Este documento resume la curva de Lorenz y el índice de Gini, que miden la desigualdad económica. La curva de Lorenz muestra cómo se distribuye la riqueza o los ingresos entre la población, y cuanto más alejada esté de la línea de igualdad de 45 grados, mayor será la desigualdad. El índice de Gini, que va de 0 (igualdad total) a 1 (desigualdad total), calcula el área entre la curva de Lorenz y la línea de igualdad. El documento analiza los í
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LORENZ, GINI Y SUS PROYECCIONES EN ESPAÑA.
Manfred Nolte
La desigualdad económica, esto es la distinta participación de los ciudadanos en la renta
generada y en el stock de riqueza acumulado en la economía es un hecho tan notorio
como determinista. Es sabido que las 85 personas más ricas del mundo acumulan una
riqueza equivalente a la de las 3.500 millones más pobres. Pero esa descomedida
estadística no debería implicar condena sin mayor análisis y debate. No debe asumirse
tal realidad con un talante fatalista siendo, como es, la desigualdad un concepto relativo,
a diferencia de la pobreza que es un concepto absoluto y determinante. No hay sujeto
económico que haya llenado más páginas escritas ni haya consumido más bits de
memoria que el de la igualdad. Ni que haya despertado mayores controversias.
En 1906, Max Otto Lorenz, un economista estadounidense desarrolló en un
circunstancial ensayo universitario la curva que lleva su nombre, aunque el celebérrimo
término de ‘curva de Lorenz’ fue acuñado por Willford I. King en 1912. Si en un
cuadrilátero trazamos una recta de 45%, dicha recta (línea de igualdad) arrojará valores
idénticos en las proyecciones a sus dos ejes. Si los ejes representan en horizontales a la
población de un país o región, y en el eje vertical la renta nacional disponible, dicha recta
representará un lugar geométrico ideal donde cualquier porcentaje de población
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obtiene idéntica proporción de renta. O sea, el 30% de la población obtendría el 30% de
la renta y el 80% de la ciudadanía alcanzaría el 80% de la renta: un mundo ideal
absolutamente simétrico en su participación en el producto social.
Pero Lorenz, en su sencilla y trascendental curva, advierte que la distribución de la renta
o la riqueza no reviste la forma ideal y utópica señalada, sino que desfila por debajo de
ella, señalando que, por ejemplo, el 60% de la población solo obtiene el 30% de las
rentas del sistema. Cuanto más alejado se halle el abdomen de la curva del idealismo de
la recta de 45 grados, mayor será la desigualdad que cerque al país o región en cuestión.
Integrando los valores que las curvas de Lorenz dibujan separándose de la recta ideal de
45 grados de máxima igualdad (en sentido estricto se computa el cociente que relaciona
el área entre la curva de Lorenz y la diagonal y el área total bajo la diagonal),
obtendríamos algo así como el stock de desigualdad del país, que, posteriormente, el
estadístico italiano Corrado Gini bautizó con el nombre de índice de Gini.
En consecuencia, a mayor valor cardinal del índice de Gini, mayor representación de
desigualdad en el país evaluado y a la inversa. El índice de Gini es un número entre 0 y
1 (o 100) que representa el grado de desigualdad en la distribución de ingresos o riqueza.
Cuanto más cercano a 0, mayor es la igualdad, y cuanto más cercano a 1(o 100), mayor
es la desigualdad. Para Naciones Unidas, un Coeficiente de Gini superior al 0,40 es
alarmante porque indica una polarización entre ricos y pobres difícil de asumir por la
sociedad. Encabezan, tristemente, la clasificación mundial del índice de Gini, Sudáfrica
(63), Namibia (59) y Zambia (57), seguidos por hasta 20 países africanos, además de
Colombia (54), Costa Rica (49) o Brasil (48,9).
Islandia (23,6), Eslovaquia (23,7) y Noruega (23,9) son los países con índices de Gini más
bajos, representativos de una mayor equidad. Alemania (28,8), Reino Unido (33,5),
Francia (29,6), Italia (32,7), Portugal (32), Estados Unidos (39,8), Japón (32,9) o China
(37,1), transitan entre los mejores y los peores. A finales de 2022, España registraba un
índice de 32, muy similar al de 2008 (32,4) erigiéndose en el mejor de la serie en el
periodo de los últimos quince años. El peor registro corresponde a 2015 con 34,6.
El debate sobre la desigualdad registró en España momentos de renovada tensión con
el empeoramiento de las condiciones de vida de numerosos hogares durante la Gran
crisis, con mayor paro y una demanda precaria. Luego, las políticas de austeridad
ahondaron la brecha, especialmente sobre aquellos colectivos situados en la parte baja
de la distribución. Una recuperación económica errática, que apenas ha alcanzado
décimas de crecimiento en el periodo, ha cronificado las vulnerabilidades del tejido
social. De hecho, España sigue siendo uno de los países europeos con mayor desigualdad
de rentas, evidenciando la incapacidad de nuestro estado del bienestar para superar
este estigma, a pesar del meteórico crecimiento de la deuda pública, consecuencia de
repetidos déficits públicos discrecionales y anticíclicos.
Hay que puntualizar el concepto de renta disponible compuesto por ingresos propios
tanto del trabajo, como de pensiones u otras propiedades, a los que se añaden
prestaciones sociales en efectivo, descontando los impuestos sobre la renta de las
personas físicas y sobre el patrimonio, así como las cotizaciones sociales a cargo del
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trabajador. Se comprende que, sin ayudas sociales, los índices de Gini traducirían
resultados aún más desiguales.
Según averiguaciones de FUNCAS, se advierte en nuestro país una disminución de la
desigualdad en la segunda mitad de los años ochenta y su posterior estabilización
durante los noventa, con una ligera caída al final del decenio que, sin embargo, se
invierte en los primeros años del nuevo siglo. La etapa de expansión económica, 1994-
2007, se inicia y termina con indicadores de desigualdad prácticamente iguales. Aunque
la crisis Covid dio lugar a un repunte del índice de Gini hasta 33,0, hemos vuelto a valores
de 32,0, una vez normalizada la actividad económica y el empleo, y el refuerzo de algunas
medidas de protección social, como el ingreso mínimo vital y otras.
Aunque de lo dicho se infiere que estamos en la media de los países desarrollados de
nuestro entorno en materia de desigualdad no puede dejar de aludirse a los elementos
básicos que la influencian. El más significativo, como factor redistributivo, es la ausencia
de un sistema fiscal justo que actúe como estabilizador automático y financie un estado
del bienestar suficiente. Un sistema fiscal injusto debe corregirse, como debe ponerse
fin a la hemorragia financiera y al robo que provocan la corrupción, la evasión fiscal y los
flujos ilícitos de capitales. Hay que analizar igualmente la distribución de la inversión y
del gasto público, cuando estas se rigen por criterios de conveniencia o de pacto y unos
grupos o regiones disfrutan de mayores inversiones en salud o educación, o mejores
infraestructuras, en energía y comunicaciones. En materia de emprendimiento autónomo,
la capacidad de iniciar y hacer crecer negocios puede estar sesgada por factores como el
acceso al crédito y la infraestructura. Capítulo creciente es la existencia de una brecha
digital, producida por la distinta oportunidad de acceso a la educación digital, como
renglón particular de la educación en general. Y finalmente, aunque sin ánimo de agotar
todas las razones, la desigualdad de género, y la discriminación racial y étnica resultado
frecuente de políticas falsamente proteccionistas, puede afectar a la distribución de las
oportunidades económicas.
Pero, sobre todas las circunstancias, la corrección de las deficiencias enumeradas solo es
fecunda, si germina en un sistema económico eficiente, esto es de una alta
productividad. Y así, volvemos una vez más a nuestra vulnerabilidad patriótica: no son
posibles grandes relatos en un país que registra el crecimiento de la productividad más
famélico de toda la OCDE.