Tiene como propósito introducirte al pensar filosófico desarrollando tres temas fundamentales: el pensamiento como actividad humana, que trata de caracterizar, desde una perspectiva antropológica, la naturaleza del pensamiento humano; tipos de pensamiento; tiene la intención de distinguir el pensamiento filosófico con otras formas de pensamiento como el mítico, el mágico, el religioso y el científico; pensamiento filosófico, que nos ha llevado a desarrollar un breve bosquejo histórico que dé cuenta de sus problemáticas, corrientes y filósofos representativos.
Desarrollo de las preguntas sobre Comprensión del hombre a través de la historia, para el curso de Antropología, con la profesora Nancy Estela Salazar, de la Universidad Santo Toribio de Mogrovejo
La religión como respuesta a la pregunta por el sentido de la vida. La religiosidad como dimensión humana. Lo sagrado y su manifestación en distintas culturas
Taller practico artistico - filosófico cuartos medios
Csv antropologia que es el humanismo
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Profesor Martín De la Ravanal G.
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¿Qué es el humanismo?
El humanismo es una corriente cultural y filosófica que coloca en el centro
de su reflexión al ser humano, quien no sólo el objeto de estudio más
admirado y complejo, sino también es afirmado como la fuente de todo
conocimiento y sentido de la vida. El humanismo afirma que la fuente de toda
sabiduría está en el mismo ser humano, no fuera de él, aunque esto no signifique
negar una búsqueda de trascendencia. Si todo conocimiento parte del ser
humano, todos los saberes apuntan y están conectados con el ser humano. Un
humanista pretende responder qué o quién es el ser humano. Si le importa
responder las preguntas sobre la Naturaleza, el lenguaje, Dios, la historia, la sociedad, etc. es porque
queremos entendernos mejor, la búsqueda de conocimiento es, finalmente, un esfuerzo de
autoconocimiento.
Hay humanismos en distintas épocas y con distintas creencias, pero siempre centrados en el hombre. Esto no
siempre fue así; por mucho tiempo las sociedades y civilizaciones antiguas habían puesto su centro en los
dioses, en las fuerzas mágicas, en la Madre Naturaleza, etc. Los seres humanos poco y nada valían. Durante
el siglo VI a. de Cristo, los griegos, instalados en sus ciudades - estados, desataron la primera revolución
cultural humanista, cuyo personaje más destacado fue Sócrates. Este filósofo tomó como guía la frase
“conócete a ti mismo” inscrita en la puerta del Templo de Delfos, dedicado a Apolo, dios de la luz, la justicia y
el entendimiento. La filosofía sería una práctica dedicada a la mejora del ser humano, producto de la
exploración de sí mismo, en todas sus facetas, pero siempre utilizando nuestra parte más privilegiada: la
razón (o como la llamaban los griegos “el logos”).
Para Sócrates y su famoso discípulo, Platón (y el discípulo de éste: Aristóteles) el
ser humano no era ni el creador de todo, menos el ser más poderoso, ni tampoco el
más sabio. Sin embargo, era el único ser inteligente que podía comprender el orden
y armonía del cosmos, a través de su pensamiento y palabra. En esta afirmación
consiste en humanismo de los griegos: el ser humano es capaz de comprender la
verdad, la belleza y el bien que existe en el mundo, y en tanto da cuenta de ese
orden (que no ha creado él) puede, también, ajustarse a él y vivir en armonía.
El lugar del hombre en el mundo, ante sus dioses, ante las leyes, ante la familia, en
la política y la religión fue reflexionado con mucha profundidad, revelando no sólo los aspectos luminosos,
sino también los excesos, la locura, la crueldad, el sufrimiento y la muerte. Esta búsqueda y amor por lo
humano se manifestó no sólo en sus pensamientos filosóficos, sino también en su arte; en su poesía,
arquitectura y escultura, en sus dramaturgos, historiadores y políticos, que elaboraron discursos y obras que
aún emocionan y conmueven. Todo ese legado cultural fue difundido y aprovechado, posteriormente, por
macedonios y romanos. Por eso es que la filosofía, el arte y la mitología griega se consideran “clásicos”,
pues perduran en el tiempo, no envejecen y aún aprendemos de ellos.
Fue esa cultura la que se recuperó a finales de la edad media, especialmente en el
periodo llamado “Renacimiento”. La riqueza de la cultura griega se convirtió en un ideal
educativo, la humanitas, que buscaba preparar al hombre para llegar a ser educado y
libre, mediante un diálogo con los “grandes” del pasado. Durante el Renacimiento, el
hombre europeo vuelve a confiar en sus capacidades propias, en su razón como medio
para conocer y dominar la naturaleza, la historia y su propia esencia. Se va a comenzar a
consagrar la separación entre el ser humano y Dios, entre razón y fe, entre el
ciudadano y la iglesia, lo que va a ser una de las características más importantes de
la época moderna.
El humanismo moderno se alimentará de la naciente ciencia moderna y esto aumentará su confianza
antropocéntrica. Los estudios de Copérnico, Kepler, Galileo (y posteriormente Newton y otros) describían
la naturaleza como un objeto con propiedades más o menos objetivas, y regido por leyes naturales y
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HUMANISMO – GUIA DE LECTURA, REFLEXIÓN Y ANÁLISIS – SEGUNDO TRIMESTRE 2013.
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mecánicas. La ciencia moderna desechó la idea de que el mundo natural estaba
dominado por fuerzas misteriosas o mágicas, y cada vez menos necesitó de hablar de
Dios para entender el entorno. El universo ya no sería considerado un conjunto
armonioso, bello y justo, sino más bien el resultado de fuerzas físicas, mecanismos de
causa y efecto, choque de partículas, probabilidades y azares, que podían ser
estudiadas mediante el uso de la matemática, la lógica, la experimentación y los
nuevos instrumentos científicos (como el telescopio). El ser humano se halló
solitario en un universo mucho más amplio y complejo de lo que se había imaginado,
dotado de un poder enorme para dominar la realidad: su razón o inteligencia. La aplicación de la razón a los
distintos aspectos de la vida, como la economía, el gobierno, la educación, los negocios, etc. darán lugar a un
proceso de racionalización, que significará, a la larga, que los mitos, la magia, la fe, las supersticiones, las
costumbres y los dogmas vayan retrocediendo ante los poderes de la inteligencia. Por otro lado, aparecerá la
tentación de comprender al ser humano desde un punto de vista estrictamente basado en la observación de la
naturaleza y en los hechos científicos. Esta tendencia se conocerá como naturalismo.
Basado en esa confianza, René Descartes, pretenderá usar la razón para buscar un
nuevo fundamento del pensamiento humano, uno que sea tan exacto y evidente
como las verdades matemáticas. Para llegar a esa certeza, utilizará la duda, y el
resultado será que se dará cuenta que lo único que no podemos dudar, es que el ser
humano es un ser que piensa, es decir, que tiene una mente con pensamientos que
se pueden analizar, mezclar, separar, probar, negar, etc. Así, concluirá, toda verdad
tendrá que sostenerse en la propia conciencia del hombre, ya no podremos decir
que la verdad está “allá afuera” esperando a ser revelada o descubierta.
Toda la filosofía, después de Descartes, será antropocéntrica, humanista, en el sentido que no puede
omitir la actividad del sujeto humano pensante. Por lo tanto, Descartes inaugura tanto una nueva
definición de la verdad a partir del hombre, como una actitud de crítica que será típica de la modernidad. El
resto de los filósofos posteriores, tratarán de mostrar por qué y cómo los conocimiento puede ser
considerados son válidos, ya sea basándose en las sensaciones que capta nuestra mente (tal como
afirmaban los filósofos empiristas: Locke y Hume) o en las ideas y razonamientos del entendimiento (tal
como afirmaban los filósofos racionalistas: Spinoza y Liebniz).
Durante la época moderna se desarrollo un
tipo de humanismo especial, que tendrá una
influencia mayúscula en la política: nos
referimos al liberalismo. Los filósofos
liberales, como Locke y John Stuart Mill,
plantearán que los seres humanos son
individuos, cada uno separado y distinto de
otro, que poseen derechos y libertades que no dependen de su pertenencia a un país o su obediencia a un
gobierno. Hablarán de que existen derechos naturales, es decir, derechos que son válidos para todos los
individuos desde su nacimiento y que colocan límites al poder del gobierno sobre las personas. Al menos
filosóficamente, argumentarán que los seres humanos son iguales en su dignidad desde el nacimiento.
Este pensamiento tendrá mucha influencia en la Ilustración del siglo XVIII, y en la misma época, Juan
Jacobo Rousseau hablará de que el ser humano es libre por naturaleza, que tiene la capacidad natural de
distinguir el bien y el mal y de ser sensible a la belleza. El ser humano, a diferencia de los animales, sería
capaz de usar su libertad para perfeccionar su propio ser, lo que sería la base de la educación. Rousseau,
que a diferencia de los racionalistas confiaba más en los sentimientos que en la razón para los asuntos de la
moral. Este será un punto de partida para el filósofo alemán Immanuel Kant, quién coincidirá con él en que la
base de toda moral es la libertad, pero, a diferencia del primero, considerará la razón
como la única base para lograr una moral auténticamente buena.
La filosofía de Kant colocará, por una parte, al ser humano como fuente de toda
la experiencia de verdad, y, por otra, como el único ser que puede llamarse
“libre” y “racional” en el terreno de la moral. Para él, la experiencia de la verdad
consistirá en una mezcla entre las sensaciones sin forma que provienen del mundo
exterior y las formas puras que le impone la mente humana, que son el espacio y el
tiempo. Dichas formas estarían en todos los seres humanos y harían posible una
“síntesis” entre lo sensorial y la parte racional que ordena toda experiencia. En cierta
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forma, la verdad y el sentido serían “construidos” por el ser humano.
La moral consistiría en nuestra capacidad para seguir la ley de nuestra conciencia, el sentido del deber, que
está por encima de los instintos, simpatías, intereses y pertenencias que nos separan como individuos. El
deber moral nos exige respeto y consideración por los seres humanos, los que son considerados como
libres, igualmente dignos y respetables más allá de todo color de piel, sexo, religión o diferencia económica.
Para tener una moral de este tipo, universal y pura, debe estar motivada de forma totalmente
desinteresada, y eso supone que nuestra libertad nos permite ir contra los instintos naturales y las influencias
sociales para determinarnos autónomamente.
Desde Kant, el mundo cultural del ser humano (o sea, la ética, los valores, el derecho, la política, y la vida
pública) será visto como un producto de un sujeto libre y racional. El sentido de la vida y de los valores
comenzó a ser considerado una creación hecha por y para los seres humanos.
Durante el siglo XIX la modernidad se convirtió en una revolución de la economía, mediante la revolución
industrial y el capitalismo, y en una revolución política, mediante los nuevos estados y democracias
representativas europeas. Algunos filósofos, como Hegel, creyeron ver que la historia humana, a pesar de
las guerras, las plagas y los crímenes, tenía una clara dirección hacia un mundo y sociedad más luminoso,
más racional, más libre, con mayor conocimiento y bienestar material para los individuos. Esta fue la
ideología del progreso, que promovieron las ricas y prósperas naciones industrializadas como Inglaterra,
Alemania, Francia, etc. que, para fines del siglo XIX, se habían transformado en grandes Imperios con
colonias en todo el mundo.
Sin embargo, no todos los filósofos fueron tan optimistas
respecto a la razón y sus resultados en la historia. Hay tres
nombres claves que perfilan un tipo de humanismo distinto, más
crítico y principalmente ateo. Estos son Nietzsche, Marx y
Freud.
Nietzsche fue un filósofo alemán que protestó enérgicamente
contra el racionalismo y la moral universalista que nace con el
cristianismo. Para él, lo que define al ser humano no es la razón
sino la vida concreta de cada uno, que es principalmente
irracional. Lo que constituye la vida son los deseos e impulsos que pueblan nuestro cuerpo y emociones, y
que generan una perspectiva distinta en cada persona, en cada cultura, en cada época. A su juicio, la verdad
“objetiva” y la moral “desinteresada” no son más que engaños y mentiras: toda verdad es una interpretación
y toda moral es interesada, pues lo que hay detrás de toda verdad y moral es una voluntad que quiere
imponerse. Los grandes ideales de la verdad y la moral han sido una invención de Platón y del cristianismo, la
idea de que el sentido de la vida reposa sobre algo firme, eterno e inamovible (como el cosmos, el reino de
las ideas, o en Dios) es falsa: no hay ninguna razón para pensar que el mundo o la vida humana tienen
un sentido en sí mismos. Bien podrían no tener ningún sentido. Y a pesar de que el ser humano es el único
que puede interpretar y dar sentido a su vida, ese sentido siempre es relativo, particular e inevitablemente
finito. Debemos aceptar que todo deviene, que nada es eterno, concluye Nietzsche.
El hombre occidental ha empezado a dar cuenta del fin de la creencia en la razón
objetiva, a través de lo que Nietzsche llamó el nihilismo. A medida que avanza la
sociedad moderna, se seculariza el mundo, es decir, deja de apoyarse en la religión.
Ni la medicina, ni la física, ni la economía o la política requieren ya de la idea de Dios
para funcionar. Los grandes ideales por los cuales la gente estaba dispuesta a
sacrificar su vida (ya sea la búsqueda de la verdad, la justicia, la patria, la revolución
etc.) van perdiendo cada vez más su valor, revelando que, en el fondo no hay ni
verdad eterna ni justicia divina; que no hay, al final de cuentas, un “sentido”
trascendente para la vida. Nietzsche explica que estamos inmersos en una “crisis”
cultural, justamente porque esos Grandes valores e ideales se erigieron negando la riqueza de la vida
concreta. No obstante, el ser humano, a pesar de haber “perdido a Dios”, puede crear nuevos valores, unos
que no se afirmen en la negación de la vida, en la represión de los impulsos, creatividad y deseos. A su juicio,
hay que acostumbrarse a vivir entre verdades relativas y entre múltiples formas de interpretar las cosas. Estas
ideas serán muy importantes para la corriente posmodernista.
Carlos Marx también atacará algunas de las ideas modernas heredadas desde Descartes. En su filosofía, el
ser humano está lejos de ser definido, en primer lugar, desde su pensamiento abstracto. Todo lo
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contrario el ser humano se define por lo que es su vida material, su conciencia
es un fenómeno derivado de las relaciones que establece con la naturaleza, a
través del trabajo, y con los otros, por medio de las relaciones productivas de
cada sistema económico. Este es el famoso materialismo histórico de Marx
(opuesto al idealismo moderno): la vida concreta no es producto de las ideas,
sino que las ideas vienen de la forma concreta en que trabajan y se organizan
económicamente los sujetos en cada sociedad.
Para Marx, era un error pensar que somos individuos independientes de nuestra sociedad, al revés,
somos un producto de nuestra sociedad, de la forma en que ella está organizada para conservarse y
reproducirse en el tiempo a través de las relaciones que se tejen en torno al trabajo. Marx, por lo tanto, juzga
que el sentido de la vida está relacionado con la praxis concreta, con lo hacemos en el trabajo. No habría un
sentido superior, fuera de la historia, y al margen de la organización de la sociedad. Toda religión, a su juicio,
consiste en desconocer que cada sociedad crea un tipo de conciencia y un tipo de Dios al que adorar. Dios
por lo tanto es, a lo sumo, una creencia, una ideología, nos dirá.
Según Marx, el verdadero sentido del trabajo es satisfacer las necesidades
de los individuos y además permitir la realización personal. El capitalismo
destruye ese sentido y lo transforma en una mera forma de ganarse la vida
intercambiando el trabajo por un sueldo, y dejando el producto del trabajo no en
manos de quienes lo producen, los trabajadores, sino del dueño de la fábrica, el
burgués capitalista. Esta separación entre el trabajador y su actividad es
llamada por Marx “alienación” y quiere decir, básicamente, que los productores
ya no se reconocen en su trabajo: no son dueños de su actividad ni disfrutan de
lo que crean, por lo tanto no poseen una vida propia.
Cada sistema económico dominante, en cada época, produce una ideología, un modo de pensar, que es
reflejo de cómo ven el mundo las clases dominantes y en función de principios que les acomodan. En cada
momento histórico, las clases dominantes son las que manejan la economía, controlando los medios de
producción. Las clases dominadas, viven, de cierto modo, engañadas para que los dominadores sigan
sacando ventajas del trabajo que estas realizan. Para esto, la educación, los medios de comunicación, la
cultura, la política, formarán una superestructura ideológica destinada a ocultar la realidad de la
dominación, y para hacer pensar que ésta es natural y razonable. La función de la ideología es distorsionar la
realidad para que no aflore la realidad de la sociedad: la lucha de clases.
Sigmund Freud también sustenta que todo sentido viene del ser humano,
pero también afirma que ese sentido no siempre es racional (casi nunca lo
es) y que vivimos presos de ciertas represiones sobre nuestra mente que
nos amoldan a la sociedad. El padre del psicoanálisis dice que nuestra mente
está lejos de ser unas aguas tranquilas y transparentes, sino que nuestro
pensamiento es fruto de múltiples impulsos y fuerzas psíquicas
relacionadas, casi todas ellas, con la sexualidad. Estos impulsos se
desarrollan desde lactantes y, generalmente los deseos que chocan con la
necesidad de afecto, dependencia y apego que sentimos hacia los adultos
que nos crían, serán reprimidos y olvidados en lo que Freud llamó el
“inconsciente”. Todos nuestros sueños, fantasías, actos involuntarios, obras
de artes, olvidos, obsesiones y miedos expresarían estas fuerzas contenidas
por la necesidad de adaptarnos a la realidad y por la moral básica que
aprendemos de los padres. Lo que seríamos como adultos, sería el resultado
de las experiencias infantiles, de las relaciones con nuestros padres, de nuestro afán de acercarnos a ellos y
proyectarnos desde ellos. El precio de adaptarnos a la sociedad consiste en reprimir parte de nuestro ser,
sobre todo aquello que nos produce placer, y de adoptar la moral externa. Pero, una represión excesiva tiene
como consecuencia la aparición de psicopatología y trastornos.
Por otro lado, dice Freud, toda la civilización humana funciona con un principio de represión. Contra lo que
pensaban los ilustrados modernos, la cultura y el progreso no han significado mayor felicidad, ya que ni la
sociedad ni la cultura tienen como objetivo procurar mayor felicidad a los sujetos. En un principio, dice, Freud,
debe haber primado en las sociedades un tipo de libertad total, sin reglas ni leyes. El primer padre, acaparó
para sí todos los recursos y todas las mujeres, lo que desató la envidia de los otros hombres y su asesinato.
El complejo de culpa habría llevado a la necesidad de aceptar la ley como una forma de compensar el
crimen cometido. Así como aprendemos a ser buenos gracias a un complejo de culpa inducido por los
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adultos, la sociedad habría aprendido a seguir las leyes por razones similares. El problema reside en que la
sociedad puede convertirnos en individuos decentes reprimiendo nuestros impulsos que buscan placer. La
falta excesiva de placer hace que la vida carezca de sentido, la falta de sentido provoca, finalmente, el
malestar.
Estos filósofos comenzaron a detectar que se venía una crisis inminente en la
cultura, en la economía y en la psicología del hombre moderno. El punto culmine
de esta sensación se dará con las dos guerras mundiales, que mostraron,
con hechos, lo equivocado que estaban los optimistas filósofos modernos
con su fe en la razón y en el progreso. En ese ambiente de crisis y angustia
surge un nuevo tipo de humanismo: el existencialismo. Un gran exponente de
este pensamiento es el filósofo, novelista y dramaturgo Jean Paul Sartre.
El existencialismo es la filosofía que parte de la existencia, no de la esencia.
Esto significa admitir que el ser humano no puede definirse por algo esencial, que no tiene una naturaleza
prefijada, ni que, tampoco, responde a un plan o destino divino. El ser humano es lo que hace con su
existencia, es decir, se hace a sí mismo a partir de sus decisiones, de sus elecciones, de su libertad. No es
algo acabado o con un plan ya trazado, es un proyecto que se va haciendo a fuerza de las decisiones que
tomamos sobre las múltiples posibilidades que se nos dan y que desplegamos. Cada uno es, entonces,
responsable último y final de lo que resulta ser su vida. Aunque la biología, la sociedad o la historia nos
determinen, siempre podemos hacer de nosotros otra cosa radicalmente distinta.
El existencialismo reconoce entonces que el hombre es el único que puede
darle sentido a su vida, que fuera de él no hay nada que tenga sentido o
significado. Además nos dice que no hay un concepto o idea sino que cada
existencia se define a sí misma, y es singular e irrepetible. Al tomar conciencia del
peso irrenunciable de nuestra libertad, y de la inescapable responsabilidad que nos
compete, nace la angustia. Cada ser humano es finito, es decir tiene un tiempo
que acaba con la muerte y está en una situación que no se va a volver a dar. Por
ello cada decisión es un acto de compromiso, donde no hay garantías absolutas: no
sabemos si estamos completamente en lo correcto, ni si nos irá bien. Sin embargo
no comprometerse, o decidir no decidir, es ya una forma engañosa de elegir. Pensar
que actuamos obligados por la necesidad, es actuar de mala fe. Estamos condenados a ser libres dice J.
P. Sartre.
Otros existencialista francés, Maurice Merleau – Ponty afirma que el ser humano tiene un tipo de existencia,
en primer lugar, corpórea (somos, antes que todo, un cuerpo viviente) y situacional (siempre estamos en un
momento histórico que nos condiciona). La conciencia y el mundo son para él como una sola unidad, no hay
conciencia sin un mundo que referirse, no hay mundo sin una conciencia que lo perciba. El ser humano es
una conciencia encarnada en un cuerpo, y arrojada en la historia. La percepción es en principio pura
exterioridad: el mundo, los otros, la naturaleza, mi cuerpo aparece como algo allá afuera, independiente de
mí. Mi conciencia trasciende (va mas allá) en el mundo que me rodea, yo soy mi forma de percibir el mundo,
mi forma de relacionarme con los demás, la forma en que siento y me muevo con mi cuerpo. No somos nubes
solitarias de pensamiento, encerradas en sí mismas, somos seres sociales, de carne y hueso, que hablamos
y tenemos emociones unos con otros, y por medio de ellas, nos convertimos en personas. Maurice Merleau
Ponty rechaza apelar a Dios como forma de trascendencia, pues si Dios realmente existiera la libertad
humana no tendría sentido.
Dentro del panorama de crisis del siglo XX, surgió una alternativa al humanismo
ateo: el humanismo cristiano. Su punto de partida fue el reconocimiento de que la
sociedad había cambiado y que el ser humano enfrentaba problemas nuevos
(injusticia social, pobreza, guerras, psicopatologías, deshumanización, deterioro
ecológico, etc.) Pero, para los humanistas cristianos, la concepción antropológica
cristiana representaba valores que podían aportar a la solución de ese dilema.
El humanismo cristiano surge como una respuesta a las ideologías políticas del
siglo XX, en particular el nazismo, el comunismo y el capitalismo individualista.
Los sistemas políticos creados por los comunistas y los nazis, los llamados,
totalitarismos, se declaraban ateos, rendían culto al poder o al partido y desconocían la dignidad de la
persona humana. Por otro lado, el capitalismo individualista, si bien respetaba la libertad del ser humano,
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reducía sus intereses a la obtención de bienes materiales (sociedad del consumo) sin nada más elevado o
humano por qué luchar.
El humanismo cristiano parte del valor sagrado y absoluto de la persona humana, que no puede
sacrificarse en nombre de ningún sistema económico o político. No obstante, la humanidad por sí sola no
puede salvarse: requiere de Dios y la iglesia como verdades permanentes que no debemos perder de vista.
Las ideologías políticas de izquierdas y derechas extremas se basan en una visión de la sociedad como
conflicto, el humanismo cristiano apunta, en cambio, a la paz que sólo es posible si existe, previamente
justicia y solidaridad entre las personas y naciones.
Jacques Maritain, filósofo católico francés, sostuvo un humanismo integral que partía de
la base de ver al hombre como un ser en apertura. Esto quiere decir que nadie se basta
a sí mismo, vivir consiste en la experiencia de conocer a un otro, ya sean las demás
personas o Dios mismo. Una de las muestras de eso, es que necesitamos amar y
entregarnos a otros para ser plenos. No somos individuos aislados, somos siempre una
comunidad de personas ligadas entre sí, que sólo pueden desarrollarse gracias a vivir en
sociedad. Por eso mismo, la democracia combina el respeto por la libertad del individuo
con el sentido de co- responsabilidad de unos con otros.
Según otro filósofo, Gabriel Marcel, el ser humano puede desarrollarse en dirección al ser o al tener. En la
medida en que nuestra vida está basada en las relaciones personales y en la comunidad con los demás,
crecemos en dirección al ser. En la medida en que nuestra vida gira en torno a las cosas, desnaturalizamos a
las personas, es decir, las utilizamos, las manipulamos, las poseemos buscando acumular egoístamente
nuestro “tener” (poder, riqueza, fama, etc.). El amor es lo que puede hacer que el yo
y el tú se fundan en un “nosotros”, y el amor que une a todas las personas, es el
amor de Dios. El hombre solo se descubre en profundidad cuando reconoce a Dios.
Antes de Maritain y Marcel, Edith Stein, filósofa y monja carmelita, asesinada por
los nazis en el campo de concentración de Auschwitz, había hablado en términos
similares del ser humano como un ser que no está hecho por sí mismo ni es
autosuficiente. Nunca podemos responder completamente de dónde venimos ni
hacia dónde vamos. La única seguridad plena que se ofrece al ser humano es
entregarse a Dios.
Emmanuel Mounier desarrolló el personalismo cristiano, que es la doctrina ética y política que coloca a la
persona humana como valor central de todo pensamiento económico o político. Las sociedades modernas se
han masificado, al punto de la deshumanización y la mecanización de todo. La
persona sólo se desarrolla a través de lo que hace, es decir, de sus actos: si esos
actos son de entrega, la persona se vuelve más auténtica, se posee realmente a sí
misma.
Quizás el humanista cristiano más difundido es Karol Wojtyla, más conocido como
Juan Pablo II. Su reflexión se centra en la figura de Cristo: la historia y la sociedad
debiese apuntar a seguir el ejemplo de Jesús, en el sentido de vivir en la entrega a
los demás. Vivimos en un mundo paradójico: hay sobre abundancia de riquezas
materiales pero mucho egoísmo e individualismo, que no logra repartir lo que
hay con generosidad y justicia.
Juan Pablo II insiste que las filosofías e ideologías del siglo XX son incompletas y falsas porque excluyen a
Dios y cualquier idea de trascendencia. El hombre que no reconoce su dimensión espiritual y trascendental
no logra conocerse a sí mismo ni vivir una vida realmente buena.
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PREGUNTAS DE ANÁLISIS Y REFLEXIÓN. Reúnanse en equipos de tres a
cuatro personas (máximo) y contesten las siguientes preguntas de
reflexión.
1) ¿Qué pensabas que era el humanismo antes de leer este texto? ¿cómo lo
podrías definir integrando la lectura hecha?
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2) Al juicio de ustedes ¿Está en crisis en ser humano, actualmente? ¿Cuáles son los
problemas que nos trae esta crisis?
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3) ¿Qué ideas del humanismo te parecerían interesantes y útiles para resolver los
problemas que enfrentamos como sociedad?
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4) ¿Qué rescatarías y qué desecharías de las posturas del humanismo ateo y
humanismo cristiano?
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