuelve con necedad lo encerrado.
Porque los recientes pueden apreciar cuáles son los enseres, ajuares y efectos síquicos que
transigen con el equipaje. Tripulación para maniobras serviciales; con maquinación para su
ardid y tejemaneje. Porque si algo debería quedarse aclarado es la reconocida pretensión, y
consecución al fin y al cabo, del estirado por conquistar sus fantasmagorías: impreso en la
fantasía, disfraz de inexistencia y fingimiento del sueño.
Aquellos desemparejados del éxito sabrán a qué sabe su aspecto espantadizo por
baladrón, valentísimo chaflán que reduce la integridad inmaterial. No aportan algo ni ante el
daño, el perjuicio o el menoscabo. Su siniestro es profundo, sin embargo en lo más interno y
recóndito de su valer: un ser, estar o hallarse errante en el interior. Perdido en el centro de un
mosaico, asaltando sus entrañas en fragmentos por medio de una cucaña.
Empero aquellos alagados por un éxito inmoral, falseando las guardas por el soborno,
consiguen radiantes acumular con algún que otro escalofrío: laureles insomnes; galardones a
merced; recompensa por no fugarse; primas que se arriman fuera de discordia; premios sin
rifas; y trofeos de muchas puntas tiroteados por un siervo cautivo. ¡Lo que haya que aguantar!,
madre. No puede existir otro receptáculo para todo ello, una maleta de ínfulas. Resalta por una
vanidad infalible, como si colgaran de sus asideros dos tiras en caída sostenida. Siempre de la
cinta garante, ciñendo entre sí. Para nunca más desvencijada.
Y haciendo parábola debo concluir otra insinuación escrita aciaga. Y la elipsis queda
‘ibídem’ meridianamente en un marfil de sal sólida, compacta y bicarbonatada, tras la reacción
de resistencia y rebeldía; contradictoria en placeres y distracciones. Escribió el dramaturgo
premio Nobel: «La vanidad hace siempre traición a nuestra prudencia y aún a nuestro interés».
Lamentable que la vanidad pretenciosa arrolle y derrote a la cordura y la sensatez.
Tremendo golpe con el aldabón recibe la reflexión: madurez del discernimiento. Descomunal
ausencia de asiento en el juicio que preside la mente con su seso y su razón. Aquel convencido
a sí mismo de todos los surtidos defectos recolectados, tan solo tiene que tomar consciencia de
que ha reconocido más errores, culpas y deslices, a lo largo de sus variopintos traspiés, que el
viajero conmaletero aquí descrito.
Domingo, 29 de octubre de 2017
Félix Sánchez
Un ciudadano más.