Crisis agroalimentaria global y sus repercusiones en méxico
1. Crisis agroalimentaria global y sus repercusiones en México
Emilio Romero Polanco*
La emergencia de una crisis alimentaria de carácter global, que por su naturaleza afecta a todos los
países del planeta, ha encendido focos rojos de alerta entre distintas instituciones internacionales,
gobiernos nacionales y especialistas en el tema. Los orígenes de esta nueva problemática son de índole
multidimensional y sus efectos se harán sentir durante varios años. Hasta el día de hoy, la crisis global de
alimentos se manifiesta más en un alza espectacular en el nivel de precios internacional de los granos
básicos (maíz, trigo, arroz, etc.) que en déficits productivos. Es de llamar la atención que poderosas
instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial (BM), entusiastas
promotores del libre mercado y del desmantelamiento de la soberanía alimentaria y de la producción
campesina en la mayoría de los países pobres del mundo, den la voz de alarma ante el surgimiento de
esta nueva y peligrosa coyuntura, a su juicio va a fomentar la generalización de la pobreza, y la
desnutrición y migraciones masivas que amenazarán la estabilidad social y política en muchas naciones.
Las alzas en los precios de los alimentos están anulando los avances relativos de los programas
institucionales asistencialistas de combate a la pobreza y a la desnutrición, con los que se pretendía paliar
los negativos efectos sociales de las políticas neoliberales de privatización, desregulación y apertura
comercial que los Estados de los países centrales impusieron en beneficio de los capitales especulativos y
las corporaciones trasnacionales que representan. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha
denunciado que en el presente año se sumarán alrededor de 100 millones de personas más a las filas de
la pobreza extrema en el mundo por lo que urgió a revisar las estrategias de desarrollo agroalimentario
vigentes. Es importante señalar que, si bien esta crisis afecta a todos los países del mundo –como lo
exhiben los racionamientos en la venta de arroz de las tiendas de la cadena Wall-Mart en la costa oeste
norteamericana, o las protestas por el alza de precios del trigo en Italia–, sus efectos se dejan sentir con
mayor intensidad entre los países tercermundistas. Si bien en EU, el consumo de alimentos por habitante
es en promedio hasta 20 veces mayor que en países como Haití o Bangladesh, el mismo sólo representa el
10 por ciento de los ingresos totales. Lo anterior explica que el impacto del aumento en los precios de
alimentos básicos sea mayor en aquellos pueblos empobrecidos, donde el gasto alimentario representa el
60 por ciento de los ingresos totales de la población. En estos casos, los súbitos incrementos en los
comestibles pueden ocasionar graves escenarios de vulnerabilidad alimentaria, o incluso de hambruna. La
FAO –Agencia para la Agricultura y la Alimentación de la ONU– ha denunciado la existencia de 30
naciones, localizadas principalmente en África y Asia, en donde los problemas de la miseria, y la
desnutrición pueden engendrar hambrunas y procesos de desestabilización social y política.
La crisis global de alimentos ha hecho añicos los supuestos neoliberales que justificaban las políticas de
desmantelamiento de la producción local de alimentos. La estrategia neoliberal en materia de desarrollo
agropecuario pretendió ignorar la emergencia, durante los últimos decenios, de una nueva división
internacional del trabajo agroalimentario basada en la organización y el control corporativo trasnacional
de sus estructuras y eslabones básicos. En la actualidad este modelo, capitaneado por las grandes
corporaciones agroindustriales, químico-farmacéuticas, biotecnológicas y de servicios asociadas a los agro
negocios, ha logrado transformar a los países ricos del mundo en los principales productores,
consumidores, importadores y exportadores de alimentos a escala planetaria. Este mismo esquema ha
convertido a la mayoría de los países pobres en suministradores complementarios de productos
tropicales, hortalizas, frutas o flores, para el consumo de los países ricos. Esta especialización productiva
se ha logrado a costa del desmantelamiento de las unidades familiares de producción campesina que,
además de autoabastecerse, ofrecían alimentos para el consumo local en vastas regiones como México,
América Central, África y el Sudeste Asiático. Esta estrategia tenía como objetivo transformar a estas
2. naciones en mercados cautivos para la venta de los excedentes de granos y otros alimentos generados
por los países altamente desarrollados, los cuales se han transformado en los graneros del mundo.
En el discurso neoliberal se señalan las virtudes de dejar de producir caro localmente cuando se pueden
comprar alimentos baratos en el mercado internacional. En este esquema, el abandono de la producción
campesina, los déficits de excedentes internos, la proliferación de la pobreza, la acentuación del
desarrollo desigual entre el campo y la ciudad y la emigración masiva serían compensados por la
existencia de un suministro garantizado de alimentos a bajos precios, mismos que permitirían avanzar en
los objetivos macroeconómicos del equilibrio fiscal y el control antiinflacionario. Sin embargo, la actual
coyuntura crítica caracterizada por alzas sistemáticas en las cotizaciones internacionales de los alimentos
–sólo de 40 por ciento en lo que va de 2008– ha dado pie al fenómeno que algunos especialistas
denominan como “agro inflación”. Esta coyuntura también derrumba los supuestos neoliberales de un
acceso mundial garantizado a alimentos baratos, en la medida que la crisis alimentaria global es sinónimo
de un nuevo ciclo histórico de precios al alza de granos básicos, materias primas y todo tipo de alimentos.
En el surgimiento de la actual crisis global de alimentos confluyen distintos factores que dan cuenta de su
complejidad y carácter prolongado. Entre algunos de los más importantes podemos mencionar los
siguientes:
1) El factor detonador de esta nueva coyuntura lo desató el anuncio que hizo el gobierno norteamericano
el año pasado, en el sentido de apoyar políticas tendientes a transformar su maíz en etanol como una
fuente de combustible alternativa a los hidrocarburos para reducir su dependencia externa petrolera y
atenuar su vulnerabilidad frente a la actual crisis energética internacional y los altos precios del petróleo.
Estados Unidos está considerado el granero del mundo y es el primer productor y exportador de maíz a
nivel mundial. Por eso su voluntad de canalizar hasta 40 por ciento de sus cosechas de este grano a la
producción de agrocombustible impacta negativamente en la oferta disponible en el mercado mundial y
dispara los precios. Figuras internacionales como Fidel Castro y el presidente venezolano Hugo Chávez
han señalado el carácter inmoral de la producción de biocombustibles a costa de la alimentación de los
pueblos del mundo.
2) Factores ambientales como inundaciones, sequías o heladas, en ocasiones de carácter estacional y
otras asociadas al cambio climático que provoca el calentamiento global y que vuelven más inciertas las
perspectivas de una producción estable de alimentos en las distintas regiones del mundo. La amenaza de
la profundización de la actual crisis climática global debe alertar sobre la vulnerabilidad de los países que
registran altos niveles de dependencia alimentaria, ante la eventualidad de flujos inestables en el abasto
de alimentos que actualmente proporciona el comercio internacional.
3) Se ha señalado que otro fenómeno explicativo de la crisis alimentaria internacional se vincula con la
existencia de países emergentes, cuyos éxitos económicos durante los últimos lustros han permitido
elevar el nivel de vida y de consumo de su población y el consecuente incremento en la demanda efectiva
de materias primas y todo tipo de alimentos en el mercado mundial. En particular se destaca la
importante presencia de países asiáticos como China e India, gigantes demográficos que han venido
experimentado durante varios años altas tasas de crecimiento económico y de urbanización y cuya
población demanda mayores alimentos en cantidad y calidad que, en parte, son abastecidos en el
mercado internacional, impulsando así sus precios al alza.
4) La crisis energética está directamente relacionada con la crisis global de alimentos. Los altos precios de
los carburantes fósiles y las presiones sociales ante los embates del cambio climático –provocadas en
importante medida por las emisiones de dióxido de carbono derivadas del consumo de petróleo, carbón y
gas– han estimulado el interés de países como Estados Unidos de América, la Unión Europea y Japón para
3. fomentar la producción masiva de agro combustibles, lo que eleva los precios de los alimentos básicos.
Asimismo los altos costos de la energía y del transporte (fertilizantes, agroquímicos, disel, fletes,
refrigeración, etcétera) incrementan los costos de producción y los precios de los alimentos.
5) Adicionalmente no hay que perder de vista factores monetarios y financiero-especulativos que atizan
los precios de los alimentos al alza, como la devaluación del dólar (divisa en la que se cotizan
mundialmente los alimentos) y la especulación de que son objeto los comodities en los mercados de
futuros agrícolas de Chicago y Nueva York. Sobre todo en la actual coyuntura, en donde la crisis
norteamericana de los mercados de bienes raíces ha orillado a sectores del capital financiero especulativo
a emigrar al sector agroalimentario. Lo dramático de estas manipulaciones financieras radica en que no se
especula con el uranio, el oro, la plata o divisas, sino con los alimentos: se especula con el hambre de los
pueblos del mundo.
Rescatar la autosuficiencia alimentaria y la producción campesina
Los impactos más severos de esta nueva etapa de alzas en los precios de los comestibles se resienten
sobre todo en países como México, que muestra altos niveles de dependencia alimentaria. La ciega
adopción de las recetas de los organismos como el FMI y el Banco Mundial devastaron al campo
mexicano, desmantelando las bases de nuestra autosuficiencia alimentaria, hundieron en la pobreza
extrema a millones de pobladores rurales, obligándolos a emigrar a las ciudades y al extranjero y
transformaron a nuestro país en un mercado cautivo para los excedentes de producción principalmente
norteamericanos.
La estrategia adoptada de garantizar la seguridad alimentaria mediante la intensificación de la
dependencia de alimentos provenientes del mercado mundial resultó un fracaso y sus supuestos básicos
en materia de fácil accesibilidad y precios baratos han desaparecido. En la actualidad México guarda una
dependencia cercana al 50 por ciento en materia de granos básicos para cubrir la demanda nacional. A
pesar del crecimiento dinámico de nuestras exportaciones agroalimentarias a partir de la firma del
Tratado de Libre Comercio (9.9 por ciento en promedio anual) han sido insuficientes para cubrir el
crecimiento aún más dinámico de las importaciones de alimentos (29.1 por ciento en promedio anual.) En
consecuencia, el déficit de la balanza agroalimentaria alcanzó la enorme cifra de 2 mil 183 millones de
dólares en el año 2007 y, como resultado de los incrementos internacionales en el precio de los alimentos
(40 por ciento), se estima que al cierre del año 2008 el desequilibrio de la balanza comercial
agroalimentaria rebase los 3 mil millones de dólares. A lo anterior le añadimos la reciente devaluación del
peso mexicano frente al dólar norteamericano y sus secuelas en materia de inflación y pérdida del poder
adquisitivo de la población, podremos dimensionar los estragos sobre el nivel de vida de los mexicanos y
su vulnerabilidad alimentaria. En medio de las turbulencias financieras y los barruntos de una profunda
depresión de la economía norteamericana y mundial, no podemos perder de vista los negativos impactos
sociales que tendrá en nuestro país la caída significativa de los flujos de las remesas (cercanas a los 24 mil
millones de dólares) y el retorno de cientos de miles de trabajadores rurales migrantes a sus lugares de
origen.
Existe la imperiosa necesidad de reactivar productivamente al sector primario mexicano y de reexaminar
todos los factores económicos e institucionales, así como los agentes sociales capaces de contribuir en
esta perspectiva, incluyendo los productores rurales con escaso potencial productivo. Las políticas
gubernamentales han abandonado sistemáticamente la producción familiar campesina minifundista y
temporalera, olvidando así que, históricamente, ésta aportaba –además de su propio sustento– el grueso
de la producción que satisfacía la demanda de granos básicos. El peso que aún actualmente ejerce la
agricultura campesina, dado el número de unidades productivas (3 millones) y de la superficie cultivada
(60 por ciento del total) determina su importancia estratégica en el diseño de nuevas políticas que
4. tiendan a rescatar la soberanía alimentaria como fórmula para disminuir la vulnerabilidad de México ante
los embates de la crisis global de alimentos. En un contexto en donde el cambio climático y el
calentamiento global amenazan la futura estabilidad de los flujos y el abasto mundial de alimentos y, en
donde hay que redoblar esfuerzos por la preservación de los equilibrios ecológicos y el cuidado del medio
ambiente, es preciso buscar enfoques alternativos que, particularmente en países como el nuestro, den
sustento a estrategias ambientalistas que protejan nuestra biodiversidad y reivindiquen el papel
conservacionista de las comunidades indígenas y campesinas que habitan en el medio rural. Avanzar en la
revaloración de las comunidades rurales y en la importancia de involucrarlas en el centro de una
estrategia conservacionista –no como elementos pasivos, sino como protagonistas que cuentan con el
conocimiento acumulado y la experiencia para un adecuado manejo y aprovechamiento de los recursos
bióticos de sus regiones– puede ser sin duda un aporte adicional para lograr un desarrollo sostenible y
sustentable del mundo rural nacional. En una situación crítica tanto en el plano nacional como mundial de
recesión económica, inflación, desempleo y pobreza, fortalecer al sector agroalimentario y al medio rural
cobra particular importancia. La reactivación de la producción de alimentos y de la economía campesina,
además de sentar bases más sólidas para fortalecer la seguridad alimentaria y ahorrar divisas, es un paso
en la dirección correcta para reconstituir el tejido social del México rural y evitar que el abandono y la
pobreza empuje a los pobladores del campo a caer en las redes del narcotráfico y el bandolerismo social.