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1. El primerpensamiento que se me viene a la cabeza es el de cuantos años hemos seguido las
recetastradicionalesaprendidasenel senode nuestras familias sin plantearnos revisarlas , ni
siquiera mejorarlas . Sólo con los años, cuando nuestros estómagos ya no digerían con la
misma eficacia, nos hemos planteado retirar de estos platos algunos componentes, sobre
todo los más grasos. En realidad estamos en el camino de la comida sana obligados por la
edad. Antes podía comer unos macarrones con muchísimo chorizo y mantequilla, para
meterlos al horno, y ahora ni se me ocurre. Y la verdad me siento mucho mejor.
En segundolugar,lacrisisque hemosvividoúltimamente me haobligadoatirarmenos cosas a
la basura,a aprovecharrestosde comida que solía desechar. Y, sin saberlo, estaba volviendo
a hacer lo que tantas veces he visto hacer a mi madre cuando aprovechaba los restos del
cocido para hacer “ropa vieja”, o las sobras de las lentejas para hacer puré , y tomarlo en la
cena con pan frito. Hay muchísimos platos sabrosísimos que vienen de esa cocina de
resistencia: potes, croquetas, canelones etc.
Como veis la cocina de la que hablo es una cocina tradicional, de la época en la que no
sabíamos nada de nutrientes ni de hidratos de carbono y menos aún de la cocina molecular.
Creo que aún tardaremos años en ver en nuestras casas electrodomésticos de última
generación fabricados para hacer gelificaciones, mousses y otros malabarismos culinarios.
Sin duda toda la ciencia nutricional, que está al servicio de nuestra salud, nos va a ayudar a
controlarmejornuestraingestayva a hacer posible controles en la elaboración y distribución
de alimentos mediante un correcto etiquetado. Por supuesto la segunda parte es que los
consumidores sepamos interpretarlo.
Que duda cabe que los profesores formados en estas disciplinas sabremos ayudar a nuestros
alumnos en mejorar su salud y autoestima, combatiendo ese mal generalizado en las
sociedades ricas que es la malnutrición por exceso.