El documento discute la importancia de la soberanía y seguridad alimentaria en Colombia y el mundo, especialmente durante la pandemia de COVID-19. Resalta la necesidad de fortalecer la agricultura local y reducir la dependencia de alimentos importados para generar resiliencia en el sistema alimentario. También promueve estrategias como huertas caseras, comunales y escolares para mejorar el acceso a alimentos.
2.
La crisis que se vive actualmente en Colombia y el mundo por
la pandemia del Covid-19, ha evidenciado una serie de
problemáticas presentes en nuestra sociedad, como por
ejemplo, la frágil economía y la necesidad de fortalecer nuestro
sistema alimentario. Por esta razón estamos en un momento
histórico para pensarnos el desarrollo desde una óptica local y
apostarle al crecimiento agrario de nuestro territorio.
Debemos aprovechar esta coyuntura global para poner en el
debate público la importancia de la soberanía alimentaria,
concepto que desarrolla la idea de que cada pueblo pueda
definir sus políticas agrícolas, basadas en aspectos como la
necesidad nutricional, cultural y económica. La soberanía
alimentaria pretende generar una seguridad alimentaria y
nutricional, esto es, la generación de alimentos para suplir la
demanda de toda la comunidad y garantizar su acceso.
Soberanía alimentaria en tiempos
de pandemia
3.
Para esto, es necesario promover el consumo local frente a
lo importado, implementar una reforma agrícola, con más
políticas de inversión y tecnificación para el campo, y la
búsqueda de estrategias que permitan reducir la carga
tributaria a los pequeños y medianos productores.
Ahora bien, la construcción de una soberanía alimentaria
tiene que enfocarse también en la producción limpia de
agroquímicos; según la FAO (La Organización de las
Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura)
uno de los principales retos que tiene la producción
agrícola en la actualidad es la de proveer alimentos
saludables, esto no solamente presenta un avance en
materia de salud pública, sino también en cuanto a la
conservación y recuperación de la tierra luego de una
cosecha.
4.
Sin embargo, los procesos técnicos y a gran escala no son la única
forma de fomentar la seguridad alimentaria, ya que la
participación de la ciudadanía, en general, con la implementación
de huertas caseras, aporta significativamente a la eliminación del
hambre y ayuda a generar respeto por la labor campesina.
En Marinilla tenemos ejemplos de huertas comunales. En Rio
negro, varias instituciones educativas generan alimentos y cada día
son más las personas que siembran y cultivan sus propios
alimentos.
Así pues, las huertas caseras son excelentes estrategias de
sostenibilidad alimentaria y pueden realizarse desde diferentes
escenarios, como la huerta escolar, las huertas comunales y las
huertas en centros de reclusión, que pueden servir para solventar
la demanda de alimentos para internos.
Generar estos procesos de sostenibilidad alimentaria revitalizaría
nuestra economía y disminuiría la dependencia extranjera de
productos que pueden ser cultivados localmente. Ahora bien, esto
traería además notables beneficios frente al medio ambiente, pues
una de las principales consecuencias de la dependencia extranjera a
determinados productos es la huella de carbono generada por su
transporte, así mismo, los desperdicios plásticos en la producción y
empaque serían reducidos considerablemente
6. Es necesario mencionar que, en Colombia, una amplia
mayoría de la sociedad sobrevive del día a día, y esto,
indudablemente va a generar desacatos a las medidas de
contingencia, pues es generalizada la idea de que es más
digno morir por un virus, que por hambre, y en un país
donde la informalidad laboral abunda, el no salir un día
al “rebusque”, puede significar la falta de alimentos.
Por esto, en crisis como la que actualmente vivimos,
evidenciamos la urgente necesidad de generar soberanía
y seguridad alimentaria en nuestro país, principalmente
para todas las familias que sobreviven día a día.
7.
Varias agencias de la Organización de Naciones Unidas (ONU),
anticipan una pandemia de hambre mundial provocada por el
confinamiento durante el COVID-19, a tal punto que el jefe del
Programa Mundial de Alimentos dijo que “existe el peligro real
de que más personas puedan morir por el impacto económico
del COVID-19 que por el virus en sí”.[1] Se anticipa que al
menos 10 millones de latinoamericanos serán agregados a los
3,4 millones que ya sufren de inseguridad alimentaria crónica
en la región.[2] Estos efectos devastadores serán de largo plazo,
ya que se prevé que cada punto porcentual de disminución del
PIB mundial provoque un retraso en el crecimiento de 0,7
millones de niños, a causa de la desnutrición.[3] Hay señales
claras de que la escasez de alimentos ha llegado. Se ven
banderas (que se están usando como contraseñas del hambre),
fuera de los hogares desde Colombia hasta el Triángulo Norte
de América Central[4]. Mientras, en países como Honduras[5] y
Chile[6] ha habido protestas contra el hambre, las que han sido
violentamente reprimidas. Como dijo un vendedor ambulante
en El Salvador: “Si no nos va a matar el virus, nos va a matar el
hambre”.[7]
8.
El agro negocio también agrava los problemas más
complicados del mundo: las operaciones de alimentación
confinada, con animales hacinados con problemas de
inmunidad debido al estrés, los hace susceptibles a los
virus que pueden pasar a los humanos[10]; las prácticas de
alto uso de combustibles fósiles y productos químicos,
son ahora responsables de más de un tercio de las
emisiones de gases de efecto invernadero que contribuyen
al calentamiento global[11]; y se sabe también que las
semillas transgénicas disminuyen la biodiversidad. Ahora
durante la pandemia del coronavirus, la agroindustria
contribuye al aumento de los precios en los sistemas
comerciales de alimentos de América Latina.
10.
La respuesta de La Vía Campesina es la soberanía
alimentaria, que se define como “el derecho de los
pueblos a alimentos nutritivos y culturalmente
adecuados, producidos de forma sostenible, y el derecho
a decidir su propio sistema alimentario y
productivo”.[13] Prioriza 1) La producción agrícola local
para alimentar al pueblo; y 2) El acceso de los
campesinos con o sin terrenos, a la tierra, el agua, a las
semillas y al crédito. Este enfoque realmente funciona
para combatir el hambre, ya que las y los campesinos y
pequeños productores producen entre el 70 y el 75 por
ciento de los alimentos del mundo en menos de una
cuarta parte de las tierras agrícolas del
planeta.[14] Cuando el movimiento campesino se asocia
con un gobierno progresista, los resultados pueden ser
sorprendentes, como en el caso de Nicaragua.
11.
La Asociación de Trabajadores del Campo (ATC) se fundó
durante la guerra para derrocar la dictadura de Somoza, que
fue apoyada por los Estados Unidos, un año antes de la victoria
de la Revolución Popular Sandinista en 1979. Reunió a las y los
campesinos, tanto a los pequeños agricultores que deseaban
adquirir su propia tierra, como a los trabajadores agrícolas que
se organizaban para luchar por sus derechos sindicales. La ATC
ha seguido representando a estos grupos de trabajadores a lo
largo de sus 42 años de historia y fue una de las organizaciones
que fundó La Vía Campesina en 1993.[15]