1. La Inteligencia emocional y las estrategias de aprendizaje como predictores del rendimiento
académico en estudiantes universitarios
El estudiante universitario se ve obligado a desarrollar habilidades académicas que sean
flexibles y dinámicas que le permitan la adaptación continua a los múltiples cambios de una
sociedad globalizada, en virtud de lograr el éxito académico. Las tensiones de la vida moderna, la
continua globalización de los conocimientos en el terreno individual, estudiantil, profesional,
laboral, la presión del reloj, la exigencia de un constante perfeccionamiento, entre otros factores,
son situaciones que tienden a alterar el estado emocional de la mayoría de los estudiantes,
llevándolos al borde de sus propios límites físicos y psíquicos. Por tanto, ya no basta que el
universitario sólo analice e integre información curricular, sino que también se convierta en parte
activa de su proceso formativo integrándose al mismo tiempo con sus pares, aspecto que implica
la regulación de emociones, habilidad que de ser desarrollada por el alumno, influenciaría
positivamente su compromiso por el propio aprendizaje. Por otra parte, el rendimiento académico
del estudiante, también está relacionado con el uso de estrategias de aprendizaje (Massone y
Gonzáles, 2003).
En la actualidad, el enfoque cognitivo de procesamiento de la información considera el
aprendizaje como un proceso de construcción del conocimiento. En donde se concibe al
estudiante como activo e inventivo, y busca construir el significado de los contenidos
informativos que se le presentan. Por tanto, el rol del estudiante corresponde al de un ser
autónomo, autorregulado, que conoce cómo controlar y optimizar los procesos cognitivos
implicados en el aprendizaje (Beltrán, 1998)
¿La inteligencia emocional y las estrategias de aprendizaje son variables predictoras del
rendimiento académico en estudiantes ingresantes a la Universidad?
2. Riesgo suicida y su relación con la inteligencia emocional y la autoestima en estudiantes
universitarios
El comportamiento suicida es una problemática de salud pública que ha ido aumentando a
través del tiempo. A nivel mundial se estima que aproximadamente 800.000 personas se suicidan
cada año, representando el 1,4% de la morbilidad de años de vida ajustado a la discapacidad, y se
prevé que para el 2025 esta cifra pueda incrementarse a 1.500.000 personas (WHO, 2018),
aspecto altamente probable en estudiantes universitarios al relacionarse con los efectos
psicológicos en la salud mental con la pandemia COVID-19 (Patsali et al., 2020).
El suicidio se constituye en la segunda causa de muerte en jóvenes entre 15 y los 29 años
(WHO, 2018), y el 79% de todos los suicidios se produce en países de ingresos bajos y medianos
y los métodos mantienen una relación estándar con la ingestión de plaguicidas, el ahorcamiento y
las armas de fuego (OMS, 2019); actualmente se perfila el nivel de letalidad de la conducta
suicida en adolescentes asociado a un historial de intento de suicidio y suicidio más proximal
(Rengasamy et al., 2020).
El estigma social frente al suicidio puede interferir con el registro correcto de este
fenómeno (WHO, 2014; Villalobos, 2009); se ha demostrado históricamente una asociación con
el miedo a la desaprobación social y las objeciones morales frente al acto de suicidarse (Linehan
& Goodstein, 1983). Al respecto, hay evidencia que muestra que, al número de intentos de
suicidio a lo largo de la vida y tiempo transcurrido desde el intento de suicidio más reciente, y el
estigma de suicidio anticipado (percibir al otro como suicida) se asoció significativamente con un
aumento de las tendencias suicidas y mostró un vínculo estadístico parcialmente mediado por un
mayor secreto guardado en los suicidas (Mayer et al., 2020).
A nivel universitario, la relación entre autoestima e inteligencia emocional y riesgo
suicida se ha estudiado respecto de la regulación emocional (Quintana et al., 2020), empatía (Sa
et al., 2019), ajuste contextual y emocional a condiciones específicas universitarias (Bruns &
Letcher, 2018; Domínguez et al., 2015; Forrester et al., 2017).
Con este estudio se espera contribuir al desarrollo nuevos avances en la comprensión del
riesgo suicida en universitarios y entre tanto a su prevención, con una clara intención de ser
3. considerado bajo una perspectiva de atención orientada desde modelos conceptuales de sistemas
articulados de bienestar universitario (Núñez et al., 2006).
Los aspectos emocionales, afectivos y de pareja se relacionan como los factores de mayor
impacto en el equilibrio de la salud mental de los universitarios (Núñez, 2004), por cuanto ello
implica, no solo el ajuste contextual relacional (Quintana-Orts et al., 2019), sino también los
vínculos afectivos asociados a las relaciones familiares, la autoeficacia y autoestima (Pereira et
al., 2018).
Es muy interesante la relación del suicidio con aspectos psicológicos profundos, ya que se
ha mostrado que el dolor mental insoportable y la depresión, pero no la desesperanza, podrían
predecir cambios en estado de intento de suicidio, considerando la depresión y la desesperanza
evaluadas simultáneamente, pero solo el dolor mental insoportable tiene un poder predictivo
único y directo en el riesgo suicida (Lambert et al., 2020). Tanto la inteligencia emocional como
la autoestima son recursos personales que los sujetos desarrollan a lo largo de su vida y les
permiten afrontar los distintos eventos vitales de una manera que enriquezca su personalidad y su
salud mental al mejorar su calidad de vida (Faure et al., 2018); de ahí la importancia de asumirlos
como recursos psicosociales que se deben fortalecer en los adolescentes y en los jóvenes como
medida preventiva ante el riesgo de conducta suicida (Aradilla-Herrero et al., 2014).
4. Relación entre Inteligencia Emocional y Riesgo Psicopatológico en Estudiantes
Universitarios
En el campo de la psicología, dar más importancia a lo cognitivo o a lo conductual ha
hecho que en ocasiones se deje a un lado el papel de las emociones, tanto en el campo educativo
como en el empresarial o personal. Poco a poco con el desarrollo de constructos como el de
inteligencia emocional se están integrando las emociones en el ámbito científico como una forma
de entender mejor al ser humano. Hemos tenido que esperar hasta finales del siglo XX para
considerar importantes las emociones, pues anteriormente no eran consideradas debido a que no
eran observables o medibles o por no ser el centro de atención en el estudio de la psicología, de la
conducta y/o el pensamiento. Es, por lo tanto, a partir de los años noventa cuando comienza a
considerarse a la inteligencia desde una perspectiva más amplia, teniendo en consideración a las
emociones en el desarrollo de la persona, incluso en su éxito en las distintas parcelas de su vida, o
en su alteración en las mismas. El concepto de Inteligencia emocional, nace en el mundo de la
psicología por Salovey y Mayer (1990), quienes definen, desarrollan y crean el primer modelo
sobre la Inteligencia Emocional (modelo de las cuatro ramas: percepción emocional, facilitación
emocional del pensamiento, comprensión emocional, y regulación emocional). La Inteligencia
Emocional se entiende como un conjunto de inteligencias sociales, en las que se incluyen ciertas
habilidades como el control emocional para discriminar y usar esta información como guía del
pensamiento y las acciones. Salovey y Mayer definen a la persona emocionalmente inteligente
como aquella que es consciente de sus sentimientos y los de los demás, siendo capaz de etiquetar
la emoción y comunicarla cuando es adecuado.
Existen distintos modelos que contemplan la autorregulación emocional. Bonano (2001),
expone un modelo de autorregulación emocional que se centra en el control, anticipación y
exploración de la homeostasis emocional. Esta se conceptualizaría en términos de metas de
referencia pertenecientes a frecuencias, intensidades o duraciones ideales de canales
experienciales, expresivos o fisiológicos de respuestas emocionales. Un poco más adelante. Gross
(2002) desarrolla el modelo de procesos de inteligencia emocional, describiéndose cinco puntos
en los que las personas pueden intervenir para modificar el curso de la generación de emociones,
esto es, autorregularse emocionalmente (tener la capacidad de atenuar o expresar una emoción);
selección de la situación (elegir las situaciones donde actuar o al menos el cómo actuar a nivel
5. emocional); modificación de la situación (tener la capacidad de poder cambiar aquello que así lo
permite); despliegue atencional (atender con la intencionalidad y la intensidad que deseamos);
cambio cognitivo (poder cambiar nuestro pensamiento en función de lo observado, vivido y
experimentado con nuestras emociones) y modulación de la respuesta (adaptar nuestra reacción
emocional a la situación en concreto)
Se han encontrado relaciones significativas entre el riesgo psicopatológico y las distintas
dimensiones de inteligencia emocional, en la línea de estudios recientes afines (Barraza-López et
al., 2017). La capacidad de prestar más atención a los sentimientos se relaciona moderadamente
con sintomatología depresiva, pues centrarse en aquello que preocupa o genera malestar, salvo
que sea para resolverlo trae consigo la rumiación y el estancamiento en aquello que precisamente
se pretende evitar; y la capacidad de comprender bien los estados emocionales y reparar el estado
de ánimo se relaciona con la mayoría de las escalas clínicas. Además, a medida que aumenta la
capacidad de comprender bien los estados emocionales aumenta la capacidad de regular y/o
reparar el estado de ánimo de forma moderada. La atención emocional, capacidad de prestar más
atención a los sentimientos, aparece como la dimensión más asociada a los procesos de salud, y
en concreto a los estados rumiativos, entendidos, como los que se generan cuando un grado
elevado de atención a nuestras emociones no viene seguido de la adecuada claridad y, sobre todo,
reparación emocional; lo que hace que se prolonguen los estados de malestar, sin que podamos
identificar las causas que los generan y las posibles soluciones, lo que tendrá, indefectiblemente,
secuelas de orden físico y también mental. Es así que, vemos el efecto modulador de la
inteligencia emocional en el riesgo psicopatológico. Parece, por tanto, relevante, seguir
ahondando en la cuestión e incluir otras variables que permitan ir aclarando estas relaciones.
Coincidimos con Salguero, Fernández-Berrocal, Ruiz-Aranda, Castillo y Palomera (2015) en la
importancia que las habilidades emocionales poseen a la hora de predecir el ajuste psicosocial de
las personas.
Por tanto, existe una necesidad de plantear una intervención orientada a un manejo más
adecuado de las emociones en estudiantes universitarios, sobre todo en lo relacionado con su
percepción, y trabajar los aspectos relacionados con pensamientos obsesivos, conductas
compulsivas y ansiedad. Además, en varones y en titulaciones técnicas se debe facilitar
información sobre hábitos de sueño saludables; y en mujeres y estudiantes de enfermería se debe
6. incidir en la sintomatología depresiva. Todo ello para fomento de un mayor estado de bienestar y
evitación de posibles repercusiones futuras que mermen la salud o disminuyan capacidades de
adaptación de los alumnos. Además, se considera interesante transferir toda esta información a
los profesores del ámbito universitario.
7. Percepción de prácticas parentales, rasgos de personalidad, inteligencia emocional y
habilidades sociales de estudiantes universitarios
La presente investigación pretendió responder un problema complejo, constituido por tres
interrogantes: ¿Se relacionan las habilidades sociales de los estudiantes universitarios con la
percepción que tienen de las prácticas parentales ejercidas por sus progenitores, con sus propios
rasgos de personalidad (neuroticismo y extraversión) y con su inteligencia emocional?, ¿Sus
rasgos de personalidad e inteligencia emocional están predichos por las prácticas parentales
percibidas?,y finalmente, ¿Existe una relación entre los rasgos de personalidad y la inteligencia
emocional de dichos estudiantes, pertenecientes a las provincias de Entre Ríos y Santa Fe,
durante el año 2013? Para dar respuesta a estos interrogantes fue necesario realizar dos estudios
independientes. El primero de ellos consistió en realizar una adaptación y validación de la Escala
Multidimensional de Expresión Social para poder recabar información válida y confiable sobre
las habilidades sociales de los estudiantes. El segundo estudio tuvo como objetivo poner a prueba
las hipótesis mediante un diseño correlacional.
Debido a los constantes cambios que experimenta la sociedad actual, existe un interés
creciente sobre el análisis de los comportamientos y de las actitudes sociales positivas que
posibilitan un ajuste psicosocial saludable y promueven la integración. En los últimos años se han
fortalecido las investigaciones e intervenciones en el campo de las habilidades sociales con el
objetivo de aumentar el conocimiento sobre dichos procesos y de mejorar el desempeño del
individuo en las interacciones sociales a lo largo del ciclo vital. Debido a la gran importancia que
esta variable ha alcanzado, el presente estudio tiene el propósito de estudiar algunos factores que
pueden predecir su manifestación y/o consolidación. Se puede notar, en la práctica profesional,
que una educación parental adecuada, que tiene que ver con la puesta de límites, la buena
comunicación y el afecto percibido, entre otros aspectos, induce el desarrollo de rasgos de
personalidad funcionales que favorecen la iniciativa y el confort psicológico en situaciones de
interacción social. Investigaciones actuales están dirigidas al estudio del estilo de educación que
reciben los hijos y los efectos funcionales o patológicos que puede tener en su desarrollo. Estas
temáticas serán el foco del presente estudio.
8. La dificultad de brindar una definición adecuada de las habilidades sociales se debe en
parte a que, aunque el concepto es relativamente simple, se fundamenta en un importante número
de constructos psicológicos y rasgos humanos básicos como la personalidad, la inteligencia, el
lenguaje, la percepción, la evaluación, la actitud y la interacción conducta-ambiente (Merrel &
Gimpel, 1998). Las habilidades sociales han sido definidas de muchas maneras y ninguna
definición tiene una amplia aceptación por si sola. Caballo (1986) afirma que las habilidades
sociales son conductas realizadas por una persona la cual expresa actitudes, deseos, sentimientos,
derechos u opiniones de modo adecuado, respetando tales conductas en los demás, es decir, logra
comunicarse con otros asegurando sus propios derechos, obligaciones o satisfacciones,
respetando el derecho de los demás (Castanyer, 2012). Estas habilidades se presentan como
comportamientos que llevan al individuo a solucionar una situación social de una forma efectiva,
o sea, aceptable tanto para el proprio individuo como para el contexto social en el cual está
inserto (Trianes Torres, Sánchez & Hernández, 2007). Constituyen una clase específica de
comportamientos que un individuo emite para completar con éxito una tarea social (Del Prette &
Del Prette, 2009). Las habilidades sociales son aprendidas y pueden adquirirse en cualquier
momento de la vida (Trianes Torres, et al., 2007; Gil & León, 1998). Están compuestas por
conductas específicas que incluyen iniciaciones y respuestas, maximizan el refuerzo social, son
interactivas y pueden ser señaladas como punto de intervención (Merrell & Gimpel, 1998). Las
habilidades sociales se adquieren, principalmente, por la imitación, el ensayo, la información y la
observación; involucran comportamientos verbales y no verbales; son recíprocas; e implican
iniciativas y respuestas afectivas apropiadas (Michelson, Sugai, Word & Kazdin, 1987). Gresham
(1986) encontró que existen tres tipos generales de definiciones: (a) definiciones según la
aceptación de los pares, familia o analizadas por los índices de popularidad; (b) definiciones
conductuales, que son útiles para especificar los antecedentes y consecuencias de las habilidades
sociales y (c) definiciones de validez social, que son las que predicen resultados sociales
importantes y son compatibles con padrones normativos. En realidad, esta última definición es
una combinación de las dos anteriores, por lo tanto, la menos utilizada. Las habilidades sociales
son como un nexo que une la persona a su ambiente (Caballo, 2009). Durante la adolescencia el
desarrollo de las habilidades sociales se ve caracterizado por un aumento en la complejidad de las
expectativas y demandas sociales. Los adolescentes desarrollan niveles cognitivos más altos y
consolidan las capacidades empáticas (Merrel & Gimpel, 1998). El desarrollo avanzado del
9. lenguaje que ocurre en la adolescencia le permite a los individuos aumentar la complejidad y el
número de declaraciones comunicacionales sociales (Eisenberg & Harris, 1984). Los patrones de
amistades durante la adolescencia también se caracterizan por una complejidad incrementada.
Las amistades parecen ser más autónomas durante este periodo, a pesar de que ocurre un aumento
simultáneo en la interdependencia con respecto al apoyo psicológico mutuo (Merrel & Gimpel,
1998). Por lo tanto, es evidente que en los años de la adolescencia se torna importante poseer la
habilidad de establecer y mantener amistades, una vez que los iguales actúan como modelos y
pueden ser fuentes de reforzamiento social.
10. Coeficiente intelectual asociado a la inteligencia emocional del estudiante univertistario
A nivel mundial y latinoamericano la educación superior es percibida cada vez más como
un factor clave para el desarrollo social y económico de un país. Ello no es de extrañar al
considerar que en la sociedad del último cuarto del siglo XX y de inicios del siglo XXI, el
conocimiento desempeña un papel trascendental como propulsor de la economía y factor
fundamental del cambio social. Según datos ofrecidos por el Banco Mundial, el capital intelectual
que corresponde a la educación, la investigación científica y tecnológica es el principal
responsable del bienestar con que cuentan los países que poseen la mayor parte de la riqueza
mundial1. Por ende, la sociedad requiere profesionales con conocimientos, destrezas y
competencias cónsonas a la realidad socio económico-cultural caracterizada por cambios
vertiginosos suscitados por los avances de la ciencia y la tecnología. El satisfacer esta demanda
en lo que atañe a la universidad constituye por un lado un desafío institucional y por otro, un
verdadero reto a la práctica académica y pedagógica de los docentes.
El nuevo profesional del siglo XXI no solo necesita desarrollar habilidades cognitivas,
meta cognitivas, y destrezas en la utilización de las computadoras, las nuevas tecnologías y los
sistemas de información, sino también habilidades emocionales fundamentales para el desarrollo
de la creatividad, la innovación y la convivencia justa dentro de una cultura de paz. De ello se
desprende que debe contemplarse en el quehacer docente, la formación de valores personales y
sociales, tales como la integridad, la responsabilidad, el respeto a la diversidad, la honestidad, el
amor por el conocimiento y la sana competencia, junto al logro de la satisfacción consigo mismo
y un alto nivel de compromiso con el entorno social y ecológico. Por todo lo anterior, precisa de
inteligencia emocional2, esta puede entenderse como “la capacidad de reconocer nuestros propios
sentimientos y los ajenos, de motivarnos y manejar bien las emociones, en nosotros mismos y en
nuestras relaciones”
La inteligencia emocional permite evaluar las consecuencias de sus decisiones y acciones,
autocontrolar los impulsos en situaciones difíciles y plantear objetivos, tolerar frustraciones, tener
éxito laboral y equilibrio sentimental. La conducta emocional es un ámbito que, al igual que las
matemáticas y la lectura, puede manejarse con mayor o menor destreza y requiere un conjunto
particular de habilidades. Conocer qué tan experta es una persona en ellas es esencial para
11. comprender por qué triunfa o fracasa en la vida, o por qué termina ejerciendo la profesión
rutinariamente. La aptitud emocional es una habilidad que indica la calidad del uso de cualquier
otro talento, incluido el intelecto puro.
De esta forma es crucial replantearse qué significa éxito en la vida universitaria, ya que
este depende de varias variables que ya intervenían en el antes del ingreso a la formación
universitaria. El coeficiente intelectual o las calificaciones no deben ser los únicos indicadores
soberanos que discriminen el éxito del fracaso.
La inteligencia emocional es un conjunto de habilidades personales, emocionales,
sociales, y de destrezas que influyen en nuestra habilidad para adaptarse y enfrentar a las
demandas y presiones del medio (Bar-0n, citado por Ugarriza).13 Finalmente, con todo lo
mencionado por los investigadores y los resultados del presente estudio, afirmamos que los
estudiantes de la Facultad de Enfermería a diferencia de las otras facultades tienen una mejor
inteligencia emocional, ya que controlan mucho mejor sus impulsos, son más perseverantes y
entusiastas, tienen mucha habilidad para adaptarse y enfrentar presiones del medio externo.