El documento discute la metafísica de la elección humana. Argumenta que los individuos buscan el bienestar de forma innata y que deben elegir entre fines y medios limitados. Define la actividad económica como la elección entre fines jerarquizados y medios escasos. Explica que el costo de oportunidad representa el valor de la mejor opción no elegida y que al elegir un camino se renuncia a los beneficios de otros caminos. Concluye que toda elección humana tiene una naturaleza económica ya que implica elegir y ren
Metafísica de la elección y el coste de oportunidad
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Metafísica de la elección.
Manfred Nolte
Todo individuo aspira al bien de forma inquebrantable, de tal manera que se
aloja en su propia genética inconsciente la incapacidad de aceptar cualquier
forma de mal para sí mismo. Hasta el desventurado suicida que se quita la vida
abrumado por un cúmulo de contrariedades, no busca en la muerte sino el bien
que le alivie de los conflictos que lo inmovilizan hasta el límite y que en su
desatino juzga irremediables. Esta búsqueda del bien se traslada en la práctica a
los fines a los que orienta su conducta. Al ordenarse hacia estos fines múltiples,
plurales y en ocasiones contradictorios, el individuo busca acallar ese impulso
innato alineado con sus intereses. Este trazo íntimo y primario de egoísmo está
grabado a fuego en el instinto de supervivencia de los mortales.
Sucede que los limitados medios disponibles para lograr la satisfacción de los
fines perseguidos no permiten al ser humano alcanzar todo cuanto desea. El
contentamiento de todas las necesidades sentidas resulta sencillamente
imposible. Por ello, en su proceder diario, los individuos se ven obligados a
elegir entre aquellos medios y fines que se les presentan, de tal forma que el
resultado de su decisión sea el mejor posible, es decir, el más congruente para
encarar sus necesidades con los restringidos recursos a su alcance. Esta
jerarquización de fines y la selección de los medios correspondientes constituye
el objeto específico de la actividad económica.
Lo anterior nos lleva de su mano al „homo oeconomicus‟, un concepto
injustamente criticado por diversos sectores de la academia sobre todo por
razones morales pero también por otras de índole lógica e incluso empírica. El
„hombre económico‟ es una representación teórica atribuida a Wilfredo Pareto
según la cual el individuo basa sus decisiones en su propia función de utilidad
personal, comportándose de forma racional ante los estímulos económicos que
se le presentan, procesando adecuadamente la información de la que dispone y
actuando en consecuencia. Con menor formalismo pero mayor expresividad
aludía Adam Smith a la motivación última del individuo, en este caso del
comerciante: “No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero
la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No
invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo. Ni les hablamos de
nuestras necesidades, sino de sus ventajas.” Quienes descalifican este
planteamiento pasan por alto que los atributos de ese egoísmo complejo y
superviviente entroncan de forma natural con las últimas raíces aludidas de su
condición humana, de las que por mucho que desee nunca logrará despojarse.
Volviendo al comienzo, el profesor Lionell Robbins, pone marco a la actividad
económica cuando la describe como “aquella actividad humana que expresa
una relación entre fines jerarquizados y medios escasos susceptibles de usos
alternativos”. Esta definición sienta las bases de la comprensión no solo del
hecho sino también de la dinámica económica. Ampliando el razonamiento cabe
sintetizar que la actividad económica surge cuando se dan simultáneamente
cuatro condiciones. Una serie de fines deseados por el individuo. Que estos
fines admitan una jerarquización. Que los medios sean escasos . Y que no haya
destino concreto de un medio para un solo fin, sino que por el contrario, los
medios sean susceptibles de múltiples usos y sea el sujeto humano el que deba
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indicar cual es el uso concreto más conveniente en cada momento, es decir, el
individuo ha de elegir el uso alternativo a que va a dedicar el bien.
De los cuatro requisitos, es este último el que otorga una dimensión
trascendente o metafísica –aquello que Kant calificó de “necesidad inevitable”-
al quehacer económico. La posibilidad de utilizar los medios escasos para
destinos múltiples y alternativos pone en juego la libertad de decisión, la
persecución del bien y el trazado de la propia carrera. Porque al elegir una
acción con unos medios concretos y unos fines específicos abandona
simultáneamente todas las demás acciones posibles.
Tomar decisiones es tan complejo como necesario. De ello se deriva la noción
del coste inherente a su ejercicio. Un coste que se mide no en sí mismo o en el
precio en que quepa evaluarlo sino en algo mucho más esencial que anida en el
corazón de la conducta humana. El coste de lo que emprende en términos de
todas las alternativas a las que renuncia, el costo en el que se incurre al tomar
una decisión y no otra, aquello que -como señala Mankiw- “sacrificamos para
conseguir una cosa”, es lo que el economista austríaco Friedrich Von Wieser
llama „costo de oportunidad‟. El coste de oportunidad representa el valor de la
mejor opción no realizada, o bien el coste de la opción que más valor hayamos
dado de las que hemos renunciado. Tomar un camino significa que se renuncia
al beneficio que ofrece el camino descartado.
Pero, ¿es cierto que el ejercicio libre de cualquier elección es siempre una
decisión económica? Sin la menor duda. Y al ejercitarla en cualquier ámbito
afirma sus designios en base a los costos sacrificados. Al elegir y renunciar, el
hombre traza su misión. Detrás de la incontestable complejidad de la vida
humana y de la existencia de necesidades diversas, la urgencia de establecer una
coordinación entre ellas, la necesidad de soportarlas todas, y la obligatoriedad
de establecer primacías, hacen del acto de elegir y descartar un magma que
irradia al hombre todo y que lo catapulta a su senda inexorable . Queda patente
que nada es igual a otra cosa ni tiene su misma importancia. “Estar en forma –
explicaba Ortega- es que no nos de lo mismo una cosa que otra”. El hombre
advierte en todo momento que está obligado a elegir, tiene que descubrir cual es
su auténtica necesidad, requiere acertar consigo mismo y resolverse a sus
opciones. De ahí que la elección humana, siempre de espíritu económico, haga
que solo el hombre –más allá de la satisfacción de sus necesidades- se granjee
el rango de ser titular y acreedor de un destino, o sea, de su propio destino.