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UPLA 
UNIVERSIDAD PERUANA LOS ANDES 
FACULTAD DE CIENCIAS DE LA SALUD 
Carrera: Psicología 
Tema: 
Cátedra: 
Catedrático: 
Estudiante: 
Ciclo: Primer ciclo 
Huancayo – 2014
INDICE 
I.
INTRODUCCIÓN. 
Desde el inicio de los tiempos, el ser humano se ha mostrado interesado por conocer la 
naturaleza de los sentimientos que experimentaba, mostrándose especialmente atraído por la 
fuerza que le impelía a establecer relaciones afectivas con sus congéneres. 
Este interés por las relaciones afectivas se ha reflejado claramente en la literatura universal de 
todas las épocas, siendo temática fundamental de muchas obras y autores. 
Desde la psicología, en general, y desde la Psicología del Desarrollo, en particular, el estudio 
de las relaciones afectivas se ha dirigido, tradicionalmente, hacia la observación, descripción 
y explicación de lo que se ha denominado “vínculos afectivos” (centrándose, especialmente, 
en la relación establecida entre el niño/a y su cuidador principal, que suele ser la madre). 
Dentro de esta perspectiva del tema, destaca por su importancia la teoría del apego de John 
Bowlby (1986, 1989, 1993a, 1993b, 1993c, 1998), ampliada por Mary Ainsworth (1969, 1978, 
1989, 1990). No ha sido hasta épocas históricas más recientes, cuando la atención de los 
estudiosos se ha dirigido hacia otro tipo de vínculos afectivos (concretamente, hacia el vínculo 
de amistad, y hacia los vínculos de naturaleza sexual, como el amor romántico). 
Para nuestro interés particular, hemos de destacar el vinculo del apego, los vínculos de 
naturaleza sexual, inconvenientes del apego afectivo y previniendo el apego afectivo
I. EL VÍNCULO DEL APEGO 
Según numerosos investigadores, que recogen una línea de pensamiento existente 
desde los inicios de la filosofía moderna, el ser humano, desde el momento del nacimiento, 
necesita poder establecer vínculos afectivos con las personas de su entorno. Esta necesidad de 
vincularse con otros se caracteriza por un marcado componente instintivo, dado que no es 
aprendida y resulta tan básica y determinante para la supervivencia como la alimentación. No 
olvidemos la conocida afirmación de Rousseau, quien defendía que el hombre es un ser social 
por naturaleza. Los vínculos afectivos que mediatizan y dan sentido a las relaciones 
promueven la supervivencia respondiendo a tres necesidades básicas en las personas: la 
necesidad de seguridad emocional (con la que se relaciona el vínculo de apego), la necesidad 
de pertenencia a una comunidad (con la que se asocia el vínculo de amistad), y la necesidad 
sexual (con la que se vinculan el deseo, la atracción y el enamoramiento). Estas necesidades 
son claramente percibidas por los seres humanos, de tal forma que, si una persona no las 
satisface y permanece desvinculada en uno o varios de los tres niveles (emocional, social o 
sexual), sufre sentimientos de soledad y es menos apoyada socialmente. Por tanto, esa función 
adaptativa de las vinculaciones afectivas va acompañada por una necesidad subjetiva sentida 
por el sujeto, de tal modo que se garantiza que los individuos no se desentiendan de los 
intereses de la especie y de su grupo de pertenencia (López, 1995). 
1.1. El concepto de apego y sus componentes. 
A lo largo de nuestra vida, las personas formamos una amplia variedad de vínculos 
afectivos, pero no todos ellos pueden ser definidos como apegos. El vínculo de apego es el 
que, a las cinco características de los vínculos afectivos propuestas por Ainsworth (1989) y 
mencionadas anteriormente, añade un sexto criterio exclusivo: el hecho de que el sujeto busca
seguridad y consuelo en la relación, la búsqueda de seguridad. Evidentemente, si se logra 
conseguir la seguridad deseada, el apego se definirá como seguro (y, por tanto, se definirá 
como inseguro si no se logra esa seguridad anhelada). 
En palabras de Lafuente (1989), “el apego es un vínculo afectivo duradero, de carácter 
singular, que forma un ser vivo con otro, generalmente de su misma especie, y que se 
desarrolla, prospera y consolida, por medio de la relación activa y recíproca de las partes 
implicadas. Dicha relación se pone de manifiesto a través de las interacciones en las que se 
acoplan e integran repertorios de conductas mutuamente dependientes, tendentes de forma 
estable a la búsqueda y mantenimiento de proximidad” (p. 46). 
Aunando estas dos propuestas, Cantero (2001) define el apego como: “una vinculación 
afectiva intensa, duradera, de carácter singular, que se desarrolla entre dos personas, por 
medio de su interacción recíproca, y cuyo objetivo más inmediato es la búsqueda y 
mantenimiento de proximidad en el logro de seguridad, consuelo y protección” (p. 174). 
De entre estas definiciones, destacamos varios aspectos. En primer lugar, su naturaleza 
esencialmente afectiva, dado que se trata de la necesidad íntima de otra persona, donde 
aparece un amplio espectro de emociones y sentimientos. En segundo lugar, su 
perdurabilidad a lo largo del tiempo, ya que no es una relación pasajera y de corta duración, 
sino que persiste durante bastante tiempo, a pesar de las separaciones. En tercer lugar, su 
singularidad, atendiendo a que se dirige hacia un núcleo reducido de personas, que 
desempeñan un papel central, y a las que se las trata de manera especial. En cuarto lugar, su 
carácter no innato, dado que es producto de la interacción (por tanto, si esa interacción es de 
mala calidad, el apego resultante también lo será). En quinto lugar, su objetivo básico de 
búsqueda de seguridad, que se conseguirá con la proximidad física y/o psicológica con la 
otra persona (esa sensación de seguridad será clave).
En el vínculo afectivo, podemos distinguir tres componentes: un componente conductual, las 
conductas de apego; un componente afectivo, los sentimientos asociados con la figura de 
apego; y un componente cognitivo, el modelo mental de la relación. A continuación, 
desarrollamos cada uno de estos componentes. 
a. En cuanto a las conductas de apego, se trata de manifestaciones observables y 
cuantificables que el sujeto despliega para lograr y mantener proximidad, contacto y 
comunicación con sus figuras de apego. El repertorio de conductas que se pueden 
poner en juego es numeroso y flexible, y quedará definido por su función (atendiendo 
a que su objetivo será siempre lograr proximidad o contacto con la figura de apego). 
b. Con respecto a los sentimientos asociados con la figura de apego, esos sentimientos 
suelen ser la seguridad proporcionada por la proximidad de la figura de apego, y la 
angustia originada por su separación o pérdida. Junto a esos sentimientos centrales, 
pueden aparecer otros como cólera, temor, amor, pena, celos, etc. 
c. En lo referente al modelo mental de la relación, este concepto fue introducido por 
Bowlby (1993a, 1993b, 1993c y 1998) para entender las diferencias en las formas de 
relación existentes entre los sujetos. El modelo mental de la relación sería un esquema 
global o una abstracción organizada mediante la cual "se filtra" la información 
significativa en las relaciones de apego. Se trataría de una creación personal del sujeto, 
basada en sus experiencias de relación con sus figuras de apego, que hace referencia a 
la organización de la memoria, de los conocimientos, de las experiencias y de los 
afectos, englobados en un conjunto coherente que puede dirigir e influenciar las 
evaluaciones y las acciones. 
1.2. La Evolución del apego 
a. Evolución del vínculo de apego a lo largo del ciclo vital.
En una aproximación al vínculo de apego a lo largo del ciclo vital, hemos de tener en 
cuenta que este vínculo se suele establecer, mantener y consolidar dentro de la familia. 
Por tanto, forma parte del sistema familiar, en continuo cambio, dado que una 
modificación en cualquiera de los elementos que lo integran, acaba repercutiendo en 
el resto de sus miembros, y en el conjunto del sistema (López, 1999). 
Aunque cada sociedad organiza las familias de manera diferente, en todas ellas se 
establecen vínculos afectivos muy fuertes entre sus miembros que afectan tanto a las 
relaciones verticales como a las horizontales. Como puede observarse en la figura 
anterior, nos encontramos con vínculos asimétricos entre los adultos (los padres) y los 
menores (los hijos); el apego de los hijos hacia los padres y el sistema de cuidados de 
los padres hacia los hijos, y vínculos más simétricos entre los adultos (esposos) y entre 
los menores (hermanos). 
1.3. Las diferencias entre el apego infantil y el apego adulto 
Las diferencias entre el apego infantil y el apego adulto pueden ser resumidas en 
ocho puntos.
En primer lugar, el apego entre un niño y un adulto es una relación asimétrica y 
complementaria entre el vínculo del apego del niño y el sistema de cuidados y 
aceptación incondicional del adulto. Es decir, se trata de un vínculo no diádico 
(Ainsworth, 1989), en el que una persona puede estar apegada a otra, quien, a su vez, 
no lo está de ella (como ocurre, característicamente, con los niños respecto a sus 
padres). 
En segundo lugar, durante la primera infancia, el apego es el vínculo afectivo más 
importante que tiene el niño/a. Con la llegada de la adolescencia y de la vida adulta, 
el apego suele darse junto con otros vínculos como el de la amistad, los sexuales (deseo, 
atracción y enamoramiento) y los asociados al sistema de cuidados. 
En tercer lugar, las formas de buscar y mantener la proximidad con la figura de 
apego no son las mismas en la infancia y en la vida adulta, ya que con la edad se 
comprende mejor que ciertas distancias no conllevan lejanía ni pérdida de 
disponibilidad. En este sentido, los adultos necesitan un menor número de 
interacciones, no necesitan comprobar constantemente que hay alguien que les cuida y 
les protege, y saben que si lo necesitan pueden contar con él. Además, la tolerancia a 
las separaciones aumenta con la edad porque éstas son mejor comprendidas y más 
fácilmente superadas. 
En cuarto lugar, durante la vida adulta, las conductas de apego son menos visibles 
que en los períodos anteriores, ya que las situaciones que las activan son mucho menos 
frecuentes que en la etapa infantil, además de que el modo de poner fin a esa activación 
es mucho más amplio. Por otra parte, las conductas de apego que conllevan intimidad 
suelen depender más de códigos sociales en la vida adulta, de manera que tienden a 
evitarse en público.
En quinto lugar, la protesta por la separación y la aflicción se suele manifestar en 
menor medida durante la adultez, porque las normas sociales sobre la manifestación de 
las emociones, y la mayor capacidad de autocontrol emocional motivan que se tienda 
a ocultar las emociones o a buscar formas de expresión más convencionales. 
En sexto lugar, las diferencias interindividuales en el apego adulto son mayores que 
en la infancia, porque la variabilidad entre las personas aumenta con la edad. 
En séptimo lugar, durante la vida adulta los padres dejan de ser las figuras 
principales de apego (tal vez porque ya no percibimos que pueden ser capaces de 
ofrecernos cuidados eficaces), mientras que son los hijos los que adquieren ese rol 
cuando sus padres envejecen (porque ellos sí ven a sus hijos como capacitados para 
cuidarles). 
Y, por último, la principal figura de apego en la vida adulta suele ser un igual que 
coincide con la pareja sentimental, con lo que esas relaciones de apego integran tres 
sistemas: el de apego, el de cuidado y el sexual (Shaver, Hazan y Bradsaw, 1988). 
1.4. Patrones del apego adulto 
A pesar de que, desde sus inicios, la teoría del apego reconoció la importancia del 
apego en la etapa adulta, la investigación en esta temática no proliferó hasta mediados 
de los años 80. A continuación, presentamos cronológicamente algunas de las 
investigaciones que hemos considerado más significativas. 
El apego adulto: resultados de la investigación de George, Kaplan y Main. George, 
Kaplan y Main (1996) fueron los primeros investigadores en diseñar un instrumento 
que permitiera la evaluación del apego en la edad adulta. Concretamente, diseñaron 
una entrevista denominada "Adult Attachment lnterview" (AAI) para evaluar los 
modelos mentales de relación de los adultos sobre sus relaciones tempranas de apego. 
El procedimiento consiste en que los sujetos narren sus recuerdos relativos al apego
durante la infancia temprana, y evalúen esos recuerdos desde la perspectiva actual. La 
forma de comunicar estas experiencias, la capacidad para aportar detalles y la 
coherencia con la que describen y evalúan esas situaciones de su infancia, más que la 
naturaleza en sí de las experiencias, es lo que permite obtener una clasificación global 
del estado presente de la mente del adulto con respecto al apego. La entrevista, por 
tanto, evalúa su estado mental actual, y sus autores mantienen que este estado incide 
en la interacción que establecen con sus propios hijos y con la calidad del apego que 
los adultos desarrollan hacia éstos. 
Con sus primeras investigaciones, los autores identificaron tres estilos mentales con 
respecto al apego: los sujetos seguros-autónomos, los sujetos preocupados y los sujetos 
huidizos o devaluadores. Con posterioridad, otros estudios ampliaron la clasificación, 
incluyendo dos nuevas categorías: la categoría de desorganización por un trauma no 
resuelto (Main y Hesse, 1990) y los sujetos no clasificables (Hesse, 1996). 
Seguidamente, abordamos algunas de las características de estos estilos: 
 Los sujetos seguros/autónomos (apego tipo F) describen sus experiencias de 
apego de manera clara y coherente, con independencia de que fueran 
satisfactorias o no (demostrando objetividad y equilibrio). Son capaces de 
conceptualizar las experiencias de apego de forma libre y completa, no están 
enredados en conflictos anteriores que les impidan analizar la situación con 
perspectiva, y no intentan mantenerse distantes para evitar el impacto de sus 
experiencias tempranas. Además, estos sujetos tienden a valorar las relaciones 
afectivas y las consideran importantes para el adecuado funcionamiento de la 
personalidad. 
 Los sujetos preocupados (apego tipo E) se caracterizan por seguir enredados en 
la problemática de sus relaciones tempranas de apego, no siendo capaces de
describirlas de modo coherente. Su estado mental se ve desbordado y confundido 
por el tema del apego, lo que se refleja en un discurso agresivo, pasivo o 
temeroso. Suelen mostrarse irritables cuando comentan sus relaciones actuales 
con sus padres, y sus recuerdos de la infancia son contradictorios (suelen acceder 
fácilmente a estos recuerdos pero son incapaces de presentarlos de forma 
coherente: tienden a un estilo enmarañado, cambiando de tema con frecuencia y 
sintiéndose atrapados por sus experiencias). A menudo, presentan todavía 
conflictos por resolver con sus figuras de apego, y, cuando se les pide que 
reflexionen sobre la influencia de su relación temprana con los padres, tienen 
dificultad para hacerlo con perspectiva. 
 Los sujetos devaluadores o huidizos (apego tipo D) se caracterizan por tener 
una imagen irreal de sus padres (o bien idealizada o bien despectiva, pueden 
describir a sus padres como perfectos o nefastos pero sin aportar datos que avalen 
esta afirmación). Insisten en su incapacidad para recordar hechos concretos que 
ilustren sus apreciaciones, aunque cuando recuerdan algo suelen ser experiencias 
de rechazo. Sus informaciones están desprovistas de afecto, y niegan la 
influencia de las experiencias tempranas de apego en su desarrollo posterior. En 
definitiva, estos sujetos muestran una desactivación del sistema de apego y una 
devaluación de este tipo de relaciones. 
 Los sujetos clasificados en la categoría de traumas no resueltos (apego tipo U) 
presentan cierta desorganización del habla y del pensamiento cuando describen 
ciertos incidentes traumáticos como el abuso o la pérdida de una persona querida. 
Su estado mental actual se caracteriza por lagunas en el razonamiento y/o en el 
discurso. Cuando un sujeto es clasificado en la categoría de trauma no resuelto
también ha de ser clasificado, aunque de modo secundario, en alguna de las tres 
categorías anteriores. 
 El diagnóstico de inclasificable se asigna a aquellos sujetos que presentan una 
incoherencia global en su discurso y las transcripciones de sus entrevistas no 
permiten encajarle en ninguno de los criterios anteriores. 
La mayoría de los estudios realizados sobre la validez de esta perspectiva teórica del 
apego adulto, han estudiado los modelos internos de apego de los padres (mediante la 
entrevista mencionada) y los patrones de apego de sus hijos (utilizando el 
procedimiento de la Situación Extraña). Los hallazgos avalan una transmisión 
intergeneracional de la calidad del apego, puesto que, en un alto porcentaje (70-80% 
de los casos), existe correspondencia entre el tipo de apego del progenitor y el del hijo/a 
(Hesse, 1999). Consecuentemente, los modelos mentales respecto al apego de los 
padres determinan el grado en que procesan la información relativa a las necesidades 
de apego de sus hijos, lo que afectará a sus conductas de crianza, redundando, así, en 
los patrones de apego que esos hijos desarrollarán. 
II. Los vínculos de naturaleza sexual: el amor romántico y el enamoramiento. 
Al tratar el tema del apego adulto, contamos con los postulados de autores como Hazan 
y Shaver que plantean la existencia de un único proceso básico en las relaciones 
interpersonales a lo largo del ciclo vital, concibiendo el amor romántico como un proceso de 
apego entre adultos. Además, también el vínculo de amistad puede derivar en una relación 
romántica. Consecuentemente, será difícil delimitar dónde empieza un vínculo y dónde 
termina otro. Sin embargo, ello es completamente necesario para nuestro propósito en esta 
monografía. Y, para ello, deberemos delimitar qué es el amor, en qué se diferencia de los otros
vínculos afectivos abordados, de qué está compuesto, si existen diversas formas de amar, y 
cómo varían esas formas de amor a lo largo del tiempo y/o de la duración de la relación. Así 
pues, pasamos a dilucidar cada uno de esos aspectos. 
2.1. El concepto de amor. 
En la definición del concepto de amor entre una pareja (o amor romántico, no amor 
entre padres e hijos, amor entre hermanos, ni amor a Dios, por ejemplo), nos encontramos con 
la misma dificultad que en el caso de la definición del término “amistad”, como ya 
comentamos. En este sentido, procederemos del mismo modo: aportando distintas definiciones 
sobre el amor propuestas por algunos diccionarios, por filósofos y por psicólogos. 
El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (2001), ofrece 14 
acepciones del término, entre las que destacamos las cuatro primeras: 
 sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia suficiencia, necesita y 
busca el encuentro y unión con otro ser - sentimiento hacia otra persona que 
naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos 
completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear - sentimiento de 
afecto, inclinación y entrega a alguien o algo - tendencia a la unión sexual. 
Por otra parte, filósofos de todos los tiempos se han ocupado del tema del amor, ofreciendo 
definiciones múltiples y variadas. Entre ellos, destacamos las afirmaciones de los siguientes 
pensadores: 
 Platón (siglo IV a.C.), en “El Banquete”, afirma que el amor es la unión del deseo de 
dar lo mejor de uno mismo con el deseo v la necesidad de recibir lo mejor del otro. 
 Hobbes (siglo XVII), en su obra “Leviatán” define el amor como el producto del miedo 
a no ser reconocido, a permanecer solo y a resultar diferente.
 Locke, en su obra “Sobre el entendimiento humano” afirma que el amor es fruto de la 
reflexión sobre el placer, tanto físico como espiritual, que alguien puede producirnos. 
 Spinoza, en su “Ética”, mantiene que el amor es un sentimiento de alegría unido al 
conocimiento de su causa. 
 Kant, a diferencia de Spinoza, considera que amar no es el sentimiento que me une a 
aquellos que son imprescindibles para mis fines, sino que amo a una persona cuando 
sus fines se vuelven importantes para mí. 
A modo de conclusión de este apartado, desearíamos añadir la definición que, partiendo de 
Fromm y de Marina, realiza Cantero (2001) sobre el amor: “el amor es un compromiso que se 
desea recíproco, es una actividad, es un acto de voluntad que implica dar, y que se manifiesta 
por el deseo de cuidar al otro, por la responsabilidad voluntaria de estar disponible cuando 
te requiere, por el respeto por la persona tal y como es, y por el conocimiento íntimo del otro 
que te posibilita, en última instancia, una actuación incondicional” 
2.2. Los diferentes tipos, estilos o formas de amar. 
Desde nuevos enfoques, diferentes de la teoría del apego, se han descrito estilos 
amorosos en los adultos relativamente estables, que no tienen continuidad con los estilos 
previos de apego, y que, incluso, pueden modificarse en función de las circunstancias 
concretas de la relación (es decir, que se puede mantener una relación de pareja de un 
determinado estilo y, posteriormente, si se rompiera esa relación por cualquier circunstancia, 
iniciar otra relación nueva con un estilo diferente). 
Entre estas teorías, destacamos la de J. A. Lee (1973, 1977, 1988) y R. J. Sternberg 
(1989, 1999, 2000), que presentaremos en el capítulo siguiente (al que remitimos al lector, si 
desea avanzarse en su tratamiento).
a. El curso temporal del amor. 
Como ya hemos mencionado, en relación con la dificultad de encontrar una 
definición consensuada del amor, el amor no es un estado estático, sino un proceso 
dinámico a lo largo del cual se producen una serie de cambios en los sentimientos y 
conductas de los miembros de la pareja amorosa. 
En el marco de la teoría del apego, Zeifman y Hazan (1997) propusieron un 
modelo del proceso de formación del apego adulto, entendido como amor romántico, 
paralelo al proceso de formación del primer apego infantil propuesto por Bowlby 
(1993a, 1993b, 1993c, 1998). Las etapas que se proponen desde esta perspectiva son 
cuatro. 
En primer lugar, nos encontramos con una fase de preapego, caracterizada por la 
atracción y el flirteo entre dos personas. En este sentido, se producen una serie de 
conductas universales que sirven para iniciar una interacción con alguien hacia quien 
nos sentimos atraídos (sonrisas, contacto ocular, charla animada e intranscendente, 
expresiones faciales y otros gestos informales). Así pues, el único componente de 
apego presente es una fuerte motivación para la búsqueda de proximidad, 
encontrándose muy implicado el sistema sexual. 
En segundo lugar, entramos en la fase de apego en formación, en el período de 
enamoramiento, donde también existe una elevada activación fisiológica que puede 
provocar falta de sueño, disminución del apetito, y, contradictoriamente, una energía 
inagotable. Los enamorados comienzan a sentirse cómodos estando juntos, e 
intercambian información personal (secretos familiares, experiencias dolorosas 
anteriores, etc). Con estas actividades, la pareja empieza a ser un claro refugio 
emocional. Si la relación termina durante esta fase, se experimentarían sentimientos 
como falta de energía, tristeza (pero no la ansiedad y la imposibilidad de un
funcionamiento normal que se producen cuando se disuelve una relación de apego), 
dado que las necesidades de apoyo emocional pueden ser cubiertas por la familia y los 
amigos. 
Si la relación prosigue, llegamos a la fase de apego definido, en la que el 
enamoramiento pasa a ser amor: la idealización inicial se vuelve más realista, declina 
la frecuencia de la actividad sexual, y aumenta el apoyo emocional y los cuidados del 
otro. En el caso de ruptura, sería evidente la protesta por la separación. 
Por último, Zeifman y Hazan (1997) postulan una fase de postromance, donde 
volvemos a la “normalidad” con la disminución de conductas de apego y de la actividad 
sexual, retomando la atención hacia obligaciones laborales e intereses personales. 
Existe una fuerte interdependencia emocional, aunque no sea tan evidente como antes, 
lo que puede provocar problemas en la pareja (en el caso de que se perciba que todo se 
ha vuelto una mera “rutina”). Lo que ha ocurrido es que el compañero/a es una base de 
seguridad desde la que se puede operar en el mundo, sintiendo que él/ella estará 
disponible si le necesitamos. 
2.3. Las fases del amor romántico pasional y amor compañero (apego definido y 
postromance, respectivamente). 
Como hemos avanzado en el apartado anterior, una vez en la fase de enamoramiento, 
si la relación perdura ese estado transitorio desaparece, y el vínculo evoluciona hacia una fase 
de amor romántico-pasional. 
Con el paso del tiempo, ese amor pasional irá progresivamente derivando en el 
denominado “amor compañero” (Sternberg, 1989, 2000; Yela, 2000), debido a la disminución 
progresiva de la pasión (junto con el incremento de otros factores, como la interdependencia, 
el cuidado mutuo, la entrega, la disponibilidad, la ayuda, el apoyo emocional, la comunicación, 
la valoración realista, la compenetración, el sentimiento de pareja, y el conocimiento del otro).
Así pues, la pareja no es sólo amante, sino también figura de apego y cuidador del otro, 
encontrándonos en la fase de postromance propuesta por Zeifman y Hazan (1997). Una vez en 
esta etapa, la relación amorosa puede estabilizarse o comenzar a deteriorarse, dependiendo de 
las circunstancias (la convivencia, los celos, la sexualidad, posibles diferencias de intereses o 
en la percepción de problemas, diferencias en el estilo amoroso, etc). 
III. Inconvenientes del apego afectivo 
3.1. El apego es adicción 
Depender de la persona que se ama es una manera de enterrarse en vida, un acto de 
auto mutilación psicológica donde el amor propio, el auto respeto y la esencia de uno mismo 
son ofrendados y regalados irracionalmente. Cuando el apego está presente, entregarse, más 
que un acto de cariño desinteresado y generoso, es una forma de capitulación, una rendición 
guiada por el miedo con el fin de preservar lo bueno que ofrece la relación. Bajo el disfraz del 
amor romántico, la persona apegada comienza a sufrir una despersonalización lenta e 
implacable hasta convertirse en un anexo de la persona "amada", un simple apéndice. Cuando 
la dependencia es mutua, el enredo es funesto y tragicómico: si uno estor nuda, el otro se suena 
la nariz. O, en una descripción igualmente malsana: si uno tiene frío, el otro se pone el abrigo. 
La epidemiología del apego es abrumante. Según los expertos, la mitad de la consulta 
psicológica se debe a problemas ocasionados o relacionados con dependencia patológica 
interpersonal. En muchos casos, pese a lo nocivo de la relación, las personas son incapaces de 
ponerle fin. En otros, la dificultad reside en una incompetencia total para resolver el abandono 
o la pérdida afectiva. Es decir: o no se resignan a la ruptura o permanecen, inexplicable y 
obstinadamente, en una relación que no tiene ni pies ni cabeza. 
De manera más específica, podría decirse que detrás de todo apego hay miedo, y más 
atrás, algún tipo de incapacidad. Por ejemplo, si soy incapaz de hacerme cargo de mí mismo,
tendré temor a quedarme solo, y me apegaré a las fuentes de seguridad disponibles 
representadas en distintas personas. El apego es la muletilla preferida del miedo, un calmante 
con peligrosas contraindicaciones. 
Equivocadamente, entendemos el desapego como dureza de corazón, indiferencia o 
insensibilidad, y eso no es así. El desapego no es desamor, sino una manera sana de 
relacionarse, cuyas premisas son: independencia, no posesividad y no adicción. La persona no 
apegada (emancipada) es capaz de controlar sus temores al abandono, no considera que deba 
destruir la propia identidad en nombre del amor, pero tampoco promociona el egoísmo y la 
deshonestidad. Desapegarse no es salir corriendo a buscar un sustituto afectivo, volverse un 
ser carente de toda ética o instigar la promiscuidad. La palabra libertad nos asusta y por eso la 
censuramos. 
3.2. El apego desgasta y enferma 
Otra de las características del apego es el deterioro energético. Haciendo una analogía 
con las enseñanzas de don Juan, de Carlos Castaneda, podríamos decir que el adicto afectivo 
no es precisamente "impecable" a la hora de optimizar y utilizar su energía. Es un pésimo 
"guerrero". El sobre gasto de un amor dependiente tiene doble faz. Por un lado, el sujeto 
apegado hace un despliegue impresionante de recursos para retener su fuente de gratificación. 
Los activo-dependientes pueden volverse celosos e hipervigilantes, tener ataques de ira, 
desarrollar patrones obsesivos de comportamiento, agredir físicamente o llamar la atención de 
manera inadecuada, incluso mediante atentados contra la propia vida. Los pasivo-dependientes 
tienden a ser sumisos, dóciles y extremadamente obedientes para intentar ser agradables y 
evitar el abandono. El repertorio de estrategias retentivas, de acuerdo con el grado de 
desesperación e inventiva del apegado, puede ser diverso, inesperado y especialmente 
peligroso.
La segunda forma de despilfarro energético no es por exceso sino por defecto. El sujeto 
apegado concentra toda la capacidad placentera en la persona "amada", a expensas del resto 
de la humanidad. Con el tiempo, esta exclusividad se va convirtiendo en fanatismo y devoción: 
"Mi pareja lo es todo". El goce de la vida se reduce a una mínima expresión: la del otro. Es 
como tratar de comprender el mundo mirándolo a través del ojo de una cerradura, en vez de 
abrir la puerta de par en par. Quizás el refrán tenga razón: "No es bueno poner todos los huevos 
en la misma canasta "; definitivamente, hay que repartirlos. El apego enferma, castra, 
incapacita, elimina criterios, degrada y somete, deprime, genera estrés, asusta, cansa, desgasta 
y, finalmente, acaba con todo residuo de humanidad disponible. 
3.3 La inmadurez emocional: el esquema central de todo apego 
Pese a que el término inmadurez puede resultar ofensivo o peyorativo para ciertas 
personas, su verdadera acepción nada tiene que ver con retardo o estupidez. La inmadurez 
emocional implica una perspectiva ingenua e intolerante ante ciertas situaciones de la vida, 
generalmente incómodas o aversivas. Una persona que no haya desarrollado la madurez o 
inteligencia emocional adecuada tendrá dificultades ante el sufrimiento, la frustración y la 
incertidumbre. Fragilidad, inocencia, bisoñada, inexperiencia o novatada podrían ser 
utilizadas como sinónimos, pero, técnicamente hablando, el término "inmadurez" se acopla 
mejor al escaso autocontrol y/o autodisciplina que suelen mostrar los individuos que no toleran 
las emociones mencionadas. Dicho de otra manera, algunas personas estancan su crecimiento 
emocional en ciertas áreas, aunque en otras funcionan maravillosamente bien. 
3.4. Baja tolerancia a la frustración o el mundo gira a mi alrededor 
La clave de este esquema es el egocentrismo, es decir: "Si las cosas no son como me 
gustaría que fueran, me da rabia”. Patatús y berrinche. Tolerar la frustración de que siempre
podemos obtener lo que esperamos, implica saber perder y resignarse cuando no hay nada que 
hacer. Significa ser capaz de elaborar duelos, procesar pérdidas y aceptar aunque sea a 
regañadientes, que la vida no gira a nuestro alrededor. Aquí no hay narcisismo, sino 
inmadurez. 
Muchos enamorados no decodifican lo que su pareja piensa o siente, no lo comprenden 
o lo ignoran como si no existiera. Están tan ensimismados en su mundo afectivo, que no 
reconocen las motivaciones ajenas. No son capaces de descentrarse y meterse en los zapatos 
del otro. Cuando su media naranja les dice: "Ya no te quiero, lo siento", el dolor y la angustia 
se procesa solamente de manera autorreferencial: "¡Pero si yo te quiero!" Como si el hecho de 
querer a alguien fuera suficiente razón para que lo quisieran a uno. Aunque sea difícil de 
digerir para los egocéntricos, las otras personas tienen el derecho y no el "deber" de amarnos. 
El pensamiento central de la persona apegada afectivamente y con baja tolerancia a la 
frustración se expresa así: “No soy capaz de aceptar que el amor escape de mi control. La 
persona que amo debe girar a mí alrededor y a mi gusto. Necesito ser el centro y que las cosas 
sean como a mí me gustaría que fueran. No soporto la frustración, el fracaso o la desilusión. 
El amor debe ser a mi gusto y semejanza". 
3.5. La ilusión de permanencia de aquí a la eternidad 
La estructura mental del apegado contiene una dudosa filosofía respecto al orden del 
universo. En el afán de conservar el objeto deseado, la persona dependiente, de una manera 
ingenua y arriesgada, concibe y acepta la idea de lo "permanente", de lo eternamente estable. 
El efecto tranquilizador que esta creencia tiene para los adictos es obvio: la permanencia del 
proveedor garantiza el abastecimiento. Aunque es claro que nada dura para siempre (al menos 
en esta vida el organismo inevitablemente se degrada y deteriora con el tiempo), la mente 
apegada crea el anhelo de la continuación y perpetuación ad infinitum: la inmortalidad.
Las personas que han creado el esquema mental de la permanencia se sorprenden cuando 
algo anda mal en su pareja, las toma por sorpresa y en contravía: "Jamás pensé que esto me 
pasara a mí", "Creí que yo nunca me separaría", "Me parece imposible", "No lo puedo creer o 
"No estaba preparado para esto". 
El pensamiento central de la persona apegada afectivamente y con ilusión de 
permanencia se expresa así: “Es imposible que nos dejemos de querer: El amor es inalterable, 
eterno, inmutable e indestructible. Mi relación afectiva tiene una inercia propia y continuará 
para siempre, para toda la vida". 
IV. Previniendo el apego afectivo 
4.1. Cómo promover la independencia afectiva y aun así seguir amando 
El apego puede prevenirse. Bajo determinadas circunstancias, podemos crear 
inmunidad a las adicciones afectivas y relacionarnos de una manera más tranquila y 
descomplicada. Siempre podemos estar afectivamente mejor. Si tu pareja está bien constituida, 
aún puedes fortalecerla más; y si tiene deficiencias no muy graves, puedes mejorarla. El 
mejoramiento afectivo es un proceso continuo que no puede descuidarse. 
Los tres principios que se presentan a continuación permiten desarrollar una actitud anti-apego; 
es decir, un estilo de vida orientado a fomentar la independencia psicológica sin dejar 
de amar. Por desgracia, nuestra cultura no los enseña de una manera programada y coherente 
porque, paradójicamente, la libertad es uno de los valores más restringidos. 
El primer principio es el de la exploación, o el arte de no poner todos los huevos en la 
misma canasta; el segundo es el de la autonomía, o el arte de ser autosuficiente sin ser 
narcisista; y el tercero es el principio del sentido de vida, o el arte de alejarse de lo mundano. 
La aplicación de cada uno de ellos hará tambalear los esquemas responsables de la adicción
afectiva, pero si la aplicación es conjunta, el impacto psicológico será óptimo. Una persona 
audaz, libre y realizada es un ser que le ha ganado la batalla a los apegos. 
4.2. El principio de la exploración y el riesgo responsable 
Una de las cosas que más interfiere con el proceso de desapego es el miedo a lo 
desconocido. La persona apegada, debido a su inmadurez emocional, no suele arriesgarse 
porque el riesgo incomoda. Jamás pondría en peligro su fuente de placer y seguridad. Prefiere 
funcionar con la vieja premisa de los que temen los cambios: "Más vale malo por conocido 
que bueno por conocer". Enfrentarse a lo nuevo, siempre asusta. El anclaje al pasado es la 
piedra angular de todo apego. Aferrarse a la tradición genera la sensación de estar asegurado. 
Todo es predecible, estable y sabemos para dónde vamos. No hay innovaciones ni sorpresas 
molestas. Rescatar las raíces y entender de dónde venimos es fundamental para cualquier ser 
humano, pero hacer de la costumbre una virtud es inaceptable. 
El principio de la exploración responsable (por "responsable” entiendo hacer lo que nos 
venga en gana, siempre que no sea dañino ni para uno ni para otros) sostiene que los humanos 
tenemos la tendencia innata a indagar y explorar el medio. Somos descubridores natos, por 
naturaleza. Cuando exploramos el mundo con la curiosidad del gato, todos nuestros sentidos 
se activan y entrelazan para configurar un esquema vivencial. Es entonces cuando descubrimos 
que el placer no está localizado en un solo punto, sino disperso y accesible. Y no estoy 
insinuando que haya que reemplazar a la pareja o engañarla. La persona que amo es una parte 
importante de mi vida, pero no la única. 
a. ¿Por qué este principio genera inmunidad al apego afectivo? 
Porque la exploración produce esquemas anti-apego y promueve maneras más sanas de 
relacionarse afectivamente, al menos en cuatro áreas básicas:
 Las personas atrevidas y arriesgadas generan más tolerancia al dolor y a la frustración; 
es decir, se ataca el esquema de inmadurez emocional. 
 Una actitud orientada a la audacia y al experimentalismo responsable asegura el 
descubrimiento de nuevas fuentes de distracción, disfrute, interés y diversión. El placer 
se dispersa, se riega y desaparece la tendencia a concentrar todo en un solo punto (por 
ejemplo, la pareja). El ambiente motivacional crece, y se amplía considerablemente. 
 Explorar hace que la mente se abra, se flexibilice y disminuya la resistencia al cambio. 
El miedo a lo desconocido se va reemplazando por la ansiedad simpática de la sorpresa, 
la novedad y el asombro. Un susto agradable que no impide tomar decisiones. 
 Se pierde el culto a la autoridad, lo cual no implica anarquismo. Simplemente, al 
curiosear en la naturaleza, las ciencias, la religión, la filosofía y en la vida misma, se 
aprende que nadie tiene la última palabra. Ya no se traga entero, y someterse no es tan 
fácil. Aparece un escepticismo sano y la interesante costumbre de preguntarse por qué. 
4.3. El principio de la autonomía o hacerse cargo de uno mismo 
Tal como lo han afirmado psicólogos, filósofos y pensadores a través de todas las épocas, 
la libertad y el miedo van de la mano. Salustio decía: "Son pocos los que quieren la libertad; 
la mayoría sólo quiere tener un amo justo”. Pero cuando las personas deciden hacerse dueñas 
de su vida y de sus decisiones, el crecimiento personal no tiene límites. 
La búsqueda de autonomía es una tendencia natural en sujetos sanos. Más aún, cuando la 
libertad se restringe, los humanos normales nunca nos damos por vencidos. Desde Espartaco 
hasta Mandela, la historia de la humanidad podría resumirse como una lucha constante y 
persistente para obtener la independencia añorada, cualquiera que ella sea. En psicología ha 
quedado demostrado que las personas autónomas que se hacen cargo de sí mismas, desarrollan 
un sistema inmunológico altamente resistente a todo tipo de enfermedades.
Un estilo de vida orientado a la libertad personal genera, al menos, tres atributos 
psicoafectivos importantes: la defensa de la territorialidad, una mejor utilización de la soledad 
y un incremento en la autosuficiencia. Veamos cada uno en detalle. 
a. La defensa de la territorialidad y la soberanía afectiva 
La territorialidad es el espacio de reserva personal; si alguien lo traspasa, me 
siento mal, incómodo o amenazado. Es la soberanía psicológica individual: mi espacio, 
mis cosas, mis amigos, mis salidas, mis pensamientos, mi vocación, mis sueños; en fin, 
todo lo que sea “mi”, que no necesariamente excluye el “tu”. Tus rosas, mis rosas y 
nuestras rosas. Una territorialidad exagerada lleva a la paranoia y si es minúscula, a la 
inasertividad. El equilibrio adecuado es aquel donde las demandas de la pareja y las 
propias necesidades se acoplan respetuosamente. 
b. Al rescate de la soledad 
Para la psicología clínica, la soledad tiene una faceta buena y una mala. Cuando 
es producto de la elección voluntaria, es saludable y ayuda a limpiar la mente. Pero si es 
obligada, puede aniquilar todo vestigio de humanidad rescatable. La soledad impuesta 
es desolación, la elegida es liberación. 
No es lo mismo estar socialmente aislado que estar afectivamente aislado. De las 
dos, la segunda, es decir, la carencia afectiva, es la que más duele. Ésa es la que abre 
huecos en el alma y la que nos despoja de toda motivación Aunque ambas formas de 
aislamiento generan depresión, la soledad del desamor es la madre de todo apego. 
Sin llegar a ser ermitaño, la soledad trae varias ventajas. Desde el punto de vista 
psicológico-cognitivo (mental), favorece la autoobservación y es una oportunidad para 
conocerse a uno mismo. Es en el silencio cuando hacemos contacto con lo que 
verdaderamente somos. Desde el punto de vista psicológico-emocional, posibilita que 
los métodos de relajación y meditación aumenten su eficacia. Cuando no hay moros en
la costa, el organismo se siente más seguro y concentrado: no hay necesidad de 
aprobación, ni competencia, ni críticas a la vista. Desde el punto de vista psicológico-comportamental, 
nos induce a soltar los bastones, a enfrentar los imponderables y a 
lanzarnos al mundo. No es imprescindible tener compañía afectiva para desempeñarse 
socialmente. 
c. La autosuficiencia y la autoeficacia 
Muchas de las personas dependientes con el tiempo van configurando un cuadro 
de inutilidad crónica. Una mezcolanza entre desidia y miedo a equivocarse. De tanto 
pedir ayuda, pierden autoeficacia. 
El devastador "No soy capaz" se va apoderando del adicto, hasta volverlo cada 
vez más incapaz de sobrellevar la vida sin supervisión. Actividades tan sencillas como 
llevar el automóvil al taller, llamar a un electricista, reservar pasajes, buscar un taxi, se 
convierten en el peor de los problemas. Estrés, dolor de cabeza y malestar. La tolerancia 
a las dificultades se hace cada vez más baja. Como dice el refrán: "La pereza es la madre 
de todos los vicios". 
Así, lenta e incisivamente, la inseguridad frente al propio desempeño va calando 
y echando raíces. Como una bola de nieve, la incapacidad arrasa con todo. La tautología 
es destructora: la dependencia me vuelve inútil, la inutilidad me hace perder confianza 
en mí mismo. Entonces busco depender más, lo que incrementa aún más mi sentimiento 
de inutilidad, y así sucesivamente. 
¿Por qué el principio de autonomía genera inmunidad al apego afectivo? 
Porque la autonomía produce esquemas anti-apego y promueve maneras más sanas de 
relacionarse afectivamente, al menos en tres áreas básicas:
a. Las personas que se vuelven más autónomas mejoran ostensiblemente su autoeficacia, 
adquieren más confianza en sí mismas y se vuelven más autosuficientes. Se previene y/o 
se vence el miedo a no ser capaz. 
b. La libertad educa y levanta los umbrales al dolor y al sufrimiento. Al tener que 
vérselas con el mundo y tener que luchar por la propia supervivencia, elimina de cuajo 
la mala costumbre de evitar la incomodidad. En otras palabras, ayuda a la maduración 
emocional Se previene y/o se vence el miedo a sufrir. 
c. La autonomía conlleva a un mejor manejo de la soledad. Los sujetos que adoptan la 
autonomía como una forma de vida adquieren mejores niveles de autoobservación y una 
mayor autoconsciencia. 
4.5. El principio del sentido de vida 
Las personas que han encontrado el camino de su autorrealización, o que poseen 
fortaleza espiritual, son duras de matar. Se mueven más fluidamente y no suelen quedarse 
estancadas en idioteces. No andan buscando algo a qué aferrarse para sentirse protegidas. Han 
incorporado la seguridad a su disco duro. Amar a una persona así es maravilloso, pero 
asustador, porque puede dar la impresión de ser “demasiado” independiente. Una pareja sin 
temores asusta a los inseguros. 
Para comprender mejor qué es el motivo de vida, lo dividiremos en dos dimensiones 
básicas: Autorrealización y trascendencia. 
La autorrealización 
Este principio se refiere a la capacidad de reconocer los talentos naturales que 
poseemos. Aquellas habilidades singulares que surgen espontáneamente de nosotros, sin tanto 
alarde ni especializaciones. Simplemente estuvieron ahí todo el tiempo y todavía persisten. 
Vivimos con nuestras facultades a cuestas, y ni siquiera nos damos cuenta.
Este es el talento natural: una capacidad guiada por la pasión, que estalla desde adentro 
y reúne a los demás cuando aparece. Todos la poseemos, todos podemos alcanzarla, todos 
estamos diseñados para desarrollar nuestra capacidad creativa, si nos dejan y tenemos el coraje 
para hacerlo. 
Una persona que ha encontrado su vocación y siente pasión por lo que hace, se vuelve 
inmune a la adicción afectiva porque su energía vital se abre a otras experiencias. Y esto no 
significa incompatibilidad, sino amor a cuatro manos. Desarrollar los talentos naturales es 
abrirse a otros placeres, sin desatender el vínculo afectivo. No se abandona a la pareja, sino 
que se la integra, se la ama a plenitud. 
La transcendencia 
Creer que se está participando en un proyecto universal y aceptar la importancia de ello nos 
coloca, automáticamente, en el plano espiritual, La vida evoluciona en un sentido de 
complejidad creciente, donde posiblemente seamos la punta de lanza de una transformación 
que no percibimos aún. El gran maestro Teilhard de Chardin decía: “La creación no ha 
terminado, se está llevando a cabo en este instante”. Y si esto es así, estamos participando 
activamente en ella. Trascender significa tomar conciencia (darse cuenta) de que soy, 
posiblemente mucho más de lo que creo ser. 
4.6. Venciendo el apego afectivo 
Muchas personas viven entrampadas en relaciones afectivas enfermizas de las cuales no 
pueden o no quieren escapar. El miedo a perder la fuente de seguridad y/o bienestar las 
mantiene atadas a una forma de tortura pesada amorosa, de consecuencias fatales para su salud 
mental y física.
Con el tiempo, estar mal se convierte en costumbre. Es como si todo el sistema 
psicológico se adormeciera y comenzara a trabajar al servicio de la adicción, fortaleciéndola 
y evitando enfrentarla por los medios posibles. Lenta y silenciosamente, el amor pasa a ser 
una utopía cotidiana, un anhelo inalcanzable. Y a pesar del letargo afectivo, de los malos tratos 
y de la constante humillación de tener que pedir ternura, la persona apegada a una relación 
disfuncional se niega a la posibilidad de un amor libre y saludable; se estanca, se paraliza y se 
entrega a su mala suerte. 
No importa qué tipo de vínculo tengas, si realmente quieres liberarte de esa relación que 
no te deja ser feliz, puedes hacerlo. No es imposible. La casuística psicológica está llena de 
individuos que lograron saltar al otro lado y escapar. Hay que empezar por cambiar las viejas 
costumbres adictivas y limpiar tu manera de procesar la información. Si aprendes a ser realista 
en el amor, si te autorespetas y desarrollas autocontrol, habrás empezando a gestar tu propia 
revolución afectiva. 
4.7. El principio del realismo afectivo 
Realismo afectivo significa ver la relación de pareja tal cual es, sin distorsiones ni 
autoengaños. Es una percepción directa y objetiva del tipo de intercambio que sostengo con la 
persona que supuestamente amo. Una autoobservación franca, asertiva y algo cruda, pero 
necesaria para sanear el vínculo o terminarlo si hiciera falta. Analizar honesta y abiertamente 
el “toma y dame” amoroso es el requisito primordial para allanar el camino hacia una relación 
afectiva y psicológicamente placentera. Sin embargo, en la práctica las personas apegadas a 
relaciones afectivas perniciosas esquivan constantemente los hechos. 
En la adicción amorosa el autoengaño puede adoptar cualquier forma. Con tal de sujetar a la 
persona que se dice amar, sesgamos, negamos, justificamos olvidamos, idealizamos, 
minimizamos, exageramos, decimos mentiras y cultivamos falsas ilusiones. Hacemos
cualquier cosa para alimentar la imagen romántica de nuestros sueños amorosos. No interesa 
que toda la evidencia disponible esté en contra, importan un rábano las demostraciones y el 
cúmulo de informes contradictorios que amigos y familiares aportan: la fuente del apego es 
intocable y el aparente amor, inamovible. 
El realismo afectivo sugiere que debemos partir de lo que verdaderamente es nuestra 
vida amorosa. Lo que es, y no lo que nos gustaría que fuera. Si lo logramos comprender, la 
relación en el aquí y el ahora, sin pretextos ni evasivas, podremos tomar las decisiones 
acertadas, generar soluciones o comenzar a despegarnos. 
Presentaré algunas de las distorsiones cognitivas más comunes que impiden alcanzar la 
posición realista mencionada, y que fortalecen irracionalmente la conducta del apego: excusar 
el poco amor recibido, minimizar los defectos de la pareja, creer que todavía hay amor donde 
no lo hay, persistir tozudamene en recuperar un amor perdido y alejarse, peo nodel todo.

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Monografia

  • 1. UPLA UNIVERSIDAD PERUANA LOS ANDES FACULTAD DE CIENCIAS DE LA SALUD Carrera: Psicología Tema: Cátedra: Catedrático: Estudiante: Ciclo: Primer ciclo Huancayo – 2014
  • 3. INTRODUCCIÓN. Desde el inicio de los tiempos, el ser humano se ha mostrado interesado por conocer la naturaleza de los sentimientos que experimentaba, mostrándose especialmente atraído por la fuerza que le impelía a establecer relaciones afectivas con sus congéneres. Este interés por las relaciones afectivas se ha reflejado claramente en la literatura universal de todas las épocas, siendo temática fundamental de muchas obras y autores. Desde la psicología, en general, y desde la Psicología del Desarrollo, en particular, el estudio de las relaciones afectivas se ha dirigido, tradicionalmente, hacia la observación, descripción y explicación de lo que se ha denominado “vínculos afectivos” (centrándose, especialmente, en la relación establecida entre el niño/a y su cuidador principal, que suele ser la madre). Dentro de esta perspectiva del tema, destaca por su importancia la teoría del apego de John Bowlby (1986, 1989, 1993a, 1993b, 1993c, 1998), ampliada por Mary Ainsworth (1969, 1978, 1989, 1990). No ha sido hasta épocas históricas más recientes, cuando la atención de los estudiosos se ha dirigido hacia otro tipo de vínculos afectivos (concretamente, hacia el vínculo de amistad, y hacia los vínculos de naturaleza sexual, como el amor romántico). Para nuestro interés particular, hemos de destacar el vinculo del apego, los vínculos de naturaleza sexual, inconvenientes del apego afectivo y previniendo el apego afectivo
  • 4. I. EL VÍNCULO DEL APEGO Según numerosos investigadores, que recogen una línea de pensamiento existente desde los inicios de la filosofía moderna, el ser humano, desde el momento del nacimiento, necesita poder establecer vínculos afectivos con las personas de su entorno. Esta necesidad de vincularse con otros se caracteriza por un marcado componente instintivo, dado que no es aprendida y resulta tan básica y determinante para la supervivencia como la alimentación. No olvidemos la conocida afirmación de Rousseau, quien defendía que el hombre es un ser social por naturaleza. Los vínculos afectivos que mediatizan y dan sentido a las relaciones promueven la supervivencia respondiendo a tres necesidades básicas en las personas: la necesidad de seguridad emocional (con la que se relaciona el vínculo de apego), la necesidad de pertenencia a una comunidad (con la que se asocia el vínculo de amistad), y la necesidad sexual (con la que se vinculan el deseo, la atracción y el enamoramiento). Estas necesidades son claramente percibidas por los seres humanos, de tal forma que, si una persona no las satisface y permanece desvinculada en uno o varios de los tres niveles (emocional, social o sexual), sufre sentimientos de soledad y es menos apoyada socialmente. Por tanto, esa función adaptativa de las vinculaciones afectivas va acompañada por una necesidad subjetiva sentida por el sujeto, de tal modo que se garantiza que los individuos no se desentiendan de los intereses de la especie y de su grupo de pertenencia (López, 1995). 1.1. El concepto de apego y sus componentes. A lo largo de nuestra vida, las personas formamos una amplia variedad de vínculos afectivos, pero no todos ellos pueden ser definidos como apegos. El vínculo de apego es el que, a las cinco características de los vínculos afectivos propuestas por Ainsworth (1989) y mencionadas anteriormente, añade un sexto criterio exclusivo: el hecho de que el sujeto busca
  • 5. seguridad y consuelo en la relación, la búsqueda de seguridad. Evidentemente, si se logra conseguir la seguridad deseada, el apego se definirá como seguro (y, por tanto, se definirá como inseguro si no se logra esa seguridad anhelada). En palabras de Lafuente (1989), “el apego es un vínculo afectivo duradero, de carácter singular, que forma un ser vivo con otro, generalmente de su misma especie, y que se desarrolla, prospera y consolida, por medio de la relación activa y recíproca de las partes implicadas. Dicha relación se pone de manifiesto a través de las interacciones en las que se acoplan e integran repertorios de conductas mutuamente dependientes, tendentes de forma estable a la búsqueda y mantenimiento de proximidad” (p. 46). Aunando estas dos propuestas, Cantero (2001) define el apego como: “una vinculación afectiva intensa, duradera, de carácter singular, que se desarrolla entre dos personas, por medio de su interacción recíproca, y cuyo objetivo más inmediato es la búsqueda y mantenimiento de proximidad en el logro de seguridad, consuelo y protección” (p. 174). De entre estas definiciones, destacamos varios aspectos. En primer lugar, su naturaleza esencialmente afectiva, dado que se trata de la necesidad íntima de otra persona, donde aparece un amplio espectro de emociones y sentimientos. En segundo lugar, su perdurabilidad a lo largo del tiempo, ya que no es una relación pasajera y de corta duración, sino que persiste durante bastante tiempo, a pesar de las separaciones. En tercer lugar, su singularidad, atendiendo a que se dirige hacia un núcleo reducido de personas, que desempeñan un papel central, y a las que se las trata de manera especial. En cuarto lugar, su carácter no innato, dado que es producto de la interacción (por tanto, si esa interacción es de mala calidad, el apego resultante también lo será). En quinto lugar, su objetivo básico de búsqueda de seguridad, que se conseguirá con la proximidad física y/o psicológica con la otra persona (esa sensación de seguridad será clave).
  • 6. En el vínculo afectivo, podemos distinguir tres componentes: un componente conductual, las conductas de apego; un componente afectivo, los sentimientos asociados con la figura de apego; y un componente cognitivo, el modelo mental de la relación. A continuación, desarrollamos cada uno de estos componentes. a. En cuanto a las conductas de apego, se trata de manifestaciones observables y cuantificables que el sujeto despliega para lograr y mantener proximidad, contacto y comunicación con sus figuras de apego. El repertorio de conductas que se pueden poner en juego es numeroso y flexible, y quedará definido por su función (atendiendo a que su objetivo será siempre lograr proximidad o contacto con la figura de apego). b. Con respecto a los sentimientos asociados con la figura de apego, esos sentimientos suelen ser la seguridad proporcionada por la proximidad de la figura de apego, y la angustia originada por su separación o pérdida. Junto a esos sentimientos centrales, pueden aparecer otros como cólera, temor, amor, pena, celos, etc. c. En lo referente al modelo mental de la relación, este concepto fue introducido por Bowlby (1993a, 1993b, 1993c y 1998) para entender las diferencias en las formas de relación existentes entre los sujetos. El modelo mental de la relación sería un esquema global o una abstracción organizada mediante la cual "se filtra" la información significativa en las relaciones de apego. Se trataría de una creación personal del sujeto, basada en sus experiencias de relación con sus figuras de apego, que hace referencia a la organización de la memoria, de los conocimientos, de las experiencias y de los afectos, englobados en un conjunto coherente que puede dirigir e influenciar las evaluaciones y las acciones. 1.2. La Evolución del apego a. Evolución del vínculo de apego a lo largo del ciclo vital.
  • 7. En una aproximación al vínculo de apego a lo largo del ciclo vital, hemos de tener en cuenta que este vínculo se suele establecer, mantener y consolidar dentro de la familia. Por tanto, forma parte del sistema familiar, en continuo cambio, dado que una modificación en cualquiera de los elementos que lo integran, acaba repercutiendo en el resto de sus miembros, y en el conjunto del sistema (López, 1999). Aunque cada sociedad organiza las familias de manera diferente, en todas ellas se establecen vínculos afectivos muy fuertes entre sus miembros que afectan tanto a las relaciones verticales como a las horizontales. Como puede observarse en la figura anterior, nos encontramos con vínculos asimétricos entre los adultos (los padres) y los menores (los hijos); el apego de los hijos hacia los padres y el sistema de cuidados de los padres hacia los hijos, y vínculos más simétricos entre los adultos (esposos) y entre los menores (hermanos). 1.3. Las diferencias entre el apego infantil y el apego adulto Las diferencias entre el apego infantil y el apego adulto pueden ser resumidas en ocho puntos.
  • 8. En primer lugar, el apego entre un niño y un adulto es una relación asimétrica y complementaria entre el vínculo del apego del niño y el sistema de cuidados y aceptación incondicional del adulto. Es decir, se trata de un vínculo no diádico (Ainsworth, 1989), en el que una persona puede estar apegada a otra, quien, a su vez, no lo está de ella (como ocurre, característicamente, con los niños respecto a sus padres). En segundo lugar, durante la primera infancia, el apego es el vínculo afectivo más importante que tiene el niño/a. Con la llegada de la adolescencia y de la vida adulta, el apego suele darse junto con otros vínculos como el de la amistad, los sexuales (deseo, atracción y enamoramiento) y los asociados al sistema de cuidados. En tercer lugar, las formas de buscar y mantener la proximidad con la figura de apego no son las mismas en la infancia y en la vida adulta, ya que con la edad se comprende mejor que ciertas distancias no conllevan lejanía ni pérdida de disponibilidad. En este sentido, los adultos necesitan un menor número de interacciones, no necesitan comprobar constantemente que hay alguien que les cuida y les protege, y saben que si lo necesitan pueden contar con él. Además, la tolerancia a las separaciones aumenta con la edad porque éstas son mejor comprendidas y más fácilmente superadas. En cuarto lugar, durante la vida adulta, las conductas de apego son menos visibles que en los períodos anteriores, ya que las situaciones que las activan son mucho menos frecuentes que en la etapa infantil, además de que el modo de poner fin a esa activación es mucho más amplio. Por otra parte, las conductas de apego que conllevan intimidad suelen depender más de códigos sociales en la vida adulta, de manera que tienden a evitarse en público.
  • 9. En quinto lugar, la protesta por la separación y la aflicción se suele manifestar en menor medida durante la adultez, porque las normas sociales sobre la manifestación de las emociones, y la mayor capacidad de autocontrol emocional motivan que se tienda a ocultar las emociones o a buscar formas de expresión más convencionales. En sexto lugar, las diferencias interindividuales en el apego adulto son mayores que en la infancia, porque la variabilidad entre las personas aumenta con la edad. En séptimo lugar, durante la vida adulta los padres dejan de ser las figuras principales de apego (tal vez porque ya no percibimos que pueden ser capaces de ofrecernos cuidados eficaces), mientras que son los hijos los que adquieren ese rol cuando sus padres envejecen (porque ellos sí ven a sus hijos como capacitados para cuidarles). Y, por último, la principal figura de apego en la vida adulta suele ser un igual que coincide con la pareja sentimental, con lo que esas relaciones de apego integran tres sistemas: el de apego, el de cuidado y el sexual (Shaver, Hazan y Bradsaw, 1988). 1.4. Patrones del apego adulto A pesar de que, desde sus inicios, la teoría del apego reconoció la importancia del apego en la etapa adulta, la investigación en esta temática no proliferó hasta mediados de los años 80. A continuación, presentamos cronológicamente algunas de las investigaciones que hemos considerado más significativas. El apego adulto: resultados de la investigación de George, Kaplan y Main. George, Kaplan y Main (1996) fueron los primeros investigadores en diseñar un instrumento que permitiera la evaluación del apego en la edad adulta. Concretamente, diseñaron una entrevista denominada "Adult Attachment lnterview" (AAI) para evaluar los modelos mentales de relación de los adultos sobre sus relaciones tempranas de apego. El procedimiento consiste en que los sujetos narren sus recuerdos relativos al apego
  • 10. durante la infancia temprana, y evalúen esos recuerdos desde la perspectiva actual. La forma de comunicar estas experiencias, la capacidad para aportar detalles y la coherencia con la que describen y evalúan esas situaciones de su infancia, más que la naturaleza en sí de las experiencias, es lo que permite obtener una clasificación global del estado presente de la mente del adulto con respecto al apego. La entrevista, por tanto, evalúa su estado mental actual, y sus autores mantienen que este estado incide en la interacción que establecen con sus propios hijos y con la calidad del apego que los adultos desarrollan hacia éstos. Con sus primeras investigaciones, los autores identificaron tres estilos mentales con respecto al apego: los sujetos seguros-autónomos, los sujetos preocupados y los sujetos huidizos o devaluadores. Con posterioridad, otros estudios ampliaron la clasificación, incluyendo dos nuevas categorías: la categoría de desorganización por un trauma no resuelto (Main y Hesse, 1990) y los sujetos no clasificables (Hesse, 1996). Seguidamente, abordamos algunas de las características de estos estilos:  Los sujetos seguros/autónomos (apego tipo F) describen sus experiencias de apego de manera clara y coherente, con independencia de que fueran satisfactorias o no (demostrando objetividad y equilibrio). Son capaces de conceptualizar las experiencias de apego de forma libre y completa, no están enredados en conflictos anteriores que les impidan analizar la situación con perspectiva, y no intentan mantenerse distantes para evitar el impacto de sus experiencias tempranas. Además, estos sujetos tienden a valorar las relaciones afectivas y las consideran importantes para el adecuado funcionamiento de la personalidad.  Los sujetos preocupados (apego tipo E) se caracterizan por seguir enredados en la problemática de sus relaciones tempranas de apego, no siendo capaces de
  • 11. describirlas de modo coherente. Su estado mental se ve desbordado y confundido por el tema del apego, lo que se refleja en un discurso agresivo, pasivo o temeroso. Suelen mostrarse irritables cuando comentan sus relaciones actuales con sus padres, y sus recuerdos de la infancia son contradictorios (suelen acceder fácilmente a estos recuerdos pero son incapaces de presentarlos de forma coherente: tienden a un estilo enmarañado, cambiando de tema con frecuencia y sintiéndose atrapados por sus experiencias). A menudo, presentan todavía conflictos por resolver con sus figuras de apego, y, cuando se les pide que reflexionen sobre la influencia de su relación temprana con los padres, tienen dificultad para hacerlo con perspectiva.  Los sujetos devaluadores o huidizos (apego tipo D) se caracterizan por tener una imagen irreal de sus padres (o bien idealizada o bien despectiva, pueden describir a sus padres como perfectos o nefastos pero sin aportar datos que avalen esta afirmación). Insisten en su incapacidad para recordar hechos concretos que ilustren sus apreciaciones, aunque cuando recuerdan algo suelen ser experiencias de rechazo. Sus informaciones están desprovistas de afecto, y niegan la influencia de las experiencias tempranas de apego en su desarrollo posterior. En definitiva, estos sujetos muestran una desactivación del sistema de apego y una devaluación de este tipo de relaciones.  Los sujetos clasificados en la categoría de traumas no resueltos (apego tipo U) presentan cierta desorganización del habla y del pensamiento cuando describen ciertos incidentes traumáticos como el abuso o la pérdida de una persona querida. Su estado mental actual se caracteriza por lagunas en el razonamiento y/o en el discurso. Cuando un sujeto es clasificado en la categoría de trauma no resuelto
  • 12. también ha de ser clasificado, aunque de modo secundario, en alguna de las tres categorías anteriores.  El diagnóstico de inclasificable se asigna a aquellos sujetos que presentan una incoherencia global en su discurso y las transcripciones de sus entrevistas no permiten encajarle en ninguno de los criterios anteriores. La mayoría de los estudios realizados sobre la validez de esta perspectiva teórica del apego adulto, han estudiado los modelos internos de apego de los padres (mediante la entrevista mencionada) y los patrones de apego de sus hijos (utilizando el procedimiento de la Situación Extraña). Los hallazgos avalan una transmisión intergeneracional de la calidad del apego, puesto que, en un alto porcentaje (70-80% de los casos), existe correspondencia entre el tipo de apego del progenitor y el del hijo/a (Hesse, 1999). Consecuentemente, los modelos mentales respecto al apego de los padres determinan el grado en que procesan la información relativa a las necesidades de apego de sus hijos, lo que afectará a sus conductas de crianza, redundando, así, en los patrones de apego que esos hijos desarrollarán. II. Los vínculos de naturaleza sexual: el amor romántico y el enamoramiento. Al tratar el tema del apego adulto, contamos con los postulados de autores como Hazan y Shaver que plantean la existencia de un único proceso básico en las relaciones interpersonales a lo largo del ciclo vital, concibiendo el amor romántico como un proceso de apego entre adultos. Además, también el vínculo de amistad puede derivar en una relación romántica. Consecuentemente, será difícil delimitar dónde empieza un vínculo y dónde termina otro. Sin embargo, ello es completamente necesario para nuestro propósito en esta monografía. Y, para ello, deberemos delimitar qué es el amor, en qué se diferencia de los otros
  • 13. vínculos afectivos abordados, de qué está compuesto, si existen diversas formas de amar, y cómo varían esas formas de amor a lo largo del tiempo y/o de la duración de la relación. Así pues, pasamos a dilucidar cada uno de esos aspectos. 2.1. El concepto de amor. En la definición del concepto de amor entre una pareja (o amor romántico, no amor entre padres e hijos, amor entre hermanos, ni amor a Dios, por ejemplo), nos encontramos con la misma dificultad que en el caso de la definición del término “amistad”, como ya comentamos. En este sentido, procederemos del mismo modo: aportando distintas definiciones sobre el amor propuestas por algunos diccionarios, por filósofos y por psicólogos. El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (2001), ofrece 14 acepciones del término, entre las que destacamos las cuatro primeras:  sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia suficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser - sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear - sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo - tendencia a la unión sexual. Por otra parte, filósofos de todos los tiempos se han ocupado del tema del amor, ofreciendo definiciones múltiples y variadas. Entre ellos, destacamos las afirmaciones de los siguientes pensadores:  Platón (siglo IV a.C.), en “El Banquete”, afirma que el amor es la unión del deseo de dar lo mejor de uno mismo con el deseo v la necesidad de recibir lo mejor del otro.  Hobbes (siglo XVII), en su obra “Leviatán” define el amor como el producto del miedo a no ser reconocido, a permanecer solo y a resultar diferente.
  • 14.  Locke, en su obra “Sobre el entendimiento humano” afirma que el amor es fruto de la reflexión sobre el placer, tanto físico como espiritual, que alguien puede producirnos.  Spinoza, en su “Ética”, mantiene que el amor es un sentimiento de alegría unido al conocimiento de su causa.  Kant, a diferencia de Spinoza, considera que amar no es el sentimiento que me une a aquellos que son imprescindibles para mis fines, sino que amo a una persona cuando sus fines se vuelven importantes para mí. A modo de conclusión de este apartado, desearíamos añadir la definición que, partiendo de Fromm y de Marina, realiza Cantero (2001) sobre el amor: “el amor es un compromiso que se desea recíproco, es una actividad, es un acto de voluntad que implica dar, y que se manifiesta por el deseo de cuidar al otro, por la responsabilidad voluntaria de estar disponible cuando te requiere, por el respeto por la persona tal y como es, y por el conocimiento íntimo del otro que te posibilita, en última instancia, una actuación incondicional” 2.2. Los diferentes tipos, estilos o formas de amar. Desde nuevos enfoques, diferentes de la teoría del apego, se han descrito estilos amorosos en los adultos relativamente estables, que no tienen continuidad con los estilos previos de apego, y que, incluso, pueden modificarse en función de las circunstancias concretas de la relación (es decir, que se puede mantener una relación de pareja de un determinado estilo y, posteriormente, si se rompiera esa relación por cualquier circunstancia, iniciar otra relación nueva con un estilo diferente). Entre estas teorías, destacamos la de J. A. Lee (1973, 1977, 1988) y R. J. Sternberg (1989, 1999, 2000), que presentaremos en el capítulo siguiente (al que remitimos al lector, si desea avanzarse en su tratamiento).
  • 15. a. El curso temporal del amor. Como ya hemos mencionado, en relación con la dificultad de encontrar una definición consensuada del amor, el amor no es un estado estático, sino un proceso dinámico a lo largo del cual se producen una serie de cambios en los sentimientos y conductas de los miembros de la pareja amorosa. En el marco de la teoría del apego, Zeifman y Hazan (1997) propusieron un modelo del proceso de formación del apego adulto, entendido como amor romántico, paralelo al proceso de formación del primer apego infantil propuesto por Bowlby (1993a, 1993b, 1993c, 1998). Las etapas que se proponen desde esta perspectiva son cuatro. En primer lugar, nos encontramos con una fase de preapego, caracterizada por la atracción y el flirteo entre dos personas. En este sentido, se producen una serie de conductas universales que sirven para iniciar una interacción con alguien hacia quien nos sentimos atraídos (sonrisas, contacto ocular, charla animada e intranscendente, expresiones faciales y otros gestos informales). Así pues, el único componente de apego presente es una fuerte motivación para la búsqueda de proximidad, encontrándose muy implicado el sistema sexual. En segundo lugar, entramos en la fase de apego en formación, en el período de enamoramiento, donde también existe una elevada activación fisiológica que puede provocar falta de sueño, disminución del apetito, y, contradictoriamente, una energía inagotable. Los enamorados comienzan a sentirse cómodos estando juntos, e intercambian información personal (secretos familiares, experiencias dolorosas anteriores, etc). Con estas actividades, la pareja empieza a ser un claro refugio emocional. Si la relación termina durante esta fase, se experimentarían sentimientos como falta de energía, tristeza (pero no la ansiedad y la imposibilidad de un
  • 16. funcionamiento normal que se producen cuando se disuelve una relación de apego), dado que las necesidades de apoyo emocional pueden ser cubiertas por la familia y los amigos. Si la relación prosigue, llegamos a la fase de apego definido, en la que el enamoramiento pasa a ser amor: la idealización inicial se vuelve más realista, declina la frecuencia de la actividad sexual, y aumenta el apoyo emocional y los cuidados del otro. En el caso de ruptura, sería evidente la protesta por la separación. Por último, Zeifman y Hazan (1997) postulan una fase de postromance, donde volvemos a la “normalidad” con la disminución de conductas de apego y de la actividad sexual, retomando la atención hacia obligaciones laborales e intereses personales. Existe una fuerte interdependencia emocional, aunque no sea tan evidente como antes, lo que puede provocar problemas en la pareja (en el caso de que se perciba que todo se ha vuelto una mera “rutina”). Lo que ha ocurrido es que el compañero/a es una base de seguridad desde la que se puede operar en el mundo, sintiendo que él/ella estará disponible si le necesitamos. 2.3. Las fases del amor romántico pasional y amor compañero (apego definido y postromance, respectivamente). Como hemos avanzado en el apartado anterior, una vez en la fase de enamoramiento, si la relación perdura ese estado transitorio desaparece, y el vínculo evoluciona hacia una fase de amor romántico-pasional. Con el paso del tiempo, ese amor pasional irá progresivamente derivando en el denominado “amor compañero” (Sternberg, 1989, 2000; Yela, 2000), debido a la disminución progresiva de la pasión (junto con el incremento de otros factores, como la interdependencia, el cuidado mutuo, la entrega, la disponibilidad, la ayuda, el apoyo emocional, la comunicación, la valoración realista, la compenetración, el sentimiento de pareja, y el conocimiento del otro).
  • 17. Así pues, la pareja no es sólo amante, sino también figura de apego y cuidador del otro, encontrándonos en la fase de postromance propuesta por Zeifman y Hazan (1997). Una vez en esta etapa, la relación amorosa puede estabilizarse o comenzar a deteriorarse, dependiendo de las circunstancias (la convivencia, los celos, la sexualidad, posibles diferencias de intereses o en la percepción de problemas, diferencias en el estilo amoroso, etc). III. Inconvenientes del apego afectivo 3.1. El apego es adicción Depender de la persona que se ama es una manera de enterrarse en vida, un acto de auto mutilación psicológica donde el amor propio, el auto respeto y la esencia de uno mismo son ofrendados y regalados irracionalmente. Cuando el apego está presente, entregarse, más que un acto de cariño desinteresado y generoso, es una forma de capitulación, una rendición guiada por el miedo con el fin de preservar lo bueno que ofrece la relación. Bajo el disfraz del amor romántico, la persona apegada comienza a sufrir una despersonalización lenta e implacable hasta convertirse en un anexo de la persona "amada", un simple apéndice. Cuando la dependencia es mutua, el enredo es funesto y tragicómico: si uno estor nuda, el otro se suena la nariz. O, en una descripción igualmente malsana: si uno tiene frío, el otro se pone el abrigo. La epidemiología del apego es abrumante. Según los expertos, la mitad de la consulta psicológica se debe a problemas ocasionados o relacionados con dependencia patológica interpersonal. En muchos casos, pese a lo nocivo de la relación, las personas son incapaces de ponerle fin. En otros, la dificultad reside en una incompetencia total para resolver el abandono o la pérdida afectiva. Es decir: o no se resignan a la ruptura o permanecen, inexplicable y obstinadamente, en una relación que no tiene ni pies ni cabeza. De manera más específica, podría decirse que detrás de todo apego hay miedo, y más atrás, algún tipo de incapacidad. Por ejemplo, si soy incapaz de hacerme cargo de mí mismo,
  • 18. tendré temor a quedarme solo, y me apegaré a las fuentes de seguridad disponibles representadas en distintas personas. El apego es la muletilla preferida del miedo, un calmante con peligrosas contraindicaciones. Equivocadamente, entendemos el desapego como dureza de corazón, indiferencia o insensibilidad, y eso no es así. El desapego no es desamor, sino una manera sana de relacionarse, cuyas premisas son: independencia, no posesividad y no adicción. La persona no apegada (emancipada) es capaz de controlar sus temores al abandono, no considera que deba destruir la propia identidad en nombre del amor, pero tampoco promociona el egoísmo y la deshonestidad. Desapegarse no es salir corriendo a buscar un sustituto afectivo, volverse un ser carente de toda ética o instigar la promiscuidad. La palabra libertad nos asusta y por eso la censuramos. 3.2. El apego desgasta y enferma Otra de las características del apego es el deterioro energético. Haciendo una analogía con las enseñanzas de don Juan, de Carlos Castaneda, podríamos decir que el adicto afectivo no es precisamente "impecable" a la hora de optimizar y utilizar su energía. Es un pésimo "guerrero". El sobre gasto de un amor dependiente tiene doble faz. Por un lado, el sujeto apegado hace un despliegue impresionante de recursos para retener su fuente de gratificación. Los activo-dependientes pueden volverse celosos e hipervigilantes, tener ataques de ira, desarrollar patrones obsesivos de comportamiento, agredir físicamente o llamar la atención de manera inadecuada, incluso mediante atentados contra la propia vida. Los pasivo-dependientes tienden a ser sumisos, dóciles y extremadamente obedientes para intentar ser agradables y evitar el abandono. El repertorio de estrategias retentivas, de acuerdo con el grado de desesperación e inventiva del apegado, puede ser diverso, inesperado y especialmente peligroso.
  • 19. La segunda forma de despilfarro energético no es por exceso sino por defecto. El sujeto apegado concentra toda la capacidad placentera en la persona "amada", a expensas del resto de la humanidad. Con el tiempo, esta exclusividad se va convirtiendo en fanatismo y devoción: "Mi pareja lo es todo". El goce de la vida se reduce a una mínima expresión: la del otro. Es como tratar de comprender el mundo mirándolo a través del ojo de una cerradura, en vez de abrir la puerta de par en par. Quizás el refrán tenga razón: "No es bueno poner todos los huevos en la misma canasta "; definitivamente, hay que repartirlos. El apego enferma, castra, incapacita, elimina criterios, degrada y somete, deprime, genera estrés, asusta, cansa, desgasta y, finalmente, acaba con todo residuo de humanidad disponible. 3.3 La inmadurez emocional: el esquema central de todo apego Pese a que el término inmadurez puede resultar ofensivo o peyorativo para ciertas personas, su verdadera acepción nada tiene que ver con retardo o estupidez. La inmadurez emocional implica una perspectiva ingenua e intolerante ante ciertas situaciones de la vida, generalmente incómodas o aversivas. Una persona que no haya desarrollado la madurez o inteligencia emocional adecuada tendrá dificultades ante el sufrimiento, la frustración y la incertidumbre. Fragilidad, inocencia, bisoñada, inexperiencia o novatada podrían ser utilizadas como sinónimos, pero, técnicamente hablando, el término "inmadurez" se acopla mejor al escaso autocontrol y/o autodisciplina que suelen mostrar los individuos que no toleran las emociones mencionadas. Dicho de otra manera, algunas personas estancan su crecimiento emocional en ciertas áreas, aunque en otras funcionan maravillosamente bien. 3.4. Baja tolerancia a la frustración o el mundo gira a mi alrededor La clave de este esquema es el egocentrismo, es decir: "Si las cosas no son como me gustaría que fueran, me da rabia”. Patatús y berrinche. Tolerar la frustración de que siempre
  • 20. podemos obtener lo que esperamos, implica saber perder y resignarse cuando no hay nada que hacer. Significa ser capaz de elaborar duelos, procesar pérdidas y aceptar aunque sea a regañadientes, que la vida no gira a nuestro alrededor. Aquí no hay narcisismo, sino inmadurez. Muchos enamorados no decodifican lo que su pareja piensa o siente, no lo comprenden o lo ignoran como si no existiera. Están tan ensimismados en su mundo afectivo, que no reconocen las motivaciones ajenas. No son capaces de descentrarse y meterse en los zapatos del otro. Cuando su media naranja les dice: "Ya no te quiero, lo siento", el dolor y la angustia se procesa solamente de manera autorreferencial: "¡Pero si yo te quiero!" Como si el hecho de querer a alguien fuera suficiente razón para que lo quisieran a uno. Aunque sea difícil de digerir para los egocéntricos, las otras personas tienen el derecho y no el "deber" de amarnos. El pensamiento central de la persona apegada afectivamente y con baja tolerancia a la frustración se expresa así: “No soy capaz de aceptar que el amor escape de mi control. La persona que amo debe girar a mí alrededor y a mi gusto. Necesito ser el centro y que las cosas sean como a mí me gustaría que fueran. No soporto la frustración, el fracaso o la desilusión. El amor debe ser a mi gusto y semejanza". 3.5. La ilusión de permanencia de aquí a la eternidad La estructura mental del apegado contiene una dudosa filosofía respecto al orden del universo. En el afán de conservar el objeto deseado, la persona dependiente, de una manera ingenua y arriesgada, concibe y acepta la idea de lo "permanente", de lo eternamente estable. El efecto tranquilizador que esta creencia tiene para los adictos es obvio: la permanencia del proveedor garantiza el abastecimiento. Aunque es claro que nada dura para siempre (al menos en esta vida el organismo inevitablemente se degrada y deteriora con el tiempo), la mente apegada crea el anhelo de la continuación y perpetuación ad infinitum: la inmortalidad.
  • 21. Las personas que han creado el esquema mental de la permanencia se sorprenden cuando algo anda mal en su pareja, las toma por sorpresa y en contravía: "Jamás pensé que esto me pasara a mí", "Creí que yo nunca me separaría", "Me parece imposible", "No lo puedo creer o "No estaba preparado para esto". El pensamiento central de la persona apegada afectivamente y con ilusión de permanencia se expresa así: “Es imposible que nos dejemos de querer: El amor es inalterable, eterno, inmutable e indestructible. Mi relación afectiva tiene una inercia propia y continuará para siempre, para toda la vida". IV. Previniendo el apego afectivo 4.1. Cómo promover la independencia afectiva y aun así seguir amando El apego puede prevenirse. Bajo determinadas circunstancias, podemos crear inmunidad a las adicciones afectivas y relacionarnos de una manera más tranquila y descomplicada. Siempre podemos estar afectivamente mejor. Si tu pareja está bien constituida, aún puedes fortalecerla más; y si tiene deficiencias no muy graves, puedes mejorarla. El mejoramiento afectivo es un proceso continuo que no puede descuidarse. Los tres principios que se presentan a continuación permiten desarrollar una actitud anti-apego; es decir, un estilo de vida orientado a fomentar la independencia psicológica sin dejar de amar. Por desgracia, nuestra cultura no los enseña de una manera programada y coherente porque, paradójicamente, la libertad es uno de los valores más restringidos. El primer principio es el de la exploación, o el arte de no poner todos los huevos en la misma canasta; el segundo es el de la autonomía, o el arte de ser autosuficiente sin ser narcisista; y el tercero es el principio del sentido de vida, o el arte de alejarse de lo mundano. La aplicación de cada uno de ellos hará tambalear los esquemas responsables de la adicción
  • 22. afectiva, pero si la aplicación es conjunta, el impacto psicológico será óptimo. Una persona audaz, libre y realizada es un ser que le ha ganado la batalla a los apegos. 4.2. El principio de la exploración y el riesgo responsable Una de las cosas que más interfiere con el proceso de desapego es el miedo a lo desconocido. La persona apegada, debido a su inmadurez emocional, no suele arriesgarse porque el riesgo incomoda. Jamás pondría en peligro su fuente de placer y seguridad. Prefiere funcionar con la vieja premisa de los que temen los cambios: "Más vale malo por conocido que bueno por conocer". Enfrentarse a lo nuevo, siempre asusta. El anclaje al pasado es la piedra angular de todo apego. Aferrarse a la tradición genera la sensación de estar asegurado. Todo es predecible, estable y sabemos para dónde vamos. No hay innovaciones ni sorpresas molestas. Rescatar las raíces y entender de dónde venimos es fundamental para cualquier ser humano, pero hacer de la costumbre una virtud es inaceptable. El principio de la exploración responsable (por "responsable” entiendo hacer lo que nos venga en gana, siempre que no sea dañino ni para uno ni para otros) sostiene que los humanos tenemos la tendencia innata a indagar y explorar el medio. Somos descubridores natos, por naturaleza. Cuando exploramos el mundo con la curiosidad del gato, todos nuestros sentidos se activan y entrelazan para configurar un esquema vivencial. Es entonces cuando descubrimos que el placer no está localizado en un solo punto, sino disperso y accesible. Y no estoy insinuando que haya que reemplazar a la pareja o engañarla. La persona que amo es una parte importante de mi vida, pero no la única. a. ¿Por qué este principio genera inmunidad al apego afectivo? Porque la exploración produce esquemas anti-apego y promueve maneras más sanas de relacionarse afectivamente, al menos en cuatro áreas básicas:
  • 23.  Las personas atrevidas y arriesgadas generan más tolerancia al dolor y a la frustración; es decir, se ataca el esquema de inmadurez emocional.  Una actitud orientada a la audacia y al experimentalismo responsable asegura el descubrimiento de nuevas fuentes de distracción, disfrute, interés y diversión. El placer se dispersa, se riega y desaparece la tendencia a concentrar todo en un solo punto (por ejemplo, la pareja). El ambiente motivacional crece, y se amplía considerablemente.  Explorar hace que la mente se abra, se flexibilice y disminuya la resistencia al cambio. El miedo a lo desconocido se va reemplazando por la ansiedad simpática de la sorpresa, la novedad y el asombro. Un susto agradable que no impide tomar decisiones.  Se pierde el culto a la autoridad, lo cual no implica anarquismo. Simplemente, al curiosear en la naturaleza, las ciencias, la religión, la filosofía y en la vida misma, se aprende que nadie tiene la última palabra. Ya no se traga entero, y someterse no es tan fácil. Aparece un escepticismo sano y la interesante costumbre de preguntarse por qué. 4.3. El principio de la autonomía o hacerse cargo de uno mismo Tal como lo han afirmado psicólogos, filósofos y pensadores a través de todas las épocas, la libertad y el miedo van de la mano. Salustio decía: "Son pocos los que quieren la libertad; la mayoría sólo quiere tener un amo justo”. Pero cuando las personas deciden hacerse dueñas de su vida y de sus decisiones, el crecimiento personal no tiene límites. La búsqueda de autonomía es una tendencia natural en sujetos sanos. Más aún, cuando la libertad se restringe, los humanos normales nunca nos damos por vencidos. Desde Espartaco hasta Mandela, la historia de la humanidad podría resumirse como una lucha constante y persistente para obtener la independencia añorada, cualquiera que ella sea. En psicología ha quedado demostrado que las personas autónomas que se hacen cargo de sí mismas, desarrollan un sistema inmunológico altamente resistente a todo tipo de enfermedades.
  • 24. Un estilo de vida orientado a la libertad personal genera, al menos, tres atributos psicoafectivos importantes: la defensa de la territorialidad, una mejor utilización de la soledad y un incremento en la autosuficiencia. Veamos cada uno en detalle. a. La defensa de la territorialidad y la soberanía afectiva La territorialidad es el espacio de reserva personal; si alguien lo traspasa, me siento mal, incómodo o amenazado. Es la soberanía psicológica individual: mi espacio, mis cosas, mis amigos, mis salidas, mis pensamientos, mi vocación, mis sueños; en fin, todo lo que sea “mi”, que no necesariamente excluye el “tu”. Tus rosas, mis rosas y nuestras rosas. Una territorialidad exagerada lleva a la paranoia y si es minúscula, a la inasertividad. El equilibrio adecuado es aquel donde las demandas de la pareja y las propias necesidades se acoplan respetuosamente. b. Al rescate de la soledad Para la psicología clínica, la soledad tiene una faceta buena y una mala. Cuando es producto de la elección voluntaria, es saludable y ayuda a limpiar la mente. Pero si es obligada, puede aniquilar todo vestigio de humanidad rescatable. La soledad impuesta es desolación, la elegida es liberación. No es lo mismo estar socialmente aislado que estar afectivamente aislado. De las dos, la segunda, es decir, la carencia afectiva, es la que más duele. Ésa es la que abre huecos en el alma y la que nos despoja de toda motivación Aunque ambas formas de aislamiento generan depresión, la soledad del desamor es la madre de todo apego. Sin llegar a ser ermitaño, la soledad trae varias ventajas. Desde el punto de vista psicológico-cognitivo (mental), favorece la autoobservación y es una oportunidad para conocerse a uno mismo. Es en el silencio cuando hacemos contacto con lo que verdaderamente somos. Desde el punto de vista psicológico-emocional, posibilita que los métodos de relajación y meditación aumenten su eficacia. Cuando no hay moros en
  • 25. la costa, el organismo se siente más seguro y concentrado: no hay necesidad de aprobación, ni competencia, ni críticas a la vista. Desde el punto de vista psicológico-comportamental, nos induce a soltar los bastones, a enfrentar los imponderables y a lanzarnos al mundo. No es imprescindible tener compañía afectiva para desempeñarse socialmente. c. La autosuficiencia y la autoeficacia Muchas de las personas dependientes con el tiempo van configurando un cuadro de inutilidad crónica. Una mezcolanza entre desidia y miedo a equivocarse. De tanto pedir ayuda, pierden autoeficacia. El devastador "No soy capaz" se va apoderando del adicto, hasta volverlo cada vez más incapaz de sobrellevar la vida sin supervisión. Actividades tan sencillas como llevar el automóvil al taller, llamar a un electricista, reservar pasajes, buscar un taxi, se convierten en el peor de los problemas. Estrés, dolor de cabeza y malestar. La tolerancia a las dificultades se hace cada vez más baja. Como dice el refrán: "La pereza es la madre de todos los vicios". Así, lenta e incisivamente, la inseguridad frente al propio desempeño va calando y echando raíces. Como una bola de nieve, la incapacidad arrasa con todo. La tautología es destructora: la dependencia me vuelve inútil, la inutilidad me hace perder confianza en mí mismo. Entonces busco depender más, lo que incrementa aún más mi sentimiento de inutilidad, y así sucesivamente. ¿Por qué el principio de autonomía genera inmunidad al apego afectivo? Porque la autonomía produce esquemas anti-apego y promueve maneras más sanas de relacionarse afectivamente, al menos en tres áreas básicas:
  • 26. a. Las personas que se vuelven más autónomas mejoran ostensiblemente su autoeficacia, adquieren más confianza en sí mismas y se vuelven más autosuficientes. Se previene y/o se vence el miedo a no ser capaz. b. La libertad educa y levanta los umbrales al dolor y al sufrimiento. Al tener que vérselas con el mundo y tener que luchar por la propia supervivencia, elimina de cuajo la mala costumbre de evitar la incomodidad. En otras palabras, ayuda a la maduración emocional Se previene y/o se vence el miedo a sufrir. c. La autonomía conlleva a un mejor manejo de la soledad. Los sujetos que adoptan la autonomía como una forma de vida adquieren mejores niveles de autoobservación y una mayor autoconsciencia. 4.5. El principio del sentido de vida Las personas que han encontrado el camino de su autorrealización, o que poseen fortaleza espiritual, son duras de matar. Se mueven más fluidamente y no suelen quedarse estancadas en idioteces. No andan buscando algo a qué aferrarse para sentirse protegidas. Han incorporado la seguridad a su disco duro. Amar a una persona así es maravilloso, pero asustador, porque puede dar la impresión de ser “demasiado” independiente. Una pareja sin temores asusta a los inseguros. Para comprender mejor qué es el motivo de vida, lo dividiremos en dos dimensiones básicas: Autorrealización y trascendencia. La autorrealización Este principio se refiere a la capacidad de reconocer los talentos naturales que poseemos. Aquellas habilidades singulares que surgen espontáneamente de nosotros, sin tanto alarde ni especializaciones. Simplemente estuvieron ahí todo el tiempo y todavía persisten. Vivimos con nuestras facultades a cuestas, y ni siquiera nos damos cuenta.
  • 27. Este es el talento natural: una capacidad guiada por la pasión, que estalla desde adentro y reúne a los demás cuando aparece. Todos la poseemos, todos podemos alcanzarla, todos estamos diseñados para desarrollar nuestra capacidad creativa, si nos dejan y tenemos el coraje para hacerlo. Una persona que ha encontrado su vocación y siente pasión por lo que hace, se vuelve inmune a la adicción afectiva porque su energía vital se abre a otras experiencias. Y esto no significa incompatibilidad, sino amor a cuatro manos. Desarrollar los talentos naturales es abrirse a otros placeres, sin desatender el vínculo afectivo. No se abandona a la pareja, sino que se la integra, se la ama a plenitud. La transcendencia Creer que se está participando en un proyecto universal y aceptar la importancia de ello nos coloca, automáticamente, en el plano espiritual, La vida evoluciona en un sentido de complejidad creciente, donde posiblemente seamos la punta de lanza de una transformación que no percibimos aún. El gran maestro Teilhard de Chardin decía: “La creación no ha terminado, se está llevando a cabo en este instante”. Y si esto es así, estamos participando activamente en ella. Trascender significa tomar conciencia (darse cuenta) de que soy, posiblemente mucho más de lo que creo ser. 4.6. Venciendo el apego afectivo Muchas personas viven entrampadas en relaciones afectivas enfermizas de las cuales no pueden o no quieren escapar. El miedo a perder la fuente de seguridad y/o bienestar las mantiene atadas a una forma de tortura pesada amorosa, de consecuencias fatales para su salud mental y física.
  • 28. Con el tiempo, estar mal se convierte en costumbre. Es como si todo el sistema psicológico se adormeciera y comenzara a trabajar al servicio de la adicción, fortaleciéndola y evitando enfrentarla por los medios posibles. Lenta y silenciosamente, el amor pasa a ser una utopía cotidiana, un anhelo inalcanzable. Y a pesar del letargo afectivo, de los malos tratos y de la constante humillación de tener que pedir ternura, la persona apegada a una relación disfuncional se niega a la posibilidad de un amor libre y saludable; se estanca, se paraliza y se entrega a su mala suerte. No importa qué tipo de vínculo tengas, si realmente quieres liberarte de esa relación que no te deja ser feliz, puedes hacerlo. No es imposible. La casuística psicológica está llena de individuos que lograron saltar al otro lado y escapar. Hay que empezar por cambiar las viejas costumbres adictivas y limpiar tu manera de procesar la información. Si aprendes a ser realista en el amor, si te autorespetas y desarrollas autocontrol, habrás empezando a gestar tu propia revolución afectiva. 4.7. El principio del realismo afectivo Realismo afectivo significa ver la relación de pareja tal cual es, sin distorsiones ni autoengaños. Es una percepción directa y objetiva del tipo de intercambio que sostengo con la persona que supuestamente amo. Una autoobservación franca, asertiva y algo cruda, pero necesaria para sanear el vínculo o terminarlo si hiciera falta. Analizar honesta y abiertamente el “toma y dame” amoroso es el requisito primordial para allanar el camino hacia una relación afectiva y psicológicamente placentera. Sin embargo, en la práctica las personas apegadas a relaciones afectivas perniciosas esquivan constantemente los hechos. En la adicción amorosa el autoengaño puede adoptar cualquier forma. Con tal de sujetar a la persona que se dice amar, sesgamos, negamos, justificamos olvidamos, idealizamos, minimizamos, exageramos, decimos mentiras y cultivamos falsas ilusiones. Hacemos
  • 29. cualquier cosa para alimentar la imagen romántica de nuestros sueños amorosos. No interesa que toda la evidencia disponible esté en contra, importan un rábano las demostraciones y el cúmulo de informes contradictorios que amigos y familiares aportan: la fuente del apego es intocable y el aparente amor, inamovible. El realismo afectivo sugiere que debemos partir de lo que verdaderamente es nuestra vida amorosa. Lo que es, y no lo que nos gustaría que fuera. Si lo logramos comprender, la relación en el aquí y el ahora, sin pretextos ni evasivas, podremos tomar las decisiones acertadas, generar soluciones o comenzar a despegarnos. Presentaré algunas de las distorsiones cognitivas más comunes que impiden alcanzar la posición realista mencionada, y que fortalecen irracionalmente la conducta del apego: excusar el poco amor recibido, minimizar los defectos de la pareja, creer que todavía hay amor donde no lo hay, persistir tozudamene en recuperar un amor perdido y alejarse, peo nodel todo.