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Río Cuarto . Río Tercero . San Francisco . Villa María
LAISLADELTESORO
ELPRETEXTO
DELALIBERTAD
POR FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS
PÁG. 8
HISTORIA
JUAN BAUTISTA BUSTOS:
FEDERALISMO
Y AUTONOMISMO
CORDOBÉS (2da entrega)
POR MARTÍN A. TOSELLI
PÁG. 4-5
Miércoles 05 de agosto de 2020 . Año 20 Nº 915
La escritora cordobesa María Teresa Andruetto hace una inteligente aproximación a la obra de César Vallejo y, en
particular, a “Los heraldos negros”, un poema capital de la historia de la poesía hispanoamericana y que situó al
poeta peruano entre los grandes maestros de la poesía en lengua castellana.
PÁG. 2 y 3
CÉSARVALLEJO
YELHOMBRE
POBRE,POBRE...
LA UTILIDAD
DE LO INÚTIL.
MANIFIESTO
de Nuccio Ordine.Trad. Jordi Bayod
Por Mario Trecek
PÁG. 7
HISTORIA ENTRE TODOS
ALEJANDRO ROCA,
115 AÑOS DE HISTORIA
Y CRECIMIENTO
POR ADRIANA MISTÓ
PÁG. 6
LA COLUMNA
El Corredor Mediterráneo / Página 2
CÉSARVALLEJO
YELHOMBREPOBRE,
POBRE...
Por María Teresa Andruetto
1.
Leí por primera vez Los Heraldos Negros
(el poema, el libro del mismo nombre,
otros libros de César Vallejo…) a los 17
años, en las clases de Literatura Hispa-
noamericana que daba el profesor Iber
Verdugo, en la carrera de Letras de la
Universidad Nacional de Córdoba. A su
memoria, entonces, mi agradecimiento
de lectora. En aquellos mismos años, en
uno de los pabellones de la Facultad ha-
bía una puerta con un cartel que decía
Aula Vallejo, puerta por donde entraba
y salía un hombre a quien nadie parecía
dar importancia. Muchos años más tarde,
ya fuera de la universidad, supe que ese
hombre era el poeta español Juan Larrea,
quien se exilió y murió en Córdoba, uno
de los mayores y mejores interlocutores
de Vallejo, una de las personas que más
sabía de su vida y de su obra.
2.
Escrito entre 1915 y 1918, según los poe-
mas fueron apareciendo en periódicos y
revistas de Trujillo y Lima, Los heraldos
negros fue publicado por primera vez
en julio de 1919 (aunque el pie de esa
primera edición lleva fecha de 1918, por-
que Vallejo esperaba que un poeta ami-
go escribiera unas líneas introductorias).
Fue su primer libro y en él se puede ver
el momento de formación, de transfor-
mación, que atraviesa el poeta, desde
un modernismo decadentista hacia una
poética sumamente personal, que va a
marcar toda la poesía del continente y de
la lengua. El modernismo del que pro-
venía Vallejo estaba bajo el influjo omni-
presente de Rubén Darío, también bajo
la impronta de José Santos Chocano y de
Leopoldo Lugones, a todos los cuales ha-
bía leído. Para el momento de la escritura
de este libro, liminar en Hispanoamérica,
Vallejo formaba parte de un grupo litera-
rio en Trujillo que se llamó primero La bo-
hemia trujillana y luego Grupo Norte; fue
gracias a su inserción en estos grupos que
conoció también la obra del modernista
uruguayo Julio Herrera y Reissig, una de
sus mayores influencias, en consonancia
sus temperamentos torturados, la culpa y
los asuntos oníricos.
3.
A fines de 1917 Vallejo ya se había tras-
ladado a Lima donde se vinculó con es-
critores e intelectuales posmodernistas y
simbolistas. Ese contexto literario en Tru-
jillo y en Lima signó al Vallejo de aquellos
años, lo que sin dudas se sumó a lo que
él tenía de propio, todo lo cual produjo
esa tensión entre tradición y vanguardia
que definió su escritura de manera tan
personal. Tensión entre lenguaje castizo,
colonial, arcaizante, propio de las gentes
de su patria chica, convencimiento de
que la poesía se construye en línea con la
tradición, búsqueda de confluencias en-
tre la tradición poética europea, francesa
particularmente, y su recoger el guante
de la tradición latinoamericana, y al mis-
mo tiempo la idea de ruptura que desde
temprano lo habitó, en la convicción de
que un gran escritor es al mismo tiempo
alguien que va en línea con la tradición
y alguien que se desvía de todo lo que
antes se hizo. Continuidad y variación.
Tradición y ruptura.
Así, la influencia modernista en Vallejo y
cierta marca de lo americano originario y
ancestral, se unen a su condición de poe-
ta vanguardista, que prefigura el surrealis-
mo en América Latina.
4.
La rima del poema, rima consonante, de
potente sonoridad (fuerte/muerte, blas-
fema/quema, palmada/mirada, para dar
algunos ejemplos) es, en líneas generales,
tradicional, acorde con el gusto y las ten-
dencias estéticas de la época. Sin embar-
go la primera estrofa y la línea final mues-
tran cierto desvío, tal vez también cierta
incomodidad con la tradición poética en
la que está inserto, nos dicen que hay gol-
pes en la vida que no logran encajar en
las reglas de pensamiento, de sentimien-
to y de escritura que lo preceden, golpes
que tienen tal fuerza que la tradición no
logra cobijarlos y entonces hay que salir a
romper la sintaxis, el sentido, las poéticas
para encontrar sentidos nuevos al sinsen-
tido de vivir. Por eso tal vez la circulari-
dad de esa frase (hay golpes en la vida
tan fuertes) que el poeta no logra o no
quiere completar, la tensión no resuelta
entre lo viejo y lo nuevo, lo tradicional y
su rompimiento o su destrucción.
5.
Los Heraldos Negros fue impreso en los
talleres de la Penitenciaría de Lima. La
obra iba a aparecer en 1918 tal como
está fechada, pero la demora en su salida
se debió a que Vallejo esperó vanamen-
te el prólogo que le había prometido su
amigo, el poeta Abraham Valdelomar. Lo
cierto es que el libro comenzó a circular
recién en julio de 1919, en su pequeño
tiraje. Recibió elogios del propio Valdelo-
mar y de otros poetas y críticos que resal-
taron su tono renovador, su originalidad.
El libro está compuesto por sesenta y nue-
ve poemas y el poema que da nombre al
libro y que nos ocupa esta tarde, es su
puerta de entrada. Se trata de un poema
de cinco estrofas: cuatro estrofas de cua-
tro versos y un verso final suelto, huér-
fano. Un poema que se presenta como
un falso soneto, cuatro cuartetos com-
puestos de versos de catorce sílabas, con
excepción de los versos tercero y cuarto
que son endecasílabos. La rima tiene un
esquema A-B-C-A para la primera estrofa
y después rima casi siempre fuerte, rima
consonante, en los versos pares de las
otras tres estrofas, con el último verso,
el verso final, como decíamos, libre, más
que libre desolado, desolador.
Diecisiete versos entonces, que equivalen
a entre quince y dieciséis oraciones o fra-
ses desde el punto de vista sintáctico y
a unas doce unidades de sentido. Frases,
versos y unidades de sentido interrumpi-
dos en cinco ocasiones por puntos sus-
pensivos. Todo ello para hablar de esos
golpes de la vida que de tan fuertes, de
tan tremendos, han perdido ya su nom-
bre. GOLPES tan fuertes que quién sabe
lo que uno puede llegar a hacer cuando
los recibe, golpes que nos destruyen has-
ta dejarnos sin palabras, como los mismos
puntos suspensivos que nos abisman.
Golpes como un mazazo en la cabeza,
como una bomba sobre una escuela en
Gaza, como la muerte de una persona
amada.
6.
Cinco estrofas. Cuatro estrofas de cuatro
versos y un verso final que nos devuelve al
comienzo del que nunca hemos salido del
todo. Circularidad. Trampa vital en la que
no cesamos de caer. Sobre este breve texto
viene girando desde hace una centuria la
poesía en lengua castellana. Hay en los ver-
sos del poema cierta lógica que el poeta a
la vez sigue y rompe hasta dejarnos en la in-
temperie de nuestra subjetividad. Rigor sin-
táctico, rigor lógico y a la vez desvíos de la
norma, rupturas de lo esperado, de modo
que en medio de un desarrollo en cierto
modo racional quedamos, sus lectores, en
el sinsentido, en ese borde, a la orilla del
silencio, al que se nos ha llevado. Queda-
mos, por cierto, abandonados en el borde
mismo, un vacío, un abismo, en el que ape-
nas puede hablar el silencio, esa grieta, esa
llaga por donde la vida se expresa en todo
su sinsentido. Lo racional perturbado por lo
irracional, por lo imposible de comprender,
y luego, cierto intento de explicación que
naufraga en ese ¡yo no sé!, evidencia del
abismo hacia el que nos llevó, cierta expli-
citación de un modo de poetizar que luego
hará mayor elipsis en los poemas de Trilce.
Síntesis de la clase magistral sobre “Los He-
raldos Negros” del poeta peruano con la que
María Teresa Andruetto clausuró la primera de
las cinco temporadas de “10X10”, el más im-
portante ciclo literario organizado en la pro-
vincia de Córdoba por el Área de Literatura y
Pensamiento de la Agencia Córdoba Cultura,
Delegación Río Cuarto.
María Teresa Andruetto en la clausura de la primera temporada del ciclo 10X10,
el 8 de octubre de 2014, en el Centro Cultural Leonardo Favio. Fotografía de Lucas Ortiz.
El Corredor Mediterráneo / Página 3
7.
El poeta de Trujillo, que publicó su primer
libro cuando tenía 26 años, seguramente
habrá escrito estos poemas antes de los
25. Son años en los que le suceden episo-
dios trágicos, años en los que el destino,
como a él le gusta llamarlo, ya sea por
las suyas, ya sea llevado de la mano por
él mismo, se encarniza. Ese poeta, muy
joven por entonces, pertenecía todavía
a una tradición poética que tenía, como
sabemos, la marca indeleble de Darío y
de Lugones, en quienes el verso tradicio-
nal pesaba mucho, de modo que aquí
y así oscila Vallejo entre la versificación
clásica y la ruptura, entre la tradición y
una vanguardia que empieza a torcerle el
cuello al cisne y a la lengua, quiebre del
lenguaje que con él nace para todos no-
sotros. Tradición/Traición podríamos de-
cir, en esa tensión que el poeta presenta,
tensión aún no resuelta completamente
en Los heraldos negros, entre las formas
clásicas y las rupturas vanguardistas que
se avecinan y que en Trilce se muestran
en todo esplendor. Así, en las estrofas se-
gunda, tercera y cuarta la construcción es
a todas luces clásica, corrida apenas de
lo musical y rítmicamente esperable, pero
esas formas de la tradición en las que se
instala, no sin cierta incomodidad, el jo-
ven poeta ya aparecen junto a un lengua-
je en cierto modo regional y a la vez más
personal, un lenguaje que anuncia todo el
Vallejo experimental que vendrá después.
En el poema que nos ocupa esta tarde,
vemos entonces a un poeta que busca su
lengua en su tierra y en su gente, y vemos
también, bajo una mirada profundamen-
te existencial, ya en pleno los que serán
por siempre sus temas centrales: el des-
tino, la muerte, el dolor, la orfandad, el
absurdo de la existencia, Dios y la culpa.
8.
Desde el comienzo del poema compren-
demos que el poeta nos habla a todos, a
un tú plural, el colega humano golpeado
como él mismo por la vida. Nos habla
acerca de estos heraldos, mensajeros de
la muerte, concibe a lo humano en conti-
nua amenaza, a merced del destino, inde-
fensos nosotros ante esos golpes que, son
pocos pero nos cambian la vida, sin que
tengamos opción a defendernos o prote-
gernos, e incluso ni tan siquiera a encon-
trarles explicación. Momentos que nos
marcan para siempre, que abandonados
de Dios, nos hacen perder la fe adorable.
Después, cuando al final, en alguna de
sus formas nos llame la muerte, nos lla-
me con la dureza de un golpe en la nuca,
nos volveremos azorados (el yo, el tu y
todos los tu incluido en el poema) ante
ese desconcierto de vivir que alimenta la
línea más intensa del poema, esos versos
en los que el hombre, tan empobrecido
como digno de consuelo, Vuelve los ojos,
como/cuando por sobre el hombro nos
llama una palmada;/ vuelve los ojos lo-
cos, y todo lo vivido/ se empoza, como
un charco de culpa, en la mirada.
9.
La Muerte y el Destino personificados.
Nombrados con mayúsculas. Equipara-
dos a los Cristos, a los Atilas, a Dios. In-
tento de explicación del poeta para otros,
para nosotros, para sí mismo. Reflexiones
en busca de una lengua que combine
un registro de oralidad, un registro colo-
quial (la mano de alguien que se posa en
el hombro para decirnos que en la vida
hay golpes tremendos), con otro registro
altamente metafórico que incluye la resa-
ca de todo lo sufrido, lo que se empoza
como un charco de culpa y las crepitacio-
nes de panes que ya no podremos ofrecer
a otros. Casi podemos oír la conversación
entre amigos, la voz de ese alguien que
ha puesto su mano en el hombro de otro
alguien, desolados ambos, para decirle
que en la vida de todo hombre hay gol-
pes que de tan tremendos no tienen nom-
bre. Con esa oralidad comienza y termina
el poema y eso es algo que escapa a los
recursos de la poesía de la época. Pero
al mismo tiempo, por otra parte, la rima
del poema es fuerte, muy potente, casi
siempre muy ajustada a la tradición de la
rima en nuestra lengua, y el ritmo es más
potente aun, y esa potencia rítmica, lleva
un patrón de verso alejandrino, verso clá-
sico si los hay. Todo esto le da al poema la
espléndida condición de letra para decir
en voz alta, palabra para la dramatiza-
ción, para el recitado, y es en ese nivel
de texto cantado donde oralidad y ritmo
explotan, se complementan y definen.
Vallejo utiliza un verso grande, un verso
elevado, para hablar de algo grande en la
vida de todo hombre, algo que tiene que
ver con los grandes temas, el destino, la
angustia, la culpa y la concepción de un
Dios que nos ignora o nos castiga. Para
eso utiliza un castellano muy elaborado y
al mismo tiempo tan contemporáneo, un
castellano en el que nos llegan los ecos
de San Juan de la Cruz (proximidades en-
tre su reiterado yo no sé con aquel no se
qué que quedan balbuceando del Canto
Espiritual). Entre los muchos recursos que
habitan el poema, uno de los más tran-
sitados es la repetición que toma múlti-
ples aspectos, desde los más evidentes,
la repetición del verso inicial como ele-
mento circular de apertura y cierre, o la
repetición de la exclamación ¡Yo no sé!,
o la repetición de los puntos suspensivos,
hasta otras formas más sutiles de reitera-
ción como las comparativas (como del
odio de Dios/como si la resaca de todo lo
vivido), sonoras (fiero/fuerte), o semán-
ticas, (rostro/lomo), o ya de modo más
evidente el uso reiterado del verbo ser
(Son pocos, pero son/ Serán tal vez los
potros/Son las caídas hondas/ son las cre-
pitaciones) y por supuesto, la repetición
¡Pobre... pobre!, en la que el hombre se
evidencia como pobre en sus recursos y
tan digno de lástima.
A las múltiples formas que toma el recur-
so de la repetición, se suman las imáge-
nes de oscuridad, negrura, barro, hon-
dura, barbarie. Mensaje y mensajeros de
desolación y muerte para esa pérdida de
la fe en los demás y en sí mismo, para
esa culpa de vivir. ¿Cómo seguir después
de esto? El lenguaje acompaña en una
búsqueda, se diría, religiosa, en la que
el alma del yo poético y las almas del tú
plural que nos implica son el pozo al que
van a parar los sufrimientos humanos.
Finalmente, como el todo es más que la
suma de las partes, en la esplendida com-
bustión de todos los recursos, asuntos,
sonoridad y estructura, el poema se ele-
va, se agiganta hacia la oración, el ruego,
la letanía.
10.
La sonoridad que domina el poema, remi-
te en su potencia también a lo mejor de
la poesía de Rubén Darío. El título mismo
se corresponde con un poema de Darío
que se titula Heraldos, en el que los he-
raldos (más vitales que en Vallejo) traen
recuerdos de un amor pasado, mientras
que en el poema que nos ocupa, son si-
niestros anuncios de muerte, a la vez que
el espíritu general del poema, su anima
podríamos decir, no deja de traerme ecos
del poema que más me gusta de Darío,
aquel que se titula Lo Fatal. Dichoso el
árbol que es apenas sensitivo/ y más la
piedra dura porque esa ya no siente/pues
no hay dolor más grande que el dolor de
estar vivo/ ni mayor pesadumbre que la
vida consciente//Ser y no saber nada, y
ser sin rumbo cierto,/ y el temor de haber
sido y un futuro terror…/Dichoso el ár-
bol, que es apenas sensitivo,
11.
¿De qué golpes nos está hablando el poe-
ta? El 22 de agosto del año 1915 (tres
años antes de la edición de Los Heraldos
Negros) murió, a los 26 años, su herma-
no Miguel, el hermano inmediatamente
mayor, a quien Vallejo inmortalizo en el
poema A mi hermano Miguel, que integra
Los heraldos negros (Miguel, tú te escon-
diste/una noche de agosto, al alborear;/
pero, en vez de ocultarte riendo, estabas
triste./Y tu gemelo corazón de esas tar-
des…) y cuyo rastro aparece en varios
otros poemas de ese libro y también en
poemas de Trilce (las dos hermanas ul-
timas, Miguel que ha muerto y yo arras-
trando todavía una trenza por cada letra
del abecedario, dice en el poema XXIII de
ese libro). Sin dudas Los heraldos negros,
el libro y el poema que nos ocupa, fue-
ron escritos bajo el duelo por la pérdida
de ese hermano. También, durante los
años anteriores a la publicación de Los
heraldos negros, Vallejo perdió su pues-
to como profesor, después que se negó
a casarse con una novia que murió por
un aborto al que él la indujo; también por
esos años murió su madre. Por todo ello,
imagino, el libro se escribe en un senti-
miento de culpa y desolación. El alma
es como un pozo y el hombre (él como
hombre y todo hombre) se encharca en
sus carencias y sus faltas.
12.
Toda obra está, más visible o más ocul-
ta, habitada por la vida de un hombre.
La poesía, como toda expresión literaria,
es –como dijo Oscar Masotta en Sexo y
traición en Roberto Arlt- una conciencia
dialogando con el mundo. Siguiendo en
esa línea, siempre se ha asociado el do-
lor de Vallejo y la culpa de vivir y el sin-
sentido, a la muerte temprana de Miguel,
el hermano que se quedó en el pueblo
y murió en la plenitud de su juventud y
de su potencia física.Vallejo ha hablado y
escrito mucho sobre él, sobre la herman-
dad perdida, pero así como esa muerte
tremenda (sucedida en los años de fac-
tura de los poemas de Los Heraldos Ne-
gros) se vio fuertemente visibilizada en su
obra, así también sabemos que hubo ese
otro dolor más oscuro, más culposo, que
permaneció más oculto, un episodio que
él se ocupó de borrar, episodio trágico,
golpe en la vida. Todo esto tendrá una
profunda resonancia en su poesía y en su
vida, ya que hay críticos que consideran
que es esa causa judicial por la que pier-
de el trabajo y pasa meses en la cárcel, la
que lo decide a abandonar el Perú, ha-
cer el viaje definitivo a Paris, desarrollar
una mirada política del mundo (en la que
el sinsentido de la existencia encuentra
finalmente cierto contrapeso), su adhe-
sión al marxismo y a cierta utopía política
que lo acompañó hasta su muerte. Junto
a la utopía política está siempre, como
una sombra, lo teológico que alcanzara
más tarde su punto más alto en España,
aparta de mí este cáliz, en dialogo con las
atrocidades de la guerra civil española,
ya también encuentra la pobreza que ha-
cia el final de su vida, en los años 30, se
vuelve extrema. En párrafos de cartas de
Vallejo citadas y leídas aquí y allá, el tema
es siempre la falta de dinero, la pobreza,
matizada por feroz auto ironía, reaseguro
de dignidad, pobreza que por supuesto
disimulan las fotografías que se saca, en-
tre ellas la foto antológica, en la que se lo
ve como una variación del pensador, ele-
gante, de traje y corbata. “La seguridad
económica, ya sabes tú que es y siempre
ha sido mi fuerte” dice en una carta a
Juan Larrea, del 29.01.1932.
13.
Para terminar: aprendí de memoria este
poema a mis 17 y ya no lo olvidé, lo
aprendí cuando no había tenido todavía
en la vida esos golpes tan fuertes de los
que él habla. Y entonces leía acerca del
hermano muerto, de ese joven hermano
con su vida trunca, sin imaginar que la
hermandad perdida me atravesaría a mí
también. Mucho después volverían cien-
tos de veces esas imágenes suyas, esas
palabras, cuando también a mí me llega-
ron, en la cuota parte de dolor que a cada
ser humano le cabe, las ausencias, los fra-
casos y las muertes. Ahora que releo este
poema fundacional para escribir estas re-
flexiones, el poeta vuelve a sorprenderme
con una energía nunca ida, vuelven las
palabras oscuras, las zanjas de su caída,
los charcos de la culpa, los inolvidables
versos de la estrofa cuarta.
Aquí estamos, así estamos, a cien años
de su publicación, los hombres y muje-
res de toda índole volviendo, como ayer,
más que ayer, si cabe, los ojos azorados,
estos ojos que no acaban de comprender
lo que nos sucede, no acaban de com-
prender el horror que hemos construido
andando por nuestra propia vida, eso
que, por ser nosotros causantes tanto
como receptores, nos desconcierta como
cuando alguien que no pensábamos ya
ver nos toca por la espalda. Como su-
cede en los más grandes escritores de
todos los tiempos, Vallejo ha convertido
algo personal, la culpa cristiana frente al
dolor y la muerte que él le ha causado a
quien lo amó y la también cristiana culpa
de sobrevivir a quien ya no está, en culpa
y dolor universal.
Así como Kafka convirtió su temor al pa-
dre en temor a toda tiranía, como Borges
convirtió su temor en exaltación del co-
raje, como Beckett su propio desconcier-
to en absurdo mundo, así Vallejo llevó el
oculto dolor que la culpa alimenta a una
categoría universal y, de eso trata final-
mente el arte, a una forma estética que se
quiere imperecedera.
El Corredor Mediterráneo / Página 4
En la “llanura” se encontraban las Villas
de La Carlota con 747 personas y de la
Concepción del Río Cuarto con 731, y los
“asentamientos”, “fuertes”, “fortines” y/o
“parajes” de San Fernando con 175 per-
sonas, Santa Catalina con 96, San Bernar-
do con 317, Jesús María de la Reducción,
San Carlos y sus comprensiones con 526
y Las Terneras, fortín de San Carlos y sus
Comprensiones con 106 personas, lo que
representa una cifra de 2698 habitantes de
las 6164 totales de la jurisdicción Frontera
Sur, equivalente al 43,77% de todos los ha-
bitantes del área en cuestión.
No obstante, “(…) la distribución de la po-
blación por los parajes o los partidos era
bastante homogénea por lo cual no había
un dominio del centro urbano sobre el me-
dio rural (…)” (Carbonari, 2007: 130). El
“nombre” de estas jurisdicciones era toma-
do por el censista considerando los parajes
o poblados más importantes de ellas.
La población rural continuó predominan-
do sobre la urbana, considerando aun la
que habitaba en las villas y en los parajes
de la campaña. “Se ha sugerido que para
distintos períodos (entre fines del siglo XVI-
II y gran parte del siglo XIX) Córdoba fue
una zona de emigración, orientada prin-
cipalmente hacia Buenos Aires y el Litoral
(…)” (Romano, 2002: 255). El objetivo de
los traslados era, fundamentalmente, con-
seguir empleo en las épocas de mayor ac-
tividad rural: siembras y cosechas, esquila,
etc., además de evitar las levas en los ejér-
citos.
A la vez, también, se desarrollaba un rico
intercambio comercial, por ser una zona
de ubicación estratégica en cuanto a la
confluencia de caminos y el paso casi
obligatorio por allí. El comercio no sólo era
practicado entre blancos, sino entre éstos y
diferentes tribus indias.
Por su parte, las unidades domésticas inde-
pendientes que además de la familia titu-
lar incluían otros parientes y/o agregados
tenían mayor peso en zonas de frontera
o colonización más tardía ubicadas en la
llanura, como en la del río Cuarto. En él,
no obstante, existían unidades domésticas
conformadas por una familia receptora y
otra familia o individuos agregados; un
porcentaje mucho mayor de las familias
que se agregaban a unidades encabezadas
por parientes en Río Cuarto, lo hacían a
las unidades de los padres de uno de los
cónyuges y no de los otros parientes (Tell,
2008).
Río Cuarto era una zona receptora de mi-
grantes, como lo indica el alto índice de
masculinidad que tenía. Esta migración
pudo haber estado relacionada con el paso
por esa jurisdicción de la dinámica ruta co-
mercial que unía Buenos Aires con Cuyo y
Chile, pero también pudo haber sido una
escala dentro de un itinerario migratorio
más largo que llevaría a los migrantes del
norte de Córdoba y de otras jurisdicciones
provinciales a las fronteras de Buenos Ai-
res. “Otro indicador que refuerza la ima-
gen de un poblamiento más inestable en
Río Cuarto y con un movimiento fluido
en su frontera, es la existencia de una po-
blación flotante o recientemente instalada
(…)” (Tell, 2008: 226-227).
“Los distintos grupos de los productores
agrícolas tendían a agruparse en la zona
más resguardada del departamento donde
se encontraban los mayores nucleamientos
de población (…)” (Tell, 2008: 293-294),
esto es, en la pedanía dependiente de la
Villa de la Concepción y en la dependiente
del fuerte de Achiras, situado en las últimas
estribaciones de las sierras de los Come-
chingones, en el límite con la provincia de
San Luis.
	 Otro elemento importante a con-
siderar, para la época y espacio en cues-
tión, es el uso de “la mano de la obra”, por
parte de quienes la requerían y los medios
coercitivos que utilizaban para ello, con el
accionar connivente y conjunto por parte
del Estado. Es decir los peones conchaba-
dos y los propietarios de campos y/o gana-
dos que necesitaban de aquellos, pero que
por las dificultades para conseguir mano
de obra, lo menos costosa posible en las
más de las oportunidades, sobre todo en
épocas del año donde las actividades ru-
rales aumentaban su intensidad, y un Es-
tado provincial sin los medios necesarios
ni políticas que pudiesen direccionar a
esas personas en algún tipo de actividad
económica, deviniendo ellas en prácticas
tales como robo de ganado –abigeato-, de
otro tipo de bienes, vagabundaje, asesina-
to y/o delitos de toda clase. Para la época,
se recurría a la violencia o a legislaciones
punitivas para con aquellas personas que
contaban como único medio de subsisten-
cia su fuerza de trabajo.
	 El Estado provincial, entonces,
actuaba de esta manera, sobre todo san-
cionando leyes que permitían un control
social punitivo, particularmente en la
campaña, en tanto espacio donde se ob-
servaba más aquél tipo infracciones. Ejem-
plo de esto fue la imposición del uso de
la “Papeleta de Conchabo”, establecido
en el Reglamento para la Administración
de Justicia en la Campaña, aprobado por
la Legislatura en 1823, durante el primer
gobierno de Bustos. Entre los principales
argumentos de su sanción se encontra-
ban: evitar robos de ganado o abigeato en
la campaña, destinar y asegurar mano de
obra a los hacendados, sobre todo en los
momentos del año que más se la necesita-
ba, y direccionar a los vagos y mal-entrete-
nidos que deambulaban en la campaña sin
ningún objetivo.
De esa forma, los estancieros se asegura-
ban mano de obra barata o directamente
sin costo, disminuía el riesgo de que sus
ganados fuesen robados y, en el caso del
gobierno, afianzaba la relación con algu-
nos de ellos, en diferentes regiones de la
provincia, de cuyo apoyo económico, po-
lítico y militar necesitaba más que una vez.
No bastaba con obligar a esa población a
trabajar, sino que era necesario constarlo
fehacientemente empleando un compro-
bante específico, cuya carencia permita
que aquellos que debían tenerlo fuesen
empleados, discrecionalmente, en las acti-
vidades que las autoridades juzgaban con-
venientes. El documento que cumplía el
objetivo de aportar peonada para las tareas
rurales, evitar la matanza indiscriminada
de animales que los vagabundos emplean
en su alimentación y proveer mano de
obra gratuita para los trabajos públicos, y
a veces privados, era la “papeleta de con-
chabo”. Los vagos o mal entretenidos, per-
sonas que no tenían bienes ni oficios que
aseguraban su subsistencia, eran obligados
a trabajar debiendo portar el comprobante
que lo acreditaba.
Esta situación ayudaba a fortalecer las re-
des de vínculos inter-personales, entre los
poderosos de una región, en este caso los
hacendados de una zona específica que
tenían un papel muy importante dado que
eran a los que se estaba trasladando el po-
der político y económico, luego de la dé-
cada revolucionaria de 1810, a la vez que,
en la segunda década del siglo XIX en Cór-
doba, y todavía por varios decenios más.
La zona rural de la provincia era la que al-
bergaba a la mayor parte de la población,
con lo cual el poder político, social y eco-
nómico de los hacendados en una deter-
minada región,(1) que incluía una amplia
red de lazos familiares, políticos, econó-
micos, clientelares, laborales, con gran
cantidad de individuos y familias, no era
una dato menor a considerar por parte del
gobernador Bustos a la hora de construir
las bases de la relación a entablar con és-
tos poderosos, pero sólo y únicamente de
acción y hegemonía local.
Ello suscitaría, en ese sentido, ganarse a
través de los hacendados y su intermedia-
JUAN BAUTISTA BUSTOS:
FEDERALISMO
Y AUTONOMISMO
CORDOBÉS* (2ª ENTREGA)
Por Martín A. Toselli
HISTORIA. Bicentenario del Primer Gobierno Constitucional de Córdoba
El Corredor Mediterráneo / Página 5
ción, así también como por medio de otros
actores, el apoyo del resto de la población
de la campaña (integrados por los sectores
sociales bajos, pequeños campesinos, mi-
licianos, peones rurales, entre otros), que
era la mayoría. Los tipos y la frecuencia de
la devolución de los favores que hacían
posible ésta relación, tanto del gobernador
como de los estancieros, variaban según
la necesidad, región, época, y actores que
intervenían.
El Reglamento para la Administración de
Justicia en la Campaña, dictado por Bus-
tos en su primer gobierno, no obstante, no
pudo evitar por ejemplo que los hacenda-
dos fueran dañados en sus bienes por una
gran cantidad de “vagos” que abundaban
por los campos por la falta de trabajo. “Con
este motivo, en julio de 1825, la Legislatura
resuelve oficiar al ejecutivo para que, a la
brevedad posible, convoque en la ciudad
a una junta de hacendados –integrada por
cuatro de los más pudientes, honrados y
de conocimientos de cada partido o cura-
to- para que haga conocer los distintos me-
dios que crea adecuados a evitar los robos
que padecen, así como que manifieste los
posibles inconvenientes que pueda ofrecer
el reglamento de administración de justicia
de la campaña” (Segreti, 1970: 199).
En ese marco, eran raras las excepciones
en que los recursos del erario permitían al
gobernador recorrer la campaña con la fre-
cuencia que él deseaba para interiorizarse
de sus problemas y darles solución ade-
cuada, a la vez que arreglar las milicias y
animar todas instancias institucionales que
estaban en su vasta extensión, situación
que era momentáneamente cubierta por
los recursos extraídos del propio peculio
del mandatario. “Finalmente, y tras largos
pedidos, la legislatura autorizará una parti-
da presupuestaria destina a dichos objeti-
vos” (Segreti, 1970: 204).
	 Para la segunda década del siglo
XIX, la Frontera Sur atravesaba una serie
de problemas, entre los más importantes
se encontraban: los ataques indígenas, ro-
bos, deserciones de las fuerzas de defen-
sa de línea y su falta de abastecimiento,
oposición de los hacendados a abastecer
a los ejércitos, negación por parte de los
hombres a ingresar en las milicias, pocas
autoridades, mal pagas y con bajo nivel
de instrucción, para hacer cumplir las dis-
posiciones provinciales en la región, des-
poblamientos de campos y asentamientos
urbanos, entre otros. Tales problemas son
morigerados, en parte, por la existencia de
las Villas de La Carlota y Concepción, más
que la abundancia de ganado permite un
más fácil, aunque a veces no sin inconve-
niente, abastecimiento local.
	 Una cuestión evidente era que los
más pudientes no escatimaban esfuerzos y
argucias para entregar al ejército el menor
número posible de animales, a fin de no
reducir sus cupos de venta a particulares
de esta provincia u otras. El desamparo de
los trabajadores rurales y pequeños pro-
pietarios de la frontera era evidente ante
un Estado exigente y ante los abusos y
arbitrariedades de los más pudientes, que
manejaban patriarcalmente no sólo sus es-
tablecimientos sino, también, la Villa de la
Concepción y los curatos que la circunda-
ban. “Los continuos enfrentamientos entre
las autoridades y civiles, entre el cabildo y
los jueces pedáneos, de éstos entre sí, de
aquellos y los maestros de postas, de los
milicianos hacia sus superiores inmediatos
y de la oficialidad hacia sus jefes; eran, a
la vez, causa y efecto de un estado gene-
ralizado de conflicto palpable a todos los
niveles de la Frontera Sur” (Lobos, 1979:
103).
En la Frontera Sur la comandancia militar
continuó estando en La Carlota a cargo,
desde 1821, de Juan Gualberto Echeve-
rría, hasta cuando llegó José María Paz y se
instaló como gobernador de la provincia,
la cual se trasladó a la Villa de la Concep-
ción, en el marco de la re-estructuración
militar de la Frontera Sur, y la importancia
dada ahora a dicha Villa, sumado al temor
de nuevos y grandes ataques indígenas,
instigados en ocasiones por algunos fede-
rales.
La comandancia de La Carlota, por su
parte, constaba de un escuadrón con tres
compañías instaladas en dicha villa, en
la de Concepción del río Cuarto y en los
fortines de La Luisiana y de Reducción. A
mediados de 1822 se duplicó el número
de hombres sumando en total, entre oficia-
lidad y tropa, 415 plazas.
En cuanto a la relación siempre conflicti-
va entre indios y blancos, la Frontera Sur
no sólo ganó una paz relativa tras el Tra-
tado de la Laguna del Guanaco, sino que
concretó una vieja aspiración: desde 1821
se pensaba establecer un puesto fortifica-
do en las cercanías del río Quinto lo que
pareció hacerse realidad en 1827, ante el
pedido de varias tribus amigas y bajo la ga-
rantía de los criollos.
A principios de la década de 1820, los ma-
lones indígenas continuaban castigando
a la provincia por el sur, el este y el no-
reste. Ello implicaba, principalmente para
las zonas afectadas, una pesada carga por-
que se mantenían sin explotar y tener un
dominio efectivo por parte de los blancos
vastas regiones consideradas productivas,
a la vez que era necesario sostener fuertes
y fortines y dar a los distintos caciques los
consabidos “obsequios” para evitar males
mayores.
Momentos antes de los ataques del chileno
José Miguel Carrera y sus tropas, los jefes
militares de la frontera del sur provincial
informaron al gobierno su inquietud acer-
ca de una posible incursión del chileno,
por lo que recomendaban a Bustos fortifi-
car y aprestar los fortines y las tropas de de-
fensa. Ante lo cual el gobernante accedió
favorablemente. “Los comandantes de las
Villas de la Concepción y Carlota repiten
sus partes sobre los fundamentos en que
se apoyan para temer por aquella Frontera
un repentino y próximo ataque del caudi-
llo Don José Miguel Carrera, que con 200
hombres de línea se halla en las tolderías
de los indios, después de los estragos que
con el auxilio de ellos han perpetrado en
las poblaciones y en las guardias de Ro-
xas y el Salto, en la jurisdicción de Buenos
Aires; a fin de preservar con oportunidad
los males que de un caso semejante pue-
den sobrevenir sobre los vecindarios de
dichas villas, el gobierno ha resuelto auxi-
liar aquellos puntos con parte de la tropa
que se halla en esta Capital. Para su pron-
ta marcha, necesita todos los recados que
puedan reunirse de ese benemérito vecin-
darios con sus respectivas jergas y frenos,
de las que carece la comisaría del Ejército
(…).”(2).
	 Luego de las incursiones del gene-
ral Carrera y sus tropas, entre 1820 y 1821,
la frontera se había alterado y la relación
de los blancos de allí con los indios que
habitaban en sus cercanías no era del todo
buena. Por lo que el gobierno provincial
decidió llevar adelante una serie de me-
didas que tratan de condenar a los indios,
sus ataques y saqueos, sumado a cambios
que se producen en la jefatura de las mili-
cias regionales.
“El desbarajuste consiguiente a la inva-
sión de Carrera no dejó de alborotar a los
indios amigos, los cuales incurrieron en
algunas osadías aprovechando la indefen-
sión de la frontera de Río Cuarto. Uno de
ellos, Chacalén, se había instalado con sus
lanceros en el Cerrillo de la Plata, desde
donde anunció que atacaría la frontera si
no le daban 2000 yeguas. El chantaje fue
rechazado; y el Comandante General de la
Frontera (J. Arguello), secundado por el de
la Villa de la Concepción (J. L. Ordoñez),
se puso en marcha con 50 milicianos y
una partida de Dragones hacia Los Jaueles,
para tomar posición donde pudieran res-
guardar las haciendas, sí Chacalén decidía
atacar, cosa que no sucedió (…)” (Barrio-
nuevo Imposti, 1988: 27).
Fue a partir de estos conflictos, que Bustos
confió el mando de la Frontera Sur al Capi-
tán Juan Gualberto Echeverría, un joven de
28 años nativo de La Carlota, quien se pro-
puso fortalecer el sistema defensivo, pres-
tando preferente atención al fortín de San-
ta Catalina (Barrionuevo Imposti, 1988),
tal vez porque el antecesor de Echeverría,
Lucas Adaro, no demostraba una profunda
adhesión al nuevo gobernador; situación
que años más tarde sería confirmada, por
su participación en un intento de conspira-
ción contra el gobierno.
El comandante Echeverría, sin embargo,
nunca pudo ganarse un apoyo tenaz por
parte de todos los habitantes de la Frontera
Sur, que tenía a su cargo, dado que gene-
raba ciertas desconfianzas en sus prácticas
políticas y militares, sobre todo para con
algunas personas de la Villa de la Con-
cepción. Ello lo demostró en un informe
que envió al gobierno cordobés luego de
realizar una serie de acciones con las que
intentó restablecer el orden alterado en di-
chaVilla: “Ha más de diez horas que estoy
en la Villa a apagar los recelos que contra
mí se habían propagado. Mi subalterno
Don J. L. Ordoñez es sin dudad quien ha
puesto en consternación esta parte, retirán-
dose con las armas y municiones al punto
de Ojo de Agua, donde se reunirá con Don
José María Acosta (como si ellos fuesen ca-
paz de estorbar un mal sentimiento que se
impulsase a un trastorno) (…).”(3).
La posterioridad a todos estos enfrenta-
mientos dejó a la economía local exhaus-
ta, lo que no impidió que el Cabildo de
la Concepción actuara como ejecutor de
una orden del gobierno provincial, que
pedía a los vecinos más acomodados de
la región un empréstito forzoso, del cual
también se beneficiaría, en cierta medida.
Ante ello los afectados expusieron que no
se encontraban en condiciones de otor-
gar tal préstamo y decidieron hacer un
petitorio ante el Cabildo, para que hiciera
saber de las malas condiciones en que se
encontraban al gobernador. Enterado este
de tal vicisitud dejó caduca la medida. “En
atención de haber sido esa Villa el teatro
de la guerra, presa repetidas veces de los
anarquistas, y haber sufrido erogaciones y
demás sacrificios que se han hecho para el
sostén de las fuerzas de ésta provincia que
han andado en campaña, ha tenido a bien
S.E., por consideraciones políticas y guber-
nativas, eximir por ahora a esos vecinos
del empréstito forzoso decretado por su
S.E. en oficio del 27 de enero del corriente
año (…).”(4).
	 Decisión que el gobernador tomó
tal vez con la idea de impedir más y nue-
vas alteraciones en la región, y ganarse
para sí el apoyo de los sectores económi-
camente más encumbrados de la zona,
demostrando de esa manera la benevolen-
cia de la que era capaz de surtir. Ello se
reconoce en actitudes de ese tipo no sólo
para con la elite económica y política lo-
cal, sino también para con los sectores so-
ciales más desfavorecidos del espacio en
cuestión, ejemplificándose a través de una
nota enviada por el gobierno provincial al
comandante de la Villa (nexo entre Bustos
y algunas familias, de los sectores subalter-
nos, del sur cordobés), para que impulsara
el regreso de muchos pobladores que ha-
bían abandonado sus hogares por las inva-
siones indígenas y de Carrera: “El Gober-
nador Bustos lamenta que hayan emigrado
algunas familias de esaVilla, que procura-
rá V. se restituyan a sus hogares satisfechos
de que no ha habido ni hay absolutamente
el menor temor de invasión (…).”(5).
1. En la sierra, de antiguo poblamiento, la
producción dominante seguía siendo la ga-
nadera, donde descollaban las produccio-
nes de mulas, ovinos y bovinos, mientras
que en el llano sobresalía la ganadería bo-
vina y una insipiente agricultura.
2. Oficio del Gobierno al Cabildo de Río
Cuarto. Archivo Histórico de la Provin-
cia de Córdoba (en adelante: A.H.P.C.)
22/12/1820.
3. Oficio de J. G. Echeverría al Gobierno.
A.H.P.C. 10/12/1822. Gobierno. Caja Nª:
79, Carpeta Nº: 2.
4. Oficio del Alcalde de Río Cuarto
al Gobierno de la Provincia. A.H.P.C.
25/10/1821. Villa de la Concepción. Go-
bierno, Caja Nº: 281.
5. Oficio del Gobierno al Comandante de
Río Cuarto. A.H.P.C. 01/01/1821. Gobier-
no. Caja Nª: 281, Cuaderno Nº: 20.
*El presente artículo constituye una sínte-
sis delTrabajo Final de Licenciatura (T.F.L.),
presentado en el año 2012 y dirigido por
la Dra. María R. Carbonari, para acceder
al título de Licenciado en Historia, del De-
partamento de Historia, Facultad de Cien-
cias Humanas, Universidad Nacional de
Río Cuarto.
El Corredor Mediterráneo / Página 6
ALEJANDRO ROCA,
115 AÑOS
DE HISTORIA
Y CRECIMIENTO
Por Adriana Mistó
Comenzó “con una plaza, 40 manzanas
comprendiendo en esta denominación
fracciones de tal y 20 lotes de quintas que
sumaban en total ciento setenta y cinco
hectáreas inclusive las calles” y unos habi-
tantes determinados a luchar por una vida
mejor.
Cuando se alude a la fundación de Ale-
jandro Roca inevitablemente surge como
referencia principal el nombre de Julio Ar-
gentino Roca, uno de los personajes más
polémicos de la historia argentina, cuyo
accionar político continúa siendo materia
de debate en nuestra sociedad.
Remontándonos en el tiempo, el 26 de
agosto de 1874, el general Julio Argentino
Roca había adquirido un extenso campo
de 35 leguas cuadradas en un remate pú-
blico dispuesto por el gobierno de Córdo-
ba, de tierras fiscales ubicadas en el lado
sur del Río Cuarto. Dicho remate se realizó
en Buenos Aires y el señor Carlos Bouquet
sirvió de intermediario del general Roca
ante la comisión provincial encargada de
la venta. La correspondiente escritura fue
labrada el 9 de enero de 1875, por el es-
cribano de Hacienda de la Provincia, don
Secundino del Signo, y en ella el general
declara que dichas tierras las adquirió para
sí y para su hermano don Alejandro Roca.
Posteriormente, el 23 de enero de 1878, se
labró una nueva escritura ante el escriba-
no Secundino del Signo, para corregir una
equivocación del Departamento Topográ-
fico sobre la superficie de una de las Suer-
tes- así se les llamaba a los terrenos aptos
para la agricultura- dejando sin efecto legal
la escritura anterior.
En el año 1901 inició su avance en los
“Campos de Roca” el terraplén del ferro-
carril que comunicaría Río Cuarto con
Rosario y Buenos Aires. La línea ferrovia-
ria fue inaugurada en 1905. La estación
ubicada en el lugar conocido hasta ese
entonces como Pasos de las Terneras reci-
bió el nombre de Alejandro por un pedido
de Julio Argentino Roca, para perpetuar la
memoria de su hermano mayor, quien ha-
bía fallecido en el curso del año 1904 sien-
do propietario de estas tierras, que habían
sido heredadas por Julio Argentino.
En febrero de 1905, el mismo general ha-
bía solicitado por nota al Ministro de Ha-
cienda, Obras Públicas y Colonias de la
Provincia, el permiso correspondiente para
fundar la colonia y pueblo a denominar-
se “Alejandro Roca” en sus tierras dentro
del departamento Juárez Celman. El 20 de
febrero, la Dirección General de Rentas
certificó que la propiedad se componía de
91.550 Ha.
El pueblo se constituyó “con una plaza,
40 manzanas comprendiendo en esta de-
nominación fracciones de tal y 20 lotes
de quintas que sumaban en total ciento
setenta y cinco hectáreas inclusive las ca-
lles”, determinándose que todas las calles
tendrían 20 metros de ancho excepto la
calle N° 1 y bulevar que tendría 30 metros,
siendo 13 las calles que correrían de norte
a sur y 8 de este a oeste.
El 17 de marzo de 1905 es la fecha en
que la provincia de Córdoba concede los
beneficios fiscales a la colonia Alejandro
Roca, motivo por el que se la toma como
fecha fundacional.
En mayo del mismo año, el general Roca,
domiciliado entonces en la ciudad de
Buenos Aires, otorga poder especial ante
el escribano público don Manuel Lacase,
a don Abraham A. Becerra, chileno, para
que pueda otorgar escrituras, percibir pre-
cios de venta en las condiciones que hu-
biera pactado, tanto en las ventas al conta-
do como a plazo, o en remate público, los
solares, las quintas y chacras de la colonia
y pueblo de Alejandro Roca, de su propie-
dad.
Un nombre detrás del poder
Si bien la historia referencia casi con exclu-
sividad el apellido Roca con el que fuera
presidente argentino, queda claro queAle-
jandro estuvo presente en cada decisión
tomada por su renombrado hermano.
Sobre la persona de don Alejandro Roca
se sabe que nació en la ciudad de San Mi-
guel deTucumán en el año 1838 y era hijo
primogénito del matrimonio formado por
el coronel José Segundo Roca y Agustina
Paz. Alejandro, al igual que sus hermanos,
realizó sus estudios primarios en la escuela
del Convento de San Francisco, en su ciu-
dad natal. Al morir su madre a mediados
de 1855, fue enviado junto a su hermana
Ataliva a la ciudad de Buenos Aires a vivir
con su tía, Segunda Roca de Reboredo.
Tanto Alejandro como Ataliva empezaron
a ejercer el comercio desde muy jóvenes.
Alejandro también participó activamente
en las contiendas políticas durante todo el
período de organización nacional.
Habiendo adquirido extensiones de cam-
pos en nuestra Provincia, se dedicó a ex-
plorarlos fijando su domicilio en la ciudad
de Río Cuarto. Fue miembro fundador de
numerosas instituciones nacionales, en-
tre otras la Sociedad Rural Argentina y el
Jockey Club. También fue jefe político del
Departamento Río Cuarto.
Retirado de sus actividades a principios de
1904, soltero y sin descendencia, se radi-
có en la Capital Federal donde falleció el
2 de abril de ese año, sin poder conocer
la población que ya había comenzado a
surgir en los campos que le pertenecieran,
en condominio con su hermano Julio. Sus
restos fueron sepultados en el cementerio
de la Recoleta.
A 115 años de su fundación, el progreso
no se detiene
Alejandro, como comúnmente la nom-
bran los que allí habitan, está ubicada en
el Departamento Juárez Celman, entre las
localidades de Reducción y Los Cisnes,
distando a 50 km de La Carlota, cabecera
departamental, y a 305 km de la ciudad de
Córdoba, capital provincial.
En continua expansión desde su nacimien-
to a la vera de la estación de ferrocarril
homónima, Alejandro, a diferencia de
otros tantos asentamientos urbanos, tuvo
la particularidad de extenderse a la par de
las vías férreas, sin cruzarlas, lo que posi-
blemente haya incidido positivamente en
la integración social de sus habitantes a lo
largo de su historia.
Pero sin lugar a dudas la característica más
notable de la localidad es su constante cre-
cimiento económico y poblacional. Desde
sus comienzos, el desarrollo de las activi-
dades agropecuarias constituyó la fuente
principal de trabajo, pero en los años 90,
la economía tuvo un importante agregado
industrial.
Por aquel entonces se hicieron presentes
dos grandes empresas maniceras: Acei-
tera General Deheza y Cargill, que luego
pasó a ser Golden Peanut. Ya en el nuevo
milenio, puntualmente en el año 2011,
una empresa productora de bioetanol,
Promaíz, se radicó en la localidad, que no
cesaba de crecer.
A raíz del asentamiento de estas empresas
se fueron instalando compañías vincu-
ladas con el rubro, ofreciendo diferentes
oportunidades de trabajo a la población
local y sus alrededores, que afianzó el cre-
cimiento de Alejandro en las últimas dos
décadas.
En este 2020 Alejandro Roca transita sus
115 años, y lo hace de la mano de un nue-
vo gobierno municipal que tiene al mando
del Ejecutivo a la primera mujer intendente
de la historia de la que una vez fuera co-
lonia: la licenciada Ariana Judith Viola, en
quien la población depositó la confianza
para que dirija el destino de los alejandri-
nos durante los próximos cuatro años. Pero
el gobierno no lo hará solo. Todo el pue-
blo continuará avanzando y trabajará para
mantener lo logrado y elevar más aún la
calidad de vida de sus habitantes.
Será el aporte de cada alejandrino, con su
trabajo diario y con el compromiso asumi-
do junto a sus vecinos, lo que seguramente
continuará celebrando Alejandro Roca en
cada aniversario, y que se reflejará en su
destacable crecimiento. Es tarea de todos.
*Historia Entre Todos es un proyecto de la Red
de Ciudades Educadoras, de la que forman parte
el Concejo Deliberante de Río Cuarto además de
otras instituciones políticas y organizaciones cul-
turales, educativas y gremiales.
HISTORIA ENTRE TODOS*
El Corredor Mediterráneo / Página 7
LA UTILIDAD
DE LO INÚTIL.
MANIFIESTO
de Nuccio Ordine
Trad. Jordi Bayod
Nos hemos educado, con lo evidente,
con lo que se toca, la realidad más que
un abstracto, pareciera un mueble. Yo
si no lo veo, no creo. Y de pronto un
virus, invisible, inútil, parasitario, nos
inficionó la vida, nos cambió el rumbo
existencial. Así como en Río Tercero
1995, aprendimos una palabra que no
estaba en nuestro diccionario: Esquir-
las. Ahora, la palabra Cuarentena, se
instaló como una bomba, en nuestros
hogares, y sus habitantes nos vimos
obligados, no solo por indicación del
Estado, sino por pura instinto de sobre-
vivencia, a tomar distancia.
Distanciamiento social, distancia-
miento físico sobre todo. No beso, no
abrazo, la sospecha y la delación.Y las
fuerzas de seguridad, habilitadas para
el control social. Algo ganamos ahora,
algo perdimos, o perderemos, en el fu-
turo. Nuccio Ordine escritor italiano,
ha presentado un libro en forma de
Manifiesto.Y en el reflexiona, sobre las
consecuencias de esta pandemia y de
la utilidad de lo inútil.
Encuarentenados, tomamos concien-
cia de la “utilidad de lo inútil” un
oxímoron, figura literaria, retórica, es
como decir dulcemente amargo, bue-
no, en esta cuarentena, y sobre todo
los primero 30 días, porque después,
con la gran adaptabilidad que tene-
mos los seres humanos, fue mutando
nuestra situación. Pero los primeros
días, fuimos limpiadores compulsivos,
ordenadores obsesivos, cocineros em-
pedernidos. Como la Peña del Morfi,
en clave permanente, y sobre todo lo
indispensable que se volvió el arte en
su formato de películas, música, libros,
y en el altar de todos los rezos: Internet
y su red infinita.
La conectividad, si tenemos WiFi, es-
tamos vivos. Aprendimos palabras que
no sabíamos de su utilidad y qué ren-
tabilidad les sacaríamos, zoom, live,
google meet, etc, todas en inglés, los
runners nos lo podrían explicar a las
corridas y sin barbijo.
Y otra cosa positiva de esta cuarentena,
es desmitificar la palabra soledad (tiene
mala prensa) y que los artistas sabemos
cómo lidiar con ella. Nos estimuló a
pensar, meditar, ensimismarnos. Rom-
per con el criterio de manada, para
saber que somos seres gregarios, cla-
ro, pero que el aislamiento, nos vuelve
creativos, y no la jauría, que siempre
busca una víctima propiciatoria de sus
pulsiones y violencias contenidas.
Dos lecciones deberíamos haber
aprendido con esta pandemia, la “utili-
dad de lo inútil” y que la lentificación,
el bajar un cambio, no es un suicidio.
Que no hacer nada, o hacer los que
nos gusta, y no ser tan productivos no
es un crimen de lesa humanidad, y que
nos da posibilidad de pensar y sentir
profundo, de reflexionar que no todo
tiene retorno, y que no todo es moneti-
zable. Descubrimos que nos rinde más
el dinero, y el tiempo, porque des-
cubrimos que con menos también se
vive, y que si bien el arte no responde
a las leyes del mercado, puede darnos
beneficios, y que genera un proceso
virtuoso, que enriquece a quien da y a
quien recibe.
Los Live, los vivos de los músicos, po-
niéndose en pantalla, invitándonos a
disfrutar de una canción, nos sacan
de la asfixia, y sin barbijo disfrutamos
del arte en casa. Pero necesitamos salir
de la burbuja, porque somos creado-
res, somos trabajadores culturales. En
un tiempo, y en un espacio, necesita-
mos estrategias, para recuperar espec-
tadores, lectores, público que ponga
su cuerpo, porque poniendo el cuero
como en el aula, y no online, es donde
se da el verdadero amor, la consuma-
ción del deseo, el escenario de la vida.
Descubrimos que la naturaleza se res-
taura, bueno, los bosques se talaron,
porque aprovecharon nuestra reclu-
sión para la depredación, pero apare-
cieron las aguas cristalinas, peces en
el río, cisnes en Venecia, y ballenas en
Mar del Plata, focas en las ciudades.
No es la barbarie, el regreso a la pura
naturaleza, no, sino la barbarie con
rostro humano, los actos de insolidari-
dad, por ejemplo de los “anticuaren-
tena” No más el buen ciudadano. Se
rompe el mito russoniano, y prevalece
el mito hobessiano, el hombre lobo del
hombre.
Esther Díaz, se pregunta ¿Por qué los
humanos luchan por su esclavitud,
como si fuera la libertad? Hoy vemos
como hablan de la libertad, pero casi
siempre los que tienen resueltas mu-
chas cosas, más desde los sectores
acomodados, que de los sectores vul-
nerables.
Reclaman “Libertad” sin embargo, em-
bargamos nuestra identidad, nuestra
privacidad al cibercontrol, a Facebook,
a instagram, nos falta un chip, en nues-
tro cuerpo, y la distopía, eso que vimos
en el cine, se haga realidad. Viva la
muerte (de los demás) Viva la econo-
mía (la propia) dicen los anticuaren-
tena. Volvamos a la Normalidad. A la
nueva Normalidad. Dicen. A la ¿Nue-
va realidad? Como si existiera, una
para todos. Hay más interrogantes que
respuestas.
Sabemos que vivir en sociedad es cum-
plir con ciertas normas. Nuevo, nada,
si no hay cambios, no solo actitudina-
les, de conducta, sino estructurales. No
habrá nueva realidad, ni cambios de
realidad. Estamos en tiempos de “Ta-
pabocas” con glamaour, con diseños,
pero tapabocas al fin. George Floyd,
y todos, con una rodilla de policía en
el cuello, suplicamos “No puedo res-
pirar” Esperemos que después de esta
pandemia, no nos pase como en los
tiempos post primera guerra mundial,
les agarró una ataque de olvido, una
amnesia colectiva, la gente prefirió la
vida desenfrenada de los “felices años
veinte” todo joda, runner, happy hour,
happy end, el jazz, charlestón, Ho-
llywood, hasta que vino la gran depre-
sión de los 30. El virus Covid-19 ataca
los pulmones, debemos usar tapabo-
cas, muchos mueren de neumonía, el
aire está inficcionado por la polución
industrial, por combustión de los au-
tomóviles, etc. Todos necesitamos un
“respirador” y gritamos: ¡Por favor,
queremos respirar!
Que no nos agarre la depresión, sobre
todo psicológica. Los artistas, sabemos,
que toda depresión, puede ser catár-
quica, creativa, sanadora, y recreativa.
El arte, el conocimiento, pueden desa-
fiar las leyes del mercado, y del puro
entretenimiento. Estamos en guerra,
pero contra un virus que no tiene es-
trategias, solo se replica y multiplica,
es inútil, pero dañino, viral y vicioso,
vive del cuerpo del otro, se autoreplica
y destruye.
Dice en sus palabras liminares Nuccio
Ordine: “El oxímoron evocado por el
título La utilidad de lo inútil merece
una aclaración. La paradójica utilidad
a la que me refiero no es la misma en
cuyo nombre se consideran inútiles los
saberes humanísticos y, más en gene-
ral, todos los saberes que no producen
beneficios. En una acepción muy dis-
tinta y mucho más amplia, he querido
poner en el centro de mis reflexiones
la idea de utilidad de aquellos saberes
cuyo valor esencial es del todo ajeno a
cualquier finalidad utilitarista. Existen
saberes que son fines por sí mismos
y que—precisamente por su naturale-
za gratuita y desinteresada, alejada de
todo vínculo práctico y comercial—
pueden ejercer un papel fundamental
en el cultivo del espíritu y en el desa-
rrollo civil y cultural de la humanidad.
En este contexto, considero útil todo
aquello que nos ayuda a hacernos me-
jores”
El arte es inútil, o producto de los in-
útiles, pero esta inutilidad es su salvo-
conducto, no negocia, porque no tiene
precio, generoso porque se prodiga, se
multiplica como los panes, embriaga
como el vino y será tenido en cuenta
como antídoto, vacuna, para la “Nue-
va Realidad” o la “Nueva Normalidad”
Mario Trecek
El Acantilado, Barcelona, 2014
El Corredor Mediterráneo / Página 8
LA ISLA DELTESORO
EL PRETEXTO
DE LA LIBERTAD
Por Francisco Martínez Hoyos
Cuando un partido dice que defiende la libertad, no aporta
en realidad gran cosa. ¿Quién se opone explícitamente a ella?
La cuestión no es propugnarla en abstracto sino en el marco
de la realidad social concreta. Dejemos, pues, las elucubra-
ciones teóricas y vayamos a lo tangible. ¿Libertad para quién?
Para todos, responderá cualquiera con dos dedos de frente. El
problema es que, en ocasiones, la libertad de unos significa la
esclavitud de otros.
En los últimos tiempos, ciertos pensadores han propugnado
que determinados valores se excluyen entre sí. La libertad,
para ellos, se opondría a la igualdad. Se equivocan. La igual-
dad es la garantía de la libertad. De otra forma, los privilegia-
dos por la fortuna impondrán una irrestricta tiranía.
La tradición liberal, rectamente entendida, está en el origen
de la famosa triada de la Francia de 1789: “Libertad, igualdad,
Fraternidad”. Contra estos principios se han levantado dos es-
cuelas revolucionarias de distinto signo. Una bebe en las fuen-
tes marxistas y desprecia, por formal, la democracia parlamen-
taria. La otra, el neoliberalismo, que tiene en realidad poco de
liberal, no es en realidad una tendencia conservadora, como
muchos incautos piensan, sino todo lo contrario. Implica un
proyecto de ingeniería social dirigido a cambiar radicalmente
las bases de la sociedad a través del libre mercado. Aunque no
se quiera reconocer, se trata, en realidad, de una especie de
anarquismo para ricos. De esta forma, los fuertes poseen todo
el dominio. Sus partidarios citan a Adam Smith como padre
fundador, pero el gran filósofo ilustrado se hubiera escanda-
lizado ante los desmanes de sus supuestos discípulos. Smith
dijo en cierta ocasión que, cuando ciertos empresarios del
mismo ramo se reunían, rara vez la conversación no degene-
raba en una conspiración contra el bien público. Eso significa
que el laissez-faire no es incompatible con la intervención del
Estado.
Todo es cuestión de proporción. La libertad económica sin fre-
nos, lo mismo que la planificación centralizada, solo llevan a
la miseria y al caos. Hay que buscar la manera de combinar en
armonía la iniciativa privada y la acción del Estado.
El liberalismo, interpretado de una manera sana, significa la
meritocracia. La elite social debe estar donde está por su ta-
lento, no por su derecho de nacimiento. Lo malo es que los
datos perceptibles desmienten a cada paso tan hermoso ideal.
La igualdad de oportunidades es solo teórica para el hijo del
propietario de una multinacional y para el descendiente de
un propietario de la construcción. El primero no solo irá a un
colegio mejor por la educación impartida, también por el tipo
de gente con el que se relacionará, de forma que las amistades
que forje le abrirán puertas durante el resto de su vida en los
negocios que emprenda.
Los liberales del siglo XVIII se opusieron al dominio de las vie-
jas aristocracias. Insistieron, una y otra vez, en que no había
derecho a que un noble, que podía ser un perfecto inútil, goza-
ra del poder y de la riqueza solo porque un remoto antepasado
suyo hubiera realizado una acción meritoria. En la actualidad,
los viejos títulos nobiliarios han sido sustituidos por las elites
del poder y el dinero, pero la base de su dominio es el mismo,
el derecho de nacimiento.
No deja de ser curioso que los mismos que defienden que los
derechos de autor se extingan a los setenta, ochenta o cien
años, no apliquen esta misma consideración a las grandes for-
tunas. ¿Por qué los derechos sobre un libro son de naturaleza
distinta a la posesión de un palacio o una gran empresa? Si
queremos libertad no deberíamos permitir la perpetuación de
la desigualdad a través del derecho de herencia, tal como ha-
cen obsoletas familias de testas coronadas.
Libertad… Sí, por supuesto, pero, insisto una vez más, para
todos. Siempre desde el sano principio de que la de cada cual
termina donde la de otros empieza. No puede ser que el zorro
quiera ser libre a costa de las gallinas.
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Corredor Mediterráneo

  • 1. Río Cuarto . Río Tercero . San Francisco . Villa María LAISLADELTESORO ELPRETEXTO DELALIBERTAD POR FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS PÁG. 8 HISTORIA JUAN BAUTISTA BUSTOS: FEDERALISMO Y AUTONOMISMO CORDOBÉS (2da entrega) POR MARTÍN A. TOSELLI PÁG. 4-5 Miércoles 05 de agosto de 2020 . Año 20 Nº 915 La escritora cordobesa María Teresa Andruetto hace una inteligente aproximación a la obra de César Vallejo y, en particular, a “Los heraldos negros”, un poema capital de la historia de la poesía hispanoamericana y que situó al poeta peruano entre los grandes maestros de la poesía en lengua castellana. PÁG. 2 y 3 CÉSARVALLEJO YELHOMBRE POBRE,POBRE... LA UTILIDAD DE LO INÚTIL. MANIFIESTO de Nuccio Ordine.Trad. Jordi Bayod Por Mario Trecek PÁG. 7 HISTORIA ENTRE TODOS ALEJANDRO ROCA, 115 AÑOS DE HISTORIA Y CRECIMIENTO POR ADRIANA MISTÓ PÁG. 6 LA COLUMNA
  • 2. El Corredor Mediterráneo / Página 2 CÉSARVALLEJO YELHOMBREPOBRE, POBRE... Por María Teresa Andruetto 1. Leí por primera vez Los Heraldos Negros (el poema, el libro del mismo nombre, otros libros de César Vallejo…) a los 17 años, en las clases de Literatura Hispa- noamericana que daba el profesor Iber Verdugo, en la carrera de Letras de la Universidad Nacional de Córdoba. A su memoria, entonces, mi agradecimiento de lectora. En aquellos mismos años, en uno de los pabellones de la Facultad ha- bía una puerta con un cartel que decía Aula Vallejo, puerta por donde entraba y salía un hombre a quien nadie parecía dar importancia. Muchos años más tarde, ya fuera de la universidad, supe que ese hombre era el poeta español Juan Larrea, quien se exilió y murió en Córdoba, uno de los mayores y mejores interlocutores de Vallejo, una de las personas que más sabía de su vida y de su obra. 2. Escrito entre 1915 y 1918, según los poe- mas fueron apareciendo en periódicos y revistas de Trujillo y Lima, Los heraldos negros fue publicado por primera vez en julio de 1919 (aunque el pie de esa primera edición lleva fecha de 1918, por- que Vallejo esperaba que un poeta ami- go escribiera unas líneas introductorias). Fue su primer libro y en él se puede ver el momento de formación, de transfor- mación, que atraviesa el poeta, desde un modernismo decadentista hacia una poética sumamente personal, que va a marcar toda la poesía del continente y de la lengua. El modernismo del que pro- venía Vallejo estaba bajo el influjo omni- presente de Rubén Darío, también bajo la impronta de José Santos Chocano y de Leopoldo Lugones, a todos los cuales ha- bía leído. Para el momento de la escritura de este libro, liminar en Hispanoamérica, Vallejo formaba parte de un grupo litera- rio en Trujillo que se llamó primero La bo- hemia trujillana y luego Grupo Norte; fue gracias a su inserción en estos grupos que conoció también la obra del modernista uruguayo Julio Herrera y Reissig, una de sus mayores influencias, en consonancia sus temperamentos torturados, la culpa y los asuntos oníricos. 3. A fines de 1917 Vallejo ya se había tras- ladado a Lima donde se vinculó con es- critores e intelectuales posmodernistas y simbolistas. Ese contexto literario en Tru- jillo y en Lima signó al Vallejo de aquellos años, lo que sin dudas se sumó a lo que él tenía de propio, todo lo cual produjo esa tensión entre tradición y vanguardia que definió su escritura de manera tan personal. Tensión entre lenguaje castizo, colonial, arcaizante, propio de las gentes de su patria chica, convencimiento de que la poesía se construye en línea con la tradición, búsqueda de confluencias en- tre la tradición poética europea, francesa particularmente, y su recoger el guante de la tradición latinoamericana, y al mis- mo tiempo la idea de ruptura que desde temprano lo habitó, en la convicción de que un gran escritor es al mismo tiempo alguien que va en línea con la tradición y alguien que se desvía de todo lo que antes se hizo. Continuidad y variación. Tradición y ruptura. Así, la influencia modernista en Vallejo y cierta marca de lo americano originario y ancestral, se unen a su condición de poe- ta vanguardista, que prefigura el surrealis- mo en América Latina. 4. La rima del poema, rima consonante, de potente sonoridad (fuerte/muerte, blas- fema/quema, palmada/mirada, para dar algunos ejemplos) es, en líneas generales, tradicional, acorde con el gusto y las ten- dencias estéticas de la época. Sin embar- go la primera estrofa y la línea final mues- tran cierto desvío, tal vez también cierta incomodidad con la tradición poética en la que está inserto, nos dicen que hay gol- pes en la vida que no logran encajar en las reglas de pensamiento, de sentimien- to y de escritura que lo preceden, golpes que tienen tal fuerza que la tradición no logra cobijarlos y entonces hay que salir a romper la sintaxis, el sentido, las poéticas para encontrar sentidos nuevos al sinsen- tido de vivir. Por eso tal vez la circulari- dad de esa frase (hay golpes en la vida tan fuertes) que el poeta no logra o no quiere completar, la tensión no resuelta entre lo viejo y lo nuevo, lo tradicional y su rompimiento o su destrucción. 5. Los Heraldos Negros fue impreso en los talleres de la Penitenciaría de Lima. La obra iba a aparecer en 1918 tal como está fechada, pero la demora en su salida se debió a que Vallejo esperó vanamen- te el prólogo que le había prometido su amigo, el poeta Abraham Valdelomar. Lo cierto es que el libro comenzó a circular recién en julio de 1919, en su pequeño tiraje. Recibió elogios del propio Valdelo- mar y de otros poetas y críticos que resal- taron su tono renovador, su originalidad. El libro está compuesto por sesenta y nue- ve poemas y el poema que da nombre al libro y que nos ocupa esta tarde, es su puerta de entrada. Se trata de un poema de cinco estrofas: cuatro estrofas de cua- tro versos y un verso final suelto, huér- fano. Un poema que se presenta como un falso soneto, cuatro cuartetos com- puestos de versos de catorce sílabas, con excepción de los versos tercero y cuarto que son endecasílabos. La rima tiene un esquema A-B-C-A para la primera estrofa y después rima casi siempre fuerte, rima consonante, en los versos pares de las otras tres estrofas, con el último verso, el verso final, como decíamos, libre, más que libre desolado, desolador. Diecisiete versos entonces, que equivalen a entre quince y dieciséis oraciones o fra- ses desde el punto de vista sintáctico y a unas doce unidades de sentido. Frases, versos y unidades de sentido interrumpi- dos en cinco ocasiones por puntos sus- pensivos. Todo ello para hablar de esos golpes de la vida que de tan fuertes, de tan tremendos, han perdido ya su nom- bre. GOLPES tan fuertes que quién sabe lo que uno puede llegar a hacer cuando los recibe, golpes que nos destruyen has- ta dejarnos sin palabras, como los mismos puntos suspensivos que nos abisman. Golpes como un mazazo en la cabeza, como una bomba sobre una escuela en Gaza, como la muerte de una persona amada. 6. Cinco estrofas. Cuatro estrofas de cuatro versos y un verso final que nos devuelve al comienzo del que nunca hemos salido del todo. Circularidad. Trampa vital en la que no cesamos de caer. Sobre este breve texto viene girando desde hace una centuria la poesía en lengua castellana. Hay en los ver- sos del poema cierta lógica que el poeta a la vez sigue y rompe hasta dejarnos en la in- temperie de nuestra subjetividad. Rigor sin- táctico, rigor lógico y a la vez desvíos de la norma, rupturas de lo esperado, de modo que en medio de un desarrollo en cierto modo racional quedamos, sus lectores, en el sinsentido, en ese borde, a la orilla del silencio, al que se nos ha llevado. Queda- mos, por cierto, abandonados en el borde mismo, un vacío, un abismo, en el que ape- nas puede hablar el silencio, esa grieta, esa llaga por donde la vida se expresa en todo su sinsentido. Lo racional perturbado por lo irracional, por lo imposible de comprender, y luego, cierto intento de explicación que naufraga en ese ¡yo no sé!, evidencia del abismo hacia el que nos llevó, cierta expli- citación de un modo de poetizar que luego hará mayor elipsis en los poemas de Trilce. Síntesis de la clase magistral sobre “Los He- raldos Negros” del poeta peruano con la que María Teresa Andruetto clausuró la primera de las cinco temporadas de “10X10”, el más im- portante ciclo literario organizado en la pro- vincia de Córdoba por el Área de Literatura y Pensamiento de la Agencia Córdoba Cultura, Delegación Río Cuarto. María Teresa Andruetto en la clausura de la primera temporada del ciclo 10X10, el 8 de octubre de 2014, en el Centro Cultural Leonardo Favio. Fotografía de Lucas Ortiz.
  • 3. El Corredor Mediterráneo / Página 3 7. El poeta de Trujillo, que publicó su primer libro cuando tenía 26 años, seguramente habrá escrito estos poemas antes de los 25. Son años en los que le suceden episo- dios trágicos, años en los que el destino, como a él le gusta llamarlo, ya sea por las suyas, ya sea llevado de la mano por él mismo, se encarniza. Ese poeta, muy joven por entonces, pertenecía todavía a una tradición poética que tenía, como sabemos, la marca indeleble de Darío y de Lugones, en quienes el verso tradicio- nal pesaba mucho, de modo que aquí y así oscila Vallejo entre la versificación clásica y la ruptura, entre la tradición y una vanguardia que empieza a torcerle el cuello al cisne y a la lengua, quiebre del lenguaje que con él nace para todos no- sotros. Tradición/Traición podríamos de- cir, en esa tensión que el poeta presenta, tensión aún no resuelta completamente en Los heraldos negros, entre las formas clásicas y las rupturas vanguardistas que se avecinan y que en Trilce se muestran en todo esplendor. Así, en las estrofas se- gunda, tercera y cuarta la construcción es a todas luces clásica, corrida apenas de lo musical y rítmicamente esperable, pero esas formas de la tradición en las que se instala, no sin cierta incomodidad, el jo- ven poeta ya aparecen junto a un lengua- je en cierto modo regional y a la vez más personal, un lenguaje que anuncia todo el Vallejo experimental que vendrá después. En el poema que nos ocupa esta tarde, vemos entonces a un poeta que busca su lengua en su tierra y en su gente, y vemos también, bajo una mirada profundamen- te existencial, ya en pleno los que serán por siempre sus temas centrales: el des- tino, la muerte, el dolor, la orfandad, el absurdo de la existencia, Dios y la culpa. 8. Desde el comienzo del poema compren- demos que el poeta nos habla a todos, a un tú plural, el colega humano golpeado como él mismo por la vida. Nos habla acerca de estos heraldos, mensajeros de la muerte, concibe a lo humano en conti- nua amenaza, a merced del destino, inde- fensos nosotros ante esos golpes que, son pocos pero nos cambian la vida, sin que tengamos opción a defendernos o prote- gernos, e incluso ni tan siquiera a encon- trarles explicación. Momentos que nos marcan para siempre, que abandonados de Dios, nos hacen perder la fe adorable. Después, cuando al final, en alguna de sus formas nos llame la muerte, nos lla- me con la dureza de un golpe en la nuca, nos volveremos azorados (el yo, el tu y todos los tu incluido en el poema) ante ese desconcierto de vivir que alimenta la línea más intensa del poema, esos versos en los que el hombre, tan empobrecido como digno de consuelo, Vuelve los ojos, como/cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;/ vuelve los ojos lo- cos, y todo lo vivido/ se empoza, como un charco de culpa, en la mirada. 9. La Muerte y el Destino personificados. Nombrados con mayúsculas. Equipara- dos a los Cristos, a los Atilas, a Dios. In- tento de explicación del poeta para otros, para nosotros, para sí mismo. Reflexiones en busca de una lengua que combine un registro de oralidad, un registro colo- quial (la mano de alguien que se posa en el hombro para decirnos que en la vida hay golpes tremendos), con otro registro altamente metafórico que incluye la resa- ca de todo lo sufrido, lo que se empoza como un charco de culpa y las crepitacio- nes de panes que ya no podremos ofrecer a otros. Casi podemos oír la conversación entre amigos, la voz de ese alguien que ha puesto su mano en el hombro de otro alguien, desolados ambos, para decirle que en la vida de todo hombre hay gol- pes que de tan tremendos no tienen nom- bre. Con esa oralidad comienza y termina el poema y eso es algo que escapa a los recursos de la poesía de la época. Pero al mismo tiempo, por otra parte, la rima del poema es fuerte, muy potente, casi siempre muy ajustada a la tradición de la rima en nuestra lengua, y el ritmo es más potente aun, y esa potencia rítmica, lleva un patrón de verso alejandrino, verso clá- sico si los hay. Todo esto le da al poema la espléndida condición de letra para decir en voz alta, palabra para la dramatiza- ción, para el recitado, y es en ese nivel de texto cantado donde oralidad y ritmo explotan, se complementan y definen. Vallejo utiliza un verso grande, un verso elevado, para hablar de algo grande en la vida de todo hombre, algo que tiene que ver con los grandes temas, el destino, la angustia, la culpa y la concepción de un Dios que nos ignora o nos castiga. Para eso utiliza un castellano muy elaborado y al mismo tiempo tan contemporáneo, un castellano en el que nos llegan los ecos de San Juan de la Cruz (proximidades en- tre su reiterado yo no sé con aquel no se qué que quedan balbuceando del Canto Espiritual). Entre los muchos recursos que habitan el poema, uno de los más tran- sitados es la repetición que toma múlti- ples aspectos, desde los más evidentes, la repetición del verso inicial como ele- mento circular de apertura y cierre, o la repetición de la exclamación ¡Yo no sé!, o la repetición de los puntos suspensivos, hasta otras formas más sutiles de reitera- ción como las comparativas (como del odio de Dios/como si la resaca de todo lo vivido), sonoras (fiero/fuerte), o semán- ticas, (rostro/lomo), o ya de modo más evidente el uso reiterado del verbo ser (Son pocos, pero son/ Serán tal vez los potros/Son las caídas hondas/ son las cre- pitaciones) y por supuesto, la repetición ¡Pobre... pobre!, en la que el hombre se evidencia como pobre en sus recursos y tan digno de lástima. A las múltiples formas que toma el recur- so de la repetición, se suman las imáge- nes de oscuridad, negrura, barro, hon- dura, barbarie. Mensaje y mensajeros de desolación y muerte para esa pérdida de la fe en los demás y en sí mismo, para esa culpa de vivir. ¿Cómo seguir después de esto? El lenguaje acompaña en una búsqueda, se diría, religiosa, en la que el alma del yo poético y las almas del tú plural que nos implica son el pozo al que van a parar los sufrimientos humanos. Finalmente, como el todo es más que la suma de las partes, en la esplendida com- bustión de todos los recursos, asuntos, sonoridad y estructura, el poema se ele- va, se agiganta hacia la oración, el ruego, la letanía. 10. La sonoridad que domina el poema, remi- te en su potencia también a lo mejor de la poesía de Rubén Darío. El título mismo se corresponde con un poema de Darío que se titula Heraldos, en el que los he- raldos (más vitales que en Vallejo) traen recuerdos de un amor pasado, mientras que en el poema que nos ocupa, son si- niestros anuncios de muerte, a la vez que el espíritu general del poema, su anima podríamos decir, no deja de traerme ecos del poema que más me gusta de Darío, aquel que se titula Lo Fatal. Dichoso el árbol que es apenas sensitivo/ y más la piedra dura porque esa ya no siente/pues no hay dolor más grande que el dolor de estar vivo/ ni mayor pesadumbre que la vida consciente//Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,/ y el temor de haber sido y un futuro terror…/Dichoso el ár- bol, que es apenas sensitivo, 11. ¿De qué golpes nos está hablando el poe- ta? El 22 de agosto del año 1915 (tres años antes de la edición de Los Heraldos Negros) murió, a los 26 años, su herma- no Miguel, el hermano inmediatamente mayor, a quien Vallejo inmortalizo en el poema A mi hermano Miguel, que integra Los heraldos negros (Miguel, tú te escon- diste/una noche de agosto, al alborear;/ pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste./Y tu gemelo corazón de esas tar- des…) y cuyo rastro aparece en varios otros poemas de ese libro y también en poemas de Trilce (las dos hermanas ul- timas, Miguel que ha muerto y yo arras- trando todavía una trenza por cada letra del abecedario, dice en el poema XXIII de ese libro). Sin dudas Los heraldos negros, el libro y el poema que nos ocupa, fue- ron escritos bajo el duelo por la pérdida de ese hermano. También, durante los años anteriores a la publicación de Los heraldos negros, Vallejo perdió su pues- to como profesor, después que se negó a casarse con una novia que murió por un aborto al que él la indujo; también por esos años murió su madre. Por todo ello, imagino, el libro se escribe en un senti- miento de culpa y desolación. El alma es como un pozo y el hombre (él como hombre y todo hombre) se encharca en sus carencias y sus faltas. 12. Toda obra está, más visible o más ocul- ta, habitada por la vida de un hombre. La poesía, como toda expresión literaria, es –como dijo Oscar Masotta en Sexo y traición en Roberto Arlt- una conciencia dialogando con el mundo. Siguiendo en esa línea, siempre se ha asociado el do- lor de Vallejo y la culpa de vivir y el sin- sentido, a la muerte temprana de Miguel, el hermano que se quedó en el pueblo y murió en la plenitud de su juventud y de su potencia física.Vallejo ha hablado y escrito mucho sobre él, sobre la herman- dad perdida, pero así como esa muerte tremenda (sucedida en los años de fac- tura de los poemas de Los Heraldos Ne- gros) se vio fuertemente visibilizada en su obra, así también sabemos que hubo ese otro dolor más oscuro, más culposo, que permaneció más oculto, un episodio que él se ocupó de borrar, episodio trágico, golpe en la vida. Todo esto tendrá una profunda resonancia en su poesía y en su vida, ya que hay críticos que consideran que es esa causa judicial por la que pier- de el trabajo y pasa meses en la cárcel, la que lo decide a abandonar el Perú, ha- cer el viaje definitivo a Paris, desarrollar una mirada política del mundo (en la que el sinsentido de la existencia encuentra finalmente cierto contrapeso), su adhe- sión al marxismo y a cierta utopía política que lo acompañó hasta su muerte. Junto a la utopía política está siempre, como una sombra, lo teológico que alcanzara más tarde su punto más alto en España, aparta de mí este cáliz, en dialogo con las atrocidades de la guerra civil española, ya también encuentra la pobreza que ha- cia el final de su vida, en los años 30, se vuelve extrema. En párrafos de cartas de Vallejo citadas y leídas aquí y allá, el tema es siempre la falta de dinero, la pobreza, matizada por feroz auto ironía, reaseguro de dignidad, pobreza que por supuesto disimulan las fotografías que se saca, en- tre ellas la foto antológica, en la que se lo ve como una variación del pensador, ele- gante, de traje y corbata. “La seguridad económica, ya sabes tú que es y siempre ha sido mi fuerte” dice en una carta a Juan Larrea, del 29.01.1932. 13. Para terminar: aprendí de memoria este poema a mis 17 y ya no lo olvidé, lo aprendí cuando no había tenido todavía en la vida esos golpes tan fuertes de los que él habla. Y entonces leía acerca del hermano muerto, de ese joven hermano con su vida trunca, sin imaginar que la hermandad perdida me atravesaría a mí también. Mucho después volverían cien- tos de veces esas imágenes suyas, esas palabras, cuando también a mí me llega- ron, en la cuota parte de dolor que a cada ser humano le cabe, las ausencias, los fra- casos y las muertes. Ahora que releo este poema fundacional para escribir estas re- flexiones, el poeta vuelve a sorprenderme con una energía nunca ida, vuelven las palabras oscuras, las zanjas de su caída, los charcos de la culpa, los inolvidables versos de la estrofa cuarta. Aquí estamos, así estamos, a cien años de su publicación, los hombres y muje- res de toda índole volviendo, como ayer, más que ayer, si cabe, los ojos azorados, estos ojos que no acaban de comprender lo que nos sucede, no acaban de com- prender el horror que hemos construido andando por nuestra propia vida, eso que, por ser nosotros causantes tanto como receptores, nos desconcierta como cuando alguien que no pensábamos ya ver nos toca por la espalda. Como su- cede en los más grandes escritores de todos los tiempos, Vallejo ha convertido algo personal, la culpa cristiana frente al dolor y la muerte que él le ha causado a quien lo amó y la también cristiana culpa de sobrevivir a quien ya no está, en culpa y dolor universal. Así como Kafka convirtió su temor al pa- dre en temor a toda tiranía, como Borges convirtió su temor en exaltación del co- raje, como Beckett su propio desconcier- to en absurdo mundo, así Vallejo llevó el oculto dolor que la culpa alimenta a una categoría universal y, de eso trata final- mente el arte, a una forma estética que se quiere imperecedera.
  • 4. El Corredor Mediterráneo / Página 4 En la “llanura” se encontraban las Villas de La Carlota con 747 personas y de la Concepción del Río Cuarto con 731, y los “asentamientos”, “fuertes”, “fortines” y/o “parajes” de San Fernando con 175 per- sonas, Santa Catalina con 96, San Bernar- do con 317, Jesús María de la Reducción, San Carlos y sus comprensiones con 526 y Las Terneras, fortín de San Carlos y sus Comprensiones con 106 personas, lo que representa una cifra de 2698 habitantes de las 6164 totales de la jurisdicción Frontera Sur, equivalente al 43,77% de todos los ha- bitantes del área en cuestión. No obstante, “(…) la distribución de la po- blación por los parajes o los partidos era bastante homogénea por lo cual no había un dominio del centro urbano sobre el me- dio rural (…)” (Carbonari, 2007: 130). El “nombre” de estas jurisdicciones era toma- do por el censista considerando los parajes o poblados más importantes de ellas. La población rural continuó predominan- do sobre la urbana, considerando aun la que habitaba en las villas y en los parajes de la campaña. “Se ha sugerido que para distintos períodos (entre fines del siglo XVI- II y gran parte del siglo XIX) Córdoba fue una zona de emigración, orientada prin- cipalmente hacia Buenos Aires y el Litoral (…)” (Romano, 2002: 255). El objetivo de los traslados era, fundamentalmente, con- seguir empleo en las épocas de mayor ac- tividad rural: siembras y cosechas, esquila, etc., además de evitar las levas en los ejér- citos. A la vez, también, se desarrollaba un rico intercambio comercial, por ser una zona de ubicación estratégica en cuanto a la confluencia de caminos y el paso casi obligatorio por allí. El comercio no sólo era practicado entre blancos, sino entre éstos y diferentes tribus indias. Por su parte, las unidades domésticas inde- pendientes que además de la familia titu- lar incluían otros parientes y/o agregados tenían mayor peso en zonas de frontera o colonización más tardía ubicadas en la llanura, como en la del río Cuarto. En él, no obstante, existían unidades domésticas conformadas por una familia receptora y otra familia o individuos agregados; un porcentaje mucho mayor de las familias que se agregaban a unidades encabezadas por parientes en Río Cuarto, lo hacían a las unidades de los padres de uno de los cónyuges y no de los otros parientes (Tell, 2008). Río Cuarto era una zona receptora de mi- grantes, como lo indica el alto índice de masculinidad que tenía. Esta migración pudo haber estado relacionada con el paso por esa jurisdicción de la dinámica ruta co- mercial que unía Buenos Aires con Cuyo y Chile, pero también pudo haber sido una escala dentro de un itinerario migratorio más largo que llevaría a los migrantes del norte de Córdoba y de otras jurisdicciones provinciales a las fronteras de Buenos Ai- res. “Otro indicador que refuerza la ima- gen de un poblamiento más inestable en Río Cuarto y con un movimiento fluido en su frontera, es la existencia de una po- blación flotante o recientemente instalada (…)” (Tell, 2008: 226-227). “Los distintos grupos de los productores agrícolas tendían a agruparse en la zona más resguardada del departamento donde se encontraban los mayores nucleamientos de población (…)” (Tell, 2008: 293-294), esto es, en la pedanía dependiente de la Villa de la Concepción y en la dependiente del fuerte de Achiras, situado en las últimas estribaciones de las sierras de los Come- chingones, en el límite con la provincia de San Luis. Otro elemento importante a con- siderar, para la época y espacio en cues- tión, es el uso de “la mano de la obra”, por parte de quienes la requerían y los medios coercitivos que utilizaban para ello, con el accionar connivente y conjunto por parte del Estado. Es decir los peones conchaba- dos y los propietarios de campos y/o gana- dos que necesitaban de aquellos, pero que por las dificultades para conseguir mano de obra, lo menos costosa posible en las más de las oportunidades, sobre todo en épocas del año donde las actividades ru- rales aumentaban su intensidad, y un Es- tado provincial sin los medios necesarios ni políticas que pudiesen direccionar a esas personas en algún tipo de actividad económica, deviniendo ellas en prácticas tales como robo de ganado –abigeato-, de otro tipo de bienes, vagabundaje, asesina- to y/o delitos de toda clase. Para la época, se recurría a la violencia o a legislaciones punitivas para con aquellas personas que contaban como único medio de subsisten- cia su fuerza de trabajo. El Estado provincial, entonces, actuaba de esta manera, sobre todo san- cionando leyes que permitían un control social punitivo, particularmente en la campaña, en tanto espacio donde se ob- servaba más aquél tipo infracciones. Ejem- plo de esto fue la imposición del uso de la “Papeleta de Conchabo”, establecido en el Reglamento para la Administración de Justicia en la Campaña, aprobado por la Legislatura en 1823, durante el primer gobierno de Bustos. Entre los principales argumentos de su sanción se encontra- ban: evitar robos de ganado o abigeato en la campaña, destinar y asegurar mano de obra a los hacendados, sobre todo en los momentos del año que más se la necesita- ba, y direccionar a los vagos y mal-entrete- nidos que deambulaban en la campaña sin ningún objetivo. De esa forma, los estancieros se asegura- ban mano de obra barata o directamente sin costo, disminuía el riesgo de que sus ganados fuesen robados y, en el caso del gobierno, afianzaba la relación con algu- nos de ellos, en diferentes regiones de la provincia, de cuyo apoyo económico, po- lítico y militar necesitaba más que una vez. No bastaba con obligar a esa población a trabajar, sino que era necesario constarlo fehacientemente empleando un compro- bante específico, cuya carencia permita que aquellos que debían tenerlo fuesen empleados, discrecionalmente, en las acti- vidades que las autoridades juzgaban con- venientes. El documento que cumplía el objetivo de aportar peonada para las tareas rurales, evitar la matanza indiscriminada de animales que los vagabundos emplean en su alimentación y proveer mano de obra gratuita para los trabajos públicos, y a veces privados, era la “papeleta de con- chabo”. Los vagos o mal entretenidos, per- sonas que no tenían bienes ni oficios que aseguraban su subsistencia, eran obligados a trabajar debiendo portar el comprobante que lo acreditaba. Esta situación ayudaba a fortalecer las re- des de vínculos inter-personales, entre los poderosos de una región, en este caso los hacendados de una zona específica que tenían un papel muy importante dado que eran a los que se estaba trasladando el po- der político y económico, luego de la dé- cada revolucionaria de 1810, a la vez que, en la segunda década del siglo XIX en Cór- doba, y todavía por varios decenios más. La zona rural de la provincia era la que al- bergaba a la mayor parte de la población, con lo cual el poder político, social y eco- nómico de los hacendados en una deter- minada región,(1) que incluía una amplia red de lazos familiares, políticos, econó- micos, clientelares, laborales, con gran cantidad de individuos y familias, no era una dato menor a considerar por parte del gobernador Bustos a la hora de construir las bases de la relación a entablar con és- tos poderosos, pero sólo y únicamente de acción y hegemonía local. Ello suscitaría, en ese sentido, ganarse a través de los hacendados y su intermedia- JUAN BAUTISTA BUSTOS: FEDERALISMO Y AUTONOMISMO CORDOBÉS* (2ª ENTREGA) Por Martín A. Toselli HISTORIA. Bicentenario del Primer Gobierno Constitucional de Córdoba
  • 5. El Corredor Mediterráneo / Página 5 ción, así también como por medio de otros actores, el apoyo del resto de la población de la campaña (integrados por los sectores sociales bajos, pequeños campesinos, mi- licianos, peones rurales, entre otros), que era la mayoría. Los tipos y la frecuencia de la devolución de los favores que hacían posible ésta relación, tanto del gobernador como de los estancieros, variaban según la necesidad, región, época, y actores que intervenían. El Reglamento para la Administración de Justicia en la Campaña, dictado por Bus- tos en su primer gobierno, no obstante, no pudo evitar por ejemplo que los hacenda- dos fueran dañados en sus bienes por una gran cantidad de “vagos” que abundaban por los campos por la falta de trabajo. “Con este motivo, en julio de 1825, la Legislatura resuelve oficiar al ejecutivo para que, a la brevedad posible, convoque en la ciudad a una junta de hacendados –integrada por cuatro de los más pudientes, honrados y de conocimientos de cada partido o cura- to- para que haga conocer los distintos me- dios que crea adecuados a evitar los robos que padecen, así como que manifieste los posibles inconvenientes que pueda ofrecer el reglamento de administración de justicia de la campaña” (Segreti, 1970: 199). En ese marco, eran raras las excepciones en que los recursos del erario permitían al gobernador recorrer la campaña con la fre- cuencia que él deseaba para interiorizarse de sus problemas y darles solución ade- cuada, a la vez que arreglar las milicias y animar todas instancias institucionales que estaban en su vasta extensión, situación que era momentáneamente cubierta por los recursos extraídos del propio peculio del mandatario. “Finalmente, y tras largos pedidos, la legislatura autorizará una parti- da presupuestaria destina a dichos objeti- vos” (Segreti, 1970: 204). Para la segunda década del siglo XIX, la Frontera Sur atravesaba una serie de problemas, entre los más importantes se encontraban: los ataques indígenas, ro- bos, deserciones de las fuerzas de defen- sa de línea y su falta de abastecimiento, oposición de los hacendados a abastecer a los ejércitos, negación por parte de los hombres a ingresar en las milicias, pocas autoridades, mal pagas y con bajo nivel de instrucción, para hacer cumplir las dis- posiciones provinciales en la región, des- poblamientos de campos y asentamientos urbanos, entre otros. Tales problemas son morigerados, en parte, por la existencia de las Villas de La Carlota y Concepción, más que la abundancia de ganado permite un más fácil, aunque a veces no sin inconve- niente, abastecimiento local. Una cuestión evidente era que los más pudientes no escatimaban esfuerzos y argucias para entregar al ejército el menor número posible de animales, a fin de no reducir sus cupos de venta a particulares de esta provincia u otras. El desamparo de los trabajadores rurales y pequeños pro- pietarios de la frontera era evidente ante un Estado exigente y ante los abusos y arbitrariedades de los más pudientes, que manejaban patriarcalmente no sólo sus es- tablecimientos sino, también, la Villa de la Concepción y los curatos que la circunda- ban. “Los continuos enfrentamientos entre las autoridades y civiles, entre el cabildo y los jueces pedáneos, de éstos entre sí, de aquellos y los maestros de postas, de los milicianos hacia sus superiores inmediatos y de la oficialidad hacia sus jefes; eran, a la vez, causa y efecto de un estado gene- ralizado de conflicto palpable a todos los niveles de la Frontera Sur” (Lobos, 1979: 103). En la Frontera Sur la comandancia militar continuó estando en La Carlota a cargo, desde 1821, de Juan Gualberto Echeve- rría, hasta cuando llegó José María Paz y se instaló como gobernador de la provincia, la cual se trasladó a la Villa de la Concep- ción, en el marco de la re-estructuración militar de la Frontera Sur, y la importancia dada ahora a dicha Villa, sumado al temor de nuevos y grandes ataques indígenas, instigados en ocasiones por algunos fede- rales. La comandancia de La Carlota, por su parte, constaba de un escuadrón con tres compañías instaladas en dicha villa, en la de Concepción del río Cuarto y en los fortines de La Luisiana y de Reducción. A mediados de 1822 se duplicó el número de hombres sumando en total, entre oficia- lidad y tropa, 415 plazas. En cuanto a la relación siempre conflicti- va entre indios y blancos, la Frontera Sur no sólo ganó una paz relativa tras el Tra- tado de la Laguna del Guanaco, sino que concretó una vieja aspiración: desde 1821 se pensaba establecer un puesto fortifica- do en las cercanías del río Quinto lo que pareció hacerse realidad en 1827, ante el pedido de varias tribus amigas y bajo la ga- rantía de los criollos. A principios de la década de 1820, los ma- lones indígenas continuaban castigando a la provincia por el sur, el este y el no- reste. Ello implicaba, principalmente para las zonas afectadas, una pesada carga por- que se mantenían sin explotar y tener un dominio efectivo por parte de los blancos vastas regiones consideradas productivas, a la vez que era necesario sostener fuertes y fortines y dar a los distintos caciques los consabidos “obsequios” para evitar males mayores. Momentos antes de los ataques del chileno José Miguel Carrera y sus tropas, los jefes militares de la frontera del sur provincial informaron al gobierno su inquietud acer- ca de una posible incursión del chileno, por lo que recomendaban a Bustos fortifi- car y aprestar los fortines y las tropas de de- fensa. Ante lo cual el gobernante accedió favorablemente. “Los comandantes de las Villas de la Concepción y Carlota repiten sus partes sobre los fundamentos en que se apoyan para temer por aquella Frontera un repentino y próximo ataque del caudi- llo Don José Miguel Carrera, que con 200 hombres de línea se halla en las tolderías de los indios, después de los estragos que con el auxilio de ellos han perpetrado en las poblaciones y en las guardias de Ro- xas y el Salto, en la jurisdicción de Buenos Aires; a fin de preservar con oportunidad los males que de un caso semejante pue- den sobrevenir sobre los vecindarios de dichas villas, el gobierno ha resuelto auxi- liar aquellos puntos con parte de la tropa que se halla en esta Capital. Para su pron- ta marcha, necesita todos los recados que puedan reunirse de ese benemérito vecin- darios con sus respectivas jergas y frenos, de las que carece la comisaría del Ejército (…).”(2). Luego de las incursiones del gene- ral Carrera y sus tropas, entre 1820 y 1821, la frontera se había alterado y la relación de los blancos de allí con los indios que habitaban en sus cercanías no era del todo buena. Por lo que el gobierno provincial decidió llevar adelante una serie de me- didas que tratan de condenar a los indios, sus ataques y saqueos, sumado a cambios que se producen en la jefatura de las mili- cias regionales. “El desbarajuste consiguiente a la inva- sión de Carrera no dejó de alborotar a los indios amigos, los cuales incurrieron en algunas osadías aprovechando la indefen- sión de la frontera de Río Cuarto. Uno de ellos, Chacalén, se había instalado con sus lanceros en el Cerrillo de la Plata, desde donde anunció que atacaría la frontera si no le daban 2000 yeguas. El chantaje fue rechazado; y el Comandante General de la Frontera (J. Arguello), secundado por el de la Villa de la Concepción (J. L. Ordoñez), se puso en marcha con 50 milicianos y una partida de Dragones hacia Los Jaueles, para tomar posición donde pudieran res- guardar las haciendas, sí Chacalén decidía atacar, cosa que no sucedió (…)” (Barrio- nuevo Imposti, 1988: 27). Fue a partir de estos conflictos, que Bustos confió el mando de la Frontera Sur al Capi- tán Juan Gualberto Echeverría, un joven de 28 años nativo de La Carlota, quien se pro- puso fortalecer el sistema defensivo, pres- tando preferente atención al fortín de San- ta Catalina (Barrionuevo Imposti, 1988), tal vez porque el antecesor de Echeverría, Lucas Adaro, no demostraba una profunda adhesión al nuevo gobernador; situación que años más tarde sería confirmada, por su participación en un intento de conspira- ción contra el gobierno. El comandante Echeverría, sin embargo, nunca pudo ganarse un apoyo tenaz por parte de todos los habitantes de la Frontera Sur, que tenía a su cargo, dado que gene- raba ciertas desconfianzas en sus prácticas políticas y militares, sobre todo para con algunas personas de la Villa de la Con- cepción. Ello lo demostró en un informe que envió al gobierno cordobés luego de realizar una serie de acciones con las que intentó restablecer el orden alterado en di- chaVilla: “Ha más de diez horas que estoy en la Villa a apagar los recelos que contra mí se habían propagado. Mi subalterno Don J. L. Ordoñez es sin dudad quien ha puesto en consternación esta parte, retirán- dose con las armas y municiones al punto de Ojo de Agua, donde se reunirá con Don José María Acosta (como si ellos fuesen ca- paz de estorbar un mal sentimiento que se impulsase a un trastorno) (…).”(3). La posterioridad a todos estos enfrenta- mientos dejó a la economía local exhaus- ta, lo que no impidió que el Cabildo de la Concepción actuara como ejecutor de una orden del gobierno provincial, que pedía a los vecinos más acomodados de la región un empréstito forzoso, del cual también se beneficiaría, en cierta medida. Ante ello los afectados expusieron que no se encontraban en condiciones de otor- gar tal préstamo y decidieron hacer un petitorio ante el Cabildo, para que hiciera saber de las malas condiciones en que se encontraban al gobernador. Enterado este de tal vicisitud dejó caduca la medida. “En atención de haber sido esa Villa el teatro de la guerra, presa repetidas veces de los anarquistas, y haber sufrido erogaciones y demás sacrificios que se han hecho para el sostén de las fuerzas de ésta provincia que han andado en campaña, ha tenido a bien S.E., por consideraciones políticas y guber- nativas, eximir por ahora a esos vecinos del empréstito forzoso decretado por su S.E. en oficio del 27 de enero del corriente año (…).”(4). Decisión que el gobernador tomó tal vez con la idea de impedir más y nue- vas alteraciones en la región, y ganarse para sí el apoyo de los sectores económi- camente más encumbrados de la zona, demostrando de esa manera la benevolen- cia de la que era capaz de surtir. Ello se reconoce en actitudes de ese tipo no sólo para con la elite económica y política lo- cal, sino también para con los sectores so- ciales más desfavorecidos del espacio en cuestión, ejemplificándose a través de una nota enviada por el gobierno provincial al comandante de la Villa (nexo entre Bustos y algunas familias, de los sectores subalter- nos, del sur cordobés), para que impulsara el regreso de muchos pobladores que ha- bían abandonado sus hogares por las inva- siones indígenas y de Carrera: “El Gober- nador Bustos lamenta que hayan emigrado algunas familias de esaVilla, que procura- rá V. se restituyan a sus hogares satisfechos de que no ha habido ni hay absolutamente el menor temor de invasión (…).”(5). 1. En la sierra, de antiguo poblamiento, la producción dominante seguía siendo la ga- nadera, donde descollaban las produccio- nes de mulas, ovinos y bovinos, mientras que en el llano sobresalía la ganadería bo- vina y una insipiente agricultura. 2. Oficio del Gobierno al Cabildo de Río Cuarto. Archivo Histórico de la Provin- cia de Córdoba (en adelante: A.H.P.C.) 22/12/1820. 3. Oficio de J. G. Echeverría al Gobierno. A.H.P.C. 10/12/1822. Gobierno. Caja Nª: 79, Carpeta Nº: 2. 4. Oficio del Alcalde de Río Cuarto al Gobierno de la Provincia. A.H.P.C. 25/10/1821. Villa de la Concepción. Go- bierno, Caja Nº: 281. 5. Oficio del Gobierno al Comandante de Río Cuarto. A.H.P.C. 01/01/1821. Gobier- no. Caja Nª: 281, Cuaderno Nº: 20. *El presente artículo constituye una sínte- sis delTrabajo Final de Licenciatura (T.F.L.), presentado en el año 2012 y dirigido por la Dra. María R. Carbonari, para acceder al título de Licenciado en Historia, del De- partamento de Historia, Facultad de Cien- cias Humanas, Universidad Nacional de Río Cuarto.
  • 6. El Corredor Mediterráneo / Página 6 ALEJANDRO ROCA, 115 AÑOS DE HISTORIA Y CRECIMIENTO Por Adriana Mistó Comenzó “con una plaza, 40 manzanas comprendiendo en esta denominación fracciones de tal y 20 lotes de quintas que sumaban en total ciento setenta y cinco hectáreas inclusive las calles” y unos habi- tantes determinados a luchar por una vida mejor. Cuando se alude a la fundación de Ale- jandro Roca inevitablemente surge como referencia principal el nombre de Julio Ar- gentino Roca, uno de los personajes más polémicos de la historia argentina, cuyo accionar político continúa siendo materia de debate en nuestra sociedad. Remontándonos en el tiempo, el 26 de agosto de 1874, el general Julio Argentino Roca había adquirido un extenso campo de 35 leguas cuadradas en un remate pú- blico dispuesto por el gobierno de Córdo- ba, de tierras fiscales ubicadas en el lado sur del Río Cuarto. Dicho remate se realizó en Buenos Aires y el señor Carlos Bouquet sirvió de intermediario del general Roca ante la comisión provincial encargada de la venta. La correspondiente escritura fue labrada el 9 de enero de 1875, por el es- cribano de Hacienda de la Provincia, don Secundino del Signo, y en ella el general declara que dichas tierras las adquirió para sí y para su hermano don Alejandro Roca. Posteriormente, el 23 de enero de 1878, se labró una nueva escritura ante el escriba- no Secundino del Signo, para corregir una equivocación del Departamento Topográ- fico sobre la superficie de una de las Suer- tes- así se les llamaba a los terrenos aptos para la agricultura- dejando sin efecto legal la escritura anterior. En el año 1901 inició su avance en los “Campos de Roca” el terraplén del ferro- carril que comunicaría Río Cuarto con Rosario y Buenos Aires. La línea ferrovia- ria fue inaugurada en 1905. La estación ubicada en el lugar conocido hasta ese entonces como Pasos de las Terneras reci- bió el nombre de Alejandro por un pedido de Julio Argentino Roca, para perpetuar la memoria de su hermano mayor, quien ha- bía fallecido en el curso del año 1904 sien- do propietario de estas tierras, que habían sido heredadas por Julio Argentino. En febrero de 1905, el mismo general ha- bía solicitado por nota al Ministro de Ha- cienda, Obras Públicas y Colonias de la Provincia, el permiso correspondiente para fundar la colonia y pueblo a denominar- se “Alejandro Roca” en sus tierras dentro del departamento Juárez Celman. El 20 de febrero, la Dirección General de Rentas certificó que la propiedad se componía de 91.550 Ha. El pueblo se constituyó “con una plaza, 40 manzanas comprendiendo en esta de- nominación fracciones de tal y 20 lotes de quintas que sumaban en total ciento setenta y cinco hectáreas inclusive las ca- lles”, determinándose que todas las calles tendrían 20 metros de ancho excepto la calle N° 1 y bulevar que tendría 30 metros, siendo 13 las calles que correrían de norte a sur y 8 de este a oeste. El 17 de marzo de 1905 es la fecha en que la provincia de Córdoba concede los beneficios fiscales a la colonia Alejandro Roca, motivo por el que se la toma como fecha fundacional. En mayo del mismo año, el general Roca, domiciliado entonces en la ciudad de Buenos Aires, otorga poder especial ante el escribano público don Manuel Lacase, a don Abraham A. Becerra, chileno, para que pueda otorgar escrituras, percibir pre- cios de venta en las condiciones que hu- biera pactado, tanto en las ventas al conta- do como a plazo, o en remate público, los solares, las quintas y chacras de la colonia y pueblo de Alejandro Roca, de su propie- dad. Un nombre detrás del poder Si bien la historia referencia casi con exclu- sividad el apellido Roca con el que fuera presidente argentino, queda claro queAle- jandro estuvo presente en cada decisión tomada por su renombrado hermano. Sobre la persona de don Alejandro Roca se sabe que nació en la ciudad de San Mi- guel deTucumán en el año 1838 y era hijo primogénito del matrimonio formado por el coronel José Segundo Roca y Agustina Paz. Alejandro, al igual que sus hermanos, realizó sus estudios primarios en la escuela del Convento de San Francisco, en su ciu- dad natal. Al morir su madre a mediados de 1855, fue enviado junto a su hermana Ataliva a la ciudad de Buenos Aires a vivir con su tía, Segunda Roca de Reboredo. Tanto Alejandro como Ataliva empezaron a ejercer el comercio desde muy jóvenes. Alejandro también participó activamente en las contiendas políticas durante todo el período de organización nacional. Habiendo adquirido extensiones de cam- pos en nuestra Provincia, se dedicó a ex- plorarlos fijando su domicilio en la ciudad de Río Cuarto. Fue miembro fundador de numerosas instituciones nacionales, en- tre otras la Sociedad Rural Argentina y el Jockey Club. También fue jefe político del Departamento Río Cuarto. Retirado de sus actividades a principios de 1904, soltero y sin descendencia, se radi- có en la Capital Federal donde falleció el 2 de abril de ese año, sin poder conocer la población que ya había comenzado a surgir en los campos que le pertenecieran, en condominio con su hermano Julio. Sus restos fueron sepultados en el cementerio de la Recoleta. A 115 años de su fundación, el progreso no se detiene Alejandro, como comúnmente la nom- bran los que allí habitan, está ubicada en el Departamento Juárez Celman, entre las localidades de Reducción y Los Cisnes, distando a 50 km de La Carlota, cabecera departamental, y a 305 km de la ciudad de Córdoba, capital provincial. En continua expansión desde su nacimien- to a la vera de la estación de ferrocarril homónima, Alejandro, a diferencia de otros tantos asentamientos urbanos, tuvo la particularidad de extenderse a la par de las vías férreas, sin cruzarlas, lo que posi- blemente haya incidido positivamente en la integración social de sus habitantes a lo largo de su historia. Pero sin lugar a dudas la característica más notable de la localidad es su constante cre- cimiento económico y poblacional. Desde sus comienzos, el desarrollo de las activi- dades agropecuarias constituyó la fuente principal de trabajo, pero en los años 90, la economía tuvo un importante agregado industrial. Por aquel entonces se hicieron presentes dos grandes empresas maniceras: Acei- tera General Deheza y Cargill, que luego pasó a ser Golden Peanut. Ya en el nuevo milenio, puntualmente en el año 2011, una empresa productora de bioetanol, Promaíz, se radicó en la localidad, que no cesaba de crecer. A raíz del asentamiento de estas empresas se fueron instalando compañías vincu- ladas con el rubro, ofreciendo diferentes oportunidades de trabajo a la población local y sus alrededores, que afianzó el cre- cimiento de Alejandro en las últimas dos décadas. En este 2020 Alejandro Roca transita sus 115 años, y lo hace de la mano de un nue- vo gobierno municipal que tiene al mando del Ejecutivo a la primera mujer intendente de la historia de la que una vez fuera co- lonia: la licenciada Ariana Judith Viola, en quien la población depositó la confianza para que dirija el destino de los alejandri- nos durante los próximos cuatro años. Pero el gobierno no lo hará solo. Todo el pue- blo continuará avanzando y trabajará para mantener lo logrado y elevar más aún la calidad de vida de sus habitantes. Será el aporte de cada alejandrino, con su trabajo diario y con el compromiso asumi- do junto a sus vecinos, lo que seguramente continuará celebrando Alejandro Roca en cada aniversario, y que se reflejará en su destacable crecimiento. Es tarea de todos. *Historia Entre Todos es un proyecto de la Red de Ciudades Educadoras, de la que forman parte el Concejo Deliberante de Río Cuarto además de otras instituciones políticas y organizaciones cul- turales, educativas y gremiales. HISTORIA ENTRE TODOS*
  • 7. El Corredor Mediterráneo / Página 7 LA UTILIDAD DE LO INÚTIL. MANIFIESTO de Nuccio Ordine Trad. Jordi Bayod Nos hemos educado, con lo evidente, con lo que se toca, la realidad más que un abstracto, pareciera un mueble. Yo si no lo veo, no creo. Y de pronto un virus, invisible, inútil, parasitario, nos inficionó la vida, nos cambió el rumbo existencial. Así como en Río Tercero 1995, aprendimos una palabra que no estaba en nuestro diccionario: Esquir- las. Ahora, la palabra Cuarentena, se instaló como una bomba, en nuestros hogares, y sus habitantes nos vimos obligados, no solo por indicación del Estado, sino por pura instinto de sobre- vivencia, a tomar distancia. Distanciamiento social, distancia- miento físico sobre todo. No beso, no abrazo, la sospecha y la delación.Y las fuerzas de seguridad, habilitadas para el control social. Algo ganamos ahora, algo perdimos, o perderemos, en el fu- turo. Nuccio Ordine escritor italiano, ha presentado un libro en forma de Manifiesto.Y en el reflexiona, sobre las consecuencias de esta pandemia y de la utilidad de lo inútil. Encuarentenados, tomamos concien- cia de la “utilidad de lo inútil” un oxímoron, figura literaria, retórica, es como decir dulcemente amargo, bue- no, en esta cuarentena, y sobre todo los primero 30 días, porque después, con la gran adaptabilidad que tene- mos los seres humanos, fue mutando nuestra situación. Pero los primeros días, fuimos limpiadores compulsivos, ordenadores obsesivos, cocineros em- pedernidos. Como la Peña del Morfi, en clave permanente, y sobre todo lo indispensable que se volvió el arte en su formato de películas, música, libros, y en el altar de todos los rezos: Internet y su red infinita. La conectividad, si tenemos WiFi, es- tamos vivos. Aprendimos palabras que no sabíamos de su utilidad y qué ren- tabilidad les sacaríamos, zoom, live, google meet, etc, todas en inglés, los runners nos lo podrían explicar a las corridas y sin barbijo. Y otra cosa positiva de esta cuarentena, es desmitificar la palabra soledad (tiene mala prensa) y que los artistas sabemos cómo lidiar con ella. Nos estimuló a pensar, meditar, ensimismarnos. Rom- per con el criterio de manada, para saber que somos seres gregarios, cla- ro, pero que el aislamiento, nos vuelve creativos, y no la jauría, que siempre busca una víctima propiciatoria de sus pulsiones y violencias contenidas. Dos lecciones deberíamos haber aprendido con esta pandemia, la “utili- dad de lo inútil” y que la lentificación, el bajar un cambio, no es un suicidio. Que no hacer nada, o hacer los que nos gusta, y no ser tan productivos no es un crimen de lesa humanidad, y que nos da posibilidad de pensar y sentir profundo, de reflexionar que no todo tiene retorno, y que no todo es moneti- zable. Descubrimos que nos rinde más el dinero, y el tiempo, porque des- cubrimos que con menos también se vive, y que si bien el arte no responde a las leyes del mercado, puede darnos beneficios, y que genera un proceso virtuoso, que enriquece a quien da y a quien recibe. Los Live, los vivos de los músicos, po- niéndose en pantalla, invitándonos a disfrutar de una canción, nos sacan de la asfixia, y sin barbijo disfrutamos del arte en casa. Pero necesitamos salir de la burbuja, porque somos creado- res, somos trabajadores culturales. En un tiempo, y en un espacio, necesita- mos estrategias, para recuperar espec- tadores, lectores, público que ponga su cuerpo, porque poniendo el cuero como en el aula, y no online, es donde se da el verdadero amor, la consuma- ción del deseo, el escenario de la vida. Descubrimos que la naturaleza se res- taura, bueno, los bosques se talaron, porque aprovecharon nuestra reclu- sión para la depredación, pero apare- cieron las aguas cristalinas, peces en el río, cisnes en Venecia, y ballenas en Mar del Plata, focas en las ciudades. No es la barbarie, el regreso a la pura naturaleza, no, sino la barbarie con rostro humano, los actos de insolidari- dad, por ejemplo de los “anticuaren- tena” No más el buen ciudadano. Se rompe el mito russoniano, y prevalece el mito hobessiano, el hombre lobo del hombre. Esther Díaz, se pregunta ¿Por qué los humanos luchan por su esclavitud, como si fuera la libertad? Hoy vemos como hablan de la libertad, pero casi siempre los que tienen resueltas mu- chas cosas, más desde los sectores acomodados, que de los sectores vul- nerables. Reclaman “Libertad” sin embargo, em- bargamos nuestra identidad, nuestra privacidad al cibercontrol, a Facebook, a instagram, nos falta un chip, en nues- tro cuerpo, y la distopía, eso que vimos en el cine, se haga realidad. Viva la muerte (de los demás) Viva la econo- mía (la propia) dicen los anticuaren- tena. Volvamos a la Normalidad. A la nueva Normalidad. Dicen. A la ¿Nue- va realidad? Como si existiera, una para todos. Hay más interrogantes que respuestas. Sabemos que vivir en sociedad es cum- plir con ciertas normas. Nuevo, nada, si no hay cambios, no solo actitudina- les, de conducta, sino estructurales. No habrá nueva realidad, ni cambios de realidad. Estamos en tiempos de “Ta- pabocas” con glamaour, con diseños, pero tapabocas al fin. George Floyd, y todos, con una rodilla de policía en el cuello, suplicamos “No puedo res- pirar” Esperemos que después de esta pandemia, no nos pase como en los tiempos post primera guerra mundial, les agarró una ataque de olvido, una amnesia colectiva, la gente prefirió la vida desenfrenada de los “felices años veinte” todo joda, runner, happy hour, happy end, el jazz, charlestón, Ho- llywood, hasta que vino la gran depre- sión de los 30. El virus Covid-19 ataca los pulmones, debemos usar tapabo- cas, muchos mueren de neumonía, el aire está inficcionado por la polución industrial, por combustión de los au- tomóviles, etc. Todos necesitamos un “respirador” y gritamos: ¡Por favor, queremos respirar! Que no nos agarre la depresión, sobre todo psicológica. Los artistas, sabemos, que toda depresión, puede ser catár- quica, creativa, sanadora, y recreativa. El arte, el conocimiento, pueden desa- fiar las leyes del mercado, y del puro entretenimiento. Estamos en guerra, pero contra un virus que no tiene es- trategias, solo se replica y multiplica, es inútil, pero dañino, viral y vicioso, vive del cuerpo del otro, se autoreplica y destruye. Dice en sus palabras liminares Nuccio Ordine: “El oxímoron evocado por el título La utilidad de lo inútil merece una aclaración. La paradójica utilidad a la que me refiero no es la misma en cuyo nombre se consideran inútiles los saberes humanísticos y, más en gene- ral, todos los saberes que no producen beneficios. En una acepción muy dis- tinta y mucho más amplia, he querido poner en el centro de mis reflexiones la idea de utilidad de aquellos saberes cuyo valor esencial es del todo ajeno a cualquier finalidad utilitarista. Existen saberes que son fines por sí mismos y que—precisamente por su naturale- za gratuita y desinteresada, alejada de todo vínculo práctico y comercial— pueden ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el desa- rrollo civil y cultural de la humanidad. En este contexto, considero útil todo aquello que nos ayuda a hacernos me- jores” El arte es inútil, o producto de los in- útiles, pero esta inutilidad es su salvo- conducto, no negocia, porque no tiene precio, generoso porque se prodiga, se multiplica como los panes, embriaga como el vino y será tenido en cuenta como antídoto, vacuna, para la “Nue- va Realidad” o la “Nueva Normalidad” Mario Trecek El Acantilado, Barcelona, 2014
  • 8. El Corredor Mediterráneo / Página 8 LA ISLA DELTESORO EL PRETEXTO DE LA LIBERTAD Por Francisco Martínez Hoyos Cuando un partido dice que defiende la libertad, no aporta en realidad gran cosa. ¿Quién se opone explícitamente a ella? La cuestión no es propugnarla en abstracto sino en el marco de la realidad social concreta. Dejemos, pues, las elucubra- ciones teóricas y vayamos a lo tangible. ¿Libertad para quién? Para todos, responderá cualquiera con dos dedos de frente. El problema es que, en ocasiones, la libertad de unos significa la esclavitud de otros. En los últimos tiempos, ciertos pensadores han propugnado que determinados valores se excluyen entre sí. La libertad, para ellos, se opondría a la igualdad. Se equivocan. La igual- dad es la garantía de la libertad. De otra forma, los privilegia- dos por la fortuna impondrán una irrestricta tiranía. La tradición liberal, rectamente entendida, está en el origen de la famosa triada de la Francia de 1789: “Libertad, igualdad, Fraternidad”. Contra estos principios se han levantado dos es- cuelas revolucionarias de distinto signo. Una bebe en las fuen- tes marxistas y desprecia, por formal, la democracia parlamen- taria. La otra, el neoliberalismo, que tiene en realidad poco de liberal, no es en realidad una tendencia conservadora, como muchos incautos piensan, sino todo lo contrario. Implica un proyecto de ingeniería social dirigido a cambiar radicalmente las bases de la sociedad a través del libre mercado. Aunque no se quiera reconocer, se trata, en realidad, de una especie de anarquismo para ricos. De esta forma, los fuertes poseen todo el dominio. Sus partidarios citan a Adam Smith como padre fundador, pero el gran filósofo ilustrado se hubiera escanda- lizado ante los desmanes de sus supuestos discípulos. Smith dijo en cierta ocasión que, cuando ciertos empresarios del mismo ramo se reunían, rara vez la conversación no degene- raba en una conspiración contra el bien público. Eso significa que el laissez-faire no es incompatible con la intervención del Estado. Todo es cuestión de proporción. La libertad económica sin fre- nos, lo mismo que la planificación centralizada, solo llevan a la miseria y al caos. Hay que buscar la manera de combinar en armonía la iniciativa privada y la acción del Estado. El liberalismo, interpretado de una manera sana, significa la meritocracia. La elite social debe estar donde está por su ta- lento, no por su derecho de nacimiento. Lo malo es que los datos perceptibles desmienten a cada paso tan hermoso ideal. La igualdad de oportunidades es solo teórica para el hijo del propietario de una multinacional y para el descendiente de un propietario de la construcción. El primero no solo irá a un colegio mejor por la educación impartida, también por el tipo de gente con el que se relacionará, de forma que las amistades que forje le abrirán puertas durante el resto de su vida en los negocios que emprenda. Los liberales del siglo XVIII se opusieron al dominio de las vie- jas aristocracias. Insistieron, una y otra vez, en que no había derecho a que un noble, que podía ser un perfecto inútil, goza- ra del poder y de la riqueza solo porque un remoto antepasado suyo hubiera realizado una acción meritoria. En la actualidad, los viejos títulos nobiliarios han sido sustituidos por las elites del poder y el dinero, pero la base de su dominio es el mismo, el derecho de nacimiento. No deja de ser curioso que los mismos que defienden que los derechos de autor se extingan a los setenta, ochenta o cien años, no apliquen esta misma consideración a las grandes for- tunas. ¿Por qué los derechos sobre un libro son de naturaleza distinta a la posesión de un palacio o una gran empresa? Si queremos libertad no deberíamos permitir la perpetuación de la desigualdad a través del derecho de herencia, tal como ha- cen obsoletas familias de testas coronadas. Libertad… Sí, por supuesto, pero, insisto una vez más, para todos. Siempre desde el sano principio de que la de cada cual termina donde la de otros empieza. No puede ser que el zorro quiera ser libre a costa de las gallinas. La Columna