El documento describe la historia y cultura del Tíbet. El Tíbet estaba regido por el Dalai Lama y dividido en tres clases sociales principales. Los monjes budistas tibetanos, llamados lamas, dedicaban sus vidas a la meditación y el desarrollo de poderes psíquicos. Aunque China invadió y anexó el Tíbet, los lamas lograron preservar antiguos conocimientos secretos sobre el alma y la mente.
1. LA LEYENDA DEL TIBET
Enrique de Miranda
El antiguo territorio del Tibet, en-
clavado en la zona donde existen las
más altas montañas de la tierra, ha
constituido siempre una leyenda que
ha interesado a miles de personas; a tal
punto que muchas de ellas han acu-
dido en el pasado a visitar el pequeño
país. Pero para quienes tal cosa ha re-
sultado imposible, siempre han existi-
do cientos de libros escritos én todas
las lenguas, que narran las peculiarida-
des de su historia, su geografía, su po-
lítica... y los increíbles relatos sobre
los Lamas.
Divididos en tres clases sociales
principales; guerreros, monjes y comer-
ciantes, los tibetanos eran regidos por
el Dala¡ Lama, suprema autoridad ci-
vil, militar y eclesiástica. El principal
medio de transportación en el abrupto
país eran los caballos y los yaks. Los
fuertes vientos azotan aldeas y pica-
chos con la fuerza de verdaderos ven-
davales y la temperatura baja muchos
grados por debajo de cero entre las
cumbres nevadas. Las laderas de las
montañas se encuentran salpicadas de
monasterios en los cuales habitaban
miles de monjes budistas y Lamas, los
cuales dedicaban sus vidas a la medita-
ción y el desarrollo de los poderes in-
ternos en medio de una quietud total
hasta la invasión del país por China
Comunista, a la que quedó finalmente
anexado el país, luego de una heróica
pero inútil resistencia. El Dala¡ Lama
y los lamas principales se refugiaron
en la India y el Pachen Lama fue de-
signado por el gobierno chino para lle-
nar el vacío dejado por el "recóndito",
cabeza del Tibet y depositario del po-
der esotérico de un país que durante
siglos ha representado el misticismo
y ha sido ejemplo sorprendente del
verdadero alcance de la mente del
hombre.
Para comprender cómo y por qué
los Lamas tibetanos lograron realizar
cosas que parecen verdaderos mila-
gros, es necesario ante todo asimilar
la diferencia de eultura entre Occiden-
te y Oriente. Occidente es activo y
Oriente pasivo. Occidente vive hacia
afuera y Oriente hacia dentro. Noso-
tros pretendemos dominar un mundo
que aún no conocemos y ellos aspiran
a conocer al hombre y dominar sus
emociones. El occidental resuelve el
problema de la supervivencia del alma
con el reflejo de su innata impaciencia:
en una sola vida el hombre se salva o se
condena. El oriental acude a la reen-
carnación y en ella nos habla de la rue-
da de la vida que gira sin cesar llevan-
do al hombre, a través de numerosas
encarnaciones, a un gradual perfeccio-
namiento.
Muchos hombres y mujeres de só-
lida reputación que en el pasado han
visitado el Tibet, han descripto sus
experiencias maravillosas en numero-
sos libros, crónicas de viaje y artículos
periodísticos. Formas mentales, tele-
patía, clarividencia, curaciones inex-
plicables, proyecciones astrales.., y
unos gigantescos hombres momifica-
dos recubiertos de oro escondidos en
cuevas secretas sólo conocidas por los
grandes Lamas. A este respecto, los
dignatarios lamanistas refieren una ex-
traña historia: esos gigantes eran los
antepasados del hombre actual y po-
blaron la tierra hace muchos miles de
años, cuando la talla de los hombres
era gigantesca y disponían de poderes
psíquicos hoy desconocidos a los hu-
manos. Aquella raza de gigantes desa-
pareció ante una súbita y terrible he-
catombe y todo parece indicar que se
trata de los atlantes o pobladores de
la Atlántida, el continente desapare-
cido en tiempos remotos.
Aunque en Occidente existen unos
pocos movimientos místicos de impor-
tancia, el tipo de vida de nuestra mal
ponderada civilización occidental difi-
culta a los adeptos el desarrollo de los
poderes psíquicos. Donde el Lama dis-
pone de horas enteras para dedicarse a
la meditación, el místico occidental es-
casamente dispone de un par de horas
al día para meditar y desarrollar sus
sentidos internos. En el Tibet todo era
silencio y quietud en las inaccesibles
alturas. En Occidente el místico ape-
nas dispone de una estancia aislada del
fárrago del tráfico, de los alaridos del
radio y los chirridos de la televisión.
Indiscutiblemente, los tibetanos, depo-
sitarios de una cultura y conocimien-
tos milenarios hoy desaparecidos, nos
aventajan muy ampliamente. En Orien-
te el niño se familiariza desde su naci-
miento con la idea de la inmortalidad
del alma, con la reencarnación y con
conceptos que conducen a la paz es-
piritual. Occidente descansa sobre fal-
sos valores en los que no cree y la duda
roe sus entrañas como un cáncer malig-
no. Aquí la prisa también rige la vida
y la muerte. Hay una sola vida y hay
que vivirla deprisa, porque el tiempo se
nos escapa. Allá el tiempo carece de
importancia. El oriental sabe que an-
tes de ser, ha sido, y luego de ser será;
que la muerte es sólo una puerta y el
alma vuelve a otro cuerpo cuando éste
se desgasta y deteriora. Ha existido
toda una eternidad en el pasado y exis-
te otra eternidad para el futuro. Y el
alma del hombre, como una centella
rutilante, cruza una y otra vez por los
cielos eternos de la vida para alcanzar
la perfección; imposible de lograr en
una sola existencia.
A la pregunta de por qué estos ex-
traños conocimientos supervivieron
precisamente en el Tibet, puede res-
ponder la peculiar geografía tibetana,
pues el país, enclavado entre gigantes-
cas montañas, resulta prácticamente
innaccesible. Según antiguas tradicio-
nes tibetanas, los Lamas son deposi-
tarios de secretos milenarios que se
han ido transmitiendo de generación
en generación. Dichos secretos se re-
fieren a conocimientos sobre el alma
inmortal del hombre, la forma de pro-
yectarla instantáneamente hacia cula-
quier lugar en el tiempo o el espacio,
los poderes increíbles de la mente, la
facultad de convertir los pensamien-
tos visualizados en hechos concretos,
la transmisión del peramiento, las ma-
terializaciones, la facultad de ver el
aura y otras manifestaciones psí-
quicas, la posibilidad de recordar en-
carnaciones pasadas y ver la aparien-
cia física de las mismas, el poder de
consultar los archivos akáshicos y lo-
grar la iluminación cósmica y la paz
interior. Los lamas afirman que en
tiempos remotos todos los hombres
disfrutaban de tales poderes, pero el
mal uso que hicieron de los mismos
les hizo perder tales facultades. Sin
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2. El Dala¡ Lama, representación de la vida espiritual del Tibet.
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embargo, todos los hombres tienen ta-
les poderes latentes dentro de sí, si
bien en unos más desarrollados que en
Otros, de acuerdo al grado de evolu-
ción de cada cual. El hombre occiden-
tal puede, igualmente, desarrollar su
ojo psíquico si se lo propone, aunque
esto último le resulte una tarea más
ardua que a un oriental, por las razo-
nes que hemos apuntado anteriormen-
te. Desgraciadamente, existe en Occi-
dente bastante confusión en cuanto a
estos temas y ello da pie a la charla-
tanería y a la creación de organizacio-
nes pseudo—místicas que con propósi-
tos de lucro ofrecen despertar los po-
deres más completos y milagrosos en
unos pocos días. Para el que busca
realmente la verdad, para el estudian-
te serio, la primera premisa es que el
desarrollo de los poderes internos es
tarea ardua y difícil. No se mide en
término de días, sino de meses y años.
Cuán grande diferencia entre el am-
biente de los antiguos monasterios y
lamaserías tibetianas y la vida hueca y
vertiginosa de nuestros países! De un
lado los monjes budistas de cabeza
afeitada, con sus largas túnicas, en me-
dio de las nubes de incienso y el tinti-
neo de las campanillas de plata en los
servicios religiosos. El extraño ritorne-
lo de la mantra "O-Mani-Padme-UM",
con sus sonidos para despertar centros
psíquicos del cuerpo. La gran lamasería
de Chakpori, la placidez del rio Feliz,
los agrestes paisajes montañosos en
medio del silencio más impresionante
que concebirse pueda...
Del otro lado, el vértigo de una vida de
locura, donde la violencia, el cri-
men, las drogas y la carencia de prin-
cipios e ideales corrompen a naciones
enteras. El vértigo de la velocidad; au-
tomóviles que se desplazan como bóli-
dos y una eterna prisa por aturdirse,
por correr sin llegar a ninguna parte,
por no saber nada. Y en el fondo de
todo, un oscuro y terrible temor a la
muerte por desconocer qué significa
realmente. Cuántos se preguntan real-
mente en Occidente de dónde venimos
y a dónde vamos? Cuántos se detienen
a pensar qué somos realmente, cuál es
el fin de la vida o desde cuándo existe
ésta?
El occidental totaliza, por lo ge-
neral, las cosas. Busca los extremos.
Para el oriental, nada mejor que "el
camino del medio". Ni muy rico ni
muy pobre, ni muy bueno, ni muy ma-
lo, ni muy alto, ni muy bajo. Para no-
sotros, cada día vivido es un día me-
nos de vida. Para ellos, cada día vivi-
do es un día más de experiencia. Para
el occidental, la muerte significa una
pérdida irreparable, una desgracia.
Para el oriental, la muerte es una li-
beración y la posibilidad de haber sal-
dado una deuda kármica y hallar una
mejor vida en la próxima encarnación.
Existe un obra memorable de la li-
teratura sagrada tibetana llamada "El
Bardo" o "El Bardo Thodol", que des-
cribe los estados por los que atraviesa
el alma cuando abandona el cuerpo
físico. Es una obra que se lee con gus-
to más de una vez y constituye una de
las piedras fundamentales de las creen-
cias esotéricas tibetanas.
Conceptos tales como el Cordón
de Plata, la metempsicosis, el Karma,
el kundalini, las mantras, los archivos
akáshicos, las proyecciones y otros,
recién comenzaron a difundirse en
Occidente. Y sin embargo, en Orien-
te son conocidas desde tiempos inme-
moriales. No es por azar que Buda re-
cibiera la iluminación por medio de
la meditación. Esta maravillosa cos-
tumbre se practica en Oriente desde
tiempos antiquísimos y produce, cier-
tamente, resultados increíbles. La me-
ditación abre los canales de la per-
cepción psíquica y hallamos respuesta
a problemas que de otra forma no po-
dríamos resolver.
Hoy el Tibet es sólo un recuerdo.
Absorbido como nación por China Ro-
ja, se ha alterado todo su tranquilo sis-
tema de vida. Pero en alguna parte del
Tibet, lamas diligentes han ocultado
las gigantescas momias doradas, los
anales sagrados y extraños aparatos
que se aseguran pertenecieron a civi-
lizaciónnes super—desarrolladas cuyo
paso se pierde en la noche de los tiem-
pos. Los libros sagrados permanecen
bien ocultos en recónditas cavernas.
Pero el nombre del Tibet flota como
una nube por el mundo y anda de bo-
ca en boca,. Una fiebre de conoci-
mientos metafísicos ha invadido Occi-
dente. La Era de Acuario se acerca y
su paso se afirma que marcará la apa-
rición del hombre nuevo. Nombres
como Von Danikeri, Pawels y Ber-
gier, resuenan en ámbitos literarios
dejando profunda huella en nuestras
generaciones. Las obras de Lobsang
Rampa se han convertido en unos
de los libros más difundidos de los
últimos tiempos. Las cartas del Tarot,
la alquimia, el esoterismo y la meta-
física se abren paso en nuestras tierras
con ímpetu irrefrenable.
Y el Tibet vivirá tanto tiempo como
vivan las verdades que sus lamas guar-
daron durante siglos y que hoy co-
mienzan a conocerse ampliamente en-
tre nosotros. Enrique de Miranda
vi