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Río Cuarto . Río Tercero . San Francisco . Villa María
LADINÁMICAVISUAL
ENELARTEPLÁSTICO
POR MIGUEL C. ZUPÁN
PÁG. 8
HISTORIA
LA TRAGEDIA
DE LOS QUILMES
POR HUGO MORALES SOLÁ
PÁG. 4-5
Miércoles 26 de agosto de 2020 . Año 20 Nº 918
A cuarenta años de su desaparición, Aldo Parfeniuk escribe sobre “un poeta clave de nuestra lengua” poniendo de
relieve las principales características de una poesía genuina que trasciende los convencionalismos determinados por
la crítica urbana metropolitana.
PÁG. 2 y 3
MANUELJ.CASTILLA,
PASTORDENUBES
PAUSAVERSAL.
ENSAYO ESCOGIDOS
de Denise Levertov
Trad. José Luis Piquero
Por Concha García
PÁG. 7
ASTRONOMÍA
CANIBALISMO
CÓSMICO
POR ANTONIO TELLO
PÁG. 6
LA COLUMNA
El Corredor Mediterráneo / Página 2
MANUELJ.CASTILLA,
PASTORDENUBES
Por Aldo Parfeniuk
Entre el cúmulo de datos perdidos
en el tiempo que Gabriel “Guai-
ra” y Leopoldo “Teuco” Castilla
rescataron para elaborar la Cró-
nica biobibliográfica con que su
padre, el poeta Manuel J. Castilla,
fue jalonando su vida literaria,
aparece la noticia de su participa-
ción –en 1979, un año antes de
su fallecimiento- en el I Congreso
Internacional de Escritores en Len-
gua Española, realizado en España.
Al cumplirse el pasado 19 de ju-
lio el cuarenta aniversario de la
desaparición física del gran poeta
salteño, queremos recordarlo, hoy
y aquí, recuperando la temática
de aquella intervención suya, en
España, dando cuenta de las pér-
didas y ganancias que le tocó vivir
en nuestra América a la lengua de
Cervantes. Para ello eché mano
a fragmentos de la charla que
en marzo del 2019 ofrecí en la
previa del Congreso de la Lengua
Española que se hizo en Carlos
Paz. Allí procuré demostrar aspec-
tos de la contribución de nuestro
poeta salteño –de quien este 19
de julio se cumplen 40 años de
su muerte- en la construcción y
consolidación de una lengua la-
tinoamericana a la que nuestros
escritores -y hablantes- de las di-
ferentes regiones del país (región
metropolitana incluida) le dieron
y le dan sustento e identidad.
El fin en el principio
Hay un argentino del interior del
país que reconoce lo más propio
de su voz en lo que escribieron, en
lo que expresaron, poetas como
Manuel J. Castilla. Es el argenti-
no latinoamericano que siente,
que respira la americanidad sub-
yacente y que en nuestro país
crece a medida que dejamos la
llanura y avanzamos hacia la
selva y la montaña, al amparo
del mito más grande de la Améri-
ca andina (el de la Madre Tierra),
alimentando un vínculo único,
exclusivo, con el universo que lo
rodea, incluyendo tiempo y abso-
luto. Por aquí, él todavía mira ha-
cia adentro, sabiéndose al cobijo
de un pasado y un entorno que
mantienen y preservan un espí-
ritu (o un alma: es decir un con-
junto de rasgos espirituales) del
que puede asirse como a un
principio. Un arché -por decir-
lo con el concepto griego- que,
por tal condición, es un potencial
telos: el horizonte de un destino
que lo salva de la intemperie y la
soledad. Este hombre, esta mujer,
de la América cobriza, aún viven
esa continuidad sin fracturas
entre lo cósmico y lo humano:
“(...) Me mira Dios y sé que aquí,
yaciendo/lo estoy haciendo des-
paciosamente.// De cara al infini-
to/ siento que pone huevos sobre
mi pecho el tiempo./ Si se me
antoja, digo, si esperase un mo-
mento,/ puedo dejar que encima
de mis ingles/ amamante la luna
sus colmillos pequeños(...)” según
su memorable poema “El gozan-
te” (Cantos del gozante).
Y por eso es que decimos que la
poesía de Manuel J. Castilla visi-
biliza como pocas importantes
procesos de apropiación y resig-
nificación de un idioma que sus
poemas (quizás por primera vez
a muchos de los habitantes de
este inmenso país) nos hacen sen-
tirlo nuestro: no como lengua de
crianza, -o de madrastrazgo si se
prefiere- sino como una lengua
realmente materna: cruzada por
tonadas regionales que dan perfu-
me y sabor propios y que es de-
positaria proteica, no de la seve-
ra lengua de Castilla que trajeron
oficialmente los conquistadores,
sino de las voces contrabandeadas
por los pobres de la Conquista en
sus giros, cuentos, leyendas, deci-
res y, sobre todo, en esas coplas
anónimas, a las que Castilla estu-
dió tan bien, y de cuya pesquisa
surgieron palabras que segura-
mente hizo públicas en su diser-
tación, en 1979, en ocasión de su
participación en aquel lr. Congre-
so Internacional de escritores de
Lengua Española (en Madrid y las
Islas Canarias) al que fuera invita-
do junto a otros importantes escri-
tores como Cortázar, Borges o Sá-
bato . Aunque no pude dar con el
texto de su disertación en España,
consultando la recopilación de
Castilla publicada por la Funda-
cion Michel Torino en 1972, con
el título Coplas de Salta, encontré
varias muestras del género aquí
aclimatado y con claras señales
de su pertenencia peninsular. Por
ejemplo en esta copla cantada por
Don Valeriano Cardozo, en el pa-
raje salteño de Lumbreras: “Antes
cuando era mocito/ sombrerito
valenciano,/ agora que soy viejito/
mi corazón sufre en vano”. Otra
copla, escuchada en Anta y que
decía: “Señora de los Remedios/
le están quemando los pies,/ unas
velas derretidas/ y una rosa de pa-
pel.” Otra, de carácter amoroso,
y de clara pertenencia a una clase
letrada, declarando: “Tres veces
tomé la pluma,/ tres veces tomé el
papel,/ tres veces quise escribirte,/
tres veces me desmayé.” Vuel-
vo a recordar aquí que con estas
coplas Manuel Castilla, como un
tributo a la memoria anónima del
pueblo, a modo de consigna rec-
tora, abría cada libro que publi-
caba. Coplas que, juntando cultu-
ras remotas, dan como resultado
de la suma al hombre mismo y a
lo humano. En ellas están lo afro,
oriental o judaico de su rodar por
las calles y tabernas de Galicia,
Cantabria o Sevilla. Llegadas en
la panza de las carabelas, desem-
barcaron aquí para aclimatarse en
El Corredor Mediterráneo / Página 3
nuestros Andes, nuestro Chaco y
nuestra alta Puna.
En definitiva: palabras de todos
los pueblos de la tierra que nos
recuerdan que los idiomas, que
las lenguas nacionales son, sobre
todas las cosas, las que forjaron
los poetas que escucharon y reco-
gieron esos asuntos y esas voces:
Homero, Dante, Cervantes, Her-
nández…o Castilla o Yupanqui o
Discépolo, entre otros.
Al observarse el hecho de que Cas-
tilla, lo mismo que otros poetas
nuestros, cuestiona aspectos de la
Conquista española (y reivindica
lo aborigen) haciendo gala de un
buen uso del castellano y de algu-
nas de sus formas poéticas canó-
nicas, según es el caso de la copla
o el soneto ( formas que él ma-
neja y recrea diestramente) cabe
recordar las palabras de Gayatri
Spivak parafraseadas por Vich y
Zavala, en su Oralidad y poder…
(2004:102), en el sentido de que “
no hay ningún lugar desde el cual
el subalterno pueda hablar fuera
de las relaciones de poder en las
que se encuentra inmerso. Su voz
no necesariamente coincide con
sus intereses y se produce en el
interior de una estructura de do-
minación de la que casi no pue-
de salir (…) cuando el subalterno
habla siempre lo va a hacer en la
lengua del otro”, reproduciendo,
de tal modo, las relaciones con el
poder social en el cual se encuen-
tra atrapado.
Las voces que nos dicen
Los versos, más bien extensos,
con los que construye la mayoría
de sus poemas Manuel J. Casti-
lla, si uno prueba decirlos en voz
alta, verifica en qué grado con-
tienen lo que debe tener ese in-
visible sobreesquema, ese algo,
ese efecto que el lector/oyente de
poesía inconscientemente espe-
ra encontrar ( superpuesto al es-
quema significativo de la lengua:
algo que en otras épocas lograra
producir la rima por ejemplo) y
sin lo cual podría decirse que no
habría poesía. Sobreesquema que
no significa nada; mejor dicho:
que implica apenas un “acuerdo”
estético-cultural, inconsciente -lo
repito- entre poeta y lector; por
fuera del orden significativo de los
enunciados.
En el caso de la poética de Casti-
lla, ese sobreesquema que el lec-
tor reconoce y espera tiene mucho
que ver con la oralidad de su re-
gión y, por supuesto, con el Can-
cionero popular del NOA, deudor
de esa oralidad (oralidad -hay que
decirlo- con influencias de los re-
siduos entonacionales aborígenes
pero también de los castizos).
El hecho es que ese componente
fantasmático, esa suerte de halo
aurático que “envuelve” a cada
una de sus líneas es, básicamente,
un “producto”, un resultado cultu-
ral; algo que le sucede a las pala-
bras durante su circulación social
regional y que la sensiblidad del
poeta logra recoger y reproducir,
muchas veces sin ser consciente
del proceso . La entonación, el
color, la temperatura, la intensi-
dad, las inflexiones, las frecuen-
cias (todo eso que cabe también
entender, en los estudios de R.
Jakobson, como lo suprasegmen-
tal) son elementos construidos por
mucho tiempo de haceres y deci-
res colectivos.
Es por lo dicho que hay poetas des-
tinados a traducir definitivamente
-y por eso mismo a representar-
en diferentes escalas (continentes,
países, regiones…) verdaderos pe-
dazos de mundo. Ello hace, entre
otras cosas, que después de lo que
dijeron (llámense Elytis, Pessoa,
Ortiz, Castilla o Borges) ni Grecia,
Portugal, Entre Ríos, Salta o Bue-
nos Aires volverán a ser lo mismo.
Volviendo a Castilla -y para ter-
minar- A él también lo define una
muy clara actitud ética (en reali-
dad se trata de una consecuente
estética de la ética) Actitud de
responsabilidad para con lo que
lo rodea -hombre, naturaleza,
cultura...- y que es su elección de
artista, asumida voluntaria y libre-
mente, en el sentido de emplear
talento y conocimientos en hacer-
la oír a esa región suya y que él
considera indebidamente revela-
da, incluyendo en ello su identi-
ficación con la América morena
y con tonada que la mayoría del
país literario -sobre todo en el mo-
mento en que aparecen sus pri-
meros libros- tiene escaso interés
en reconocer como algo propio y
calificado. Con ello Manuel J Cas-
tilla logra convertirse en nuestro
primer poeta moderno que puede
ser leído con familiaridad por un
peruano, paraguayo, boliviano o
ecuatoriano. A cuarenta años de
su temprana desaparición física,
recordémoslo con la gratitud que
merecen quienes, sin proponérse-
lo, nutren y consolidan el orgullo
de pertenecer a un país, un conti-
nente y una cultura que dignifi-
can al ser humano.
Brillante aproximación a la obra de un poeta mayor de laArgentina profun-
da, una obra “sin fractura entre lo cósmico y lo humano”, como afirmó el
autor de esta nota para ECM en una conferencia que dictó en Carlos Paz,
en 2019, en el marco del ciclo “Hacia el Congreso de la Lengua”.
El Corredor Mediterráneo / Página 4
7. La traición de Pedro Bohórquez
La primera fundación de Londres
había sido borrada violentamente
de los mapas de los conquistado-
res en el valle catamarqueño del río
Quimivil, en 1562, durante aquella
rebelión de Juan Calchaquí. La gue-
rra tuvo la brevedad de unos pocos
meses, pero bastó para que en el fra-
gor de tanta crueldad desaparecieran
igualmente las ciudades de Córdoba
de Calchaquí, en el extremo norte del
valle del río Calchaquí, y Cañete del
Tucumán. Incontables indios y me-
nos españoles cayeron en el levanta-
miento y se destruyeron las primeras
estancias que intentaban asentarse
en la zona, así como los ganados
que comenzaban a multiplicarse en
esas tierras fértiles del valle verde de
Tafí. Los valles de Yocavil, Calchaquí
y Tafí fueron territorios libres, por la
ferocidad de sus habitantes naturales,
hasta mucho después -exactamente
ciento treinta años- de que las nacio-
nes aborígenes de los llanos del este
fueran avasalladas por el avance del
invasor español.
Yquisi no quería desconfiar y, al
contrario, hubiese deseado fervien-
temente dejarse llevar por la espe-
ranza de muchos de sus compañeros
de campamento en Pomán, cuando
fueron participar -eso creían- de las
negociaciones de Pedro Bohórquez
con el gobernador Alonso de Merca-
do y Villacorta. Pero la lógica de su
observación le sembraba de dudas el
corazón, como un almácigo donde
crecía exuberante la sospecha sobre
el Inca que había aparecido apenas
unos meses atrás en su tierra santa.
Y sí: la verdad se colaba entre sus
palabras, sus gestos, entre sus pensa-
mientos y sobre todo entre sus am-
biciones. El Inca Pedro Hualpa era,
en realidad, un andaluz que a los
dieciocho años había desembarcado
en el puerto peruano de Pisco con
una sola meta delirante que movería
la suma de sus días hasta la muerte:
encontrar y apoderarse de los gran-
des yacimientos de oro y plata en las
montañas del Gran Paitití, otro terri-
torio de los sueños de los conquista-
dores que como El Dorado o la míti-
ca Ciudad de los Césares, guardaba,
en la imaginación de los invasores,
las mejores riquezas minerales y los
tesoros que los incas habrían escon-
dido de la usurpación colonial. Pedro
Chamijo era su nombre verdadero e
instituyó su nueva identidad arreba-
tando el apellido Bohórquez a un an-
ciano sacerdote jesuita, Alonso Bo-
hórquez, a quien había sacudido de
sus días apacibles, después de haber-
le despojado los ahorros de toda la
vida, embaucándolo como sobrino
suyo y depositario del mejor secreto
de los incas: le aseguró que conocía
el camino hacia el país más rico del
incario, pero carecía de fondos para
organizar una viaje para recoger esos
tesoros que le esperaban en el Gran
Paitití. Al viejo misionero le prometió
la más alta vicaria en el reino de estos
sueños, tras lo cual le pidió el dinero
y nunca más volvió a verlo.
Desde que llegó a América, Chamijo
sobrevivió con el oficio de embauca-
dor. Según relata Teresa Piossek Pre-
bisch, en el libro “Pedro Bohórquez.
El Inca delTucumán”, su primera víc-
tima fue Ana Bonilla, la joven hija de
un pequeño criador de caballos de
buena sangre, con quien se casó y de
quien se sirvió para salir, en primer
lugar, de esa espantosa condición de
“pobre blanco” en la que había que-
dado atrapado a poco de desembar-
car de España. El estatus de esos eu-
ropeos que caían en la indignidad de
la pobreza hasta depender la subsis-
tencia diaria de la ayuda de esclavos,
indios, negros o mestizos, era uno de
los peores castigos de la incipiente
sociedad virreinal de esa época. Lo
cierto fue que un día el aventurero
andaluz desapareció de la quinta de
la familia de su esposa con todos los
animales de su suegro y huyó a los
valles cordilleranos. Allí descubrió la
veneración de la memoria colectiva
de los incas, cuyo imperio ya había
caído en desgracia bajo la inconte-
nible fuerza conquistadora, la devo-
ción por sus emperadores, quienes
después de muerto eran elevados a la
jerarquía de dioses de la espirituali-
dad de su pueblo.
Entre los poblaciones indígenas de
los valles del noroeste argentino tam-
bién existía ese sentimiento de des-
amparo y vacío de poder que había
dejado el gran imperio inca. Habían
aprendido a depender de una minu-
ciosa estructura estatal, omnipresen-
te y poderosa. Su ausencia se sentía
realmente como el desabrigo más
atroz frente al frío arrollador que des-
estructuraba no sólo ese perfecto an-
damiaje burocrático, sino sobre todo
desarticulaba las conciencias y los
espíritus que habían llegado a tejer
el perfecto entramado de una con-
vivencia que todo lo contenía. Todo
lo que trabajosamente se había cons-
truido en décadas de ejecución de
verdaderas políticas de integración
de las regiones más apartadas en un
solo haz de poder imperial, ahora pa-
recía caer demolido por la mera fuer-
za de las armas. Tal vez debajo del
paraguas de ese inmenso influjo cul-
tural, político y administrativo de los
incas fue que comenzó la conversión
de la coexistencia belicosa dentro de
la raza nativa, entre pueblos herma-
nos, muchas veces vecinos, hacia
la preparación espiritual de las na-
ciones aborígenes para organizar la
gran confederación que alcanzaron a
LATRAGEDIA
DE LOS QUILMES
Por Hugo Morales Solá
HISTORIA
El Corredor Mediterráneo / Página 5
oponer al poder español.
Eso era lo que ahora estaban repre-
sentando los veintidós caciques que
habían seguido a Bohórquez hasta
Pomán para negociar la libertad y la
independencia de los valles calcha-
quíes. Pero de sus conversaciones
nada podían saber hasta ese día los
jefes calchaquíes -y ya estaba co-
rriendo la segunda semana en la ciu-
dad que había recibido al impostor
con todos los honores de la realeza
incaica, para quien incluso el gober-
nador Alonso de Mercado y Villacor-
ta había mandado a hacer una coro-
na de oro y plata y una túnica tejida a
la usanza de quienes invocaba como
sus antepasados de la monarquía
inca.
El gobernante quilmeño tampoco
quería dejarse caer por la pendiente
de emociones negativas que a veces
le nublaban definitivamente la espe-
ranza y le llenaban razonablemente
de cuidados, impotencias y un arre-
bato de cólera que lo transformaba
hasta el umbral de la ira en contra
del gran Titaquín. Sabía de qué echar
manos cuando sentía esa peligro-
sa desestabilización de las pasiones
que burbujeaban carne adentro de
sus temores. De inmediato aparecía
la imagen de su padre presidiendo la
rueda de hermanos en los años de la
infancia. El viejo curaca se había re-
vestido de sabiduría con los años y
la experiencia, que brillaban en esa
mañana soleada bajo la grisura de su
cabellera encanecida a los pies del
cerro Alto del Rey. “Hay dos lobos
dentro de mí que están librando una
pelea mortal”, les repetía siempre a
los niños para que el goteo tenaz de
su insistencia cincelara los mantos
de emociones y sentimientos que cu-
brirían y recubrirían con los años sus
pequeños espíritus. “Uno -les volvía
a explicar inmediatamente- represen-
ta a la mediocridad, la cobardía, la
vanidad, el egoísmo, la insensibili-
dad y la falta de solidaridad, la vana-
gloria, la codicia y la sed insaciable
de poder. La otra fiera -continuó- que
choca a dentelladas con aquella sim-
boliza a la grandeza de espíritu, el
coraje, la humildad, la generosidad,
la solidaridad y la búsqueda del po-
der para servir a los hermanos”. Los
numerosos hijos del cacique escu-
chaban al padre con el mismo hechi-
zo en los ojos que la primera vez y
volvían entonces a preguntar: “¿Cuál
vencerá, padre?”. Él contestaba lacó-
nicamente: “El que alimente”.
De él dependía ciertamente alimen-
tar el odio, la venganza y la violen-
cia en contra del poder de los es-
pañoles que había irrumpido en los
valles sagrados un siglo atrás. Pero
del corazón del cacique dependía
igualmente el destino de su gente y
la madre tierra que había recibido de
sus antepasados con toda la carga de
espiritualidad que ella exudaba de
sus entrañas, más allá de las riquezas
que contenía y de los frutos que pro-
digaba trabajándola duramente bajo
el padre Sol. Sin ese destino de per-
tenencia a la Pachamama y de liber-
tad para vivirla y compartirla en paz
entre su pueblo, sus hermanos tenían
el futuro amputado de la existencia.
¿Cómo podrían vivir sin la Pachama-
ma, ellos que eran parte de la Madre
Tierra, que eran la tierra misma? ¿De
qué valdría seguir viviendo así? ¿Qué
debía hacer, entonces? El dilema le
partía el corazón, aunque lo único
que tenía por cierto era la decisión de
defender ese destino y la historia que
los unía. No vacilaría un instante en
dar la vida por ello. Su pueblo tam-
poco. Siempre tuvo a flor de piel la
ferocidad de la rebeldía para resistir a
toda esclavitud, a la opresión que vi-
niese de cualquier imperio. Pero de-
bía estar muy seguro de que se trata-
ba de defender la dignidad de la vida
de los Quilmes y las demás naciones
de su raza y no caer deslumbrado por
el espejismo del odio puro y duro
como por las ilusiones que tal vez les
estaba vendiendo este personaje que
cada vez le parecía más un mercader
filibustero de esperanzas falsas.
Para peor, las tratativas por la liber-
tad, que había sido prometida para
ellos, se llevaban adelante en el más
castizo idioma español y nadie, ab-
solutamente nadie, tenía la conside-
ración de acercarles una síntesis de
esos debates entre el gobernador del
Tucumán y Pedro Hualpa. La sensa-
ción de ira comenzó a transmitirse
peligrosamente en el acantonamien-
to de los jefes vallistos, al tiempo que
se encarnaba el temor de que aque-
llo fuera una burda maquinación
destinada a asegurar su dominación
y avasallamiento para destinarlos a la
esclavitud de las minas.
El plan perfecto
El plan parecía perfecto: el aventure-
ro andaluz contaba con la informa-
ción de que en la zona de Calcha-
quí había grandes minas de oro y
que en medio de su inmensidad los
aborígenes habían escondido las ri-
quezas minerales que debían entre-
gar en tributo al imperio inca, aun-
que su caída no les había permitido
llegar a concretarlo. Por otra parte,
tenía muy clara ya la decisión de
utilizar la gran devoción que había
entre los pueblos nativos que habían
sido gobernados por el emperador
Atahualpa. En tercer lugar, le pare-
cía que encajaba como anillo a un
guante el cuadro geopolítico de la re-
gión calchaquí. Luego de la primera
rebelión indígena de 1562, liderada
por Juan Calchaquí, los pulares, que
habitaban, en realidad, la Quebrada
de Escoipe, entre los valles Calcha-
quí y de Lerma, pactaron su rendi-
ción incondicional y se entregaron al
control español en una encomienda
de indios mitayos. La opción de los
pulares les valió, desde entonces, la
enemistad con los calchaquíes. El se-
gundo gran alzamiento aborigen de
los valles calchaquíes, que tuvo ori-
gen en 1630 con la insurrección del
cacique diaguita Chelemín, dejó fue-
ra de toda resistencia a este pueblo
repartido en diversas encomiendas
de indios yanaconas. La única zona
liberada todavía del control del avan-
ce conquistador era la central, que
abarcaba los valles de los ríosYocavil
y Calchaquí. La diversidad de comu-
nidades aborígenes que la habitaban
había aprendido de la experiencia
del imperio inca a unirse en confede-
raciones para sumar fuerzas ofensivas
y defensivas ante cualquier agresor y
optimizar, a la vez, el funcionamien-
to de la burocracia imperial. Todo lo
cual, desde luego, serviría como un
gran soporte para levantar la megaes-
tafa, facilitaría la adhesión de las et-
nias indígenas locales como vasallos
de la presencia mítica de Bohórquez
y consolidaría su gobierno sobre esos
pueblos. Por lo demás, el encajo-
namiento de estos territorios por las
grandes cumbres y su difícil acceso
hacían de estas tierras un ámbito casi
ideal, aislado del asedio español y
libre, como lo había sido antes, del
hostigamiento de los revoltosos in-
dios de la llanura tucumana. El mis-
mo encierro geográfico, sumado a la
altura promedio de dos mil metros
sobre el nivel del mar, había permiti-
do generar en estos valles una suerte
de ecosistema óptimo para la vida de
sus habitantes. ¡Qué duda podía ca-
ber! Ese era, en suma, el lugar ideal
para que Pedro Bohórquez montase
el escenario y levantase el telón del
último gran fraude.
Bohórquez logró una vez más lo que
se había propuesto. “Cuando estuvo
en Pomán con los españoles, ya su
ánimo era traicionar”, se convenció
después el sacerdote jesuita Hernan-
do de Torreblanca, cuando en 1696
escribió la “Relación Histórica de
Calchaquí”, cuya versión paleográ-
fica se ocupó de transcribir, anotar
y comentar la investigadora Teresa
Piossek Prebisch. No había sido fácil
el trámite del fraudulento proyecto, el
cual dependía de los títulos y hono-
res que había ido a buscar a Pomán,
cuya concreción lenta y farragosa
estaba demorando el regreso al va-
lle de su reinado. Después de varias
reuniones, de sucesivos cabildeos
y vacilaciones de la junta de repre-
sentantes de vecinos de varias ciu-
dades involucradas en los alcances
de la función solicitada por el Inca,
el gobernador Mercado y Villacorta
firmó la resolución que le confería
las facultades de lugarteniente del
gobernador, justicia mayor y capitán
de guerra de Calchaquí, además de
la expresa autorización para utilizar
el título de Inca, como descendiente
de la nobleza incaica. De un lado y
del otro, hacia el poder conquistador
y hacia el universo de etnias nativas,
incluso con la alta jerarquía clerical
española, con quien se había com-
prometido en convertir los aboríge-
nes al culto católico, quedaba bor-
dada prolijamente la urdimbre de su
traición.
Ahí quedó sellada, en general, la
suerte de los valles que todavía eran
libres del dominio del conquistador
y, en particular, el sino fatal de los
Quilmes sobre quienes pesaría unos
años después el más cruel y mortal
de los destierros que ejecutó el inva-
sor español. Apenas llegó a Calcha-
quí, la sede natural de su fraude, Pe-
dro Hualpa comenzó a descorrer el
terso velo de la traición a los compro-
misos que había adquirido con cada
uno de los actores del escenario de
la conquista de esta región indepen-
diente.
El Corredor Mediterráneo / Página 6
CANIBALISMO
CÓSMICO
Por Antonio Tello
Goya, quien representó a Saturno
(Chrono) devorando a sus hijos,
y el novelista Thomas Harris, que
concibió al refinado antropófago
Hannibal Lecter, ejemplifican en
el arte y la literatura esa oscura la-
tencia humana que es el canibalis-
mo.
Elcanibalismo,elactodedevorara
miembros de la misma especie, ha
sido practicado por algunos gru-
pos humanos desde la más remo-
ta antigüedad por hambre, ritual
religioso o guerrero. Los animales
también son proclives a devorar
individuos de la propia especie -el
cerdo, el hamster, la mantis religio-
sa, la araña y el escorpión hem-
bras, el cocodrilo, el dragón de
Komodo, algunas focas e incluso a
veces el león y el oso-, lo que hace
pensar que esta pulsión está origi-
nalmente vinculada con el instinto
individual de supervivencia.
El científico español Josep María
Trigo, quien participó, en 1999, en
la misión «Stardust» de la NASA
encargada de analizar los mate-
riales procedentes de cuerpos ce-
lestes distintos de la Luna, ha dado
a conocer «claves muy valiosas»
sobre la formación del Sistema So-
lar y los orígenes de la Tierra y de
la vida en este planeta. Según él,
hace unos 3.900 millones de años,
durante la migración de los plane-
tas gigantes, se produjo un segun-
do bombardeo -«bombardeo tar-
dío» lo llama él para diferenciarlo
del «bombardeo primordial» que
dio origen a los planetas-, cuyas
esquirlas (cometas y asteroides)
ricas en agua y materia orgánica
que cayeron en la Tierra crearon
las condiciones propicias para el
origen de la vida.
La migración de la que habla el
profesor Trigo se debió a la inesta-
bilidad orbital y las perturbaciones
gravitatorias de los planetas en el
sistema a fin de hallar su equilibrio
dentro de él aunque distanciados
del Sol. La mecánica del despla-
zamiento fue la misma para todos,
salvo para Urano y Neptuno que,
literalmente, se comieron a otros
planetas y lunas del Sistema Solar
para sobrevivir. El caso más llama-
tivo, según explica el profesor Ste-
ven Desch, de la Universidad de
Arizona, fue el de Neptuno. Éste,
en su fase migratoria, habría devo-
rado a otro planeta de un tamaño
dos veces mayor que el de laTierra
y apropiado de una de sus lunas,
Tritón, que, llamativamente, gira
en sentido contrario al de la rota-
ción de Neptuno.
Un seguidor zen diría sin asom-
brarse que todo está conectado
y que el canibalismo terrestre no
es ajeno al canibalismo cósmico.
Incluido el metafórico que se per-
cibe en bandas de empresarios,
banqueros, políticos, intelectuales
y otros lobos con piel de cordero.
ASTRONOMÍA
El Corredor Mediterráneo / Página 7
PAUSAVERSAL.
ENSAYOS ESCOGIDOS
de Denise Levertov
Trad. José Luis Piquero
Fue en 2004 cuando en la recien-
temente desaparecida librería café
Clásicas y Modernas de Buenos
Aires encontré la poesía de Denise
Levertov. Se trataba de una antolo-
gía al cuidado de Cynthia Mansfield
editada en 2001. Años después, en
la también extinta editorial La poe-
sía señor hidalgo, se publicó la an-
tología Arenas del pozo, cuya tra-
ducción de José Manuel Rodriguez
Herrera, difería ligeramente de la
edición argentina, ambas creo que
capturaban la esencia de la poesía
de Denise Levertov.
Nacida en 1923 (Ilford, Inglaterra),
su infancia estuvo determinada por
sus progenitores en cuanto a las in-
fluencias que recibió, su madre, por
ejemplo le dio las clases que hubie-
se recibido en una escuela. El padre
de ascendencia jasídica, convertido
en sacerdote anglicano, impregnó
su infancia de erudición y misticis-
mo. Su madre, galesa, le propor-
ciona el sentimiento lírico hacia la
naturaleza. Así Levertov vivió un
entorno “extraordinariamente fértil
que educaba el potencial imagina-
tivo, orientado al lenguaje”, como
ella misma escribió. Casada con
el escritor estadounidense Mitchell
Goodman, adquirió la nacionali-
dad estadounidense en 1956. Tuvo
a su hijo en 1949. Murió en 1997,
en la ciudad de Seattle.
Autora de más de diecinueve libros
de poemas publicados entre 1946 y
1999, su poesía no es muy conoci-
da en España y en estos momentos
de decadencia poética a causa de
la banalización que está adquirien-
do, desde hace años, la escritura
poética, es muy aconsejable leer
Pausa Versal. Ensayos escogidos,
con excelente traducción del poeta
José Luis Piquero.
¿Qué vamos a encontrar en estos
ensayos? Varias cuestiones acerca
de la creación poética. “La poesía
no métrica, -decía Levertov- incor-
pora y revela el proceso de pensar/
sentir, sentir/pensar, en lugar de
concentrarse exclusivamente en
los resultados”. Destaca el uso de
las rupturas y sangrías en el verso
dando una relevancia importante
al ritmo en el poema, no el ritmo
que cuenta con los dedos las síla-
bas, sino el propio ritmo interior
que hace que el lenguaje crezca en
significaciones y en juegos concep-
tuales. Es la “voz interior, la voz de
la soledad de cada uno hecha audi-
ble y que canta a la multitud de las
otras soledades”. No es la suya una
poesía difícil, pero sí que advierte
de que no hay que caer en la ex-
cesiva confesionalidad que puede
llevar al poeta a no poner distan-
cias entre sus asuntos personales y
el poema.
En sus afinidades electivas, algo
que todo poeta se guarda y mues-
tra cuando es necesario, dice que
el mundo académico trata las obras
de arte como si fueran esquemas, en
lugar de lo que son, testimonios de
vida.Vida vivida o fingida, el poema
es una forma orgánica -esta es una
de sus aportaciones más interesan-
tes-, el poema tiene un orden pro-
pio e intrínseco que nace del caos,
no es el resultado de pensar, sino de
sentir, de mostrar las percepciones
mediante el lenguaje. En el ensayo
“Poesía y supervivencia” dice: “La
poesía tiene la función de remover
la conciencia y articular emociones
para las personas que no tienen el
don de la expresión/…/ Cantar el
asombro -exhalar la alabanza y la
celebración- es tan fundamental en
cuanto impulso como alimentarse”.
Otro aspecto interesante de estos
ensayos se encuentra en el des-
montaje de la mitología que rodea
la biografía de poetas suicidas nor-
teamericanas como Sylvia Plath y
Anne Sexton. El impulso autodes-
tructivo coexiste con el destructi-
vo, pero no debe ser un ejemplo el
suicidio para llegar a ser un buen
poeta. La relación entre la política
y la vida de Sexton se comprende a
la luz de las represiones que caían
sobre la mujer norteamericana de
los sesenta, lo importante es ser ca-
paz de separar la obsesión con la
muerte de la propia depresión. De
alguna manera responsabiliza a su
público, a las personas que “alen-
taron esa incapacidad”.
El disfrute que produce la lectura de
estos ensayos se manifiesta nueva-
mente ahora que los he releído des-
pués de su publicación en 2017.
Nada nos hacía augurar la pande-
mia que llegó en 2020 y que pro-
bablemente se quede durante un
tiempo con nosotros. Auguro cam-
bios importantes en torno al poema
en todas sus dimensiones éticas y
estéticas, y buena parte de ello está
en los hilos de estos ensayos de los
que podemos tirar para ir constru-
yendo nuevas tramas que dejarán,
sin duda, muchos tejidos actuales
fuera de uso.
Concha García
Vaso Roto Fisuras.
Madrid, 2017
El Corredor Mediterráneo / Página 8
LA DINÁMICAVISUAL
EN EL ARTE PLÁSTICO
Por Miguel C. Zupán
Si analizamos con simplicidad, dejando escuelas y as-
pectos teóricos en la expresión plástica, incorporando
de manera global aquellos medios que empleados por el
artista provocan, queriéndolo o no, determinados efectos
visuales, táctiles y de movimiento que al espectador pue-
den responder o ser absorbidos por preconceptos, goces
estéticos o predisposición visual (mirada fugaz, detenida,
reflexiva, comparativa, ángulo e iluminación correctos o
mal ubicados, al cumplir el papel de observador y con-
templador). La ansiedad, la superficialidad, la predisposi-
ción, hacen más de una vez una valoración escasa en la
importancia o goce estético, ocasionando un cambio en
la nueva experiencia con la misma obra y en el mismo
sujeto que experimenta.
Rescatando de manera amplia los recursos más impor-
tantes que accionan en el complejo senso-perceptivo,
tendremos en primer lugar: “la escala”, con ella hace-
mos referencia al tamaño, espacio y lugar que ocupan las
obras o pinturas, y que mejor ejemplo que los frescos de
la Capilla Sixtina cuyas dimensiones son: 40,94 metros
de largo, 13,41 metros de ancho y 20,70 metros de alto.
Otra obra que comparte el mismo concepto, es decir, a
la escala en razón del espacio empleado es la pintura de
David que lleva por título: “La Consagración de Napo-
león” y sus medidas son 6,10 m x 9,31 m (ancho y alto)
obra expuesta en el Louvre de París. La llamada pintura
“La encajera” de Vermeer puede integrarse al grupo por
cuanto sus medidas son 0,24 x 0,21 cm y expresa un
recurso reducido del espacio, opuesto a las obras ante-
riores.
El tamaño de las obras “escala” está ocupando un recurso
denominado “espacio”, agente actuante en obras figura-
tivas y abstractas, siendo protagonista importante en estas
últimas. Para ello podremos recurrir a las llamadas “com-
posición” cuyos autores son Paul Klee y Piet Mondrian.
Opuestos a esas tendencias “la figuración” brinda en
muchos autores el medio expresivo referente al mundo
de las formas cotidianas. Como ejemplo citaremos a la
pintura de DaVinci: “LaVirgen, el niño y Santa Ana”. En
la misma expresión, pero con ubicaciones libres Chagall
nos brinda: “Yo y mi aldea”
Yendo hacia el espacio abierto, al aire libre como prota-
gonista, también el “espacio” está actuando como en el
caso del cuadro: “El mediodía” deVan Gogh o en el “Ca-
nal Grande, Ponte Rialto de Canaletto, en la inundación
en Port-Marly de Sisley, “El molino” de la Galette de Au-
guste Renoir, “la libertad guiando al pueblo de Delacroix
También el “espacio” es el medio o recurso para los per-
sonajes actuantes que se desenvuelven en él, sea el caso
de: “la balsa de la Medusa” de Géricault, “El amor y psi-
quis” del pintor Picot o la llamada “Jugadores de cartas”
de Paul Cézanne, el espacio en este ejemplo se reduce
por la proximidad de los actuantes, al igual que la pintu-
ra: “la comida” de Paul Gauguin.
Hay otros aspectos para destacar como protagonistas o
estructuras de las obras y no faltará ocasión para echar
mano y citarlas dentro del disfrute y comprensión de esta
manifestación del espíritu y la sensibilidad.
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Corredor Mediterráneo

  • 1. Río Cuarto . Río Tercero . San Francisco . Villa María LADINÁMICAVISUAL ENELARTEPLÁSTICO POR MIGUEL C. ZUPÁN PÁG. 8 HISTORIA LA TRAGEDIA DE LOS QUILMES POR HUGO MORALES SOLÁ PÁG. 4-5 Miércoles 26 de agosto de 2020 . Año 20 Nº 918 A cuarenta años de su desaparición, Aldo Parfeniuk escribe sobre “un poeta clave de nuestra lengua” poniendo de relieve las principales características de una poesía genuina que trasciende los convencionalismos determinados por la crítica urbana metropolitana. PÁG. 2 y 3 MANUELJ.CASTILLA, PASTORDENUBES PAUSAVERSAL. ENSAYO ESCOGIDOS de Denise Levertov Trad. José Luis Piquero Por Concha García PÁG. 7 ASTRONOMÍA CANIBALISMO CÓSMICO POR ANTONIO TELLO PÁG. 6 LA COLUMNA
  • 2. El Corredor Mediterráneo / Página 2 MANUELJ.CASTILLA, PASTORDENUBES Por Aldo Parfeniuk Entre el cúmulo de datos perdidos en el tiempo que Gabriel “Guai- ra” y Leopoldo “Teuco” Castilla rescataron para elaborar la Cró- nica biobibliográfica con que su padre, el poeta Manuel J. Castilla, fue jalonando su vida literaria, aparece la noticia de su participa- ción –en 1979, un año antes de su fallecimiento- en el I Congreso Internacional de Escritores en Len- gua Española, realizado en España. Al cumplirse el pasado 19 de ju- lio el cuarenta aniversario de la desaparición física del gran poeta salteño, queremos recordarlo, hoy y aquí, recuperando la temática de aquella intervención suya, en España, dando cuenta de las pér- didas y ganancias que le tocó vivir en nuestra América a la lengua de Cervantes. Para ello eché mano a fragmentos de la charla que en marzo del 2019 ofrecí en la previa del Congreso de la Lengua Española que se hizo en Carlos Paz. Allí procuré demostrar aspec- tos de la contribución de nuestro poeta salteño –de quien este 19 de julio se cumplen 40 años de su muerte- en la construcción y consolidación de una lengua la- tinoamericana a la que nuestros escritores -y hablantes- de las di- ferentes regiones del país (región metropolitana incluida) le dieron y le dan sustento e identidad. El fin en el principio Hay un argentino del interior del país que reconoce lo más propio de su voz en lo que escribieron, en lo que expresaron, poetas como Manuel J. Castilla. Es el argenti- no latinoamericano que siente, que respira la americanidad sub- yacente y que en nuestro país crece a medida que dejamos la llanura y avanzamos hacia la selva y la montaña, al amparo del mito más grande de la Améri- ca andina (el de la Madre Tierra), alimentando un vínculo único, exclusivo, con el universo que lo rodea, incluyendo tiempo y abso- luto. Por aquí, él todavía mira ha- cia adentro, sabiéndose al cobijo de un pasado y un entorno que mantienen y preservan un espí- ritu (o un alma: es decir un con- junto de rasgos espirituales) del que puede asirse como a un principio. Un arché -por decir- lo con el concepto griego- que, por tal condición, es un potencial telos: el horizonte de un destino que lo salva de la intemperie y la soledad. Este hombre, esta mujer, de la América cobriza, aún viven esa continuidad sin fracturas entre lo cósmico y lo humano: “(...) Me mira Dios y sé que aquí, yaciendo/lo estoy haciendo des- paciosamente.// De cara al infini- to/ siento que pone huevos sobre mi pecho el tiempo./ Si se me antoja, digo, si esperase un mo- mento,/ puedo dejar que encima de mis ingles/ amamante la luna sus colmillos pequeños(...)” según su memorable poema “El gozan- te” (Cantos del gozante). Y por eso es que decimos que la poesía de Manuel J. Castilla visi- biliza como pocas importantes procesos de apropiación y resig- nificación de un idioma que sus poemas (quizás por primera vez a muchos de los habitantes de este inmenso país) nos hacen sen- tirlo nuestro: no como lengua de crianza, -o de madrastrazgo si se prefiere- sino como una lengua realmente materna: cruzada por tonadas regionales que dan perfu- me y sabor propios y que es de- positaria proteica, no de la seve- ra lengua de Castilla que trajeron oficialmente los conquistadores, sino de las voces contrabandeadas por los pobres de la Conquista en sus giros, cuentos, leyendas, deci- res y, sobre todo, en esas coplas anónimas, a las que Castilla estu- dió tan bien, y de cuya pesquisa surgieron palabras que segura- mente hizo públicas en su diser- tación, en 1979, en ocasión de su participación en aquel lr. Congre- so Internacional de escritores de Lengua Española (en Madrid y las Islas Canarias) al que fuera invita- do junto a otros importantes escri- tores como Cortázar, Borges o Sá- bato . Aunque no pude dar con el texto de su disertación en España, consultando la recopilación de Castilla publicada por la Funda- cion Michel Torino en 1972, con el título Coplas de Salta, encontré varias muestras del género aquí aclimatado y con claras señales de su pertenencia peninsular. Por ejemplo en esta copla cantada por Don Valeriano Cardozo, en el pa- raje salteño de Lumbreras: “Antes cuando era mocito/ sombrerito valenciano,/ agora que soy viejito/ mi corazón sufre en vano”. Otra copla, escuchada en Anta y que decía: “Señora de los Remedios/ le están quemando los pies,/ unas velas derretidas/ y una rosa de pa- pel.” Otra, de carácter amoroso, y de clara pertenencia a una clase letrada, declarando: “Tres veces tomé la pluma,/ tres veces tomé el papel,/ tres veces quise escribirte,/ tres veces me desmayé.” Vuel- vo a recordar aquí que con estas coplas Manuel Castilla, como un tributo a la memoria anónima del pueblo, a modo de consigna rec- tora, abría cada libro que publi- caba. Coplas que, juntando cultu- ras remotas, dan como resultado de la suma al hombre mismo y a lo humano. En ellas están lo afro, oriental o judaico de su rodar por las calles y tabernas de Galicia, Cantabria o Sevilla. Llegadas en la panza de las carabelas, desem- barcaron aquí para aclimatarse en
  • 3. El Corredor Mediterráneo / Página 3 nuestros Andes, nuestro Chaco y nuestra alta Puna. En definitiva: palabras de todos los pueblos de la tierra que nos recuerdan que los idiomas, que las lenguas nacionales son, sobre todas las cosas, las que forjaron los poetas que escucharon y reco- gieron esos asuntos y esas voces: Homero, Dante, Cervantes, Her- nández…o Castilla o Yupanqui o Discépolo, entre otros. Al observarse el hecho de que Cas- tilla, lo mismo que otros poetas nuestros, cuestiona aspectos de la Conquista española (y reivindica lo aborigen) haciendo gala de un buen uso del castellano y de algu- nas de sus formas poéticas canó- nicas, según es el caso de la copla o el soneto ( formas que él ma- neja y recrea diestramente) cabe recordar las palabras de Gayatri Spivak parafraseadas por Vich y Zavala, en su Oralidad y poder… (2004:102), en el sentido de que “ no hay ningún lugar desde el cual el subalterno pueda hablar fuera de las relaciones de poder en las que se encuentra inmerso. Su voz no necesariamente coincide con sus intereses y se produce en el interior de una estructura de do- minación de la que casi no pue- de salir (…) cuando el subalterno habla siempre lo va a hacer en la lengua del otro”, reproduciendo, de tal modo, las relaciones con el poder social en el cual se encuen- tra atrapado. Las voces que nos dicen Los versos, más bien extensos, con los que construye la mayoría de sus poemas Manuel J. Casti- lla, si uno prueba decirlos en voz alta, verifica en qué grado con- tienen lo que debe tener ese in- visible sobreesquema, ese algo, ese efecto que el lector/oyente de poesía inconscientemente espe- ra encontrar ( superpuesto al es- quema significativo de la lengua: algo que en otras épocas lograra producir la rima por ejemplo) y sin lo cual podría decirse que no habría poesía. Sobreesquema que no significa nada; mejor dicho: que implica apenas un “acuerdo” estético-cultural, inconsciente -lo repito- entre poeta y lector; por fuera del orden significativo de los enunciados. En el caso de la poética de Casti- lla, ese sobreesquema que el lec- tor reconoce y espera tiene mucho que ver con la oralidad de su re- gión y, por supuesto, con el Can- cionero popular del NOA, deudor de esa oralidad (oralidad -hay que decirlo- con influencias de los re- siduos entonacionales aborígenes pero también de los castizos). El hecho es que ese componente fantasmático, esa suerte de halo aurático que “envuelve” a cada una de sus líneas es, básicamente, un “producto”, un resultado cultu- ral; algo que le sucede a las pala- bras durante su circulación social regional y que la sensiblidad del poeta logra recoger y reproducir, muchas veces sin ser consciente del proceso . La entonación, el color, la temperatura, la intensi- dad, las inflexiones, las frecuen- cias (todo eso que cabe también entender, en los estudios de R. Jakobson, como lo suprasegmen- tal) son elementos construidos por mucho tiempo de haceres y deci- res colectivos. Es por lo dicho que hay poetas des- tinados a traducir definitivamente -y por eso mismo a representar- en diferentes escalas (continentes, países, regiones…) verdaderos pe- dazos de mundo. Ello hace, entre otras cosas, que después de lo que dijeron (llámense Elytis, Pessoa, Ortiz, Castilla o Borges) ni Grecia, Portugal, Entre Ríos, Salta o Bue- nos Aires volverán a ser lo mismo. Volviendo a Castilla -y para ter- minar- A él también lo define una muy clara actitud ética (en reali- dad se trata de una consecuente estética de la ética) Actitud de responsabilidad para con lo que lo rodea -hombre, naturaleza, cultura...- y que es su elección de artista, asumida voluntaria y libre- mente, en el sentido de emplear talento y conocimientos en hacer- la oír a esa región suya y que él considera indebidamente revela- da, incluyendo en ello su identi- ficación con la América morena y con tonada que la mayoría del país literario -sobre todo en el mo- mento en que aparecen sus pri- meros libros- tiene escaso interés en reconocer como algo propio y calificado. Con ello Manuel J Cas- tilla logra convertirse en nuestro primer poeta moderno que puede ser leído con familiaridad por un peruano, paraguayo, boliviano o ecuatoriano. A cuarenta años de su temprana desaparición física, recordémoslo con la gratitud que merecen quienes, sin proponérse- lo, nutren y consolidan el orgullo de pertenecer a un país, un conti- nente y una cultura que dignifi- can al ser humano. Brillante aproximación a la obra de un poeta mayor de laArgentina profun- da, una obra “sin fractura entre lo cósmico y lo humano”, como afirmó el autor de esta nota para ECM en una conferencia que dictó en Carlos Paz, en 2019, en el marco del ciclo “Hacia el Congreso de la Lengua”.
  • 4. El Corredor Mediterráneo / Página 4 7. La traición de Pedro Bohórquez La primera fundación de Londres había sido borrada violentamente de los mapas de los conquistado- res en el valle catamarqueño del río Quimivil, en 1562, durante aquella rebelión de Juan Calchaquí. La gue- rra tuvo la brevedad de unos pocos meses, pero bastó para que en el fra- gor de tanta crueldad desaparecieran igualmente las ciudades de Córdoba de Calchaquí, en el extremo norte del valle del río Calchaquí, y Cañete del Tucumán. Incontables indios y me- nos españoles cayeron en el levanta- miento y se destruyeron las primeras estancias que intentaban asentarse en la zona, así como los ganados que comenzaban a multiplicarse en esas tierras fértiles del valle verde de Tafí. Los valles de Yocavil, Calchaquí y Tafí fueron territorios libres, por la ferocidad de sus habitantes naturales, hasta mucho después -exactamente ciento treinta años- de que las nacio- nes aborígenes de los llanos del este fueran avasalladas por el avance del invasor español. Yquisi no quería desconfiar y, al contrario, hubiese deseado fervien- temente dejarse llevar por la espe- ranza de muchos de sus compañeros de campamento en Pomán, cuando fueron participar -eso creían- de las negociaciones de Pedro Bohórquez con el gobernador Alonso de Merca- do y Villacorta. Pero la lógica de su observación le sembraba de dudas el corazón, como un almácigo donde crecía exuberante la sospecha sobre el Inca que había aparecido apenas unos meses atrás en su tierra santa. Y sí: la verdad se colaba entre sus palabras, sus gestos, entre sus pensa- mientos y sobre todo entre sus am- biciones. El Inca Pedro Hualpa era, en realidad, un andaluz que a los dieciocho años había desembarcado en el puerto peruano de Pisco con una sola meta delirante que movería la suma de sus días hasta la muerte: encontrar y apoderarse de los gran- des yacimientos de oro y plata en las montañas del Gran Paitití, otro terri- torio de los sueños de los conquista- dores que como El Dorado o la míti- ca Ciudad de los Césares, guardaba, en la imaginación de los invasores, las mejores riquezas minerales y los tesoros que los incas habrían escon- dido de la usurpación colonial. Pedro Chamijo era su nombre verdadero e instituyó su nueva identidad arreba- tando el apellido Bohórquez a un an- ciano sacerdote jesuita, Alonso Bo- hórquez, a quien había sacudido de sus días apacibles, después de haber- le despojado los ahorros de toda la vida, embaucándolo como sobrino suyo y depositario del mejor secreto de los incas: le aseguró que conocía el camino hacia el país más rico del incario, pero carecía de fondos para organizar una viaje para recoger esos tesoros que le esperaban en el Gran Paitití. Al viejo misionero le prometió la más alta vicaria en el reino de estos sueños, tras lo cual le pidió el dinero y nunca más volvió a verlo. Desde que llegó a América, Chamijo sobrevivió con el oficio de embauca- dor. Según relata Teresa Piossek Pre- bisch, en el libro “Pedro Bohórquez. El Inca delTucumán”, su primera víc- tima fue Ana Bonilla, la joven hija de un pequeño criador de caballos de buena sangre, con quien se casó y de quien se sirvió para salir, en primer lugar, de esa espantosa condición de “pobre blanco” en la que había que- dado atrapado a poco de desembar- car de España. El estatus de esos eu- ropeos que caían en la indignidad de la pobreza hasta depender la subsis- tencia diaria de la ayuda de esclavos, indios, negros o mestizos, era uno de los peores castigos de la incipiente sociedad virreinal de esa época. Lo cierto fue que un día el aventurero andaluz desapareció de la quinta de la familia de su esposa con todos los animales de su suegro y huyó a los valles cordilleranos. Allí descubrió la veneración de la memoria colectiva de los incas, cuyo imperio ya había caído en desgracia bajo la inconte- nible fuerza conquistadora, la devo- ción por sus emperadores, quienes después de muerto eran elevados a la jerarquía de dioses de la espirituali- dad de su pueblo. Entre los poblaciones indígenas de los valles del noroeste argentino tam- bién existía ese sentimiento de des- amparo y vacío de poder que había dejado el gran imperio inca. Habían aprendido a depender de una minu- ciosa estructura estatal, omnipresen- te y poderosa. Su ausencia se sentía realmente como el desabrigo más atroz frente al frío arrollador que des- estructuraba no sólo ese perfecto an- damiaje burocrático, sino sobre todo desarticulaba las conciencias y los espíritus que habían llegado a tejer el perfecto entramado de una con- vivencia que todo lo contenía. Todo lo que trabajosamente se había cons- truido en décadas de ejecución de verdaderas políticas de integración de las regiones más apartadas en un solo haz de poder imperial, ahora pa- recía caer demolido por la mera fuer- za de las armas. Tal vez debajo del paraguas de ese inmenso influjo cul- tural, político y administrativo de los incas fue que comenzó la conversión de la coexistencia belicosa dentro de la raza nativa, entre pueblos herma- nos, muchas veces vecinos, hacia la preparación espiritual de las na- ciones aborígenes para organizar la gran confederación que alcanzaron a LATRAGEDIA DE LOS QUILMES Por Hugo Morales Solá HISTORIA
  • 5. El Corredor Mediterráneo / Página 5 oponer al poder español. Eso era lo que ahora estaban repre- sentando los veintidós caciques que habían seguido a Bohórquez hasta Pomán para negociar la libertad y la independencia de los valles calcha- quíes. Pero de sus conversaciones nada podían saber hasta ese día los jefes calchaquíes -y ya estaba co- rriendo la segunda semana en la ciu- dad que había recibido al impostor con todos los honores de la realeza incaica, para quien incluso el gober- nador Alonso de Mercado y Villacor- ta había mandado a hacer una coro- na de oro y plata y una túnica tejida a la usanza de quienes invocaba como sus antepasados de la monarquía inca. El gobernante quilmeño tampoco quería dejarse caer por la pendiente de emociones negativas que a veces le nublaban definitivamente la espe- ranza y le llenaban razonablemente de cuidados, impotencias y un arre- bato de cólera que lo transformaba hasta el umbral de la ira en contra del gran Titaquín. Sabía de qué echar manos cuando sentía esa peligro- sa desestabilización de las pasiones que burbujeaban carne adentro de sus temores. De inmediato aparecía la imagen de su padre presidiendo la rueda de hermanos en los años de la infancia. El viejo curaca se había re- vestido de sabiduría con los años y la experiencia, que brillaban en esa mañana soleada bajo la grisura de su cabellera encanecida a los pies del cerro Alto del Rey. “Hay dos lobos dentro de mí que están librando una pelea mortal”, les repetía siempre a los niños para que el goteo tenaz de su insistencia cincelara los mantos de emociones y sentimientos que cu- brirían y recubrirían con los años sus pequeños espíritus. “Uno -les volvía a explicar inmediatamente- represen- ta a la mediocridad, la cobardía, la vanidad, el egoísmo, la insensibili- dad y la falta de solidaridad, la vana- gloria, la codicia y la sed insaciable de poder. La otra fiera -continuó- que choca a dentelladas con aquella sim- boliza a la grandeza de espíritu, el coraje, la humildad, la generosidad, la solidaridad y la búsqueda del po- der para servir a los hermanos”. Los numerosos hijos del cacique escu- chaban al padre con el mismo hechi- zo en los ojos que la primera vez y volvían entonces a preguntar: “¿Cuál vencerá, padre?”. Él contestaba lacó- nicamente: “El que alimente”. De él dependía ciertamente alimen- tar el odio, la venganza y la violen- cia en contra del poder de los es- pañoles que había irrumpido en los valles sagrados un siglo atrás. Pero del corazón del cacique dependía igualmente el destino de su gente y la madre tierra que había recibido de sus antepasados con toda la carga de espiritualidad que ella exudaba de sus entrañas, más allá de las riquezas que contenía y de los frutos que pro- digaba trabajándola duramente bajo el padre Sol. Sin ese destino de per- tenencia a la Pachamama y de liber- tad para vivirla y compartirla en paz entre su pueblo, sus hermanos tenían el futuro amputado de la existencia. ¿Cómo podrían vivir sin la Pachama- ma, ellos que eran parte de la Madre Tierra, que eran la tierra misma? ¿De qué valdría seguir viviendo así? ¿Qué debía hacer, entonces? El dilema le partía el corazón, aunque lo único que tenía por cierto era la decisión de defender ese destino y la historia que los unía. No vacilaría un instante en dar la vida por ello. Su pueblo tam- poco. Siempre tuvo a flor de piel la ferocidad de la rebeldía para resistir a toda esclavitud, a la opresión que vi- niese de cualquier imperio. Pero de- bía estar muy seguro de que se trata- ba de defender la dignidad de la vida de los Quilmes y las demás naciones de su raza y no caer deslumbrado por el espejismo del odio puro y duro como por las ilusiones que tal vez les estaba vendiendo este personaje que cada vez le parecía más un mercader filibustero de esperanzas falsas. Para peor, las tratativas por la liber- tad, que había sido prometida para ellos, se llevaban adelante en el más castizo idioma español y nadie, ab- solutamente nadie, tenía la conside- ración de acercarles una síntesis de esos debates entre el gobernador del Tucumán y Pedro Hualpa. La sensa- ción de ira comenzó a transmitirse peligrosamente en el acantonamien- to de los jefes vallistos, al tiempo que se encarnaba el temor de que aque- llo fuera una burda maquinación destinada a asegurar su dominación y avasallamiento para destinarlos a la esclavitud de las minas. El plan perfecto El plan parecía perfecto: el aventure- ro andaluz contaba con la informa- ción de que en la zona de Calcha- quí había grandes minas de oro y que en medio de su inmensidad los aborígenes habían escondido las ri- quezas minerales que debían entre- gar en tributo al imperio inca, aun- que su caída no les había permitido llegar a concretarlo. Por otra parte, tenía muy clara ya la decisión de utilizar la gran devoción que había entre los pueblos nativos que habían sido gobernados por el emperador Atahualpa. En tercer lugar, le pare- cía que encajaba como anillo a un guante el cuadro geopolítico de la re- gión calchaquí. Luego de la primera rebelión indígena de 1562, liderada por Juan Calchaquí, los pulares, que habitaban, en realidad, la Quebrada de Escoipe, entre los valles Calcha- quí y de Lerma, pactaron su rendi- ción incondicional y se entregaron al control español en una encomienda de indios mitayos. La opción de los pulares les valió, desde entonces, la enemistad con los calchaquíes. El se- gundo gran alzamiento aborigen de los valles calchaquíes, que tuvo ori- gen en 1630 con la insurrección del cacique diaguita Chelemín, dejó fue- ra de toda resistencia a este pueblo repartido en diversas encomiendas de indios yanaconas. La única zona liberada todavía del control del avan- ce conquistador era la central, que abarcaba los valles de los ríosYocavil y Calchaquí. La diversidad de comu- nidades aborígenes que la habitaban había aprendido de la experiencia del imperio inca a unirse en confede- raciones para sumar fuerzas ofensivas y defensivas ante cualquier agresor y optimizar, a la vez, el funcionamien- to de la burocracia imperial. Todo lo cual, desde luego, serviría como un gran soporte para levantar la megaes- tafa, facilitaría la adhesión de las et- nias indígenas locales como vasallos de la presencia mítica de Bohórquez y consolidaría su gobierno sobre esos pueblos. Por lo demás, el encajo- namiento de estos territorios por las grandes cumbres y su difícil acceso hacían de estas tierras un ámbito casi ideal, aislado del asedio español y libre, como lo había sido antes, del hostigamiento de los revoltosos in- dios de la llanura tucumana. El mis- mo encierro geográfico, sumado a la altura promedio de dos mil metros sobre el nivel del mar, había permiti- do generar en estos valles una suerte de ecosistema óptimo para la vida de sus habitantes. ¡Qué duda podía ca- ber! Ese era, en suma, el lugar ideal para que Pedro Bohórquez montase el escenario y levantase el telón del último gran fraude. Bohórquez logró una vez más lo que se había propuesto. “Cuando estuvo en Pomán con los españoles, ya su ánimo era traicionar”, se convenció después el sacerdote jesuita Hernan- do de Torreblanca, cuando en 1696 escribió la “Relación Histórica de Calchaquí”, cuya versión paleográ- fica se ocupó de transcribir, anotar y comentar la investigadora Teresa Piossek Prebisch. No había sido fácil el trámite del fraudulento proyecto, el cual dependía de los títulos y hono- res que había ido a buscar a Pomán, cuya concreción lenta y farragosa estaba demorando el regreso al va- lle de su reinado. Después de varias reuniones, de sucesivos cabildeos y vacilaciones de la junta de repre- sentantes de vecinos de varias ciu- dades involucradas en los alcances de la función solicitada por el Inca, el gobernador Mercado y Villacorta firmó la resolución que le confería las facultades de lugarteniente del gobernador, justicia mayor y capitán de guerra de Calchaquí, además de la expresa autorización para utilizar el título de Inca, como descendiente de la nobleza incaica. De un lado y del otro, hacia el poder conquistador y hacia el universo de etnias nativas, incluso con la alta jerarquía clerical española, con quien se había com- prometido en convertir los aboríge- nes al culto católico, quedaba bor- dada prolijamente la urdimbre de su traición. Ahí quedó sellada, en general, la suerte de los valles que todavía eran libres del dominio del conquistador y, en particular, el sino fatal de los Quilmes sobre quienes pesaría unos años después el más cruel y mortal de los destierros que ejecutó el inva- sor español. Apenas llegó a Calcha- quí, la sede natural de su fraude, Pe- dro Hualpa comenzó a descorrer el terso velo de la traición a los compro- misos que había adquirido con cada uno de los actores del escenario de la conquista de esta región indepen- diente.
  • 6. El Corredor Mediterráneo / Página 6 CANIBALISMO CÓSMICO Por Antonio Tello Goya, quien representó a Saturno (Chrono) devorando a sus hijos, y el novelista Thomas Harris, que concibió al refinado antropófago Hannibal Lecter, ejemplifican en el arte y la literatura esa oscura la- tencia humana que es el canibalis- mo. Elcanibalismo,elactodedevorara miembros de la misma especie, ha sido practicado por algunos gru- pos humanos desde la más remo- ta antigüedad por hambre, ritual religioso o guerrero. Los animales también son proclives a devorar individuos de la propia especie -el cerdo, el hamster, la mantis religio- sa, la araña y el escorpión hem- bras, el cocodrilo, el dragón de Komodo, algunas focas e incluso a veces el león y el oso-, lo que hace pensar que esta pulsión está origi- nalmente vinculada con el instinto individual de supervivencia. El científico español Josep María Trigo, quien participó, en 1999, en la misión «Stardust» de la NASA encargada de analizar los mate- riales procedentes de cuerpos ce- lestes distintos de la Luna, ha dado a conocer «claves muy valiosas» sobre la formación del Sistema So- lar y los orígenes de la Tierra y de la vida en este planeta. Según él, hace unos 3.900 millones de años, durante la migración de los plane- tas gigantes, se produjo un segun- do bombardeo -«bombardeo tar- dío» lo llama él para diferenciarlo del «bombardeo primordial» que dio origen a los planetas-, cuyas esquirlas (cometas y asteroides) ricas en agua y materia orgánica que cayeron en la Tierra crearon las condiciones propicias para el origen de la vida. La migración de la que habla el profesor Trigo se debió a la inesta- bilidad orbital y las perturbaciones gravitatorias de los planetas en el sistema a fin de hallar su equilibrio dentro de él aunque distanciados del Sol. La mecánica del despla- zamiento fue la misma para todos, salvo para Urano y Neptuno que, literalmente, se comieron a otros planetas y lunas del Sistema Solar para sobrevivir. El caso más llama- tivo, según explica el profesor Ste- ven Desch, de la Universidad de Arizona, fue el de Neptuno. Éste, en su fase migratoria, habría devo- rado a otro planeta de un tamaño dos veces mayor que el de laTierra y apropiado de una de sus lunas, Tritón, que, llamativamente, gira en sentido contrario al de la rota- ción de Neptuno. Un seguidor zen diría sin asom- brarse que todo está conectado y que el canibalismo terrestre no es ajeno al canibalismo cósmico. Incluido el metafórico que se per- cibe en bandas de empresarios, banqueros, políticos, intelectuales y otros lobos con piel de cordero. ASTRONOMÍA
  • 7. El Corredor Mediterráneo / Página 7 PAUSAVERSAL. ENSAYOS ESCOGIDOS de Denise Levertov Trad. José Luis Piquero Fue en 2004 cuando en la recien- temente desaparecida librería café Clásicas y Modernas de Buenos Aires encontré la poesía de Denise Levertov. Se trataba de una antolo- gía al cuidado de Cynthia Mansfield editada en 2001. Años después, en la también extinta editorial La poe- sía señor hidalgo, se publicó la an- tología Arenas del pozo, cuya tra- ducción de José Manuel Rodriguez Herrera, difería ligeramente de la edición argentina, ambas creo que capturaban la esencia de la poesía de Denise Levertov. Nacida en 1923 (Ilford, Inglaterra), su infancia estuvo determinada por sus progenitores en cuanto a las in- fluencias que recibió, su madre, por ejemplo le dio las clases que hubie- se recibido en una escuela. El padre de ascendencia jasídica, convertido en sacerdote anglicano, impregnó su infancia de erudición y misticis- mo. Su madre, galesa, le propor- ciona el sentimiento lírico hacia la naturaleza. Así Levertov vivió un entorno “extraordinariamente fértil que educaba el potencial imagina- tivo, orientado al lenguaje”, como ella misma escribió. Casada con el escritor estadounidense Mitchell Goodman, adquirió la nacionali- dad estadounidense en 1956. Tuvo a su hijo en 1949. Murió en 1997, en la ciudad de Seattle. Autora de más de diecinueve libros de poemas publicados entre 1946 y 1999, su poesía no es muy conoci- da en España y en estos momentos de decadencia poética a causa de la banalización que está adquirien- do, desde hace años, la escritura poética, es muy aconsejable leer Pausa Versal. Ensayos escogidos, con excelente traducción del poeta José Luis Piquero. ¿Qué vamos a encontrar en estos ensayos? Varias cuestiones acerca de la creación poética. “La poesía no métrica, -decía Levertov- incor- pora y revela el proceso de pensar/ sentir, sentir/pensar, en lugar de concentrarse exclusivamente en los resultados”. Destaca el uso de las rupturas y sangrías en el verso dando una relevancia importante al ritmo en el poema, no el ritmo que cuenta con los dedos las síla- bas, sino el propio ritmo interior que hace que el lenguaje crezca en significaciones y en juegos concep- tuales. Es la “voz interior, la voz de la soledad de cada uno hecha audi- ble y que canta a la multitud de las otras soledades”. No es la suya una poesía difícil, pero sí que advierte de que no hay que caer en la ex- cesiva confesionalidad que puede llevar al poeta a no poner distan- cias entre sus asuntos personales y el poema. En sus afinidades electivas, algo que todo poeta se guarda y mues- tra cuando es necesario, dice que el mundo académico trata las obras de arte como si fueran esquemas, en lugar de lo que son, testimonios de vida.Vida vivida o fingida, el poema es una forma orgánica -esta es una de sus aportaciones más interesan- tes-, el poema tiene un orden pro- pio e intrínseco que nace del caos, no es el resultado de pensar, sino de sentir, de mostrar las percepciones mediante el lenguaje. En el ensayo “Poesía y supervivencia” dice: “La poesía tiene la función de remover la conciencia y articular emociones para las personas que no tienen el don de la expresión/…/ Cantar el asombro -exhalar la alabanza y la celebración- es tan fundamental en cuanto impulso como alimentarse”. Otro aspecto interesante de estos ensayos se encuentra en el des- montaje de la mitología que rodea la biografía de poetas suicidas nor- teamericanas como Sylvia Plath y Anne Sexton. El impulso autodes- tructivo coexiste con el destructi- vo, pero no debe ser un ejemplo el suicidio para llegar a ser un buen poeta. La relación entre la política y la vida de Sexton se comprende a la luz de las represiones que caían sobre la mujer norteamericana de los sesenta, lo importante es ser ca- paz de separar la obsesión con la muerte de la propia depresión. De alguna manera responsabiliza a su público, a las personas que “alen- taron esa incapacidad”. El disfrute que produce la lectura de estos ensayos se manifiesta nueva- mente ahora que los he releído des- pués de su publicación en 2017. Nada nos hacía augurar la pande- mia que llegó en 2020 y que pro- bablemente se quede durante un tiempo con nosotros. Auguro cam- bios importantes en torno al poema en todas sus dimensiones éticas y estéticas, y buena parte de ello está en los hilos de estos ensayos de los que podemos tirar para ir constru- yendo nuevas tramas que dejarán, sin duda, muchos tejidos actuales fuera de uso. Concha García Vaso Roto Fisuras. Madrid, 2017
  • 8. El Corredor Mediterráneo / Página 8 LA DINÁMICAVISUAL EN EL ARTE PLÁSTICO Por Miguel C. Zupán Si analizamos con simplicidad, dejando escuelas y as- pectos teóricos en la expresión plástica, incorporando de manera global aquellos medios que empleados por el artista provocan, queriéndolo o no, determinados efectos visuales, táctiles y de movimiento que al espectador pue- den responder o ser absorbidos por preconceptos, goces estéticos o predisposición visual (mirada fugaz, detenida, reflexiva, comparativa, ángulo e iluminación correctos o mal ubicados, al cumplir el papel de observador y con- templador). La ansiedad, la superficialidad, la predisposi- ción, hacen más de una vez una valoración escasa en la importancia o goce estético, ocasionando un cambio en la nueva experiencia con la misma obra y en el mismo sujeto que experimenta. Rescatando de manera amplia los recursos más impor- tantes que accionan en el complejo senso-perceptivo, tendremos en primer lugar: “la escala”, con ella hace- mos referencia al tamaño, espacio y lugar que ocupan las obras o pinturas, y que mejor ejemplo que los frescos de la Capilla Sixtina cuyas dimensiones son: 40,94 metros de largo, 13,41 metros de ancho y 20,70 metros de alto. Otra obra que comparte el mismo concepto, es decir, a la escala en razón del espacio empleado es la pintura de David que lleva por título: “La Consagración de Napo- león” y sus medidas son 6,10 m x 9,31 m (ancho y alto) obra expuesta en el Louvre de París. La llamada pintura “La encajera” de Vermeer puede integrarse al grupo por cuanto sus medidas son 0,24 x 0,21 cm y expresa un recurso reducido del espacio, opuesto a las obras ante- riores. El tamaño de las obras “escala” está ocupando un recurso denominado “espacio”, agente actuante en obras figura- tivas y abstractas, siendo protagonista importante en estas últimas. Para ello podremos recurrir a las llamadas “com- posición” cuyos autores son Paul Klee y Piet Mondrian. Opuestos a esas tendencias “la figuración” brinda en muchos autores el medio expresivo referente al mundo de las formas cotidianas. Como ejemplo citaremos a la pintura de DaVinci: “LaVirgen, el niño y Santa Ana”. En la misma expresión, pero con ubicaciones libres Chagall nos brinda: “Yo y mi aldea” Yendo hacia el espacio abierto, al aire libre como prota- gonista, también el “espacio” está actuando como en el caso del cuadro: “El mediodía” deVan Gogh o en el “Ca- nal Grande, Ponte Rialto de Canaletto, en la inundación en Port-Marly de Sisley, “El molino” de la Galette de Au- guste Renoir, “la libertad guiando al pueblo de Delacroix También el “espacio” es el medio o recurso para los per- sonajes actuantes que se desenvuelven en él, sea el caso de: “la balsa de la Medusa” de Géricault, “El amor y psi- quis” del pintor Picot o la llamada “Jugadores de cartas” de Paul Cézanne, el espacio en este ejemplo se reduce por la proximidad de los actuantes, al igual que la pintu- ra: “la comida” de Paul Gauguin. Hay otros aspectos para destacar como protagonistas o estructuras de las obras y no faltará ocasión para echar mano y citarlas dentro del disfrute y comprensión de esta manifestación del espíritu y la sensibilidad. La Columna