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Jose maria morelos:
       siervo de
       la nacion
               Laura Emilia Pacheco

Siempre me he preguntado si las personas un día
se levantan de la cama y deciden: “Hoy voy a convertir-
me en héroe”. Al igual que tú o que yo, los héroes son
personas y casi nunca tienen una vida perfecta ni una
familia ideal. A veces ocurre todo lo contrario. Quizá
son héroes precisamente porque logran superar los
problemas que los aquejan y, además, hacen algo para
ayudar a otros. Es curioso ver cómo pequeños deta-
lles de nuestra vida finalmente nos convierten en lo
que somos. José María Morelos, por ejemplo, uno de
los personajes más importantes en la lucha de Méxi-
co por su independencia, nació de padres humildes.
Ellos jamás se imaginaron cuál sería el destino de
su hijo, que nació el 30 de septiembre de 1765, en
Valladolid, Michoacán. Tampoco que esa fecha se
volvería día de fiesta nacional. Manuel Morelos era
carpintero, y su esposa, Guadalupe Pérez Pavón, hija

                          3
4    Laura Emilia Pacheco




    de un maestro. Tenían antepasados indígenas y afri-
    canos, de modo que, para mitigar las injusticias de la
    separación de castas, los padres de Morelos decidie-
    ron registrarlo como español. Así aparece en su fe de
    bautizo.
        El mundo nunca permanece estático. Siempre
    hay cambios, los problemas son constantes. Pero en
    la historia se dan ciertos momentos en que las cosas
    parecen confluir para que las naciones tomen otro
    rumbo. Morelos nació en una de esas etapas. Falta-
    ban pocos años para la independencia de los Estados
    Unidos y la Revolución francesa. En la Nueva España,
    la principal colonia del Imperio español, indígenas
    y mestizos veían negados todos sus derechos. Aun
    los criollos, los hijos de españoles, se consideraban
    extranjeros en su patria porque les parecía que todo
    estaba hecho sólo para beneficio de la metrópoli, es
    decir, de España. El descontento hacia el virreinato
    era ya muy grande.
        Aunque Morelos vivió entre los campesinos más
    pobres, tuvo la suerte de que su abuelo, maestro de es-
    cuela, lo instruyera. De hecho, a Morelos le interesaba
    mucho la gramática, un gusto heredado de su madre.
    Gracias a eso, entró en el Seminario de Valladolid, don-
José María Morelos: siervo de la nación   5



de fue discípulo de Miguel Hidalgo. La Iglesia necesi-
taba sacerdotes mestizos para enviarlos a los sitios más
empobrecidos y apartados, a los que no querían ir los
criollos. Morelos, ya huérfano de padre, tenía que man-
tener a su madre y a su hermana, de modo que aceptó
ser cura de Carácuaro, en la tierra caliente michoacana,
lugar de gran pobreza. Ahí permaneció hasta 1810.

                Un ejército del pueblo
En 1810, Hidalgo, Allende y otras personas comenza-
ron a conspirar para buscar la libertad de la Nueva Es-
paña, pero fueron delatados. Miguel Hidalgo decidió
que no quedaba más remedio que tomar las armas y
dar inicio de inmediato a la lucha contra la dominación
española.
   Cuando Morelos se enteró de que su antiguo
maestro había tomado las armas, fue a su encuentro
para decirle que quería unirse al movimiento de in-
dependencia. Hidalgo, que conocía las cualidades y la
gran inteligencia de su joven discípulo, le dio el grado
de general, le ordenó hacer la guerra en el sur y tomar
Acapulco, el puerto al que llegaba la Nao de China
cargada de riquezas de Oriente. Maestro y discípulo
nunca volvieron a verse. A Hidalgo lo derrotaron y fue
6    Laura Emilia Pacheco




    fusilado. Entonces, la causa de la libertad quedó en
    manos de Morelos.
        Morelos era robusto, de estatura mediana, con fac-
    ciones fuertes y mirada fija. Moreno y de cabello negro,
    siempre llevaba la cabeza cubierta con un paliacate por-
    que decía que mitigaba las jaquecas que lo atormenta-
    ban, aunque hay quien afirma que usaba ese pañuelo
    para ocultar su cabello crespo.
        La derrota de los primeros insurgentes se debió so-
    bre todo a la falta de armas. Las acciones iniciales de
    Morelos estuvieron dirigidas a conseguirlas. Partió
    de Carácuaro con sólo veinticinco hombres, pero en
    el camino se le unieron centenares. Ya con dos mil in-
    tegrantes, este ejército del pueblo ocupó Tecpan, en lo
    que hoy es el estado de Guerrero. Allí se unió a More-
    los Hermenegildo Galeana con su tropa de habitantes
    de la costa y un cañón, primera pieza de artillería con
    que contaron los insurgentes.
        Morelos sitió Acapulco y el fuerte de San Diego,
    construido para evitar ataques de los piratas y que
    sirvió después para contener a los insurgentes. El res-
    plandor del fuego de la artillería fue tan intenso que
    la noche se hizo día. El virrey envió refuerzos. More-
    los levantó el sitio y con seiscientos hombres atacó
José María Morelos: siervo de la nación   7



Chilpancingo, defendido por mil quinientos realistas.
Después logró otros triunfos en Tixtla y Chilapa, que
hicieron que su prestigio militar fuera en ascenso.
A pesar de sus victorias, a Morelos, que siempre fue
un hombre de gran modestia, le gustaba decir que
todo se debía a la ayuda de sus colaboradores: Galea-
na, Mariano Matamoros y los jóvenes Vicente Gue-
rrero y Nicolás Bravo.
    Con refuerzos que venían de combatir a Napoleón
en España, Félix María Calleja, el mejor general realis-
ta y quien había vencido a Hidalgo en Puente de Cal-
derón, se movilizó contra los insurgentes. En 1812,
Calleja sitió a Morelos en Cuautla y cortó todos los
suministros de agua y alimentos. Entre los rebeldes
el hambre llegó a ser tan terrible que se vieron en la
necesidad de comer insectos y cortezas de árbol; más
de treinta hombres morían a diario por el hambre y
la enfermedad. Pero la sola presencia de Morelos hizo
que sus tropas resistieran. Cantaban:

               Por un cabo doy dos reales;
               por un sargento, un doblón;
               por mi general Morelos
               doy todo mi corazón.
8   Laura Emilia Pacheco
José María Morelos: siervo de la nación   9
10    Laura Emilia Pacheco




         El asedio duró setenta y dos días, hasta que el 2 de
     mayo de 1812 Morelos lo rompió y los realistas logra-
     ron entrar en Cuautla.
         A pesar de su superioridad en número y armamen-
     to, por no mencionar la soberbia de Calleja, que se de-
     cía “acostumbrado a desbaratar masas de insurgentes”,
     los realistas no pudieron destruir al enemigo. Morelos
     fue nombrado comandante en jefe del ejército rebelde
     y a fines de noviembre tomó Oaxaca, con lo cual au-
     mentó en gran medida el territorio dominado por los
     insurrectos. Sin embargo, durante todo el tiempo que
     duró el sitio de Cuautla, el virrey comprendió que ha-
     bía subestimado a Morelos y ordenó reforzar al ejército
     realista: debía aniquilar al líder de la insurgencia a cual-
     quier precio.

                La abolición de la esclavitud
     Tal y como se lo había prometido a Hidalgo, en febre-
     ro de 1813 Morelos por fin se adueñó de Acapulco y
     el 14 de septiembre inauguró el Congreso Insurgente
     en Chilpancingo. Ante la asamblea, Morelos leyó el dis-
     curso llamado Sentimientos de la nación, uno de los do-
     cumentos más importantes de la historia constitucional
     de nuestro país, donde afirmó la total independencia
José María Morelos: siervo de la nación   11



de la Nueva España, abolió la esclavitud, la tortura y el
sistema de castas, al tiempo que protegía el derecho de
propiedad y declaraba como única la religión católica.
    El Congreso lo nombró generalísimo y encargado
del Poder Ejecutivo. También le dio el título de alteza
serenísima, pero Morelos prefirió que lo llamaran nada
más Siervo de la Nación,

   porque ésta asume la más grande, legítima e inviolable
   de las soberanías; quiero que tenga un gobierno ema-
   nado del pueblo y sostenido por el pueblo, que acepte
   y considere a España como hermana pero nunca más
   como dominadora de América. No hay otra nobleza
   que la virtud, el saber, el patriotismo y la caridad; todos
   somos iguales, pues del mismo origen procedemos. Que
   no haya privilegios ni abolengos; no es racional ni hu-
   mano ni debido que haya esclavos, pues el color de la
   cara no cambia el del corazón ni el del pensamiento.

            Triunfo y derrota de Morelos
La declaración de independencia se firmó el 6 de no-
viembre de 1813. En diciembre, Morelos intentó tomar
Valladolid pero fue vencido por el coronel realista Agus-
tín de Iturbide. El fracaso avivó la discordia de muchos
12    Laura Emilia Pacheco




     de sus aliados, partidarios de un México independien-
     te pero gobernado por un rey español. Sus adversarios
     dentro del grupo insurgente despojaron del mando mi-
     litar a Morelos. Él, sin embargo, siguió protegiendo al
     Congreso que, de nuevo sitiado, tuvo que emprender
     la huida. Gracias a que Morelos logró ponerlo a salvo,
     en octubre de 1814 se firmó en Apatzingán el Decreto
     Constitucional para la Libertad de la América Mexica-
     na, que defiende la soberanía popular, el derecho del
     pueblo a cambiar de gobierno y establece la división
     entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
         Mientras tanto, en España, Fernando VII había
     vuelto al trono, nombró virrey a Calleja y le ordenó
     aniquilar a los insurgentes. Morelos fue capturado el 5
     de noviembre de 1815 en Temalaca, Guerrero, cuando
     un desertor que había servido bajo sus órdenes lo hizo
     prisionero junto con otros doscientos rebeldes. Cien-
     to cincuenta fueron ejecutados frente a Morelos. A los
     demás los enviaron a Filipinas como esclavos.
         Calleja ejerció su venganza contra el gran jefe militar
     y político que había puesto en jaque al poder virreinal.
     En vez de fusilarlo de inmediato, ordenó que Morelos
     fuera conducido a la Ciudad de México, donde lo so-
     metió a la humillación de dos juicios distintos: uno mi-
José María Morelos: siervo de la nación   13



litar y otro eclesiástico a cargo del Tribunal de la Santa
Inquisición que degradó a Morelos de su nombramien-
to de cura y lo sentenció a cadena perpetua en un mo-
nasterio de África. Es curioso que mucho de lo que hoy
sabemos acerca de Morelos y de su forma de pensar se
deba, en gran medida, a la constancia que se conserva
de sus respuestas a los interrogatorios de la Inquisición.
Calleja consideró insuficiente el castigo y ordenó que
se le aplicara la pena de muerte. El teniente coronel
Manuel de la Concha llevó a Morelos a su prisión en la
Ciudadela de San Cristóbal Ecatepec. Allí, en un edifi-
cio donde los virreyes preparaban su entrada a la capital
o inspeccionaban las obras de desagüe del valle, More-
los, con grilletes en los pies y en las manos, aguardó en
un cuarto lleno de paja.
    La mañana del 22 de diciembre de 1815, el redoble
de los tambores dio la señal y un pelotón fusiló a Mo-
relos. Así llegó a su fin la vida de este gran héroe que,
salido de la más humilde clase del pueblo, forjó las ba-
ses del México libre, independiente y soberano, y algu-
na vez afirmó: “Creí más útil para la patria prestar mis
servicios a la revolución que empezó el señor Hidalgo,
que quedarme encerrado en mi cuarto”.
Francisco Ibarra y Mauricio Gómez Morin,
     diseño de la colección; Mauricio Gómez Morin
   ilustración de portada e ilustraciones de interiores;
           Gerardo Cabello y Javier Ledesma,
                    cuidado editorial.




    D. R. © 2009, Instituto Nacional de Estudios
      Históricos de las Revoluciones de México
Francisco I. Madero, 1; 01000 San Ángel, México, D. F.
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  • 1. : Jose ma ria morelos de siervoion la nac Laura Emilia Pac heco 14
  • 2. Nueva Biblioteca del Niño Mexicano 14
  • 3. Jose maria morelos: siervo de la nacion Laura Emilia Pacheco Siempre me he preguntado si las personas un día se levantan de la cama y deciden: “Hoy voy a convertir- me en héroe”. Al igual que tú o que yo, los héroes son personas y casi nunca tienen una vida perfecta ni una familia ideal. A veces ocurre todo lo contrario. Quizá son héroes precisamente porque logran superar los problemas que los aquejan y, además, hacen algo para ayudar a otros. Es curioso ver cómo pequeños deta- lles de nuestra vida finalmente nos convierten en lo que somos. José María Morelos, por ejemplo, uno de los personajes más importantes en la lucha de Méxi- co por su independencia, nació de padres humildes. Ellos jamás se imaginaron cuál sería el destino de su hijo, que nació el 30 de septiembre de 1765, en Valladolid, Michoacán. Tampoco que esa fecha se volvería día de fiesta nacional. Manuel Morelos era carpintero, y su esposa, Guadalupe Pérez Pavón, hija 3
  • 4. 4 Laura Emilia Pacheco de un maestro. Tenían antepasados indígenas y afri- canos, de modo que, para mitigar las injusticias de la separación de castas, los padres de Morelos decidie- ron registrarlo como español. Así aparece en su fe de bautizo. El mundo nunca permanece estático. Siempre hay cambios, los problemas son constantes. Pero en la historia se dan ciertos momentos en que las cosas parecen confluir para que las naciones tomen otro rumbo. Morelos nació en una de esas etapas. Falta- ban pocos años para la independencia de los Estados Unidos y la Revolución francesa. En la Nueva España, la principal colonia del Imperio español, indígenas y mestizos veían negados todos sus derechos. Aun los criollos, los hijos de españoles, se consideraban extranjeros en su patria porque les parecía que todo estaba hecho sólo para beneficio de la metrópoli, es decir, de España. El descontento hacia el virreinato era ya muy grande. Aunque Morelos vivió entre los campesinos más pobres, tuvo la suerte de que su abuelo, maestro de es- cuela, lo instruyera. De hecho, a Morelos le interesaba mucho la gramática, un gusto heredado de su madre. Gracias a eso, entró en el Seminario de Valladolid, don-
  • 5. José María Morelos: siervo de la nación 5 de fue discípulo de Miguel Hidalgo. La Iglesia necesi- taba sacerdotes mestizos para enviarlos a los sitios más empobrecidos y apartados, a los que no querían ir los criollos. Morelos, ya huérfano de padre, tenía que man- tener a su madre y a su hermana, de modo que aceptó ser cura de Carácuaro, en la tierra caliente michoacana, lugar de gran pobreza. Ahí permaneció hasta 1810. Un ejército del pueblo En 1810, Hidalgo, Allende y otras personas comenza- ron a conspirar para buscar la libertad de la Nueva Es- paña, pero fueron delatados. Miguel Hidalgo decidió que no quedaba más remedio que tomar las armas y dar inicio de inmediato a la lucha contra la dominación española. Cuando Morelos se enteró de que su antiguo maestro había tomado las armas, fue a su encuentro para decirle que quería unirse al movimiento de in- dependencia. Hidalgo, que conocía las cualidades y la gran inteligencia de su joven discípulo, le dio el grado de general, le ordenó hacer la guerra en el sur y tomar Acapulco, el puerto al que llegaba la Nao de China cargada de riquezas de Oriente. Maestro y discípulo nunca volvieron a verse. A Hidalgo lo derrotaron y fue
  • 6. 6 Laura Emilia Pacheco fusilado. Entonces, la causa de la libertad quedó en manos de Morelos. Morelos era robusto, de estatura mediana, con fac- ciones fuertes y mirada fija. Moreno y de cabello negro, siempre llevaba la cabeza cubierta con un paliacate por- que decía que mitigaba las jaquecas que lo atormenta- ban, aunque hay quien afirma que usaba ese pañuelo para ocultar su cabello crespo. La derrota de los primeros insurgentes se debió so- bre todo a la falta de armas. Las acciones iniciales de Morelos estuvieron dirigidas a conseguirlas. Partió de Carácuaro con sólo veinticinco hombres, pero en el camino se le unieron centenares. Ya con dos mil in- tegrantes, este ejército del pueblo ocupó Tecpan, en lo que hoy es el estado de Guerrero. Allí se unió a More- los Hermenegildo Galeana con su tropa de habitantes de la costa y un cañón, primera pieza de artillería con que contaron los insurgentes. Morelos sitió Acapulco y el fuerte de San Diego, construido para evitar ataques de los piratas y que sirvió después para contener a los insurgentes. El res- plandor del fuego de la artillería fue tan intenso que la noche se hizo día. El virrey envió refuerzos. More- los levantó el sitio y con seiscientos hombres atacó
  • 7. José María Morelos: siervo de la nación 7 Chilpancingo, defendido por mil quinientos realistas. Después logró otros triunfos en Tixtla y Chilapa, que hicieron que su prestigio militar fuera en ascenso. A pesar de sus victorias, a Morelos, que siempre fue un hombre de gran modestia, le gustaba decir que todo se debía a la ayuda de sus colaboradores: Galea- na, Mariano Matamoros y los jóvenes Vicente Gue- rrero y Nicolás Bravo. Con refuerzos que venían de combatir a Napoleón en España, Félix María Calleja, el mejor general realis- ta y quien había vencido a Hidalgo en Puente de Cal- derón, se movilizó contra los insurgentes. En 1812, Calleja sitió a Morelos en Cuautla y cortó todos los suministros de agua y alimentos. Entre los rebeldes el hambre llegó a ser tan terrible que se vieron en la necesidad de comer insectos y cortezas de árbol; más de treinta hombres morían a diario por el hambre y la enfermedad. Pero la sola presencia de Morelos hizo que sus tropas resistieran. Cantaban: Por un cabo doy dos reales; por un sargento, un doblón; por mi general Morelos doy todo mi corazón.
  • 8. 8 Laura Emilia Pacheco
  • 9. José María Morelos: siervo de la nación 9
  • 10. 10 Laura Emilia Pacheco El asedio duró setenta y dos días, hasta que el 2 de mayo de 1812 Morelos lo rompió y los realistas logra- ron entrar en Cuautla. A pesar de su superioridad en número y armamen- to, por no mencionar la soberbia de Calleja, que se de- cía “acostumbrado a desbaratar masas de insurgentes”, los realistas no pudieron destruir al enemigo. Morelos fue nombrado comandante en jefe del ejército rebelde y a fines de noviembre tomó Oaxaca, con lo cual au- mentó en gran medida el territorio dominado por los insurrectos. Sin embargo, durante todo el tiempo que duró el sitio de Cuautla, el virrey comprendió que ha- bía subestimado a Morelos y ordenó reforzar al ejército realista: debía aniquilar al líder de la insurgencia a cual- quier precio. La abolición de la esclavitud Tal y como se lo había prometido a Hidalgo, en febre- ro de 1813 Morelos por fin se adueñó de Acapulco y el 14 de septiembre inauguró el Congreso Insurgente en Chilpancingo. Ante la asamblea, Morelos leyó el dis- curso llamado Sentimientos de la nación, uno de los do- cumentos más importantes de la historia constitucional de nuestro país, donde afirmó la total independencia
  • 11. José María Morelos: siervo de la nación 11 de la Nueva España, abolió la esclavitud, la tortura y el sistema de castas, al tiempo que protegía el derecho de propiedad y declaraba como única la religión católica. El Congreso lo nombró generalísimo y encargado del Poder Ejecutivo. También le dio el título de alteza serenísima, pero Morelos prefirió que lo llamaran nada más Siervo de la Nación, porque ésta asume la más grande, legítima e inviolable de las soberanías; quiero que tenga un gobierno ema- nado del pueblo y sostenido por el pueblo, que acepte y considere a España como hermana pero nunca más como dominadora de América. No hay otra nobleza que la virtud, el saber, el patriotismo y la caridad; todos somos iguales, pues del mismo origen procedemos. Que no haya privilegios ni abolengos; no es racional ni hu- mano ni debido que haya esclavos, pues el color de la cara no cambia el del corazón ni el del pensamiento. Triunfo y derrota de Morelos La declaración de independencia se firmó el 6 de no- viembre de 1813. En diciembre, Morelos intentó tomar Valladolid pero fue vencido por el coronel realista Agus- tín de Iturbide. El fracaso avivó la discordia de muchos
  • 12. 12 Laura Emilia Pacheco de sus aliados, partidarios de un México independien- te pero gobernado por un rey español. Sus adversarios dentro del grupo insurgente despojaron del mando mi- litar a Morelos. Él, sin embargo, siguió protegiendo al Congreso que, de nuevo sitiado, tuvo que emprender la huida. Gracias a que Morelos logró ponerlo a salvo, en octubre de 1814 se firmó en Apatzingán el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexica- na, que defiende la soberanía popular, el derecho del pueblo a cambiar de gobierno y establece la división entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Mientras tanto, en España, Fernando VII había vuelto al trono, nombró virrey a Calleja y le ordenó aniquilar a los insurgentes. Morelos fue capturado el 5 de noviembre de 1815 en Temalaca, Guerrero, cuando un desertor que había servido bajo sus órdenes lo hizo prisionero junto con otros doscientos rebeldes. Cien- to cincuenta fueron ejecutados frente a Morelos. A los demás los enviaron a Filipinas como esclavos. Calleja ejerció su venganza contra el gran jefe militar y político que había puesto en jaque al poder virreinal. En vez de fusilarlo de inmediato, ordenó que Morelos fuera conducido a la Ciudad de México, donde lo so- metió a la humillación de dos juicios distintos: uno mi-
  • 13. José María Morelos: siervo de la nación 13 litar y otro eclesiástico a cargo del Tribunal de la Santa Inquisición que degradó a Morelos de su nombramien- to de cura y lo sentenció a cadena perpetua en un mo- nasterio de África. Es curioso que mucho de lo que hoy sabemos acerca de Morelos y de su forma de pensar se deba, en gran medida, a la constancia que se conserva de sus respuestas a los interrogatorios de la Inquisición. Calleja consideró insuficiente el castigo y ordenó que se le aplicara la pena de muerte. El teniente coronel Manuel de la Concha llevó a Morelos a su prisión en la Ciudadela de San Cristóbal Ecatepec. Allí, en un edifi- cio donde los virreyes preparaban su entrada a la capital o inspeccionaban las obras de desagüe del valle, More- los, con grilletes en los pies y en las manos, aguardó en un cuarto lleno de paja. La mañana del 22 de diciembre de 1815, el redoble de los tambores dio la señal y un pelotón fusiló a Mo- relos. Así llegó a su fin la vida de este gran héroe que, salido de la más humilde clase del pueblo, forjó las ba- ses del México libre, independiente y soberano, y algu- na vez afirmó: “Creí más útil para la patria prestar mis servicios a la revolución que empezó el señor Hidalgo, que quedarme encerrado en mi cuarto”.
  • 14.
  • 15. Francisco Ibarra y Mauricio Gómez Morin, diseño de la colección; Mauricio Gómez Morin ilustración de portada e ilustraciones de interiores; Gerardo Cabello y Javier Ledesma, cuidado editorial. D. R. © 2009, Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México Francisco I. Madero, 1; 01000 San Ángel, México, D. F.
  • 16. Nueva Biblioteca del Niño Mexicano 14