1. S
u nuevo trabajo, ‘Dolor de gargan-
ta’, ¿a quiénes les va a producir
dolor de cabeza?
—Ja, ja. A nadie. Mis canciones causan un
efecto benéfico en el organismo.
—¿Siempre?
—Sí. Unen a las familias, gustan a los padres
y a los hijos...
—Lo digo por aquello de que, escu-
chándole, alguien pueda rasgarse las
vestiduras.
—No. En este disco no soy consciente de co-
meter ninguna irreverencia extraña. No con-
tiene, como en anteriores trabajos, burlas re-
ligiosas o políticas. Bueno, digo algo de los
políticos, pero en versos sueltos. No tiene
canciones en contra de ellos.
—¿Se trata entonces de su disco más
‘light’?
—Creo que no. No. Lo que pasa es que ahora
me preocupa menos hablar de cosas de las
que ya he hablado en otras ocasiones.
—Su manera de hacer música no ha su-
frido cambios desde su primer álbum
hasta el presente. ¿Es algo inevitable o
provocado?
—Creo que es inevitable. No puedo dar sal-
tos creativos porque no soy nada dúctil, no
sabría hacerlo. Hay cierta experimentación,
pero dentro de un campo que está marcado
ya. Dentro de ese campo que cultivo sí consi-
dero que exploro nuevas vías. Mis letras, po-
co a poco, van saliéndose de la rima.
—¿Si se unieran todos sus discos
podrían conformar uno solo muy largo?
—Casi sí. Eso creo. Es la manera de hacer la
que ha evolucionado. Yo canto ahora mucho
mejor que cuando empecé. Y también escri-
bo mejor. Lo que pasa es que ahora tengo
menos ánimos que antes y me cuesta mucho
ponerme a escribir.
—¿Por una cuestión de descreimiento?
—Desde luego soy un descreído, pero no sé a
qué se deben esas cosas. Canciones sí hago,
todavía me apetece hacerlas. Pero antes sen-
tía como una especie de potencia que si me
decían: “Hazme una canción de esa maceta”,
pues yo la hacía. Ahora pienso: “Uf, ni ha-
blar. Qué voy a contar yo de eso”.
—Y aun descreído, ¿como creador
cuánta inocencia le queda?
—Pues algo de inocencia debe quedar, pero
es inconsciente. Yo no la siento. Pero siem-
pre se es más inocente de lo que se cree.
—¿Tachándole de ‘démodé’ le hacen
un favor?
—Cuando uno está abocado a hacer el tipo
de canciones que yo hago –y digo abocado
porque de pronto me salen–, es indiferente lo
que digan los demás. En cualquier caso, la
gente que viene a verme tiene veintitantos
años, y pasa el tiempo y siguen teniendo
veintitantos. Son otros, y eso demuestra que
sí les interesa mi manera de decir las cosas.
—¿Sin la existencia de Joaquín Sabina
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entrevista
ESTAR
EMBEBIDO DE
NACIONALISMO
IDIOTIZA A
LA GENTE”
ESTAR
EMBEBIDO DE
NACIONALISMO
IDIOTIZA A
LA GENTE”
““ Krahe
Javier
Krahe
Javier
Javier Krahe (Madrid,
1944), un apasionado
del lenguaje a quien
se suele tachar de
deslenguado y
que se siente
profundamente
descreído, acaba
de publicar su
noveno trabajo
discográfico, ‘Dolor
de garganta’, en el
que se recogen 12
nuevas piezas ahítas
de inteligencia e ironía
que, como escribió
Baudelaire, harán estar
un poco más fuera del
mundo a este
contestatario a
perpetuidad.
JAVIER MENÉNDEZ FLORES
FOTOS: RAM´ON MOURELLE
v
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2. ideologías se han tro-
cado en intereses eco-
nómicos, ¿qué lugar
hay para la gente co-
mo usted?
—Bien. Se han trocado en
intereses económicos de
una forma propagandísti-
ca, pero en realidad siem-
pre fue así. Si no Quevedo
no habría escrito ‘Don Di-
nero’. Yo no creo que
ahora a la gente le guste
más el dinero que antes,
lo que que pasa es que se
pregona el doble. Yo aún
trato de vadear a los estú-
pidos con mis canciones.
—Hace dos semanas,
Enrique Urquijo, can-
tante y líder de Los
Secretos, apareció
muerto en el portal de una vi-
vienda madrileña a conse-
cuencia de una sobredosis.
¿Estaba ‘cantado’?
—No, no creo que estuviera canta-
do. Se puede coquetear mucho
tiempo con las drogas y seguir
años y años ahí. Pudo ser un mal
momento, a lo mejor físicamente
no estaba bien..., no sé. Pero no
creo que estuviera cantado.
—En 1989 formó parte del par-
tido político Grupos Radicales
por Madrid, antiprohibicionis-
tas sobre droga. ¿Sigue pen-
sando del mismo modo?
—Sí, claro. El disparate continúa
por completo. Nada que haya me-
jorado. La delincuencia sigue es-
tando relacionada, en un alto por-
centaje, con la prohibición de las
drogas. Los gobiernos están unta-
dos por todo el dinero del tráfico
de estupefacientes. Las drogas, en
las droguerías.
—Utilizando tres títulos de sus
discos, ¿cree que la vida es
un ‘corral de cuernos’ en el
que los ‘versos de tornillo’ pro-
ducen ‘dolor de garganta’?
—Que la vida es un corral de cuer-
nos, desde luego. Aunque Queve-
do lo dice por una persona en con-
creto: “Un corral de cuernos te
contempla”. Y los versos de torni-
llo, si van con tornillo de ferrete-
ría, no pueden producir dolor de
garganta. Sólo diversión.
no habría sido posible
el Javier Krahe que co-
nocemos, y viceversa?
—No. Existiríamos cada
uno por su lado. Durante
una época muy intensa,
unos tres años, nos alimen-
tamos mucho el uno del
otro. Cuando Joaquín y yo
hablamos, hay un entendi-
miento muy grande. Pero
si no nos hubiéramos co-
nocido, supongo que ha-
bríamos sido lo que somos
de igual forma.
—Ambos llegaron a es-
tar en idéntico punto.
Sin embargo, Sabina ha
conseguido alcanzar el
éxito: vende miles de
discos y se ha converti-
do en una estrella. ¿Ha
llegado a sentir envidia de él?
—No. Yo atribuyo el éxito de Sa-
bina a que él, a los 15 años, les pi-
dió a sus padres que le regalasen
una guitarra, y a los 16 estaba for-
mando un grupo en su pueblo, los
Black Eagles o no sé qué, hacien-
do ‘rocanroles’ y cosas de ésas. Y
yo, en cambio, me pongo a cantar
a los 35 años y encima este género
de cosas, dejando atrás los 12 años
que pasé trabajando en una agen-
cia de publicidad. Y con un único
objetivo: pasármelo tan bien como
yo veía que se lo pasaban los que
cantaban en los bares. Sabina, a
los 16, pensaba: “Quiero ser como
Bob Dylan”. Y eso lleva a sitios
distintos. Yo creo que los dos he-
mos conseguido lo que queríamos.
—¿Ha colmado por tanto sus
aspiraciones como artista o
aún tiene ambiciones?
—Mis ambiciones como artista
consisten en ver qué canciones
nuevas se me van a ocurrir.
—En este disco, la canción
‘Sra. juez’, una instrumental
de apenas diez segundos,
concluye con la onomatopeya
de un disparo. ¿Qué ha queri-
do decir?
—Es una revisitación de una anti-
gua canción mía, ‘Sr. juez’, una
carta de un suicida que era muy
larga. Pensé que si ahora volviera
a escribir una carta de un suicida a
un juez, en primer lugar sería una
juez. Y luego pensé que no tendría
nada que decirle. Partiendo de eso,
comienzo esta nueva canción con
un sonido de flauta que es el de la
otra, y como no tengo nada que
decirle, me cargo todo.
—¿Se podría entender tam-
bién como una metáfora de la
muerte del poder judicial?
—No, no. Es la referencia a la
otra canción, pero ya sin carta.
—¿Qué le parece que el juez
Garzón haya tratado de impu-
tar a Felipe González en la tra-
ma de los GAL?
—Me hace reflexionar. Porque yo
no sé cuál es realmente la labor de
un juez. Si un juez tiene esas sos-
pechas, su obligación es averiguar
qué hay detrás de ellas. Pero como
siempre queda que fue el segundo
en la lista con él, su colaborador,
siempre está la sospecha del ren-
cor personal, la lucha psicológi-
ca... Pero me parece bien.
—¿Eso y la petición de extra-
dición de Pinochet le hacen
cogerle simpatía a ese juez?
—No le tengo ninguna simpatía a
la profesión de juez. Ahora bien,
estoy convencido de que tenemos
que regirnos por leyes. Y dentro
de las leyes los márgenes de actua-
ción son muy diversos. Y si un
juez encuentra la forma de meter a
Pinochet en el lío en el que está,
pues me divierto mucho con ello.
Cuando el juez Garzón procesa a
Laureano Oubiña, me parece que
hace su trabajo sin más. Y sin em-
bargo, no entiendo que una perso-
na dedique su vida a combatir las
drogas, ni como juez ni como na-
da. Ahí Garzón se me queda en
nada, en un patoso. La prohibición
de las drogas es un fascismo como
el de Pinochet. Corresponde al
mismo tipo de pensamiento.
—¿Siempre condenó a los GAL?
—Sí. Recuerdo que en una emiso-
ra, hace ya bastante tiempo, hablé
mal de Barrionuevo y se enfada-
ron mucho conmigo.
—¿Y a ETA?
—A mí ETA, después de aquella
amnistía, me pareció que no tenía
derecho a seguir en el mismo plan.
Como si no hubiera cambiado na-
da, cuando habían cambiado las
suficientes cosas como para no se-
guir pegando tiros en la nuca ni
poniendo bombas. Yo creo que tie-
nen una serie de problemas psico-
lógicos graves. Estar embebido de
nacionalismo idiotiza a la gente.
—¿Cómo se definiría política-
mente? Dentro de un movi-
miento o sistema político
existente.
—Pues es que no hay ningún par-
tido así ahora, los ha habido. No
sé. Algo así como reformistas ra-
dicales, o cosas así.
—¿Qué periódico lee?
—‘El País’ y ‘El Mundo’.
—En un mundo en el que las
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•
•”Sabina quería ser Bob Dylan; mi objetivo sólo
era pasármelo bien cantando en los bares”
“Con mis letras trato de vadear a los estúpidos”
entrevista
Krahe
Javier
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