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HISTORIA DE PANAMÁ EN
EL MUNDO GLOBAL
TOMADO DEL CAPITULO IX.
ESTRUCTURAS DEMOGRÁFICAS Y MESTIZAJE.
HISTORIA GENERAL DE PANAMÁ.
VOLUMEN I. TOMO I
Alfredo Castillero Calvo
VISIÓN DEL CONJUNTO
• Panamá es una nación multicultural y plurirracial. Somos una
mezcla de pueblos y culturas y una gran variedad de grupos
étnicos han dejado profundas huellas entre nosotros. Con
España llegaron españoles, portugueses, italianos,
holandeses, franceses, alemanes, irlandeses e ingleses,
además de muchos amerindios de otras partes del
continente; y con la Colonia llegó también una
muchedumbre de áfrica. La Colonia fue nuestro primer gran
salto hacia la multietnicidad y el mestizaje biológico.
• El segundo salto se inició en 1849 cuando llegaron millares de orientales,
irlandeses, norteamericanos y afroantillanos, unos, arrastrados por la Fiebre del
Oro de La California, otros para trabajar en la construcción del ferrocarril
transístmico.
• Seducidos por los atractivos de la ruta también llegaron inmigrantes de distintas
partes de Europa y judíos sefarditas precedentes de las Antillas. Muchos de ellos se
quedaron para enriquecer nuestra cultura y diversificar aún más el mestizaje.
• Luego vino el Canal Francés y después el norteamericano, y otra vez miríadas de
inmigrantes inundaron nuestras playas para trabajar o para quedarse. La ruta no
solo jalonó al Istmo hacia nuevas etapas de modernidad, sino que también le trajo
una gran diversidad cultural e intenso mestizaje. Nuestra identidad nacional se ha
nutrido no solo de historia, sino también de esa multiplicidad cultural. Hijos o
nietos de extranjeros de todas partes del globo, tenemos el rostro, la piel, y el alma
de nuestros ancestros y de esa fusión de razas, historia y cultura se nutre y
enriquece nuestra identidad nacional.
• Este proceso ha tenido distintos ritmos e intensidades a lo largo del tiempo, pero
no ha cesado y continúa sin pausa en nuestros días.
AFROANTILLANOS
•El mestizaje biológico y cultural constituye
un factor fundamental de la historia de
Panamá y difícilmente esta historia podría
comprenderse sin conocer cuáles han sido
sus características, cómo evolucionó, qué
normativas lo regulaban, qué fuerzas
biológicas y culturales lo han jalonado a lo
largo de los siglos. El tema es sumamente
vasto y complejo.
• Este marco temporal puede justificarse sin dificultad. Fue
durante esos tres siglos largos que nuestros componentes
étnicos básicos se mezclaron entre sí, sentando las bases
fundamentales de nuestra sociedad mestiza: los indígenas
americanos, los negros originarios de áfrica, y los blancos
europeos. El mestizaje que se produjo desde mediados del siglo
XIX con la llegada de chinos, afroantillanos, judíos, indostanos y
blancos norteamericanos o europeos, primero para los trabajos
del ferrocarril transístmico (1850-1855) y luego para las obras
del Canal (1882-1914), generó nuevos problemas sociales,
jurídicos y políticos, y son de naturaleza distinta a los de la
Colonia.
EL MESTIZAJE EN AMÉRICA
• La llegada de los europeos a Panamá produjo un impacto
terrible en las poblaciones indígenas. Es imposible saber
cuántos perecieron como consecuencia de este primer contacto,
pero las fuentes sugieren que murieron decenas de miles, sea
como resultado de los choques militares, de las enfermedades o
de la crisis de subsistencias que padecieron tras la conquista, al
desarticularse sus sistemas de producción. También se contaron
por miles, sobre todo varones, los que se extrajeron para
conducirlos a otras colonias como esclavos. La población
aborigen fue forzada a adoptar dos actitudes: o se sometió a los
conquistadores o escapó buscando refugio donde no pudieran
alcanzarle.
• Cuando hizo lo primero, fue redistribuido entre los
colonos en encomiendas y repartimientos, y se dejó
recoger en poblados fundados exclusivamente para
indios. Es decir, quedó plenamente sometido al régimen
español y casi inmediatamente empezó a compartir sus
genes con los recién llegados. La segunda opción
convierte al indio en un habitante marginal, con muy
poco o ningún contacto con la colonia, y logra preservar
intactos sus genes y su cultura. Para conocer el número
de los que se dejaron someter no faltan fuentes
demográficas. Para los que prefirieron la marginalidad
no hay datos.
• Los blancos europeos no llegaron a raudales, sino en pequeños
grupos. Al principio se contaban por centenares; en la expedición de
Pedrarias llegaron más de mil; y continuaron llegando para quedarse
o para seguir hacia otros destinos de conquista más promisorios,
sobre todo esto último. Pasada la excitación que produjo el
descubrimiento del Perú, la corriente inmigratoria remitió, y los
pueblos de españoles que se habían fundado quedaron reducido a 20
o 30 colonos, casi todos varones. En zonas rurales como Natá, donde
no llegó la primera mujer española hasta 1538, el mestizaje entre
colonos e indígenas se produjo con una rapidez e intensidad tan
alarmante que el escandalizado obispo Tomás de Berlanga se
apresuró a prometer encomiendas a los que se casaran con blancas.
• Con la devastación demográfica de la Conquista quedó el territorio
extremadamente escaso de indios, es decir, de mano de obra, por lo que
desde muy temprano los colonos compensaron esta falta importando
esclavos negros de áfrica. Nadie llevó estadísticas de esta inmigración
forzosa, pero fue constante, ya que la expectativa de vida de los esclavos
era muy corta y debían ser repuestos con frecuencia. Además, solían
llevarse muchos más varones que mujeres, de manera que tenían limitadas
posibilidades de reproducirse entre ellos. Sin embargo, esto no impidió que
también desde temprano se produjese el cruce biológico entre blancos y
negras, introduciendo así un nuevo elemento en el paisaje sociorracial.
También a falta de compañeras de su propio color, se sabe que desde
temprano los esclavos buscaron consuelo entre las indias. No hay cifras
confiables para este proceso hasta 1575, pero otros indicadores sugieren
que para mediados del siglo XVI los mulatos y zambos constituían ya una
presencia visible.
• Para el último cuarto del siglo XVI, las estructuras económicas habían
empezado a consolidarse. Panamá se había convertido en sede del sistema
de flotas y ferias, y los comerciantes acumulaban increíbles fortunas; la
ganadería vacuna prosperaba a un ritmo sorprendente; las minas de
Veragua estaban produciendo grandes cantidades de oro; la cosecha de
perlas en el golfo enriquecía a muchos vecinos; las chatas y bongos y las
mulas producían pingües beneficios a los transportistas; los aserraderos de
Bayano no se daban abasto para las crecientes demandas de
embarcaciones dedicadas al comercio hacia el sur y para la construcción
de casas de la capital. Al mismo tiempo que esto ocurría, hacia la década de
1560, la metrópoli había empezado a imponer su autoridad en la
conflictiva Castilla del Oro, donde gobernantes rapaces se sucedían unos a
otros, y se producían frecuentes rebeliones sangrientas y asesinatos. Se
estableció la Audiencia con carácter permanente como representación del
poder real, y fue reforzado y reestructurado el Cabildo como órgano de
poder local. La vida parecía encaminarse a una fase de mayor
institucionalidad y paz.
• Todas estas señales promisorias alentaron a los colonos a permanecer, y
la sociedad empezó a estabilizarse. Cada vez eran más los colonos que
echaban raíces y formaban familia. Esta tendencia se fortaleció de manera
definitiva a partir de la década de 1590 con la introducción del sistema de
oficios vendibles y renunciables que tanto contribuyó a la estabilidad de la
élite. También durante esta década se reestructuró el sistema de gobierno,
concentrando el poder en el gobernador, presidente y capitán general, a la
vez que Panamá se convirtió en plaza militar con fuertes en Portobelo, en
la boca del río Chagres y en la capital una dotación permanente de varios
cientos de soldados con sus oficiales se agregó a la población. Ya para
entonces era constante el flujo de funcionarios nombrados por la Corona
para ocupar puestos en la administración.
• Sin embargo, la población de vecinos blancos no creció mucho.
A partir de la década de 1580 se retrajo a un techo de 500
cabezas de familia hasta las décadas de 1620 o 1630. Desde
entonces empieza a contraerse y a partir de la década de 1640 se
limita a unos 300. En este límite se mantenía al realizarse la
mudanza a la Nueva Panamá y aún muy avanzado el siglo
XVIII, cuando incluso, al final de este siglo, todavía decrece aún
más. Panamá y Portobelo eran malsanos y sumamente costosos.
El abastecimiento alimenticio dependía del exterior y a con-
secuencia de ello se producían frecuentes episodios de carestías
(que a veces iban acompañadas de plagas y gran mortandad de
gente), sobre todo en el siglo XVII. Las constantes amenazas
piráticas, el temor a ataques de los negros cimarrones y, desde
1611, de los indios cunas, convirtieron la zona de tránsito en
«tierra de frontera».
• Esta idea de frontera fue una percepción generalizada desde el
último cuarto del siglo XVI y siguió cobrado fuerza a lo largo
del XVII, debido a las constantes alarmas de ataques enemigos,
ciertas o imaginarias, y a los frecuentes gastos en operaciones
militares para la defensa, casi siempre a costa de los vecinos. No
era un lugar que los peninsulares quisieran escoger para vivir, a
menos que ofreciese una buena compensación por el sacrificio
de sufrir calor, escasez, enfermedades y miedo a un ataque
enemigo. Pero tenía un gran atractivo: la posibilidad de
enriquecerse en poco tiempo. Sin embargo, esta posibilidad
empezó a debilitarse desde las décadas de 1630 y 1640, y
muchos vecinos de la élite abandonaron el país para siempre.
• Aunque se producían estas deserciones, no dejaban de
llegar constantemente, si bien que a cuentagotas,
nuevos inmigrantes peninsulares, sobre todo
funcionarios y militares varones, pero también
comerciantes y tratantes de esclavos, que acababan
integrándose a la élite por el matrimonio. Formaban
familia y se quedaban aquí. Pero muchos no llegaban
para quedarse y permanecían solteros. Solían llegar
cuando aún eran jóvenes, a esa edad en la que todavía
se padecen apremios sexuales difíciles de reprimir,
teniendo que buscar desahogo entre mujeres de las
«castas inferiores», sobre todo negras y mulatas.
• Entretanto, la población esclava traída de áfrica no dejaba de
llegar. Las primeras estadísticas confiables sobre importación de
esclavos datan de principios del siglo XVII e indican que cada
año se introducían varias decenas, ocasionalmente un centenar,
pero aunque no eran grandes cantidades en términos absolutos,
sumaban mucho más que los europeos que llegaban. También
esta inmigración se caracterizaba por un abrumador
predominio de varones. De modo que la sociedad colonial,
sobre todo en los centros poblados, se caracterizó por una
altísima relación de masculinidad. Había mucho más hombres
blancos que mujeres blancas y muchos más negros que negras.
• A principios del siglo XVII era ya evidente el proceso ascendente del
mestizaje entre negros y blancos (o más bien entre mujeres negras y varones
blancos), sobre todo en Portobelo y Panamá. En 1607 representaban ya el
12.6% de la población capitalina. Para entonces, en el Interior el mestizaje
había incorporado también al indio y no fue menos intenso. En 1643 se
funda Chame, el primer poblado compuesto por mestizos de los tres
grupos étnicos de la Colonial. En todo el país se había estado produciendo
un fenómeno irrefrenable que ya no se detuvo. En 1691, una población
campesina dispersa donde abundaban los negros y mulatos, es recogida
por el obispo Diego Ladrón de Guevara para fundar Antón y Santa María.
El mismo año, también con campesinos dispersos en su mayoría negros y
mulatos, el obispo fundó Pacora, no lejos de Panamá. El mestizaje entre
blancos, negros e indios se había convertido en uno de los factores
fundamentales de la sociedad colonial.
FUENTES DEMOGRÁFICAS
• Para la reconstitución demográfica del Panamá colonial el historiador
encuentra muchas dificultades. Lacónicas y dispersas, las fuentes raras
veces aportan los datos que se esperan. Para la población blanca, hasta la
década de 1570, solo se conocen las cifras de varones, cuantificados a veces
como propiamente vecinos o simplemente como hombres con capacidad
militar. Pero en esa década se envían al Consejo de Indias tres Relaciones
sobre poblamiento cubriendo la totalidad del territorio bajo control
colonial. Finalmente, fue enviada a la Corona una cuarta Relación, aunque
referida a solo la población indígenas de las reducciones. La primera de
estas Relaciones fue elaborada por los oficiales reales de Panamá en 1570
como respuesta a las Ordenanzas de Juan de Ovando Godoy, del Consejo
de Indias, referentes a las poblaciones. Pero esta primera Relación solo
menciona el número de casas, el nombre de los poblados y algunas
observaciones sobre su situación.
• La siguiente es la Geografía y descripción universal del cronista de
Indias en la Corte, Juan López de Velasco. Pero López de
Velasco solo hace referencia a los vecinos y al número de
cimarrones, en cifras redondeadas y en términos demasiado
imprecisos. Sin embargo, a López debieron llegarle informes
más detallados que no aprovechó, como el empadronamiento o
Memoria que se hace de vecinos ricos en Nombre de Dios y
Panamá, donde se indica el nombre de cada uno y la magnitud
de su fortuna. Considerado el propósito de las Ordenanzas de
Ovando, verosímilmente se enviarían al Consejo otros padrones
tan detallados como la citada Memoria cubriendo otros aspectos
de la realidad social, pero que se sepa ninguno se ha
conservado.
El cronista de Indias en la Corte, Juan López de Velasco
• La tercera Relación es la Sumaria descripción del Reyno de Tierra Firme,
escrita en 1575, por el oidor decano y presidente encargado de la
Audiencia Alonso Criado de Castilla. Es la más completa de todas. Fue
elaborada probablemente en obedecimiento de la R. C. de 27 de abril de
1574 expedida con propósitos fiscales, de modo que debía contener
referencias bastantes ajustadas a la realidad. Criado incluye los distintos
estamentos y castas, aunque, como era típico de la época, en números
redondos y solo aproximados. Cuando se refiere a los blancos, solo indica
el número de vecinos de ese color. Calculaba para la ciudad de Panamá y
su jurisdicción 3,109 negros entre libres y esclavos, ocupados en los más
diversos oficios. Decía que se contaban 1,600 esclavos en la propia ciudad
trabajando en el servicio doméstico; 300 eran horros o libertos; los demás
laboraban en los hatos y en las rozas, en el buceo de perlas y en los
aserraderos. Según Criado, ya no había indios en la capital.
• Calculaba 1,000 esclavos para Nombre de Dios, la mitad en el
servicio doméstico y el resto en las embarcaciones del Chagres.
Estimaba otros 450 para la Alcaldía Mayor de Natá, sobre todo
en los alrededores de Natá y Los Santos; finalmente 1,570 en
Veragua, casi todos en las minas. El total era de 5,829 esclavos, a
los que agregaba un cómputo grosero y tal vez un poco
exagerado pero significativo de otros 2,500 negros cimarrones,
también en la jurisdicción de Panamá. Esto elevaba el total a
8,329 esclavos. Los indios se reducían a poco más de 430, todos
en los pueblos de indios de Chepo, Olá, Pueblo Nuevo de los
Reyes de Chirú y Cubita. A estas cantidades había que agregar
la suma, todavía pequeña pero creciente, de negros y mulatos
libres que ya para esas fechas empezaban a proliferar,
ocupándose como mano de obra en una multitud de oficios
manuales.
Nombre de Dios Chagres
• Durante el siglo XVII ocasionalmente encontramos información sobre el
número de tributarios adultos de los pueblos de indios y aparecen aquí y
allá estadísticas para el total de la población de una determinada ciudad y
su jurisdicción, del total de esclavos negros en una dada ciudad o una
provincia, o del número de vecinos blancos adultos, datos casi siempre
acompañados por una súplica de mercedes a la Corona, o por una queja, y
generalmente exagerados para arriba o para abajo, según la conveniencia
de los informantes. Los obispos ofrecen datos útiles sobre la población en
las relaciones episcopales resultado de visitas a la diócesis, como Hernando
Ramírez en 1650, Diego Ladrón de Guevara en 1691, Pedro Morcillo de
Rubio y Auñón en 1736, Francisco Javier de Luna Victoria y Castro, que
dejó varias y muy detalladas en la década de 1750, fray Francisco de los
Ríos y Armengol en 1775, o Manuel González de Acuña en 1803. Pero las
relaciones diocesanas no incluyen datos sobre la población de la capital y
raras veces de Portobelo; además, dan sumas de población redondeadas y
se omiten los lugares no visitados por el prelado.
Diego Ladrón de Guevara Pedro Morcillo de Rubio y Auñón
• A las limitaciones anteriores se agrega otra dificultad, a saber, los criterios de
valoración que acompañan las cantidades. Se dan cifras en términos de «almas de
confesión», omitiéndose con frecuencia a los esclavos, sobre todo en el siglo XVIII; o bien
se cuantifican «personas», o «feligreses», donde la población infantil queda excluida. Por
otra parte, el término «vecinos», se refiere solo a los blancos cabeza de familia.
• Debiéramos esperar que fueran más precisas las cifras provenientes de los registros
fiscales referentes a los tributos que debían pagar los indígenas, o los negros libertos, que
durante una época también pagaron tributos. Pero era imposible censar a la población
indígena por encontrarse esta muy dispersa y distante y, sobre todo, estar poco dispuesta
a colaborar. Además, estos registros solo incluían a la población adulta con capacidad para
tributar. De hecho, el control fiscal sobre la masa indígena no fue realmente efectivo hasta
las reformas borbónicas, ya muy avanzado el siglo XVIII, hecho que coincide con los
primeros datos confiables sobre población indígena, aunque solo en las áreas donde era
efectiva la labor misional de Propaganda Fide.
• La gran excepción a esta indigencia documental son las Descripciones de
Portobelo en 1606 y de Panamá de 1607, que luego analizaré con detalle.
Pero estas se limitan a las dos ciudades terminales y constituyen solo un
extracto del material que les sirvió de fuente y que se ha perdido. Hay que
esperar a mediados del siglo XVIII para encontrar los primeros
empadronamientos donde para cada lugar se dan el nombre y casta del
cabeza de familia y su mujer, el número de sus hijos, dependientes y
esclavos, y el estado civil de los censados. Con estos primeros
empadronamientos de carácter moderno y sistemático, el Imperio es-
pañol introducía en sus colonias los nuevos conceptos que en materia
demográfica empezaban a aparecer en Europa. De hecho, no había sido
hasta 1741, gracias a los trabajos de Petty y Sussmilch, que aparecieron las
primeras formulaciones sistemáticas con fijación de normas para la
búsqueda de estadísticas de población y de las relaciones entre los
habitantes. Su enorme utilidad fue de inmediato reconocida por los
gobernantes y muy pronto empezaron a ponerse en práctica en el viejo
continente.
• La aparición en Panamá de los primeros censos de
población propiamente dichos coincide, así, con el nuevo
clima espiritual de una época que empieza a reconocer el
valor estadístico de las referencias demográficas. Los
primeros empadronamientos que se realizaron, a partir de
1754, surgen por tanto, casi tan pronto como en los países
más avanzados. Hasta entonces, en materia de estadísticas
demográficas la situación de Panamá no había sido peor
que en otras partes del mundo civilizado.
• Con las precauciones que aconsejan estas advertencias,
paso a analizar el material estadístico que nos ha llegado.
LA CRISIS DEMOGRÁFICA DEL
CONTACTO
• Las primeras estadísticas sobre la población indígena durante la
Conquista proceden de las encomiendas que se repartieron en Panamá y su
«reformación» o redistribución, entre los fundadores el 11 de julio de 1522.
Todos los indios disponibles desde Chepo hasta Penonomé, incluyendo las
islas del golfo de Panamá, con un total de 22 cacicazgos y 8,729 indígenas
entre adultos y pequeños, son repartidos entre 102 encomenderos. Algunos
cientos de indios son también repartidos entre los pocos vecinos de Acla y
alrededor de 3,500 son asignados a los 50 encomenderos que fundan Natá
en 1522. El total de indígenas repartidos no suma más de 13,000. Esta cifra
es un punto de referencia esencial para medir los efectos devastadores de la
Conquista en la población aborigen.
• En primer lugar, estos datos sugieren que la población darienita prácticamente había
desaparecido hacia 1519, pues apenas quedaban algunos cientos para repartir entre los
vecinos de Acla. De hecho, en 1541, cuando el obispo fray Tomás de Berlanga pasó por allí
y visitó la zona aledaña apenas encontró indios. Escribió: «en todo el término de Acla los
indios serán hasta 100».
• Las cifras globales más conservadoras que hasta ahora han manejado los eruditos para
la población panameña precolombina oscilan entre 150,000 y 250,000 habitantes. Si esto
es correcto, y dado que las zonas de mayor concentración humana a la llegada del español
se encontraban, precisamente, entre los cacicazgos de Azuero y Darién, probablemente en
esta zona vivía un 70% del total de pobladores del Istmo, digamos, entre 100,000 y 175,000
habitantes. Como acabamos de ver solo quedaban unos 13,000 indígenas supervivientes
para 1522, lo que significa que ya para entonces, a solo una década de haberse iniciado la
Conquista, la población aborigen había quedado reducida a entre un 12 y un 7% de la
población original.
• La pérdida fue, por supuesto, mucho más grande para el
grupo cueva. Ciñéndose a las crónicas y utilizando el estimado
de A. L. Kroeber para el territorio chibcha de Colombia, de 9.09
habitantes por kilómetro cuadrado, Kathleen Romoli ha
calculado que en el territorio cueva, incluyendo los 89
cacicazgos existentes al comienzo de la Conquista, y cuya
extensión habría sido de unos 25,000 kilómetros cuadrados,
debían existir antes de la llegada de los españoles tal vez unos
230,000 indios. Esta cifra está sujeta a discusión. Pero de ser
cierta, a una década de iniciada la Conquista, su población
quedaba disminuida al 3%. En cualquiera de los dos estimados
aquí considerados los resultados son escalofriantes.
• Cuando, a petición del Cabildo de la ciudad de Panamá, se hizo la
«visitación» de los cacicazgos para conocer el número real de indios
encomendados en 1519 a objeto de hacer la «reformación» de este primer
reparto de indios, lo que se ejecutó el 15 de julio de1522, la suma dio 7,043
indios solamente. Estos fueron repartidos entre 102 encomenderos,
incluyendo una encomienda de la Corona. En este nuevo reparto no se
indica el número de indios que se apropió Pedrarias para sí y para su mujer
doña Isabel de Bobadilla y que, según el texto, pertenecían a los cacicazgos
de Otoque, utibé, Pocorosa y Cuquera, que probablemente no serían menos
de 300. Incluidos estos al reparto general de 1522, el total de indios de
encomienda sería de tal vez 7,343, es decir, cerca de un 16% menos que la
suma original de 8,729.
• De este último total, 4,022 eran varones adultos y 3,540 mujeres
adultas, pero solo 1,167 eran «muchachos» o menores de edad
de ambos sexos. Estas cifras sugieren una dislocación brutal de
la estructura demográfica. Del total de 8,729 indios, solo el
13.34% son menores de edad, mientras que el restante 86.63%son
adultos. Era una sociedad virtualmente sin niños, lo que
sugiere, cuando menos, una descontrolada mortalidad infantil, y
que la condición del niño indígena debía ser simplemente
aterradora. Pero incluso entre los adultos hay un desbalance
inquietante: hay 40.55% de mujeres frente a 46.08% de varones
adultos.
• Nos encontramos, así, frente a una población que no podría
sobrevivir, simplemente porque el relevo generacional era
demasiado débil. Si asumimos que en la población de menores,
la proporción de hembras era, como entre las adultas del cuadro,
de 40.55%, tendríamos que el total de hembras menores de edad
apenas llegaría a 473, siendo que muchas eran todavía muy
niñas y lejos de tener edad para procrear, si es que alguna vez
llegaban a adultas. Para la futura generación quedaba, pues, un
puñado de hembras demasiado pequeño para garantizar la
reproducción de la raza. Más adelante veremos que, en efecto,
una generación después el relevo generacional no se había
producido y que los cuevas eran ya un pueblo virtualmente
extinto.
• En la década siguiente ocurrieron dos hechos que agravaron aún
más la situación del indio. uno de ellos fue la extracción masiva de
mano de obra indígena panameña para el Perú, tras iniciarse su
conquista en 1532. Contamos con una referencia brutal: apenas un
año después, según Gaspar de Espinosa, solo con ese destino se
habían llevado de Panamá más de 10,000 indios varones jóvenes. Por
lo abultada, esta cifra parece estar en contradicción con los padrones
de población de los indios encomendados entre 1519 y 1522; sin
embargo debe tenerse presente que estos indios pertenecían solo al
grupo cueva, y probablemente la referencia que da Espinosa incluye
a otros grupos situados al occidente panameño, como los de Natá,
Cutará, Trota y aún más allá, hasta la región chiricana. El hecho es
que este violento desgarrón demográfico fue fatal para una
población ya tremendamente debilitada. A esto se agregó en 1531
una terrible pandemia que asoló a toda la población. A mediados de
ese año un navío de Nicaragua llevó a Panamá el morbo que arrasó
con gran cantidad de indios, esclavos negros y europeos:
Gaspar de Espinosa
• En efecto, muchas minas dejaron de explotarse y se produjo una grave carestía de
brazos para el trabajo en las sementeras. A la crisis demográfica seguiría, pues, la crisis de
alimentos.
• No debiera sorprender que hacia fines del siglo XVI quedaran en el Istmo muy pocos
indios, tal vez no más de 15,000. Para algunos grupos y regiones la situación llegó al
límite: pueblos enteros, como los cuevas, simplemente habían sido barridos del mapa. El
siguiente episodio ilustra claramente su situación. En 1571, se envían desde Panamá dos
partidas milicianas en persecución de esclavos cimarrones, que se habían convertido en
una seria amenaza para la Colonia y, de hecho, señoreaban los territorios situados al este
de Chepo, probablemente hasta el valle del actual Chucunaque, que entonces era conocido
con el nombre de Bayano. En estas entradas se encontraron tres pueblos indígenas que
eran probablemente lo último que restaba de los cuevas, a la sazón acosados por el norte
por los cimarrones y por el sur por grupos indígenas enemigos que la documentación no
identifica. El capitán Diego de Sotomayor encontró un grupo en «Bayano» (es decir en el
valle del actual Chucunaque). Se reducía a 72 varones de guerra, fuera de mujeres y niños.
Poblaban «tres caneys o casas juntas para mejor defenderse de los cimarrones», según la
relación del propio Sotomayor.
• El capitán Esteban de Trejo encontró otros dos grupos, uno de ellos, los talegras o
taregras, en el río Balsas, y otro en el río Churruca o Churuca (o Garachiné) en el golfo de
San Miguel. Se componía de 300 personas. Los tres grupos sumaban por todo
probablemente menos de 700 individuos. Con objeto de protegerlos de los cimarrones, al
grupo del Bayano se le trasladó al Real de San Miguel, en la isla mayor del archipiélago de
Las Perlas en el golfo de Panamá. A los otros dos grupos, el del río Balsas y el del
Churruca, se les envió al franciscano Cristóbal Suárez, para que los doctrinara. Suárez
escribió desde Churuca al presidente de Panamá Diego de Vera un informe sobre los
primeros resultados de su misión, tal vez la primera de su tipo en Darién. Parece, sin
embargo, que esta misión fue rápidamente abandonada, pues todos los indios churucas y
talegras le fueron entregados poco después en encomienda al capitán Trejo, quien los
condujo a una isla del golfo de Panamá a fin de protegerlos de la amenaza de los indios
hostiles. A esta isla se le dio el nombre de Churuca. En 1577 solo quedaban cien indios,
entre chicos y grandes. Así escribía el chantre de la catedral de Panamá al rey, el 25 de
abril de 1577:
• Y en el golfo está una isla que se dice Churuca, donde tiene haciendas
el capitán Esteban Trejo, donde residen algunos naturales que
conforme a una memoria que de ellos me han mandado serán como
ciento, chicos y grandes. Son todos cristianos, no tienen sacerdote más
que para les confesar por cuaresma se les envía, el cual les confiesa y
administra los sacramentos que han menester por aquel entretanto que
van a los confesar. Estos están a cargo del dicho capitán [Trejo] y tiene
allí españoles en sus haciendas que deben decirles la doctrina.
• Esto era todo lo que restaba de los cuevas. Habían sido capturados por
los cimarrones y esclavizados por estos y sus mujeres convertidas en
concubinas. Los zambos o «zambahigos» que fueron censados en
Ronconcholón, Jerenjerén y otros palenques, eran obviamente fruto de esta
convivencia interétnica, que ya llevaba un par de generaciones de
existencia, en uno de los primeros casos de mestizaje masivo entre negros e
indios.
• A la fase propiamente de Conquista concentrada en Darién sucedió otra
que se extiende entre la década de 1520 y la de 1550 y que se desarrolla en
la zona central y centro-occidental del Istmo. Durante este período, se
produce también una rápida disminución de la población indígena, tan
grave y acelerada como la ocurrida en la fase darienita. Este proceso de
despoblamiento se agudizó todavía más durante la década de 1530 y llegó a
un nivel crítico hacia 1538. A partir de 1532, con la euforia que produjo la
conquista peruana, se produjo un frenesí migratorio y muchos colonos
abandonaron Panamá llevándose a sus indios, unos siguiendo a Pedrarias
para Nicaragua, y otros para Perú. Según Espinosa, como vimos, 10,000
indios varones fueron sacados del país. Esta inmensa sangría produjo una
grave carestía de brazos y se hizo necesario traer mano de obra del exterior,
sobre todo de Nicaragua, con la que Panamá mantenía una comunicación
regular desde los tiempos de Pedrarias. Subrepticiamente, burlando las
leyes y centinelas, se trajeron indios por centenares de diferentes partes del
continente para venderlos como esclavos a los colonos.
• Pero este flujo fue detenido en 1538 y la falta de brazos continuó y de hecho
agravándose. En 1550 prácticamente toda la población indígena del archipiélago del golfo
de Panamá había desaparecido y para poder continuar con las pesquerías de perlas, un
mercader radicado en Cubagua y cabo de la Vela, en Venezuela, donde estaba decayendo la
producción perlífera, se trasladó a Panamá con 600 indígenas.
• La región de Natá ilustra también la gravedad de este proceso de despoblamiento. En
1522, como vimos, los indios repartidos probablemente no llegaban a 3,500, aunque tal vez
eran menos de 3,000. Cuando el obispo fray Tomás de Berlanga, en su calidad de protector
de indios, visita a Natá en 1537, solo encontró de 500 a 600 indios «entre grandes, chicos y
mujeres», lo que evidencia los estragos que había causado en la población la sangría
peruana. La migración de los colonos era también evidente: en 1532 la ciudad tenía 25
encomenderos, a fines de 1533 solo restaban entre 18 y 20 vecinos; según Berlanga, en 1537
no quedaban más de 15 vecinos encomenderos. Pero la despoblación continuó. En 1544
solo restaban 12 vecinos encomenderos. Según esta fuente, ninguno alcanzaba a tener
«veinte indios de servicio porque son viejos y niños los demás».
• Lo anterior sugiere una población inferior a 250 indios de
encomienda. En la década siguiente, eran típicas las
encomiendas con solo 12 o 13 indios, aunque las había de apenas
8, y la mayor de todas no sumaba arriba de 50 indios varones.
Al finalizar la década de 1550, según una fuente, acaso
parcializada y a la que le importaba exagerar la despoblación
indígena, dice que en la jurisdicción de Natá quedaban solo
entre 700 y 800 indios. Aunque otro informante más fidedigno,
fray Pedro de Santa María, sostiene que en el momento de la
abolición de la encomienda natariega en 1558 encontró en esa
región entre 1,500 y 1,600 indios.
• Pero estas diferencias numéricas no deben confundirnos. Es obvio que tras el
impacto peruano, la población natariega se desploma velozmente, tanto de indios
como de colonos. Pero luego se produce una cierta recuperación, gracias sin duda
a la introducción de indios de afuera. Tal vez esta sea la causa de la aparente
recuperación demográfica entre 1537 y 1561. Cuando se suprime la encomienda
en 1558, ya Natá es un territorio de indios forasteros, como lo evidencia el cuadro
que sigue Si nos fiamos de este cuadro, el reemplazo generacional de la población
existente en 1522 y que ya discutí atrás, obviamente, no se había producido. Como
se puede apreciar por el cuadro, apenas poco más de un cuarto de la población
indígena era nativa del Istmo. Casi tres cuartos eran extranjeros. Lo que se
comprende si recordamos que, desde la década de 1530 y debido a la crítica falta
de brazos tras la sangría de la Conquista, empezaron a introducirse centenares de
indios de distintas partes del continente que se vendían como esclavos. Dado que
lo que se necesitaba era mano de obra para tipos de trabajo donde lo importante
era la fuerza física, hubo mayor preferencia por esclavos varones. Esto explica el
anormal desbalance entre los sexos.
• Resulta impactante el carácter de la estructura demográfica, que
es aún más anormal que la del censo de 1522. Apenas poco más
de un cuarto de la población son mujeres adultas y menos del
15% son menores. Era, como en la generación de 1522, una
población prácticamente sin niños, aunque la situación es
mucho más crítica, porque el número de niños era diez veces
menor; como entonces, la mortalidad infantil debía ser
elevadísima. una generación más tarde probablemente habría
menos de 50 mujeres jóvenes con capacidad de reproducir. A
esta sombría perspectiva debemos agregar la práctica social de
las indias de abortar y envenenarse cuando quedaban
embarazadas, como se hacía precisamente para estas fechas,
según informaba el padre Santa María. La propia india se
rehusaba a reproducirse, aunque esta práctica no sería
duradera.
• Por lo demás, el brutal desbalance entre los sexos –con
una relación de masculinidad de 2 a 1, es decir, más de
dos varones por cada hembra– y la dramática exigüidad
de la población infantil significa, simplemente, que el
relevo generacional no era posible. Difícilmente sería
con indios de este grupo que la población panameña
podría regenerarse, porque no había suficientes mujeres
ni una generación joven que pudiera asegurar la
supervivencia del grupo. Es evidente que la crisis
demográfica panameña ya alcanzaba los niveles
escalofriantes de las islas del Caribe.
FRACASO DE LAS
PRIMERAS REDUCCIONES
INDÍGENAS
• Fue en ese período que se liberaron del régimen de encomienda los indios que poseían
los encomenderos de la capital, tema al que ya me he referido en capítulos anteriores. Pero
como hemos visto, este proyecto resultó en un lamentable fracaso, no obstante haber
tratado de salvarlo el virrey Francisco de Toledo, ordenando refundir unos pueblos con
otros o fundando otros nuevos. Otoque, Taboga y Cerro de Cabra desaparecieron, teniendo
que refundirse los indígenas supervivientes en Chepo, que deja de ser un pueblo de indios,
y ya avanzado el siglo XVII era un pueblo ladino, con más negros y mulatos que indios.
Los pobladores de Cubita se convirtieron en peones de los colonos de Los Santos, un
pueblo español fundado en 1569 en un sitio donde ya se habían establecido algunas familias
blancas desde una década atrás. Cubita aún existía como tal en 1577, pero lentamente fue
absorbida por Los Santos y finalmente desapareció. Parita y Penonomé sufrieron al
principio un lento mestizaje, pero ya en el siglo XVIII era pueblos completamente ladinos e
intensamente mestizados de blancos, indios y negros. Solo Olá, debido a su marginalidad
geográfica, sobrevivió a lo largo de la Colonia con es- casas señales visibles de mestizaje, o
al menos así lo sugieren las fuentes.
• También repetiré brevemente lo que sucedió en la provincia de Veragua.
En 1558 se inició la conquista de este territorio, pero se encontraron muy
pocos indios para repartir en encomienda. En la zona minera de La
Concepción, en la vertiente del Caribe, no se encontró ninguno, y para la
extracción del mineral fue necesario introducir esclavos negros. Para la
década de 1580 los esclavos sumaban unos 2,000, con una brumadora
mayoría de varones. Los indios fueron sometidos al mismo maltrato que
los de Natá y Panamá, sino peor. Ni siquiera se fundaron poblados donde
pudieran vivir separados de los españoles y durante varias décadas
persistió un clima de inestabilidad debido a las rebeliones de algunos
grupos indígenas, sobre todo del golfo de Montijo y su pequeño
archipiélago.
• El pueblo español de La Filipina, fundado en 1571 en las
cercanías de dicho golfo, fue atacado repetidas veces por indios
de la isla de Cébaco y fue incendiado y destruido más de una
vez. De hecho, toda la zona occidental de Veragua era tierra de
indios, donde los colonos tenían poco control. Sin embargo la
situación cambió rápidamente a partir de 1589, cuando se
abandonaron los minerales y se inició la colonización de las
tierras situadas al sur y el oeste de la provincia, fundándose
sucesivamente Montijo, Remedios y Alanje entre ese año y 1591.
Desde estos poblados se perseguían indios por las sabanas y
montañas que eran arrastrados a los poblados para repartirlos
en encomienda, aunque se les trataba tan abusivamente como si
fueran esclavos.
• La situación de Veragua no cambió hasta la primera década del
siglo XVII cuando, tras la visita del obispo Antonio Calderón y
del fiscal de la Audiencia Cristóbal Cacho de Santillana, se
fundaron los primeros pueblos de indios. Poco después, las
encomiendas empezaron a disminuir hasta casi desaparecer y
en 1663 solo sobrevivía una con apenas seis indios. Este proceso
coincide con varias campañas misionales de mercedarios,
agustinos y dominicos, que atraen nuevos grupos indígenas de
las montañas para poblarlos en las sabanas. La convivencia entre
indios y colonos, a los que no faltaban algunos esclavos negros,
produjo intercambios interétnicos tan intensos como en la región
central del país, aunque esto ocurrió con un retraso de casi ocho
décadas. En el siglo XVIII Veragua era también una provincia
altamente mestizada.
DISPERSIÓN
CAMPESINA Y
MESTIZAJE RURAL
• El abandono de la minería veragüense en 1589 produjo una crisis económica en todo el Interior,
sobre todo en Natá y Los Santos, que dependían del mercado minero para colocar sus productos
agrícolas y sobre todo su ganado. Esta crisis provocó una de las características del poblamiento
colonial en el Interior: la dispersión demográfica. Natá y Los Santos y otros centros poblados
españoles se convirtieron en verdaderos pueblos fantasmas, solo reanimados para las fiestas
religiosas, y la dispersión campesina contribuyó a acelerar el mestizaje. Para la misma época
algunas reducciones de la Alcaldía Mayor de Natá se dispersan y aunque una y otra vez los
indígenas vuelven a ser recogidos en poblado, la tarea nunca es del todo efectiva.
• El fenómeno de la dispersión y el mestizaje era ya evidente en el Interior a principios del siglo
XVII. Con muy poco o ningún control por parte de la autoridad colonial, campesinos blancos
depauperados, negros horros o mulatos libertos, e indios dispersos, empezaron a mezclarse en el
campo. Al mestizaje siguió de cerca la aculturación, de modo que tras un par de generaciones de con-
tactos cercanos entre indios y las demás «mixturas», la cultura hispánica acabaría imponiéndose en
todos los pueblos establecidos desde mediados del siglo XVI, sobre todo en los más viejos. En 1607,
a raíz de su Visita pastoral el obispo Antonio Calderón escribe:
• … había cinco pueblos de indios fundados muchos años ha, que los naturales de ellos son indios de
mucha razón para indios que no saben hablar otra lengua sino la nuestra.
• Se refería a Chepo, Penonomé y La Atalaya. Penonomé había sido fundado por el fiscal
Villanueva Zapata con indios recogidos de los primitivos poblados de Parita (que tuvo que
repoblarse en un nuevo lugar) y Olá. La Atalaya, la había fundado probablemente el fiscal
Álvaro de Carvajal durante los primeros años de la década de 1570 en la que fue al
parecer la primera Visita que realizó un funcionario de la Audiencia al Interior. Hacia
1620 el proceso de aculturación del indio seguía sin pausa. Según una versión del fiscal
a.i. de la Audiencia, Pedro de la Cueva, los indios de Penonomé, Parita y Chepo eran «muy
ladinos», siendo «criollos descendientes de los pobladores y si alguno hay de los antiguos
son muy pocos». Hacia 1628, Vásquez de Espinosa escribe que en Chepo y Parita los
indios habían perdido la lengua nativa. Los de Coclé y Penonomé eran «indios de razón»,
es decir, ladinos como los anteriores. La aportación negra también era evidente, por lo
menos en la Alcaldía Mayor de Natá donde, según el presidente Álvaro de Quiñones, que
escribe en 1630, «en todas sus poblaciones no hay sesenta casas de españoles, algunos
mulatos, negros y mestizos».
• Dispersión rural y mestizaje iban invariablemente de la mano y el
típico campesino será, desde entonces, casi siempre un mestizo que
porta genes de los tres grupos étnicos básicos de la Colonia. En el
siglo XVII gran parte del territorio bajo efectivo control colonial ya
estaba intensamente mestizado, y casi todos los pueblos fundados
originalmente con indios ya eran pueblos mestizos y completamente
aculturados o en avanzado proceso de serlo.
• Cuando el obispo Ladrón de Guevara pasó en su Visita de 1691 por
San Isidro Quiñones de Capira, un pueblo de indios fundado en
1628, observó que en él vivían «300 personas en que hay más de los
ciento españoles, mulatos y zambos». Es decir, que solo un tercio
eran indios. El resto eran de otras etnias o estaban mezclados. En
1760, según el informe del gobernador Antonio Gill y Gonzaga, ya
Capira no tenía indios tributarios y aparece identificado como pueblo
de «blancos y de color». Lo que quiere decir que había dejado de ser
un pueblo de indios.
• Chepo también dejó de ser un pueblo de indios para convertirse en pueblo mestizo. Estuvo bajo
constante presión de los colonos de Panamá, atraídos por los aserraderos y la feracidad de sus
pastos para el ganado. Se había además convertido en plaza militar para custodiar la frontera
oriental de la amenaza cuna. Al indio de Chepo literalmente se le echó de su pueblo. Así lo
expresaba con claridad el obispo Pedro Morcillo en 1736:
• Era este, antiguamente y de su primera fundación, pueblo de indios, como consta en los
libros antiguos de Iglesias. Estos se han ido aniquilando y con- sumiendo, porque al paso que
se fue aumentando la gente que llaman de color, los españoles se hicieron dueños de la tierra,
ellos o se fueron a otros parajes, o se han muerto, de tal suerte que los pocos que han quedado,
que serán unos quince o veinte, andan como fugitivos y desterrados de su propia patria, por la
persecución [que] los años pasados de 1730-1731, les hizo un comandante que gobernaba
aquel real fuerte, hasta quitarles los bienes de su común....
• La fundación de Chame fue representativa del intenso proceso de mestizaje entre las varias etnias.
Sus pobladores eran campesinos muy mezclados de indio, negro y blanco, que vivían a la buena de
Dios, cultivando sus rozas o cuidando hatos de ganado propios o ajenos. No estaban sujetos a regla
alguna y llevaban una existencia primitiva y salvaje, robando mujeres casadas, y constituyendo una
amenaza para los viajeros y los pueblos vecinos, hasta que el oidor Sandoval y Guzmán decidió
recogerlos en poblado en 1643. Algunos, dice el oidor, eran «tan facinerosos como los bandoleros
de Cataluña». Pero al ser recogidos en poblado el mestizaje se facilitó aún más.
• Otros pueblos originalmente indígenas, como Penonomé y
Parita, corrieron la misma suerte que Chepo y Capira. También
sufrirán desde temprano el em- bate agresivo del blanco. Para
1736, en Parita, donde el mestizaje había sido impresionante,
solo quedan entre 25 y 30 indios, mientras que el resto de la
población –unos 2,000 habitantes– es toda de color. Parita,
obviamente, ya no era un pueblo de indios.
• Utilizando materiales de archivos parroquiales para los años
1728 a 1752, el profesor Alberto Arjona ha elaborado un cuadro
que permite conocer con bastante aproximación el nivel de
mestizaje que existía para entonces en la población de Parita. Se
trata del cuadro que sigue, basado en su manuscrito Los orígenes
históricos del pueblo de Parita.
• Si bien, de los tres grupos étnicos básicos, el grupo más numeroso a primera vista es el
blanco, la representación de indios y negros también es alta, por lo que cualquier
interpretación sobre el predominio de un grupo sobre otro en el proceso miscegenador
cae en la mera especulación, sobre todo si tomamos en cuenta que los entierros sin
identificación del color del individuo constituyen nada menos que el 67.5% del total.
Descartando este grupo, mi cálculo tendría que limitarse a 474 casos claramente
identificados. Aunque mucho menor, sin embargo, se trata también de una muestra
representativa aceptable.
• Se observa un primer grupo de individuos con componente blanco, integrado por
blancos, mulatos y mestizos; otro grupo tiene como componente básico el negro,
formado por negros, mulatos y zambos; y un tercer grupo tiene como componente básico
el indígena, con indios, zambos y mestizos. Estos tres grupos suman un total de 545
casos. Tendríamos entonces que la población con componente blanco representa el
39.3%; la que tiene componente negro absorbe el 24.2%, y el grupo con sangre indígena
contiene el 36.5%.
• Con este resultado es difícil inclinarse claramente en favor de un
predominio indomestizo o euromestizo. Sobre todo si consideramos
que en aquella época no siempre en los documentos se aplicaba de
manera rigurosa la referencia a la «casta», etnia o color del individuo.
Esta laxitud en la referencia a la etnia se hace cada vez más notoria a
medida que avanza el siglo XVIII. Lo anterior se comprende por las
implicaciones sociales que esto tenía, siendo común que al rico, sin
ser blanco, y a veces con apenas un leve mestizaje blanco, se le
emblanqueciera en los documentos.
• De esa manera, es frecuente encontrar en los textos coloniales a
muchos euromestizos que aparecen como blancos, por lo que en los
entierros de Parita podríamos encontrarnos con un número mayor de
individuos cuyo componente era indígena, aumentando por lo tanto
el valor porcentual de este grupo.
• Sorprende, en primer lugar, el predominio del español sobre los otros
dos grupos étnicos, aunque este predominio sea muy leve sobre el grupo
indígena. Pero es el intenso mestizaje, como puede apreciarse a simple
vista, lo que más debe llamarnos la atención ya que es esa la nota
dominante de la población pariteña. Sobre las causas de este mestizaje, tal
vez el más intenso entre todos los pueblos indígenas de la región natariega,
nos escribe el obispo Morcillo en su Relación de 1736:
Antiguamente era solo de indios, y con no sé qué levantamiento, omisión que hubo en dichos
indios, se mandó por esta Real Audiencia pasasen a vivir en dicho sitio o pueblo, ocho o diez
familias de gente blanca de La Villa, para contener a los indios, y con el comercio de estos con
los indios se ha llenado el pueblo de mestizos, de tal suerte que hoy hay muy pocos indios, que
no llegan a veinticinco o treinta; pero españoles, mestizos y zambos, habrá en todo género de
gentes, dos mil almas.
• En 1790 hay en Parita 1,259 blancos, 710 miscegenados,
167 esclavos negros y solo 24 indios. En Penonomé, la
comercialización de la pita para el cordaje y base de su
economía manufacturera, es ya un monopolio de
blancos. Allí, como en Parita, las mejores tierras son
ocupadas por hatos ganaderos, también de colonos
blancos. El obispo Morcillo dice sobre Penonomé lo
siguiente en su Relación de 1736:
• Tiene muchas casas de indios, españoles y gente de color,
los indios son muchos y fueran muchos más si no estuvieran
esparcidos en toda la jurisdicción; creo habrá solo de indios
en dicho pueblo de todo género de personas, más de mil
almas, de españoles y de color habrá más de seiscientos; los
indios tienen mucho ganado suyo, de cofradías y de común.
Son muy ladinos y hábiles para todo, y por esto muy astutos,
sagaces y pleitistas, que siempre tienen pleitos y demandas
en todos los tribunales superiores.
• Estos datos se refieren al propio poblado, sin comprender el
total de su jurisdicción. Según el padrón de 1779, en Penonomé
había 2,303 indios, 76 blancos, 1,170 libres de todos colores y 92
esclavos, más tres eclesiásticos. En 1790, para un total de 5,327
pobladores, cinco eran eclesiásticos, 37 blancos, 63 esclavos,
1,320 libres de todos colores y 3,902 indios. En 1779 la población
mestizada, es decir «de todos colores», representaba el 32.1%;
en 1790, el 24.8%. Las evidencias del mestizaje no pueden ser
más rotundas. Los cuadros que siguen evidencian el mismo
proceso en el resto del país. Empecemos por la región
occidental.
• Para 1691, como lo evidencia la Relación diocesana del obispo Ladrón de Guevara, el fenómeno
del mestizaje marcaba un profundo surco a todo lo largo de la geografía panameña, aunque sus
características variaban de una zona a otra, puesto que las había donde predominaban los indios, o
donde el mestizaje era mulato, o bien hispano-indígena, o era más evidente la zambización, dado el
predominio de las mezclas entre indios y negros.
• Los cuadros que aquí incluyo permiten establecer los distintos niveles de mestizaje según la zona.
Así por ejemplo, en los padrones de 1790, el mestizaje tuvo características distintas en las dos
principales regiones históricas de la Alcaldía Mayor de Natá, es decir en las jurisdicciones de Natá y
Los Santos. Era evidente que, debido a que el componente blanco era mayoritario en Los Santos –un
41.3% del total– frente a un 5.7% de indios y un diminuto 2.7% de negros, el importante derivado
mestizo y que las estadísticas definían por el nombre genérico e indiferenciado de «libres» –un 50.3%
del total– debía ser sin duda pre- dominantemente euromestizo. De hecho, no era otra cosa que una
verificación histórica para una realidad que podemos comprobar con solo hacer una visita a esa
zona, una de cuyas características es, precisamente el predominio euromestizo de sus habitantes. En
cambio, en la vecina jurisdicción de Natá –desde Santa María hasta Antón y sus alrededores–, la
relación de indios y blancos se invierte, reduciéndose la de estos últimos a solo un 4.3% y
elevándose la indígena al
• 39%;y dado que el porcentaje de esclavos negros era muy bajo –el 2.9%– es de suponer que el 54%
de «libres» lo constituían sobre todo indomestizos, pues era obvio que el componente indio era el
decisivo, de la misma manera que lo era el blanco en Los Santos.
• El padrón que se hizo en 1783 para la provincia de Veragua –hoy provincias de Chiriquí y
Veraguas– permite un tratamiento igual. También en las dos regiones históricas de Chiriquí y
Veragua se advierten claras diferencias debido a que los componentes étnicos pesan de manera
distinta en cada una. En Chiriquí por ejemplo, los blancos son, en términos relativos, más de tres
veces que en Ve- ragua; también en Chiriquí la proporción de indios es menor. En cambio la
población libre y esclava se aproxima bastante en términos relativos, en ambas zonas. En toda la
provincia, como en la Alcaldía Mayor de Natá la población de «libres», es decir mestizos de distintas
mezclas sociorraciales, representa ya la gran mayoría de la población, con alrededor del 57% del
total, lo que evidencia el extraordinario proceso de miscegenación que se había logrado en el
Interior para fines de la colonia.
• Pero como he dicho, las características del mestizaje variaban de región a región. De acuerdo a los
datos que aquí se han examinado, es evidente que el aporte indígena debía ser dominante en
Veragua y tal vez la mayoría de los «libres» era allí indomestiza. La situación es menos definida en
Chiriquí, donde el componente blanco compensaba la aportación indígena y, como consecuencia, la
población libre debía acusar ambas presencias sin imponerse del todo una sobre otra. Sin embargo,
también hay evidencias de que en una y otra zona abun- daban los zambos, y es sintomático que en
1724 esta casta estamental jugara un rol decisivo en la rebelión Contrerista, uno de los brotes
populares más sangrientos que tuvo lugar en Chiriquí durante la colonia49.
• En las cabeceras de partido, como Los Santos, David, Santiago
y Alanje, se concentraban los patricios blancos que, gracias a su
mayor capacidad económica, podían hacerse acompañar de una
apreciable cantidad de esclavos domésticos, lo que daba una alta
proporción de blancos y negros a estos poblados. En cambio, allí
se encontraban muy pocos indios, o no los había del todo. En los
censos de 1783 y 1790, por ejemplo, no se registra un solo indio
en Alanje y Los Santos; de modo que en lugares como estos el
mestizaje era sobre todo entre negros y blancos, es decir una
población mulata. Pero en pueblos como Natá y Antón, donde
había muchos esclavos negros e indios, debían abundar los
zambos.
• En cuanto a Panamá y su entorno veamos lo que
sugiere el censo de 1790. En primer lugar es preciso
hacer una distinción entre la capital propiamente y su
jurisdicción. En la capital se da un porcentaje de
blancos semejante a Chiriquí, con un 11%, mientras que
los indios prácticamente no existen; tiene la más alta
concentración relativa de esclavos, con la excepción de
Portobelo, y la pro- porción de libres supera el 66%; por
tanto, es obvio que su población tiene una gran mayoría
mulata, ya que los grandes componentes estamentales
en juego,
• casi exclusivamente, son blancos y negros. En los campos jurisdiccionales
había casi tantos esclavos negros como indios, y aunque había unos pocos
cientos de blancos –numéricamente el estamento más reducido– la alta
concentración de libres era probablemente mestiza de los dos grupos
dominantes, es decir zambos.
• Finalmente Portobelo, cuyos grupos estamentales guardan proporciones
muy cercanas a las de la capital, y es comprensible, puesto que se trata de
concentraciones humanas muy semejantes, tanto por ser ambas ciudades
terminales como por sus antecedentes históricos. En 1782, para tomar uno
solo de los numerosos censos que se levantaron en la ciudad durante esos
años, el 6.9% de los 1,612 habitantes de Portobelo eran blancos (excluidos
diez religiosos), el 1.6% eran indios, el 19.8% eran esclavos, y como para que
no quepa duda de su mestizaje, no se habla de «libres», como en los demás
censos del resto del país, sino específicamente de «mulatos», que
representan la enorme mayoría con el 71.8%.
• Por donde quiera que se mire, las pruebas estadísticas
evidencian que tal vez el hecho demográfico más
característico de fines del período colonial era el
creciente mestizaje, como lo demuestra la circunstancia
de que por todas partes el grupo estamental dominante
es el denominado libre, o liberto, siendo que, para la
totalidad del país constituía más de la mitad del total de
habitantes: para una población censada de unos 74,182
habitantes (si tomamos en cuenta los censos parciales de
1783 a 1793), 41,080 eran libres, es decir el 55.4%.
• Por desgracia se hace difícil seguir la pista a este proceso una vez
entramos al período republicano ya que, tal vez por razones políticas
e ideológicas, los censos –que son leyes de la república, y con ese
carácter aparecían cuando se publicaban– no agrupan más a la
población por estamentos, casta, o grupo sociorracial, y el único
estamento individuado es el esclavo. Sin embargo, apenas cabe
dudar que el mestizaje continuó ampliándose. En ese sentido lo único
que nos queda es el estimado más bien grosero, que hizo el cónsul
británico William Perry en su informe regular de 9 de agosto de 1843
al conde de Aberdeen. Aun- que Perry dice referirse a todo el
«Istmo», a juzgar por las otras cifras censales que da, sus datos se
limitan obviamente a la provincia de Panamá. Da un 10% para los
blancos, un 15% para los «negros», un 20% para los indios, un 25%
para la «mezcla de indio y negro, llamados zambos», y un 30% para
la «mezcla de blanco con indio, llamados mestizos».
• Estas proporciones deben aceptarse solo con reservas, aunque
no hay otras para estos años. Las discutiré teniendo presente el
censo para la provincia de 1790 (entonces con 46,735 habitantes
sin los religiosos): el 18.6% eran blancos; el 14.7% eran indios; el
59.9% eran libres y el 6.7% eran esclavos. Si aceptamos las cifras
de Perry, tendríamos que los blancos han sufrido una
disminución relativa de casi 9 puntos; mientras que los indios
han aumentado en un 5%. Si descontamos el 1.2% de los
esclavos que, según el censo, había en la provincia para 1843
(880 esclavos para un total de 74,579 habitantes), la proporción
de «negros».
• quedaría en 13.8%, y siendo que se trataba de negros libres, si los agregamos a los
zambos y los «mestizos», que también eran libres, tendríamos que la población
cuantificada como liberta en los padrones coloniales, representaba en 1843 el 68.8% del
total de la población. Es decir, que este grupo habría crecido en cerca de un 9% desde 1790;
y hasta podría sugerirse que lo había hecho a costa del componente blanco.
• Debe observarse, sin embargo, que el cónsul no hace mención de los mula- tos, que
como sabemos constituían una gran mayoría durante la Colonia, aunque probablemente
los incluyó bajo el rubro genérico de «negros» (para un inglés, cualquier individuo con
piel muy oscura no era seguramente otra cosa que negro) en cuyo caso, la población con
un componente africano dominante representaba el 15% (con el 1.2% de los esclavos), lo
que sumado el 25% de los zambos, nos da un 40% para los afromestizos, es decir, que este
es el grupo mayoritario de la provincia, seguido de los mestizos de indios y blancos, luego
de los «indios», situándose los «blancos» al final de la cadena.
FRACASO DE LA POLÍTICA
SEGREGACIONISTA
• La política indigenista de la Corona había pretendido, mediante una
estricta normativa, la separación de indios y españoles creando la República
de Indios y la República de Españoles. Para eso se fundaban pueblos donde
debían residir exclusivamente los de uno u otro grupo. Sin embargo, no
creó un espacio para una República de Negros, ni contempló la posibilidad de
que se fundaran pueblos solo para estos o para los que resultaran de un no
deseado mestizaje entre los tres grupos. Pero, como hemos visto hasta aquí,
tal política fracasó porque era impracticable y poco realista. Era antinatural
e ignoraba las pulsiones más elementales del ser humano. Lo que resultó
fue tan imprevisible como inevitable. Nada salió como se esperaba y todos
se mezclaron entre sí. Fue uno de los grandes fracasos de la política
colonial.
• Algunos pueblos de indios como Parita y Penonomé, y en menor
escala otros como Olá y La Atalaya, ciertamente lograron sobrevivir
e incluso crecer en población. Si algo quedó del indio fueron sus
genes que, gracias al mestizaje, pudieron permanecer, circularon y se
perpetuaron para llegar hasta nosotros. El mestizaje aseguró su
supervivencia biológica. Pero uno a uno, empezando por Chepo, tal
vez el caso más extremo, fueron convirtiéndose en comunidades no
indígenas, llegando al siglo XVIII enteramente mestizados biológica
y culturalmente. No se consiguió, por tanto, el objetivo de preservar
al indio en comunidades aisladas para evitar que el blanco o el negro
entraran en contacto con él, lo maltrataran y en el mejor de los casos
simplemente lo malearan enseñándoles sus malas costumbres. La
intención de mantenerlos recogidos en poblaciones tampoco resultó
sino en escasa medida, pues una de las características más notorias
que he señalado aquí es la intensa dispersión geográfica de la
población.
• La Corona no deseaba el mestizaje; es más, trataba de impedirlo.
Tampoco tenía el menor interés por preservar la integridad de la cultura
indígena, y para acelerar su desintegración estaban, justamente, los
soldados de la Fe con el mensaje de La Palabra. Lo que se buscaba,
ciertamente, era asimilar cuanto antes al indígena, incorporarlo
expeditamente al sistema, convertirlo en cristiano y en obediente súbdito
del monarca. ¿Pero cómo podía asimilarse al indio confinándolo en pueblos
alejados de los españoles e impidiendo el mestizaje? Lo opuesto, en
realidad, habría sido la fórmula más expedita para lograrlo, ya que tras
una o dos generaciones se habrían alcanzado, precisamente, los principales
objetivos que se buscaban.
• En el esfuerzo por conciliar estos opuestos, existía una contradicción
esencial. Era una vana aspiración por cuadrar el círculo.
• En Panamá, como en otras partes de América, el resultado
evidente y por lo demás inevitable, fue la pérdida total de la
identidad cultural indígena, por lo menos en las zonas que
hasta aquí se han considerado. Gracias al mestizaje, se borró
toda huella de su pasado cultural. Gracias también al mestizaje,
la campiña volvió a recuperarse demográficamente, de modo
que cada vez había más brazos y pudieron abrirse nuevas
fronteras económicas. La homogeneización cultural
consiguiente, permitió ofrecer un frente común para defenderse
de los ataques del exterior. Y así pudo enfrentar con eficacia a
los mosquitos de Nica- ragua. Con más brazos y mayor
homogeneización de la sociedad, se hizo posible vencer, o en
todo caso debilitar, la amenaza de ataques indígenas locales
como los cunas, y crear nuevas fronteras de colonización, o
haciendo más estable la ocupación de viejos territorios.
• ¿Pero no eran esos los resultados que debía desear la colonia? La política
indigenista, planteada de la manera que hemos visto hasta aquí, no tenía
ninguna posibilidad de éxito y la realidad no tardó en hacerse evidente a los
que convivían a diario con ella. En la documentación colonial, por lo menos
hasta mediados del siglo XVIII, la insistencia por repetir el error de seguir
aplicando esa política, continuó estrellándose con la realidad. ¿Significa esto
que el proyecto indigenista era ilusorio, poco práctico, incluso maníaco? Lo
cierto es que, a partir de mediados del siglo XVIII o poco después, empieza
a percibirse un cambio de actitud e incluso posturas que proponen
soluciones diametralmente opuestas a la tradicionales: aplastar a los indios
rebeldes, promover el mestizaje para acelerar la asimilación del indígena a
fin de neutralizarlo como peso muerto o como factor negativo, según la
generalizada opinión que el español o el «criollo» tenía de ellos. O bien,
dejarles en paz, sin obligarles a abrazar el cristianismo y congregarse en
poblados, y por el contrario, procurar atraérselos con mano blanda, «con
caricias», sin presionarles por ningún medio, como proponía más
sabiamente el marqués del Campo en 1786, haciéndose eco de un clamor
cada vez más generalizado.
• Como si la realidad venciera a la ilusión, la quimera de un
mundo donde el español pudiera coexistir con el indio sin
sombra de mezcla, disciplinadamente recogidos, indios y
blancos cada uno en su ciudad, creyentes todos en la misma fe,
obedientes ciegos a un único monarca. ¿Sería legítimo concluir
que la colonización fue víctima de una política irracional
entregada a una quimera irrealizable, pero que a la vez pudo
salvarse porque descubrió a tiempo los mecanismos que le
permitieran adaptarse a las exigencias prácticas de la vida
diaria.
TERRITORIOS BAJO
CONTROL INDÍGENA
• Sin embargo, no todo resultó así, es decir, no todo el país se mestizó o se homogeneizó
culturalmente. Durante todo el período colonial, una gran extensión de territorio
permaneció fuera del control español y continuó en mano de los in- dios. En las montañas
de Veragua y Chiriquí y en la extensa franja costera de Coclé, Veragua y Bocas del Toro la
presencia española fue virtualmente inexistente. Tampoco la presencia española fue muy
efectiva en la región oriental del Istmo, en el Darién histórico. Por allí había empezado la
Conquista, pero el Darién fue abandonado a la selva (y a los cunas) en favor del territorio
occidental. Desde su primera incursión militar contra Chepo en 1611, los cunas
convirtieron la zona darienita en frontera militar. El estado de guerra fue endémico
durante todo el período colonial y los cunas nunca se dejaron someter, salvo algunos
grupos situados al sur del Darién. En la década de 1630 se inició la campaña misional de
fray Adrián de Santo Tomás, y la influencia española empezó a sentirse por primera vez
en esa zona. Pero fue una presencia precaria. El Gobierno decidió en 1650 establecer allí un
puesto militar que provocó el inmediato rechazo cuna y pronto se reanudó el conflicto que
ya no cesaría, con paces y treguas intermitentes y de escasa duración.
• Como resultado de la presencia española en el Darién del Sur, en la dé-
cada de 1680 se descubren los ricos minerales de Cana, donde se
establecen los primeros colonos españoles con cuadrillas de esclavos, se
fundan algunos poblados y también se inicia un proceso miscegenador
entre blancos, indios y negros.
• Durante estos mismos años se internan por la costa oriental del Istmo los
primeros piratas de distintas nacionalidades europeas y, muy poco
después, algunos se establecen en las costas de San Blas (hoy Guna Yala),
donde se radican como colonos y cultivan cacao para exportar. La mayoría
eran franceses hugonotes que mantenían relaciones cordiales con los cunas
y se unen con sus mujeres, iniciándose también en esa zona un activo
mestizaje. Esta presencia francesa se extendería hasta mediados del siglo
XVIII, cuando los hugonotes son masacrados por los indios inducidos por
los ingleses. En las costas de Bocas del Toro también se establecieron viejos
piratas y se mezclaron con los indios, aunque algunos indicios sugieren que
esta presencia fue menos duradera y apenas la mencionan los textos de la
época.
LA POBLACIÓN INDÍGENA
A FINES DE LA COLONIA
• Para estas poblaciones marginales fuera de control español no hay estadísticas. Sin
embargo, en 1740 la población cuna fue estimada en 20,000 habitantes, tal vez de manera
exagerada. En la década de 1790, del total de 72,637 habitantes empadronados en todo el
país, solo 15,031 eran indígenas, representando el 20.7% del total, es decir un quinto de la
población.
• Debido a las frecuentes campañas militares en territorio cuna, donde muchos perecían y
sus sementeras quedaban destruidas, en la segunda mitad del siglo XVIII probablemente
la población indígena del Darién no superaba las 5,000 almas. A esta suma habría que
agregar los indígenas que vivían fuera del alcance de los colonos y que no eran
empadronados, como los que se encontraban en las montañas de Coclé, Veragua,
Chiriquí, Bocas del Toro e incluso Azuero, que probablemente serían otros mil más. Para
fines del período colonial tal vez no había en todo el país más de 20,000 a 22,000 indios. Si
los datos que aquí he manejado son ciertos, significa que la población indígena de los
tiempos del contacto se había reducido en doce veces su tamaño original. De hecho, la
población empadronada de todo el país a fines de la colonia, estimada entre 78,000 y
80,000 habitantes, era tres veces inferior a la que se supone existía a la llegada de los
primeros europeos en el siglo XVI.
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  • 2. VISIÓN DEL CONJUNTO • Panamá es una nación multicultural y plurirracial. Somos una mezcla de pueblos y culturas y una gran variedad de grupos étnicos han dejado profundas huellas entre nosotros. Con España llegaron españoles, portugueses, italianos, holandeses, franceses, alemanes, irlandeses e ingleses, además de muchos amerindios de otras partes del continente; y con la Colonia llegó también una muchedumbre de áfrica. La Colonia fue nuestro primer gran salto hacia la multietnicidad y el mestizaje biológico.
  • 3.
  • 4. • El segundo salto se inició en 1849 cuando llegaron millares de orientales, irlandeses, norteamericanos y afroantillanos, unos, arrastrados por la Fiebre del Oro de La California, otros para trabajar en la construcción del ferrocarril transístmico. • Seducidos por los atractivos de la ruta también llegaron inmigrantes de distintas partes de Europa y judíos sefarditas precedentes de las Antillas. Muchos de ellos se quedaron para enriquecer nuestra cultura y diversificar aún más el mestizaje. • Luego vino el Canal Francés y después el norteamericano, y otra vez miríadas de inmigrantes inundaron nuestras playas para trabajar o para quedarse. La ruta no solo jalonó al Istmo hacia nuevas etapas de modernidad, sino que también le trajo una gran diversidad cultural e intenso mestizaje. Nuestra identidad nacional se ha nutrido no solo de historia, sino también de esa multiplicidad cultural. Hijos o nietos de extranjeros de todas partes del globo, tenemos el rostro, la piel, y el alma de nuestros ancestros y de esa fusión de razas, historia y cultura se nutre y enriquece nuestra identidad nacional. • Este proceso ha tenido distintos ritmos e intensidades a lo largo del tiempo, pero no ha cesado y continúa sin pausa en nuestros días.
  • 6. •El mestizaje biológico y cultural constituye un factor fundamental de la historia de Panamá y difícilmente esta historia podría comprenderse sin conocer cuáles han sido sus características, cómo evolucionó, qué normativas lo regulaban, qué fuerzas biológicas y culturales lo han jalonado a lo largo de los siglos. El tema es sumamente vasto y complejo.
  • 7. • Este marco temporal puede justificarse sin dificultad. Fue durante esos tres siglos largos que nuestros componentes étnicos básicos se mezclaron entre sí, sentando las bases fundamentales de nuestra sociedad mestiza: los indígenas americanos, los negros originarios de áfrica, y los blancos europeos. El mestizaje que se produjo desde mediados del siglo XIX con la llegada de chinos, afroantillanos, judíos, indostanos y blancos norteamericanos o europeos, primero para los trabajos del ferrocarril transístmico (1850-1855) y luego para las obras del Canal (1882-1914), generó nuevos problemas sociales, jurídicos y políticos, y son de naturaleza distinta a los de la Colonia.
  • 8. EL MESTIZAJE EN AMÉRICA
  • 9. • La llegada de los europeos a Panamá produjo un impacto terrible en las poblaciones indígenas. Es imposible saber cuántos perecieron como consecuencia de este primer contacto, pero las fuentes sugieren que murieron decenas de miles, sea como resultado de los choques militares, de las enfermedades o de la crisis de subsistencias que padecieron tras la conquista, al desarticularse sus sistemas de producción. También se contaron por miles, sobre todo varones, los que se extrajeron para conducirlos a otras colonias como esclavos. La población aborigen fue forzada a adoptar dos actitudes: o se sometió a los conquistadores o escapó buscando refugio donde no pudieran alcanzarle.
  • 10.
  • 11. • Cuando hizo lo primero, fue redistribuido entre los colonos en encomiendas y repartimientos, y se dejó recoger en poblados fundados exclusivamente para indios. Es decir, quedó plenamente sometido al régimen español y casi inmediatamente empezó a compartir sus genes con los recién llegados. La segunda opción convierte al indio en un habitante marginal, con muy poco o ningún contacto con la colonia, y logra preservar intactos sus genes y su cultura. Para conocer el número de los que se dejaron someter no faltan fuentes demográficas. Para los que prefirieron la marginalidad no hay datos.
  • 12.
  • 13. • Los blancos europeos no llegaron a raudales, sino en pequeños grupos. Al principio se contaban por centenares; en la expedición de Pedrarias llegaron más de mil; y continuaron llegando para quedarse o para seguir hacia otros destinos de conquista más promisorios, sobre todo esto último. Pasada la excitación que produjo el descubrimiento del Perú, la corriente inmigratoria remitió, y los pueblos de españoles que se habían fundado quedaron reducido a 20 o 30 colonos, casi todos varones. En zonas rurales como Natá, donde no llegó la primera mujer española hasta 1538, el mestizaje entre colonos e indígenas se produjo con una rapidez e intensidad tan alarmante que el escandalizado obispo Tomás de Berlanga se apresuró a prometer encomiendas a los que se casaran con blancas.
  • 14. • Con la devastación demográfica de la Conquista quedó el territorio extremadamente escaso de indios, es decir, de mano de obra, por lo que desde muy temprano los colonos compensaron esta falta importando esclavos negros de áfrica. Nadie llevó estadísticas de esta inmigración forzosa, pero fue constante, ya que la expectativa de vida de los esclavos era muy corta y debían ser repuestos con frecuencia. Además, solían llevarse muchos más varones que mujeres, de manera que tenían limitadas posibilidades de reproducirse entre ellos. Sin embargo, esto no impidió que también desde temprano se produjese el cruce biológico entre blancos y negras, introduciendo así un nuevo elemento en el paisaje sociorracial. También a falta de compañeras de su propio color, se sabe que desde temprano los esclavos buscaron consuelo entre las indias. No hay cifras confiables para este proceso hasta 1575, pero otros indicadores sugieren que para mediados del siglo XVI los mulatos y zambos constituían ya una presencia visible.
  • 15.
  • 16. • Para el último cuarto del siglo XVI, las estructuras económicas habían empezado a consolidarse. Panamá se había convertido en sede del sistema de flotas y ferias, y los comerciantes acumulaban increíbles fortunas; la ganadería vacuna prosperaba a un ritmo sorprendente; las minas de Veragua estaban produciendo grandes cantidades de oro; la cosecha de perlas en el golfo enriquecía a muchos vecinos; las chatas y bongos y las mulas producían pingües beneficios a los transportistas; los aserraderos de Bayano no se daban abasto para las crecientes demandas de embarcaciones dedicadas al comercio hacia el sur y para la construcción de casas de la capital. Al mismo tiempo que esto ocurría, hacia la década de 1560, la metrópoli había empezado a imponer su autoridad en la conflictiva Castilla del Oro, donde gobernantes rapaces se sucedían unos a otros, y se producían frecuentes rebeliones sangrientas y asesinatos. Se estableció la Audiencia con carácter permanente como representación del poder real, y fue reforzado y reestructurado el Cabildo como órgano de poder local. La vida parecía encaminarse a una fase de mayor institucionalidad y paz.
  • 17.
  • 18. • Todas estas señales promisorias alentaron a los colonos a permanecer, y la sociedad empezó a estabilizarse. Cada vez eran más los colonos que echaban raíces y formaban familia. Esta tendencia se fortaleció de manera definitiva a partir de la década de 1590 con la introducción del sistema de oficios vendibles y renunciables que tanto contribuyó a la estabilidad de la élite. También durante esta década se reestructuró el sistema de gobierno, concentrando el poder en el gobernador, presidente y capitán general, a la vez que Panamá se convirtió en plaza militar con fuertes en Portobelo, en la boca del río Chagres y en la capital una dotación permanente de varios cientos de soldados con sus oficiales se agregó a la población. Ya para entonces era constante el flujo de funcionarios nombrados por la Corona para ocupar puestos en la administración.
  • 19.
  • 20. • Sin embargo, la población de vecinos blancos no creció mucho. A partir de la década de 1580 se retrajo a un techo de 500 cabezas de familia hasta las décadas de 1620 o 1630. Desde entonces empieza a contraerse y a partir de la década de 1640 se limita a unos 300. En este límite se mantenía al realizarse la mudanza a la Nueva Panamá y aún muy avanzado el siglo XVIII, cuando incluso, al final de este siglo, todavía decrece aún más. Panamá y Portobelo eran malsanos y sumamente costosos. El abastecimiento alimenticio dependía del exterior y a con- secuencia de ello se producían frecuentes episodios de carestías (que a veces iban acompañadas de plagas y gran mortandad de gente), sobre todo en el siglo XVII. Las constantes amenazas piráticas, el temor a ataques de los negros cimarrones y, desde 1611, de los indios cunas, convirtieron la zona de tránsito en «tierra de frontera».
  • 21.
  • 22. • Esta idea de frontera fue una percepción generalizada desde el último cuarto del siglo XVI y siguió cobrado fuerza a lo largo del XVII, debido a las constantes alarmas de ataques enemigos, ciertas o imaginarias, y a los frecuentes gastos en operaciones militares para la defensa, casi siempre a costa de los vecinos. No era un lugar que los peninsulares quisieran escoger para vivir, a menos que ofreciese una buena compensación por el sacrificio de sufrir calor, escasez, enfermedades y miedo a un ataque enemigo. Pero tenía un gran atractivo: la posibilidad de enriquecerse en poco tiempo. Sin embargo, esta posibilidad empezó a debilitarse desde las décadas de 1630 y 1640, y muchos vecinos de la élite abandonaron el país para siempre.
  • 23. • Aunque se producían estas deserciones, no dejaban de llegar constantemente, si bien que a cuentagotas, nuevos inmigrantes peninsulares, sobre todo funcionarios y militares varones, pero también comerciantes y tratantes de esclavos, que acababan integrándose a la élite por el matrimonio. Formaban familia y se quedaban aquí. Pero muchos no llegaban para quedarse y permanecían solteros. Solían llegar cuando aún eran jóvenes, a esa edad en la que todavía se padecen apremios sexuales difíciles de reprimir, teniendo que buscar desahogo entre mujeres de las «castas inferiores», sobre todo negras y mulatas.
  • 24.
  • 25. • Entretanto, la población esclava traída de áfrica no dejaba de llegar. Las primeras estadísticas confiables sobre importación de esclavos datan de principios del siglo XVII e indican que cada año se introducían varias decenas, ocasionalmente un centenar, pero aunque no eran grandes cantidades en términos absolutos, sumaban mucho más que los europeos que llegaban. También esta inmigración se caracterizaba por un abrumador predominio de varones. De modo que la sociedad colonial, sobre todo en los centros poblados, se caracterizó por una altísima relación de masculinidad. Había mucho más hombres blancos que mujeres blancas y muchos más negros que negras.
  • 26. • A principios del siglo XVII era ya evidente el proceso ascendente del mestizaje entre negros y blancos (o más bien entre mujeres negras y varones blancos), sobre todo en Portobelo y Panamá. En 1607 representaban ya el 12.6% de la población capitalina. Para entonces, en el Interior el mestizaje había incorporado también al indio y no fue menos intenso. En 1643 se funda Chame, el primer poblado compuesto por mestizos de los tres grupos étnicos de la Colonial. En todo el país se había estado produciendo un fenómeno irrefrenable que ya no se detuvo. En 1691, una población campesina dispersa donde abundaban los negros y mulatos, es recogida por el obispo Diego Ladrón de Guevara para fundar Antón y Santa María. El mismo año, también con campesinos dispersos en su mayoría negros y mulatos, el obispo fundó Pacora, no lejos de Panamá. El mestizaje entre blancos, negros e indios se había convertido en uno de los factores fundamentales de la sociedad colonial.
  • 27.
  • 28.
  • 30. • Para la reconstitución demográfica del Panamá colonial el historiador encuentra muchas dificultades. Lacónicas y dispersas, las fuentes raras veces aportan los datos que se esperan. Para la población blanca, hasta la década de 1570, solo se conocen las cifras de varones, cuantificados a veces como propiamente vecinos o simplemente como hombres con capacidad militar. Pero en esa década se envían al Consejo de Indias tres Relaciones sobre poblamiento cubriendo la totalidad del territorio bajo control colonial. Finalmente, fue enviada a la Corona una cuarta Relación, aunque referida a solo la población indígenas de las reducciones. La primera de estas Relaciones fue elaborada por los oficiales reales de Panamá en 1570 como respuesta a las Ordenanzas de Juan de Ovando Godoy, del Consejo de Indias, referentes a las poblaciones. Pero esta primera Relación solo menciona el número de casas, el nombre de los poblados y algunas observaciones sobre su situación.
  • 31. • La siguiente es la Geografía y descripción universal del cronista de Indias en la Corte, Juan López de Velasco. Pero López de Velasco solo hace referencia a los vecinos y al número de cimarrones, en cifras redondeadas y en términos demasiado imprecisos. Sin embargo, a López debieron llegarle informes más detallados que no aprovechó, como el empadronamiento o Memoria que se hace de vecinos ricos en Nombre de Dios y Panamá, donde se indica el nombre de cada uno y la magnitud de su fortuna. Considerado el propósito de las Ordenanzas de Ovando, verosímilmente se enviarían al Consejo otros padrones tan detallados como la citada Memoria cubriendo otros aspectos de la realidad social, pero que se sepa ninguno se ha conservado.
  • 32. El cronista de Indias en la Corte, Juan López de Velasco
  • 33. • La tercera Relación es la Sumaria descripción del Reyno de Tierra Firme, escrita en 1575, por el oidor decano y presidente encargado de la Audiencia Alonso Criado de Castilla. Es la más completa de todas. Fue elaborada probablemente en obedecimiento de la R. C. de 27 de abril de 1574 expedida con propósitos fiscales, de modo que debía contener referencias bastantes ajustadas a la realidad. Criado incluye los distintos estamentos y castas, aunque, como era típico de la época, en números redondos y solo aproximados. Cuando se refiere a los blancos, solo indica el número de vecinos de ese color. Calculaba para la ciudad de Panamá y su jurisdicción 3,109 negros entre libres y esclavos, ocupados en los más diversos oficios. Decía que se contaban 1,600 esclavos en la propia ciudad trabajando en el servicio doméstico; 300 eran horros o libertos; los demás laboraban en los hatos y en las rozas, en el buceo de perlas y en los aserraderos. Según Criado, ya no había indios en la capital.
  • 34. • Calculaba 1,000 esclavos para Nombre de Dios, la mitad en el servicio doméstico y el resto en las embarcaciones del Chagres. Estimaba otros 450 para la Alcaldía Mayor de Natá, sobre todo en los alrededores de Natá y Los Santos; finalmente 1,570 en Veragua, casi todos en las minas. El total era de 5,829 esclavos, a los que agregaba un cómputo grosero y tal vez un poco exagerado pero significativo de otros 2,500 negros cimarrones, también en la jurisdicción de Panamá. Esto elevaba el total a 8,329 esclavos. Los indios se reducían a poco más de 430, todos en los pueblos de indios de Chepo, Olá, Pueblo Nuevo de los Reyes de Chirú y Cubita. A estas cantidades había que agregar la suma, todavía pequeña pero creciente, de negros y mulatos libres que ya para esas fechas empezaban a proliferar, ocupándose como mano de obra en una multitud de oficios manuales.
  • 35. Nombre de Dios Chagres
  • 36. • Durante el siglo XVII ocasionalmente encontramos información sobre el número de tributarios adultos de los pueblos de indios y aparecen aquí y allá estadísticas para el total de la población de una determinada ciudad y su jurisdicción, del total de esclavos negros en una dada ciudad o una provincia, o del número de vecinos blancos adultos, datos casi siempre acompañados por una súplica de mercedes a la Corona, o por una queja, y generalmente exagerados para arriba o para abajo, según la conveniencia de los informantes. Los obispos ofrecen datos útiles sobre la población en las relaciones episcopales resultado de visitas a la diócesis, como Hernando Ramírez en 1650, Diego Ladrón de Guevara en 1691, Pedro Morcillo de Rubio y Auñón en 1736, Francisco Javier de Luna Victoria y Castro, que dejó varias y muy detalladas en la década de 1750, fray Francisco de los Ríos y Armengol en 1775, o Manuel González de Acuña en 1803. Pero las relaciones diocesanas no incluyen datos sobre la población de la capital y raras veces de Portobelo; además, dan sumas de población redondeadas y se omiten los lugares no visitados por el prelado.
  • 37. Diego Ladrón de Guevara Pedro Morcillo de Rubio y Auñón
  • 38. • A las limitaciones anteriores se agrega otra dificultad, a saber, los criterios de valoración que acompañan las cantidades. Se dan cifras en términos de «almas de confesión», omitiéndose con frecuencia a los esclavos, sobre todo en el siglo XVIII; o bien se cuantifican «personas», o «feligreses», donde la población infantil queda excluida. Por otra parte, el término «vecinos», se refiere solo a los blancos cabeza de familia. • Debiéramos esperar que fueran más precisas las cifras provenientes de los registros fiscales referentes a los tributos que debían pagar los indígenas, o los negros libertos, que durante una época también pagaron tributos. Pero era imposible censar a la población indígena por encontrarse esta muy dispersa y distante y, sobre todo, estar poco dispuesta a colaborar. Además, estos registros solo incluían a la población adulta con capacidad para tributar. De hecho, el control fiscal sobre la masa indígena no fue realmente efectivo hasta las reformas borbónicas, ya muy avanzado el siglo XVIII, hecho que coincide con los primeros datos confiables sobre población indígena, aunque solo en las áreas donde era efectiva la labor misional de Propaganda Fide.
  • 39.
  • 40. • La gran excepción a esta indigencia documental son las Descripciones de Portobelo en 1606 y de Panamá de 1607, que luego analizaré con detalle. Pero estas se limitan a las dos ciudades terminales y constituyen solo un extracto del material que les sirvió de fuente y que se ha perdido. Hay que esperar a mediados del siglo XVIII para encontrar los primeros empadronamientos donde para cada lugar se dan el nombre y casta del cabeza de familia y su mujer, el número de sus hijos, dependientes y esclavos, y el estado civil de los censados. Con estos primeros empadronamientos de carácter moderno y sistemático, el Imperio es- pañol introducía en sus colonias los nuevos conceptos que en materia demográfica empezaban a aparecer en Europa. De hecho, no había sido hasta 1741, gracias a los trabajos de Petty y Sussmilch, que aparecieron las primeras formulaciones sistemáticas con fijación de normas para la búsqueda de estadísticas de población y de las relaciones entre los habitantes. Su enorme utilidad fue de inmediato reconocida por los gobernantes y muy pronto empezaron a ponerse en práctica en el viejo continente.
  • 41. • La aparición en Panamá de los primeros censos de población propiamente dichos coincide, así, con el nuevo clima espiritual de una época que empieza a reconocer el valor estadístico de las referencias demográficas. Los primeros empadronamientos que se realizaron, a partir de 1754, surgen por tanto, casi tan pronto como en los países más avanzados. Hasta entonces, en materia de estadísticas demográficas la situación de Panamá no había sido peor que en otras partes del mundo civilizado. • Con las precauciones que aconsejan estas advertencias, paso a analizar el material estadístico que nos ha llegado.
  • 42. LA CRISIS DEMOGRÁFICA DEL CONTACTO • Las primeras estadísticas sobre la población indígena durante la Conquista proceden de las encomiendas que se repartieron en Panamá y su «reformación» o redistribución, entre los fundadores el 11 de julio de 1522. Todos los indios disponibles desde Chepo hasta Penonomé, incluyendo las islas del golfo de Panamá, con un total de 22 cacicazgos y 8,729 indígenas entre adultos y pequeños, son repartidos entre 102 encomenderos. Algunos cientos de indios son también repartidos entre los pocos vecinos de Acla y alrededor de 3,500 son asignados a los 50 encomenderos que fundan Natá en 1522. El total de indígenas repartidos no suma más de 13,000. Esta cifra es un punto de referencia esencial para medir los efectos devastadores de la Conquista en la población aborigen.
  • 43. • En primer lugar, estos datos sugieren que la población darienita prácticamente había desaparecido hacia 1519, pues apenas quedaban algunos cientos para repartir entre los vecinos de Acla. De hecho, en 1541, cuando el obispo fray Tomás de Berlanga pasó por allí y visitó la zona aledaña apenas encontró indios. Escribió: «en todo el término de Acla los indios serán hasta 100». • Las cifras globales más conservadoras que hasta ahora han manejado los eruditos para la población panameña precolombina oscilan entre 150,000 y 250,000 habitantes. Si esto es correcto, y dado que las zonas de mayor concentración humana a la llegada del español se encontraban, precisamente, entre los cacicazgos de Azuero y Darién, probablemente en esta zona vivía un 70% del total de pobladores del Istmo, digamos, entre 100,000 y 175,000 habitantes. Como acabamos de ver solo quedaban unos 13,000 indígenas supervivientes para 1522, lo que significa que ya para entonces, a solo una década de haberse iniciado la Conquista, la población aborigen había quedado reducida a entre un 12 y un 7% de la población original.
  • 44. • La pérdida fue, por supuesto, mucho más grande para el grupo cueva. Ciñéndose a las crónicas y utilizando el estimado de A. L. Kroeber para el territorio chibcha de Colombia, de 9.09 habitantes por kilómetro cuadrado, Kathleen Romoli ha calculado que en el territorio cueva, incluyendo los 89 cacicazgos existentes al comienzo de la Conquista, y cuya extensión habría sido de unos 25,000 kilómetros cuadrados, debían existir antes de la llegada de los españoles tal vez unos 230,000 indios. Esta cifra está sujeta a discusión. Pero de ser cierta, a una década de iniciada la Conquista, su población quedaba disminuida al 3%. En cualquiera de los dos estimados aquí considerados los resultados son escalofriantes.
  • 45.
  • 46. • Cuando, a petición del Cabildo de la ciudad de Panamá, se hizo la «visitación» de los cacicazgos para conocer el número real de indios encomendados en 1519 a objeto de hacer la «reformación» de este primer reparto de indios, lo que se ejecutó el 15 de julio de1522, la suma dio 7,043 indios solamente. Estos fueron repartidos entre 102 encomenderos, incluyendo una encomienda de la Corona. En este nuevo reparto no se indica el número de indios que se apropió Pedrarias para sí y para su mujer doña Isabel de Bobadilla y que, según el texto, pertenecían a los cacicazgos de Otoque, utibé, Pocorosa y Cuquera, que probablemente no serían menos de 300. Incluidos estos al reparto general de 1522, el total de indios de encomienda sería de tal vez 7,343, es decir, cerca de un 16% menos que la suma original de 8,729.
  • 47. • De este último total, 4,022 eran varones adultos y 3,540 mujeres adultas, pero solo 1,167 eran «muchachos» o menores de edad de ambos sexos. Estas cifras sugieren una dislocación brutal de la estructura demográfica. Del total de 8,729 indios, solo el 13.34% son menores de edad, mientras que el restante 86.63%son adultos. Era una sociedad virtualmente sin niños, lo que sugiere, cuando menos, una descontrolada mortalidad infantil, y que la condición del niño indígena debía ser simplemente aterradora. Pero incluso entre los adultos hay un desbalance inquietante: hay 40.55% de mujeres frente a 46.08% de varones adultos.
  • 48. • Nos encontramos, así, frente a una población que no podría sobrevivir, simplemente porque el relevo generacional era demasiado débil. Si asumimos que en la población de menores, la proporción de hembras era, como entre las adultas del cuadro, de 40.55%, tendríamos que el total de hembras menores de edad apenas llegaría a 473, siendo que muchas eran todavía muy niñas y lejos de tener edad para procrear, si es que alguna vez llegaban a adultas. Para la futura generación quedaba, pues, un puñado de hembras demasiado pequeño para garantizar la reproducción de la raza. Más adelante veremos que, en efecto, una generación después el relevo generacional no se había producido y que los cuevas eran ya un pueblo virtualmente extinto.
  • 49. • En la década siguiente ocurrieron dos hechos que agravaron aún más la situación del indio. uno de ellos fue la extracción masiva de mano de obra indígena panameña para el Perú, tras iniciarse su conquista en 1532. Contamos con una referencia brutal: apenas un año después, según Gaspar de Espinosa, solo con ese destino se habían llevado de Panamá más de 10,000 indios varones jóvenes. Por lo abultada, esta cifra parece estar en contradicción con los padrones de población de los indios encomendados entre 1519 y 1522; sin embargo debe tenerse presente que estos indios pertenecían solo al grupo cueva, y probablemente la referencia que da Espinosa incluye a otros grupos situados al occidente panameño, como los de Natá, Cutará, Trota y aún más allá, hasta la región chiricana. El hecho es que este violento desgarrón demográfico fue fatal para una población ya tremendamente debilitada. A esto se agregó en 1531 una terrible pandemia que asoló a toda la población. A mediados de ese año un navío de Nicaragua llevó a Panamá el morbo que arrasó con gran cantidad de indios, esclavos negros y europeos:
  • 51.
  • 52. • En efecto, muchas minas dejaron de explotarse y se produjo una grave carestía de brazos para el trabajo en las sementeras. A la crisis demográfica seguiría, pues, la crisis de alimentos. • No debiera sorprender que hacia fines del siglo XVI quedaran en el Istmo muy pocos indios, tal vez no más de 15,000. Para algunos grupos y regiones la situación llegó al límite: pueblos enteros, como los cuevas, simplemente habían sido barridos del mapa. El siguiente episodio ilustra claramente su situación. En 1571, se envían desde Panamá dos partidas milicianas en persecución de esclavos cimarrones, que se habían convertido en una seria amenaza para la Colonia y, de hecho, señoreaban los territorios situados al este de Chepo, probablemente hasta el valle del actual Chucunaque, que entonces era conocido con el nombre de Bayano. En estas entradas se encontraron tres pueblos indígenas que eran probablemente lo último que restaba de los cuevas, a la sazón acosados por el norte por los cimarrones y por el sur por grupos indígenas enemigos que la documentación no identifica. El capitán Diego de Sotomayor encontró un grupo en «Bayano» (es decir en el valle del actual Chucunaque). Se reducía a 72 varones de guerra, fuera de mujeres y niños. Poblaban «tres caneys o casas juntas para mejor defenderse de los cimarrones», según la relación del propio Sotomayor.
  • 53. • El capitán Esteban de Trejo encontró otros dos grupos, uno de ellos, los talegras o taregras, en el río Balsas, y otro en el río Churruca o Churuca (o Garachiné) en el golfo de San Miguel. Se componía de 300 personas. Los tres grupos sumaban por todo probablemente menos de 700 individuos. Con objeto de protegerlos de los cimarrones, al grupo del Bayano se le trasladó al Real de San Miguel, en la isla mayor del archipiélago de Las Perlas en el golfo de Panamá. A los otros dos grupos, el del río Balsas y el del Churruca, se les envió al franciscano Cristóbal Suárez, para que los doctrinara. Suárez escribió desde Churuca al presidente de Panamá Diego de Vera un informe sobre los primeros resultados de su misión, tal vez la primera de su tipo en Darién. Parece, sin embargo, que esta misión fue rápidamente abandonada, pues todos los indios churucas y talegras le fueron entregados poco después en encomienda al capitán Trejo, quien los condujo a una isla del golfo de Panamá a fin de protegerlos de la amenaza de los indios hostiles. A esta isla se le dio el nombre de Churuca. En 1577 solo quedaban cien indios, entre chicos y grandes. Así escribía el chantre de la catedral de Panamá al rey, el 25 de abril de 1577:
  • 54. • Y en el golfo está una isla que se dice Churuca, donde tiene haciendas el capitán Esteban Trejo, donde residen algunos naturales que conforme a una memoria que de ellos me han mandado serán como ciento, chicos y grandes. Son todos cristianos, no tienen sacerdote más que para les confesar por cuaresma se les envía, el cual les confiesa y administra los sacramentos que han menester por aquel entretanto que van a los confesar. Estos están a cargo del dicho capitán [Trejo] y tiene allí españoles en sus haciendas que deben decirles la doctrina. • Esto era todo lo que restaba de los cuevas. Habían sido capturados por los cimarrones y esclavizados por estos y sus mujeres convertidas en concubinas. Los zambos o «zambahigos» que fueron censados en Ronconcholón, Jerenjerén y otros palenques, eran obviamente fruto de esta convivencia interétnica, que ya llevaba un par de generaciones de existencia, en uno de los primeros casos de mestizaje masivo entre negros e indios.
  • 55.
  • 56. • A la fase propiamente de Conquista concentrada en Darién sucedió otra que se extiende entre la década de 1520 y la de 1550 y que se desarrolla en la zona central y centro-occidental del Istmo. Durante este período, se produce también una rápida disminución de la población indígena, tan grave y acelerada como la ocurrida en la fase darienita. Este proceso de despoblamiento se agudizó todavía más durante la década de 1530 y llegó a un nivel crítico hacia 1538. A partir de 1532, con la euforia que produjo la conquista peruana, se produjo un frenesí migratorio y muchos colonos abandonaron Panamá llevándose a sus indios, unos siguiendo a Pedrarias para Nicaragua, y otros para Perú. Según Espinosa, como vimos, 10,000 indios varones fueron sacados del país. Esta inmensa sangría produjo una grave carestía de brazos y se hizo necesario traer mano de obra del exterior, sobre todo de Nicaragua, con la que Panamá mantenía una comunicación regular desde los tiempos de Pedrarias. Subrepticiamente, burlando las leyes y centinelas, se trajeron indios por centenares de diferentes partes del continente para venderlos como esclavos a los colonos.
  • 57. • Pero este flujo fue detenido en 1538 y la falta de brazos continuó y de hecho agravándose. En 1550 prácticamente toda la población indígena del archipiélago del golfo de Panamá había desaparecido y para poder continuar con las pesquerías de perlas, un mercader radicado en Cubagua y cabo de la Vela, en Venezuela, donde estaba decayendo la producción perlífera, se trasladó a Panamá con 600 indígenas. • La región de Natá ilustra también la gravedad de este proceso de despoblamiento. En 1522, como vimos, los indios repartidos probablemente no llegaban a 3,500, aunque tal vez eran menos de 3,000. Cuando el obispo fray Tomás de Berlanga, en su calidad de protector de indios, visita a Natá en 1537, solo encontró de 500 a 600 indios «entre grandes, chicos y mujeres», lo que evidencia los estragos que había causado en la población la sangría peruana. La migración de los colonos era también evidente: en 1532 la ciudad tenía 25 encomenderos, a fines de 1533 solo restaban entre 18 y 20 vecinos; según Berlanga, en 1537 no quedaban más de 15 vecinos encomenderos. Pero la despoblación continuó. En 1544 solo restaban 12 vecinos encomenderos. Según esta fuente, ninguno alcanzaba a tener «veinte indios de servicio porque son viejos y niños los demás».
  • 58.
  • 59. • Lo anterior sugiere una población inferior a 250 indios de encomienda. En la década siguiente, eran típicas las encomiendas con solo 12 o 13 indios, aunque las había de apenas 8, y la mayor de todas no sumaba arriba de 50 indios varones. Al finalizar la década de 1550, según una fuente, acaso parcializada y a la que le importaba exagerar la despoblación indígena, dice que en la jurisdicción de Natá quedaban solo entre 700 y 800 indios. Aunque otro informante más fidedigno, fray Pedro de Santa María, sostiene que en el momento de la abolición de la encomienda natariega en 1558 encontró en esa región entre 1,500 y 1,600 indios.
  • 60. • Pero estas diferencias numéricas no deben confundirnos. Es obvio que tras el impacto peruano, la población natariega se desploma velozmente, tanto de indios como de colonos. Pero luego se produce una cierta recuperación, gracias sin duda a la introducción de indios de afuera. Tal vez esta sea la causa de la aparente recuperación demográfica entre 1537 y 1561. Cuando se suprime la encomienda en 1558, ya Natá es un territorio de indios forasteros, como lo evidencia el cuadro que sigue Si nos fiamos de este cuadro, el reemplazo generacional de la población existente en 1522 y que ya discutí atrás, obviamente, no se había producido. Como se puede apreciar por el cuadro, apenas poco más de un cuarto de la población indígena era nativa del Istmo. Casi tres cuartos eran extranjeros. Lo que se comprende si recordamos que, desde la década de 1530 y debido a la crítica falta de brazos tras la sangría de la Conquista, empezaron a introducirse centenares de indios de distintas partes del continente que se vendían como esclavos. Dado que lo que se necesitaba era mano de obra para tipos de trabajo donde lo importante era la fuerza física, hubo mayor preferencia por esclavos varones. Esto explica el anormal desbalance entre los sexos.
  • 61.
  • 62. • Resulta impactante el carácter de la estructura demográfica, que es aún más anormal que la del censo de 1522. Apenas poco más de un cuarto de la población son mujeres adultas y menos del 15% son menores. Era, como en la generación de 1522, una población prácticamente sin niños, aunque la situación es mucho más crítica, porque el número de niños era diez veces menor; como entonces, la mortalidad infantil debía ser elevadísima. una generación más tarde probablemente habría menos de 50 mujeres jóvenes con capacidad de reproducir. A esta sombría perspectiva debemos agregar la práctica social de las indias de abortar y envenenarse cuando quedaban embarazadas, como se hacía precisamente para estas fechas, según informaba el padre Santa María. La propia india se rehusaba a reproducirse, aunque esta práctica no sería duradera.
  • 63. • Por lo demás, el brutal desbalance entre los sexos –con una relación de masculinidad de 2 a 1, es decir, más de dos varones por cada hembra– y la dramática exigüidad de la población infantil significa, simplemente, que el relevo generacional no era posible. Difícilmente sería con indios de este grupo que la población panameña podría regenerarse, porque no había suficientes mujeres ni una generación joven que pudiera asegurar la supervivencia del grupo. Es evidente que la crisis demográfica panameña ya alcanzaba los niveles escalofriantes de las islas del Caribe.
  • 64. FRACASO DE LAS PRIMERAS REDUCCIONES INDÍGENAS
  • 65. • Fue en ese período que se liberaron del régimen de encomienda los indios que poseían los encomenderos de la capital, tema al que ya me he referido en capítulos anteriores. Pero como hemos visto, este proyecto resultó en un lamentable fracaso, no obstante haber tratado de salvarlo el virrey Francisco de Toledo, ordenando refundir unos pueblos con otros o fundando otros nuevos. Otoque, Taboga y Cerro de Cabra desaparecieron, teniendo que refundirse los indígenas supervivientes en Chepo, que deja de ser un pueblo de indios, y ya avanzado el siglo XVII era un pueblo ladino, con más negros y mulatos que indios. Los pobladores de Cubita se convirtieron en peones de los colonos de Los Santos, un pueblo español fundado en 1569 en un sitio donde ya se habían establecido algunas familias blancas desde una década atrás. Cubita aún existía como tal en 1577, pero lentamente fue absorbida por Los Santos y finalmente desapareció. Parita y Penonomé sufrieron al principio un lento mestizaje, pero ya en el siglo XVIII era pueblos completamente ladinos e intensamente mestizados de blancos, indios y negros. Solo Olá, debido a su marginalidad geográfica, sobrevivió a lo largo de la Colonia con es- casas señales visibles de mestizaje, o al menos así lo sugieren las fuentes.
  • 66. • También repetiré brevemente lo que sucedió en la provincia de Veragua. En 1558 se inició la conquista de este territorio, pero se encontraron muy pocos indios para repartir en encomienda. En la zona minera de La Concepción, en la vertiente del Caribe, no se encontró ninguno, y para la extracción del mineral fue necesario introducir esclavos negros. Para la década de 1580 los esclavos sumaban unos 2,000, con una brumadora mayoría de varones. Los indios fueron sometidos al mismo maltrato que los de Natá y Panamá, sino peor. Ni siquiera se fundaron poblados donde pudieran vivir separados de los españoles y durante varias décadas persistió un clima de inestabilidad debido a las rebeliones de algunos grupos indígenas, sobre todo del golfo de Montijo y su pequeño archipiélago.
  • 67. • El pueblo español de La Filipina, fundado en 1571 en las cercanías de dicho golfo, fue atacado repetidas veces por indios de la isla de Cébaco y fue incendiado y destruido más de una vez. De hecho, toda la zona occidental de Veragua era tierra de indios, donde los colonos tenían poco control. Sin embargo la situación cambió rápidamente a partir de 1589, cuando se abandonaron los minerales y se inició la colonización de las tierras situadas al sur y el oeste de la provincia, fundándose sucesivamente Montijo, Remedios y Alanje entre ese año y 1591. Desde estos poblados se perseguían indios por las sabanas y montañas que eran arrastrados a los poblados para repartirlos en encomienda, aunque se les trataba tan abusivamente como si fueran esclavos.
  • 68. • La situación de Veragua no cambió hasta la primera década del siglo XVII cuando, tras la visita del obispo Antonio Calderón y del fiscal de la Audiencia Cristóbal Cacho de Santillana, se fundaron los primeros pueblos de indios. Poco después, las encomiendas empezaron a disminuir hasta casi desaparecer y en 1663 solo sobrevivía una con apenas seis indios. Este proceso coincide con varias campañas misionales de mercedarios, agustinos y dominicos, que atraen nuevos grupos indígenas de las montañas para poblarlos en las sabanas. La convivencia entre indios y colonos, a los que no faltaban algunos esclavos negros, produjo intercambios interétnicos tan intensos como en la región central del país, aunque esto ocurrió con un retraso de casi ocho décadas. En el siglo XVIII Veragua era también una provincia altamente mestizada.
  • 70. • El abandono de la minería veragüense en 1589 produjo una crisis económica en todo el Interior, sobre todo en Natá y Los Santos, que dependían del mercado minero para colocar sus productos agrícolas y sobre todo su ganado. Esta crisis provocó una de las características del poblamiento colonial en el Interior: la dispersión demográfica. Natá y Los Santos y otros centros poblados españoles se convirtieron en verdaderos pueblos fantasmas, solo reanimados para las fiestas religiosas, y la dispersión campesina contribuyó a acelerar el mestizaje. Para la misma época algunas reducciones de la Alcaldía Mayor de Natá se dispersan y aunque una y otra vez los indígenas vuelven a ser recogidos en poblado, la tarea nunca es del todo efectiva. • El fenómeno de la dispersión y el mestizaje era ya evidente en el Interior a principios del siglo XVII. Con muy poco o ningún control por parte de la autoridad colonial, campesinos blancos depauperados, negros horros o mulatos libertos, e indios dispersos, empezaron a mezclarse en el campo. Al mestizaje siguió de cerca la aculturación, de modo que tras un par de generaciones de con- tactos cercanos entre indios y las demás «mixturas», la cultura hispánica acabaría imponiéndose en todos los pueblos establecidos desde mediados del siglo XVI, sobre todo en los más viejos. En 1607, a raíz de su Visita pastoral el obispo Antonio Calderón escribe: • … había cinco pueblos de indios fundados muchos años ha, que los naturales de ellos son indios de mucha razón para indios que no saben hablar otra lengua sino la nuestra.
  • 71. • Se refería a Chepo, Penonomé y La Atalaya. Penonomé había sido fundado por el fiscal Villanueva Zapata con indios recogidos de los primitivos poblados de Parita (que tuvo que repoblarse en un nuevo lugar) y Olá. La Atalaya, la había fundado probablemente el fiscal Álvaro de Carvajal durante los primeros años de la década de 1570 en la que fue al parecer la primera Visita que realizó un funcionario de la Audiencia al Interior. Hacia 1620 el proceso de aculturación del indio seguía sin pausa. Según una versión del fiscal a.i. de la Audiencia, Pedro de la Cueva, los indios de Penonomé, Parita y Chepo eran «muy ladinos», siendo «criollos descendientes de los pobladores y si alguno hay de los antiguos son muy pocos». Hacia 1628, Vásquez de Espinosa escribe que en Chepo y Parita los indios habían perdido la lengua nativa. Los de Coclé y Penonomé eran «indios de razón», es decir, ladinos como los anteriores. La aportación negra también era evidente, por lo menos en la Alcaldía Mayor de Natá donde, según el presidente Álvaro de Quiñones, que escribe en 1630, «en todas sus poblaciones no hay sesenta casas de españoles, algunos mulatos, negros y mestizos».
  • 72. • Dispersión rural y mestizaje iban invariablemente de la mano y el típico campesino será, desde entonces, casi siempre un mestizo que porta genes de los tres grupos étnicos básicos de la Colonia. En el siglo XVII gran parte del territorio bajo efectivo control colonial ya estaba intensamente mestizado, y casi todos los pueblos fundados originalmente con indios ya eran pueblos mestizos y completamente aculturados o en avanzado proceso de serlo. • Cuando el obispo Ladrón de Guevara pasó en su Visita de 1691 por San Isidro Quiñones de Capira, un pueblo de indios fundado en 1628, observó que en él vivían «300 personas en que hay más de los ciento españoles, mulatos y zambos». Es decir, que solo un tercio eran indios. El resto eran de otras etnias o estaban mezclados. En 1760, según el informe del gobernador Antonio Gill y Gonzaga, ya Capira no tenía indios tributarios y aparece identificado como pueblo de «blancos y de color». Lo que quiere decir que había dejado de ser un pueblo de indios.
  • 73. • Chepo también dejó de ser un pueblo de indios para convertirse en pueblo mestizo. Estuvo bajo constante presión de los colonos de Panamá, atraídos por los aserraderos y la feracidad de sus pastos para el ganado. Se había además convertido en plaza militar para custodiar la frontera oriental de la amenaza cuna. Al indio de Chepo literalmente se le echó de su pueblo. Así lo expresaba con claridad el obispo Pedro Morcillo en 1736: • Era este, antiguamente y de su primera fundación, pueblo de indios, como consta en los libros antiguos de Iglesias. Estos se han ido aniquilando y con- sumiendo, porque al paso que se fue aumentando la gente que llaman de color, los españoles se hicieron dueños de la tierra, ellos o se fueron a otros parajes, o se han muerto, de tal suerte que los pocos que han quedado, que serán unos quince o veinte, andan como fugitivos y desterrados de su propia patria, por la persecución [que] los años pasados de 1730-1731, les hizo un comandante que gobernaba aquel real fuerte, hasta quitarles los bienes de su común.... • La fundación de Chame fue representativa del intenso proceso de mestizaje entre las varias etnias. Sus pobladores eran campesinos muy mezclados de indio, negro y blanco, que vivían a la buena de Dios, cultivando sus rozas o cuidando hatos de ganado propios o ajenos. No estaban sujetos a regla alguna y llevaban una existencia primitiva y salvaje, robando mujeres casadas, y constituyendo una amenaza para los viajeros y los pueblos vecinos, hasta que el oidor Sandoval y Guzmán decidió recogerlos en poblado en 1643. Algunos, dice el oidor, eran «tan facinerosos como los bandoleros de Cataluña». Pero al ser recogidos en poblado el mestizaje se facilitó aún más.
  • 74. • Otros pueblos originalmente indígenas, como Penonomé y Parita, corrieron la misma suerte que Chepo y Capira. También sufrirán desde temprano el em- bate agresivo del blanco. Para 1736, en Parita, donde el mestizaje había sido impresionante, solo quedan entre 25 y 30 indios, mientras que el resto de la población –unos 2,000 habitantes– es toda de color. Parita, obviamente, ya no era un pueblo de indios. • Utilizando materiales de archivos parroquiales para los años 1728 a 1752, el profesor Alberto Arjona ha elaborado un cuadro que permite conocer con bastante aproximación el nivel de mestizaje que existía para entonces en la población de Parita. Se trata del cuadro que sigue, basado en su manuscrito Los orígenes históricos del pueblo de Parita.
  • 75. • Si bien, de los tres grupos étnicos básicos, el grupo más numeroso a primera vista es el blanco, la representación de indios y negros también es alta, por lo que cualquier interpretación sobre el predominio de un grupo sobre otro en el proceso miscegenador cae en la mera especulación, sobre todo si tomamos en cuenta que los entierros sin identificación del color del individuo constituyen nada menos que el 67.5% del total. Descartando este grupo, mi cálculo tendría que limitarse a 474 casos claramente identificados. Aunque mucho menor, sin embargo, se trata también de una muestra representativa aceptable. • Se observa un primer grupo de individuos con componente blanco, integrado por blancos, mulatos y mestizos; otro grupo tiene como componente básico el negro, formado por negros, mulatos y zambos; y un tercer grupo tiene como componente básico el indígena, con indios, zambos y mestizos. Estos tres grupos suman un total de 545 casos. Tendríamos entonces que la población con componente blanco representa el 39.3%; la que tiene componente negro absorbe el 24.2%, y el grupo con sangre indígena contiene el 36.5%.
  • 76. • Con este resultado es difícil inclinarse claramente en favor de un predominio indomestizo o euromestizo. Sobre todo si consideramos que en aquella época no siempre en los documentos se aplicaba de manera rigurosa la referencia a la «casta», etnia o color del individuo. Esta laxitud en la referencia a la etnia se hace cada vez más notoria a medida que avanza el siglo XVIII. Lo anterior se comprende por las implicaciones sociales que esto tenía, siendo común que al rico, sin ser blanco, y a veces con apenas un leve mestizaje blanco, se le emblanqueciera en los documentos. • De esa manera, es frecuente encontrar en los textos coloniales a muchos euromestizos que aparecen como blancos, por lo que en los entierros de Parita podríamos encontrarnos con un número mayor de individuos cuyo componente era indígena, aumentando por lo tanto el valor porcentual de este grupo.
  • 77. • Sorprende, en primer lugar, el predominio del español sobre los otros dos grupos étnicos, aunque este predominio sea muy leve sobre el grupo indígena. Pero es el intenso mestizaje, como puede apreciarse a simple vista, lo que más debe llamarnos la atención ya que es esa la nota dominante de la población pariteña. Sobre las causas de este mestizaje, tal vez el más intenso entre todos los pueblos indígenas de la región natariega, nos escribe el obispo Morcillo en su Relación de 1736: Antiguamente era solo de indios, y con no sé qué levantamiento, omisión que hubo en dichos indios, se mandó por esta Real Audiencia pasasen a vivir en dicho sitio o pueblo, ocho o diez familias de gente blanca de La Villa, para contener a los indios, y con el comercio de estos con los indios se ha llenado el pueblo de mestizos, de tal suerte que hoy hay muy pocos indios, que no llegan a veinticinco o treinta; pero españoles, mestizos y zambos, habrá en todo género de gentes, dos mil almas.
  • 78. • En 1790 hay en Parita 1,259 blancos, 710 miscegenados, 167 esclavos negros y solo 24 indios. En Penonomé, la comercialización de la pita para el cordaje y base de su economía manufacturera, es ya un monopolio de blancos. Allí, como en Parita, las mejores tierras son ocupadas por hatos ganaderos, también de colonos blancos. El obispo Morcillo dice sobre Penonomé lo siguiente en su Relación de 1736:
  • 79. • Tiene muchas casas de indios, españoles y gente de color, los indios son muchos y fueran muchos más si no estuvieran esparcidos en toda la jurisdicción; creo habrá solo de indios en dicho pueblo de todo género de personas, más de mil almas, de españoles y de color habrá más de seiscientos; los indios tienen mucho ganado suyo, de cofradías y de común. Son muy ladinos y hábiles para todo, y por esto muy astutos, sagaces y pleitistas, que siempre tienen pleitos y demandas en todos los tribunales superiores.
  • 80. • Estos datos se refieren al propio poblado, sin comprender el total de su jurisdicción. Según el padrón de 1779, en Penonomé había 2,303 indios, 76 blancos, 1,170 libres de todos colores y 92 esclavos, más tres eclesiásticos. En 1790, para un total de 5,327 pobladores, cinco eran eclesiásticos, 37 blancos, 63 esclavos, 1,320 libres de todos colores y 3,902 indios. En 1779 la población mestizada, es decir «de todos colores», representaba el 32.1%; en 1790, el 24.8%. Las evidencias del mestizaje no pueden ser más rotundas. Los cuadros que siguen evidencian el mismo proceso en el resto del país. Empecemos por la región occidental.
  • 81. • Para 1691, como lo evidencia la Relación diocesana del obispo Ladrón de Guevara, el fenómeno del mestizaje marcaba un profundo surco a todo lo largo de la geografía panameña, aunque sus características variaban de una zona a otra, puesto que las había donde predominaban los indios, o donde el mestizaje era mulato, o bien hispano-indígena, o era más evidente la zambización, dado el predominio de las mezclas entre indios y negros. • Los cuadros que aquí incluyo permiten establecer los distintos niveles de mestizaje según la zona. Así por ejemplo, en los padrones de 1790, el mestizaje tuvo características distintas en las dos principales regiones históricas de la Alcaldía Mayor de Natá, es decir en las jurisdicciones de Natá y Los Santos. Era evidente que, debido a que el componente blanco era mayoritario en Los Santos –un 41.3% del total– frente a un 5.7% de indios y un diminuto 2.7% de negros, el importante derivado mestizo y que las estadísticas definían por el nombre genérico e indiferenciado de «libres» –un 50.3% del total– debía ser sin duda pre- dominantemente euromestizo. De hecho, no era otra cosa que una verificación histórica para una realidad que podemos comprobar con solo hacer una visita a esa zona, una de cuyas características es, precisamente el predominio euromestizo de sus habitantes. En cambio, en la vecina jurisdicción de Natá –desde Santa María hasta Antón y sus alrededores–, la relación de indios y blancos se invierte, reduciéndose la de estos últimos a solo un 4.3% y elevándose la indígena al
  • 82. • 39%;y dado que el porcentaje de esclavos negros era muy bajo –el 2.9%– es de suponer que el 54% de «libres» lo constituían sobre todo indomestizos, pues era obvio que el componente indio era el decisivo, de la misma manera que lo era el blanco en Los Santos. • El padrón que se hizo en 1783 para la provincia de Veragua –hoy provincias de Chiriquí y Veraguas– permite un tratamiento igual. También en las dos regiones históricas de Chiriquí y Veragua se advierten claras diferencias debido a que los componentes étnicos pesan de manera distinta en cada una. En Chiriquí por ejemplo, los blancos son, en términos relativos, más de tres veces que en Ve- ragua; también en Chiriquí la proporción de indios es menor. En cambio la población libre y esclava se aproxima bastante en términos relativos, en ambas zonas. En toda la provincia, como en la Alcaldía Mayor de Natá la población de «libres», es decir mestizos de distintas mezclas sociorraciales, representa ya la gran mayoría de la población, con alrededor del 57% del total, lo que evidencia el extraordinario proceso de miscegenación que se había logrado en el Interior para fines de la colonia. • Pero como he dicho, las características del mestizaje variaban de región a región. De acuerdo a los datos que aquí se han examinado, es evidente que el aporte indígena debía ser dominante en Veragua y tal vez la mayoría de los «libres» era allí indomestiza. La situación es menos definida en Chiriquí, donde el componente blanco compensaba la aportación indígena y, como consecuencia, la población libre debía acusar ambas presencias sin imponerse del todo una sobre otra. Sin embargo, también hay evidencias de que en una y otra zona abun- daban los zambos, y es sintomático que en 1724 esta casta estamental jugara un rol decisivo en la rebelión Contrerista, uno de los brotes populares más sangrientos que tuvo lugar en Chiriquí durante la colonia49.
  • 83. • En las cabeceras de partido, como Los Santos, David, Santiago y Alanje, se concentraban los patricios blancos que, gracias a su mayor capacidad económica, podían hacerse acompañar de una apreciable cantidad de esclavos domésticos, lo que daba una alta proporción de blancos y negros a estos poblados. En cambio, allí se encontraban muy pocos indios, o no los había del todo. En los censos de 1783 y 1790, por ejemplo, no se registra un solo indio en Alanje y Los Santos; de modo que en lugares como estos el mestizaje era sobre todo entre negros y blancos, es decir una población mulata. Pero en pueblos como Natá y Antón, donde había muchos esclavos negros e indios, debían abundar los zambos.
  • 84. • En cuanto a Panamá y su entorno veamos lo que sugiere el censo de 1790. En primer lugar es preciso hacer una distinción entre la capital propiamente y su jurisdicción. En la capital se da un porcentaje de blancos semejante a Chiriquí, con un 11%, mientras que los indios prácticamente no existen; tiene la más alta concentración relativa de esclavos, con la excepción de Portobelo, y la pro- porción de libres supera el 66%; por tanto, es obvio que su población tiene una gran mayoría mulata, ya que los grandes componentes estamentales en juego,
  • 85. • casi exclusivamente, son blancos y negros. En los campos jurisdiccionales había casi tantos esclavos negros como indios, y aunque había unos pocos cientos de blancos –numéricamente el estamento más reducido– la alta concentración de libres era probablemente mestiza de los dos grupos dominantes, es decir zambos. • Finalmente Portobelo, cuyos grupos estamentales guardan proporciones muy cercanas a las de la capital, y es comprensible, puesto que se trata de concentraciones humanas muy semejantes, tanto por ser ambas ciudades terminales como por sus antecedentes históricos. En 1782, para tomar uno solo de los numerosos censos que se levantaron en la ciudad durante esos años, el 6.9% de los 1,612 habitantes de Portobelo eran blancos (excluidos diez religiosos), el 1.6% eran indios, el 19.8% eran esclavos, y como para que no quepa duda de su mestizaje, no se habla de «libres», como en los demás censos del resto del país, sino específicamente de «mulatos», que representan la enorme mayoría con el 71.8%.
  • 86. • Por donde quiera que se mire, las pruebas estadísticas evidencian que tal vez el hecho demográfico más característico de fines del período colonial era el creciente mestizaje, como lo demuestra la circunstancia de que por todas partes el grupo estamental dominante es el denominado libre, o liberto, siendo que, para la totalidad del país constituía más de la mitad del total de habitantes: para una población censada de unos 74,182 habitantes (si tomamos en cuenta los censos parciales de 1783 a 1793), 41,080 eran libres, es decir el 55.4%.
  • 87. • Por desgracia se hace difícil seguir la pista a este proceso una vez entramos al período republicano ya que, tal vez por razones políticas e ideológicas, los censos –que son leyes de la república, y con ese carácter aparecían cuando se publicaban– no agrupan más a la población por estamentos, casta, o grupo sociorracial, y el único estamento individuado es el esclavo. Sin embargo, apenas cabe dudar que el mestizaje continuó ampliándose. En ese sentido lo único que nos queda es el estimado más bien grosero, que hizo el cónsul británico William Perry en su informe regular de 9 de agosto de 1843 al conde de Aberdeen. Aun- que Perry dice referirse a todo el «Istmo», a juzgar por las otras cifras censales que da, sus datos se limitan obviamente a la provincia de Panamá. Da un 10% para los blancos, un 15% para los «negros», un 20% para los indios, un 25% para la «mezcla de indio y negro, llamados zambos», y un 30% para la «mezcla de blanco con indio, llamados mestizos».
  • 88. • Estas proporciones deben aceptarse solo con reservas, aunque no hay otras para estos años. Las discutiré teniendo presente el censo para la provincia de 1790 (entonces con 46,735 habitantes sin los religiosos): el 18.6% eran blancos; el 14.7% eran indios; el 59.9% eran libres y el 6.7% eran esclavos. Si aceptamos las cifras de Perry, tendríamos que los blancos han sufrido una disminución relativa de casi 9 puntos; mientras que los indios han aumentado en un 5%. Si descontamos el 1.2% de los esclavos que, según el censo, había en la provincia para 1843 (880 esclavos para un total de 74,579 habitantes), la proporción de «negros».
  • 89. • quedaría en 13.8%, y siendo que se trataba de negros libres, si los agregamos a los zambos y los «mestizos», que también eran libres, tendríamos que la población cuantificada como liberta en los padrones coloniales, representaba en 1843 el 68.8% del total de la población. Es decir, que este grupo habría crecido en cerca de un 9% desde 1790; y hasta podría sugerirse que lo había hecho a costa del componente blanco. • Debe observarse, sin embargo, que el cónsul no hace mención de los mula- tos, que como sabemos constituían una gran mayoría durante la Colonia, aunque probablemente los incluyó bajo el rubro genérico de «negros» (para un inglés, cualquier individuo con piel muy oscura no era seguramente otra cosa que negro) en cuyo caso, la población con un componente africano dominante representaba el 15% (con el 1.2% de los esclavos), lo que sumado el 25% de los zambos, nos da un 40% para los afromestizos, es decir, que este es el grupo mayoritario de la provincia, seguido de los mestizos de indios y blancos, luego de los «indios», situándose los «blancos» al final de la cadena.
  • 90. FRACASO DE LA POLÍTICA SEGREGACIONISTA
  • 91. • La política indigenista de la Corona había pretendido, mediante una estricta normativa, la separación de indios y españoles creando la República de Indios y la República de Españoles. Para eso se fundaban pueblos donde debían residir exclusivamente los de uno u otro grupo. Sin embargo, no creó un espacio para una República de Negros, ni contempló la posibilidad de que se fundaran pueblos solo para estos o para los que resultaran de un no deseado mestizaje entre los tres grupos. Pero, como hemos visto hasta aquí, tal política fracasó porque era impracticable y poco realista. Era antinatural e ignoraba las pulsiones más elementales del ser humano. Lo que resultó fue tan imprevisible como inevitable. Nada salió como se esperaba y todos se mezclaron entre sí. Fue uno de los grandes fracasos de la política colonial.
  • 92. • Algunos pueblos de indios como Parita y Penonomé, y en menor escala otros como Olá y La Atalaya, ciertamente lograron sobrevivir e incluso crecer en población. Si algo quedó del indio fueron sus genes que, gracias al mestizaje, pudieron permanecer, circularon y se perpetuaron para llegar hasta nosotros. El mestizaje aseguró su supervivencia biológica. Pero uno a uno, empezando por Chepo, tal vez el caso más extremo, fueron convirtiéndose en comunidades no indígenas, llegando al siglo XVIII enteramente mestizados biológica y culturalmente. No se consiguió, por tanto, el objetivo de preservar al indio en comunidades aisladas para evitar que el blanco o el negro entraran en contacto con él, lo maltrataran y en el mejor de los casos simplemente lo malearan enseñándoles sus malas costumbres. La intención de mantenerlos recogidos en poblaciones tampoco resultó sino en escasa medida, pues una de las características más notorias que he señalado aquí es la intensa dispersión geográfica de la población.
  • 93. • La Corona no deseaba el mestizaje; es más, trataba de impedirlo. Tampoco tenía el menor interés por preservar la integridad de la cultura indígena, y para acelerar su desintegración estaban, justamente, los soldados de la Fe con el mensaje de La Palabra. Lo que se buscaba, ciertamente, era asimilar cuanto antes al indígena, incorporarlo expeditamente al sistema, convertirlo en cristiano y en obediente súbdito del monarca. ¿Pero cómo podía asimilarse al indio confinándolo en pueblos alejados de los españoles e impidiendo el mestizaje? Lo opuesto, en realidad, habría sido la fórmula más expedita para lograrlo, ya que tras una o dos generaciones se habrían alcanzado, precisamente, los principales objetivos que se buscaban. • En el esfuerzo por conciliar estos opuestos, existía una contradicción esencial. Era una vana aspiración por cuadrar el círculo.
  • 94. • En Panamá, como en otras partes de América, el resultado evidente y por lo demás inevitable, fue la pérdida total de la identidad cultural indígena, por lo menos en las zonas que hasta aquí se han considerado. Gracias al mestizaje, se borró toda huella de su pasado cultural. Gracias también al mestizaje, la campiña volvió a recuperarse demográficamente, de modo que cada vez había más brazos y pudieron abrirse nuevas fronteras económicas. La homogeneización cultural consiguiente, permitió ofrecer un frente común para defenderse de los ataques del exterior. Y así pudo enfrentar con eficacia a los mosquitos de Nica- ragua. Con más brazos y mayor homogeneización de la sociedad, se hizo posible vencer, o en todo caso debilitar, la amenaza de ataques indígenas locales como los cunas, y crear nuevas fronteras de colonización, o haciendo más estable la ocupación de viejos territorios.
  • 95. • ¿Pero no eran esos los resultados que debía desear la colonia? La política indigenista, planteada de la manera que hemos visto hasta aquí, no tenía ninguna posibilidad de éxito y la realidad no tardó en hacerse evidente a los que convivían a diario con ella. En la documentación colonial, por lo menos hasta mediados del siglo XVIII, la insistencia por repetir el error de seguir aplicando esa política, continuó estrellándose con la realidad. ¿Significa esto que el proyecto indigenista era ilusorio, poco práctico, incluso maníaco? Lo cierto es que, a partir de mediados del siglo XVIII o poco después, empieza a percibirse un cambio de actitud e incluso posturas que proponen soluciones diametralmente opuestas a la tradicionales: aplastar a los indios rebeldes, promover el mestizaje para acelerar la asimilación del indígena a fin de neutralizarlo como peso muerto o como factor negativo, según la generalizada opinión que el español o el «criollo» tenía de ellos. O bien, dejarles en paz, sin obligarles a abrazar el cristianismo y congregarse en poblados, y por el contrario, procurar atraérselos con mano blanda, «con caricias», sin presionarles por ningún medio, como proponía más sabiamente el marqués del Campo en 1786, haciéndose eco de un clamor cada vez más generalizado.
  • 96. • Como si la realidad venciera a la ilusión, la quimera de un mundo donde el español pudiera coexistir con el indio sin sombra de mezcla, disciplinadamente recogidos, indios y blancos cada uno en su ciudad, creyentes todos en la misma fe, obedientes ciegos a un único monarca. ¿Sería legítimo concluir que la colonización fue víctima de una política irracional entregada a una quimera irrealizable, pero que a la vez pudo salvarse porque descubrió a tiempo los mecanismos que le permitieran adaptarse a las exigencias prácticas de la vida diaria.
  • 98. • Sin embargo, no todo resultó así, es decir, no todo el país se mestizó o se homogeneizó culturalmente. Durante todo el período colonial, una gran extensión de territorio permaneció fuera del control español y continuó en mano de los in- dios. En las montañas de Veragua y Chiriquí y en la extensa franja costera de Coclé, Veragua y Bocas del Toro la presencia española fue virtualmente inexistente. Tampoco la presencia española fue muy efectiva en la región oriental del Istmo, en el Darién histórico. Por allí había empezado la Conquista, pero el Darién fue abandonado a la selva (y a los cunas) en favor del territorio occidental. Desde su primera incursión militar contra Chepo en 1611, los cunas convirtieron la zona darienita en frontera militar. El estado de guerra fue endémico durante todo el período colonial y los cunas nunca se dejaron someter, salvo algunos grupos situados al sur del Darién. En la década de 1630 se inició la campaña misional de fray Adrián de Santo Tomás, y la influencia española empezó a sentirse por primera vez en esa zona. Pero fue una presencia precaria. El Gobierno decidió en 1650 establecer allí un puesto militar que provocó el inmediato rechazo cuna y pronto se reanudó el conflicto que ya no cesaría, con paces y treguas intermitentes y de escasa duración.
  • 99. • Como resultado de la presencia española en el Darién del Sur, en la dé- cada de 1680 se descubren los ricos minerales de Cana, donde se establecen los primeros colonos españoles con cuadrillas de esclavos, se fundan algunos poblados y también se inicia un proceso miscegenador entre blancos, indios y negros. • Durante estos mismos años se internan por la costa oriental del Istmo los primeros piratas de distintas nacionalidades europeas y, muy poco después, algunos se establecen en las costas de San Blas (hoy Guna Yala), donde se radican como colonos y cultivan cacao para exportar. La mayoría eran franceses hugonotes que mantenían relaciones cordiales con los cunas y se unen con sus mujeres, iniciándose también en esa zona un activo mestizaje. Esta presencia francesa se extendería hasta mediados del siglo XVIII, cuando los hugonotes son masacrados por los indios inducidos por los ingleses. En las costas de Bocas del Toro también se establecieron viejos piratas y se mezclaron con los indios, aunque algunos indicios sugieren que esta presencia fue menos duradera y apenas la mencionan los textos de la época.
  • 100. LA POBLACIÓN INDÍGENA A FINES DE LA COLONIA
  • 101. • Para estas poblaciones marginales fuera de control español no hay estadísticas. Sin embargo, en 1740 la población cuna fue estimada en 20,000 habitantes, tal vez de manera exagerada. En la década de 1790, del total de 72,637 habitantes empadronados en todo el país, solo 15,031 eran indígenas, representando el 20.7% del total, es decir un quinto de la población. • Debido a las frecuentes campañas militares en territorio cuna, donde muchos perecían y sus sementeras quedaban destruidas, en la segunda mitad del siglo XVIII probablemente la población indígena del Darién no superaba las 5,000 almas. A esta suma habría que agregar los indígenas que vivían fuera del alcance de los colonos y que no eran empadronados, como los que se encontraban en las montañas de Coclé, Veragua, Chiriquí, Bocas del Toro e incluso Azuero, que probablemente serían otros mil más. Para fines del período colonial tal vez no había en todo el país más de 20,000 a 22,000 indios. Si los datos que aquí he manejado son ciertos, significa que la población indígena de los tiempos del contacto se había reducido en doce veces su tamaño original. De hecho, la población empadronada de todo el país a fines de la colonia, estimada entre 78,000 y 80,000 habitantes, era tres veces inferior a la que se supone existía a la llegada de los primeros europeos en el siglo XVI.