2. • Nos capacitamos para ser profesionales
competitivos, para desarrollar ciertas
habilidades, para aprender un idioma… ¿y qué
tanto nos capacitamos para ser padres
dotados de herramientas educativas? Ser
padre es una tarea apasionante pero a la vez
retadora pues requiere del aprendizaje de
destrezas que repercutirán directamente en la
vida nuestros hijos.
3. • Existen algunos principios básicos en la
educación de los hijos, los cuales han sido
claramente descritos por el autor Tomás
Melendo en uno de sus libros*. A
continuación citamos las ideas principales de
cada principio, que lejos de ser “recetas”
resultan ser sabias enseñanzas en el arte de
educar.
4. • 1. Padres ejemplares…por amor. (Más enseña la vida,
que cualquier teoría).
• Los niños tienden a imitar las actitudes de los
adultos, en especial la de aquellos que quieren y
admiran, por eso decimos que los padres educan
o deseducan con su ejemplo. Los padres
coherentes controlan su enfado y no vuelcan su
mal humor sobre el primero que encuentren en
el camino.
5. • Saben que no hay mejor modo de enseñar
algo a un niño que hacerlo con él o incluso
antes de él. La situación contraria, es decir la
incongruencia entre lo que se dice y lo que se
vive, es uno de los mayores males que unos
padres pueden hacer a sus hijos. No sobra
decir que las normas del hogar las deben
cumplir tanto los padres como los hijos.
6. • Amar: animar y recompensar.
• Quererlos como son; es decir, como están
llamados a ser; es decir mejor de lo que son.
• Con las mejores intensiones muchos padres
creen que conseguirán un cambio en sus hijos
si les señalan lo que hacen mal. No obstante,
la crítica refuerza todavía más el mal
comportamiento que intentamos corregir.
7. • Si por una excesiva insistencia en sus defectos
y una paralela ignorancia de lo que realiza
bien, damos la impresión de que sólo estamos
con él para regañarle, seguirá actuando mal,
incluso de forma inconsciente, con el único fin
de llamar la atención.
8. • Para inspirar en un niño una imagen positiva de sí
mismo y habilidades sociales básicas, la clave es
comunicarle que comprendemos sus
sentimientos, pues le estamos comunicando que
es aceptado incluso cuando está enfadado,
asustado o triste. Esto le ayuda a sentirse bien
consigo mismo, lo cual hace posible el
crecimiento y el cambio positivo. Sin embargo
debemos tener presente: aceptar sus
sentimientos, pero no siempre su conducta. Si lo
vemos caer en algún defecto, resultará más eficaz
una palabra de ánimo que echárselo en cara y
humillarlo.
9. • La autoridad, manifestación de “buen amor”. Autoridad
razonable y razonada.
• Para educar no basta el cariño, el ánimo y el buen
ejemplo. Hay que ejercer la autoridad,
entendiéndola como un servicio, y explicar siempre
que sea posible, y con la mayor brevedad, las
razones que nos llevan a aconsejar, reprobar,
prohibir o imponer una conducta. El autor Diego
Macia nos dice muy acertadamente que “hoy es
muy frecuente oír hablar de la desobediencia de los
hijos, pero sería más adecuado hablar de la falta de
autoridad de los padres”. Esa autoridad tan
necesaria no puede estar basada en el “porque yo lo
digo”. Los padres autoritarios producen primero
temor y posteriormente rebeldía en sus hijos.
10. • A menudo los padres provocamos inseguridad en
nuestros hijos mediante una pedagogía
tambaleante: reglas válidas hoy pero no mañana,
límites que varían según el estado de ánimo,
consecuencias con las que se amenaza pero
nunca llegan. Los niños necesitan padres
consecuentes, que sean estables, constantes y
predecibles en sus reglas y decisiones. Un criterio
básico en la educación del hogar es que deben
existir muy pocas normas pero muy
fundamentales. Esas normas siempre se debe
lograr que se cumplan, y a la vez dejar libertad en
todo lo que es opinable, así los gustos del hijo no
coincidan con los nuestros.
11. • Regañar y castigar, también como prueba de amor. Lo primero,
el bien del hijo.
• Para que una reprensión sea educativa ha de resultar clara,
sucinta y no humillante. Por tanto hay que aprender a
regañar de manera correcta, explícita, breve y después
cambiar el tema de conversación, teniendo en cuenta que
las reprimendas gozan de escaso valor educativo. Antes de
decidirse a imponer un castigo, conviene estar seguros de
que el niño era consciente de la prohibición o del mandato.
Convendrá también elegir el lugar y el momento para
reprenderles, nunca un castigo ha de ser ni parecer un
simple desahogo de nuestro mal humor, de nuestro
cansancio, o de nuestro orgullo herido, por eso en
ocasiones es preferible “salir de la escena” y esperar hasta
recuperar el propio dominio para poder hablar con la
debida serenidad y con mayor eficacia.
12. • Formar la conciencia: amar lo bello y lo
bueno. Interiorizar criterios
• Nuestros hijos se mueven en un ambiente
permanentemente bombardeado por ideales
que no siempre coinciden con una visión
adecuada del ser humano y por lo tanto es
prioritario que ellos interioricen y hagan
propios los criterios correctos, aprendiendo a
distinguir lo bueno de lo malo y que tengan la
fuerza de voluntad para llevar a cabo aquello
que deben hacer por más de que les resulte
molesto o costoso.
13. • Es muy importante educar en positivo. Hacerles
ver que vivir bien resulta mucho más atractivo y
gozoso que actuar incorrectamente. De nuevo
aquí sale a relucir la roca firme de nuestro
ejemplo claro y constante. Para hacerles
comprender a los hijos la moralidad de los actos
hay que preguntarles con frecuencia el porqué de
determinados comportamientos. Según sus
respuestas se les hará ver la posible injusticia,
soberbia o envidia que los ha motivado. Para
formar la conciencia también puede ser útil
comentar noticias o situaciones que vemos a
diario en el ambiente. Finalmente, deben
ponerse los medios para que los hijos vayan
tomando gradualmente sus propias decisiones.
14. • Amor equivocado, hijos malcriados. Los antojos… ¡para las
embarazadas!
• Se malcría a un hijo con desproporcionadas o muy
frecuentes alabanzas, con indulgencias y
condescendías respecto a sus antojos. Se maleduca
también convirtiéndolo a menudo en el centro de
interés de todos, y dejando que sea él quien
determine las decisiones familiares. Un pequeño
rodeado de excesiva atención y de concesiones
inoportunas, una vez fuera del ámbito familiar, se
convertirá, si posee un temperamento débil, en una
persona tímida e incapaz de desenvolverse por sí
misma. Si por el contrario tiene un temperamento
fuerte, se transformará en un egoísta, capaz de
servirse y aprovecharse de los otros… o de
llevárselos por delante.
15. • Frente a los caprichos de los niños, no hay que
ceder: habrá simplemente que esperar a que pase la
pataleta, sin nerviosismo, manteniendo una actitud
serena, casi de desatención y al mismo tiempo,
firme.
Cuando estamos en público, sentimos una presión
adicional acerca del comportamiento de nuestros
hijos, ya que ellos tienen que hacernos quedar bien.
Algunos niños sienten esta presión y entonces suelen
portarse mal a propósito para demostrarnos “no soy
tu muñeco”. En estas situaciones públicas tan
incómodas es esencial recordar que nuestro hijo es
más importante que el extraño que nos mira, lo que
nos permitirá centrar la atención en las necesidades
del hijo, y no pretender aparecer como “un buen
padre” ante los ojos de los demás.
16. • Educar en la libertad, por amor y para el amor.
La verdadera libertad
• La auténtica libertad consiste en querer el
bien del otro, en amar. A veces cuesta mucho
“soltar” a los hijos, pero en últimas el objetivo
de nuestra educación es que ellos desarrollen
sus propios recursos para confiar en sí
mismos. Cuando la dependencia de los hijos
respecto a sus padres se prolonga más allá de
lo imprescindible se considera un “fracaso” en
la educación. No podemos olvidar que ningún
hijo es propiedad de los padres; se pertenece
a sí mismo.
17. • Educar en la libertad significa:
• Permitir y promover que los hijos se auto
determinen y escojan entre varias posibilidades.
Conceder con prudencia una creciente libertad
los vuelve responsables.
• Ayudarles a distinguir lo que es bueno (para los
demás y por ende para la propia felicidad).
• Animarles a elegir siempre por amor.
• Hacer un esfuerzo por confiar en la capacidad del
hijo de decidir por sí mismo. (Nuestros pensamientos
sobre el hijo confirman o limitan lo que ese hijo puede hacer).
• *Adaptado del libro: Todos educamos mal… pero unos peor que otros. Tomás
Melendo Granados. Ediciones Internacionales Universitarias, S.A. Madrid
2008.