El ingeniero civil inglés William Hale se dirigió a los austriacos en 1858 con sus cohetes, supuestamente más precisos, totalmente metálicos, sin pegamento y con giro estabilizado. Después de varios ensayos (presididos por Schmidt), los austriacos compraron el secreto de estos proyectiles y también sus prensas hidráulicas por la suma de dos mil libras. Los austriacos modificaron a fondo la configuración de estos cohetes y según un escritor austriaco, "sólo conservaron el principio de Hale".