1. Inclusión y exclusión educativa. “voz y quebranto”
Este texto de Gerardo Echeita Sarrionada, “Inclusión y exclusión educativa. Una perspectiva
compartida”, lo que expone principalmente es la pretensión de hacer una escuela inclusiva
que atienda a las necesidades de todos los alumnos y erradicar la exclusión que estigmatiza a
tantas y tantos niños/as del mundo. Pero estas aspiraciones que se vienen sembrando desde
hace varios años nunca llegan a dar fruto.
En la lectura se nos muestran las barreras y limitaciones que se presentan en la práctica
educativa y que dificultan las dinámicas de pertenencia y participación escolar de
determinados alumnos; y que a su vez son un impedimento para promover la igualdad de
oportunidades de aprendizaje. Así manifiesta la aspiración por una educación más inclusiva,
como un proceso difícil (nadie dice que sea fácil), que cuesta ponerla en práctica y requiere
recursos, medios, personas especializadas…pero, sobre todo, requiere ACTITUD; que es lo que
se está trabajando principalmente en este tema.
No sólo se trata de adaptar el currículum escolar o los proyectos de evaluación del
rendimiento académico; debemos empezar por adoptar una actitud positiva ante esta
situación, una actitud que nos permita aprovechar la diversidad.
El texto invita a plantearse ideas e interrogantes que contribuyen a debatir y analizar algunas
cuestiones y perspectivas relacionadas con el heterogéneo proceso de inclusión educativa.
Por tanto, después de señalar las ideas principales que se reflejan en la lectura, quiero
compartir mi reflexión crítica acerca de algunas ideas que me han llamado especialmente la
atención. Me voy a centrar en comentar tres aspectos que me han marcado y que me han
planteado algunos interrogantes a reflexionar.
En el primer párrafo hay una frase entrecomillada, y apropiadamente entrecomillada, que dice
“por su bien”; se han creado diversos centros, aulas o dispositivos especiales o singulares “por
su bien” ¿Por su bien? ¿Alguien les ha preguntado qué es lo que ellos quieren o les gustaría?
¿Por qué no van a poder asistir a las escuelas ordinarias? si la educación es un derecho, no un
privilegio.
No se trata tampoco de ir en contra de que haya centros especiales, pero sí de promover la
apertura de atención a todo tipo de alumnos, la apertura de escuelas preparadas para la
diversidad. Al igual que hay opción de elegir matricularse en un colegio público, privado o
concertado, que estos niños (o sus padres) tengan también esa posibilidad de elegir y asistir a
la escuela de “todos”.
2. Muchas veces procuramos facilitar y sobreproteger, considerándolos un sector vulnerable e
incapacitado de antemano, y lo que realmente provocamos es la limitación de sus
posibilidades. Con estas medidas (que intencionadamente son ayudas) ellos muchas veces se
sienten aislados del resto, con distintas oportunidades. Lo que quiero manifestar es que en el
intento de incluir cometemos el error de excluir.
Otra reflexión que me surge es la efectividad de todas estas aspiraciones y planteamientos. El
interrogante que me planteo tras esto es: inclusión educativa ¿Realidad o ficción? Claro está
que tanto los del norte como los del sur comparten y están sujetos a un proceso común que
podríamos llamar de “exclusión educativa”. Bien, esta es la realidad actual; y ¿Dónde están
esas medidas inclusivas de las que se viene hablando tanto tiempo?
La diversidad cultural, el multiculturalismo, la necesidad de incluir a todos y la idea de
homogeneizar no constituyen una novedad en nuestra sociedad. No obstante, aun existe una
larga distancia entre el ideal de la inclusión y la realidad de la práctica pedagógica.
En la lectura se vislumbra la problemática dificultad de la puesta en práctica de esa educación
más justa y equitativa. Hay dos fuertes principios que se tienen que empezar a tener en
cuenta: el respeto por la “diferencia” y la necesidad de que ella no se instale como un
obstáculo en la práctica educativa.
Quienes hemos vivido en las escuelas conocemos la frecuente falta de respuesta equilibrada
ante la diversidad y vemos, con mayor o menor grado de academicismo, que las respuestas a
la misma han oscilado entre el extremo de conducir a la discriminación cuando se acentúa la
visión de las diferencias, y el extremo de negar las diferencias cuando se privilegia una postura
de igualdad social; no sé si me explico. Como bien el texto indica, las niñas en algunos países,
los discapacitados, los pertenecientes a minorías étnicas, los inmigrantes, entre otros, son los
que mayormente aspiran a esta inclusión, y son ellos los que nos revelan lo limitado y
contradictorio de muchas de nuestras prácticas, concepciones y valores educativos.
Considero entonces, por el momento, la inclusión educativa como una utopía; es decir, como
un plan, proyecto o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su
formulación. Esta definición de utopía, tal cual tomada del Diccionario de la RAE, describe
perfectamente este proceso de inclusión; y resalto la idea de irreal.
¿Por qué utilizo el concepto de irreal o utópico para referirme a la posibilidad de una
educación inclusiva? Básicamente por un motivo: Las propuestas que encontramos acerca de
esta educación en documentos internacionales demuestra que el intento de transformar la
ideología en una práctica se halla todavía en el plano de las buenas intenciones y de
3. declaraciones de principios. Estamos estancados en el plano teórico y la expresión de deseos,
imaginando como sería una educación de calidad para todos, y no se logra que los sistemas
educativos se comiencen a modificar en el sentido esperado.
Aquí mi pregunta (¿Realidad o ficción?) se ve marcada por la distancia que vengo señalando
entre la realidad educativa actual y la utopía de la inclusión escolar. No trato de descalificar las
propuestas, pero a simple vista todas estas propuestas son un palabrerío vacío de contenidos y
ausente de resultados. Muy poco a poco quizá va habiendo modificaciones pero todo en la
superficie del asunto, sin que en el fondo haya realmente cambios sustanciales que conduzcan
a mejores oportunidades para los destinatarios del sistema.
Mi última reflexión surge de nuestra responsabilidad como educadores, o futuros educadores,
que se manifiesta en el texto: “que lo que hagamos puertas adentro de la escuela sea parte de
la solución y no parte del problema”
Quizá parece que con mis críticas estoy pintando una mirada pesimista y desencantada acerca
de las posibilidades del sistema educativo, pero lo que a mí personalmente me plantea e
intento plantear es un reto; el reto de conseguir que de fruto y florezca esta escuela inclusiva.
Pienso que asumir las cuestiones críticas y las barreras que se plantean es el primer paso para
empezar a resolverlas. Después de esto viene mi cuestión ¿Cómo puedo hacer para lograr una
educación abierta, incluyente, al alcance de todos, sin generar una implícita exclusión? Hay
una parte de la lectura con la que me he identificado mucho en este aspecto, que “no sé cómo
resolver estos dilemas pero tengo ganas de explorar alternativas de acción que pudieran
ayudar a superarlos”
Ahora no se trata de que mis palabras queden como otro texto más que plantea la situación y
aspira a esta realidad utópica; se trata de que yo, como futura maestra lleve una actitud nueva
a las aulas. Y esta es la idea que quiero remarcar de toda la lectura, la actitud. Cambiar la
actitud es el paso fundamental para conseguirlo; una mirada positiva hacia la diversidad, que
no lo veamos como un problema sino como un valor o un recurso. Nos debemos concienciar,
yo la primera, de que la presencia de estas minorías ayuda, colabora y enriquece a nuestros
valores. Se acentúa la mirada puesta en lo remedial o lo supletorio, pero se abandona la
puesta en práctica de un criterio organizacional, sistémico, que conciba un sistema preparado
para la diversidad y no un sistema que responda a la diversidad.
La ideología de una educación plural, abierta para todos y sin restricciones por las diferencias
de posibilidades que son propias de todas las personas, implica el deseo y la voluntad de
construcción de una educación con justicia; y hablo de una justicia que supera el
4. principio de “dar a todos por igual”, para instalarse en una propuesta de “dar a cada
uno lo que necesita”.
Para concluir, quiero confesar que este desafío que se nos plantea no es fácil, a mí por
lo menos me parece que es una tarea complicada. Ahora bien, lo sencillo sería elegir
no optar por esta alternativa y realizar nuestra práctica como se viene haciendo hasta
ahora en la mayor parte de los centros ordinarios. Ese sería el camino cómodo,
teniendo a todos nuestros alumnos trabajando por igual, sin tener que hacer
adaptaciones curriculares, sin preocuparse de las necesidades individuales… pero
realmente no daremos un sentido a esta asignatura ni demostraremos este afán por
dar un paso más en una educación de calidad para todos.
Sabiendo que este reto supone esfuerzo, implicación, dedicación y entrega; está en
nuestra mano escoger el camino fácil o adentrarnos en la aventura de explorar el
camino difícil.
Sara del Castillo Núñez