1. El calzador
Ando liado con el remordimiento de ser incapaz de describir y desarrollar el
propio título que encabeza la siguiente insinuación escrita. Para propios y extraños,
para los munícipes, para los redomados y para los que miran hacia otro lado. Me
atormenta porque me indigna.
Podría iniciar la descripción evocando a aquel veterano regidor cuyos auténticos
zapatos castellanos debían terminar siendo aquel elemental accesorio propio de su
vestimenta, y adquiridos con persuasiva seducción, para proveer a las andaduras futuras
de las máximas cualidades de protección y comodidad. Puesto que todo calzado, ya sea
escarpín o chapín, conlleva en su diseño, su esbozo, trazado o delineación un marcado
valor añadido que atiende a los más primorosos fines estéticos. Para gusto y disfrute
de la clientela. Por su lucidez y atractivo encajarán a la perfección en el mejor de
los acondicionamientos físicos que requiera el terreno por el que haya que transitar.
Tan solo hay que tener preparado el material y efectuar todo el cosido. Sin embargo, lo
denominaré: 'la confección de la vira'.
_ Por mi sendero, tras de mí, siguiéndome los talones, dando
continuidad a mis exenciones de esencias correligionarias. _
pensase el regidor.
_ Tráeme la horma, y así dispondré del molde que permita que tu
maltrecho pie se encuentre a sus anchas, evitando la deformación
misma del arrebato. _ supusiese el regidor.
La prenda, laya en la que se debe categorizar a un zapato, y según la categoría
concedida, puede hacerse o darse en señal de algo. Incluso, como aquello que garantiza
ciertos niveles de seguridad poco imparcial: el cumplimiento de una condición y
obligación alcanzada.
Marcho de aquí para allá constantemente pensando cómo poder mejorar los calzados
con los que salgo a la lodosa incertidumbre; a ese escenario de la vida en la que
minuto a minuto tienes que estar midiéndote con aquellos que se han merecido el
adelantamiento. Y con resignación lo apruebas y asimilas. Reconoces la victoria
transgredida. Aprendes, hasta ser tú el próximo. Y bajas la mirada, echas un vistazo
hacia el final de tus extremidades y prosigues el camino dando agradeciendo, incluso, a
que si no fuese por esos malparados zapatos ni siquiera hubieras podido acariciar la
oportunidad de pugnar en dichas contiendas. Pero algún día servirán para alcanzar el
objetivo, para culminar la realización personal y profesional sin estar obligado de
regresar toda la vida a ese mismo zapatero redentor que te arregla y sustituye las
tapas. Quedando siempre cubierta por el taco. Estilizando la figura.
2. Lamer suelas de botas, o pisarle a tu pareja la cara con el tacón, podrían hacer
pensar que me estoy refiriendo a escenas masoquistas de depurado erotismo. Pero no, no
es así, en realidad me refiero a cómo determinadas decisiones de despacho, tenencia y
jerarquía se pueden narrar como depravados actos pornográficos. En los que unos
retiramos la mirada por lo grotesco, y otros palmeros, en ese instante, les es
imposible dar una palmada más mientras encuentran su íntimo regocijo.
El encaje legal, si me permiten la expresión, se artificia en torno a un
calzador. Su forma acanalada es el utensilio por antonomasia que ayuda a meter el pie
en el zapato. Tipos de calzadores se hallan a gusto del consumador: de metal, de
plástico, extensibles, extra largos, ortopédicos, unisex, de medias y calcetines,
sacabotas, contorneados, con rascador, de gancho, revestidos, de camilla o pulidos en
madera. Sea cual sea, todos tienen el mismo fin.
Si alguno se piensa que los demás vamos descalzos, es tan solo un síntoma de
saber realizar el encaje con el calzador apropiado. Mostrar los pies desnudos,
despojados o menesterosos, sirven para no dar ocasión o motivo de algo. No solo son la
medida de longitud de algunas anomalías o monstruosidades; no so n solo una parte del
cuerpo. En mi caso, prefiero descubrirlos al resto de los recientes como la unidad
básica de medida para versificar los poemas castellanos.
Miércoles,13 de abril de2016
Félix Sánchez
Un ciudadano más.