1. ¿MANTENEMOS LAS PREVISIONES?.
Manfred Nolte
No hace mucho nos referimos a cómo el FMI en su informe ‘Perspectiva
económica mundial’ certificaba que la temperatura económica global se reflejaba
en la zona alta de los termómetros oficiales. El Organismo multilateral aseveraba
que el PIB mundial había aumentado un 3,7% en 2017 y que las proyecciones del
crecimiento para 2018 y 2019 habían sido revisadas al alza en 0,2 puntos
porcentuales, hasta el 3,9%. Esperanzadoras previsiones.
Europa y la economía española no debían ir a la zaga, siendo esta última un
factor de dinamismo para la primera, ya que las previsiones del Banco de España
situaban la tasa de crecimiento nacional en torno al 2,7% para 2018, y el 2,3%
para 2019, por debajo del FMI que los cifraba en el 2,8% y el 2,4%,
respectivamente, o Bruselas con el 2,9 y 2,14. Incluso, el Banco Mundial
aventuraba un crecimiento del PIB español del 3,1% en 2018.
Pero más recientemente las noticias se alternan, mezclándose aleatoriamente los
augurios adversos con los datos propicios. El FMI, en su reuniones de primavera,
-Informe de Estabilidad Financiera- acaba de activar algunas alarmas al citar el
desmesurado nivel del endeudamiento global. Con 164 billones de dólares, la
deuda mundial es superior a la contabilizada en el clímax de la crisis y representa
más de dos veces el valor de la producción final de bienes y servicios en un año de
todo el planeta. Los gestores del Fondo monetario internacional señalan en
particular a Estados Unidos, China y Japón como países más endeudados,
habiendo pasado China a deber 25,5 billones en 2016 frente a los 1,7 billones de
2001. El problema de la deuda afecta igualmente a países emergentes y también a
España con un porcentaje conjunto de deuda pública y privada sobre PIB del
orden del 240% de nuestro PIB. Un notorio talón de Aquiles.
Se desliza que un proceso súbito de desapalancamiento podría conducir a una
nueva crisis, sin margen de actuación para los Bancos Centrales actualmente
encadenados de pies y manos en la ‘trampa de la liquidez’, consecuencia de los
vigentes tipos de interés nulos o negativos.
El planteamiento de la Agencia multilateral con base en Washington según la
cual ‘los estímulos fiscales para estimular la demanda ya no constituyen una
prioridad’ chocan con el reciente desafío de Donald Trump que ha reducido el
impuesto de sociedades nada menos que en veinte puntos porcentuales. El FMI
advierte paralelamente que los precios de los activos tanto en renta fija como
variable se encuentran a niveles que recuerdan los años previos al estallido de la
crisis.
Unamos estas amenazas al repunte del precio del crudo, las tensiones
geopolíticas, las altas volatilidades y las correcciones bursátiles registradas en
febrero, y a la incertidumbre creada por la indescifrable batalla proteccionista
2. emprendida por el anárquico morador de la Casa blanca y tendremos servido el
coctel de la discordia. Un elemento de cautela adicional puesto en boca de los
analistas financieros es el estrechamiento entre los tipos de interés a corto y a
largo en Estados Unidos, algo que se considera un indicador fiable de la
reducción del crecimiento.
De modo, que el miedo que es muy libre, se encarama a una atalaya desde donde
se divisa un panorama de tonos menos claros y vibrantes, con una moderada
erosión de la confianza.
Alguien dijo que el mercado reproduce sin escrúpulos el valor del instante
presente, pero que a los economistas se les paga para que se quejen y alienten un
cierto pesimismo sobre el futuro. Por si acaso. Cuando el que lo hace es Maurice
Obstfeld, economista jefe del Fondo Monetario Internacional, el vaticinio impone
más respeto: “Los buenos momentos presentes no durarán mucho”. O cuando su
Jefa, Cristina Lagarde matiza que “la fotografía actual es luminosa, pero se ven
nubes negras en el horizonte”.
El consenso es que al día de hoy y a tenor de un buen número de indicadores,
vivimos tiempos favorables para la economía global. Casi todas las regiones del
planeta disfrutan de un crecimiento solido y una prosperidad razonable por
primera vez en una década. También en España. También en Euskadi. Por eso es
buen momento para apuntalar reformas. Las reformas del hoy –ya se sabe- son el
progreso del mañana. Tenemos un tiempo de margen.