San Pablo y San Bernabé viajaron a las ciudades de Listra y Derbe para predicar el evangelio. En Listra, San Pablo curó a un hombre cojo, lo que llevó a la gente a creer que eran dioses. Los judíos de otras ciudades convencieron a la gente de lapidar a San Pablo, dejándolo por muerto. Aunque los apóstoles lograron impedir que los sacrificaran, la hostilidad de los judíos hacia los cristianos continuó.