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Río Cuarto . Río Tercero . San Francisco . Villa María
DESDE EL MIRADOR
ME GUSTARÍA
EQUIVOCARME
POR KEPA MURUA
PÁG. 8
ENTREVISTA
CON LITTO NEBBIA
(y 2)
POR ANDRÉS RUIZ
PÁG. 4 Y 5
REVOLUCIONARIOS
DE JOSHUA FURST
POR RUBÉN D. FERNÁNDEZ
PÁG. 7
Miércoles 22 de abril de 2020 . Año 20 Nº 900
Isabel Rezmo aborda una aproximación admirativa a la figura y a la obra de uno de los grandes poetas españoles de
la posguerra civil a través de la cual conecta con algunos de los representantes de la Generación del 27, sobrevivien-
tes en lo que se llamó “exilio interior”.
PÁG. 2 y 3
RAFAEL MORALES:
“LA PALABRA RECOGE
EL PÁLPITO HUMANO”
DE HOSPITAL DE
CARIDAD A HOSPITAL
REGIONAL “RAMÓN J.
CÁRCANO”
VAIVENES DE LA SALUD
PÚBLICA EN LABOULAYE
POR MARIO BRUNO
PÁG. 6
El Corredor Mediterráneo / Página 2
RAFAEL MORALES:
“LA PALABRA
RECOGE
EL PÁLPITO
HUMANO”
Por Isabel Rezmo
La poesía es ante todo belleza
sugerente de la palabra
y por la palabra y en sí un medio,
nunca un fin.
Rafael Morales
Descubrí la figura de Rafael Molares a
través de la lectura de la vida de Don
Vicente Aleixandre.Y es que todos sabéis
la devoción, el respeto, y la admiración
que siento hacia su figura. Tal es así que
no hay día que lea, o investigue cosas
relacionadas con su vida, su poesía; los
poetas y personas que lo rodearon. Gra-
cias a estos momentos, y también a las
redes sociales, a través de los post de
compañeros descubría su poesía y algo
de su vida. Internet a veces, da lugar a
estas sorpresas, y más cuando nos repi-
ten por activa o por pasiva que no es algo
útil, y que las redes nos hacen perder el
tiempo. Pero en mi afán de descubrir y de
conocer me llevo hasta este poeta. En su
poesía hay una correspondencia entre lo
vital y lo literario, o entre su poética y su
personalidad. Humanidad que se nutre
de estética, y el de la estética que se nutre
de humanidad. Asimismo, Talavera de la
Reina homenajeó a su poeta e hijo predi-
lecto en el centenario de su nacimiento.
Vida y obra
Rafael Morales comenzó a escribir versos
con apenas siete años de edad, publican-
do los primeros en la revista Rumbo. Se
licenció en Filosofía y Letras por la Uni-
versidad de Madrid y durante la Segun-
da Guerra Mundial estudió dos años en
Portugal gracias a una beca, con la que
obtuvo la licenciatura en Literatura Por-
tuguesa por la Universidad de Coimbra.
Durante la Guerra Civil escribió en la re-
vista El mono azul y fue el miembro más
joven de la Alianza de intelectuales anti-
fascistas. Entregado a una intensa activi-
dad cultural, dirigió además elAula de Li-
teratura del Ateneo de Madrid y la revista
La Estafeta Literaria. En 1952 era asesor
de la revista Poesía Española, editada por
la Dirección General de Prensa. Fue ade-
más crítico literario en la revista Ateneo
y en varios diarios españoles. También
colaboró en la sección de filología y li-
teratura de la Enciclopedia de la Cultura
Española.
Rafael Morales inauguró la colección
Adonais en 1943 con “Los poemas del
toro”.Tenía entonces veintitrés años y era
estudiante de Filosofía y Letras. El poe-
mario significó una rehumanización de
la lírica frente al neogarcilasismo de la
poesía de postguerra y reflejaba la lucha
entre la inteligencia y la inocencia natu-
ral violenta del toro. “En el tiempo en que
yo escribía mis poemas taurinos-dice el
poeta- , así como en el inmediatamente
anterior, el de la guerra civil, el hombre
de España sufría, como el toro, una tra-
gedia inmisericorde”. En su siguiente li-
bro, “El corazón y la tierra” canta la au-
sencia de la amada que se manifiesta en
un mundo vacío, la soledad del cielo, el
silencio del campo de Talavera.
Morales obtuvo numerosos premios, en-
tre ellos el Premio Nacional de Literatu-
ra de 1954, el Gibraltar que otorgaba el
semanario madrileño Juventud y el inter-
nacional de poesía Ciudad de Melilla de
1993 por su libro “Entre tantos adioses”.
Murió en Madrid el 29 de junio de 2005.
Existe un premio de poesía que lleva su
nombre, convocado por el ayuntamiento
de Talavera de la Reina.
Su poesía, divulgada en las páginas de la
revista Escorial de Madrid cuando apenas
contaba 22 años, empezó por cultivar la
estrofa clásica y serenidad de concepto,
dentro de lo que Dámaso Alonso llamó
poesía arraigada de la primera genera-
ción poética de la posguerra; influida por
la obra de Miguel Hernández (en espe-
cial, por sus sonetos) destaca su primer
libro Poemas del toro (1943), obra de
tema táurico (que no taurino) que inau-
guró la colección de poesía Adonáis; el
segundo es El corazón y la tierra (1946),
que toma por temas principales el amor,
el paisaje y el tiempo; pero con su libro
Los desterrados de 1947 escribió el pri-
mer libro de poesía social y existencial
de su época y entra de lleno en la poesía
desarraigada; con esta obra pasa revista a
todo tipo de marginados y desheredados
por la sociedad y la desgracia. Siguieron
Poesías completas (1949), Canción sobre
el asfalto (1954), tal vez su obra más ma-
dura, donde aborda el tema de la ciudad
y sus miserias y canta con delicada sensi-
bilidad a las pequeñas cosas, a lo humil-
de y olvidado (una temática similar, coin-
cidente en el tiempo, a la de las “Odas
elementales” del chileno Pablo Neruda);
La rueda y el viento (1971), Prado de ser-
pientes (1982), cuyo título se inspira en
una expresión al final de La Celestina (en
el “planto” de Pleberio, padre de Meli-
bea) en que se califica así al mundo, y
Obra poética completa (1999). En alguna
ocasión, Morales definió su ideal poético
como una aspiración a cumplir lo que
llamaba la “tríada divina” de la poesía
del Siglo de Oro español: “Decir con la
belleza de Góngora, pensar con la hon-
dura de Quevedo, sentir con la sensibili-
dad de Lope”.
Con el poeta inglés Charles David Ley
tradujo la obra del poeta portugués Al-
berto de Serpa en la colección Adonáis.
Escribió además “Antología y pequeña
historia de mis libros” (1958) y algunas
narraciones de temática taurina. Entre sus
libros en prosa destaca la atención que
dedicó a la literatura infantil y juvenil con
obras como “Dardo, el caballo del bos-
que “o “Narraciones de la vieja India”,
“Leyendas del Río de la Plata”, “Leyenda
del Caribe”, “Leyenda de los Andes”,”
Leyenda del Al-Andalus”... En “Grana-
deño”, toro bravo intenta penetrar en el
mundo psíquico del toro. En 1982 publi-
có “Reflexiones sobre mi poesía”. De sus
trabajos finales sobresalen los mencio-
nados “Entre tantos adioses (1993), por
el que obtuvo el Premio Internacional
de Poesía Ciudad de Melilla en 1992, y”
Poemas de la luz y la palabra “(2003).
Formó parte del jurado del premio de
poesía Nervión, que convocaba la socie-
dad “El Sitio”, junto a Javier de Bengoe-
chea, Eusebio Abásolo y Jon Juaristi , y
dio, también en “El Sitio” una conferen-
cia sobre la poesía y los toros. El libro
“Los desterrados”, publicado en 1947, es
un homenaje a los desdichados de ésta
tierra. Los locos, los ciegos, los olvida-
dos, los suicidas.En sus poemas, por en-
cima de los defectos físicos o espirituales,
El Corredor Mediterráneo / Página 3
destaca la compasión, la misericordia.
“Canción sobre el asfalto” es el poemario
de la ciudad y su objeto poético son las
personas y las cosas humildes: Los trape-
ros, los barrenderos, la última chaqueta
del poeta, que quedará vacía después de
su muerte. Se instala en la tristeza y en
el recuerdo de la felicidad pasada que se
rememora más como pérdida que como
consuelo.
Su último obra, “Entre tantos adioses”,
tiene también una inspiración melancó-
lica. Va precedido esta vez el poemario
por una cita de Petrarca: “Cuanto piace al
mondo e breve sogno”. De éste libro es-
cribió el profesor Fernando Lázaro Carre-
ter que se trata de una nueva y hermosa y
triste y elegante y sencilla modulación de
la melodía que, desde Manrique, resuena
por las más altas cimas de nuestra lírica.
Por su carácter, pertenece a esa estirpe
de poetas afables y cercanos; de talante
ético y bondadoso, poetas que nunca cri-
ticaron otras tendencias poéticas, que se
ilusionaban por el hecho poético y por
el papel humano que la literatura repre-
sentaba. Por ejemplo,Vicente Aleixandre
en la presentación de su perfil en Los en-
cuentros (1958), donde describe figuras
literarias como habían hecho antes lírica-
mente Juan Ramón Jiménez en Españoles
de tres mundos (1942) o Josep Pla en Ho-
menots (1958), nos lo detalla como un
“niño grandón” que al pasar de los años
sigue siendo bondadoso y tan ilusionado
por la poesía que en sus ojos se refugian
los destellos de sus palabras que —según
Aleixandre— son los del entendimiento
de la tierra y el mirar del corazón, ver-
daderamente en esta etopeya acierta de
pleno el maestro del 27, pues Morales
siempre fue defensor de una poesía del
corazón y de la emoción humana.
En 2018 Rafael Morales Barba y María
de la Concepción Morales Barba dona-
ron a la Biblioteca Nacional de España
un amplio epistolario de su padre. Com-
puesto por más de 1.400 cartas que re-
flejan las relaciones del escritor con
numerosos literatos de su época como
Dámaso Alonso, Antonio Buero Vallejo,
Blas de Otero, Camilo José Cela o Fer-
nando Fernán Gómez, así como con dis-
tintas editoriales. Esta donación completa
la amplia correspondencia que mantuvo
con Vicente Aleixandre, al que le unió
una gran amistad hasta la muerte de este
último en 1984.
Tanto Rafael Morales como Emilio Nivei-
ro conocieron aVicente Aleixandre poco
antes de que estallara la Guerra Civil. Ni-
veiro había escrito una crítica elogiosa de
un libro de Aleixandre en las páginas del
prestigioso diario “El Sol” y éste, en agra-
decimiento, lo invitó a su famosa casa de
Velintonia. Poco tiempo después Niveiro
llevaría a su amigo Rafael Morales a casa
de Aleixandre, en donde coincidieron en
más de una ocasión con otro joven poe-
ta: Miguel Hernández.
También Rafael Morales conoció a Mi-
guel Hernández en los duros momen-
tos de la guerra civil. Coincidieron en la
Alianza de Escritores Antifascistas, de la
cual Morales era el miembro más joven,
y los dos publicaron por entonces en “El
Mono Azul”, la revista de izquierdas di-
rigida por Rafael Alberti. Según ha recor-
dado el hijo del poeta talaverano, duran-
te la guerra Hernández hubo de sacar de
algún apuro a su padre: “por mantener
un bigotito parecido al utilizado por los
jerarcas fascistas, y que nunca se afeitó,
una partida de milicianos comunistas
quisieron recortárselo a tiros y fue salva-
do por la milagrosa irrupción de Hernán-
dez”.
Rafael Morales dedicó un poema de su
libro “Entre tantos adioses” al poeta ali-
cantino. Lleva por título “Miguel, el de la
luz más limpia” y forma parte de “Home-
naje”, una sección que recuerda a figuras
muy estimadas por Morales como García
Lorca, Gerardo Diego, Blas de Otero o
Vicente Aleixandre.
Estilo literario
Cree en la palabra entendida como arte,
pero también la palabra que recoge el
pálpito humano, ese “humano temblor”
que tantos poetas existenciales defen-
dían, pues —como dijo José Hierro una
vez—, “los poetas de postguerra tenía-
mos que ser fatalmente testimoniales” y
aquí coinciden nuestros escritores con
Machado, en ser la poesía un diálogo
con el tiempo histórico, pero además
Morales concuerda con el gran maestro
de Campos de Castilla en que la “vida no
sólo debe correr por las arterias versales
de nuestros poemas”. Una poesía abar-
cadora de la realidad y de la experiencia
en su fluir temporal, porque el poeta as-
pira a eternizar en la obra el momento
vital e histórico en que vive para salvar-
lo de la destrucción y revivir así siempre
esa emoción poetizada en la obra, que se
hace perdurable en lo efímero. La poesía
es “esencialmente revelación, penetra-
ción profunda por medio de la expresión
artística en todo aquello que el lenguaje
llano y diario no puede revelarnos ple-
namente”.
En sus libros convive una visión huma-
nista y una cierta redención. Busca la
emoción, lo vital, lo consciente, lo claro,
lo impuro y lo subjetivo. Merece la pena
leer y estudiar su obra poética.
POEMA DEL TORO
Es la noble cabeza negra pena,
que en dos furias se encuentra rematada,
donde suena un rumor de sangre airada
y hay un oscuro llanto que no suena.
En su piel poderosa se serena
su tormentosa fuerza enamorada
que en los amantes huesos va encerrada
para tronar volando por la arena.
Encerrada en la sorda calavera,
la tempestad se agita enfebrecida
hecha pasión que al músculo no altera:
es un ala tenaz y enardecida
es un ansia cercada, prisionera,
por las astas buscando la salida.
Este poeta fue protagonista y testigo de excepción de la poesía es-
pañola desde la Guerra Civil. Formó parte de la Alianza de Escrito-
res Antifascistas junto a Rafael Alberti, Miguel Hernández o Vicente
Aleixandre; dirigió la revista La Estafeta Literaria desde 1957, fue
consejero de la Fundación Juan March, y profesor de literatura en
la Universidad Complutense de Madrid en sus últimos años.
El Corredor Mediterráneo / Página 4
ENTREVISTA
CON LITTO NEBBIA*
(y 2)
Por Andrés Ruiz
ENTREVISTA
-Cuando llega finalmente a Buenos Ai-
res, junto a Ciro Fogliatta en la época
de Los Gatos Salvajes, ¿le costó mucho
arraigarse a la ciudad?
-No, no. Yo soy de adaptarme a los lu-
gares. Estoy acostumbrado desde chi-
co a viajar mucho. A la vez, cuando
no toco, me considero muy hogareño.
Vivo muy encerrado en mi casa con
mi mujer. Mismo ahora, voy a tocar a
España un par de meses y arreglo la ha-
bitación de hotel con Alex (su esposa)
como si fuera una casa. No te olvides
de que yo, antes de que tocara, acom-
pañaba a mis viejos en las giras por
pueblos y ciudades. Era todo a tracción
a sangre. No era que mis padres tenían
un demo y los contrataban. En algunos
lugares me mandaban a cantar con
pantalones cortos, lo cual era un drama
porque me daba vergüenza y lloraba.
Íbamos a pueblos como Las Parejas, les
gustaba el espectáculo que hacíamos y
nos decían: “bueno, vengan el mes que
viene”. Así era. Era llegar a una pieza y
tener un lugar donde bañarnos. Quizás
por eso, volviendo a Buenos Aires, creo
que me adapté tanto, mismo hasta en
mi exilio. Ojo, cuando llego a un lugar
que no me gusta me quiero rajar a los
quince minutos.
-Los Gatos Salvajes fueron una especie
de preludio a la masividad posterior de
Los Gatos. ¿Cómo pudo llevar el tema
de hacerse repentinamente muy cono-
cido?
-Nunca me interesó el tema de la fama
y todo eso. Creo que eso también tie-
ne que ver con la onda que tenían mis
viejos. Para mí lo de Los Gatos Salvajes
fue la experiencia piloto. Cuando vine
a Buenos Aires solo lo hice con un pa-
saje de ómnibus rumbo a la aventura.
Mis viejos se quedaron en Rosario. No
teníamos un mango, no había guita.
Hubo noches en las que dormíamos
en plazas. Pero éramos tan jovencitos
que tampoco lo vivíamos como si fuera
un drama. El tema de tener un proyec-
to en mi cabeza ayudó, el tener una
idea obsesiva. Yo tenía ese proyecto,
no con una idea de ambición, sino de
sostenimiento. Entonces nos la fuimos
bancando, y de dormir en una plaza
o una humilde pensión de repente un
año después vivíamos en un hotel de
lujo. Nunca me deslumbró dormir en
una plaza ni vivir en un lugar extraor-
dinario. Tengo un equilibrio, gracias a
mis padres, de no creérmela. Por su-
puesto que da satisfacción que guste mi
música y vivir con el confort de pasarla
razonablemente bien. Nunca concebí
mi música con la idea de “ser famoso”.
He visto en este ambiente tantos tara-
dos que se creen Mick Jagger, pero los
mejores son los más humildes.
-Cuénteme cómo era la experiencia
de los viajes con Los Gatos. Esos viajes
por provincias o países...
-No existía el criterio de un recital o
concierto. Tocábamos muchas veces
en distintas localidades y nuestro es-
pectáculo duraba media hora, aproxi-
madamente. Teníamos muchos plomos
como el legendario Actemín, que nos
permitía hacer cuatro o cinco actuacio-
nes en una noche. Un sábado normal
terminábamos a las cuatro de la maña-
na. Era algo así hasta que inventamos
lo de los recitales. Se nos ocurrió que,
como teníamos éxito, era una buena
idea presentar el segundo disco que te-
nía “Viento dile a La lluvia” en un lugar
con un público sentado. Antes era una
discusión: “¿Cómo vas a obligar a una
persona que se siente a escuchar una
canción?”. Hicimos la primera prueba
en el Teatro Payró, con lleno total. To-
camos la mayoría de canciones de los
primeros dos discos. A las dos semanas
surgió que nos llamara una persona
que tenía un Teatro en Acassuso. Fui-
mos y llenamos y a partir de ahí se ge-
neró la movida de los recitales. Es algo
que acá empezó a generarse en 1968.
Ya para el ‘69 tocábamos en el Gran
Rex o el Pueyrredón de Flores. El Astral
empezaba a hacer recitales. Antes eso
no existía.
-Ahí es que empiezan los shows del se-
llo Mandioca ¿No?
-Claro. Se empieza a abrir todo.
-Después de Los Gatos tenés un cam-
bio muy importante en su música, in-
cursionando en ritmos como el folklo-
re, el jazz, fusionando estos estilos con
el rock... ¿por qué tuvo ese viraje mu-
sical?
-Bueno, eso llega porque en mi for-
mación escuché todo tipo de música.
No era de escuchar tanto folklore en
mi adolescencia, pero sí por ejemplo
escuchaba música brasileña, Jazz. Co-
nocía mucho de Tango. Muchas de las
canciones que se me ocurrieron luego
de Los Gatos no eran para interpretarlas
con un típico grupo de Rock. No podía
obligar a un grupo establecido a hacer
lo mío. Ahí fue que busqué otras mane-
ras para poder expresarme. Ahí fue que
comencé a tocar solo con mi guitarra.
Ahí fue que me decían que cómo no
iba a estar acompañado por una ban-
da, que cómo iba a aparecer sólo en
un escenario. Esa fue la introducción
a algo más libre, a pensar en nuevos
sonidos. La rítmica me llevó luego a
juntarme con Domingo Cura o Dino
Saluzzi. Algunos creen que me había
ido al folklore, o que cuando hacía algo
lento era que hacía bossa-nova. Mucha
gente siempre quiere rotularte de la
manera que sea.
-Y el público del rock, ¿cómo tomó ese
cambio?
-Al comienzo fue todo muy arduo. Muy
duro. No te olvides de que Los Gatos
llegaron a estar primeros en venta en
muchos países de América. Incluso en
lugares a los que nunca fuimos a tocar,
que no conozco. Por ejemplo, en paí-
ses como El Salvador. Fuimos a tocar a
países limítrofes, Chile, Paraguay, Uru-
guay, Brasil, Bolivia y pará de contar.
Cuando nos separamos teníamos para
ir a otros lugares. Nos habían ofrecido
ir al Olympia de París. Pero decidimos
seguir nuestros caminos por distintos
lados y, como suele suceder, hay co-
rrientes que se evaporan. A partir de
ahí empecé un recorrido más under.
Antes nos escuchaban millones. Inclu-
so podía escucharnos más gente de lo
que hoy sería Soda Stereo. Voy a esto
porque Los Gatos le gustaban no solo
a los de nuestra generación, también
gustábamos a gente más chica y más
grande de edad. Le gustábamos a gente
que le gustaba Sandro o Los Panchos o
los Beatles. Imaginate que de repente
esa gente ve a un tipo tocando otro tipo
de acordes. Eso en un principio generó
un rechazo fuerte y me llevó muchos
años estabilizarme. Son esos años en
los que yo me niego a tocar cualquier
tema viejo y me gano una reputación
de ogro en el que renuncio a hablar
de mi pasado. No era para nada así. Si
hubiera pensado en términos económi-
cos seguía teniendo el kiosco cantando
hasta los 70 años las canciones de la
misma manera. Ahora puedo estar más
tranquilo haciendo mis canciones de
distintas formas porque tengo más de
cien discos grabados. Discos como los
de Huinca, o Nebbia’ s Band eran muy
resistidos. Eran discos tildados de van-
guardistas. Pasaba también con bandas
como Aquelarre.
Segunda entrega y última de la en-
trevista que Andrés Ruiz hiciera en
Rosario a uno de los mayores refe-
rentes del rock argentino.
Por Daniel Barbarosch
El Corredor Mediterráneo / Página 5
-Era indudablemente un artista under-
ground para la época.
-Sí, sí. Incluso ahora con el paso del
tiempo y las reediciones se están reco-
nociendo un montón de cosas que en
esa época no eran valoradas, por favor.
-Me imagino que también giraba igual
por el país, con un presupuesto más
moderado...
-Ahí di en la tecla conociendo a Nés-
tor Astarita y Jorge González. Tocamos
juntos durante seis años e hicimos dis-
cos muy lindos como el que hicimos en
1973 llamado: “Muerte en la Catedral”,
o en 1974 que hicimos: “Melopea” o
luego: “Vendedor de promesas”. To-
camos juntos durante seis o siete años
hasta que llegó el exilio. Eran excelen-
tes músicos, pero a la vez también nos
llevábamos muy bien. Pasaban situa-
ciones como estar comiendo en algún
lugar y venía alguien que nos decía
que tenía un lugar y nosotros decirles:
“ah, muy bien. El martes podemos ir”.
Íbamos, armábamos y tocábamos. Por
ejemplo, tocamos en un Teatro que se
llamaba De la Vieja Cooperativa que
quedaba enfrente del Teatro Astral, en
la Avenida Corrientes. Tocábamos du-
rante cinco horas. Iban ochenta, noven-
ta vagos que nos seguían y se quedaban
las cinco horas. Era un ciclo que hacía-
mos los miércoles y eran zapadas, no
típicas de Rock. Íbamos a pueblos en
donde no tenían la menor idea de qué
iban a escuchar, lo que hacíamos y éra-
mos bien recibidos. Canciones como:
“La ventana sin cancel” o “El otro cam-
bio, los que se fueron”, no eran conoci-
das, pero gustaban a algunos fans que
siempre teníamos. También había gen-
te que no entendía nuestra música o las
letras. No era el reconocimiento como
el que tuve el otro día en el Torcuato
Tasso, donde toqué: “La ventana sin
cancel” y se venía abajo. Las canciones
crecieron y también creció la gente.
-Y en el año 1978 viene el exilio en sin-
cronía con el Mundial.
-El fútbol tiene un arraigo desde lo ma-
sivo que no hay con qué darle. Tam-
bién lo tiene a veces la música, pero
va desde otro lado. Imaginate que,
en ese momento, con el Mundial ha-
ciéndose acá, todo el mundo hablaba
de eso. Y muchos de nosotros, que no
éramos futboleros veíamos todo eso de
forma extraña. Por supuesto queriendo
a nuestro país, desde ya. El día que Ar-
gentina ganó la final, fuimos a tocar a
Jazz & Pop (legendario reducto del Jazz
porteño) con Dino Saluzzi. Mientras
íbamos caminando al lugar pasaban
autos y camiones con gente gritan-
do. Cuando llegamos no había nadie
para vernos, obviamente estaba todo
el mundo festejando. Tuve amenazas,
tuve de todo. No me gusta mucho ha-
blar explícitamente de eso porque me
hace mal. Tuve amenazas, gente que
me seguía por la calle. Si no tomaba la
decisión de irme me iba a morir de un
ataque de nervios o me iban a dar un
disparo en la cabeza.
-¿Y por qué fue México el destino?
-Primero porque yo quería seguir en
América. Estaba la opción de ir a Espa-
ña o México. Confié más en México.
Me decían que no era como Estados
Unidos, donde quizás podría hacer
música para películas. Y no me veía
haciéndome norteamericano. Entonces
tomé la decisión de México por el idio-
ma, aunque no me conociera nadie. Y
estuvo bien, porque toqué en algunas
universidades, en algunos bolichitos.
Venían estudiantes a verme y me pre-
guntaban cómo había hecho eso. En
México estaba todo por hacerse, no
existía eso de tocar tus canciones. Eso
ocurrió casi 20 años después. Lo mío
era una rareza, lo habitual era que los
músicos hicieran covers de las cancio-
nes de moda. En México estuve tres
años y medio, allá compuse: “Solo se
trata de vivir” e hice algunos discos,
volviendo para la época de Malvinas
donde se podía volver a entrar al país.
- En esa época es que la música en in-
glés no se podía pasar y hay un nuevo
auge a conveniencia del Rock Nacio-
nal, una terminología que tengo enten-
dido no te gusta.
-Yo lo llamo Rock Argentino. El Rock
Nacional es una expresión generada en
la Dictadura, lo sentía como algo peyo-
rativo, como que si tenías el pelo largo
y tocabas decían “no, es de esos que
hacen Rock Nacional”. A mí me hin-
chaba eso, y llamaba a nuestro Rock
como Rock Argentino.Y el Rock Argen-
tino tiene una identificación particular,
comparado con otros países de Améri-
ca. Es Rock Argentino.
-Vuelve a Argentina y a los pocos años
comienza un nuevo emprendimiento
llamado “Melopea”. Primero vuelve
y forma parte del sello RCA, y luego
decide fundar un sello independiente.
-Había sellos independientes muy bue-
nos previamente como Trova. También
estaba Music Hall. Donde se editaban
discos de afuera pero también graba-
ban Gieco, Santaolalla, Charly, Pappo.
La idea de sello independiente siempre
fue que el músico que grabara ganara
o perdiera, pero sin tener que consultar
a alguien del business. Cuando volví
del exilio firmé nuevamente con RCA.
Habían puesto como Director a un
norteamericano. Cuando el tipo llegó,
pidió todos los papeles de lo que había
hecho el sello en los últimos diez años.
Y entre lo que quiso modificar, les dijo
a los que estaban dentro del sello que,
por qué yo, que había vendido bastan-
tes discos, no seguía ahí. A Piazzolla y
a mí nos habían devuelto el contrato
en 1974.Tuvieron que explicarle a este
señor que mi música no era comercial.
Se llamaba Larry Palmacci. Me citó y
me dio plata, me dijo que quería repo-
ner todos mis discos anteriores. Al año
y medio siguiente lo acostaron los de la
RCA local y lo mandaron de vuelta en
el container, con su familia, con todo.Y
la compañía volvió a funcionar como
había funcionado siempre. Yo ya venía
planeando lo del sello. Desde la visión
de músico, de querer experimentar,
grabando tranquilo lo que me gustaba.
Eso era lo que yo quería hacer. Nunca
lo hice pensando en la problemática
comercial que podía traerme. No lo
pensé desde un lado de si iba a ganar
o perder.
-¿Y perdió plata con el sello?
-¡Pero mil veces! Mil veces, no sabés.
Pero nunca lo pensé desde el lado de
perder. Muchas veces no me alcanza
para pagar los gastos, pero los cubro
con los derechos de autor, con música
para películas, con una gira, un libro.
Nunca fui de hacer cuentas, si no no
hubieran salido los discos que salieron.
Hay discos que son un disparate. Siem-
pre concebí la idea desde el músico.
Cuando fui a México, vi que había un
departamento que pertenecía a la CBS,
hoy Sony. Tenían algo, un departamen-
to que se llamaba Productos Especiales.
Si ibas y pagabas podías hacer un disco
de tu abuelo, si querías. Hice la cuenta
con dos o tres amigos mexicanos que
me ayudaron mucho y que por suerte
siguen estando, con los que decidimos
hacer un disco y venderlo donde yo
tocara. Terminamos haciendo varios,
incluyendo uno de Rodolfo Alchou-
rrón, otro de Manolo Juárez, otro de
Alejandro Del Prado, el primero. Los
vendíamos en las tiendas culturales
que había. Había una cadena cultural
llamada “Ghandi”, y ahí se vendían los
discos y se podían hacer recitales los
fines de semana. Cuando vuelvo firmo
con la RCA y a los dos años finalmen-
te me decidí a hacer el sello. Yo quería
hacer más cosas y me decían que espe-
rara dos años. Fui craneando todo y lo
primero que hice fue editar discos por
Interdisc. En los discos decía la palabra
Melopea, pero los discos eran edita-
dos por Interdisc. Está bien, salieron
los discos, pero no quedé conforme.
Y bueno, por entonces iba a lo de una
psicóloga. Te hablo del año 1985, más
o menos. Entonces la psicóloga un día
me dijo: “usted va a tener que terminar
teniendo su sello propio o va a terminar
matando a alguien”. La única manera,
cuando vos no podés solucionar algo,
es solucionarlo vos. Agarré y me tiré a
la pileta. Empezamos con mi vieja que
siempre ideaba planes y vivía donde
hoy está Melopea. Mi viejo falleció jo-
ven y mi madre vino a Buenos Aires.
Antes era su casa y me decía: “¿Por qué
no ponemos una alfombrita y traes los
equipos?”. De pronto estábamos con
albañiles tirando todo abajo para mon-
tar un estudio de grabación. Cuando
estuvo el estudio al año y medio, que
nos costó porque debíamos tener la
plata, me dije que iba a pensar más allá
de ganar o perder. Me quedé ahí des-
de el año 1989. Ya estamos cumplien-
do treinta años. Hay mucha porquería
que tiene el arte, pero también hay que
saber comprender que quizás es una
prueba que te pone el destino. Porque
si no todo sería sencillo.
-Nómbreme artistas del país de los que
se siente orgulloso de que hayan sido
editados por el sello...
-Bueno, por ejemplo, puedo mencio-
nar al Dúo Salteño. Edité el último
disco de ellos. Después lástima que se
pelearon. Los primeros discos de Adria-
na Varela, creo que los produje bien.
Siguen siendo hoy discos muy solici-
tados y respetados. Muchos discos que
produje deTango, de Antonio Agri. Fats
Fernández, un gran trompetista. Hice
tres discos del último cantor de Troilo,
Tito Reyes. Hice discos de Suma Paz.
No sé, imaginate que hicimos más de
seiscientos discos. Estoy muy contento
con muchas cosas que hice.
-Es bueno también su forma federal
de concretar sus proyectos musicales.
Muchas veces sigue girando por el país
y tocando con músicos locales.
-No es que toque con cualquiera. En
el Sur toco con músicos, con el Power
Trío. Con ellos toco, de hecho, voy a ir
con ellos a tocar a México. Ellos viven
en General Roca, son muy buena gen-
te, Julián Cabazza y Gustavo Gianini.
A mí, la verdad, ya no me preocupa
qué hacen los otros, pero no es que ha-
blo desde la autosuficiencia, sino que
en definitiva veo que cada uno hace
lo que puede hacer. Y si yo tengo esta
mentalidad y he dedicado mi vida a vi-
vir como vivo, ¿Qué me importa como
vivas vos si encima vivís de una manera
que me parece que te estás perjudican-
do? Por eso tampoco entiendo las dis-
cusiones políticas que hay hoy en día,
ese odio, esta grieta como se llame. No
sirve para nada, lo veo como una por-
quería. Salvo que alguien lo difunda
para manipular a la gente. Ahora viene
un tipo y se sienta acá y dice que es ad-
mirador de Hitler y bueno, yo no le doy
bola.Yo me voy. Como también quizás
si le doy un disco de Archie Shepp a al-
guien y me dice que no lo entiende. La
confrontación no va para atrás ni para
adelante.
*Esta entrevista se publica en ECM por
gentileza de la revista El Faro, editada
por el CFI (Consejo Federal de Inversio-
nes).
El Corredor Mediterráneo / Página 6
DE HOSPITAL DE CARIDAD
A HOSPITAL REGIONAL
“RAMÓN J. CÁRCANO”
VAIVENES DE LA SALUD
PÚBLICA EN LABOULAYE
Por Mario Bruno
HISTORIA ENTRE TODOS
Cada paso dado, desde el viejo Hospital de
Caridad hasta el actual Hospital Regional, re-
fleja el proceso gradual, con idas y venidas
y la participación de la sociedad civil, de la
construcción del sistema sanitario de Labou-
laye en las primeras décadas del siglo XX.
Era un 12 de octubre de 1913 cuando los
laboulayenses celebraban la inauguración
del Hospital de Caridad. No lo hicieron so-
los, la presencia de autoridades nacionales y
de quien ocupaba la gobernación de Córdo-
ba, el doctor Ramón J. Cárcano, fueron muy
bien recibidas, pero también habían consti-
tuido materia de debate entre los vecinos.
El estreno de este edificio y sus instalaciones,
construido en el actual barrio Belgrano (en
el sector norte de la ciudad), constituyó el
primer paso hacia un nuevo sistema de sa-
lud pública que con el devenir del tiempo
se transformaría en pionero para Laboulaye
y la región.
La Sociedad Damas de Beneficencia local,
entidad creada en 1909, fue impulsora del
proyecto del Hospital de Caridad, y encarga-
da de la administración del nosocomio hasta
mitad de siglo XX.
El profesional que ocupó la dirección del fla-
mante establecimiento fue el doctor Alberto
Orlandini; quien a la vez fue su primer médi-
co; le darían continuidad a la función de di-
rigir el hospital los doctores Adolfo Negroto,
Ángel Bernaldez y EduardoTossini. Por aquel
entonces, el hospital contaba con cuatro ha-
bitaciones, veinticinco camas, sala de cirugía
y otras dependencias.
Los avatares de un nombre y el sueño de un
nuevo espacio físico
Ya se había decidido en 1910: el Hospital
llevaría el nombre del presidente de la Re-
pública. Llegados a la Argentina de 1913,
aún gobernaba en el país la generación del
ochenta, presidía los destinos de la Nación
el doctor Roque Sáenz Peña (hijo); y es en
ese marco político cuando sorpresivamente
se generaron las discusiones y los debates.
¿Por qué? La Sociedad de Damas de Bene-
ficencia decidió homenajear al gobernador
cordobés Ramón J. Cárcano (quien estaría
presente en el acto de inauguración), por lo
que el Hospital llevaría su nombre y no el
del presidente de turno. Las posturas en con-
tra no tardaron en aparecer, pero finalmente
fue el mandatario provincial quien se llevó el
reconocimiento.
Con un nombre ya consolidado en la loca-
lidad y la región, el progreso acompañó los
años siguientes colmados de trabajo y llega-
dos al 20 de agosto del año 1939, las Da-
mas colocarían la piedra fundamental de un
nuevo edificio para el Hospital de Caridad
que se proyectaba construir sobre la actual
avenida Independencia (en aquel entonces
Carlos Pellegrini), a la altura del número 450,
donde hoy funciona el IPEM N° 278 Malvi-
nas Argentinas.
El acto tuvo significativa trascendencia en
consonancia con la importancia que repre-
sentaría la obra, cuyo fin era cubrir en ma-
teria de salud una gran necesidad expresada
por la comunidad en su conjunto. Fueron
representadas distintas instituciones departa-
mentales, se contó con la presencia de auto-
ridades de diferentes reparticiones públicas
locales y un importante número de público
en general. Todos celebraron el nuevo avan-
ce que sería concretado por la Sociedad Da-
mas de la Beneficencia.
Una década después, con el esfuerzo de di-
cha entidad y de toda la población, la estruc-
tura del edificio se había realizado hasta la
loza: techo y aberturas.Y hasta allí llegaron.
Los problemas se suscitaron cuando en el
año 1950, y por disposición del entonces
gobierno nacional, la Sociedad Damas de
Beneficencia fue intervenida, todos sus bie-
nes confiscados, incluido el edificio en cons-
trucción que pasó a la órbita oficial. La edifi-
cación permaneció abandonada por mucho
tiempo, fue usurpada y habitada por indigen-
tes y adoptó el tristemente célebre nombre
de “Cabildo”, hasta que en el año 1971 fue
cedida al Ministerio de Educación para ser
asignada al Colegio Nacional Laboulaye.
Cabe aclarar que el estado provincial a par-
tir de 1949 había comenzado a estatizar los
hospitales en manos de las asociaciones de
beneficencia, de hecho a mediados del año
1951 el viejo Hospital de Caridad Ramón J.
Cárcano es registrado como dependiente de
la Dirección de Salud Pública de la provin-
cia.
Entre promesas, reclamos y polémica: el
nuevo Hospital Regional
El proyecto inconcluso de la Sociedad Da-
mas de la Beneficencia solo acrecentó las
necesidades de los laboulayenses en materia
de salud. El Hospital de Caridad ya no podía
cubrir la demanda de la población y su zona
de influencia. Por esa razón, Laboulaye fue
seleccionada como una de las localidades
donde la Nación construiría un nuevo centro
de salud.
La obra estaba presupuestada para ser cum-
plida durante el segundo plan quinquenal
(1952-1956); período en el que además se
preveía construir otras estructuras similares
en todo el país, con la habilitación de tres
mil sesenta camas (3.060), entre las que se
encontraban las sesenta (60) destinadas al
hospital de Laboulaye.
Todo parecía indicar que finalmente la salud
dejaría de ser una materia pendiente. En el
mes de febrero del año 1951, se encontraba
en estudio en dependencias de la Subsecre-
taría de Construcciones del Ministerio de Sa-
lud Pública de la Nación, la documentación
correspondiente a la licitación realizada en
la fecha puntualizada, con la finalidad de
proyectar y ejecutar la obra presupuestada.
Según especificaba el expediente labrado al
efecto: “…se trataba de una serie de cons-
trucciones similares provistas de sesenta (60)
camas, distribuidas en ocho salas de siete
camas cada una, mas cuatro habitaciones
separadas para aislamiento…”. “…Por reso-
lución Nº 208 del 9 de mayo del año 1951
ha sido aprobada la licitación para la cons-
trucción del hospital regional en nuestra ciu-
dad, el que dispondrá de sesenta (60) camas.
Se adjudicó la construcción a la firma Mori y
Cía de la ciudad de Junín. El costo de la obra
es de 2.878.152, 85, habiéndose autorizado
además para que se proceda a suscribir el
contrato respectivo “ad referéndum” con la
firma adjudicataria…”
Como consta en los registros, la edificación
se dividiría en tres grandes cuerpos: entrada,
ala izquierda y el pabellón de internados.
La estructura de entrada al establecimiento,
con 38,50 metros de frente por 11 metros de
fondo, incluía un amplio hall, sala de Rayos
X y dependencias; sala de primeros auxilios,
enfermería y dependencias; farmacia, la-
boratorio y dependencias; dos consultorios
médicos, un consultorio de odontología y
taller anexo; despachos de la administración
y dirección.
En el ala izquierda estaría el cuerpo des-
tinado a los servicios de cocina comedor,
empleados, caldera, calefacción, lavado,
planchado, usina, taller general, garaje, de-
pósitos, la morgue y el despacho del ecóno-
mo. Esta parte del hospital tendría 65 metros
de frente por 12 metros de fondo.
El pabellón de internados constaría de 4 sa-
las con 7 camas cada una, las 4 habitacio-
nes para aislamiento, sala de operaciones,
esterilizaciones, dependencias, sala de par-
tos, baños numerosos, sala de curaciones. El
frente de este pabellón tendría una extensión
de 90 metros por 11 de fondo; la superficie
cubierta sería de 2.098,80 sin las galerías
ocupando un terreno de 100 metros por 80
(ochenta).
La obra estaba presupuestada y licitada pero
pasarían otros diez años para que logre ser
concretada. Las crisis económicas, los golpes
de estado, las restauraciones democráticas
demoraron su construcción y posterior inau-
guración; lo que finalmente se logró a partir
de las gestiones y la movilización del pueblo
de Laboulaye. Los reclamos finalmente ha-
bían sido escuchados. La localidad tenía un
nuevo hospital.
Otra inauguración con polémica
Después de una larguísima lucha, nueva-
mente los laboulayenses tenían motivo para
sentirse orgullosos. Cada uno de ellos me-
recía estar presente en el momento en que
el nuevo hospital abriera sus puertas. ¿Pero
cuándo sucedió esto? No hay unanimidad
en cuanto a las fechas y los momentos en
que esa inauguración y el traslado desde el
viejo hospital se produjeron.
El semanario La Comuna, en un artículo pu-
blicado en el año 1962, le da amplia difusión
al destacado acontecimiento, puntualizando
concretamente que el acto inaugural ocurrió
el día sábado 10 de marzo de aquel año con
asistencia de autoridades provinciales y una
enorme concurrencia de vecinos, lo que ha-
bría obligado a desarrollar el acto fuera de las
instalaciones del Hospital.
La placa de bronce, colocada en la parte
exterior del ingreso principal particulariza
el nombre de las autoridades presentes, pre-
cisando como fecha de fundación el 10 de
marzo del año 1962.
En contraposición, el testimonio del doc-
tor Augusto Antonio Díaz, jefe del Distrito
Sanitario Nº 7, especifica que: “…fue una
inauguración silenciosa, ocurrida entre los
meses de octubre o noviembre del año 1961
(no recuerda con exactitud), estábamos úni-
camente el ministro de Salud Pública y yo,
pedí que no hubiera ningún político…y es la
verdadera historia del Hospital, con un míni-
mo de gente y ningún político…”.
¿Quién tiene razón? Será un enigma por
resolver. Pero más allá de las versiones con-
trapuestas, los hechos dan cuenta de que
una vez iniciadas sus labores, el Hospital
Regional de Laboulaye jamás ha dejado de
brindar su servicio a la comunidad, siendo
cabecera de zona sanitaria incluyendo los
departamentos General Roca y Pte. Roque
Sáenz Peña.
*Historia Entre Todos es un proyecto de la
Red de Ciudades Educadoras integrada por
el Consejo Deliberante de Río Cuarto, mu-
nicipios regionales y diversas instituciones
educativas y culturales.
El Corredor Mediterráneo / Página 7
REVOLUCIONARIOS
Joshua Furst
Trad. Alba Montes Sánchez
Impedimenta, Madrid, 2019
Qué novela más agradable, los gi-
ros que va proporcionando según
vamos pasando y pasando pági-
nas, del subidón festivo a la tristeza
profunda, de la reflexión absoluta
al desenfreno total. La montaña
rusa que supone estar vivo, así nos
lo escribe Joshua Furst, autor de
esta novela.
“Revolucionarios” versa sobre la
vida de un hippie de gran relevan-
cia, Lenny Snyder, en los movi-
mientos revolucionarios de finales
de los años sesenta y principios de
los setenta, pero narrada su histo-
ria a través de los ojos de su hijo,
a quien un periodista le entrevista
en su edad adulta y le cuenta todo
lo que recuerda de su infancia y
de su padre, en aquellos años tan
encendidos en EEUU.
Hay un par de novelas dentro de
este libro, dos caminos a seguir.
Por un lado, los movimientos po-
líticos de los hippies y sus activi-
dades en los sesenta y los setenta,
luchando contra el muy opresor
sistema establecido por aquellos
años en los Estado Unidos; y por
otro, la vida en familia de Lenny
Snyder, compuesta inicialmente
por su pareja y su hijo, llamado
Freedom, el narrador de la histo-
ria, y luego por su siguiente pare-
ja, la antigua y su hijo.
El retrato de la América antisiste-
ma es, como todo el libro, agridul-
ce y crítico, no es ni mucho menos
una bella apología de las luchas
de los hippies, sino una mirada
muy crítica y muy dura a su mane-
ra de vivir y actuar, siempre al lí-
mite de la falta de responsabilidad
total ondeando mientras la bande-
ra de la libertad. La fotografía de
aquella época que nos muestra
Joshua Furst es nítida y sabrosa,
pero sobre todo, crítica, resal-
ta, más que nada, lo negativo de
aquel movimiento de liberación,
los bajos fondos y cómo se sentía
él entre tanta miseria. Critica a sus
padres, a su padre, más en concre-
to y con más veneno, su conduc-
ta, los descuidos que conllevaban
tanta libertad, pues sentía que no
le atendían como era debido, más
pendientes de la ingesta masiva de
drogas y las manifestaciones que
de la educación de los hijos. El
tono es algo revanchista, de ajuste
de cuentas, en cierto modo, con
su padre, y la pregunta constan-
te es: “¿Fue mi padre una buena
persona y buen padre?”. Esta es la
otra parte del libro más interesan-
te, la permanente lucha de Free-
dom con sus sentimientos, al tener
un padre admirado por todos, que
sin embargo, era ciertamente duro
con él, para tratar de endurecerlo
ante la vida difícil en que estaban
inmersos, o al menos, esa era su
justificación. En este cruce de ca-
minos, Freedom, el hijo de Lenny
Snyder, se cuestiona la valía de su
padre, si merecía en realidad tan-
to elogio o era todo una inmensa
fachada que ocultaba bajo ella a
una mala persona, incapaz de cui-
dar a su hijo, y de mirar más allá
de sí mismo.
Freedom vivió su más tierna in-
fancia inmerso en el movimiento
hippie, con un padre relativamen-
te famoso en el movimiento, ca-
becilla e impulsor de la actividad
antisistema, que se codeaba con
ilustres como Allen Ginsberg. Su
vida diaria, pues, se dividía asis-
tiendo a manifestaciones y con-
ciertos y viendo a los adultos en
peleas con la policía y consumo
de drogas, siempre en ambientes
de pobreza extrema, en barrios
desolados y casi en ruinas, donde
él vivía en una suerte de estado
salvaje sin una mirada protectora a
su alrededor, callejeando ya desde
los cinco años en soledad por la
ciudad. El recuerdo de su infancia
es amargo y de desprotección, así
nos lo narra, cómo tenía que pasar
las horas él solo mientras su madre
se consumía, por épocas, entre al-
cohol, pastillas y ácidos, y su pa-
dre seguía su rumbo propio en la
lucha contra el sistema, terminan-
do con sus huesos en la cárcel por
venta de cocaína y después, tras el
pago de la fianza, huyendo de la
justicia por la América profunda.
En la narración de Freedom vere-
mos el ascenso y caída de su pa-
dre, y nos meteremos en páginas
realmente bellas sobre cómo vivió
su encierro en prisión, la lucha de
su madre contra la pobreza, cómo
les iban dando la espalda todo el
mundo cuando necesitaban ayuda
para salir adelante, la humillación
de pedir y no recibir. Hay tramos
realmente hermosos del libro rela-
tando la pobreza, la más gris in-
fancia, la amistad con una amiga
suya de su edad con la que des-
cubre el mundo y con un amigo
adulto de sus padres, que termina
por perderse en mares de alco-
hol, la tristeza con que lo describe
Freedom, sus reflexiones siendo
tan pequeño, la visión de un niño
metido en un huracán.
Novela muy recomendable para
seguirle la pista a los años sesenta
estadounidenses y para sumergir-
nos en una infancia de honda so-
ledad.
Rubén Darío Fernández
El Corredor Mediterráneo / Página 8
DESDE EL MIRADOR
ME GUSTARÍA
EQUIVOCARME
Por Kepa Murua
Llevo un mes encerrado en casa y estoy triste por lo que sucede
con la pandemia y con tanta muerte que algunas veces no sé cómo
canalizar. Soy una persona que todos los días piensa en la muerte,
aunque sea solo unos escasos segundos, pero no voy a extender-
me en este sentimiento que me acompaña junto a la entereza que
intento encontrar en cada momento cuando mi mente no para de
preguntarse cómo hemos llegado hasta esta situación; tampoco voy
a enumerar todo lo que escucho con atención y me hace reflexionar,
muchas veces en silencio, o con la única compañía de mi esposa y
de mi hija en una modesta casa rodeada de flores y libros. Intento no
enfadarme, no creo que sirva en estos días tan duros y extraños a la
vez. En casa, la radio nos acompaña, leemos las noticias, hablamos
con una calma ciertamente intranquila, por ahora no podemos hacer
más. Seguimos las indicaciones que nos marcan los responsables
institucionales y los expertos de la salud. Me ayuda pensar que este
confinamiento es una reclusión que nos permite recuperar momen-
tos que nos gustan, como la lectura o la conversación. Pero no lo
podemos evitar, pensamos en los seres queridos que están lejos o
en los amigos que están solos o están enfermos. Describir lo que
me ha sucedido a mí sería exagerado, un error, porque en una crisis
como esta, tan desagradable, inesperada y por eso mismo dramática
e importante, todos perdemos algo: alguna oportunidad laboral, por
ejemplo, o dinero, que es algo que gusta mucho a la gente. Podría
ser ese proyecto en el que confiábamos y que finalmente no sale
como esperamos. Es una realidad que después de tantos años he ter-
minado por asumir como inevitable, pues como escritor desarrollo
mi trabajo en el ámbito de la cultura. Tengo una cierta experiencia
en perder lo que parecía ser importante o en que desaparezca de
mi vista la realidad que debía existir en un tiempo determinado. Es
lo que ha pasado: la realidad que teníamos enfrente ya no es la que
tenemos y, además, no nos sirve para seguir adelante. Pero por más
que nos pase, a esta realidad cambiante nunca se acostumbra uno.
Además, en este drama, en este cambio que nos tiene encerrados en
casa, las personas pierden lo más importante, la salud o la vida.Todo
el mundo pierde: los desfavorecidos y los trabajadores. También las
empresas pierden, y los gobiernos pierden, quizá los que más, por-
que perderán la confianza de la gente hasta que todo vuelva a ser
como antes de la crisis.
En mi reclusión leo El gatopardo, de GiuseppeTomasi di Lampedusa.
La novela está ambientada en un cambio histórico que transcurre
desde una Italia aristocrática hasta una popular o revolucionaria, y
una idea que se repite en sus páginas podría ser quizá la intención,
oculta o no, pero emblemática de su autor; es esta: “si queremos
que siga igual, es necesario que todo cambie”. Lo menciono porque
intuyo que cuando todo pase, más allá de unos días, o unos pocos
meses en los que la población recordará la tristeza de lo acontecido,
con los homenajes que nos gusta organizar en casos así, volvere-
mos a una cotidianidad parecida a los meses previos a la pandemia.
Me gustaría equivocarme, quisiera equivocarme también esta vez;
sin embargo, tal como pasó con la última crisis de hace unos quin-
ce años, intuyo que el consumismo ilimitado volverá a ocupar los
espacios de nuestra vida, pues esa será –es solo una intuición– la
solución que presentarán los expertos para salvar la situación; como
justificaciones añadirán el aumento de la productividad, la recupe-
ración del empleo y el rescate de la economía. Por más razones que
quiera encontrar, nunca he entendido cómo los gobernantes siguen
sus dictados a rajatabla cuando el verdadero cambio asume una
mirada diferente a todo lo que nos pasa como individuos y lo que
hemos vivido en comunidad. Hablar por tanto del conocimiento de
la vida, de lo que es necesario para convivir en paz, podría resultar
una estupidez en estos tiempos en que se busca una salvación inme-
diata. Mis conversaciones, pero no solo con los políticos, sino con
las personas con las que me encuentro en la calle, me han llevado
a un escepticismo tal por la humanidad que es difícil que cambie.
Para que todo cambie, debe seguir todo igual, leo en el libro; pero,
pese al poder o a la fuerza que contiene esta idea, en mi fuero in-
terno me rebelo cada hora, cada día, y asumo la importancia del
conocimiento y de la tan denostada cultura para seguir adelante y no
caer en el desánimo que, como se sabe, es improductivo e incluso,
enfermizo. Por eso mismo pienso en la muerte y vivo todos los días
intensamente.
Es una situación triste: cuando todo cae, las personas se acuerdan de
la poesía, de la cultura. Son días oscuros, pero si pensaran un minuto
de cada día en los que mueren, en los que lo han perdido todo, hasta
la esperanza, podrían valorar lo que de verdad es importante en la
vida de uno y en la de los demás.
La Columna

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  • 1. Río Cuarto . Río Tercero . San Francisco . Villa María DESDE EL MIRADOR ME GUSTARÍA EQUIVOCARME POR KEPA MURUA PÁG. 8 ENTREVISTA CON LITTO NEBBIA (y 2) POR ANDRÉS RUIZ PÁG. 4 Y 5 REVOLUCIONARIOS DE JOSHUA FURST POR RUBÉN D. FERNÁNDEZ PÁG. 7 Miércoles 22 de abril de 2020 . Año 20 Nº 900 Isabel Rezmo aborda una aproximación admirativa a la figura y a la obra de uno de los grandes poetas españoles de la posguerra civil a través de la cual conecta con algunos de los representantes de la Generación del 27, sobrevivien- tes en lo que se llamó “exilio interior”. PÁG. 2 y 3 RAFAEL MORALES: “LA PALABRA RECOGE EL PÁLPITO HUMANO” DE HOSPITAL DE CARIDAD A HOSPITAL REGIONAL “RAMÓN J. CÁRCANO” VAIVENES DE LA SALUD PÚBLICA EN LABOULAYE POR MARIO BRUNO PÁG. 6
  • 2. El Corredor Mediterráneo / Página 2 RAFAEL MORALES: “LA PALABRA RECOGE EL PÁLPITO HUMANO” Por Isabel Rezmo La poesía es ante todo belleza sugerente de la palabra y por la palabra y en sí un medio, nunca un fin. Rafael Morales Descubrí la figura de Rafael Molares a través de la lectura de la vida de Don Vicente Aleixandre.Y es que todos sabéis la devoción, el respeto, y la admiración que siento hacia su figura. Tal es así que no hay día que lea, o investigue cosas relacionadas con su vida, su poesía; los poetas y personas que lo rodearon. Gra- cias a estos momentos, y también a las redes sociales, a través de los post de compañeros descubría su poesía y algo de su vida. Internet a veces, da lugar a estas sorpresas, y más cuando nos repi- ten por activa o por pasiva que no es algo útil, y que las redes nos hacen perder el tiempo. Pero en mi afán de descubrir y de conocer me llevo hasta este poeta. En su poesía hay una correspondencia entre lo vital y lo literario, o entre su poética y su personalidad. Humanidad que se nutre de estética, y el de la estética que se nutre de humanidad. Asimismo, Talavera de la Reina homenajeó a su poeta e hijo predi- lecto en el centenario de su nacimiento. Vida y obra Rafael Morales comenzó a escribir versos con apenas siete años de edad, publican- do los primeros en la revista Rumbo. Se licenció en Filosofía y Letras por la Uni- versidad de Madrid y durante la Segun- da Guerra Mundial estudió dos años en Portugal gracias a una beca, con la que obtuvo la licenciatura en Literatura Por- tuguesa por la Universidad de Coimbra. Durante la Guerra Civil escribió en la re- vista El mono azul y fue el miembro más joven de la Alianza de intelectuales anti- fascistas. Entregado a una intensa activi- dad cultural, dirigió además elAula de Li- teratura del Ateneo de Madrid y la revista La Estafeta Literaria. En 1952 era asesor de la revista Poesía Española, editada por la Dirección General de Prensa. Fue ade- más crítico literario en la revista Ateneo y en varios diarios españoles. También colaboró en la sección de filología y li- teratura de la Enciclopedia de la Cultura Española. Rafael Morales inauguró la colección Adonais en 1943 con “Los poemas del toro”.Tenía entonces veintitrés años y era estudiante de Filosofía y Letras. El poe- mario significó una rehumanización de la lírica frente al neogarcilasismo de la poesía de postguerra y reflejaba la lucha entre la inteligencia y la inocencia natu- ral violenta del toro. “En el tiempo en que yo escribía mis poemas taurinos-dice el poeta- , así como en el inmediatamente anterior, el de la guerra civil, el hombre de España sufría, como el toro, una tra- gedia inmisericorde”. En su siguiente li- bro, “El corazón y la tierra” canta la au- sencia de la amada que se manifiesta en un mundo vacío, la soledad del cielo, el silencio del campo de Talavera. Morales obtuvo numerosos premios, en- tre ellos el Premio Nacional de Literatu- ra de 1954, el Gibraltar que otorgaba el semanario madrileño Juventud y el inter- nacional de poesía Ciudad de Melilla de 1993 por su libro “Entre tantos adioses”. Murió en Madrid el 29 de junio de 2005. Existe un premio de poesía que lleva su nombre, convocado por el ayuntamiento de Talavera de la Reina. Su poesía, divulgada en las páginas de la revista Escorial de Madrid cuando apenas contaba 22 años, empezó por cultivar la estrofa clásica y serenidad de concepto, dentro de lo que Dámaso Alonso llamó poesía arraigada de la primera genera- ción poética de la posguerra; influida por la obra de Miguel Hernández (en espe- cial, por sus sonetos) destaca su primer libro Poemas del toro (1943), obra de tema táurico (que no taurino) que inau- guró la colección de poesía Adonáis; el segundo es El corazón y la tierra (1946), que toma por temas principales el amor, el paisaje y el tiempo; pero con su libro Los desterrados de 1947 escribió el pri- mer libro de poesía social y existencial de su época y entra de lleno en la poesía desarraigada; con esta obra pasa revista a todo tipo de marginados y desheredados por la sociedad y la desgracia. Siguieron Poesías completas (1949), Canción sobre el asfalto (1954), tal vez su obra más ma- dura, donde aborda el tema de la ciudad y sus miserias y canta con delicada sensi- bilidad a las pequeñas cosas, a lo humil- de y olvidado (una temática similar, coin- cidente en el tiempo, a la de las “Odas elementales” del chileno Pablo Neruda); La rueda y el viento (1971), Prado de ser- pientes (1982), cuyo título se inspira en una expresión al final de La Celestina (en el “planto” de Pleberio, padre de Meli- bea) en que se califica así al mundo, y Obra poética completa (1999). En alguna ocasión, Morales definió su ideal poético como una aspiración a cumplir lo que llamaba la “tríada divina” de la poesía del Siglo de Oro español: “Decir con la belleza de Góngora, pensar con la hon- dura de Quevedo, sentir con la sensibili- dad de Lope”. Con el poeta inglés Charles David Ley tradujo la obra del poeta portugués Al- berto de Serpa en la colección Adonáis. Escribió además “Antología y pequeña historia de mis libros” (1958) y algunas narraciones de temática taurina. Entre sus libros en prosa destaca la atención que dedicó a la literatura infantil y juvenil con obras como “Dardo, el caballo del bos- que “o “Narraciones de la vieja India”, “Leyendas del Río de la Plata”, “Leyenda del Caribe”, “Leyenda de los Andes”,” Leyenda del Al-Andalus”... En “Grana- deño”, toro bravo intenta penetrar en el mundo psíquico del toro. En 1982 publi- có “Reflexiones sobre mi poesía”. De sus trabajos finales sobresalen los mencio- nados “Entre tantos adioses (1993), por el que obtuvo el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla en 1992, y” Poemas de la luz y la palabra “(2003). Formó parte del jurado del premio de poesía Nervión, que convocaba la socie- dad “El Sitio”, junto a Javier de Bengoe- chea, Eusebio Abásolo y Jon Juaristi , y dio, también en “El Sitio” una conferen- cia sobre la poesía y los toros. El libro “Los desterrados”, publicado en 1947, es un homenaje a los desdichados de ésta tierra. Los locos, los ciegos, los olvida- dos, los suicidas.En sus poemas, por en- cima de los defectos físicos o espirituales,
  • 3. El Corredor Mediterráneo / Página 3 destaca la compasión, la misericordia. “Canción sobre el asfalto” es el poemario de la ciudad y su objeto poético son las personas y las cosas humildes: Los trape- ros, los barrenderos, la última chaqueta del poeta, que quedará vacía después de su muerte. Se instala en la tristeza y en el recuerdo de la felicidad pasada que se rememora más como pérdida que como consuelo. Su último obra, “Entre tantos adioses”, tiene también una inspiración melancó- lica. Va precedido esta vez el poemario por una cita de Petrarca: “Cuanto piace al mondo e breve sogno”. De éste libro es- cribió el profesor Fernando Lázaro Carre- ter que se trata de una nueva y hermosa y triste y elegante y sencilla modulación de la melodía que, desde Manrique, resuena por las más altas cimas de nuestra lírica. Por su carácter, pertenece a esa estirpe de poetas afables y cercanos; de talante ético y bondadoso, poetas que nunca cri- ticaron otras tendencias poéticas, que se ilusionaban por el hecho poético y por el papel humano que la literatura repre- sentaba. Por ejemplo,Vicente Aleixandre en la presentación de su perfil en Los en- cuentros (1958), donde describe figuras literarias como habían hecho antes lírica- mente Juan Ramón Jiménez en Españoles de tres mundos (1942) o Josep Pla en Ho- menots (1958), nos lo detalla como un “niño grandón” que al pasar de los años sigue siendo bondadoso y tan ilusionado por la poesía que en sus ojos se refugian los destellos de sus palabras que —según Aleixandre— son los del entendimiento de la tierra y el mirar del corazón, ver- daderamente en esta etopeya acierta de pleno el maestro del 27, pues Morales siempre fue defensor de una poesía del corazón y de la emoción humana. En 2018 Rafael Morales Barba y María de la Concepción Morales Barba dona- ron a la Biblioteca Nacional de España un amplio epistolario de su padre. Com- puesto por más de 1.400 cartas que re- flejan las relaciones del escritor con numerosos literatos de su época como Dámaso Alonso, Antonio Buero Vallejo, Blas de Otero, Camilo José Cela o Fer- nando Fernán Gómez, así como con dis- tintas editoriales. Esta donación completa la amplia correspondencia que mantuvo con Vicente Aleixandre, al que le unió una gran amistad hasta la muerte de este último en 1984. Tanto Rafael Morales como Emilio Nivei- ro conocieron aVicente Aleixandre poco antes de que estallara la Guerra Civil. Ni- veiro había escrito una crítica elogiosa de un libro de Aleixandre en las páginas del prestigioso diario “El Sol” y éste, en agra- decimiento, lo invitó a su famosa casa de Velintonia. Poco tiempo después Niveiro llevaría a su amigo Rafael Morales a casa de Aleixandre, en donde coincidieron en más de una ocasión con otro joven poe- ta: Miguel Hernández. También Rafael Morales conoció a Mi- guel Hernández en los duros momen- tos de la guerra civil. Coincidieron en la Alianza de Escritores Antifascistas, de la cual Morales era el miembro más joven, y los dos publicaron por entonces en “El Mono Azul”, la revista de izquierdas di- rigida por Rafael Alberti. Según ha recor- dado el hijo del poeta talaverano, duran- te la guerra Hernández hubo de sacar de algún apuro a su padre: “por mantener un bigotito parecido al utilizado por los jerarcas fascistas, y que nunca se afeitó, una partida de milicianos comunistas quisieron recortárselo a tiros y fue salva- do por la milagrosa irrupción de Hernán- dez”. Rafael Morales dedicó un poema de su libro “Entre tantos adioses” al poeta ali- cantino. Lleva por título “Miguel, el de la luz más limpia” y forma parte de “Home- naje”, una sección que recuerda a figuras muy estimadas por Morales como García Lorca, Gerardo Diego, Blas de Otero o Vicente Aleixandre. Estilo literario Cree en la palabra entendida como arte, pero también la palabra que recoge el pálpito humano, ese “humano temblor” que tantos poetas existenciales defen- dían, pues —como dijo José Hierro una vez—, “los poetas de postguerra tenía- mos que ser fatalmente testimoniales” y aquí coinciden nuestros escritores con Machado, en ser la poesía un diálogo con el tiempo histórico, pero además Morales concuerda con el gran maestro de Campos de Castilla en que la “vida no sólo debe correr por las arterias versales de nuestros poemas”. Una poesía abar- cadora de la realidad y de la experiencia en su fluir temporal, porque el poeta as- pira a eternizar en la obra el momento vital e histórico en que vive para salvar- lo de la destrucción y revivir así siempre esa emoción poetizada en la obra, que se hace perdurable en lo efímero. La poesía es “esencialmente revelación, penetra- ción profunda por medio de la expresión artística en todo aquello que el lenguaje llano y diario no puede revelarnos ple- namente”. En sus libros convive una visión huma- nista y una cierta redención. Busca la emoción, lo vital, lo consciente, lo claro, lo impuro y lo subjetivo. Merece la pena leer y estudiar su obra poética. POEMA DEL TORO Es la noble cabeza negra pena, que en dos furias se encuentra rematada, donde suena un rumor de sangre airada y hay un oscuro llanto que no suena. En su piel poderosa se serena su tormentosa fuerza enamorada que en los amantes huesos va encerrada para tronar volando por la arena. Encerrada en la sorda calavera, la tempestad se agita enfebrecida hecha pasión que al músculo no altera: es un ala tenaz y enardecida es un ansia cercada, prisionera, por las astas buscando la salida. Este poeta fue protagonista y testigo de excepción de la poesía es- pañola desde la Guerra Civil. Formó parte de la Alianza de Escrito- res Antifascistas junto a Rafael Alberti, Miguel Hernández o Vicente Aleixandre; dirigió la revista La Estafeta Literaria desde 1957, fue consejero de la Fundación Juan March, y profesor de literatura en la Universidad Complutense de Madrid en sus últimos años.
  • 4. El Corredor Mediterráneo / Página 4 ENTREVISTA CON LITTO NEBBIA* (y 2) Por Andrés Ruiz ENTREVISTA -Cuando llega finalmente a Buenos Ai- res, junto a Ciro Fogliatta en la época de Los Gatos Salvajes, ¿le costó mucho arraigarse a la ciudad? -No, no. Yo soy de adaptarme a los lu- gares. Estoy acostumbrado desde chi- co a viajar mucho. A la vez, cuando no toco, me considero muy hogareño. Vivo muy encerrado en mi casa con mi mujer. Mismo ahora, voy a tocar a España un par de meses y arreglo la ha- bitación de hotel con Alex (su esposa) como si fuera una casa. No te olvides de que yo, antes de que tocara, acom- pañaba a mis viejos en las giras por pueblos y ciudades. Era todo a tracción a sangre. No era que mis padres tenían un demo y los contrataban. En algunos lugares me mandaban a cantar con pantalones cortos, lo cual era un drama porque me daba vergüenza y lloraba. Íbamos a pueblos como Las Parejas, les gustaba el espectáculo que hacíamos y nos decían: “bueno, vengan el mes que viene”. Así era. Era llegar a una pieza y tener un lugar donde bañarnos. Quizás por eso, volviendo a Buenos Aires, creo que me adapté tanto, mismo hasta en mi exilio. Ojo, cuando llego a un lugar que no me gusta me quiero rajar a los quince minutos. -Los Gatos Salvajes fueron una especie de preludio a la masividad posterior de Los Gatos. ¿Cómo pudo llevar el tema de hacerse repentinamente muy cono- cido? -Nunca me interesó el tema de la fama y todo eso. Creo que eso también tie- ne que ver con la onda que tenían mis viejos. Para mí lo de Los Gatos Salvajes fue la experiencia piloto. Cuando vine a Buenos Aires solo lo hice con un pa- saje de ómnibus rumbo a la aventura. Mis viejos se quedaron en Rosario. No teníamos un mango, no había guita. Hubo noches en las que dormíamos en plazas. Pero éramos tan jovencitos que tampoco lo vivíamos como si fuera un drama. El tema de tener un proyec- to en mi cabeza ayudó, el tener una idea obsesiva. Yo tenía ese proyecto, no con una idea de ambición, sino de sostenimiento. Entonces nos la fuimos bancando, y de dormir en una plaza o una humilde pensión de repente un año después vivíamos en un hotel de lujo. Nunca me deslumbró dormir en una plaza ni vivir en un lugar extraor- dinario. Tengo un equilibrio, gracias a mis padres, de no creérmela. Por su- puesto que da satisfacción que guste mi música y vivir con el confort de pasarla razonablemente bien. Nunca concebí mi música con la idea de “ser famoso”. He visto en este ambiente tantos tara- dos que se creen Mick Jagger, pero los mejores son los más humildes. -Cuénteme cómo era la experiencia de los viajes con Los Gatos. Esos viajes por provincias o países... -No existía el criterio de un recital o concierto. Tocábamos muchas veces en distintas localidades y nuestro es- pectáculo duraba media hora, aproxi- madamente. Teníamos muchos plomos como el legendario Actemín, que nos permitía hacer cuatro o cinco actuacio- nes en una noche. Un sábado normal terminábamos a las cuatro de la maña- na. Era algo así hasta que inventamos lo de los recitales. Se nos ocurrió que, como teníamos éxito, era una buena idea presentar el segundo disco que te- nía “Viento dile a La lluvia” en un lugar con un público sentado. Antes era una discusión: “¿Cómo vas a obligar a una persona que se siente a escuchar una canción?”. Hicimos la primera prueba en el Teatro Payró, con lleno total. To- camos la mayoría de canciones de los primeros dos discos. A las dos semanas surgió que nos llamara una persona que tenía un Teatro en Acassuso. Fui- mos y llenamos y a partir de ahí se ge- neró la movida de los recitales. Es algo que acá empezó a generarse en 1968. Ya para el ‘69 tocábamos en el Gran Rex o el Pueyrredón de Flores. El Astral empezaba a hacer recitales. Antes eso no existía. -Ahí es que empiezan los shows del se- llo Mandioca ¿No? -Claro. Se empieza a abrir todo. -Después de Los Gatos tenés un cam- bio muy importante en su música, in- cursionando en ritmos como el folklo- re, el jazz, fusionando estos estilos con el rock... ¿por qué tuvo ese viraje mu- sical? -Bueno, eso llega porque en mi for- mación escuché todo tipo de música. No era de escuchar tanto folklore en mi adolescencia, pero sí por ejemplo escuchaba música brasileña, Jazz. Co- nocía mucho de Tango. Muchas de las canciones que se me ocurrieron luego de Los Gatos no eran para interpretarlas con un típico grupo de Rock. No podía obligar a un grupo establecido a hacer lo mío. Ahí fue que busqué otras mane- ras para poder expresarme. Ahí fue que comencé a tocar solo con mi guitarra. Ahí fue que me decían que cómo no iba a estar acompañado por una ban- da, que cómo iba a aparecer sólo en un escenario. Esa fue la introducción a algo más libre, a pensar en nuevos sonidos. La rítmica me llevó luego a juntarme con Domingo Cura o Dino Saluzzi. Algunos creen que me había ido al folklore, o que cuando hacía algo lento era que hacía bossa-nova. Mucha gente siempre quiere rotularte de la manera que sea. -Y el público del rock, ¿cómo tomó ese cambio? -Al comienzo fue todo muy arduo. Muy duro. No te olvides de que Los Gatos llegaron a estar primeros en venta en muchos países de América. Incluso en lugares a los que nunca fuimos a tocar, que no conozco. Por ejemplo, en paí- ses como El Salvador. Fuimos a tocar a países limítrofes, Chile, Paraguay, Uru- guay, Brasil, Bolivia y pará de contar. Cuando nos separamos teníamos para ir a otros lugares. Nos habían ofrecido ir al Olympia de París. Pero decidimos seguir nuestros caminos por distintos lados y, como suele suceder, hay co- rrientes que se evaporan. A partir de ahí empecé un recorrido más under. Antes nos escuchaban millones. Inclu- so podía escucharnos más gente de lo que hoy sería Soda Stereo. Voy a esto porque Los Gatos le gustaban no solo a los de nuestra generación, también gustábamos a gente más chica y más grande de edad. Le gustábamos a gente que le gustaba Sandro o Los Panchos o los Beatles. Imaginate que de repente esa gente ve a un tipo tocando otro tipo de acordes. Eso en un principio generó un rechazo fuerte y me llevó muchos años estabilizarme. Son esos años en los que yo me niego a tocar cualquier tema viejo y me gano una reputación de ogro en el que renuncio a hablar de mi pasado. No era para nada así. Si hubiera pensado en términos económi- cos seguía teniendo el kiosco cantando hasta los 70 años las canciones de la misma manera. Ahora puedo estar más tranquilo haciendo mis canciones de distintas formas porque tengo más de cien discos grabados. Discos como los de Huinca, o Nebbia’ s Band eran muy resistidos. Eran discos tildados de van- guardistas. Pasaba también con bandas como Aquelarre. Segunda entrega y última de la en- trevista que Andrés Ruiz hiciera en Rosario a uno de los mayores refe- rentes del rock argentino. Por Daniel Barbarosch
  • 5. El Corredor Mediterráneo / Página 5 -Era indudablemente un artista under- ground para la época. -Sí, sí. Incluso ahora con el paso del tiempo y las reediciones se están reco- nociendo un montón de cosas que en esa época no eran valoradas, por favor. -Me imagino que también giraba igual por el país, con un presupuesto más moderado... -Ahí di en la tecla conociendo a Nés- tor Astarita y Jorge González. Tocamos juntos durante seis años e hicimos dis- cos muy lindos como el que hicimos en 1973 llamado: “Muerte en la Catedral”, o en 1974 que hicimos: “Melopea” o luego: “Vendedor de promesas”. To- camos juntos durante seis o siete años hasta que llegó el exilio. Eran excelen- tes músicos, pero a la vez también nos llevábamos muy bien. Pasaban situa- ciones como estar comiendo en algún lugar y venía alguien que nos decía que tenía un lugar y nosotros decirles: “ah, muy bien. El martes podemos ir”. Íbamos, armábamos y tocábamos. Por ejemplo, tocamos en un Teatro que se llamaba De la Vieja Cooperativa que quedaba enfrente del Teatro Astral, en la Avenida Corrientes. Tocábamos du- rante cinco horas. Iban ochenta, noven- ta vagos que nos seguían y se quedaban las cinco horas. Era un ciclo que hacía- mos los miércoles y eran zapadas, no típicas de Rock. Íbamos a pueblos en donde no tenían la menor idea de qué iban a escuchar, lo que hacíamos y éra- mos bien recibidos. Canciones como: “La ventana sin cancel” o “El otro cam- bio, los que se fueron”, no eran conoci- das, pero gustaban a algunos fans que siempre teníamos. También había gen- te que no entendía nuestra música o las letras. No era el reconocimiento como el que tuve el otro día en el Torcuato Tasso, donde toqué: “La ventana sin cancel” y se venía abajo. Las canciones crecieron y también creció la gente. -Y en el año 1978 viene el exilio en sin- cronía con el Mundial. -El fútbol tiene un arraigo desde lo ma- sivo que no hay con qué darle. Tam- bién lo tiene a veces la música, pero va desde otro lado. Imaginate que, en ese momento, con el Mundial ha- ciéndose acá, todo el mundo hablaba de eso. Y muchos de nosotros, que no éramos futboleros veíamos todo eso de forma extraña. Por supuesto queriendo a nuestro país, desde ya. El día que Ar- gentina ganó la final, fuimos a tocar a Jazz & Pop (legendario reducto del Jazz porteño) con Dino Saluzzi. Mientras íbamos caminando al lugar pasaban autos y camiones con gente gritan- do. Cuando llegamos no había nadie para vernos, obviamente estaba todo el mundo festejando. Tuve amenazas, tuve de todo. No me gusta mucho ha- blar explícitamente de eso porque me hace mal. Tuve amenazas, gente que me seguía por la calle. Si no tomaba la decisión de irme me iba a morir de un ataque de nervios o me iban a dar un disparo en la cabeza. -¿Y por qué fue México el destino? -Primero porque yo quería seguir en América. Estaba la opción de ir a Espa- ña o México. Confié más en México. Me decían que no era como Estados Unidos, donde quizás podría hacer música para películas. Y no me veía haciéndome norteamericano. Entonces tomé la decisión de México por el idio- ma, aunque no me conociera nadie. Y estuvo bien, porque toqué en algunas universidades, en algunos bolichitos. Venían estudiantes a verme y me pre- guntaban cómo había hecho eso. En México estaba todo por hacerse, no existía eso de tocar tus canciones. Eso ocurrió casi 20 años después. Lo mío era una rareza, lo habitual era que los músicos hicieran covers de las cancio- nes de moda. En México estuve tres años y medio, allá compuse: “Solo se trata de vivir” e hice algunos discos, volviendo para la época de Malvinas donde se podía volver a entrar al país. - En esa época es que la música en in- glés no se podía pasar y hay un nuevo auge a conveniencia del Rock Nacio- nal, una terminología que tengo enten- dido no te gusta. -Yo lo llamo Rock Argentino. El Rock Nacional es una expresión generada en la Dictadura, lo sentía como algo peyo- rativo, como que si tenías el pelo largo y tocabas decían “no, es de esos que hacen Rock Nacional”. A mí me hin- chaba eso, y llamaba a nuestro Rock como Rock Argentino.Y el Rock Argen- tino tiene una identificación particular, comparado con otros países de Améri- ca. Es Rock Argentino. -Vuelve a Argentina y a los pocos años comienza un nuevo emprendimiento llamado “Melopea”. Primero vuelve y forma parte del sello RCA, y luego decide fundar un sello independiente. -Había sellos independientes muy bue- nos previamente como Trova. También estaba Music Hall. Donde se editaban discos de afuera pero también graba- ban Gieco, Santaolalla, Charly, Pappo. La idea de sello independiente siempre fue que el músico que grabara ganara o perdiera, pero sin tener que consultar a alguien del business. Cuando volví del exilio firmé nuevamente con RCA. Habían puesto como Director a un norteamericano. Cuando el tipo llegó, pidió todos los papeles de lo que había hecho el sello en los últimos diez años. Y entre lo que quiso modificar, les dijo a los que estaban dentro del sello que, por qué yo, que había vendido bastan- tes discos, no seguía ahí. A Piazzolla y a mí nos habían devuelto el contrato en 1974.Tuvieron que explicarle a este señor que mi música no era comercial. Se llamaba Larry Palmacci. Me citó y me dio plata, me dijo que quería repo- ner todos mis discos anteriores. Al año y medio siguiente lo acostaron los de la RCA local y lo mandaron de vuelta en el container, con su familia, con todo.Y la compañía volvió a funcionar como había funcionado siempre. Yo ya venía planeando lo del sello. Desde la visión de músico, de querer experimentar, grabando tranquilo lo que me gustaba. Eso era lo que yo quería hacer. Nunca lo hice pensando en la problemática comercial que podía traerme. No lo pensé desde un lado de si iba a ganar o perder. -¿Y perdió plata con el sello? -¡Pero mil veces! Mil veces, no sabés. Pero nunca lo pensé desde el lado de perder. Muchas veces no me alcanza para pagar los gastos, pero los cubro con los derechos de autor, con música para películas, con una gira, un libro. Nunca fui de hacer cuentas, si no no hubieran salido los discos que salieron. Hay discos que son un disparate. Siem- pre concebí la idea desde el músico. Cuando fui a México, vi que había un departamento que pertenecía a la CBS, hoy Sony. Tenían algo, un departamen- to que se llamaba Productos Especiales. Si ibas y pagabas podías hacer un disco de tu abuelo, si querías. Hice la cuenta con dos o tres amigos mexicanos que me ayudaron mucho y que por suerte siguen estando, con los que decidimos hacer un disco y venderlo donde yo tocara. Terminamos haciendo varios, incluyendo uno de Rodolfo Alchou- rrón, otro de Manolo Juárez, otro de Alejandro Del Prado, el primero. Los vendíamos en las tiendas culturales que había. Había una cadena cultural llamada “Ghandi”, y ahí se vendían los discos y se podían hacer recitales los fines de semana. Cuando vuelvo firmo con la RCA y a los dos años finalmen- te me decidí a hacer el sello. Yo quería hacer más cosas y me decían que espe- rara dos años. Fui craneando todo y lo primero que hice fue editar discos por Interdisc. En los discos decía la palabra Melopea, pero los discos eran edita- dos por Interdisc. Está bien, salieron los discos, pero no quedé conforme. Y bueno, por entonces iba a lo de una psicóloga. Te hablo del año 1985, más o menos. Entonces la psicóloga un día me dijo: “usted va a tener que terminar teniendo su sello propio o va a terminar matando a alguien”. La única manera, cuando vos no podés solucionar algo, es solucionarlo vos. Agarré y me tiré a la pileta. Empezamos con mi vieja que siempre ideaba planes y vivía donde hoy está Melopea. Mi viejo falleció jo- ven y mi madre vino a Buenos Aires. Antes era su casa y me decía: “¿Por qué no ponemos una alfombrita y traes los equipos?”. De pronto estábamos con albañiles tirando todo abajo para mon- tar un estudio de grabación. Cuando estuvo el estudio al año y medio, que nos costó porque debíamos tener la plata, me dije que iba a pensar más allá de ganar o perder. Me quedé ahí des- de el año 1989. Ya estamos cumplien- do treinta años. Hay mucha porquería que tiene el arte, pero también hay que saber comprender que quizás es una prueba que te pone el destino. Porque si no todo sería sencillo. -Nómbreme artistas del país de los que se siente orgulloso de que hayan sido editados por el sello... -Bueno, por ejemplo, puedo mencio- nar al Dúo Salteño. Edité el último disco de ellos. Después lástima que se pelearon. Los primeros discos de Adria- na Varela, creo que los produje bien. Siguen siendo hoy discos muy solici- tados y respetados. Muchos discos que produje deTango, de Antonio Agri. Fats Fernández, un gran trompetista. Hice tres discos del último cantor de Troilo, Tito Reyes. Hice discos de Suma Paz. No sé, imaginate que hicimos más de seiscientos discos. Estoy muy contento con muchas cosas que hice. -Es bueno también su forma federal de concretar sus proyectos musicales. Muchas veces sigue girando por el país y tocando con músicos locales. -No es que toque con cualquiera. En el Sur toco con músicos, con el Power Trío. Con ellos toco, de hecho, voy a ir con ellos a tocar a México. Ellos viven en General Roca, son muy buena gen- te, Julián Cabazza y Gustavo Gianini. A mí, la verdad, ya no me preocupa qué hacen los otros, pero no es que ha- blo desde la autosuficiencia, sino que en definitiva veo que cada uno hace lo que puede hacer. Y si yo tengo esta mentalidad y he dedicado mi vida a vi- vir como vivo, ¿Qué me importa como vivas vos si encima vivís de una manera que me parece que te estás perjudican- do? Por eso tampoco entiendo las dis- cusiones políticas que hay hoy en día, ese odio, esta grieta como se llame. No sirve para nada, lo veo como una por- quería. Salvo que alguien lo difunda para manipular a la gente. Ahora viene un tipo y se sienta acá y dice que es ad- mirador de Hitler y bueno, yo no le doy bola.Yo me voy. Como también quizás si le doy un disco de Archie Shepp a al- guien y me dice que no lo entiende. La confrontación no va para atrás ni para adelante. *Esta entrevista se publica en ECM por gentileza de la revista El Faro, editada por el CFI (Consejo Federal de Inversio- nes).
  • 6. El Corredor Mediterráneo / Página 6 DE HOSPITAL DE CARIDAD A HOSPITAL REGIONAL “RAMÓN J. CÁRCANO” VAIVENES DE LA SALUD PÚBLICA EN LABOULAYE Por Mario Bruno HISTORIA ENTRE TODOS Cada paso dado, desde el viejo Hospital de Caridad hasta el actual Hospital Regional, re- fleja el proceso gradual, con idas y venidas y la participación de la sociedad civil, de la construcción del sistema sanitario de Labou- laye en las primeras décadas del siglo XX. Era un 12 de octubre de 1913 cuando los laboulayenses celebraban la inauguración del Hospital de Caridad. No lo hicieron so- los, la presencia de autoridades nacionales y de quien ocupaba la gobernación de Córdo- ba, el doctor Ramón J. Cárcano, fueron muy bien recibidas, pero también habían consti- tuido materia de debate entre los vecinos. El estreno de este edificio y sus instalaciones, construido en el actual barrio Belgrano (en el sector norte de la ciudad), constituyó el primer paso hacia un nuevo sistema de sa- lud pública que con el devenir del tiempo se transformaría en pionero para Laboulaye y la región. La Sociedad Damas de Beneficencia local, entidad creada en 1909, fue impulsora del proyecto del Hospital de Caridad, y encarga- da de la administración del nosocomio hasta mitad de siglo XX. El profesional que ocupó la dirección del fla- mante establecimiento fue el doctor Alberto Orlandini; quien a la vez fue su primer médi- co; le darían continuidad a la función de di- rigir el hospital los doctores Adolfo Negroto, Ángel Bernaldez y EduardoTossini. Por aquel entonces, el hospital contaba con cuatro ha- bitaciones, veinticinco camas, sala de cirugía y otras dependencias. Los avatares de un nombre y el sueño de un nuevo espacio físico Ya se había decidido en 1910: el Hospital llevaría el nombre del presidente de la Re- pública. Llegados a la Argentina de 1913, aún gobernaba en el país la generación del ochenta, presidía los destinos de la Nación el doctor Roque Sáenz Peña (hijo); y es en ese marco político cuando sorpresivamente se generaron las discusiones y los debates. ¿Por qué? La Sociedad de Damas de Bene- ficencia decidió homenajear al gobernador cordobés Ramón J. Cárcano (quien estaría presente en el acto de inauguración), por lo que el Hospital llevaría su nombre y no el del presidente de turno. Las posturas en con- tra no tardaron en aparecer, pero finalmente fue el mandatario provincial quien se llevó el reconocimiento. Con un nombre ya consolidado en la loca- lidad y la región, el progreso acompañó los años siguientes colmados de trabajo y llega- dos al 20 de agosto del año 1939, las Da- mas colocarían la piedra fundamental de un nuevo edificio para el Hospital de Caridad que se proyectaba construir sobre la actual avenida Independencia (en aquel entonces Carlos Pellegrini), a la altura del número 450, donde hoy funciona el IPEM N° 278 Malvi- nas Argentinas. El acto tuvo significativa trascendencia en consonancia con la importancia que repre- sentaría la obra, cuyo fin era cubrir en ma- teria de salud una gran necesidad expresada por la comunidad en su conjunto. Fueron representadas distintas instituciones departa- mentales, se contó con la presencia de auto- ridades de diferentes reparticiones públicas locales y un importante número de público en general. Todos celebraron el nuevo avan- ce que sería concretado por la Sociedad Da- mas de la Beneficencia. Una década después, con el esfuerzo de di- cha entidad y de toda la población, la estruc- tura del edificio se había realizado hasta la loza: techo y aberturas.Y hasta allí llegaron. Los problemas se suscitaron cuando en el año 1950, y por disposición del entonces gobierno nacional, la Sociedad Damas de Beneficencia fue intervenida, todos sus bie- nes confiscados, incluido el edificio en cons- trucción que pasó a la órbita oficial. La edifi- cación permaneció abandonada por mucho tiempo, fue usurpada y habitada por indigen- tes y adoptó el tristemente célebre nombre de “Cabildo”, hasta que en el año 1971 fue cedida al Ministerio de Educación para ser asignada al Colegio Nacional Laboulaye. Cabe aclarar que el estado provincial a par- tir de 1949 había comenzado a estatizar los hospitales en manos de las asociaciones de beneficencia, de hecho a mediados del año 1951 el viejo Hospital de Caridad Ramón J. Cárcano es registrado como dependiente de la Dirección de Salud Pública de la provin- cia. Entre promesas, reclamos y polémica: el nuevo Hospital Regional El proyecto inconcluso de la Sociedad Da- mas de la Beneficencia solo acrecentó las necesidades de los laboulayenses en materia de salud. El Hospital de Caridad ya no podía cubrir la demanda de la población y su zona de influencia. Por esa razón, Laboulaye fue seleccionada como una de las localidades donde la Nación construiría un nuevo centro de salud. La obra estaba presupuestada para ser cum- plida durante el segundo plan quinquenal (1952-1956); período en el que además se preveía construir otras estructuras similares en todo el país, con la habilitación de tres mil sesenta camas (3.060), entre las que se encontraban las sesenta (60) destinadas al hospital de Laboulaye. Todo parecía indicar que finalmente la salud dejaría de ser una materia pendiente. En el mes de febrero del año 1951, se encontraba en estudio en dependencias de la Subsecre- taría de Construcciones del Ministerio de Sa- lud Pública de la Nación, la documentación correspondiente a la licitación realizada en la fecha puntualizada, con la finalidad de proyectar y ejecutar la obra presupuestada. Según especificaba el expediente labrado al efecto: “…se trataba de una serie de cons- trucciones similares provistas de sesenta (60) camas, distribuidas en ocho salas de siete camas cada una, mas cuatro habitaciones separadas para aislamiento…”. “…Por reso- lución Nº 208 del 9 de mayo del año 1951 ha sido aprobada la licitación para la cons- trucción del hospital regional en nuestra ciu- dad, el que dispondrá de sesenta (60) camas. Se adjudicó la construcción a la firma Mori y Cía de la ciudad de Junín. El costo de la obra es de 2.878.152, 85, habiéndose autorizado además para que se proceda a suscribir el contrato respectivo “ad referéndum” con la firma adjudicataria…” Como consta en los registros, la edificación se dividiría en tres grandes cuerpos: entrada, ala izquierda y el pabellón de internados. La estructura de entrada al establecimiento, con 38,50 metros de frente por 11 metros de fondo, incluía un amplio hall, sala de Rayos X y dependencias; sala de primeros auxilios, enfermería y dependencias; farmacia, la- boratorio y dependencias; dos consultorios médicos, un consultorio de odontología y taller anexo; despachos de la administración y dirección. En el ala izquierda estaría el cuerpo des- tinado a los servicios de cocina comedor, empleados, caldera, calefacción, lavado, planchado, usina, taller general, garaje, de- pósitos, la morgue y el despacho del ecóno- mo. Esta parte del hospital tendría 65 metros de frente por 12 metros de fondo. El pabellón de internados constaría de 4 sa- las con 7 camas cada una, las 4 habitacio- nes para aislamiento, sala de operaciones, esterilizaciones, dependencias, sala de par- tos, baños numerosos, sala de curaciones. El frente de este pabellón tendría una extensión de 90 metros por 11 de fondo; la superficie cubierta sería de 2.098,80 sin las galerías ocupando un terreno de 100 metros por 80 (ochenta). La obra estaba presupuestada y licitada pero pasarían otros diez años para que logre ser concretada. Las crisis económicas, los golpes de estado, las restauraciones democráticas demoraron su construcción y posterior inau- guración; lo que finalmente se logró a partir de las gestiones y la movilización del pueblo de Laboulaye. Los reclamos finalmente ha- bían sido escuchados. La localidad tenía un nuevo hospital. Otra inauguración con polémica Después de una larguísima lucha, nueva- mente los laboulayenses tenían motivo para sentirse orgullosos. Cada uno de ellos me- recía estar presente en el momento en que el nuevo hospital abriera sus puertas. ¿Pero cuándo sucedió esto? No hay unanimidad en cuanto a las fechas y los momentos en que esa inauguración y el traslado desde el viejo hospital se produjeron. El semanario La Comuna, en un artículo pu- blicado en el año 1962, le da amplia difusión al destacado acontecimiento, puntualizando concretamente que el acto inaugural ocurrió el día sábado 10 de marzo de aquel año con asistencia de autoridades provinciales y una enorme concurrencia de vecinos, lo que ha- bría obligado a desarrollar el acto fuera de las instalaciones del Hospital. La placa de bronce, colocada en la parte exterior del ingreso principal particulariza el nombre de las autoridades presentes, pre- cisando como fecha de fundación el 10 de marzo del año 1962. En contraposición, el testimonio del doc- tor Augusto Antonio Díaz, jefe del Distrito Sanitario Nº 7, especifica que: “…fue una inauguración silenciosa, ocurrida entre los meses de octubre o noviembre del año 1961 (no recuerda con exactitud), estábamos úni- camente el ministro de Salud Pública y yo, pedí que no hubiera ningún político…y es la verdadera historia del Hospital, con un míni- mo de gente y ningún político…”. ¿Quién tiene razón? Será un enigma por resolver. Pero más allá de las versiones con- trapuestas, los hechos dan cuenta de que una vez iniciadas sus labores, el Hospital Regional de Laboulaye jamás ha dejado de brindar su servicio a la comunidad, siendo cabecera de zona sanitaria incluyendo los departamentos General Roca y Pte. Roque Sáenz Peña. *Historia Entre Todos es un proyecto de la Red de Ciudades Educadoras integrada por el Consejo Deliberante de Río Cuarto, mu- nicipios regionales y diversas instituciones educativas y culturales.
  • 7. El Corredor Mediterráneo / Página 7 REVOLUCIONARIOS Joshua Furst Trad. Alba Montes Sánchez Impedimenta, Madrid, 2019 Qué novela más agradable, los gi- ros que va proporcionando según vamos pasando y pasando pági- nas, del subidón festivo a la tristeza profunda, de la reflexión absoluta al desenfreno total. La montaña rusa que supone estar vivo, así nos lo escribe Joshua Furst, autor de esta novela. “Revolucionarios” versa sobre la vida de un hippie de gran relevan- cia, Lenny Snyder, en los movi- mientos revolucionarios de finales de los años sesenta y principios de los setenta, pero narrada su histo- ria a través de los ojos de su hijo, a quien un periodista le entrevista en su edad adulta y le cuenta todo lo que recuerda de su infancia y de su padre, en aquellos años tan encendidos en EEUU. Hay un par de novelas dentro de este libro, dos caminos a seguir. Por un lado, los movimientos po- líticos de los hippies y sus activi- dades en los sesenta y los setenta, luchando contra el muy opresor sistema establecido por aquellos años en los Estado Unidos; y por otro, la vida en familia de Lenny Snyder, compuesta inicialmente por su pareja y su hijo, llamado Freedom, el narrador de la histo- ria, y luego por su siguiente pare- ja, la antigua y su hijo. El retrato de la América antisiste- ma es, como todo el libro, agridul- ce y crítico, no es ni mucho menos una bella apología de las luchas de los hippies, sino una mirada muy crítica y muy dura a su mane- ra de vivir y actuar, siempre al lí- mite de la falta de responsabilidad total ondeando mientras la bande- ra de la libertad. La fotografía de aquella época que nos muestra Joshua Furst es nítida y sabrosa, pero sobre todo, crítica, resal- ta, más que nada, lo negativo de aquel movimiento de liberación, los bajos fondos y cómo se sentía él entre tanta miseria. Critica a sus padres, a su padre, más en concre- to y con más veneno, su conduc- ta, los descuidos que conllevaban tanta libertad, pues sentía que no le atendían como era debido, más pendientes de la ingesta masiva de drogas y las manifestaciones que de la educación de los hijos. El tono es algo revanchista, de ajuste de cuentas, en cierto modo, con su padre, y la pregunta constan- te es: “¿Fue mi padre una buena persona y buen padre?”. Esta es la otra parte del libro más interesan- te, la permanente lucha de Free- dom con sus sentimientos, al tener un padre admirado por todos, que sin embargo, era ciertamente duro con él, para tratar de endurecerlo ante la vida difícil en que estaban inmersos, o al menos, esa era su justificación. En este cruce de ca- minos, Freedom, el hijo de Lenny Snyder, se cuestiona la valía de su padre, si merecía en realidad tan- to elogio o era todo una inmensa fachada que ocultaba bajo ella a una mala persona, incapaz de cui- dar a su hijo, y de mirar más allá de sí mismo. Freedom vivió su más tierna in- fancia inmerso en el movimiento hippie, con un padre relativamen- te famoso en el movimiento, ca- becilla e impulsor de la actividad antisistema, que se codeaba con ilustres como Allen Ginsberg. Su vida diaria, pues, se dividía asis- tiendo a manifestaciones y con- ciertos y viendo a los adultos en peleas con la policía y consumo de drogas, siempre en ambientes de pobreza extrema, en barrios desolados y casi en ruinas, donde él vivía en una suerte de estado salvaje sin una mirada protectora a su alrededor, callejeando ya desde los cinco años en soledad por la ciudad. El recuerdo de su infancia es amargo y de desprotección, así nos lo narra, cómo tenía que pasar las horas él solo mientras su madre se consumía, por épocas, entre al- cohol, pastillas y ácidos, y su pa- dre seguía su rumbo propio en la lucha contra el sistema, terminan- do con sus huesos en la cárcel por venta de cocaína y después, tras el pago de la fianza, huyendo de la justicia por la América profunda. En la narración de Freedom vere- mos el ascenso y caída de su pa- dre, y nos meteremos en páginas realmente bellas sobre cómo vivió su encierro en prisión, la lucha de su madre contra la pobreza, cómo les iban dando la espalda todo el mundo cuando necesitaban ayuda para salir adelante, la humillación de pedir y no recibir. Hay tramos realmente hermosos del libro rela- tando la pobreza, la más gris in- fancia, la amistad con una amiga suya de su edad con la que des- cubre el mundo y con un amigo adulto de sus padres, que termina por perderse en mares de alco- hol, la tristeza con que lo describe Freedom, sus reflexiones siendo tan pequeño, la visión de un niño metido en un huracán. Novela muy recomendable para seguirle la pista a los años sesenta estadounidenses y para sumergir- nos en una infancia de honda so- ledad. Rubén Darío Fernández
  • 8. El Corredor Mediterráneo / Página 8 DESDE EL MIRADOR ME GUSTARÍA EQUIVOCARME Por Kepa Murua Llevo un mes encerrado en casa y estoy triste por lo que sucede con la pandemia y con tanta muerte que algunas veces no sé cómo canalizar. Soy una persona que todos los días piensa en la muerte, aunque sea solo unos escasos segundos, pero no voy a extender- me en este sentimiento que me acompaña junto a la entereza que intento encontrar en cada momento cuando mi mente no para de preguntarse cómo hemos llegado hasta esta situación; tampoco voy a enumerar todo lo que escucho con atención y me hace reflexionar, muchas veces en silencio, o con la única compañía de mi esposa y de mi hija en una modesta casa rodeada de flores y libros. Intento no enfadarme, no creo que sirva en estos días tan duros y extraños a la vez. En casa, la radio nos acompaña, leemos las noticias, hablamos con una calma ciertamente intranquila, por ahora no podemos hacer más. Seguimos las indicaciones que nos marcan los responsables institucionales y los expertos de la salud. Me ayuda pensar que este confinamiento es una reclusión que nos permite recuperar momen- tos que nos gustan, como la lectura o la conversación. Pero no lo podemos evitar, pensamos en los seres queridos que están lejos o en los amigos que están solos o están enfermos. Describir lo que me ha sucedido a mí sería exagerado, un error, porque en una crisis como esta, tan desagradable, inesperada y por eso mismo dramática e importante, todos perdemos algo: alguna oportunidad laboral, por ejemplo, o dinero, que es algo que gusta mucho a la gente. Podría ser ese proyecto en el que confiábamos y que finalmente no sale como esperamos. Es una realidad que después de tantos años he ter- minado por asumir como inevitable, pues como escritor desarrollo mi trabajo en el ámbito de la cultura. Tengo una cierta experiencia en perder lo que parecía ser importante o en que desaparezca de mi vista la realidad que debía existir en un tiempo determinado. Es lo que ha pasado: la realidad que teníamos enfrente ya no es la que tenemos y, además, no nos sirve para seguir adelante. Pero por más que nos pase, a esta realidad cambiante nunca se acostumbra uno. Además, en este drama, en este cambio que nos tiene encerrados en casa, las personas pierden lo más importante, la salud o la vida.Todo el mundo pierde: los desfavorecidos y los trabajadores. También las empresas pierden, y los gobiernos pierden, quizá los que más, por- que perderán la confianza de la gente hasta que todo vuelva a ser como antes de la crisis. En mi reclusión leo El gatopardo, de GiuseppeTomasi di Lampedusa. La novela está ambientada en un cambio histórico que transcurre desde una Italia aristocrática hasta una popular o revolucionaria, y una idea que se repite en sus páginas podría ser quizá la intención, oculta o no, pero emblemática de su autor; es esta: “si queremos que siga igual, es necesario que todo cambie”. Lo menciono porque intuyo que cuando todo pase, más allá de unos días, o unos pocos meses en los que la población recordará la tristeza de lo acontecido, con los homenajes que nos gusta organizar en casos así, volvere- mos a una cotidianidad parecida a los meses previos a la pandemia. Me gustaría equivocarme, quisiera equivocarme también esta vez; sin embargo, tal como pasó con la última crisis de hace unos quin- ce años, intuyo que el consumismo ilimitado volverá a ocupar los espacios de nuestra vida, pues esa será –es solo una intuición– la solución que presentarán los expertos para salvar la situación; como justificaciones añadirán el aumento de la productividad, la recupe- ración del empleo y el rescate de la economía. Por más razones que quiera encontrar, nunca he entendido cómo los gobernantes siguen sus dictados a rajatabla cuando el verdadero cambio asume una mirada diferente a todo lo que nos pasa como individuos y lo que hemos vivido en comunidad. Hablar por tanto del conocimiento de la vida, de lo que es necesario para convivir en paz, podría resultar una estupidez en estos tiempos en que se busca una salvación inme- diata. Mis conversaciones, pero no solo con los políticos, sino con las personas con las que me encuentro en la calle, me han llevado a un escepticismo tal por la humanidad que es difícil que cambie. Para que todo cambie, debe seguir todo igual, leo en el libro; pero, pese al poder o a la fuerza que contiene esta idea, en mi fuero in- terno me rebelo cada hora, cada día, y asumo la importancia del conocimiento y de la tan denostada cultura para seguir adelante y no caer en el desánimo que, como se sabe, es improductivo e incluso, enfermizo. Por eso mismo pienso en la muerte y vivo todos los días intensamente. Es una situación triste: cuando todo cae, las personas se acuerdan de la poesía, de la cultura. Son días oscuros, pero si pensaran un minuto de cada día en los que mueren, en los que lo han perdido todo, hasta la esperanza, podrían valorar lo que de verdad es importante en la vida de uno y en la de los demás. La Columna