1. Publicado en: Observatorio de Recursos Humanos y Relaciones Laborales, Nº 47, junio 2010
Foto:Baharri
http://confidenciasdeungerente.blogspot.com
Efrén Martín, gerente de y profesor de
www.fvmartin.net
Hace décadas, en una fábrica de neumáticos,
una operaria comenzó a trabajar como le
habían indicado. Al finalizar la jornada, en su
casa, la chica seguía pensando cómo hacer
mejor su trabajo. Después de un tiempo
sugirió una mejora al encargado, quien le dijo
que no funcionaría y que hiciese las cosas
“como siempre se habían hecho”. Al cabo de
unos días se quedó atónita, cuando el mismo
encargado le dijo que iban a cambiar los
métodos y empezó a explicarle…su propia
idea. Incluso negó que la solución fuese la
misma que la chica había expuesto, cuando
ella se lo recordó. Ese día la joven decidió que
“nunca pensaría nada más para su empresa”;
y no fue un caso aislado, pues años después la
fábrica, ya obsoleta, tuvo que ser vendida.
Dicen que necesitamos innovación, pero no
la crearemos menospreciando las ideas de los
demás ni apelando a la autoridad, el temor, los
ruegos o haciendo trampas. Hay que estimular
el ingenio de los otros, pagando un precio. Si
alguien nos da una idea –o parte de una idea-
hemos de reconocer al menos su mérito. No
sería justo quedarnos con ambas cosas.
Mi mejor profesor me dijo en cierta ocasión:
“El individuo se agota en sí mismo”. A veces
necesitamos recurrir al enfoque de otros,
porque quien tiene el problema se bloquea y
no encontrará la solución, al menos de
forma rápida y sencilla; mientras quien no lo
tiene lo logrará con mayor probabilidad.
Para descubrir tanto problemas como
soluciones hemos de conquistar la mente
de los demás y para ello el primer paso es
emocional. Hay que ganarse su corazón:
“Uno de mis alumnos se resistía a contarme
las premisas de un ejercicio de creatividad
que había despertado mi curiosidad, hasta
que le di cierta satisfacción (prometí no
cesar hasta solucionarlo, lo que es una
venganza perfecta para aquellos a quienes
obligamos a estudiar intensamente). Mis
desvelos le resultaban tan gratificantes que
aceptó explicarme el dilema sin su solución.
Tras acabar la clase, me dirigí al aula
donde tengo otro grupo de alumnos. Creé
ambiente diciendo que no íbamos a dar
materia, sino a hablar de creatividad y les
desafié a resolver el acertijo anterior.
Estaban encantados y, durante 10 minutos,
70 lúcidas mentes estuvieron pensando
para mí sin saberlo. Cuando uno de los
chicos encontró la solución, le pedí que lo
explicase al resto de la clase. Ese día yo me
quedé con la idea y él con la gloria. Después
expliqué el método a ambos grupos y todos
los años les exhorto a practicarlo”.
Es muy desmotivador que otro se apropie
de tu idea y, además, te la explique. Si
alguien actuase así con nosotros, no le
contaríamos nada relevante. No caigamos
en ese error también nosotros. Reconocer
las ideas ajenas es la mejor forma de
activar que vuelvan a prestarnos su
inteligencia en el futuro. Así, puedo afirmar
con satisfacción que:
LLaa mmaayyoorr ppaarrttee ddee mmiiss bbuueennaass iiddeeaass,, llaass
hhaa tteenniiddoo mmii mmuujjeerr.