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CapituloUno
Rubia, no excesivamente alta, de piel clara y vista al perfil,
levantabasu cabelleracomo el último acto de un cisne,
mientras peinabasu rubia y larga cabellera, ante los ojos de
nadie, para pintarle una sonrisa al diabloaproximadamente
mil años. Sus ojos jamásvieron mi mundo, que se los trago
la cola de la ropa que no vestía su desnudo perfil. Casi
apoyadaen mi lavamanos,del que fue nuestro cuarto de
baño y tanta la insistenciay el vicio de ese espejo, que sin
tentar la salud de los míos, salió ya vestida como por
hechicería y se despidiópara no volver jamás. La siguiente
mujer que entró en ese cuarto de baño, venía acompañada
y tras mirarse en lo que se suponíaun ahogadoespejo, tuvo
el detallede besarse descaradamente en mi salón, para no
volver jamás. La siguiente mujer que entró en mi casa, venia
con dos amigas. Se sentaron en mi sofá el tiempo suficiente
como para contar, ante mis ojos un millónde suspiros, para
luego bajar lasescaleras, mientras se despedían gritando la
primera, no creas ni en tu propia sombra¡ la siguiente gritó,
¡yo si te quiero¡y la última las acompañabagritando,
¿porque eres así conmigo? Desde ese día no lasvolví a
escuchar, aunque mi casa termino siendo una especie de
revuelto de algo que se entendería como caos, pues desde
hace un tiempo, peleo con lascosas, mi espejo, mis
pensamientos, por el enorme enredo, en el que me quede.
Así empiezo la dialéctica,que me enfrentó al concepto de
psicoanalizarse,tras recorrer una larga vida. Ese concepto
de psicologíafemenino, que sostiene, eso que no se
resignaba a ser comprendido. Quizás la columna de la casa
que soportabala castidad o la ansiedadimpuesta y así
terminar, con esas extrañas visitas, que se resistían a
sostener eso que ella creyó ver en mí y yo rechace. Sin aun
conocer, la condena del señor juez. No fue necesario
entablaruna discusión sobre mis tarifas profesionales,
quizás por temor a terminar en la cocina. Soy un joven casi
maduro que se perdió en algunaesquina virtual de una
oscura calle. Como único detalle,diré que adolecía,de un
trece por ciento de visión en uno de mis ojos. Así que si
alguiencomo usted lee esta resumida, involuntariay
obligadaconfesión, que me dejaron las mujeres que han
pasado por mi casa. Podréis compartir conmigo, algo de la
ceguera necesaria, en un mundo que se desvanece a
medida que se imprime. Así que trataré de que no falte
detalle,de todas esas mujeres, que habitanen ese cuarto
de baño en lo que le quedó de vida. Diálogos
absolutamenterobadoscomo espacios de las páginas, que
robo al tiempo y a todo ser juicioso que no tiene sombra.
Así que todo lo que señalo, se refiere a hechos “reales”, en
algunaparte que no paga impuestos nocturnos, sino eso
que todosdeseamos, dormir para siempre como vampiros,
con derecho a conducir. Solo tengo que dar una pequeña
vuelta a este relato y puedo verlas en los ojos de Gabriel.
Así que como vampiro, ángel o pecado ajeno, representare
la voz de este espejo y empezaré por fundirme con el lector
que lo habita,antes de terminar de nacer junto a mi autor.
Pues para ser justos diré que mi primera amante o exenta
de juiciosprevios, dadasu generosidad, venía a mi cama
hambrienta.Venia casi todas lasmañanasy se quedabauna
hora, que me durabacasi todo el día. Una de esas mañanas,
sin más compromiso, se despidiócon una nota, escrita en
un libro, que compró y dedico, escribiendo“aunque el
mundo se destruya, siempre seré tuya”. Alegre y risueña,
casi infantil,fue quizás la primera mujer, que hizo mi
voluntad.No dejó sólo esos perfumes que buscas como
sustituto y que no quedan más que en el recuerdo. Tanto mi
poder y tanta la seguridad que veía en mi, un hombre joven
y con pocos deseos de dejarla marcada, que era pedir y
pedir. Casadacon un hombre joven y según las palabrasde
una mujer de estas tierras, joven y poca cosa. Pero
honestamente, nunca pensé en su mundo paralelo,pues
esa hora que compartíamos, Maríaera mía y no había más
cosa pura y viva, que los calambres que padecíacada
mañana,en un rito de dolores previosa la fatiga amorosa.
Secretamente, María corría cada mañana ansiosa para
verme, ansiosa quizássegún dejo entrever, poder separarse
de su amante y joven marido. Másalta que baja, delgada,
pelo largo y piel blanca con dos pechoshermosos y no
demasiadograndes, dejo impreso su perfume en mi
guardilla.En las dos habitacionesy un salón, que solo poseía
una silla. La habitaciónde paredes lisas y ventanasde
madera, eran mudos testigos en esta oscura y fría y
desangeladahabitación,con dos colchones en el suelo. Ya
desnudos, se sentaba encima mío, toda desnuda y entre
alegre y excitada, mientras le sujetaba el pelo, para ver solo
ese cuerpo terso y bien formado. Quizás deba expresar
mejor la sensación que traía María. Ella risueña y nerviosa,
escribía a solas cuentos de secretos. Historias de jóvenes
amantes que se seducían dentro de su mente. Ella los
plasmabaen ardorosas líneas, que guardabaen secreto. Así
fue nuestro encuentro, como la pluma de un escritor, de
cuentos de amantes. De esos que leemos en el autobúso en
los vagones del metro. Y si había un culpable,ese era yo,
pues casi sin llegar a ser clientamía, fui seducido por una
profunda pasióne inocencia,en la mente de una mujer que
ya sabía lo suficiente, como para tentar al destino. Pues
nunca habíaengañadoal cónyuge. Hasta una temprana
mañana,pues habíamoshabladopocasveces, por teléfono
y sin aun conocernos, ella se acerco a mi oficina, sin yo
saberlo y tras una interminableespera, sentada en su
coche, se bajo, quizáscon la garganta seca, toda nerviosa y
ansiosa, para entrar y casi abalanzarsesobre mí. Fue solo
entrar y ardiente como ninguna.Sin excesos, empezamos a
besarnos y a caminaral único espacio íntimo de la sucursal,
dirección al cuarto de baño. Ahí a solas, recorría mi cuerpo
con sus manos, sin dejar de besarme. A los pocos segundos,
ya se arrodillaba paradarlerienda suelta a su fantasía. Casi
agresiva pero dulce, y tan evidente mi preocupación,por no
dejar abandonada lasala, que instintivamente,la tuve que
detener para citarnos en casa mía. Así, consentía nuestra
fatalidadcon la más dulce sonrisa. En ese mismo momento,
empecé a descubrir a la mujer que firmaría mi epitafio.
“Aunque el mundo se destruya, siempre seré tuya”. Nos
citamos a la mañana siguiente en mi apartamentoy aun hoy
sonrío al recordar su discreto acento andaluz, su natural y
alegre sonrisa, su largo y rubio cabelloo su hermoso y
blancodesnudo. ¿Me tiraras de los pelos? me decía. Y
empezamos, entre las cartas que debíatraerme cada día
que nos veíamos, como condiciónmía. Breves y sinceros,
relatos de cómo se levantabaporlas noches y a escondidas
en su “cuarto de baño”, se moría susurrando mi nombre,
entre dos amores, que loca la tenían. Gabriel, Gabriel, releía
a la mañana siguiente y si, así empezamos realmente una
correspondencia que no terminaba, más que en los límites
de sus ansiasy anhelos, casi como rotos, pero que
suspiraban desenfrenadosesas mañanasy tratar de
complacer a su señoría, su fantasía soñada.Un relato vivo
solo para ella, donde no habíani maldad ni perversión.
Nada que olvidar. Incluso una mañana cerca de la oficina,
tomando ese café matutino,que deja amarga la boca, fui
atendidopor una morena y tanta mi codicia de amores, que
a la mañana siguiente, sin culpassobre su sombra, mi
cómplice y joven amante, tuvo el encargo de seducirla, para
que fuésemos tres. Pues Maríano sufría de límites, sufría
por complacer, el límite de mis deseos, que eran órdenes
para ella. Deseos que compartíamoscomo jóvenes
amantes. Ellase cambió de cama, la sedujo y fuimos tres
una mañana,en la misma cama virginal. Virginal,pues
éramos cuerpos jóvenes y ansiososde besos y caricias, más
que de sórdidosplaceres. María cantabadescaradamente.
Mi limón, limonero, hago siempre lo que quiero y reía.
Hasta una mañanaque dejo de venir. La última, donde se
animó a despedirse, pues el paso siguiente no lo podíadar.
El camino del amor era mi carcelera y el amor no tiene
sombras, no está, todo lo posee y la ansiedadpor
descubrirla, me lanzo la última frase casi como sentencia.
Salió por la puerta y bajandola escalera, se le escapo a
solas, ¿Y ahora que como? Y riéndose, para no mirar algo
que la obligabaa olvidar.Desapareció. Yo apenasempezaba
ser consciente de que todos estos irreverentes nuevos
empezaron a entrar en mi casa como vientos furtivos, que
luego se transformaron en las sombras de mis paredes, que
escarbo con atencióny humildadporsi se cela algún
familiarencamadode alguna necesidad inoficiosa.Así como
el primer día que quedé en libertad, tras compartir con
María mis primeras semanas, en este departamento
aguardillado.Una cuarta plantasin ascensor, rodeado de
ventanasde finos cristales, sopladoshace mil años, que de
forma estoica soportaban el paso del tiempo. Frente a mí
las paredes, que deseaban no ser desnudadas,me
obligabana tomarme un tiempo, antesde cambiar el color
de la pintura, ya que antes, según Me advirtióMaría, había
vividoun pintor. Por lo cual, mis paredes hubieron de
quedarse como estaban. No imaginabayo, que terminaría
viviendoen una dinámicaprincipalmentefemenina, con el
encargo de relatar la historia de estas principales,en
especial por el futuro encargo de una de ellas, en un
contexto histórico y con la suficiente distancia, dadala
espera solicitaday por el estilo y la temporalidad.Así
tendría ocasión de interpretarlasordenadamente
resumiendo los tiempos y sobre todo mis personales
recursos, de los que ajeno aun, se dan como tesoros
inmaduros, que además por ser una exposición englobada
en un guión, limitadopor el ahorro de recursos, y más
hablandode amantes, novias, relatando,lo que ocurrió, en
voces encubiertas en lo referente al escritor, que quedó
postergado a un segundo plano,quizás como avalpor ser
éste, un término más a séptico, al relatarel contexto casual
de estos mundos, en los que yo mismo quedé apartado de
esta historia mía. Cosa amena por lo demás. Incluso,
permitiéndome esa distanciaobligada.Referir solo eso que
aparentemente quedó como tarea de la máquinade
escribir, que son los hechos, que son los ojos de ellas,
quienes la leerán. El psicoanalista estáfijo a la comida, por
lo que se refiere a estas desastrosas y tristes condiciones,
en las que empieza el personaje principal,en su casa
transitoria, en una ciudad perdida,en alguna frontera, en
este cementerio de extrañas circunstancias, amén de mi
propia realidad,en la que tuve que tomar los
acontecimientoscomo una obligadaespera o desafío
imposible.Con lo que haciendoun esfuerzo temporal y
después de seis meses y un día de noches y sueños, empecé
a involucrarme lentamente,sin siquiera pretender, escarbar
en los jardines prohibidos,pues ya habíaexplorado la
libertad, en mis años anteriores, que correspondíana
épocas de mis memorias estudiantiles. Así que reservo un
deber con todos los referidos en este relato, con la más
rigurosa de las reservas, no sea que algún sepulturero
fenicio, pretenda enmendaralguna falta con su amo. Pues
ahora con la distancia de la realidadde este nicho humano,
desempeño como mero asistente de vuestros sentidos, en
un períodoque es relativo y además referente a hechos
comunes, a una lista de mujeres que cedieron sus
intenciones,derechos y privilegiosde su propiedad,el día
que entraron en mi casa. Así que robando por sueño lo que
la noche profita a mi sombra, poseo sus pensamientos, he
incluso su sangre con la mayor implicaciónposible.La
muerte. Sin olvidarvuestra apetenciade aventurasy
deseos, que se relatan ademáscasi fielmente en todoslos
casos, sea que no coincidaésta con su señoría, que relata
desde su pobreza y soledad la ansiadalibertad, que todas
estas zorras, persiguen en cada esquina,como si se tratase
de meadas de fieras en celo, sin obligacionesa
entendimientoy que rondanlas calles de estos inocentes
viajantes.
CapituloDos
Mi juventudno se esfumó ante farolas y copas de vino, sino
en los ojos de los mismos deseos, y anhelosde mi familia.
Con esta realidadrefiero mi acaudaladadesdicha.Podría
decir que soy acaudalado.Acaudalado enamigos,
acaudalado enaños, acaudalado enlo laboraly en mujeres.
De origen europeo, nacido en tierras lejanas, criado en una
isla o burbuja rodeada de aguas, mares, montañas, e
inundadoen palabrasvivas. Quizás hasta los veintitrés, el
día que empecé a perder parte de la vista de forma violenta,
hasta conservar un trece por ciento, que disimulo como si
me habitaseun demonio,testigo de sus propiasculpas.
Nadie conoce mi ceguera. Vivo alejadode toda idea ajena,
pues las deudasmías, no son por obligacióntributaria.Las
mías, se suman en miradas y sensaciones de nunca jamás.
Este sufrimiento, fue la despedidainocente del que fue mi
último amor primaveral. He de reconocer que me posee una
ceguera, que me guía como cartas esculpidasen el infierno.
El trece. La muerte que precede a la vida. La resurrección de
un mal hasta entonces imposible.Quizás me atrevería a
asegurar que la muerte es muy galena, mira pero no toca, la
tocaran los ojos de los otros o los escarabajos. Aunque la
muerte me vino a despertar, quizás una mañanade
domingo, mientras curioseaba un gran charco de sangre.
Tras mirar ese obsceno pero fresco recuerdo y dispuesto
regresar a mis infantilesdeseos y al querer cruzar la calle,
fui envestido por un enorme coche americano conducido
por un soldado,que como hipnotizadopormi mirada, torció
el volanteen una ampliacalle y se dirigió directo a haciados
niñospreparadospara cruzar la calle, para finalmente
arremeter contra una acequiade un metro de profundidad,
mientras se escuchabanruidos y escándalo de piezas, que
saltabanpor los aires. Recuerdo haberme levantado,
recuerdo haber levantadoa mi hermano, pero la bicicleta
que sosteníamosfrente a ambos, quedo bastante retorcida.
¿La muerte de dos gemelos o mellizos de trece? Así,
descubrí estas cosas. En una esquinaensangrentada por un
anónimocharco, más lasvidas de dos hermanosmellizos o
gemelos de trece. O miremos con los ojos de la muerte en
uno de los dos otra vez, pero con siete años. Jugandoa la
pelota, corre uno a buscarla treinta metros y al recogerla,
no puede dejarde poner sus ojos en un señor que bajade
un escarabajorojo, que lleva su placa cubierta con un paño
color naranjay que al seguir caminando,ve como ese señor,
tiene su miembro totalmente erecto. Grande y rosado y que
esta como absorto en otro mundo, no diciendonada,
mientras miro inconscientemente,al pasar frente al
escarabajo rojo, para alcanzarver un cuerpo de colegiala
acurrucada en el asiento trasero. Sin más que esa foto que
guardar y sin dañosemocionales, la muerte, si queda
impresa en esos inocentesinstantes, que son algo más que
los ojos de ese chico, que fue a recoger una pelota. O si
viajamosmas en vuestros sentidos, ponemosa esos dos
hermanos, con cinco años, en un gran jardínde una gran
casa a orillasdel embarcadero. Cuandouno se cae al río,
empujadopor el otro. ¿Es la maldado el dolorde algo
anterior? Señaloesto, pues casi mil años después, sentí, que
la vida empezó a devolverme lo que era mío. Fui tomando
concienciaen la medidaque voy siendo guiado por tres
musas, que son miles. Es ahí que me veo como inocente,
pues si la vida me condujo, fui yo quiense resistió. Así se
imprimirá esta, como la vida de otros. Reseña que sale
como esculpidade el libro de los muertos, me deja muy
cerca de creer, que no somos más que eso que llevamoscon
orgullo, de generaciones en generaciones, el apellidode
alguien,que realmente es casi nada, que está siendo
conducido,para ser juzgado por sus actos, de toda una serie
de vidassimultaneas, que básicamente,resumen el más
preciado de los bienes. No morir nunca, por algún derecho
divino,en un planoo tiempo que sirve para conduciro
mantener, eso que nos habita.La inmortalidad.Es ahí
cuando relato esta historia de terceras, no como la muerte,
sino como trece ciegos, que no están, pero que habitanen
los ojos de vuestras mercedes, sin dolores, más que los
deseos, o incluso relatar, los mas ajenosque propios, de
tiempos pasados, para permitir el sueño temprano de la
noche, para iluminaralguna alma de hermosos ojos y bello
cuerpo, para verla dormir y quizás, ser amada incluso bajo
los hechizos de mi fugas sombra nocturna, incluso no
estando presente. O quizásestar preparadospara cuando
nos veamos al otro ladodel río, cuando,deban hablarcon el
barquero.
CapituloTres
Por esas fechas, que ya no me encontrabaen los
calendariosde ningún joven de medianaeducación, trataba
de escapar de los añosque se suceden en laspáginas
siguientes, donde ya no tuve tiempo de nada, más que
compartir estas, en este entierro en el infierno, que
sepultaríami futuro, pasado,incluidolas monedas, pues me
sumí en una realidad,que me tuvo suficientemente
limitado,como para casi no encontrar salidadentro de una
realidadplausible.Así que trataré de resumir los
acontecimientos,que son relevantes y tratare de
cuantificar, lo que era mío y lo que estaba siendo causado
por algún exceso mío, que fuese como consecuencia de
algún acto, que se relacione con algún experimento laboral
o simplemente causa de la que debía de ser considerada
como un mal menor, en toda esta situación, siendo además
extranjero, cosa no fácil. Pues lograr que mis anhelosse
concretasen, se hizo insoportable.Así que siendo breve y
seco, refiero una introducciónanímica y situacional,antes
de envilecerme con todos los personajes, que se adhieren a
estas zorras del infierno, que desean trascender en este
relato. Por lo demás, lo inicioen una situación de pobreza
límite como voluntariode este infierno, pues los límites
habíanhecho mella en mi situación física, incluso habiendo
tenido que optar, como realidadsocial, recurrir a los
servicios sociales, que se encargaron por un período, el
allanar,mi integración en la sociedad local, la que además
se hizo eterna, pues nunca dejo entrever, algún atisbo de
finalización.Por lo que tuve que armarme de paciencia y
comprensión ante una serie de hechos, que en estas tierras
de antigua fe cristiana, que no iba a poner en duda, sino
mas bien obligarme a tomar una postura enfermiza, por las
absolutamenteextrañas, circunstanciascompartidas. Por lo
que decidípor optar por realizar una cura de alguna
enfermedad, contraída en estos límitesde tierras africanas.
Fiebres que sufríamos como consecuencia de la ansiedad
diaria,que sabía, se dabanen situaciones límites. Algo así
como esos síndromes inespecíficos, que solo se relacionana
períodosde guerras o migraciones. Así que mi cotidiana
vida se enmarco en caminarhasta ese comedor, siempre
con los minutosindispensablesde verme comido, para
volver a la cotidianidadde la vida colectiva,que además
estaba inserta en un ambiente de constantesviajeros, que
bajabande grandes buques fantasmas, que atracaban casi
todo el año, dando una curiosa imagen a esta enrarecida
ciudad,que secretamente, es conocida por tener además,
una tradición de constantesviajeros, que no tardan en
redescubrir, lo que puede ser una primera referencia, de las
llanurasque se extienden, desde la puerta de Europa, hasta
el antiguo oriente. Pues con este referente, enfrentaba ya
hace meses retener el motivo de mi permanenciaaquí, la
que podríahaber seguido, como la vida de otro trabajador
especializado,pero que lentamente fue siendo engullido
por la historia y las costumbres, como si solo se tratase de
una permanente cena. Cena que preferí alargar, desde que
empecé a hacer uso de los mismos servicios, que mi
persona atraía.Mi insólitasituación, que quizás era
meramente tangencial.Pues no era el prototipo de
inmigrante o transeúnte iniciadoya el siglo veintiuno.
Realmente no era más que un mero número en el
calendario,salvo por la sensación de estar rodeado
permanentemente de personajes, que se representan con
la fuerza de épocas, en las que la propiedadde nuestras
cabezas, podíapasar a manos de cualquiera,en cualquier
momento. Amén de esta monotoníahistórica, en la que la
pobreza, e inmigración,presentes aquí mismo, dejaron
reflejar nada más que tediosasactividades,que encerraban
solo banalidadeso absurdasideasde ser una especie de
doncellaretenida, por algún sultán, de quien sabe, que
desierto occidental.Comparto habitualmentepor estas
fechas, con amigos, que parecen no tener tiempo ni historia
y que con un latín pos moderno, mantenemosuna
comunicación,como si todos fuésemos prisionerosde
algunaguerra en Turquía.Todos estos pensamientosse
mezclaban casi imperceptiblemente,cuando decidí,salir de
casa. Pues debíaentrar en la rutina que sostenía esta
dialécticaexistencial. Decidí ir a revisar mi correo
electrónico, ya que no eran muy generosos con los
ordenadores disponibles,en la bibliotecaque frecuentaba y
no deseaba esperar mucho más de lo necesario. Era una
mañanaprimaveral, fresca y de azules cielos despejados.
Junto al vuelo de golondrinas, al levantarla vista, las que
serían mi mejor compañía.Ellas siempre presentes como
pequeñosmilagros, quizássabedoras de mi habitualrutina,
que por extraño que fuera, eran mi mejor reloj. El entorno
que veíanmis ojos, no indicabanadanuevo, así que una vez
terminado mi tiempo y después de responder un mezquino
correo, intente destinarel mínimo de tiempo a la rutina
diaria,para centrar mi atención, en corregir un escrito a
medio escribir. Un diario, que iba desarrollando,a medida
que transcurrían las semanas. Con este pequeño rito de
costumbres mundanas,que se hacen más imprescindibles
en tiempos de espera, destiné unas horas en ordenarla
estructura de la heroína, que tenia por derecho, algo así
como un exceso de privilegios.Y ya que como verán
ustedes, esta situacióncasi infernal, que se me escapaba de
las manos, no es sólo un sueño. Esta mi heroína, venidade
Europa se cuela desde esta página, que casi se funde, en el
final de los tiempos como condiciónde su autora, que desea
que su familiaridad,sea tratada de forma anónima.Esto me
tiene completamente alejadode mi vida cotidiana,pues
desde la propuesta de relataren casi tercera persona, los
sueños compartidos, que también siento por ella. Por lo que
deberé además, mantenerme en anonimato,por el tiempo
en el que me sumerjo en este largo trance, que no indicará
más que en el servidor, la real aventura, que resulta al dejar
este libro abierto y que como después de una breve siesta,
parezca lo que abiertamente, fueron los sueños reales de
Julieta.Que se refieren a una noche obscura, quizásen la
calle más fea, vestida con las peores ropas, que fue el
espejo, que se rompió en los ojosque mucho tiempo
después, fueron los míos.
CapituloCuatro
Tenía menos de veinte, cumplidoslos dieciocho y a pesar
de su belleza, la luz que la iluminaba,reflejaba ser como
una pequeñalámpara, donde se reflejabanlos espejuelos,
que estaban incrustados, en esos celestes y ajustados
pantalones.De pelo rubio y ojos claros, en cuclillas,en una
esquina, donde mi ceguera, abrió la puerta número trece de
este hotel invisible.Bajandoyo de la compañía elegida,tras
semanas de esperas y ahora, entre insensible y confundido,
se ensañó ante nadie, la sombra ajena,pues ya buscaba
cenar una hamburguesa con patatasfritas, acompañadade
una coca cola muy fría. Sin pensamientosy sin deseos tras
mi visita concertada, en un ampliocuarto, donde una
morena con prisas, me daba a entender, que Eros, no
esperaría a saciarme. Que debíaterminar, mientras iba
siendo devorado por una serpiente, que apoyadaen el
cabecero, desnuda,devoraba sus ajenosdeseos, de forma
cruel e interesada. Mi poco interés por entablarrecursos, le
dio el motivo para cobrarse y dejarme escapar. Bajandola
escalera, sin arrepentimientos,pero vacío, camine ya de
noche, por viejas calles, apenasiluminadas,e invadidaspor
putas negras y chulos, salidosde algún rito satánico. Quizás
en una de esas esquinas, fue donde giré la cabeza
inconscientemente,para detectar el engaño de una
hermosa joven en cuclillas, que en medio de la calle, con mi
cuerpo y esos deseos de alimentarme de mejor forma,
cuando sin ser llamadoy sin deseos en la sangre, más que
en la mirada oculta,volví sobre mí y me afrente a ese
espejismo, conducidopor algo más que mis ojos o mis
planes nocturnos. Ellareaccionó como si le hubiese
interrumpidoalgún pensamiento, mientras intenté no
tropezar conmigo. Como mirando de reojo y con la mente
puesta en mi sufrido estomago, deje de envanecerme
mirando sus reflejos y opte de forma instintiva,cambiarde
rumbo y volver con algo en las manos, que no fuese un
preservativo usado en mi mente. Me acerque a un Burger
King a comprar una flor y conservar algo más digno de mí,
pues ya la noche era demasiadolarga. Así, contemplandola
calle que se desaparecía a mis espaldas, fui a retirar dinero
al cajero más cercano, para restringir mi ansiedad.
Retirando parte del dinero que tenía disponiblepara
emergencias. Pero sin haberlo deseado, ya estaba siendo
víctima de mi inocenciao de la deseada ceguera, pues no
era consciente aun, que este acto se transformaría en uno
de los detalles, que posteriormente recordaría, como esos,
que son absolutamenteinútiles,teniendo realmente tan
pocas posibilidades,de sostener los vicios diurnoso
nocturnos, de esas esquinaso de cualquieraotra y no tentar
mi suerte, con inútilesexcusas. Por lo que comprándole una
bolsa de patatasfritas, para no ser un cliente, regrese por
esa oscura calle, sereno y con mi secreto como erróneo
derecho, a poder seducir la noche, y sacarla a pasear. A
pesar de todo no pude resistirme a probarla tarjeta de
presentación. No pude resistirme ante mi inocente egoísmo
o quizás poseídoya, por mis antiguosinstintossobre una
mujer que penetra la piel, de la que solo deseas quedar
bañadocon tu propio pasado. Pues refiero los hechos más
de esta noche, de esta mi frescura, que no es más que una
sutil aventura histriónicamente,que rechaza toda
comparación,pero que se funde en esta paralela,que se
excava al iniciarla noche, incluso respetando la rutina del
escritor, quien ha de diseccionarlas pesadasemociones,
mientras realiza un trabajo de terceras, que saben
efectivamente, lo que quedasellado en cada letra de el
tiempo. Que transcurre en palabrassusurradas en un soplo
de aliento.Por lo que sin ansiedades al ir desmadejando
esta calle de abril, retengo esta imagen. Con mis dedos y
mis labiostocados por la sal prohibiday a la sombra de una
farola perdida, cegado por viejosedificiosy la calle desierta.
Enfrenté la noche entre lentos coches que la recorrían
lujuriosamente,buscando entre miradas, para dejarse
vencer en ese ambiente lúgubre, con la únicaintenciónde
retener imágenes. En ese instante, también la aborde
ofreciéndole compartir su tiempo, con mi manoseada bolsa
de patatasfritas. Sonriendoirónicamente, como criticando
o intuyendomis deseos y mi estrategia. Como censurando
la previa cata, alargó la mano y probó una. Tras una breve
pausa y lo poco habitualde la situación, intente ganar
tiempo con la excusa del dinero, por digamos, su compañía.
El dinero esa noche no era más que un medio para poder
alargarel tiempo de aquellanoche. Si tú no tienes dinero,
poder volver mañana dijo- Seguro yo estar aquí mañana.¿A
qué hora? Si, venir a las doce, yo estar aquí. OK. Mañanayo
vendré a las doce con una coca cola y una bolsa de patatas
fritas. Pero por cierto, dime ¿cuánto es el servicio? Treinta
euros chupar y follar. Mostrando un desinterés y suficiencia,
quedé como confundidoentre amistad, atracción mutua o
belleza exuberante para estas tierras. Pero no podía
envanecerme, era una chica de la calle, era solo eso y nunca
sería otra cosa. Sin insistir en mi ordenamientomental y sin
esperar un segundo más, me retire entusiasmado ante algo
que mareaba. Acompañadocon un último hasta mañana,
correspondido por su relajadasonrisa, que se quedo ahí, en
cuclillas,en esa esquinade mujeres de negra piel y poca
ropa, en compañíade otra chica, que entre apoyadaen una
persiana o media dormida, hacía de compañía.Capitulo
Cinco Ella no tubo prisa por sacarme el dinero, ni
arrepentimiento.Tenía la extraña sensación de sentirse
única. Y como esperando a que pase la noche, algo le
iluminola mirada. Quizás el destino le reservaba una
sorpresa mañanaa media noche, con este despistado
transeúnte o quizásescribir en estas noches extranjeras, y
soportar de mejor forma, la frialdad de la soledad. Julieta
estaba fría de espera y aquellanoche solo tenía la compañía
de una calle. La interminableespera que le aguardabapara
irse a dormir todo el día. Por lo que después de terminar de
comerse la bolsa de patatas, se quedo pensando en su
encuentro, trabajandopara cambiar su destino y aliviase
esa extraña sensación, de saberse que no está sola.
CapituloSeis
Así con esa mirada superficial, es fácil caer en las tenues y
sensuales redes como cualquiertranseúnte, buscando
compañía.Pero tenía unos orígenes de formación, que se
sostenían en sólidosprincipiosmorales, que no permitirían
un contacto impersonal, salvo por mi extraña coincidencia.
Han transcurrido muchos años, desde esa noche y aun
cuando estudio los bocetos, escritos de una anónima
relatora, retengo más que un deseo sensual, por lo que
relatar esto, es casi formalidad,tras añosya en una ciudad,
que se caía en aburrimiento. Una ciudadEuropea,
musulmana, que no fue fácil abordar. Una ciudadque
escapaba a casi cualquierestructura moderna. Y como
escuchando el viento, en un mundo, o como en un abrir y
cerrar de ojos, que intentanretener una imagen, me dirijo a
mi domicilio.Pues esos tiemposdestinado a viajeros
habituadoscomo marinoso prostitutas, que siempre están
disponibles,como talantede navegantes eternos, eran poco
naturales para mí. Por lo que me encontraba subiendopor
mis escaleras, cuandome cruce con una vecina, la que me
pregunto por si tenía animales, sabiendoella,
perfectamente que tengo la costumbre de acompañarme
de animales exóticos y domésticos, mirándome como
recriminandomentalmente, mis pocas ganasde darle
algunapista, u mi opiniónsobre cualquieraspecto, ya que
estaba decididoa mantenerme en esa categoría de joven
extranjero, de pocas palabras.O mis pocas compañías
locales a pesar de la música a veces en exceso fuerte. Su
curiosidadde saber cuáles serían mis sueños, en el
inmueble,que ella habitabatambién,fue siempre el último
recurso. Consciente ella de que estos extranjeros, disponen
habitualmentede recursos limitados, lo que la hacía parecer
habitualmente,unamujer viajay amargada. Con ese
recibimiento,me entregué a mis pensamientos, que
estaban bastante enfrentados con la dialécticay la
costumbre, pues no tenía referencia en mi pasado, incluido
los años vividosen el extranjero, durante largos períodosde
mi vida. Además en mi mente rondaba el desencuentro
amoroso de mi noche anterior. La páginanombrada que
deseaba ser escrita. Por lo demás el otro tanto de
inquilinos,no teníancostumbre de entablardialécticapor el
tema de las cercanías. Pues era preferible entablaruna
charla con el vendedorde periódicos, que con tu casera.
Tema difícilde digerir, pues es habitual,en estas tierras,
gritarse todas lascosas, desde el patiointerior, por lo que
no terminas más que conociendolos dolores de las partes.
CapituloSiete
Es en esta realidadque mi personaje, trataba de
esconderse, de trascender del calendarioy me transporta
otra vez a esta ciudad,donde mis ojos aun se fundíanen
una cotidianidadconocida,cuandoa la noche siguiente,
dieron las campanadasde media noche, en la que ya me
enfilabaa una cita con una mujer, que sabía más que mi
sombra y yo juntos. Solo me preocupabasi estaría
esperándome, algo bastante poco probable,además creí
que la impresión que le cause no dejo mucho a la
imaginación.Un cigarrillo que se me terminabaen la boca y
tratando de no develar demasiadola intención, que me
sostenía, caminé dirección a esa oscura calle, observando
con atención.Pero no tuve la necesidad de forzar mucho la
necesidad, Estaba ahí, en cuclillas,en la misma esquina,con
la luz de la noche anterior. Acompañadade una chica alta,
rubio claro y delgada. Al intuir mi cercanía, cruzamos la
mirada y dio unospasos hacia mí. Con una clara
confirmación de mi visita concertada, en la que ambos
sabíamos, que no teníamos tiempo para la seducción. Por lo
que realmente deje que mis instintosguiaran mi cita.
¿Tienes el dinero? Si. Al tomarlo en su mano me pidió que la
acompañase,sin decir nada más. Nos acercamos a un hostal
de una estrella. Sin luz en su amplioportal y esperando que
abriesen la puerta, recuerdo una sonrisa de complicidad.
Tomo mi mano y guió mis pasos por una ampliay antigua
escalera hasta llegar a la primera planta,donde un hombre
en camiseta, mal afeitado y de pocas palabras,abrió la
puerta de una pequeñahabitación,iluminadaporuna
pequeñalámpara, que reflejaba casi la misma luz, que
entraba por una hermosa ventana. El cuarto con dos camas
en paraleloy un lavamanosempotrado en una pared,
fueron los testigos. Pues protegidospor esa tenue y
agradableclaridad no decíamos nada.Su idioma nativo,
estaba demasiado lejosa mi expresión verbal. Si, se
comportaba de forma natural, mientras yo sin ojos, ni
ardientesdeseos por ver su hermoso cuerpo desnudo,
centré mi vista en la ventana,aun de píe. Casi como ausente
por segundos, que al girar sobre mí, la vi. Desnuda y en ropa
interior, mientras doblabatoda su ropa, motivadapor algo
que nunca llegué a comprender. Qué sentido tendría doblar
la ropa, de forma tan concienzuda.Continué quitándome
mis prendas, para ponerlassobre la misma cama. Ella ya
desnuda en la otra, ajena a la motivaciónintima de mis
deseos, soltó un ¿Follamos? Solo ante sus pequeños,pero
bien formados pechos, su cuerpo desnudo, su mayoría de
edad, el alma que me acompañaban,y conmovido por su
belleza, enfrentadosen una cama. Donde a los pocos
minutos, fui sobresaltado por unos violentosgolpes en la
puerta. Reaccionóalertada por pensamientosajenos. Y me
dice. Si tú quiere mi compañía debe pagar dinero al hombre
o problemas. Si claro. Saque un billetey ella entreabriendo
la puerta, diciendo.Diez minutos. El supuesto señor que
velabapor cronometrar el tiempo, quedó en el pasado.
Julietacon su alegre y naturalsonrisa, o el arte de una joven
cortesana. Sin saberlo me permitió retener una imagen,
sintiendotransportado a un mundo exótico, en el que se
tenía derecho a mirar y no disfrutar de los deseos, sino mas
bien contar segundos, que se perdían en toda su realidad.
Nos levantamoscomo si todo transcurriera con prisas,
acercándose al lavamanosy como una gata, se sentó
apoyandoun pie en el suelo y a espaldasal espejo que no
había,se orino, como la recuerdo. Delgada,espigada y
fresca, orinando,casi contagiarme las ganas, que retuve al
no haber un aseo disponible.Como la vieron mis ojos,
desnuda, rubia y de cuerpo blanco,como un destello, que
aun retengo, se bajabael telón, implorándomepara que me
vistiese, en este acto no consumado. Tu vestir, tu vestir, por
favor tu rápido, decía con su acento ruso. Ya me veía
acosado por el gorila de esta habitación.No tenía más que
seguirla con mis ojos para finalmente recorrer el pasillo y
enfrentar la escalera casi a oscuras y salir a esa esquina
nuevamente. Aun en los treinta, tentandomi muerte, pero
joven e inocente en mi conocimientode la noche, tuve en
ese momento, una sensación de ser víctima de sus
victimarioso ser víctima de mis aprensiones, en lo referente
a una entrega carnal y quizásalgo más. Por lo demás,
transformarme en cliente de una cortesana, habíasido para
hasta entonces una negación de mi mundo personal, pues
representaba, la negacióndel amor. Regrese a casa a dormir
si cabe. Ella regresó a su rutina, deseandosaber, si tendría
tiempo de saber, quienera su extraño visitante. Ese ser
romántico mordido bajo la luna.Para ellalas calles ya
estaban llenasde clientesque esperaban. Señores junto a
negras mujeres, que se reían, mientras regateaban precios,
en un extraño lenguajede gestos y gritos. Cuando llego uno
de esos coches que siempre dan problema. Caros y llenos
de sorpresas. Un deportivoque se detiene en la esquina casi
como predestinadopara que Julieta, la que se levanta
abordándolo porasalto. Le saluda con un “Hola guapetón”.
Ya en el semáforo y en compañía,dejó sola una vez más, a
su clientela, desapareciendoporla avenidaal final del
puerto, mirando con cierta desconfianza a su conductor.
Solo llevabatres semanas en este mundo, víctima de algo
de su pasado. Algo que conocíaella. Sus lagrimasy dolorde
la injusticiade un centro de rehabilitación ala que sus
padres pagaron una estancia segura, de la cual termino
fugándose. Escapar y entrar en el único camino al que la
vendieron en esta ciudad.Con su mente concentrada en su
trabajo, ajena a lo que representaba, no temía ni a la noche
más oscura. Solo temía por la seguridad de su querida
amiga y compañera, que se perdía de corazón en corazón
de sus jóvenes amantes, como queriendoescapar de
cualquierpasado, que la devolviese a su lejanaisla y
conseguir dormir sola y no tentar al dueño de la sombra,
que velabatodas lasnoches, sin ser Julieta consciente aun
de las estrellas que le daban mil noches más, escondidasen
sus veinte recién cumplidos. Escondiendosu atractivo como
mejor sabía, fumaba un cigarrillo tras otro, con esa rara
identidad,que rodea la noche o el día de una ciudad
anónima,sin tener la posibilidadde conocerla, y con la
nostalgia,tras haber traspasado, las inocentesbarreras
invisibles,sin considerar que no era un paíspara sueños. En
mi apartamento ya. Solo con el deseo de reflejar esa noche
en mi amplio sueño, como compromiso con un tiempo
ajeno. Ordenar la noche antes de velar la cama ajena,
encendiendounasvelas, para golpear a oscuras mi antigua
máquinade escribir. Resumir la sensación de mi último
capítuloy hacerle justicia al tiempo, pues ya entre rutina y
fantasía, se mezclaban los tiempos, por lo que dediquemi
mayor interés, en dejar impreso un folio para que mis
ciegos ojos, reflejasen mi paseo de la mano de algo que
definiríacomo una de lasnoche más bella, quedando
impresa así. El mismo destino, como pago del cielo se
mostró esa misma noche, en una foto de otro mundo, en
una oscura esquina. Rodeadasde putasnegras, sentadasen
la calle más triste, se presentaron ante mí, sin haberse
insinuado,la soledad y la pobreza. Tan bien pintada,tan
grande el misterio, que me lo llevé a casa. Delgadas,
delgadascomo en pasarelas, blancas. Una de pantalones
blanco,la otra celeste y altostacones. Dos rubias en cuclillas
en esa esquina, vestidas como princesas que se esconden,
se mostraban ante mí, vestidascon sus peores ropas. Era
más soportable,que lo que el mundo me mostraba. ¿Donde
situarse? ¿Quien era el dueño de mi sueño? Dos días
después, compartíamosviviendalos tres. Dos habitaciones.
Dos camas grandes, un salón común, la cocina y el cuarto de
baño, fueron testigos, de que nunca dormimos juntos. Que
permití, seguir su destino como si fuese un observador, de
un mundo que desconocía y que ellasme ocultaban,cuando
se encerraban al cerrar la puerta, del que fue algo más que
un cuarto de baño. Cómplice e inocente, tarde mucho
tiempo en conocer el secreto que se escondíadetrás de esa
blancapuerta. Trabajandotodala noche, regresaban de
mañana,cansadaspero de buen humor. Se sentaban a
conversar con nadie, quienlas esperaba, para compartir
unos minutosde vida. La vida de mis ojos. Que eran los
encargadosde volverlasa la realidad.El encargo de no sé
quién, que nunca rechace, pues como cómplice de su
tragedia, me transforme en un ser imprescindible.
Mantenerlasvivas. Lo que eché de menos, eran los minutos
en que éramos tres en el gran sofá del salón. Pues a las
pocas semanas y tras comprobarque no era lujuriacarnal lo
que me animaba,empezamos a conversar algo, en un
castellanomuy elemental. Por un tiempo eran libres y como
si fuese un hermano, competían por limpiarmi espalda,
como si aseasen la sombra mía. Sacha, se sentaba sobre mi
espalda en ropa interior y delicadamente,iba recorriendo
con sus hábilesdedos, algunaimpureza. Ella a espaldas
mías, y con una aguja, recorría, sin que me diera cuenta,
cada rincón, sin que yo notara la diferencia. Incluso, cuando
me percate de su arte con las agujas, me decía. No aguja,
tranqui. Y continuaba,escondiendoesa herramienta
quirúrgica como acto de brujería. Julieta,quien nunca dejó
de ser menos o eso quiso demostrar. Subida,también a mi
espalda, y carente de cualquierutensilio, más que sus
afiladasuñas, me hacia gritar su nombre cada pocos
segundos !Julieta¡El arte de dejarsus marcas en la espalda
de nunca supe quien. Primero una y luego la otra, antes de
que se entregasen al sueño de todo un día para despertar,
ya entrada la noche. Como extrañé ese tiempo en el que
estábamos vivosy enteros. Inocentes del final de estas tres
condenas, que nuncadejamos de cumplir. Aun trabajando
de director de una sucursal, me centraba en la consecución
de mis objetivosdiurnos, hasta que por injusticiaslaborales,
siendo según argumentaron, el mejor pagado,resulte ser el
más ruin de los empleados. Paseando de abogadoen
abogado,buceandojusticia en el harem invisible,ese que
tenía contadassus monedas. Argumento para ser
definitivamente,absorbidopor estas sombras de mis
llanuras,donde como decía antes, no se pagan pecados.
Debería olvidar. Si debería olvidarPero mi primera noche,
velandoa escondidaslas noches, dondeyo mismo,
sobrevolé. Julieta, con el pelo suelto, y besando en la mejilla
a un alto joven de color, a las puertasde ese hostal, donde
busqué el amor más doloroso. Comprendí mejor, que era el
amor en esas sucias calles. Mientras Sacha conversaba con
un cliente, subidaen un coche de placasextranjeras. Y
como pago del cielo, ambas me descubren. En ese segundo
eterno, los tres nos desnudamos, como si hubiese
descubierto sus secretos. Se hizo un espacio dondeel
tiempo se detuvo. Como esperando una respuesta que
fuese digeriblepara todos. Julieta,se encaminóhacia mí
persona. Sacha casi como intuyendomi shock, se apresuró a
intervenir. Julietase enfrentó a mi sombra y frunciendo su
ceño, dice ¡Como tu venir aquí¡!Tú nunca debes venira la
calle donde trabajar¡ Conmovido,desoladoy sin saber cómo
reaccionarante la realidad,no dije nada. Julieta,frunciendo
el entrecejo, tiró el resto de un cigarrillo que fumaba y solo
atiné a regresar por el mismo camino que habíarecorrido.
Olvidándomeinclusode la barra cubana, donde se
escondían. Cuandogiré mi cabeza instintivamente,vi a
Sacha abrazando a Julieta. Enfermo de dolor. Ese dolor
ajeno que me empezó a invadirme junto con las lágrimas,
que rara vez solían aparecer en mi cara. Camine lento ajeno
a las miradas, caminé, con el dolor de la sociedad, el dolor
mío, el dolorde Cristo, viendo como dos jóvenes, se morían
en esa esquina sin testigos y sin remedio. Solo y asoladopor
tanto dolor ajenosolo atine en mi estado de shock a
caminarcomo hipnotizado,hasta las puertas de la catedral,
donde llore desconsolado. Sin testigos como el dolorque
me invadía.Dejandouna marca más, en esa antigua y
hermosa bóveda de dios, de cerradas puertas, sorda de
tanto repicar de campanasy ciega de tantos pecados
escondidos. A oscuras y sin testigos, me quedé el tiempo
suficiente como para confirmar que diosestaba impedidoy
que mi única opción era cuidar los restos del universo que
vieron mis ojos y sellaron mis lágrimas. Regresando ya y
como acto inconsciente,me llevé a casa un gran pino que
adornabauna calle. Un enorme tiesto imposiblede
levantar, que alce y subí las cuatro plantas, después de
llevarlovarias calles. Siguieron pasando las semanasy los
meses y fue una rutina el velar lascalles, para que me
viesen y supiesen que no andabansolas. Ellas, se
encargaron de vestirme como demonio a mis espaldasy me
transforme, en ese chulo, que incluso se escondió unos
meses en el dolorque las poseía. La droga más dura tapaba,
la droga más cruel. El desamor, la insensibilidady la
condena de lassombras de los ojos que evitan mirar en las
esquinasde las hijasdel diosal que estamos entregados.
Como negandoque todos estamos conectados por un
ombligo común, seguí sus pasos, trabajandoincluso,para
alimentarlasa escondidas. Pues jamástenían dinero y
nunca vi a ningúnchulo que no fuese yo. Jamás les pedí
dinero. Parecían no ser de aquí, casi no probabanbocado,
no se compraban ropa, y las duchaseran casi forzadas.
Trabajartoda la noche y dormir todo el día, solo
interrumpidopor la rutina, de velar por la espalda de nadie.
Escondidasen sabores ajenos, que no guardaban,sino,
atesoraban. Secretamente yo mismo no pude evitar caer en
mi propia trampa de amor, pues el altruismo es imposible y
jugamos los tres al gato y al ratón en el gran sofá del salón.
De la espaldaa las cariciassuperficiales. Fue el deseo
también algo que permitió esta realidad. Sacha cómplice del
secreto amor que sentía por Julieta,pero con la libertadque
imperaba en casa, donde no éramos presa ni de la lujuriani
de placeres pasajeros, liberabamis deseos, siempre dentro
de sus límites. Me transforme en una especie de hermano
menor, que debíaser atendidotambién.Una familia con
reglas y una moral establecidapor las circunstancias. Pues
no habíamoselegido esta situación ningunode los tres. Solo
velábamospor mantener cierta estabilidad.O la que ellas
impusieron o la que yo pude sostener. Sacha Ven. Si, Y
Sacha me aseaba como me gustaba que lo hiciera. Era algo
que solía hacer con mejor humor que Julieta, aunqueella lo
permitía, no dejabaque nadiefuera mejor amante que ella.
Muchasveces fueron las que fuimos interrumpidos, para ser
devorado por sensaciones irrepetibles. Masque besos, me
dejabamarcado, pues como sus uñasen mi espalda, su
boca entre mis piernas, arrodillada frentea mí, me hacían
viajarpor un cuerpo desconocido para mí. Así alejabalos
escondidossentimientosde Sacha, entre imposibles deseos,
sostenidos en mis ocultos sentimientoshacia ella. Cuando
pedía mas cual enamorado, incluso deseandocomprar su
cuerpo a cualquierprecio, desnuday bajo mi cuerpo, como
una piedra, me dabaa entender, que en este rincón del
mundo ella no entregaba su amor a ningúnprecio. Por lo
que nunca conocí su amor carnal, hasta una tarde de
verano, meses después, cuandointentandoalejarmis
pensamientossobre una joven, que conocí de forma casual,
y ellas, sabedorasya de mi atracción por esa mujer,
urdieron un plan. Mi secreto y cautivo amor pasajero que se
dedicabaa los tatuajes o mejor dicho, diseñaba máquinas
de tatuaje y creaba diseñosimposibles, como los que me
enseñó en el portal del edificio, de nombre Sofía. Luchaba
por dejar un antiguo vicio, y lo contenía rechazandotener
que compartirel destino de mis compañeras, viviendoen
una habitaciónde una prostituta local,donde se escondía
de todos sus fantasmas, estando cerca de su condena,para
no olvidarel límite que se habíaimpuesto. No muy alta, de
pelo crespo y una graciosa cara, la encontraba cada mañana
o tarde, tocando una pequeñaflauta, en las puertas de una
iglesia, que la llenabade monedas. Enamoradaella o yo de
ella, le dije que me habría gustado compartir mi casa con
ella. Una noche sonó a la una de la mañanaun ¡Gabriel¡
¡Gabriel ¡La excusa de diez euros, que me habíapedido
prestados para comprar eso que no deseaba tener cerca y
que sirvieron de motivo, para vernos por última vez. Sacha
sabedora de mi necesidad de amor verdadero y consciente
del límite de nuestra amistad, me preparo el más puro de
los venenoso perfumes de amor, para alimentara nadie. Al
día siguiente, después de regresar de trabajar, me propuso
intercambiardinero por la compañía de Julieta.En
aparienciasería inútilpues conocía los límitesde la piedra
de ese amor imposibleen esta dimensión.Gabriel ¿Quieres
hacerme el amor esta tarde?. Más no. Tú sabes. Me vas a
engañarotra vez y no me apetece, No deseaba ser víctima
de ella. Gabriel confía en mí, te are feliz, de verdad. En ese
momento Sacha como celestina del infierno, me entusiasmó
como a un niño con un caramelo y al asomarme a la
habitacióndondeestaba recostada Julieta,alegre y más
bella que nunca. Entre confundidoy desconfiado, me
acerque, mientras Sacha, cerraba la puerta a mis espaldas,
gritando al cerrarla, ¡puta¡Fue en esa habitación,donde
aprendí su amor. La pasión, sus besos, su vientre húmedo y
cálido,de ese encuentro no consumado, en la esquina
donde la vi, hace tanto tiempo atrás. Encima suyo y
besándonosy gimiendo, se desnudo para mi, enseñando
algo irrepetible de contener, como el calor y el roce de su
tesoro más preciado. Gabriel ¿Esto es lo que tú querías? Si.
Semanas después me encontré con Sofía y estaba
irreconocible. Muy arreglada y deshidratada,delgaday
como ausente. No pude evitar mirar sus manos. Sus dedos
delgadosy largos con gruesas venas que aflorabanentre
joyas desfigurabansu tersa juventud. Un misterio que se
quedó en el olvidocomo muchas cosas más.
CapituloOcho
Siguieron transcurriendo los díasy las noches, que solía
recorrer a solaspor esas abandonadascalles de esta ciudad
enrarecida entre odios y cordialidadesobligadas.Tierras
que aún resuenan a califatosde otra época, pero que
ancladaa orillasdel mediterráneo, exhibe una placa, que la
señala como la puerta de Europa. Invadidade extranjeros y
gentes que deambulany conseguir escapar a su destino,
envileciéndoseo regresando a sus países, por voluntad
propia o expulsados, por la mano que vigila las calles. De
esa manera, una mañana,no regresaron a casa ni Julieta, ni
Sacha Las encontré detenidasen la cárcel destinadaa
expatriar a los extranjeros. Veinte días que se hicieron
interminables.Veinte visitas para mantenerlas ligadasa lo
único que sostenía lo que les quedabade vida. No serían los
barrotes, la condenaque borraría las marcas de lasdos. Las
heridashechas cada vez que Julietaregresaba. Marcas que
fueron llenandosus piernas de profundasmarcas, como
mudas testigos de la negación a ser eso por la que la
deseaban juzgar. Lento ritual, que veían mis ojos, de cómo
rompía serenamente brazos y piernascon dolorosas
marcas, antesde pasar al cuarto de baño y peinar
lentamente su rubio y hermoso cabello,para volver a la
calle. Reflejo que miraba a escondidas, viendo como se
transformaba en la más deseada de las piedras. Reflejo que
terminaba en profundasmarcas de un universo que guardó
el espejo y su reflejo en mis ciegos ojos. La primera visita,
tras una larga espera y tras verificar mi vínculocon ellas,
Julietaprimero, luego Sacha, apareciendoescoltadaspor la
policía,cubiertaspor delgadasmantas que Julieta
arrastraba como capa. ¡Julieta¡no arrastres la manta le
gritaba un policía,mientras se acercaba a la pequeñasala,
donde la podía visitar. Solo una vez enseño su risa de
adolescente renegada y consciente, ajenaa los barrotes que
la aprisionaban.Así era ella. Libre e inocente. Sin culpasde
esta curva del destino. Alegres de vernos. Tras verlas, quede
solo en mi piso. Desolado como dolienteenamorado, tras
los veinte días y al borde del dolor más cruel, golpearon a la
puerta, gritando ¡Sorpresa¡ No solo regresaron ellas. Venían
acompañadasde otras tres. Alegres y fuera de sí, se
presentaron. Tres chicas jóvenes que solo tenían la opción
de viajara otro país, donde no ser acosadas. Tras compartir
unos días, como espectador de ritos ajenos a mis sentidos,
prepararon su equipajey viajaronal extranjero. Nosotros
quedamosotra vez solos ante el destino. Tanta la confusión
y tantos los años de mi condenay antesde cumplir los
cuarenta, me toco también rendircuentas a mi pasado.
Julietay Sacha, tras su detención,dedicaron las veinticuatro
horas a trabajar. Fue la más horrible de las carnicerías.
Verlas ser acosadaspor hombres jóvenes, viejos, negros,
mujeres. Verlascomo dejabande ser lasniñas que conocí,
hace más de un año. Ya no había más que esperar. El final. Y
deteniéndomeen este punto, para ir a por más velas, para
continuarescribiendoy así poder centrarme en lo que no es
de este mundo. Pues esas velas, que me dejaba una mujer,
que custodiabala ermita de legionariosy de sueños
inmortales de la Cofradíadel Cristo de la Buena Muerte.
Fueron los que iban a velaren mi caso, la buena muerte
que, no se reflejaba en la cotidianidad delo que compartía
en esta ciudad. Se refería a la cruz que habíacargado recién
cumplidolos veintitrés. Invisibley aterradora, mi buena
muerte, me poseyó en la juventud. Me invadióparte de los
sentidos y puso precio a mi alma. Una carrera de minutos,
meses, veranos, cumpleañosy de miles de kilómetros, para
escapar, de la sombra de unas madres que se empeñaron
en dejarme totalmente a oscuras. Poseído por lo que en
este universo, no tenía más solución que asumir la
rendición.Había memorizado una canciónhace años. Y no
ser otro más de esos innombrables,que no consiguen ser y
estar o si fuese necesario, poder dormir para siempre, al
otro lado del espejo. Una tarde de domingo, a solas,
ordenandounos poemasy no sin cierta ansiedad, de algo
que no deseaba, sin tristezas en exceso, me conseguí un
cóctel mortal. Estirado en la alfombra del salón y sin aviso
previo, me prepare a trascender, para encontrarme con
esos sueños y deseos, que habíaacumuladoen todos esos
años de inútilespera. Como trece o como muerte que
precede a la vida, no fui testigo de gritos ni llantos, pues
simplemente, me fui o escape sin pretenderlo, a la vida de
los dedos que escriben esta la presente, en este espejo
viviente. Pues díasantes de cumplir los cuarenta. Con velas
consumidasy sin estar desperté al tercer día. Miércoles de
resurrección. Durmiendomi sueño eterno, junto a Julietay
Sacha, las que dormidasuna a cada lado mío, velabanla
muerte de nadie,sin poder pedirauxilio.Y como acto de
brujería, mis dos delincuentesjuveniles y un sereno
pecador, desperté en un plano, dondeya no reconocí al
tiempo. Como mudo testigo o por la suma de mis actos, fui
reinsertado como recitaba antes, en esta segunda o
enésima vida,para vengar o hacer justicia de tanta
crueldad, amén de las cruces que lleve desde la más
temprana edad. Sin recuerdos del sueño, note el cambio en
mí. Algo murió y algo renació en lo más profundo, pero
manteniendolo que me aferró a mi mundo primero.
Inocente del festín de la muerte, desperté o mejor dicho,
empecé a despertar y tarde o tardare en conseguirlo,
aunquedejandola huella,para que me relaten en otro
plano.Pues lloro en ojos de otros. Lo que no está. La
ausencia de todo y la existencia de todo, en eso que llaman
multiuniversosparalelos,asomando la pluma para
devolverme eso que causo tanto dolor a, quienes ya no
están, Que es la mente el compromiso de la autora, de este
relato, de este espacio que tiene números y colores, donde
me censuro, pues las letras, relatan lo contado o vivido,por
los amores y las penasde miles de horas compartidascon el
autor, y de la eternidad de quienes se amaron entre lluvias
y el frió de los huesos cansados, oyendo y viendo,algo que
también va conmigo, pues aun duermen los tres. Capitulo
Nueve Quizás debería relatar todos los cambiosque padeció
Gabriel, cada dolor, calambre, pesadillaso como hubo de
aprender a caminar entre los espejos y saber defenderse del
mal ajeno. Conseguircaminar. Guiándose,por lo que
siempre lo guió, la belleza, el amor o la injusticia,cosa que
es imposibleaprender, por lo que seguramente, seguirá a
merced de todos, pero armado con la sangre que ella
derramo, sobre su piel desnuda, para que lo proteja. Pues
antes de trascender, a solas y a escondidas, mezclo su
sangre y deposito esa pequeñaurna entre las ruinasde la
antigua catedral, para asegurarse de que no solo sería
testigo de su dolor, sino que se la entregaría al cielo de
dioses. CapituloDiez Por un tiempo siguieron viviendo
juntos lostres, hasta que Sacha volvióa ser deteniday
finalmente repatriada.No podríaser justo con Sacha, sin
reconocer el amor que sentía por ella. Si en casa hubo
limites, los puso ella, tanto así que su responsabilidadnunca
tuvo fronteras. La dependenciao necesidad de volver a
consumir su dosis, o el inyectarla en el cuello,cuando
Julieta,ya no podía,era responsabilidadde Sacha o
simplemente, entrar al dormitorio y ver como dormía con
una pierna encima, como custodiade sus sueños.
Nuevamente entre candados,fue la última vez que la vio,
tras gruesos barrotes, donde lo abrazo al cuellollorando,
recordándolo.¡Yo si te quiero¡ Estaba hermosa. Alta y con
buena cara. Le partió en corazón verla partir, pero
agradecido de no volver a ver lo sus ojos vieron, cuando
caminaba por las calles, como zombi, marcando el límite del
infierno, y aun no cumplía los veintitrés. Cuando piensa el
ella, suele comprar, eso que daba hambre en cualquier
parte. Nata montada,bañadaen azúcar. Si recuerdo y
extiendo el tiempo y meto la mano donde estoy autorizado.
La veo llegardelgada, y enjuta. Meterse en un colchón
provisionalen el salón dondeyo aguardabapara meterse
sola y al acompañarlacomo a una hermana, sentir la
humedad al notar como mojabalas sabanasde orina y
quedarme junto a ella, sintiendoel terror de algo que debía
recordar. Y no fue la noche, fueron las mil y una. Como
trece ciegos dormidos, que nunca dieron la hora, que había
de ser esculpidaen el segundero, del infierno ya gastado.
Ella hubo de enfrentarse todos los días, como guardianay
guerrera de alguien,que no permitiría nunca no dar su
propia hora, luchandofrente a frente como dos gigantes,
para poner su sello. El limite, de la justicia que nunca llego,
en medio de la peor carnicería que pude imaginar. Ahora
seríamos solo dos CapituloOnce Ya nunca más reconocí a
Julieta.Ni su risa, ni su sueño volvierona renacer. Solo
peleary pelearhasta la extenuación.Dejando espacio sólo
para las habitualesheridas, que su delgado cuerpo
acumulaba,pero que ya no eran de este mundo. Así la
recuerdo a ella y su locura. La condena que nunca busco. Si
es pertinente señalar, que mientras, sufría las molestias
habituales,las que no me dejabandefender mi nombre y las
motivacioneso lascircunstanciasde tanta locura, que una
vecina, amiga de una cuñadade la capital, entrada en
maldady envidia,que vivía en la primera planta,alimentó a
una mujer, para ponerle coto a esa familia, denunciándolos
de robo con fuerza, mientras Gabriel, estaba en casa con
Julieta.Pues esa excusa abrió las puertas del infierno, que
nos mantendrán siempre lejos, pues vinierona por él y tras
obligarloa confesar y siendo trasladadoa los calabozosde
la localidad,fue sorpresivamente liberadoy al llegar a casa,
encontró a Julieta, cometiendoel último acto que un ser
podría cometer, cuando buscaba no morir nunca. Me la
encontré, estirada en la cocina, sangrando por la nariz,
víctima de una sobredosis, clamandoal cielo como lo había
hecho yo. La loba que nunca dejo de defender sus cosas, se
rebeló como un ángel del infierno, para dejar claro, que ella
no lo iba a permitir. Luego de esto entre en otra dimensión.
Quizás a mejor, pero vagando como aprendizde vampiros,
en lo relativoa aprender a estar y no mirar. Creo recordar
que ella dejó una nota sin terminar de escribir un nombre,
en un trozo de papel. Romanev. Rusa de origen. Escondida
con sus peores ropas como la primera noche que la vi, de
familiaacaudalada,de finos modales y caros gustos, dejó
esa como epitafio. Acostumbrado a tantos males ajenos, me
centre en mí. Y pasaron añosde aislamiento,preparando la
reaparición.Años donde sin familia, amigos, fui responsable
y victima también de los tiempos, hasta que finalmente, tras
miles de horas, deje lo que me quedabade visión, forzando
la espalda, para terminar de esculpir este ángel. Para
concluirhe de incluir, los que fueron mis primeros pasos,
tras salira la luz. Pues ya totalmentetransformado y
escondido por el paso de otros, me vieron, en brazos de una
hermosa sonrisa de cincuenta y tres, mientras rompía
barreras, amando y seduciendo la noche, sin ser consciente
que me confundíancon otro. Pero así aprendiendode
nuevo, dicen que me agotabadesnudo y sin dormir, una,
dos, diez y más veces, cada noche, para escapar como si lo
poseyese, un especie de animalsalvaje, que no podía ser
retenido. Cual unicorniode un bosque encantado,que lo
secuestraba, pasadala media noche. Luego vino otra joven
mujer, que haciendotodo lo posible para retenerlo, sin
besarle y sin entregarse, más que prometiendo lo imposible,
lo atrajo a su casa, para escapar al día siguiente. Finalmente,
ya centrado otra vez en el mismo, se encontró frente a la
tercera mujer en un año, que creyó, seria la definitiva.Pero
es más que eso. Es la maldiciónde todas las que vengan
después o una condena por estar con ella. Esculpidaen el
más allá,rubia, delgada,criada en la capitaldel reino, en la
calle más cara y según dice ella, a espaldassuyas, hace
mucho tiempo le esperaba. Mientras Mari, se desnudade
todos sus hechizos, para dar con el hombre o el cadáver, y
escapar. Así se dejo seducir y amar, incluso reconocer, la
parte de su reflejo, cuando una tarde grito, con el mismo
acento de Julieta, ¡Gabriel¡¡Gabriel. Dice desear tener
mucho dinero, ser más bonita la próxima vez. Pero Gabriel
la prefiere como la dueña del mundo, la ofrenda del reino o
el mismo demonio vestida de verde. Quizás sería más
específico, transcribiéndolesuna. La muerte, un ángel, un
coche gris plata en la mañanamas abandonadade este
invierno. Sentadaella, sentado él. El motor detenido y
circulandopor calles grises, con ese reflejo invernal.Ella en
silencio conteniendouna sonrisa, que revelaba el ambiente
o misterio que envolvió,ese paseo con la rosa mística,
después de haber dormido con ella. Después de haberla
visto volarvestida de piel. Rubiamelena y cuerpo blanco,
que escondíauna mujer alta y serena, que se entrego dos
noches y que ahora reía, entre miradas, entre veneno, entre
sudores y vahos, que empañabanloscristales. Un automóvil
en movimiento, que ésta mañana, solo circula por los
laberintos, de la cornisa del amor, sembrando este santo
instante, para protegernos de cualquiermal deseo, para
que solo haya espacio, para viviresta mañana.Arrastrados
por una carroza tirada por ciento quince caballos,para
morir sostenidospor la mano divinay ser perdonadospor el
tiempo, que no era nuestro. Tanta la humedad y tanto el
rocío, que lentamente, como empujadospor mágicos
caballos,nos desplazamos, por el no querer despertar,
recorriendo los últimosmetros, esquivandoel tráfico,
pasandoinadvertidos.Muy despacio e invadidospor
miradas, que se cruzan, mientras nos despedimossin
sombra. La alfombra de la ciudad,deja entrever una rubia y
encendidamelena y el peor de sus hechizos. Un cerebro de
otro mundo, que arremetía contra todo ser mortal. Fue algo
más que mi sentencia color rosa. Pues antes de llegar, mi
pálidorostro, vestido de pesadilla,percibió, el precio de mi
paseo, o el roció de mi aspiración angelical,preparándome
para no poder evitarcontener mi futuro dolor. El precio del
amor, la certera muerte del amor primero, el olvido, la
ceguera, despertando en este viaje, donde partí como niño.
De este sueño que se aleja también,de toda mirada, para
ver descender, mi estandarte, rosa en mano, gritándome.
Gabriel aquí no puedo besarte. Como último aliento del
conjuro de mi compañera, se desaparece tras los cristales
de la gran pecera. Y como suspendidopor mi dolor, como
asaltadoen el cielo y sufriendo la furia de la separacióny a
pesar de mis pesadillas,de verla reírse, verla desnudarse. La
veo caminandopor calles, en paradasescondidas,
envenenadade su magia, para poder volver a viajarlos dos
otra vez. Para tituladosen pesadillas,en hechizos de brujos,
brujas, hechicerasy magos, que se sumaron en abrazos, se
casaron a escondidas,para sellarel camino de la coronación
de una virgen. La atalayade mi sentencia. El espacio para
dormir con ella, espaldacon espalda, como niñosde trece,
mientras sigo despertando de los vapores de esta mañana
sombría, donde el galope de docenas de caballosy los
azotes, que reciben mis nuevos sentidos, me han hecho
escupir y gemir el veneno. Y como Romeo no está .
Tampoco Julieta.No la oigo. No la siento, no la veo. Pues no
está más que como fiebres del precio por verla y sin saberlo
y sin despertar, me muero por ella, envenenadodel único
hechizo, que nos protegió, por verla y verme. Luego y antes
de su nuevo amanecer y sin previo aviso, en un camino que
no estaba escrito, en un mundo donde sus ojos no
escuchaban lasmuertas palabras,como cinco de copas,
mientras termino de despertar, caminandoseguro y entero,
en ese bosque encantado,cargado como demonio
justiciero, amarrado a ese palo mayor, que conduce el
último viaje, entre dos ejércitos que no se perdonan,
intentandono ser alcanzado.Fue en ese contexto que en
compañíapor Italia. En la esquina de las calles Moscú y
estados unidos, Gabriel, soltó la Última Lágrima por ella.
Comprendiendoen ese instante, el límite de lo que debía
entender por el límite del amor en los otros. Ese que se
contiene como las lágrimas ajenas.. Años después integrado
en otro sujeto, continuórenaciendo, hasta conseguir salir
de esa playa transformado, en un personaje de una de esas
novelasde ciencia ficción.

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El quinto sueño

  • 1. CapituloUno Rubia, no excesivamente alta, de piel clara y vista al perfil, levantabasu cabelleracomo el último acto de un cisne, mientras peinabasu rubia y larga cabellera, ante los ojos de nadie, para pintarle una sonrisa al diabloaproximadamente mil años. Sus ojos jamásvieron mi mundo, que se los trago la cola de la ropa que no vestía su desnudo perfil. Casi apoyadaen mi lavamanos,del que fue nuestro cuarto de baño y tanta la insistenciay el vicio de ese espejo, que sin tentar la salud de los míos, salió ya vestida como por hechicería y se despidiópara no volver jamás. La siguiente mujer que entró en ese cuarto de baño, venía acompañada y tras mirarse en lo que se suponíaun ahogadoespejo, tuvo el detallede besarse descaradamente en mi salón, para no volver jamás. La siguiente mujer que entró en mi casa, venia con dos amigas. Se sentaron en mi sofá el tiempo suficiente como para contar, ante mis ojos un millónde suspiros, para luego bajar lasescaleras, mientras se despedían gritando la primera, no creas ni en tu propia sombra¡ la siguiente gritó, ¡yo si te quiero¡y la última las acompañabagritando, ¿porque eres así conmigo? Desde ese día no lasvolví a escuchar, aunque mi casa termino siendo una especie de revuelto de algo que se entendería como caos, pues desde hace un tiempo, peleo con lascosas, mi espejo, mis pensamientos, por el enorme enredo, en el que me quede.
  • 2. Así empiezo la dialéctica,que me enfrentó al concepto de psicoanalizarse,tras recorrer una larga vida. Ese concepto de psicologíafemenino, que sostiene, eso que no se resignaba a ser comprendido. Quizás la columna de la casa que soportabala castidad o la ansiedadimpuesta y así terminar, con esas extrañas visitas, que se resistían a sostener eso que ella creyó ver en mí y yo rechace. Sin aun conocer, la condena del señor juez. No fue necesario entablaruna discusión sobre mis tarifas profesionales, quizás por temor a terminar en la cocina. Soy un joven casi maduro que se perdió en algunaesquina virtual de una oscura calle. Como único detalle,diré que adolecía,de un trece por ciento de visión en uno de mis ojos. Así que si alguiencomo usted lee esta resumida, involuntariay obligadaconfesión, que me dejaron las mujeres que han pasado por mi casa. Podréis compartir conmigo, algo de la ceguera necesaria, en un mundo que se desvanece a medida que se imprime. Así que trataré de que no falte detalle,de todas esas mujeres, que habitanen ese cuarto de baño en lo que le quedó de vida. Diálogos absolutamenterobadoscomo espacios de las páginas, que robo al tiempo y a todo ser juicioso que no tiene sombra. Así que todo lo que señalo, se refiere a hechos “reales”, en algunaparte que no paga impuestos nocturnos, sino eso que todosdeseamos, dormir para siempre como vampiros,
  • 3. con derecho a conducir. Solo tengo que dar una pequeña vuelta a este relato y puedo verlas en los ojos de Gabriel. Así que como vampiro, ángel o pecado ajeno, representare la voz de este espejo y empezaré por fundirme con el lector que lo habita,antes de terminar de nacer junto a mi autor. Pues para ser justos diré que mi primera amante o exenta de juiciosprevios, dadasu generosidad, venía a mi cama hambrienta.Venia casi todas lasmañanasy se quedabauna hora, que me durabacasi todo el día. Una de esas mañanas, sin más compromiso, se despidiócon una nota, escrita en un libro, que compró y dedico, escribiendo“aunque el mundo se destruya, siempre seré tuya”. Alegre y risueña, casi infantil,fue quizás la primera mujer, que hizo mi voluntad.No dejó sólo esos perfumes que buscas como sustituto y que no quedan más que en el recuerdo. Tanto mi poder y tanta la seguridad que veía en mi, un hombre joven y con pocos deseos de dejarla marcada, que era pedir y pedir. Casadacon un hombre joven y según las palabrasde una mujer de estas tierras, joven y poca cosa. Pero honestamente, nunca pensé en su mundo paralelo,pues esa hora que compartíamos, Maríaera mía y no había más cosa pura y viva, que los calambres que padecíacada mañana,en un rito de dolores previosa la fatiga amorosa. Secretamente, María corría cada mañana ansiosa para verme, ansiosa quizássegún dejo entrever, poder separarse
  • 4. de su amante y joven marido. Másalta que baja, delgada, pelo largo y piel blanca con dos pechoshermosos y no demasiadograndes, dejo impreso su perfume en mi guardilla.En las dos habitacionesy un salón, que solo poseía una silla. La habitaciónde paredes lisas y ventanasde madera, eran mudos testigos en esta oscura y fría y desangeladahabitación,con dos colchones en el suelo. Ya desnudos, se sentaba encima mío, toda desnuda y entre alegre y excitada, mientras le sujetaba el pelo, para ver solo ese cuerpo terso y bien formado. Quizás deba expresar mejor la sensación que traía María. Ella risueña y nerviosa, escribía a solas cuentos de secretos. Historias de jóvenes amantes que se seducían dentro de su mente. Ella los plasmabaen ardorosas líneas, que guardabaen secreto. Así fue nuestro encuentro, como la pluma de un escritor, de cuentos de amantes. De esos que leemos en el autobúso en los vagones del metro. Y si había un culpable,ese era yo, pues casi sin llegar a ser clientamía, fui seducido por una profunda pasióne inocencia,en la mente de una mujer que ya sabía lo suficiente, como para tentar al destino. Pues nunca habíaengañadoal cónyuge. Hasta una temprana mañana,pues habíamoshabladopocasveces, por teléfono y sin aun conocernos, ella se acerco a mi oficina, sin yo saberlo y tras una interminableespera, sentada en su coche, se bajo, quizáscon la garganta seca, toda nerviosa y
  • 5. ansiosa, para entrar y casi abalanzarsesobre mí. Fue solo entrar y ardiente como ninguna.Sin excesos, empezamos a besarnos y a caminaral único espacio íntimo de la sucursal, dirección al cuarto de baño. Ahí a solas, recorría mi cuerpo con sus manos, sin dejar de besarme. A los pocos segundos, ya se arrodillaba paradarlerienda suelta a su fantasía. Casi agresiva pero dulce, y tan evidente mi preocupación,por no dejar abandonada lasala, que instintivamente,la tuve que detener para citarnos en casa mía. Así, consentía nuestra fatalidadcon la más dulce sonrisa. En ese mismo momento, empecé a descubrir a la mujer que firmaría mi epitafio. “Aunque el mundo se destruya, siempre seré tuya”. Nos citamos a la mañana siguiente en mi apartamentoy aun hoy sonrío al recordar su discreto acento andaluz, su natural y alegre sonrisa, su largo y rubio cabelloo su hermoso y blancodesnudo. ¿Me tiraras de los pelos? me decía. Y empezamos, entre las cartas que debíatraerme cada día que nos veíamos, como condiciónmía. Breves y sinceros, relatos de cómo se levantabaporlas noches y a escondidas en su “cuarto de baño”, se moría susurrando mi nombre, entre dos amores, que loca la tenían. Gabriel, Gabriel, releía a la mañana siguiente y si, así empezamos realmente una correspondencia que no terminaba, más que en los límites de sus ansiasy anhelos, casi como rotos, pero que suspiraban desenfrenadosesas mañanasy tratar de
  • 6. complacer a su señoría, su fantasía soñada.Un relato vivo solo para ella, donde no habíani maldad ni perversión. Nada que olvidar. Incluso una mañana cerca de la oficina, tomando ese café matutino,que deja amarga la boca, fui atendidopor una morena y tanta mi codicia de amores, que a la mañana siguiente, sin culpassobre su sombra, mi cómplice y joven amante, tuvo el encargo de seducirla, para que fuésemos tres. Pues Maríano sufría de límites, sufría por complacer, el límite de mis deseos, que eran órdenes para ella. Deseos que compartíamoscomo jóvenes amantes. Ellase cambió de cama, la sedujo y fuimos tres una mañana,en la misma cama virginal. Virginal,pues éramos cuerpos jóvenes y ansiososde besos y caricias, más que de sórdidosplaceres. María cantabadescaradamente. Mi limón, limonero, hago siempre lo que quiero y reía. Hasta una mañanaque dejo de venir. La última, donde se animó a despedirse, pues el paso siguiente no lo podíadar. El camino del amor era mi carcelera y el amor no tiene sombras, no está, todo lo posee y la ansiedadpor descubrirla, me lanzo la última frase casi como sentencia. Salió por la puerta y bajandola escalera, se le escapo a solas, ¿Y ahora que como? Y riéndose, para no mirar algo que la obligabaa olvidar.Desapareció. Yo apenasempezaba ser consciente de que todos estos irreverentes nuevos empezaron a entrar en mi casa como vientos furtivos, que
  • 7. luego se transformaron en las sombras de mis paredes, que escarbo con atencióny humildadporsi se cela algún familiarencamadode alguna necesidad inoficiosa.Así como el primer día que quedé en libertad, tras compartir con María mis primeras semanas, en este departamento aguardillado.Una cuarta plantasin ascensor, rodeado de ventanasde finos cristales, sopladoshace mil años, que de forma estoica soportaban el paso del tiempo. Frente a mí las paredes, que deseaban no ser desnudadas,me obligabana tomarme un tiempo, antesde cambiar el color de la pintura, ya que antes, según Me advirtióMaría, había vividoun pintor. Por lo cual, mis paredes hubieron de quedarse como estaban. No imaginabayo, que terminaría viviendoen una dinámicaprincipalmentefemenina, con el encargo de relatar la historia de estas principales,en especial por el futuro encargo de una de ellas, en un contexto histórico y con la suficiente distancia, dadala espera solicitaday por el estilo y la temporalidad.Así tendría ocasión de interpretarlasordenadamente resumiendo los tiempos y sobre todo mis personales recursos, de los que ajeno aun, se dan como tesoros inmaduros, que además por ser una exposición englobada en un guión, limitadopor el ahorro de recursos, y más hablandode amantes, novias, relatando,lo que ocurrió, en voces encubiertas en lo referente al escritor, que quedó
  • 8. postergado a un segundo plano,quizás como avalpor ser éste, un término más a séptico, al relatarel contexto casual de estos mundos, en los que yo mismo quedé apartado de esta historia mía. Cosa amena por lo demás. Incluso, permitiéndome esa distanciaobligada.Referir solo eso que aparentemente quedó como tarea de la máquinade escribir, que son los hechos, que son los ojos de ellas, quienes la leerán. El psicoanalista estáfijo a la comida, por lo que se refiere a estas desastrosas y tristes condiciones, en las que empieza el personaje principal,en su casa transitoria, en una ciudad perdida,en alguna frontera, en este cementerio de extrañas circunstancias, amén de mi propia realidad,en la que tuve que tomar los acontecimientoscomo una obligadaespera o desafío imposible.Con lo que haciendoun esfuerzo temporal y después de seis meses y un día de noches y sueños, empecé a involucrarme lentamente,sin siquiera pretender, escarbar en los jardines prohibidos,pues ya habíaexplorado la libertad, en mis años anteriores, que correspondíana épocas de mis memorias estudiantiles. Así que reservo un deber con todos los referidos en este relato, con la más rigurosa de las reservas, no sea que algún sepulturero fenicio, pretenda enmendaralguna falta con su amo. Pues ahora con la distancia de la realidadde este nicho humano, desempeño como mero asistente de vuestros sentidos, en
  • 9. un períodoque es relativo y además referente a hechos comunes, a una lista de mujeres que cedieron sus intenciones,derechos y privilegiosde su propiedad,el día que entraron en mi casa. Así que robando por sueño lo que la noche profita a mi sombra, poseo sus pensamientos, he incluso su sangre con la mayor implicaciónposible.La muerte. Sin olvidarvuestra apetenciade aventurasy deseos, que se relatan ademáscasi fielmente en todoslos casos, sea que no coincidaésta con su señoría, que relata desde su pobreza y soledad la ansiadalibertad, que todas estas zorras, persiguen en cada esquina,como si se tratase de meadas de fieras en celo, sin obligacionesa entendimientoy que rondanlas calles de estos inocentes viajantes. CapituloDos Mi juventudno se esfumó ante farolas y copas de vino, sino en los ojos de los mismos deseos, y anhelosde mi familia. Con esta realidadrefiero mi acaudaladadesdicha.Podría decir que soy acaudalado.Acaudalado enamigos, acaudalado enaños, acaudalado enlo laboraly en mujeres. De origen europeo, nacido en tierras lejanas, criado en una isla o burbuja rodeada de aguas, mares, montañas, e inundadoen palabrasvivas. Quizás hasta los veintitrés, el día que empecé a perder parte de la vista de forma violenta, hasta conservar un trece por ciento, que disimulo como si
  • 10. me habitaseun demonio,testigo de sus propiasculpas. Nadie conoce mi ceguera. Vivo alejadode toda idea ajena, pues las deudasmías, no son por obligacióntributaria.Las mías, se suman en miradas y sensaciones de nunca jamás. Este sufrimiento, fue la despedidainocente del que fue mi último amor primaveral. He de reconocer que me posee una ceguera, que me guía como cartas esculpidasen el infierno. El trece. La muerte que precede a la vida. La resurrección de un mal hasta entonces imposible.Quizás me atrevería a asegurar que la muerte es muy galena, mira pero no toca, la tocaran los ojos de los otros o los escarabajos. Aunque la muerte me vino a despertar, quizás una mañanade domingo, mientras curioseaba un gran charco de sangre. Tras mirar ese obsceno pero fresco recuerdo y dispuesto regresar a mis infantilesdeseos y al querer cruzar la calle, fui envestido por un enorme coche americano conducido por un soldado,que como hipnotizadopormi mirada, torció el volanteen una ampliacalle y se dirigió directo a haciados niñospreparadospara cruzar la calle, para finalmente arremeter contra una acequiade un metro de profundidad, mientras se escuchabanruidos y escándalo de piezas, que saltabanpor los aires. Recuerdo haberme levantado, recuerdo haber levantadoa mi hermano, pero la bicicleta que sosteníamosfrente a ambos, quedo bastante retorcida. ¿La muerte de dos gemelos o mellizos de trece? Así,
  • 11. descubrí estas cosas. En una esquinaensangrentada por un anónimocharco, más lasvidas de dos hermanosmellizos o gemelos de trece. O miremos con los ojos de la muerte en uno de los dos otra vez, pero con siete años. Jugandoa la pelota, corre uno a buscarla treinta metros y al recogerla, no puede dejarde poner sus ojos en un señor que bajade un escarabajorojo, que lleva su placa cubierta con un paño color naranjay que al seguir caminando,ve como ese señor, tiene su miembro totalmente erecto. Grande y rosado y que esta como absorto en otro mundo, no diciendonada, mientras miro inconscientemente,al pasar frente al escarabajo rojo, para alcanzarver un cuerpo de colegiala acurrucada en el asiento trasero. Sin más que esa foto que guardar y sin dañosemocionales, la muerte, si queda impresa en esos inocentesinstantes, que son algo más que los ojos de ese chico, que fue a recoger una pelota. O si viajamosmas en vuestros sentidos, ponemosa esos dos hermanos, con cinco años, en un gran jardínde una gran casa a orillasdel embarcadero. Cuandouno se cae al río, empujadopor el otro. ¿Es la maldado el dolorde algo anterior? Señaloesto, pues casi mil años después, sentí, que la vida empezó a devolverme lo que era mío. Fui tomando concienciaen la medidaque voy siendo guiado por tres musas, que son miles. Es ahí que me veo como inocente, pues si la vida me condujo, fui yo quiense resistió. Así se
  • 12. imprimirá esta, como la vida de otros. Reseña que sale como esculpidade el libro de los muertos, me deja muy cerca de creer, que no somos más que eso que llevamoscon orgullo, de generaciones en generaciones, el apellidode alguien,que realmente es casi nada, que está siendo conducido,para ser juzgado por sus actos, de toda una serie de vidassimultaneas, que básicamente,resumen el más preciado de los bienes. No morir nunca, por algún derecho divino,en un planoo tiempo que sirve para conduciro mantener, eso que nos habita.La inmortalidad.Es ahí cuando relato esta historia de terceras, no como la muerte, sino como trece ciegos, que no están, pero que habitanen los ojos de vuestras mercedes, sin dolores, más que los deseos, o incluso relatar, los mas ajenosque propios, de tiempos pasados, para permitir el sueño temprano de la noche, para iluminaralguna alma de hermosos ojos y bello cuerpo, para verla dormir y quizás, ser amada incluso bajo los hechizos de mi fugas sombra nocturna, incluso no estando presente. O quizásestar preparadospara cuando nos veamos al otro ladodel río, cuando,deban hablarcon el barquero. CapituloTres Por esas fechas, que ya no me encontrabaen los calendariosde ningún joven de medianaeducación, trataba de escapar de los añosque se suceden en laspáginas
  • 13. siguientes, donde ya no tuve tiempo de nada, más que compartir estas, en este entierro en el infierno, que sepultaríami futuro, pasado,incluidolas monedas, pues me sumí en una realidad,que me tuvo suficientemente limitado,como para casi no encontrar salidadentro de una realidadplausible.Así que trataré de resumir los acontecimientos,que son relevantes y tratare de cuantificar, lo que era mío y lo que estaba siendo causado por algún exceso mío, que fuese como consecuencia de algún acto, que se relacione con algún experimento laboral o simplemente causa de la que debía de ser considerada como un mal menor, en toda esta situación, siendo además extranjero, cosa no fácil. Pues lograr que mis anhelosse concretasen, se hizo insoportable.Así que siendo breve y seco, refiero una introducciónanímica y situacional,antes de envilecerme con todos los personajes, que se adhieren a estas zorras del infierno, que desean trascender en este relato. Por lo demás, lo inicioen una situación de pobreza límite como voluntariode este infierno, pues los límites habíanhecho mella en mi situación física, incluso habiendo tenido que optar, como realidadsocial, recurrir a los servicios sociales, que se encargaron por un período, el allanar,mi integración en la sociedad local, la que además se hizo eterna, pues nunca dejo entrever, algún atisbo de finalización.Por lo que tuve que armarme de paciencia y
  • 14. comprensión ante una serie de hechos, que en estas tierras de antigua fe cristiana, que no iba a poner en duda, sino mas bien obligarme a tomar una postura enfermiza, por las absolutamenteextrañas, circunstanciascompartidas. Por lo que decidípor optar por realizar una cura de alguna enfermedad, contraída en estos límitesde tierras africanas. Fiebres que sufríamos como consecuencia de la ansiedad diaria,que sabía, se dabanen situaciones límites. Algo así como esos síndromes inespecíficos, que solo se relacionana períodosde guerras o migraciones. Así que mi cotidiana vida se enmarco en caminarhasta ese comedor, siempre con los minutosindispensablesde verme comido, para volver a la cotidianidadde la vida colectiva,que además estaba inserta en un ambiente de constantesviajeros, que bajabande grandes buques fantasmas, que atracaban casi todo el año, dando una curiosa imagen a esta enrarecida ciudad,que secretamente, es conocida por tener además, una tradición de constantesviajeros, que no tardan en redescubrir, lo que puede ser una primera referencia, de las llanurasque se extienden, desde la puerta de Europa, hasta el antiguo oriente. Pues con este referente, enfrentaba ya hace meses retener el motivo de mi permanenciaaquí, la que podríahaber seguido, como la vida de otro trabajador especializado,pero que lentamente fue siendo engullido por la historia y las costumbres, como si solo se tratase de
  • 15. una permanente cena. Cena que preferí alargar, desde que empecé a hacer uso de los mismos servicios, que mi persona atraía.Mi insólitasituación, que quizás era meramente tangencial.Pues no era el prototipo de inmigrante o transeúnte iniciadoya el siglo veintiuno. Realmente no era más que un mero número en el calendario,salvo por la sensación de estar rodeado permanentemente de personajes, que se representan con la fuerza de épocas, en las que la propiedadde nuestras cabezas, podíapasar a manos de cualquiera,en cualquier momento. Amén de esta monotoníahistórica, en la que la pobreza, e inmigración,presentes aquí mismo, dejaron reflejar nada más que tediosasactividades,que encerraban solo banalidadeso absurdasideasde ser una especie de doncellaretenida, por algún sultán, de quien sabe, que desierto occidental.Comparto habitualmentepor estas fechas, con amigos, que parecen no tener tiempo ni historia y que con un latín pos moderno, mantenemosuna comunicación,como si todos fuésemos prisionerosde algunaguerra en Turquía.Todos estos pensamientosse mezclaban casi imperceptiblemente,cuando decidí,salir de casa. Pues debíaentrar en la rutina que sostenía esta dialécticaexistencial. Decidí ir a revisar mi correo electrónico, ya que no eran muy generosos con los ordenadores disponibles,en la bibliotecaque frecuentaba y
  • 16. no deseaba esperar mucho más de lo necesario. Era una mañanaprimaveral, fresca y de azules cielos despejados. Junto al vuelo de golondrinas, al levantarla vista, las que serían mi mejor compañía.Ellas siempre presentes como pequeñosmilagros, quizássabedoras de mi habitualrutina, que por extraño que fuera, eran mi mejor reloj. El entorno que veíanmis ojos, no indicabanadanuevo, así que una vez terminado mi tiempo y después de responder un mezquino correo, intente destinarel mínimo de tiempo a la rutina diaria,para centrar mi atención, en corregir un escrito a medio escribir. Un diario, que iba desarrollando,a medida que transcurrían las semanas. Con este pequeño rito de costumbres mundanas,que se hacen más imprescindibles en tiempos de espera, destiné unas horas en ordenarla estructura de la heroína, que tenia por derecho, algo así como un exceso de privilegios.Y ya que como verán ustedes, esta situacióncasi infernal, que se me escapaba de las manos, no es sólo un sueño. Esta mi heroína, venidade Europa se cuela desde esta página, que casi se funde, en el final de los tiempos como condiciónde su autora, que desea que su familiaridad,sea tratada de forma anónima.Esto me tiene completamente alejadode mi vida cotidiana,pues desde la propuesta de relataren casi tercera persona, los sueños compartidos, que también siento por ella. Por lo que deberé además, mantenerme en anonimato,por el tiempo
  • 17. en el que me sumerjo en este largo trance, que no indicará más que en el servidor, la real aventura, que resulta al dejar este libro abierto y que como después de una breve siesta, parezca lo que abiertamente, fueron los sueños reales de Julieta.Que se refieren a una noche obscura, quizásen la calle más fea, vestida con las peores ropas, que fue el espejo, que se rompió en los ojosque mucho tiempo después, fueron los míos. CapituloCuatro Tenía menos de veinte, cumplidoslos dieciocho y a pesar de su belleza, la luz que la iluminaba,reflejaba ser como una pequeñalámpara, donde se reflejabanlos espejuelos, que estaban incrustados, en esos celestes y ajustados pantalones.De pelo rubio y ojos claros, en cuclillas,en una esquina, donde mi ceguera, abrió la puerta número trece de este hotel invisible.Bajandoyo de la compañía elegida,tras semanas de esperas y ahora, entre insensible y confundido, se ensañó ante nadie, la sombra ajena,pues ya buscaba cenar una hamburguesa con patatasfritas, acompañadade una coca cola muy fría. Sin pensamientosy sin deseos tras mi visita concertada, en un ampliocuarto, donde una morena con prisas, me daba a entender, que Eros, no esperaría a saciarme. Que debíaterminar, mientras iba siendo devorado por una serpiente, que apoyadaen el cabecero, desnuda,devoraba sus ajenosdeseos, de forma
  • 18. cruel e interesada. Mi poco interés por entablarrecursos, le dio el motivo para cobrarse y dejarme escapar. Bajandola escalera, sin arrepentimientos,pero vacío, camine ya de noche, por viejas calles, apenasiluminadas,e invadidaspor putas negras y chulos, salidosde algún rito satánico. Quizás en una de esas esquinas, fue donde giré la cabeza inconscientemente,para detectar el engaño de una hermosa joven en cuclillas, que en medio de la calle, con mi cuerpo y esos deseos de alimentarme de mejor forma, cuando sin ser llamadoy sin deseos en la sangre, más que en la mirada oculta,volví sobre mí y me afrente a ese espejismo, conducidopor algo más que mis ojos o mis planes nocturnos. Ellareaccionó como si le hubiese interrumpidoalgún pensamiento, mientras intenté no tropezar conmigo. Como mirando de reojo y con la mente puesta en mi sufrido estomago, deje de envanecerme mirando sus reflejos y opte de forma instintiva,cambiarde rumbo y volver con algo en las manos, que no fuese un preservativo usado en mi mente. Me acerque a un Burger King a comprar una flor y conservar algo más digno de mí, pues ya la noche era demasiadolarga. Así, contemplandola calle que se desaparecía a mis espaldas, fui a retirar dinero al cajero más cercano, para restringir mi ansiedad. Retirando parte del dinero que tenía disponiblepara emergencias. Pero sin haberlo deseado, ya estaba siendo
  • 19. víctima de mi inocenciao de la deseada ceguera, pues no era consciente aun, que este acto se transformaría en uno de los detalles, que posteriormente recordaría, como esos, que son absolutamenteinútiles,teniendo realmente tan pocas posibilidades,de sostener los vicios diurnoso nocturnos, de esas esquinaso de cualquieraotra y no tentar mi suerte, con inútilesexcusas. Por lo que comprándole una bolsa de patatasfritas, para no ser un cliente, regrese por esa oscura calle, sereno y con mi secreto como erróneo derecho, a poder seducir la noche, y sacarla a pasear. A pesar de todo no pude resistirme a probarla tarjeta de presentación. No pude resistirme ante mi inocente egoísmo o quizás poseídoya, por mis antiguosinstintossobre una mujer que penetra la piel, de la que solo deseas quedar bañadocon tu propio pasado. Pues refiero los hechos más de esta noche, de esta mi frescura, que no es más que una sutil aventura histriónicamente,que rechaza toda comparación,pero que se funde en esta paralela,que se excava al iniciarla noche, incluso respetando la rutina del escritor, quien ha de diseccionarlas pesadasemociones, mientras realiza un trabajo de terceras, que saben efectivamente, lo que quedasellado en cada letra de el tiempo. Que transcurre en palabrassusurradas en un soplo de aliento.Por lo que sin ansiedades al ir desmadejando esta calle de abril, retengo esta imagen. Con mis dedos y
  • 20. mis labiostocados por la sal prohibiday a la sombra de una farola perdida, cegado por viejosedificiosy la calle desierta. Enfrenté la noche entre lentos coches que la recorrían lujuriosamente,buscando entre miradas, para dejarse vencer en ese ambiente lúgubre, con la únicaintenciónde retener imágenes. En ese instante, también la aborde ofreciéndole compartir su tiempo, con mi manoseada bolsa de patatasfritas. Sonriendoirónicamente, como criticando o intuyendomis deseos y mi estrategia. Como censurando la previa cata, alargó la mano y probó una. Tras una breve pausa y lo poco habitualde la situación, intente ganar tiempo con la excusa del dinero, por digamos, su compañía. El dinero esa noche no era más que un medio para poder alargarel tiempo de aquellanoche. Si tú no tienes dinero, poder volver mañana dijo- Seguro yo estar aquí mañana.¿A qué hora? Si, venir a las doce, yo estar aquí. OK. Mañanayo vendré a las doce con una coca cola y una bolsa de patatas fritas. Pero por cierto, dime ¿cuánto es el servicio? Treinta euros chupar y follar. Mostrando un desinterés y suficiencia, quedé como confundidoentre amistad, atracción mutua o belleza exuberante para estas tierras. Pero no podía envanecerme, era una chica de la calle, era solo eso y nunca sería otra cosa. Sin insistir en mi ordenamientomental y sin esperar un segundo más, me retire entusiasmado ante algo que mareaba. Acompañadocon un último hasta mañana,
  • 21. correspondido por su relajadasonrisa, que se quedo ahí, en cuclillas,en esa esquinade mujeres de negra piel y poca ropa, en compañíade otra chica, que entre apoyadaen una persiana o media dormida, hacía de compañía.Capitulo Cinco Ella no tubo prisa por sacarme el dinero, ni arrepentimiento.Tenía la extraña sensación de sentirse única. Y como esperando a que pase la noche, algo le iluminola mirada. Quizás el destino le reservaba una sorpresa mañanaa media noche, con este despistado transeúnte o quizásescribir en estas noches extranjeras, y soportar de mejor forma, la frialdad de la soledad. Julieta estaba fría de espera y aquellanoche solo tenía la compañía de una calle. La interminableespera que le aguardabapara irse a dormir todo el día. Por lo que después de terminar de comerse la bolsa de patatas, se quedo pensando en su encuentro, trabajandopara cambiar su destino y aliviase esa extraña sensación, de saberse que no está sola. CapituloSeis Así con esa mirada superficial, es fácil caer en las tenues y sensuales redes como cualquiertranseúnte, buscando compañía.Pero tenía unos orígenes de formación, que se sostenían en sólidosprincipiosmorales, que no permitirían un contacto impersonal, salvo por mi extraña coincidencia. Han transcurrido muchos años, desde esa noche y aun cuando estudio los bocetos, escritos de una anónima
  • 22. relatora, retengo más que un deseo sensual, por lo que relatar esto, es casi formalidad,tras añosya en una ciudad, que se caía en aburrimiento. Una ciudadEuropea, musulmana, que no fue fácil abordar. Una ciudadque escapaba a casi cualquierestructura moderna. Y como escuchando el viento, en un mundo, o como en un abrir y cerrar de ojos, que intentanretener una imagen, me dirijo a mi domicilio.Pues esos tiemposdestinado a viajeros habituadoscomo marinoso prostitutas, que siempre están disponibles,como talantede navegantes eternos, eran poco naturales para mí. Por lo que me encontraba subiendopor mis escaleras, cuandome cruce con una vecina, la que me pregunto por si tenía animales, sabiendoella, perfectamente que tengo la costumbre de acompañarme de animales exóticos y domésticos, mirándome como recriminandomentalmente, mis pocas ganasde darle algunapista, u mi opiniónsobre cualquieraspecto, ya que estaba decididoa mantenerme en esa categoría de joven extranjero, de pocas palabras.O mis pocas compañías locales a pesar de la música a veces en exceso fuerte. Su curiosidadde saber cuáles serían mis sueños, en el inmueble,que ella habitabatambién,fue siempre el último recurso. Consciente ella de que estos extranjeros, disponen habitualmentede recursos limitados, lo que la hacía parecer habitualmente,unamujer viajay amargada. Con ese
  • 23. recibimiento,me entregué a mis pensamientos, que estaban bastante enfrentados con la dialécticay la costumbre, pues no tenía referencia en mi pasado, incluido los años vividosen el extranjero, durante largos períodosde mi vida. Además en mi mente rondaba el desencuentro amoroso de mi noche anterior. La páginanombrada que deseaba ser escrita. Por lo demás el otro tanto de inquilinos,no teníancostumbre de entablardialécticapor el tema de las cercanías. Pues era preferible entablaruna charla con el vendedorde periódicos, que con tu casera. Tema difícilde digerir, pues es habitual,en estas tierras, gritarse todas lascosas, desde el patiointerior, por lo que no terminas más que conociendolos dolores de las partes. CapituloSiete Es en esta realidadque mi personaje, trataba de esconderse, de trascender del calendarioy me transporta otra vez a esta ciudad,donde mis ojos aun se fundíanen una cotidianidadconocida,cuandoa la noche siguiente, dieron las campanadasde media noche, en la que ya me enfilabaa una cita con una mujer, que sabía más que mi sombra y yo juntos. Solo me preocupabasi estaría esperándome, algo bastante poco probable,además creí que la impresión que le cause no dejo mucho a la imaginación.Un cigarrillo que se me terminabaen la boca y tratando de no develar demasiadola intención, que me
  • 24. sostenía, caminé dirección a esa oscura calle, observando con atención.Pero no tuve la necesidad de forzar mucho la necesidad, Estaba ahí, en cuclillas,en la misma esquina,con la luz de la noche anterior. Acompañadade una chica alta, rubio claro y delgada. Al intuir mi cercanía, cruzamos la mirada y dio unospasos hacia mí. Con una clara confirmación de mi visita concertada, en la que ambos sabíamos, que no teníamos tiempo para la seducción. Por lo que realmente deje que mis instintosguiaran mi cita. ¿Tienes el dinero? Si. Al tomarlo en su mano me pidió que la acompañase,sin decir nada más. Nos acercamos a un hostal de una estrella. Sin luz en su amplioportal y esperando que abriesen la puerta, recuerdo una sonrisa de complicidad. Tomo mi mano y guió mis pasos por una ampliay antigua escalera hasta llegar a la primera planta,donde un hombre en camiseta, mal afeitado y de pocas palabras,abrió la puerta de una pequeñahabitación,iluminadaporuna pequeñalámpara, que reflejaba casi la misma luz, que entraba por una hermosa ventana. El cuarto con dos camas en paraleloy un lavamanosempotrado en una pared, fueron los testigos. Pues protegidospor esa tenue y agradableclaridad no decíamos nada.Su idioma nativo, estaba demasiado lejosa mi expresión verbal. Si, se comportaba de forma natural, mientras yo sin ojos, ni ardientesdeseos por ver su hermoso cuerpo desnudo,
  • 25. centré mi vista en la ventana,aun de píe. Casi como ausente por segundos, que al girar sobre mí, la vi. Desnuda y en ropa interior, mientras doblabatoda su ropa, motivadapor algo que nunca llegué a comprender. Qué sentido tendría doblar la ropa, de forma tan concienzuda.Continué quitándome mis prendas, para ponerlassobre la misma cama. Ella ya desnuda en la otra, ajena a la motivaciónintima de mis deseos, soltó un ¿Follamos? Solo ante sus pequeños,pero bien formados pechos, su cuerpo desnudo, su mayoría de edad, el alma que me acompañaban,y conmovido por su belleza, enfrentadosen una cama. Donde a los pocos minutos, fui sobresaltado por unos violentosgolpes en la puerta. Reaccionóalertada por pensamientosajenos. Y me dice. Si tú quiere mi compañía debe pagar dinero al hombre o problemas. Si claro. Saque un billetey ella entreabriendo la puerta, diciendo.Diez minutos. El supuesto señor que velabapor cronometrar el tiempo, quedó en el pasado. Julietacon su alegre y naturalsonrisa, o el arte de una joven cortesana. Sin saberlo me permitió retener una imagen, sintiendotransportado a un mundo exótico, en el que se tenía derecho a mirar y no disfrutar de los deseos, sino mas bien contar segundos, que se perdían en toda su realidad. Nos levantamoscomo si todo transcurriera con prisas, acercándose al lavamanosy como una gata, se sentó apoyandoun pie en el suelo y a espaldasal espejo que no
  • 26. había,se orino, como la recuerdo. Delgada,espigada y fresca, orinando,casi contagiarme las ganas, que retuve al no haber un aseo disponible.Como la vieron mis ojos, desnuda, rubia y de cuerpo blanco,como un destello, que aun retengo, se bajabael telón, implorándomepara que me vistiese, en este acto no consumado. Tu vestir, tu vestir, por favor tu rápido, decía con su acento ruso. Ya me veía acosado por el gorila de esta habitación.No tenía más que seguirla con mis ojos para finalmente recorrer el pasillo y enfrentar la escalera casi a oscuras y salir a esa esquina nuevamente. Aun en los treinta, tentandomi muerte, pero joven e inocente en mi conocimientode la noche, tuve en ese momento, una sensación de ser víctima de sus victimarioso ser víctima de mis aprensiones, en lo referente a una entrega carnal y quizásalgo más. Por lo demás, transformarme en cliente de una cortesana, habíasido para hasta entonces una negación de mi mundo personal, pues representaba, la negacióndel amor. Regrese a casa a dormir si cabe. Ella regresó a su rutina, deseandosaber, si tendría tiempo de saber, quienera su extraño visitante. Ese ser romántico mordido bajo la luna.Para ellalas calles ya estaban llenasde clientesque esperaban. Señores junto a negras mujeres, que se reían, mientras regateaban precios, en un extraño lenguajede gestos y gritos. Cuando llego uno de esos coches que siempre dan problema. Caros y llenos
  • 27. de sorpresas. Un deportivoque se detiene en la esquina casi como predestinadopara que Julieta, la que se levanta abordándolo porasalto. Le saluda con un “Hola guapetón”. Ya en el semáforo y en compañía,dejó sola una vez más, a su clientela, desapareciendoporla avenidaal final del puerto, mirando con cierta desconfianza a su conductor. Solo llevabatres semanas en este mundo, víctima de algo de su pasado. Algo que conocíaella. Sus lagrimasy dolorde la injusticiade un centro de rehabilitación ala que sus padres pagaron una estancia segura, de la cual termino fugándose. Escapar y entrar en el único camino al que la vendieron en esta ciudad.Con su mente concentrada en su trabajo, ajena a lo que representaba, no temía ni a la noche más oscura. Solo temía por la seguridad de su querida amiga y compañera, que se perdía de corazón en corazón de sus jóvenes amantes, como queriendoescapar de cualquierpasado, que la devolviese a su lejanaisla y conseguir dormir sola y no tentar al dueño de la sombra, que velabatodas lasnoches, sin ser Julieta consciente aun de las estrellas que le daban mil noches más, escondidasen sus veinte recién cumplidos. Escondiendosu atractivo como mejor sabía, fumaba un cigarrillo tras otro, con esa rara identidad,que rodea la noche o el día de una ciudad anónima,sin tener la posibilidadde conocerla, y con la nostalgia,tras haber traspasado, las inocentesbarreras
  • 28. invisibles,sin considerar que no era un paíspara sueños. En mi apartamento ya. Solo con el deseo de reflejar esa noche en mi amplio sueño, como compromiso con un tiempo ajeno. Ordenar la noche antes de velar la cama ajena, encendiendounasvelas, para golpear a oscuras mi antigua máquinade escribir. Resumir la sensación de mi último capítuloy hacerle justicia al tiempo, pues ya entre rutina y fantasía, se mezclaban los tiempos, por lo que dediquemi mayor interés, en dejar impreso un folio para que mis ciegos ojos, reflejasen mi paseo de la mano de algo que definiríacomo una de lasnoche más bella, quedando impresa así. El mismo destino, como pago del cielo se mostró esa misma noche, en una foto de otro mundo, en una oscura esquina. Rodeadasde putasnegras, sentadasen la calle más triste, se presentaron ante mí, sin haberse insinuado,la soledad y la pobreza. Tan bien pintada,tan grande el misterio, que me lo llevé a casa. Delgadas, delgadascomo en pasarelas, blancas. Una de pantalones blanco,la otra celeste y altostacones. Dos rubias en cuclillas en esa esquina, vestidas como princesas que se esconden, se mostraban ante mí, vestidascon sus peores ropas. Era más soportable,que lo que el mundo me mostraba. ¿Donde situarse? ¿Quien era el dueño de mi sueño? Dos días después, compartíamosviviendalos tres. Dos habitaciones. Dos camas grandes, un salón común, la cocina y el cuarto de
  • 29. baño, fueron testigos, de que nunca dormimos juntos. Que permití, seguir su destino como si fuese un observador, de un mundo que desconocía y que ellasme ocultaban,cuando se encerraban al cerrar la puerta, del que fue algo más que un cuarto de baño. Cómplice e inocente, tarde mucho tiempo en conocer el secreto que se escondíadetrás de esa blancapuerta. Trabajandotodala noche, regresaban de mañana,cansadaspero de buen humor. Se sentaban a conversar con nadie, quienlas esperaba, para compartir unos minutosde vida. La vida de mis ojos. Que eran los encargadosde volverlasa la realidad.El encargo de no sé quién, que nunca rechace, pues como cómplice de su tragedia, me transforme en un ser imprescindible. Mantenerlasvivas. Lo que eché de menos, eran los minutos en que éramos tres en el gran sofá del salón. Pues a las pocas semanas y tras comprobarque no era lujuriacarnal lo que me animaba,empezamos a conversar algo, en un castellanomuy elemental. Por un tiempo eran libres y como si fuese un hermano, competían por limpiarmi espalda, como si aseasen la sombra mía. Sacha, se sentaba sobre mi espalda en ropa interior y delicadamente,iba recorriendo con sus hábilesdedos, algunaimpureza. Ella a espaldas mías, y con una aguja, recorría, sin que me diera cuenta, cada rincón, sin que yo notara la diferencia. Incluso, cuando me percate de su arte con las agujas, me decía. No aguja,
  • 30. tranqui. Y continuaba,escondiendoesa herramienta quirúrgica como acto de brujería. Julieta,quien nunca dejó de ser menos o eso quiso demostrar. Subida,también a mi espalda, y carente de cualquierutensilio, más que sus afiladasuñas, me hacia gritar su nombre cada pocos segundos !Julieta¡El arte de dejarsus marcas en la espalda de nunca supe quien. Primero una y luego la otra, antes de que se entregasen al sueño de todo un día para despertar, ya entrada la noche. Como extrañé ese tiempo en el que estábamos vivosy enteros. Inocentes del final de estas tres condenas, que nuncadejamos de cumplir. Aun trabajando de director de una sucursal, me centraba en la consecución de mis objetivosdiurnos, hasta que por injusticiaslaborales, siendo según argumentaron, el mejor pagado,resulte ser el más ruin de los empleados. Paseando de abogadoen abogado,buceandojusticia en el harem invisible,ese que tenía contadassus monedas. Argumento para ser definitivamente,absorbidopor estas sombras de mis llanuras,donde como decía antes, no se pagan pecados. Debería olvidar. Si debería olvidarPero mi primera noche, velandoa escondidaslas noches, dondeyo mismo, sobrevolé. Julieta, con el pelo suelto, y besando en la mejilla a un alto joven de color, a las puertasde ese hostal, donde busqué el amor más doloroso. Comprendí mejor, que era el amor en esas sucias calles. Mientras Sacha conversaba con
  • 31. un cliente, subidaen un coche de placasextranjeras. Y como pago del cielo, ambas me descubren. En ese segundo eterno, los tres nos desnudamos, como si hubiese descubierto sus secretos. Se hizo un espacio dondeel tiempo se detuvo. Como esperando una respuesta que fuese digeriblepara todos. Julieta,se encaminóhacia mí persona. Sacha casi como intuyendomi shock, se apresuró a intervenir. Julietase enfrentó a mi sombra y frunciendo su ceño, dice ¡Como tu venir aquí¡!Tú nunca debes venira la calle donde trabajar¡ Conmovido,desoladoy sin saber cómo reaccionarante la realidad,no dije nada. Julieta,frunciendo el entrecejo, tiró el resto de un cigarrillo que fumaba y solo atiné a regresar por el mismo camino que habíarecorrido. Olvidándomeinclusode la barra cubana, donde se escondían. Cuandogiré mi cabeza instintivamente,vi a Sacha abrazando a Julieta. Enfermo de dolor. Ese dolor ajeno que me empezó a invadirme junto con las lágrimas, que rara vez solían aparecer en mi cara. Camine lento ajeno a las miradas, caminé, con el dolor de la sociedad, el dolor mío, el dolorde Cristo, viendo como dos jóvenes, se morían en esa esquina sin testigos y sin remedio. Solo y asoladopor tanto dolor ajenosolo atine en mi estado de shock a caminarcomo hipnotizado,hasta las puertas de la catedral, donde llore desconsolado. Sin testigos como el dolorque me invadía.Dejandouna marca más, en esa antigua y
  • 32. hermosa bóveda de dios, de cerradas puertas, sorda de tanto repicar de campanasy ciega de tantos pecados escondidos. A oscuras y sin testigos, me quedé el tiempo suficiente como para confirmar que diosestaba impedidoy que mi única opción era cuidar los restos del universo que vieron mis ojos y sellaron mis lágrimas. Regresando ya y como acto inconsciente,me llevé a casa un gran pino que adornabauna calle. Un enorme tiesto imposiblede levantar, que alce y subí las cuatro plantas, después de llevarlovarias calles. Siguieron pasando las semanasy los meses y fue una rutina el velar lascalles, para que me viesen y supiesen que no andabansolas. Ellas, se encargaron de vestirme como demonio a mis espaldasy me transforme, en ese chulo, que incluso se escondió unos meses en el dolorque las poseía. La droga más dura tapaba, la droga más cruel. El desamor, la insensibilidady la condena de lassombras de los ojos que evitan mirar en las esquinasde las hijasdel diosal que estamos entregados. Como negandoque todos estamos conectados por un ombligo común, seguí sus pasos, trabajandoincluso,para alimentarlasa escondidas. Pues jamástenían dinero y nunca vi a ningúnchulo que no fuese yo. Jamás les pedí dinero. Parecían no ser de aquí, casi no probabanbocado, no se compraban ropa, y las duchaseran casi forzadas. Trabajartoda la noche y dormir todo el día, solo
  • 33. interrumpidopor la rutina, de velar por la espalda de nadie. Escondidasen sabores ajenos, que no guardaban,sino, atesoraban. Secretamente yo mismo no pude evitar caer en mi propia trampa de amor, pues el altruismo es imposible y jugamos los tres al gato y al ratón en el gran sofá del salón. De la espaldaa las cariciassuperficiales. Fue el deseo también algo que permitió esta realidad. Sacha cómplice del secreto amor que sentía por Julieta,pero con la libertadque imperaba en casa, donde no éramos presa ni de la lujuriani de placeres pasajeros, liberabamis deseos, siempre dentro de sus límites. Me transforme en una especie de hermano menor, que debíaser atendidotambién.Una familia con reglas y una moral establecidapor las circunstancias. Pues no habíamoselegido esta situación ningunode los tres. Solo velábamospor mantener cierta estabilidad.O la que ellas impusieron o la que yo pude sostener. Sacha Ven. Si, Y Sacha me aseaba como me gustaba que lo hiciera. Era algo que solía hacer con mejor humor que Julieta, aunqueella lo permitía, no dejabaque nadiefuera mejor amante que ella. Muchasveces fueron las que fuimos interrumpidos, para ser devorado por sensaciones irrepetibles. Masque besos, me dejabamarcado, pues como sus uñasen mi espalda, su boca entre mis piernas, arrodillada frentea mí, me hacían viajarpor un cuerpo desconocido para mí. Así alejabalos escondidossentimientosde Sacha, entre imposibles deseos,
  • 34. sostenidos en mis ocultos sentimientoshacia ella. Cuando pedía mas cual enamorado, incluso deseandocomprar su cuerpo a cualquierprecio, desnuday bajo mi cuerpo, como una piedra, me dabaa entender, que en este rincón del mundo ella no entregaba su amor a ningúnprecio. Por lo que nunca conocí su amor carnal, hasta una tarde de verano, meses después, cuandointentandoalejarmis pensamientossobre una joven, que conocí de forma casual, y ellas, sabedorasya de mi atracción por esa mujer, urdieron un plan. Mi secreto y cautivo amor pasajero que se dedicabaa los tatuajes o mejor dicho, diseñaba máquinas de tatuaje y creaba diseñosimposibles, como los que me enseñó en el portal del edificio, de nombre Sofía. Luchaba por dejar un antiguo vicio, y lo contenía rechazandotener que compartirel destino de mis compañeras, viviendoen una habitaciónde una prostituta local,donde se escondía de todos sus fantasmas, estando cerca de su condena,para no olvidarel límite que se habíaimpuesto. No muy alta, de pelo crespo y una graciosa cara, la encontraba cada mañana o tarde, tocando una pequeñaflauta, en las puertas de una iglesia, que la llenabade monedas. Enamoradaella o yo de ella, le dije que me habría gustado compartir mi casa con ella. Una noche sonó a la una de la mañanaun ¡Gabriel¡ ¡Gabriel ¡La excusa de diez euros, que me habíapedido prestados para comprar eso que no deseaba tener cerca y
  • 35. que sirvieron de motivo, para vernos por última vez. Sacha sabedora de mi necesidad de amor verdadero y consciente del límite de nuestra amistad, me preparo el más puro de los venenoso perfumes de amor, para alimentara nadie. Al día siguiente, después de regresar de trabajar, me propuso intercambiardinero por la compañía de Julieta.En aparienciasería inútilpues conocía los límitesde la piedra de ese amor imposibleen esta dimensión.Gabriel ¿Quieres hacerme el amor esta tarde?. Más no. Tú sabes. Me vas a engañarotra vez y no me apetece, No deseaba ser víctima de ella. Gabriel confía en mí, te are feliz, de verdad. En ese momento Sacha como celestina del infierno, me entusiasmó como a un niño con un caramelo y al asomarme a la habitacióndondeestaba recostada Julieta,alegre y más bella que nunca. Entre confundidoy desconfiado, me acerque, mientras Sacha, cerraba la puerta a mis espaldas, gritando al cerrarla, ¡puta¡Fue en esa habitación,donde aprendí su amor. La pasión, sus besos, su vientre húmedo y cálido,de ese encuentro no consumado, en la esquina donde la vi, hace tanto tiempo atrás. Encima suyo y besándonosy gimiendo, se desnudo para mi, enseñando algo irrepetible de contener, como el calor y el roce de su tesoro más preciado. Gabriel ¿Esto es lo que tú querías? Si. Semanas después me encontré con Sofía y estaba irreconocible. Muy arreglada y deshidratada,delgaday
  • 36. como ausente. No pude evitar mirar sus manos. Sus dedos delgadosy largos con gruesas venas que aflorabanentre joyas desfigurabansu tersa juventud. Un misterio que se quedó en el olvidocomo muchas cosas más. CapituloOcho Siguieron transcurriendo los díasy las noches, que solía recorrer a solaspor esas abandonadascalles de esta ciudad enrarecida entre odios y cordialidadesobligadas.Tierras que aún resuenan a califatosde otra época, pero que ancladaa orillasdel mediterráneo, exhibe una placa, que la señala como la puerta de Europa. Invadidade extranjeros y gentes que deambulany conseguir escapar a su destino, envileciéndoseo regresando a sus países, por voluntad propia o expulsados, por la mano que vigila las calles. De esa manera, una mañana,no regresaron a casa ni Julieta, ni Sacha Las encontré detenidasen la cárcel destinadaa expatriar a los extranjeros. Veinte días que se hicieron interminables.Veinte visitas para mantenerlas ligadasa lo único que sostenía lo que les quedabade vida. No serían los barrotes, la condenaque borraría las marcas de lasdos. Las heridashechas cada vez que Julietaregresaba. Marcas que fueron llenandosus piernas de profundasmarcas, como mudas testigos de la negación a ser eso por la que la deseaban juzgar. Lento ritual, que veían mis ojos, de cómo rompía serenamente brazos y piernascon dolorosas
  • 37. marcas, antesde pasar al cuarto de baño y peinar lentamente su rubio y hermoso cabello,para volver a la calle. Reflejo que miraba a escondidas, viendo como se transformaba en la más deseada de las piedras. Reflejo que terminaba en profundasmarcas de un universo que guardó el espejo y su reflejo en mis ciegos ojos. La primera visita, tras una larga espera y tras verificar mi vínculocon ellas, Julietaprimero, luego Sacha, apareciendoescoltadaspor la policía,cubiertaspor delgadasmantas que Julieta arrastraba como capa. ¡Julieta¡no arrastres la manta le gritaba un policía,mientras se acercaba a la pequeñasala, donde la podía visitar. Solo una vez enseño su risa de adolescente renegada y consciente, ajenaa los barrotes que la aprisionaban.Así era ella. Libre e inocente. Sin culpasde esta curva del destino. Alegres de vernos. Tras verlas, quede solo en mi piso. Desolado como dolienteenamorado, tras los veinte días y al borde del dolor más cruel, golpearon a la puerta, gritando ¡Sorpresa¡ No solo regresaron ellas. Venían acompañadasde otras tres. Alegres y fuera de sí, se presentaron. Tres chicas jóvenes que solo tenían la opción de viajara otro país, donde no ser acosadas. Tras compartir unos días, como espectador de ritos ajenos a mis sentidos, prepararon su equipajey viajaronal extranjero. Nosotros quedamosotra vez solos ante el destino. Tanta la confusión y tantos los años de mi condenay antesde cumplir los
  • 38. cuarenta, me toco también rendircuentas a mi pasado. Julietay Sacha, tras su detención,dedicaron las veinticuatro horas a trabajar. Fue la más horrible de las carnicerías. Verlas ser acosadaspor hombres jóvenes, viejos, negros, mujeres. Verlascomo dejabande ser lasniñas que conocí, hace más de un año. Ya no había más que esperar. El final. Y deteniéndomeen este punto, para ir a por más velas, para continuarescribiendoy así poder centrarme en lo que no es de este mundo. Pues esas velas, que me dejaba una mujer, que custodiabala ermita de legionariosy de sueños inmortales de la Cofradíadel Cristo de la Buena Muerte. Fueron los que iban a velaren mi caso, la buena muerte que, no se reflejaba en la cotidianidad delo que compartía en esta ciudad. Se refería a la cruz que habíacargado recién cumplidolos veintitrés. Invisibley aterradora, mi buena muerte, me poseyó en la juventud. Me invadióparte de los sentidos y puso precio a mi alma. Una carrera de minutos, meses, veranos, cumpleañosy de miles de kilómetros, para escapar, de la sombra de unas madres que se empeñaron en dejarme totalmente a oscuras. Poseído por lo que en este universo, no tenía más solución que asumir la rendición.Había memorizado una canciónhace años. Y no ser otro más de esos innombrables,que no consiguen ser y estar o si fuese necesario, poder dormir para siempre, al otro lado del espejo. Una tarde de domingo, a solas,
  • 39. ordenandounos poemasy no sin cierta ansiedad, de algo que no deseaba, sin tristezas en exceso, me conseguí un cóctel mortal. Estirado en la alfombra del salón y sin aviso previo, me prepare a trascender, para encontrarme con esos sueños y deseos, que habíaacumuladoen todos esos años de inútilespera. Como trece o como muerte que precede a la vida, no fui testigo de gritos ni llantos, pues simplemente, me fui o escape sin pretenderlo, a la vida de los dedos que escriben esta la presente, en este espejo viviente. Pues díasantes de cumplir los cuarenta. Con velas consumidasy sin estar desperté al tercer día. Miércoles de resurrección. Durmiendomi sueño eterno, junto a Julietay Sacha, las que dormidasuna a cada lado mío, velabanla muerte de nadie,sin poder pedirauxilio.Y como acto de brujería, mis dos delincuentesjuveniles y un sereno pecador, desperté en un plano, dondeya no reconocí al tiempo. Como mudo testigo o por la suma de mis actos, fui reinsertado como recitaba antes, en esta segunda o enésima vida,para vengar o hacer justicia de tanta crueldad, amén de las cruces que lleve desde la más temprana edad. Sin recuerdos del sueño, note el cambio en mí. Algo murió y algo renació en lo más profundo, pero manteniendolo que me aferró a mi mundo primero. Inocente del festín de la muerte, desperté o mejor dicho, empecé a despertar y tarde o tardare en conseguirlo,
  • 40. aunquedejandola huella,para que me relaten en otro plano.Pues lloro en ojos de otros. Lo que no está. La ausencia de todo y la existencia de todo, en eso que llaman multiuniversosparalelos,asomando la pluma para devolverme eso que causo tanto dolor a, quienes ya no están, Que es la mente el compromiso de la autora, de este relato, de este espacio que tiene números y colores, donde me censuro, pues las letras, relatan lo contado o vivido,por los amores y las penasde miles de horas compartidascon el autor, y de la eternidad de quienes se amaron entre lluvias y el frió de los huesos cansados, oyendo y viendo,algo que también va conmigo, pues aun duermen los tres. Capitulo Nueve Quizás debería relatar todos los cambiosque padeció Gabriel, cada dolor, calambre, pesadillaso como hubo de aprender a caminar entre los espejos y saber defenderse del mal ajeno. Conseguircaminar. Guiándose,por lo que siempre lo guió, la belleza, el amor o la injusticia,cosa que es imposibleaprender, por lo que seguramente, seguirá a merced de todos, pero armado con la sangre que ella derramo, sobre su piel desnuda, para que lo proteja. Pues antes de trascender, a solas y a escondidas, mezclo su sangre y deposito esa pequeñaurna entre las ruinasde la antigua catedral, para asegurarse de que no solo sería testigo de su dolor, sino que se la entregaría al cielo de dioses. CapituloDiez Por un tiempo siguieron viviendo
  • 41. juntos lostres, hasta que Sacha volvióa ser deteniday finalmente repatriada.No podríaser justo con Sacha, sin reconocer el amor que sentía por ella. Si en casa hubo limites, los puso ella, tanto así que su responsabilidadnunca tuvo fronteras. La dependenciao necesidad de volver a consumir su dosis, o el inyectarla en el cuello,cuando Julieta,ya no podía,era responsabilidadde Sacha o simplemente, entrar al dormitorio y ver como dormía con una pierna encima, como custodiade sus sueños. Nuevamente entre candados,fue la última vez que la vio, tras gruesos barrotes, donde lo abrazo al cuellollorando, recordándolo.¡Yo si te quiero¡ Estaba hermosa. Alta y con buena cara. Le partió en corazón verla partir, pero agradecido de no volver a ver lo sus ojos vieron, cuando caminaba por las calles, como zombi, marcando el límite del infierno, y aun no cumplía los veintitrés. Cuando piensa el ella, suele comprar, eso que daba hambre en cualquier parte. Nata montada,bañadaen azúcar. Si recuerdo y extiendo el tiempo y meto la mano donde estoy autorizado. La veo llegardelgada, y enjuta. Meterse en un colchón provisionalen el salón dondeyo aguardabapara meterse sola y al acompañarlacomo a una hermana, sentir la humedad al notar como mojabalas sabanasde orina y quedarme junto a ella, sintiendoel terror de algo que debía recordar. Y no fue la noche, fueron las mil y una. Como
  • 42. trece ciegos dormidos, que nunca dieron la hora, que había de ser esculpidaen el segundero, del infierno ya gastado. Ella hubo de enfrentarse todos los días, como guardianay guerrera de alguien,que no permitiría nunca no dar su propia hora, luchandofrente a frente como dos gigantes, para poner su sello. El limite, de la justicia que nunca llego, en medio de la peor carnicería que pude imaginar. Ahora seríamos solo dos CapituloOnce Ya nunca más reconocí a Julieta.Ni su risa, ni su sueño volvierona renacer. Solo peleary pelearhasta la extenuación.Dejando espacio sólo para las habitualesheridas, que su delgado cuerpo acumulaba,pero que ya no eran de este mundo. Así la recuerdo a ella y su locura. La condena que nunca busco. Si es pertinente señalar, que mientras, sufría las molestias habituales,las que no me dejabandefender mi nombre y las motivacioneso lascircunstanciasde tanta locura, que una vecina, amiga de una cuñadade la capital, entrada en maldady envidia,que vivía en la primera planta,alimentó a una mujer, para ponerle coto a esa familia, denunciándolos de robo con fuerza, mientras Gabriel, estaba en casa con Julieta.Pues esa excusa abrió las puertas del infierno, que nos mantendrán siempre lejos, pues vinierona por él y tras obligarloa confesar y siendo trasladadoa los calabozosde la localidad,fue sorpresivamente liberadoy al llegar a casa, encontró a Julieta, cometiendoel último acto que un ser
  • 43. podría cometer, cuando buscaba no morir nunca. Me la encontré, estirada en la cocina, sangrando por la nariz, víctima de una sobredosis, clamandoal cielo como lo había hecho yo. La loba que nunca dejo de defender sus cosas, se rebeló como un ángel del infierno, para dejar claro, que ella no lo iba a permitir. Luego de esto entre en otra dimensión. Quizás a mejor, pero vagando como aprendizde vampiros, en lo relativoa aprender a estar y no mirar. Creo recordar que ella dejó una nota sin terminar de escribir un nombre, en un trozo de papel. Romanev. Rusa de origen. Escondida con sus peores ropas como la primera noche que la vi, de familiaacaudalada,de finos modales y caros gustos, dejó esa como epitafio. Acostumbrado a tantos males ajenos, me centre en mí. Y pasaron añosde aislamiento,preparando la reaparición.Años donde sin familia, amigos, fui responsable y victima también de los tiempos, hasta que finalmente, tras miles de horas, deje lo que me quedabade visión, forzando la espalda, para terminar de esculpir este ángel. Para concluirhe de incluir, los que fueron mis primeros pasos, tras salira la luz. Pues ya totalmentetransformado y escondido por el paso de otros, me vieron, en brazos de una hermosa sonrisa de cincuenta y tres, mientras rompía barreras, amando y seduciendo la noche, sin ser consciente que me confundíancon otro. Pero así aprendiendode nuevo, dicen que me agotabadesnudo y sin dormir, una,
  • 44. dos, diez y más veces, cada noche, para escapar como si lo poseyese, un especie de animalsalvaje, que no podía ser retenido. Cual unicorniode un bosque encantado,que lo secuestraba, pasadala media noche. Luego vino otra joven mujer, que haciendotodo lo posible para retenerlo, sin besarle y sin entregarse, más que prometiendo lo imposible, lo atrajo a su casa, para escapar al día siguiente. Finalmente, ya centrado otra vez en el mismo, se encontró frente a la tercera mujer en un año, que creyó, seria la definitiva.Pero es más que eso. Es la maldiciónde todas las que vengan después o una condena por estar con ella. Esculpidaen el más allá,rubia, delgada,criada en la capitaldel reino, en la calle más cara y según dice ella, a espaldassuyas, hace mucho tiempo le esperaba. Mientras Mari, se desnudade todos sus hechizos, para dar con el hombre o el cadáver, y escapar. Así se dejo seducir y amar, incluso reconocer, la parte de su reflejo, cuando una tarde grito, con el mismo acento de Julieta, ¡Gabriel¡¡Gabriel. Dice desear tener mucho dinero, ser más bonita la próxima vez. Pero Gabriel la prefiere como la dueña del mundo, la ofrenda del reino o el mismo demonio vestida de verde. Quizás sería más específico, transcribiéndolesuna. La muerte, un ángel, un coche gris plata en la mañanamas abandonadade este invierno. Sentadaella, sentado él. El motor detenido y circulandopor calles grises, con ese reflejo invernal.Ella en
  • 45. silencio conteniendouna sonrisa, que revelaba el ambiente o misterio que envolvió,ese paseo con la rosa mística, después de haber dormido con ella. Después de haberla visto volarvestida de piel. Rubiamelena y cuerpo blanco, que escondíauna mujer alta y serena, que se entrego dos noches y que ahora reía, entre miradas, entre veneno, entre sudores y vahos, que empañabanloscristales. Un automóvil en movimiento, que ésta mañana, solo circula por los laberintos, de la cornisa del amor, sembrando este santo instante, para protegernos de cualquiermal deseo, para que solo haya espacio, para viviresta mañana.Arrastrados por una carroza tirada por ciento quince caballos,para morir sostenidospor la mano divinay ser perdonadospor el tiempo, que no era nuestro. Tanta la humedad y tanto el rocío, que lentamente, como empujadospor mágicos caballos,nos desplazamos, por el no querer despertar, recorriendo los últimosmetros, esquivandoel tráfico, pasandoinadvertidos.Muy despacio e invadidospor miradas, que se cruzan, mientras nos despedimossin sombra. La alfombra de la ciudad,deja entrever una rubia y encendidamelena y el peor de sus hechizos. Un cerebro de otro mundo, que arremetía contra todo ser mortal. Fue algo más que mi sentencia color rosa. Pues antes de llegar, mi pálidorostro, vestido de pesadilla,percibió, el precio de mi paseo, o el roció de mi aspiración angelical,preparándome
  • 46. para no poder evitarcontener mi futuro dolor. El precio del amor, la certera muerte del amor primero, el olvido, la ceguera, despertando en este viaje, donde partí como niño. De este sueño que se aleja también,de toda mirada, para ver descender, mi estandarte, rosa en mano, gritándome. Gabriel aquí no puedo besarte. Como último aliento del conjuro de mi compañera, se desaparece tras los cristales de la gran pecera. Y como suspendidopor mi dolor, como asaltadoen el cielo y sufriendo la furia de la separacióny a pesar de mis pesadillas,de verla reírse, verla desnudarse. La veo caminandopor calles, en paradasescondidas, envenenadade su magia, para poder volver a viajarlos dos otra vez. Para tituladosen pesadillas,en hechizos de brujos, brujas, hechicerasy magos, que se sumaron en abrazos, se casaron a escondidas,para sellarel camino de la coronación de una virgen. La atalayade mi sentencia. El espacio para dormir con ella, espaldacon espalda, como niñosde trece, mientras sigo despertando de los vapores de esta mañana sombría, donde el galope de docenas de caballosy los azotes, que reciben mis nuevos sentidos, me han hecho escupir y gemir el veneno. Y como Romeo no está . Tampoco Julieta.No la oigo. No la siento, no la veo. Pues no está más que como fiebres del precio por verla y sin saberlo y sin despertar, me muero por ella, envenenadodel único hechizo, que nos protegió, por verla y verme. Luego y antes
  • 47. de su nuevo amanecer y sin previo aviso, en un camino que no estaba escrito, en un mundo donde sus ojos no escuchaban lasmuertas palabras,como cinco de copas, mientras termino de despertar, caminandoseguro y entero, en ese bosque encantado,cargado como demonio justiciero, amarrado a ese palo mayor, que conduce el último viaje, entre dos ejércitos que no se perdonan, intentandono ser alcanzado.Fue en ese contexto que en compañíapor Italia. En la esquina de las calles Moscú y estados unidos, Gabriel, soltó la Última Lágrima por ella. Comprendiendoen ese instante, el límite de lo que debía entender por el límite del amor en los otros. Ese que se contiene como las lágrimas ajenas.. Años después integrado en otro sujeto, continuórenaciendo, hasta conseguir salir de esa playa transformado, en un personaje de una de esas novelasde ciencia ficción.