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CONCIENCIA MORAL
Los actos morales, como actos que son, están orientados hacia el exterior, la
realidad, el mundo, los demás. Pero, por ser morales, tienen un aspecto
interno, que es el que hace que sean valorables. No podemos olvidar que
somos morales porque sabemos que podemos elegir, porque sentimos que
tenemos posibilidad de seguir caminos diferentes en nuestra vida, porque nos
damos cuenta de que nuestras acciones tienen consecuencias. La conciencia
de estas consecuencias es la base del aspecto interno de la moral, en ella está
el origen de la valoración de nuestros actos, nuestros hábitos o nuestro modo
de vida. Pero la conciencia moral es también conciencia de la libertad,
conciencia de que no todas las posibilidades de elección son igualmente
valiosas. Por eso es especialmente importante plantearnos qué es y como
funciona. La misma palabra que usamos para referirnos a ella ya nos da una
pista: estar consciente significa darse cuenta de lo que ocurre alrededor. La
conciencia es una forma de conocimiento o de percepción. La conciencia moral
es con lo que nos damos cuenta de lo que vale, de lo que merece la pena para
la vida, de lo que es bueno -o bien, de lo que no merece la pena, de lo malo, de
lo que hay que evitar-.
Hipótesis sobre el funcionamiento de la conciencia moral.
Al definir la conciencia como un tipo de conocimiento o de percepción estamos
reconociendo que es una realidad compleja. Cuando valoramos una acción
realizada o por realizar, la conciencia moral puede actuar de maneras
diferentes: podemos sentir que lo que hemos hecho o vamos a hacer está bien
o mal, sin saber exactamente por qué; podemos también analizar las
consecuencias reales o posibles de nuestra acción y su conveniencia;
podemos recurrir a pensar en normas previamente aceptadas para enjuiciar la
acción... A lo largo de la historia, distintas corrientes de pensamiento sobre la
moral han dado mayor importancia a alguno de estos modos de actuación de la
conciencia moral.
El intelectualismo moral, por ejemplo, considera la conciencia moral como el
conocimiento de lo que es bueno y lo que es malo. Se produce en él una
identificación entre el bien y el conocimiento, por una parte, y el mal y la
ignorancia por otra. En consecuencia, según el mismo, sólo obramos mal
porque creemos, en nuestra ignorancia, que ese mal que hacemos es un bien
para nosotros. La manera de conseguir actuar correctamente será, pues,
educar a nuestra razón en los principios de la moral para que no pueda
llevarnos a valoraciones incorrectas sobre la bondad o maldad de las cosas y
las acciones.
El emotivismo, por el contrario, es el planteamiento de la conciencia moral
como sentimiento. Según los emotivistas, por medio de la razón sólo podemos
llegar a comprender lo útil o lo conveniente para determinados fines, pero no si
algo es bueno o malo. La bondad o maldad de actos, palabras, etc. se siente,
no se conoce racionalmente. Los juicios morales, para los emotivistas, no son
más que medios para comunicar esos sentimientos y para intentar convencer a
los demás de su validez.
El intuicionismo tampoco considera que la razón sirva para determinar la
maldad o la bondad de las acciones y las cosas: la conciencia moral, según los
intuicionistas, percibe directamente lo bueno y lo malo. Puesto que el bien no
es una cualidad natural -como el color-, no puede percibirse por medio de los
sentidos físicos. Esto hace que los intuicionistas vean la conciencia moral como
un sentido moral -intuición moral- que percibe directamente la bondad o maldad
de las cosas y las acciones, sin intervención de los sentidos físicos ni del
razonamiento.
El intuicionismo y el emotivismo niegan que la razón sea el componente
fundamental de la conciencia moral, aunque desde posturas muy diferentes. El
intuicionismo considera que el bien y el mal están en las cosas y las acciones,
son cualidades reales que percibimos. El emotivismo, por el contrario, sostiene
que son sentimientos que provocan esas acciones y cosas en nosotros;
sentimientos que pueden variar de una persona a otra y son objeto de
discusión.
Los prescriptivistas, en cambio, consideran que la moral se basa en el
carácter prescriptivo (imperativo) de sus juicios. La conciencia moral, según
estos autores, asiente o rechaza los mandatos que presentan los juicios
morales. La manera de demostrar el asentimiento a lo que dice una norma es
cumplirla, la de demostrar el rechazo, no cumplirla.
Todas estas teorías destacan aspectos parciales de la realidad total que es la
conciencia moral. Ésta se compone tanto de razonamientos y juicios como de
sentimientos, intuiciones o mandatos.
ACTIVIDAD 1: Discute con tu grupo de trabajo en qué os basáis para valorar moralmente
las acciones o conductas de las personas que
os rodean (sentimientos, adecuación a las
normas, etc).
El origen de la conciencia moral.
La consideración del origen de la
conciencia moral puede ayudarnos a
comprender mejor su naturaleza y su
funcionamiento. Acerca de este tema
también se han desarrollado distintas
opiniones a lo largo de la historia.
En primer lugar, desde la creencia en
lo sobrenatural, se ha considerado la
conciencia moral como una expresión de la ley divina. En el ámbito cristiano
medieval, por ejemplo, se consideraba que Dios ha dado la conciencia moral al
ser humano para que pueda reconocer la ley natural, que es el desarrollo de la
ley de Dios en este mundo. No vamos a discutir este tipo de opinión, ya que
depende de la creencia previa en alguna realidad sobrenatural, lo cual queda
fuera del ámbito de una discusión racional.
Por otra parte, desde posturas naturalistas, se ha defendido a veces que la
conciencia moral es una capacidad innata de tipo racional que nos permite
decidir sobre lo bueno y lo malo. Desde este tipo de posturas también se ha
defendido que es innata, pero no racional, sino una especie de sensibilidad o
de capacidad perceptiva para el bien y el mal.
Por último, desde distintos enfoques, se ha considerado que la conciencia
moral se adquiere. Según estas teorías, la tomamos del entorno en que nos
hemos desarrollado. Los valores dominantes en los distintos grupos sociales en
que nos movemos afectan a nuestro modo de valorar las cosas y las acciones.
A lo largo de nuestra vida, esta conciencia irá desarrollándose y variando,
aunque lo fundamental de la misma se adquiere en la infancia y la
adolescencia.
Mejor respuesta - Elegida por la comunidad
Todos estos son conceptos de Aristóteles. Potencia es la "posibilidad de ser de una
cosa" , por ejemplo la semilla de una planta, tiene en potencia la posibilidad de
"desarrollarse" y ser esa planta.
"Acto" es la realización de esa posibilidad, la planta completamente desarrollada.
"Sustancia" equivale a "esencia" en Aristóteles y es lo que hace que una cosa sea lo que
es. "Accidentes" son las cualidades que puede tener esa cosa. Tanto sustancia como
accidentes tienen relación con las categorías de Aristóteles. Un cambio "sustancial"
hace que la cosa "deje de ser". Un cambio "accidental" no afecta esencialmente a esa
cosa. Por ejemplo si tengo una mesa blanca y la pinto de rojo, el cambio es accidental.
No deja de ser mesa, simplemente cambia una cualidad, el color. En cambio, si tomo un
hacha y la hago leña para el fuego, la mesa deja de ser mesa y se convierte en leña, este
cambio es sustancial y no accidental.
Materia es el substrato sobre el que se desarrolla la forma. Por ejemplo, la madera de la
mesa. La forma será la esencia que "informe" esa madera para que sea mesa, banco,
silla o armario. Es decir la forma informa la materia, definiendo la cosa.
Esencia y existencia tienen diferentes significados en las distintas corrientes filosóficas,
pero uno de los tradicionales de filosofía antigua es que esencia es "lo que hace que una
cosa sea lo que es", el ser de la cosa. Existencia, que etimológicamente significa
"pararse- sistere - ahí afuera - ex", significa cómo se presenta esa esencia, es decir la
"aparición de la esencia
LA ÉTICA KANTIANA
La ética kantiana se engloba dentro de las éticas del deber que niegan que se pueda
justificar y fundamentar la corrección moral de una acción en sus buenas consecuencias.
En lugar de centrarse en las consecuencias, las éticas de deberes se centran en el deber.
Consideran que hay principios o normas que deben respetarse. De ahí que estas teorías
se conozcan como "éticas de principios".
Contrariamente a lo que plantean muchas teorías consecuencialistas, el filósofo alemán
Inmanuel Kant (1724- 1804) afirmó que la felicidad no es siempre buena porque a veces
conduce a la arrogancia y porque un espectador razonable e imparcial no sentirá nunca
satisfacción al contemplar a una persona a quien siempre le va todo bien, pero cuya
felicidad es inmerecida ya que su voluntad no manifiesta ningún rasgo de bondad.
Según Kant, lo único absolutamente bueno, siempre y en toda
situación, es a buena voluntad. Y decir que una persona actúa por buena voluntad
equivale a decir que actúa por respeto al deber y no solo conforme al deber. Se puede
actuar conforme al deber, pero por motivos interesados, esto es, movido por
inclinaciones, deseos, ventajas o consecuencias beneficiosas. En cambio, actuar por
respeto al deber es tener como único motivo el propio deber, el deber puro.
Ahora bien ¿qué significa actuar por deber? El deber es un imperativo. Un imperativo
sin condiciones, un imperativo absoluto o categórico. Sin embargo, no nos lo impone ni
la sociedad, ni una autoridad externa, ni Dios, ni nuestras propias inclinaciones o
creencias: nos lo imponemos nosotros mismos en tanto que seres racionales. Actuar por
deber es obedecer la voz de la razón que hay en nosotros. La persona que escucha y se
guía por la razón actúa como corresponde a un ser racional, Para nosotros, humanos, la
voz de la razón se nos impone como un deber porque somos seres racionales
imperfectos. Y somos imperfectos porque estamos dotados de deseos e inclinaciones
que nos impulsan en sentido distinto al de la razón. Si fuésemos seres racionales
perfectos, dotados solamente de razón, la voz de la razón no nos parecería un deber,
sino que la seguiríamos espontáneamente.
¿Y cuál es la voz de la razón? ¿Cuál es el deber que la razón nos impone, que nos
imponemos en tanto que seres racionales? Según kant, la razón prescribe la ley según la
cual han de vivir los seres racionales: la ley moral. Y esta ley moral, que se dirige a los
mismos seres racionales que la dictan, ha de ser tan formal- tan universal y racional,
diríamos- que no contenga referencia alguna a circunstancias particulares- a deseos o
inclinaciones, por ejemplo. Es como si la razón dijera: "Actúa solo según una máxima
(norma o regla) tal que puedas al mismo tiempo querer que se convierta en ley
universal". Kant denomina a este imperativo de la razón, del cual ofrece hasta cuatro
formulaciones distintas, "imperativo categórico". Otra formulación interesante es la
siguiente: "Actúa de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la
persona de cualquier otro, siempre y al mismo tiempo como fin, nunca simplemente
como medio". Actuar correctamente nos obliga a no tratar a las personas- incluso a uno
mismo- sólo como medios, sino como fines en sí mismas: las personas merecen respeto.
La ley moral expresada en el imperativo categórico se concreta en normas morales que
constituyen nuestras obligaciones o deberes. Para conocer cuáles son esas normas, es
decir, para saber si una determinada norma es compatible con la ley moral hay que
comprobar si es universalizable: si se puede pensar o querer que sea ley universal, es
decir, que todos la cumplan. Una norma es moral si y solo si es universalizable. Cabe
afirmar, por tanto, que para Kant la corrección moral de una acción, o la obligación
moral de realizarla, se justifica solo por la existencia de principios y normas morales
que deben respetarse. A su vez, el fundamento de las normas morales reside en la
exigencia de universalizabilidad de la razón.
Kant propone dos criterios para comprobar la universalizabilidad de una norma. El
'primero es el criterio de autocontradicción: hay normas que es imposible pensar que
sean leyes universales, ya que si todo el mundo las cumpliera no se podrían realizar. Si
para salir de un apuro económico pido prestado dinero prometiendo devolverlo aun a
sabiendas de que no lo hará, la norma que justifica mi acción ("hay que hacer promesas
falsas") sería irrealizable al universalizarse. Si todo el que se encontrara en un apuro
prometiera algo con la intención de no cumplirlo, las promesas se harían imposibles,
porque nadie creería lo que se le promete. En un mundo en que todas las promesas
hechas en un momento difícil fuesen falsas, sería lógicamente imposible hacer en un
momento difícil una promesa, porque al saber que era falsa todos sabrían que no era una
promesa.
El segundo es el criterio de la inaceptabilidad: hay normas que es imposible querer que
sean leyes universales, ya que si todo el mundo las cumpliera resultarían inaceptables
para los seres racionales. Si una persona renuncia a ayudar a otra que está en
dificultades. Aún pudiendo ayudarla, la norma que justifica su acción ("no hay que
ayudar a nadie si no se obtiene beneficio, aunque no cause inconveniente") sería
inaceptable al universalizarse. Esta norma no podría ser querida por un ser racional,
dado que es racional pensar que puede haber muchos casos en que se necesitará la
ayuda de otras personas.
Kant divide los deberes que emanan de las normas morales en deberes estrictos o
perfectos (no admiten ser limitados por otros deberes) y deberes meritorios o
imperfectos (admiten ser limitados por otros deberes) y en deberes hacia uno mismo y
deberes hacia los demás. Esto da cuatro clases: deberes perfectos hacia uno mismo
(conservar la propia vida), deberes perfectos hacia los demás (no mentir, no hacer
promesas falsas, cumplir las promesas), deberes imperfectos hacia uno mismo (cultivar
los propios talentos) y deberes imperfectos hacia los demás (contribuir a su felicidad,
ser generoso).
Kant supone que las normas morales al ser universalizables no admiten excepciones.
Eso significa, en primer lugar, que obligan a todo ser racional y, por tanto, nadie es
excepcional y, en segundo lugar, significa que han de cumplirse en toda circunstancia so
excepción, sean cuales sean las consecuencias: nada cambia si, en un caso determinado,
tendría mejores consecuencias no decir la verdad.
Con todo, según Kant, el valor moral de una acción no es sólo la conformidad con las
normas morales que constituyen el deber. Una acción conforme al deber es simplemente
una acción correcta. Su valor moral depende del motivo por el cual ha sido realizada. Y
el único motivo que otorga valor moral a una acción es realizarla por respeto al deber.
El tendero que no pide un precio excesivo al comprador inexperto actúa honradamente,
de conformidad con el deber, pero dado que el motivo de esta acción podría ser o la
inclinación- querer aumentar la clientela, por ejemplo- o el deber- querer cumplir el
deber-, solo tendrá valor moral, si su motivo ha sido este último. En definitiva, lo único
que da valor moral a una acción es la intención: actuar por respeto al deber. Esto es la
buena voluntad.
Esta teoría también tiene ventajas e inconvenientes. De la ética kantiana se han
destacado algunas características que la puedan hacer convincente. En primer lugar, la
preeminencia de que goza la razón, al convertirse en el fundamento último de la moral.
En segundo lugar, que las acciones correctas dependan de normas morales parece captar
el carácter de obligatoriedad- y no de deseo, aunque racional- que tiene la moral. En
tercer lugar, el carácter universal de las normas morales, que hace que nadie pueda
considerarse una excepción, introduce el carácter de imparcialidad que tiene la moral. Y
finalmente, que el auténtico valor moral resuda en la intención, ya que parece más digno
de valor moral decir la verdad porque es un deber, que hacerlo por inclinación egoísta.
Los críticos han objetado a Kant el carácter absolutista de su teoría, es decir, que no
atienda a las circunstancias particulares de cada caso y, por tanto, que los deberes
morales no tengan nunca en cuenta las consecuencias de las acciones. Si el deber obliga
a no mentir, las consecuencias de que una persona que esconde en la buhardilla a una
familia judía diga la verdad a una patrulla nazi pueden ser tan perjudiciales que
parecería una inmoralidad confesar la verdad.
Otra objeción es que la teoría kantiana no parece que pueda resolver el problema del
conflicto de normas. Si algunos deberes, como los deberes perfectos, no admiten ser
limitados por otros deberes, y esto significa que se han de cumplir en toda circunstancia,
muchos dilemas pueden resultar irresolubles. Si por cumplir una promesa no se puede
salvar una vida, se incumple este deber. La alternativa es salvar una vida, pero
incumplir la promesa. Se haga lo que se haga parece que algún deber no se puede
cumplir.
Por último, los objetores consideran que la universalizabilidad no es el fundamento
adecuado de las normas morales. Por una parte, no parece necesaria, porque puede
haber normas morales que no sean universalizables (amar a los enemigos). Por otra
parte, la universalizabilidad no es suficiente, porque hay normas universalizables que no
son morales (poner una flor en el balcón) e incluso que son un deber moral no cumplir
(ser cruel: una persona racional a quien no importara vivir en un mundo cruel y padecer
la crueldad de los demás podría universalizarla).
IMPERATIVO CATEGÓRICO
O IMPERATIVO APODÍCTICO. MANDATO CON CARÁCTER UNIVERSAL Y NECESARIO:
PRESCRIBE UNA ACCIÓN COMO BUENA DE FORMA INCONDICIONADA, MANDA ALGO POR LA
PROPIA BONDAD DE LA ACCIÓN, INDEPENDIENTEMENTE DE LO QUE CON ELLA SE PUEDA
CONSEGUIR. DECLARA LA ACCIÓN OBJETIVAMENTE NECESARIA EN SÍ, SIN REFERENCIA A
NINGÚN PROPÓSITO EXTRÍNSECO. PARA KANT SÓLO ESTE TIPO DE IMPERATIVO ES
PROPIAMENTE UN IMPERATIVO DE LA MORALIDAD.
Los imperativos categóricos tienen la forma general "debes hacer X", o, en su
versión prohibitiva, "no debes hacer X"; "debes ser veraz", "no debes robar", son
ejemplos de imperativos categóricos. De todas formas es preciso tener cuidado
porque la mera expresión lingüística no es suficiente para determinar si el
imperativo que ha guiado nuestra conducta es hipotético o categórico: para
averiguar si es uno u otro el caso es preciso referirse a lo que ha movido nuestra
voluntad: si no hemos robado, nuestra conducta es conforme al deber (conforme al
imperativo “no debes robar”), pero si no hemos robado por miedo a la policía, el
imperativo que hemos seguido es hipotético (“no debes robar si no quieres tener
problemas con la policía”); sin embargo, si no hemos robado porque la acción de
robar es mala en sí misma, independientemente de si nos pueda detener o no la
policía, entonces nuestro imperativo es categórico. Kant consideró que nunca se
puede estar absolutamente seguro de que nuestra conducta no haya estado
motivada por un interés o por algún temor, y por ello concluyó que cuando nos
parece seguir un imperativo categórico siempre es posible que el imperativo por el
que nos regimos sea hipotético.
Kant da también unas fórmulas generales del imperativo categórico, fórmulas
que resumen todos los mandatos morales:
FÓRMULAS DEL IMPERATIVO CATEGÓRICO
Fórmula de la ley universal
"Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley
universal"
Fórmula de la ley de la naturaleza
"Obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de
la naturaleza"
Fórmula del fin en si mismo:
"Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona
de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un
medio"
Fórmula de la autonomía:
"Obra como si por medio de tus máximas fueras siempre un miembro legislador en un
reino universal de fines"
MPERATIVOS HIPOTÉTICOS
SON LOS IMPERATIVOS QUE PRESCRIBEN UNA ACCIÓN COMO BUENA PORQUE DICHA
ACCIÓN ES NECESARIA PARA CONSEGUIR ALGÚN PROPÓSITO. SE DIVIDEN EN IMPERATIVOS
HIPOTÉTICOS DE LA HABILIDAD E IMPERATIVOS HIPOTÉTICOS DE LA PRUDENCIA.
Son imperativos hipotéticos problemáticos (reglas de la habilidad)
cuando el fin o propósito para el que es buena la acción es sólo posible, es decir,
no es un fin al que los hombres tiendan por naturaleza, sino que se puede querer o
no querer; el mandato “debes entrenar esta tarde” pertenece a este tipo pues
describe el modo de comportarse adecuado para un fin nada universal: jugar bien
en el partido de fútbol de mañana. Son imperativos hipotéticos asertóricos
(reglas de la prudencia, consejos de sagacidad) cuando el fin en cuestión es
real, esto es, un fin al que se puede suponer tienden todos los hombres por
naturaleza; este fin es, según Kant, la felicidad; el mandato “debes moderar tus
pasiones y deseos” pertenece a este grupo pues describe el modo de comportarse
para la realización de un fin universal o común a todos los hombres: la felicidad.
Los imperativos hipotéticos tienen la forma general "debes hacer X si quieres
conseguir Y". Kant creyó que las éticas materiales sólo pueden fundamentar
mandatos problemáticos o mandatos asertóricos, pero nunca mandatos morales en
sentido estricto o imperativos categóricos. Los imperativos hipotéticos (al igual
que los juicios sintéticos a posteriori) son particulares y contingentes: los de la
habilidad no mandan de forma universal ya que no todo el mundo tiene los mismos
fines; los de la prudencia tienen un carácter más universal puesto que se refieren a
la felicidad, algo a lo que todos aspiran, pero en sentido estricto tampoco son
universales y necesarios:
lo que sea la felicidad depende de las circunstancias empíricas de cada
persona;
pero incluso aunque fuese la misma para todos (por ejemplo una vida de
conocimiento como parece suponer Aristóteles) el modo de realizar la
felicidad depende de circunstancias empíricas (el modo de realizar la vida
contemplativa depende de las circunstancias sociales, económicas y políticas
de cada época).
0
¿En qué consiste la buena voluntad?
con 2 comentarios
Uno de los conceptos más conocidos de la ética kantiana es el de la buena voluntad. Sin
embargo, su importancia dentro de la teoría ética de Kant es bastante limitada, por más
que se suela resaltar desmesuradamente (igual que toda la primera sección de la
Fundamentación de la metafísica de las costumbres).
En todo caso, nunca está de más entender propiamente en qué consiste esta idea, y, por
supuesto, Allen W. Wood nos brinda una definición clara y distinta. Observemos.
Voluntad es para Kant la razón práctica — esto es, la facultad de los principios que
reconocen leyes, adoptan máximas, y derivan acciones de ellas (F 4:412). Una buena
voluntad, entonces, es aquella facultad cuando adopta buenos principios y se propone
actuar acordemente. Puede hacerlo cuando necesita constreñirse en orden de realizar la
acción, pero también cuando no sea necesario, porque sus buenos principios están en
una contingente armonía con las inclinaciones (deseos empíricos y no-morales). Una
buena voluntad debe distinguirse de lo que Kant luego llamará una “voluntad
absolutamente buena”, cuyo principio es el imperativo categórico o la ley moral misma
(F 4:437-9, 444)[1].
De ahí que la buena voluntad no sea exclusiva de las acciones realizas por deber, sino
que estas últimas no hacen más que resaltar, por contraste, en qué consiste lo
propiamente moral de las acciones buenas (F 4:397).
Además, resulta obvio que no existe un elitismo moral resultante de esta idea, sino que
las acciones realizadas con buena voluntad se dan efectivamente por—¿la mayoría
de?—nosotros.
[1] Allen W. Wood, Kantian Ethics (New York: Cambridge University Press, 2008).
La imperfecta traducción es mía, y pertenece a la página 32.
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Conciencia moral

  • 1. CONCIENCIA MORAL Los actos morales, como actos que son, están orientados hacia el exterior, la realidad, el mundo, los demás. Pero, por ser morales, tienen un aspecto interno, que es el que hace que sean valorables. No podemos olvidar que somos morales porque sabemos que podemos elegir, porque sentimos que tenemos posibilidad de seguir caminos diferentes en nuestra vida, porque nos damos cuenta de que nuestras acciones tienen consecuencias. La conciencia de estas consecuencias es la base del aspecto interno de la moral, en ella está el origen de la valoración de nuestros actos, nuestros hábitos o nuestro modo de vida. Pero la conciencia moral es también conciencia de la libertad, conciencia de que no todas las posibilidades de elección son igualmente valiosas. Por eso es especialmente importante plantearnos qué es y como funciona. La misma palabra que usamos para referirnos a ella ya nos da una pista: estar consciente significa darse cuenta de lo que ocurre alrededor. La conciencia es una forma de conocimiento o de percepción. La conciencia moral es con lo que nos damos cuenta de lo que vale, de lo que merece la pena para la vida, de lo que es bueno -o bien, de lo que no merece la pena, de lo malo, de lo que hay que evitar-. Hipótesis sobre el funcionamiento de la conciencia moral. Al definir la conciencia como un tipo de conocimiento o de percepción estamos reconociendo que es una realidad compleja. Cuando valoramos una acción realizada o por realizar, la conciencia moral puede actuar de maneras diferentes: podemos sentir que lo que hemos hecho o vamos a hacer está bien o mal, sin saber exactamente por qué; podemos también analizar las consecuencias reales o posibles de nuestra acción y su conveniencia; podemos recurrir a pensar en normas previamente aceptadas para enjuiciar la acción... A lo largo de la historia, distintas corrientes de pensamiento sobre la moral han dado mayor importancia a alguno de estos modos de actuación de la conciencia moral. El intelectualismo moral, por ejemplo, considera la conciencia moral como el conocimiento de lo que es bueno y lo que es malo. Se produce en él una identificación entre el bien y el conocimiento, por una parte, y el mal y la ignorancia por otra. En consecuencia, según el mismo, sólo obramos mal porque creemos, en nuestra ignorancia, que ese mal que hacemos es un bien para nosotros. La manera de conseguir actuar correctamente será, pues, educar a nuestra razón en los principios de la moral para que no pueda llevarnos a valoraciones incorrectas sobre la bondad o maldad de las cosas y las acciones. El emotivismo, por el contrario, es el planteamiento de la conciencia moral
  • 2. como sentimiento. Según los emotivistas, por medio de la razón sólo podemos llegar a comprender lo útil o lo conveniente para determinados fines, pero no si algo es bueno o malo. La bondad o maldad de actos, palabras, etc. se siente, no se conoce racionalmente. Los juicios morales, para los emotivistas, no son más que medios para comunicar esos sentimientos y para intentar convencer a los demás de su validez. El intuicionismo tampoco considera que la razón sirva para determinar la maldad o la bondad de las acciones y las cosas: la conciencia moral, según los intuicionistas, percibe directamente lo bueno y lo malo. Puesto que el bien no es una cualidad natural -como el color-, no puede percibirse por medio de los sentidos físicos. Esto hace que los intuicionistas vean la conciencia moral como un sentido moral -intuición moral- que percibe directamente la bondad o maldad de las cosas y las acciones, sin intervención de los sentidos físicos ni del razonamiento. El intuicionismo y el emotivismo niegan que la razón sea el componente fundamental de la conciencia moral, aunque desde posturas muy diferentes. El intuicionismo considera que el bien y el mal están en las cosas y las acciones, son cualidades reales que percibimos. El emotivismo, por el contrario, sostiene que son sentimientos que provocan esas acciones y cosas en nosotros; sentimientos que pueden variar de una persona a otra y son objeto de discusión. Los prescriptivistas, en cambio, consideran que la moral se basa en el carácter prescriptivo (imperativo) de sus juicios. La conciencia moral, según estos autores, asiente o rechaza los mandatos que presentan los juicios morales. La manera de demostrar el asentimiento a lo que dice una norma es cumplirla, la de demostrar el rechazo, no cumplirla. Todas estas teorías destacan aspectos parciales de la realidad total que es la conciencia moral. Ésta se compone tanto de razonamientos y juicios como de sentimientos, intuiciones o mandatos. ACTIVIDAD 1: Discute con tu grupo de trabajo en qué os basáis para valorar moralmente las acciones o conductas de las personas que os rodean (sentimientos, adecuación a las normas, etc). El origen de la conciencia moral. La consideración del origen de la conciencia moral puede ayudarnos a comprender mejor su naturaleza y su funcionamiento. Acerca de este tema también se han desarrollado distintas opiniones a lo largo de la historia. En primer lugar, desde la creencia en lo sobrenatural, se ha considerado la
  • 3. conciencia moral como una expresión de la ley divina. En el ámbito cristiano medieval, por ejemplo, se consideraba que Dios ha dado la conciencia moral al ser humano para que pueda reconocer la ley natural, que es el desarrollo de la ley de Dios en este mundo. No vamos a discutir este tipo de opinión, ya que depende de la creencia previa en alguna realidad sobrenatural, lo cual queda fuera del ámbito de una discusión racional. Por otra parte, desde posturas naturalistas, se ha defendido a veces que la conciencia moral es una capacidad innata de tipo racional que nos permite decidir sobre lo bueno y lo malo. Desde este tipo de posturas también se ha defendido que es innata, pero no racional, sino una especie de sensibilidad o de capacidad perceptiva para el bien y el mal. Por último, desde distintos enfoques, se ha considerado que la conciencia moral se adquiere. Según estas teorías, la tomamos del entorno en que nos hemos desarrollado. Los valores dominantes en los distintos grupos sociales en que nos movemos afectan a nuestro modo de valorar las cosas y las acciones. A lo largo de nuestra vida, esta conciencia irá desarrollándose y variando, aunque lo fundamental de la misma se adquiere en la infancia y la adolescencia. Mejor respuesta - Elegida por la comunidad Todos estos son conceptos de Aristóteles. Potencia es la "posibilidad de ser de una cosa" , por ejemplo la semilla de una planta, tiene en potencia la posibilidad de "desarrollarse" y ser esa planta. "Acto" es la realización de esa posibilidad, la planta completamente desarrollada. "Sustancia" equivale a "esencia" en Aristóteles y es lo que hace que una cosa sea lo que es. "Accidentes" son las cualidades que puede tener esa cosa. Tanto sustancia como accidentes tienen relación con las categorías de Aristóteles. Un cambio "sustancial" hace que la cosa "deje de ser". Un cambio "accidental" no afecta esencialmente a esa cosa. Por ejemplo si tengo una mesa blanca y la pinto de rojo, el cambio es accidental. No deja de ser mesa, simplemente cambia una cualidad, el color. En cambio, si tomo un hacha y la hago leña para el fuego, la mesa deja de ser mesa y se convierte en leña, este cambio es sustancial y no accidental. Materia es el substrato sobre el que se desarrolla la forma. Por ejemplo, la madera de la mesa. La forma será la esencia que "informe" esa madera para que sea mesa, banco, silla o armario. Es decir la forma informa la materia, definiendo la cosa. Esencia y existencia tienen diferentes significados en las distintas corrientes filosóficas, pero uno de los tradicionales de filosofía antigua es que esencia es "lo que hace que una cosa sea lo que es", el ser de la cosa. Existencia, que etimológicamente significa "pararse- sistere - ahí afuera - ex", significa cómo se presenta esa esencia, es decir la "aparición de la esencia
  • 4. LA ÉTICA KANTIANA La ética kantiana se engloba dentro de las éticas del deber que niegan que se pueda justificar y fundamentar la corrección moral de una acción en sus buenas consecuencias. En lugar de centrarse en las consecuencias, las éticas de deberes se centran en el deber. Consideran que hay principios o normas que deben respetarse. De ahí que estas teorías se conozcan como "éticas de principios". Contrariamente a lo que plantean muchas teorías consecuencialistas, el filósofo alemán Inmanuel Kant (1724- 1804) afirmó que la felicidad no es siempre buena porque a veces conduce a la arrogancia y porque un espectador razonable e imparcial no sentirá nunca satisfacción al contemplar a una persona a quien siempre le va todo bien, pero cuya felicidad es inmerecida ya que su voluntad no manifiesta ningún rasgo de bondad. Según Kant, lo único absolutamente bueno, siempre y en toda situación, es a buena voluntad. Y decir que una persona actúa por buena voluntad equivale a decir que actúa por respeto al deber y no solo conforme al deber. Se puede actuar conforme al deber, pero por motivos interesados, esto es, movido por inclinaciones, deseos, ventajas o consecuencias beneficiosas. En cambio, actuar por respeto al deber es tener como único motivo el propio deber, el deber puro. Ahora bien ¿qué significa actuar por deber? El deber es un imperativo. Un imperativo sin condiciones, un imperativo absoluto o categórico. Sin embargo, no nos lo impone ni la sociedad, ni una autoridad externa, ni Dios, ni nuestras propias inclinaciones o creencias: nos lo imponemos nosotros mismos en tanto que seres racionales. Actuar por deber es obedecer la voz de la razón que hay en nosotros. La persona que escucha y se guía por la razón actúa como corresponde a un ser racional, Para nosotros, humanos, la voz de la razón se nos impone como un deber porque somos seres racionales imperfectos. Y somos imperfectos porque estamos dotados de deseos e inclinaciones que nos impulsan en sentido distinto al de la razón. Si fuésemos seres racionales perfectos, dotados solamente de razón, la voz de la razón no nos parecería un deber, sino que la seguiríamos espontáneamente. ¿Y cuál es la voz de la razón? ¿Cuál es el deber que la razón nos impone, que nos imponemos en tanto que seres racionales? Según kant, la razón prescribe la ley según la cual han de vivir los seres racionales: la ley moral. Y esta ley moral, que se dirige a los mismos seres racionales que la dictan, ha de ser tan formal- tan universal y racional,
  • 5. diríamos- que no contenga referencia alguna a circunstancias particulares- a deseos o inclinaciones, por ejemplo. Es como si la razón dijera: "Actúa solo según una máxima (norma o regla) tal que puedas al mismo tiempo querer que se convierta en ley universal". Kant denomina a este imperativo de la razón, del cual ofrece hasta cuatro formulaciones distintas, "imperativo categórico". Otra formulación interesante es la siguiente: "Actúa de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre y al mismo tiempo como fin, nunca simplemente como medio". Actuar correctamente nos obliga a no tratar a las personas- incluso a uno mismo- sólo como medios, sino como fines en sí mismas: las personas merecen respeto. La ley moral expresada en el imperativo categórico se concreta en normas morales que constituyen nuestras obligaciones o deberes. Para conocer cuáles son esas normas, es decir, para saber si una determinada norma es compatible con la ley moral hay que comprobar si es universalizable: si se puede pensar o querer que sea ley universal, es decir, que todos la cumplan. Una norma es moral si y solo si es universalizable. Cabe afirmar, por tanto, que para Kant la corrección moral de una acción, o la obligación moral de realizarla, se justifica solo por la existencia de principios y normas morales que deben respetarse. A su vez, el fundamento de las normas morales reside en la exigencia de universalizabilidad de la razón. Kant propone dos criterios para comprobar la universalizabilidad de una norma. El 'primero es el criterio de autocontradicción: hay normas que es imposible pensar que sean leyes universales, ya que si todo el mundo las cumpliera no se podrían realizar. Si para salir de un apuro económico pido prestado dinero prometiendo devolverlo aun a sabiendas de que no lo hará, la norma que justifica mi acción ("hay que hacer promesas falsas") sería irrealizable al universalizarse. Si todo el que se encontrara en un apuro prometiera algo con la intención de no cumplirlo, las promesas se harían imposibles, porque nadie creería lo que se le promete. En un mundo en que todas las promesas hechas en un momento difícil fuesen falsas, sería lógicamente imposible hacer en un momento difícil una promesa, porque al saber que era falsa todos sabrían que no era una promesa. El segundo es el criterio de la inaceptabilidad: hay normas que es imposible querer que sean leyes universales, ya que si todo el mundo las cumpliera resultarían inaceptables para los seres racionales. Si una persona renuncia a ayudar a otra que está en dificultades. Aún pudiendo ayudarla, la norma que justifica su acción ("no hay que ayudar a nadie si no se obtiene beneficio, aunque no cause inconveniente") sería inaceptable al universalizarse. Esta norma no podría ser querida por un ser racional, dado que es racional pensar que puede haber muchos casos en que se necesitará la ayuda de otras personas. Kant divide los deberes que emanan de las normas morales en deberes estrictos o perfectos (no admiten ser limitados por otros deberes) y deberes meritorios o imperfectos (admiten ser limitados por otros deberes) y en deberes hacia uno mismo y deberes hacia los demás. Esto da cuatro clases: deberes perfectos hacia uno mismo (conservar la propia vida), deberes perfectos hacia los demás (no mentir, no hacer promesas falsas, cumplir las promesas), deberes imperfectos hacia uno mismo (cultivar los propios talentos) y deberes imperfectos hacia los demás (contribuir a su felicidad, ser generoso).
  • 6. Kant supone que las normas morales al ser universalizables no admiten excepciones. Eso significa, en primer lugar, que obligan a todo ser racional y, por tanto, nadie es excepcional y, en segundo lugar, significa que han de cumplirse en toda circunstancia so excepción, sean cuales sean las consecuencias: nada cambia si, en un caso determinado, tendría mejores consecuencias no decir la verdad. Con todo, según Kant, el valor moral de una acción no es sólo la conformidad con las normas morales que constituyen el deber. Una acción conforme al deber es simplemente una acción correcta. Su valor moral depende del motivo por el cual ha sido realizada. Y el único motivo que otorga valor moral a una acción es realizarla por respeto al deber. El tendero que no pide un precio excesivo al comprador inexperto actúa honradamente, de conformidad con el deber, pero dado que el motivo de esta acción podría ser o la inclinación- querer aumentar la clientela, por ejemplo- o el deber- querer cumplir el deber-, solo tendrá valor moral, si su motivo ha sido este último. En definitiva, lo único que da valor moral a una acción es la intención: actuar por respeto al deber. Esto es la buena voluntad. Esta teoría también tiene ventajas e inconvenientes. De la ética kantiana se han destacado algunas características que la puedan hacer convincente. En primer lugar, la preeminencia de que goza la razón, al convertirse en el fundamento último de la moral. En segundo lugar, que las acciones correctas dependan de normas morales parece captar el carácter de obligatoriedad- y no de deseo, aunque racional- que tiene la moral. En tercer lugar, el carácter universal de las normas morales, que hace que nadie pueda considerarse una excepción, introduce el carácter de imparcialidad que tiene la moral. Y finalmente, que el auténtico valor moral resuda en la intención, ya que parece más digno de valor moral decir la verdad porque es un deber, que hacerlo por inclinación egoísta. Los críticos han objetado a Kant el carácter absolutista de su teoría, es decir, que no atienda a las circunstancias particulares de cada caso y, por tanto, que los deberes morales no tengan nunca en cuenta las consecuencias de las acciones. Si el deber obliga a no mentir, las consecuencias de que una persona que esconde en la buhardilla a una familia judía diga la verdad a una patrulla nazi pueden ser tan perjudiciales que parecería una inmoralidad confesar la verdad. Otra objeción es que la teoría kantiana no parece que pueda resolver el problema del conflicto de normas. Si algunos deberes, como los deberes perfectos, no admiten ser limitados por otros deberes, y esto significa que se han de cumplir en toda circunstancia, muchos dilemas pueden resultar irresolubles. Si por cumplir una promesa no se puede salvar una vida, se incumple este deber. La alternativa es salvar una vida, pero incumplir la promesa. Se haga lo que se haga parece que algún deber no se puede cumplir. Por último, los objetores consideran que la universalizabilidad no es el fundamento adecuado de las normas morales. Por una parte, no parece necesaria, porque puede haber normas morales que no sean universalizables (amar a los enemigos). Por otra parte, la universalizabilidad no es suficiente, porque hay normas universalizables que no son morales (poner una flor en el balcón) e incluso que son un deber moral no cumplir (ser cruel: una persona racional a quien no importara vivir en un mundo cruel y padecer la crueldad de los demás podría universalizarla).
  • 7. IMPERATIVO CATEGÓRICO O IMPERATIVO APODÍCTICO. MANDATO CON CARÁCTER UNIVERSAL Y NECESARIO: PRESCRIBE UNA ACCIÓN COMO BUENA DE FORMA INCONDICIONADA, MANDA ALGO POR LA PROPIA BONDAD DE LA ACCIÓN, INDEPENDIENTEMENTE DE LO QUE CON ELLA SE PUEDA CONSEGUIR. DECLARA LA ACCIÓN OBJETIVAMENTE NECESARIA EN SÍ, SIN REFERENCIA A NINGÚN PROPÓSITO EXTRÍNSECO. PARA KANT SÓLO ESTE TIPO DE IMPERATIVO ES PROPIAMENTE UN IMPERATIVO DE LA MORALIDAD. Los imperativos categóricos tienen la forma general "debes hacer X", o, en su versión prohibitiva, "no debes hacer X"; "debes ser veraz", "no debes robar", son ejemplos de imperativos categóricos. De todas formas es preciso tener cuidado porque la mera expresión lingüística no es suficiente para determinar si el imperativo que ha guiado nuestra conducta es hipotético o categórico: para averiguar si es uno u otro el caso es preciso referirse a lo que ha movido nuestra voluntad: si no hemos robado, nuestra conducta es conforme al deber (conforme al imperativo “no debes robar”), pero si no hemos robado por miedo a la policía, el imperativo que hemos seguido es hipotético (“no debes robar si no quieres tener problemas con la policía”); sin embargo, si no hemos robado porque la acción de robar es mala en sí misma, independientemente de si nos pueda detener o no la policía, entonces nuestro imperativo es categórico. Kant consideró que nunca se puede estar absolutamente seguro de que nuestra conducta no haya estado motivada por un interés o por algún temor, y por ello concluyó que cuando nos parece seguir un imperativo categórico siempre es posible que el imperativo por el que nos regimos sea hipotético. Kant da también unas fórmulas generales del imperativo categórico, fórmulas que resumen todos los mandatos morales: FÓRMULAS DEL IMPERATIVO CATEGÓRICO Fórmula de la ley universal "Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal" Fórmula de la ley de la naturaleza "Obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza" Fórmula del fin en si mismo: "Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio" Fórmula de la autonomía: "Obra como si por medio de tus máximas fueras siempre un miembro legislador en un reino universal de fines"
  • 8. MPERATIVOS HIPOTÉTICOS SON LOS IMPERATIVOS QUE PRESCRIBEN UNA ACCIÓN COMO BUENA PORQUE DICHA ACCIÓN ES NECESARIA PARA CONSEGUIR ALGÚN PROPÓSITO. SE DIVIDEN EN IMPERATIVOS HIPOTÉTICOS DE LA HABILIDAD E IMPERATIVOS HIPOTÉTICOS DE LA PRUDENCIA. Son imperativos hipotéticos problemáticos (reglas de la habilidad) cuando el fin o propósito para el que es buena la acción es sólo posible, es decir, no es un fin al que los hombres tiendan por naturaleza, sino que se puede querer o no querer; el mandato “debes entrenar esta tarde” pertenece a este tipo pues describe el modo de comportarse adecuado para un fin nada universal: jugar bien en el partido de fútbol de mañana. Son imperativos hipotéticos asertóricos (reglas de la prudencia, consejos de sagacidad) cuando el fin en cuestión es real, esto es, un fin al que se puede suponer tienden todos los hombres por naturaleza; este fin es, según Kant, la felicidad; el mandato “debes moderar tus pasiones y deseos” pertenece a este grupo pues describe el modo de comportarse para la realización de un fin universal o común a todos los hombres: la felicidad. Los imperativos hipotéticos tienen la forma general "debes hacer X si quieres conseguir Y". Kant creyó que las éticas materiales sólo pueden fundamentar mandatos problemáticos o mandatos asertóricos, pero nunca mandatos morales en sentido estricto o imperativos categóricos. Los imperativos hipotéticos (al igual que los juicios sintéticos a posteriori) son particulares y contingentes: los de la habilidad no mandan de forma universal ya que no todo el mundo tiene los mismos fines; los de la prudencia tienen un carácter más universal puesto que se refieren a la felicidad, algo a lo que todos aspiran, pero en sentido estricto tampoco son universales y necesarios: lo que sea la felicidad depende de las circunstancias empíricas de cada persona; pero incluso aunque fuese la misma para todos (por ejemplo una vida de conocimiento como parece suponer Aristóteles) el modo de realizar la felicidad depende de circunstancias empíricas (el modo de realizar la vida contemplativa depende de las circunstancias sociales, económicas y políticas de cada época). 0 ¿En qué consiste la buena voluntad? con 2 comentarios Uno de los conceptos más conocidos de la ética kantiana es el de la buena voluntad. Sin embargo, su importancia dentro de la teoría ética de Kant es bastante limitada, por más que se suela resaltar desmesuradamente (igual que toda la primera sección de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres). En todo caso, nunca está de más entender propiamente en qué consiste esta idea, y, por supuesto, Allen W. Wood nos brinda una definición clara y distinta. Observemos. Voluntad es para Kant la razón práctica — esto es, la facultad de los principios que reconocen leyes, adoptan máximas, y derivan acciones de ellas (F 4:412). Una buena voluntad, entonces, es aquella facultad cuando adopta buenos principios y se propone
  • 9. actuar acordemente. Puede hacerlo cuando necesita constreñirse en orden de realizar la acción, pero también cuando no sea necesario, porque sus buenos principios están en una contingente armonía con las inclinaciones (deseos empíricos y no-morales). Una buena voluntad debe distinguirse de lo que Kant luego llamará una “voluntad absolutamente buena”, cuyo principio es el imperativo categórico o la ley moral misma (F 4:437-9, 444)[1]. De ahí que la buena voluntad no sea exclusiva de las acciones realizas por deber, sino que estas últimas no hacen más que resaltar, por contraste, en qué consiste lo propiamente moral de las acciones buenas (F 4:397). Además, resulta obvio que no existe un elitismo moral resultante de esta idea, sino que las acciones realizadas con buena voluntad se dan efectivamente por—¿la mayoría de?—nosotros. [1] Allen W. Wood, Kantian Ethics (New York: Cambridge University Press, 2008). La imperfecta traducción es mía, y pertenece a la página 32. About these ads