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D I A 8 DE M A Y O
SAN ACACIO DE BIZANCIO
SO LD A D O Y M A R T IR (-¡ 303 ó 306)
D
E los ocho santos que llevan el nom bre de Acacio, y que menciona
el M artirologio en fechas diversas, ocupa lugar preeminente un
soldado de Capadocia, m artirizado en la ciudad de Constantino-
pla, a principios del siglo IV . Éste y el presbítero San Mucio,
decapitado en 311 en la misma ciudad, son los únicos mártires de Bizancio
i|iie sufrieron por las persecuciones romanas.
Acacio, cuyo nom bre griego (A k a k io s ) significa exento de m alicia, per-
tenecía a una fam ilia cristiana de origen griego. N ació, probablem ente hacia
«•I 270, en Capadocia. que era provincia rom ana desde el em perador Tiberio.
Situada en el interior del Asia M enor, entre el Ponto. Arm enia y Cilicia,
tné evangelizada desde los primeros tiempos del cristianismo. E n sus prin-
cipales ciudades: Ccsarea, N isa, Tiana. vivían muchos cristianos fervorosos
i|iie, durante las persecuciones de M axiniiano Galerio y de Juliano el A pós-
tata, permanecieron fieles a la fe de Cristo.
Cym o varios de sus correligionarios de aquella época. Acacio se alistó
joven en el ejército im perial, y obtuvo el grado de centurión, según reza un
pasaje de sus Actas. Cuando aparecieron los edictos de persecución de D io-
cleciano y principalm ente de Galerio, el soldado no titubeó ni un au m en to
en su fe; permaneció fiel a las promesas del B autism o y renunció al servicio
del César, prefiriendo servir a Dios antes que a los hom bres.
Desde los primeros años del siglo IV , se pusieron en práctica ciertas m e-
didas adm inistrativas inicuas e injustas, encam inadas únicamente a apartar
del ejército im perial los elementos cristianos que tenía. P o r este m otivo,
gran número de soldados tuvieron que abandonar la profesión de las arm as.
Después de la abdicación de Diocleciano, en 305, M axim ino D aza, hom bre
bárbaro, tosco y grosero, fué propuesto para el gobierno de Siria y de E g ip -
to, mientras Galerio se adjudicó, con la Iliria. las diócesis de T racia, del
A sia M enor y del Ponto.
Galerio era devoto de las falsas deidades y M axim ino era cruel y faná-
tico. E n los Estados de am bos gobernadores la persecución contra la religión
cristiana fué general y violenta. Se prom ulgaron edictos im periales para
obligar a todos los cristianos, de grado o por fuerza, a sacrificar a los ídolos,
aplicándoles las más crueles torturas en caso de resistencia. Ésta era, a veces,
tan tenaz e intrépida, que los m agistrados, para obtener la apostasía, tu-
vieron que recurrir a tormentos de satánica crueldad; así lo hicieron algunos
m agistrados de A sia y de Egipto.
SAN ACACIO PROCLAMA ANIMOSO SU FE EN CRISTO
CACTO , como los demás soldados de su com pañía, fué citado ante
el gobernador de Capadocia, F lavio Firm o — o quizá tan sólo ante
un tribuno de este mismo nom bre, que sería su jefe jerárquico— .
Interrogado acerca de su religión, e intim ado a obedecer los edictos im pe-
riales y sacrificar a los ídolos del im perio, Acacio respondió:
— Soy cristiano, nací cristiano, y seré siempre cristiano, con la gracia de
D ios, como lo fueron mis padres.
Insensible a las amenazas del m agistrado, el valiente soldado afirm ó
por tres veces su fe en Cristo y proclam ó que era su voluntad permanecer
fiel. ¡Adm irable ejem plo de valor, de fe y de constancia, que debieran tener
presente los cristianos de fe lánguida y m oribunda de nuestros tiempos!
Apenas oyó esta respuesta, F lavio Firm o hizo detener y cargar de ca-
denas al centurión Acacio, por el solo crimen de seguir la religión cristiana
proscrita por los edictos de los emperadores. E l valeroso soldado, custo-
diado con m ucha guardia, fué conducido a H eraclea de Tracia, que es la ac-
tual ciudad de Selibia o Silivri, situada a orillas del m ar de M árm ara, no
lejos de Constantinopla, para que com pareciera ante un oficial superior,
llam ado Bibiano. L a s Actas del m ártir no nos dan la razón de esta com -
parecencia del prisionero cristiano ante este tribunal m ilitar.
SAN ACACIO, CRUELMENTE ATORMENTADO
CON NERVIOS DE BUEY
A
L saber Bibiano el m otivo por el cual le traían al soldado Acacio,
quiso interrogarle por sí mismo:
— ¿Por qué, pues — le dijo— , ya que te nom bran Acacio, es decir,
desprovisto de m alicia, te has vuelto tan malo que has llegado al extremo
de desobedecer las órdenes de los divinos emperadores?
— Tanto más merezco ser llam ado Acacio — respondió el prisionero— ,
cuanto más enérgicamente rehusó todo trato con los ídolos, que son dem o-
nios ávidos de sangre, y con los que les rinden culto.
Ciertamente, tan firm e respuesta nada tenía de adulación, hay que con-
fesarlo, para los «divinos em peradores» de aquel tiem po, ni para sus par-
tidarios. Bibiano se llenó de indignación al ver tanta audacia en un prisio-
nero, y al fin llegó a las amenazas.
— Bien sabes — le dijo— que los edictos ordenan a los cristianos, bajo
penas m uy severas, que sacrifiquen a los dioses del im perio y que los hon-
ren. Si quieres evitar crueles tormentos, no te queda más recurso que obe-
decer y ofrecer sacrificios.
Respondióle Acacio sin titubeos:
— N o creas que me asustas anunciándom e los m ayores suplicios. M i cuer-
po está dispuesto a todo; haz con él lo que quieras. Siendo, como soy, sol-
dado de Cristo, no quiero ofrecer sacrificios a los demonios. M i resolución
es inquebrantable: ni los tormentos serán capaces de torcer m i voluntad.
P or tan resueltas y decididas palabras entendió B ibiano que ni con dis-
cursos, ni con am enazas podía lograr la apostasía del soldado capadociano.
Determ inó por fin aplicarle los suplicios.
— H as de saber — dijo a Acacio— que desde el prim er instante hubiera
podido aplicarte el tormento; no lo he hecho, en atención a tu juventud y
por respeto a tu grado m ilitar. Pero m i paciencia se ha acabado y a; no
puedo consentir por más tiempo que, obstinado, desobedezcas las leyes del
imperio y rehúses con locura ofrecer sacrificios a nuestros dioses.
M andó plantar en el suelo cuatro estacas, que sujetasen a ellas fuerte-
mente al prisionero y le flagelasen la espalda y el vientre con nervios de
buey. Despojado brutalm ente de sus vestidos, fué Acacio tendido en el
sucio y am arrados fuertementes pies y manos a las estacas. Seis hombres
forzudos apalearon tan violenta y bárbaram ente al indefenso cristiano, que,
de su delicado cuerpo, hecho jirones, brotaron ríos de sangre, que la tierra,
ávida y sedienta de justicia, recogía piadosam ente, indignada de espectáculo
tan cruel.. Cuando ya su cuerpo estaba repleto de golpes y más m uerto que
vivo, le volvieron del otro lado para que no quedase en él parte alguna
sin tormento. M ientras duraba el m artirio, Acacio no dejó escapar de sus
labios ni una sola palabra de queja. Más se cansaban los verdugos de gol-
pear que el m ártir de sufrir. M ientras su cuerpo era cruelmente desgarrado,
su alm a estaba íntim am ente unida a Dios, a quien suplicaba que no aban -
donase a su hum ilde siervo y le prestara auxilio.
A cabad o el suplicio, el cruel e inhum ano B ibiano interpeló al joven Acacio:
— ¿Sacrificarás ahora, desgraciado? ¿Preferirás este suplicio a la am is-
tad del César?
— Y o no sacrificaré nunca — respondió el confesor de la fe, lleno de un
valor adm irable— . Cristo me ha sostenido en el com bate y yo me hallo tan
resuelto y decidido como antes.
Desesperado el juez por la adm irable y heroica constancia del soldado
de Cristo, m andó rom perle las m andíbulas y que con fuertes golpes de m a-
zas de plom o le descoyuntaran todos los m iem bros. Finalm ente, ordenó el
tirano que el «iihpío Acacio, antes centurión», fuera encerrado en un ca-
labozo infecto, y que no le atendieran en m odo alguno y le dieran de comer
lo menos posible.
CAMINO DE CONSTANTINOPLA. — ASOMBRO Y CÓLERA
DEL JUEZ
E
N C E R R A D O Acacio en la cárcel de Heraclea, permaneció más de una
semana sufriendo terribles dolores por las numerosas heridas que
tenía, soportándolo todo con gozo por haber sido considerado digno
de confesar con su sangre la fe cristiana. E n este intervalo, B ibian o recibió
la orden de trasladarse a Constantinopla. Antes de partir, decidió que fue-
sen tam bién a dicha ciudad el soldado capadociano y otros prisioneros. Pero
Jos tormentos sufridos y los malos tratos de los carceleros, habían debilitado
en gran m anera las fuerzas del m ártir. D urante su cautividad, sus llagas se
recrudecieron grandem ente. Cargado de cadenas y con escasa alimentación,
no podía en m odo alguno em prender tan largo viaje. E n las condiciones en
que éste había de verificarse era un verdadero suplicio. Pero no hubo más
remedio que obedecer. Pocas horas después de em prender el viaje, Acacio
sintió que le fallaban totalmente las fuerzas. Suplicó a los soldados de la
escolta que le permitiesen detenerse un poco para poder encomendarse a
Dios. T an extenuado se hallaba, que no pudieron negarle tal petición. In -
m ediatam ente. y en voz alta, suplicó al Señor que le enviase su ángel para
que le socorriera, a fin de poder llegar a Constantinopla y m orir allí dando
testimonio de la verdadera fe. Apenas Acacio hubo term inado su plegaria.
C
AMINO de Constaniinopla, en donde había de ser degollado,
San Acacio suplica al Señor que le envíe su ángel y Iz dé
fuerzas para poder llegar a la capital, en donde públicamente d¿ con
su vida testimonio de la je ante el tribunal pagano.
se oyó una voz que, saliendo de las nubes, pues el cielo estaba encapotado,
decía:
— Acacio, sé fuerte y valeroso.
Tanto los soldados de la escolta como los demás prisioneros, quedaron
atónitos y estupefactos ante el espectáculo que presenciaban, oyendo las
anteriores palabras sin ver ningún ser humano que las pronunciase. Llenos
de asombro se preguntaban unos a otros: «¿Es que las nubes hablan?» Con-
movidos algunos paganos por este hecho tan extraordinario, suplicaron a
Acacio que se lo explicase. Éste aprovechó la ocasión para instruirles en la
religión cristiana durante las largas horas del viaje.
A poco de llegar el cortejo de los prisioneros a Bizancio, de nuevo hizo
Bibiano que Acacio viniera a su presencia. Causóle mucha extrañeza en-
contrarle tan bueno y fuerte como un atleta, cuando él le creía completa-
mente agotado y casi aniquilado por las torturas sufridas, por las priva-
ciones de la cárcel y las fatigas del viaje. Culpó de ello al carcelero y al jefe
de la escolta. Ambos se excusaron, protestando que habían cumplido fiel-
mente las órdenes recibidas. Ellos mismos estaban asombrados y no sabían
cómo explicar que después de tantas torturas y malos tratos se hallase el
paciente tan aguerrido y fuerte. Aun no estaba satisfecha la furia de Bibiano;
quiso todavía amenazarle con nuevos tormentos, para ver si lograba que
renegase de su fe.
— Si tus amenazas me inspirasen algún temor — respondió Acacio— haría
todo cuanto deseas. Pero yo desprecio tus amenazas. Puedes seguir con tu
oficio de verdugo haciendo sufrir a los hombres que nada malo han come-
tido y que ni una palabra injuriosa han pronunciado contra ti.
Lleno de cólera, Bibiano ordenó que castigaran al soldado con cruel y
sangrienta flagelación.
SAN ACACIO, CONDENADO A MUERTE Y DECAPITADO
A
CACIO fué muy pronto enviado ante el tribunal de Flaccino, pro-
cónsul de la provincia de Europa o de Tracia. La esposa de este alto
funcionario era favorable a los cristianos, porque tal vez ella misma
era cristiana. Hasta entonces había obtenido de su marido que no conde-
nase a ninguno de cuantos cristianos comparecían ante él para recibir sen-
tencia de muerte. Enterado de los suplicios a que habían sometido al soldado
capadocio y de su proceso, sin resultado alguno, el magistrado apostrofó
al oficial Bibiano por no haber dado muerte al prisionero desde el momento
en que rehusó obedecer los edictos de los emperadores y sacrificar a los
dioses. Mandó comparecer inmediatamente a Acacio y, sin interrogatorio
liíniio, y aun sin consultarle de nuevo si quería o no adorar a los dioses
i I imperio, le condenó a muerte.
I'l soldado cristiano, culpable sólo de haber permanecido ñel a Cristo,
ilihúi ser decapitado tucra del recinto de la ciudad, delante de una de
luí puertas principales de sus murallas. Jubiloso acogió el mártir esta sen-
trucia, cuya próxima ejecución iba a poner en sus sienes la corona del
m.irtirio y en sus manos la palma de la victoria que le había de franquear
i,i entrada de la gloria. Agradeció a Nuestro Señor haberle concedido, a él
que se consideraba pecador, una corona tan bella en el cielo.
Lleváronle sin tardanza extramuros de la ciudad, al lugar escogido para
la ejecución, l'n a vez allí, y habiendo obtenido que se le concedieran al-
‘imos instantes, los aprovechó para preparar su alma a comparecer delante
•le Dios. Terminada su oración, !a espada de un soldado separó la cabeza
ilrl tronco.
listo sucedió, probablemente, el 8 de mayo del año 306. Galerio gober-
naba como augusto las provincias de Tracia, de Asia y del Ponto. La per-
'■■eución seguía violenta: en todas estas regiones de Oriente, tanto Galerio
ennio Maximino querían exterminar la religión cristiana. Sin embargo, los
llulandistas colocan el martirio de San Acacio antes de la abdicación de
•le Diocleciano, en el año 303. El martirologio jeronimiano pone a San
Acacio junto con diecisiete compañeros de martirio, entre los cuales cita
a un siccrdote llamado Máximo, y a un diácono por nombre Anto.
LA TUMBA DEL MÁRTIR
A
LGUNOS fieles de Constantinopla recogieron con respeto el cuerpo
de San Acacio y lo sepultaron piadosamente en un lugar llamada
Stavrión. El lugar de la sepultura era. si no precisamente el mismo
■¡lio en que filé decapitado, muy próximo a él; pues los documentos más
mitigues que h.Tblan de la tumba del mártir no hacen ninguna diferencia
entre el lugar de la ejecución y el de la sepultura. El Stavrión pertenecía
al barrio llamado Zeugma, el cual, situado en la ribera meridional del Cuer-
no de Oro, no estaba aún incluido en el recinto de Constantinopla a prin-
eipios del figlo IV . Comprendía la dilatada extensión limitada por los dos
puentes actuales del Cuerno de Oro, la puerta Un Kapan Kapussi y la mez-
quita Yeni Djami: es ésta la parte del Cuerno de Oro más angosta y más
( icil de unir con la ciudad opuesta de Gálata. Uno de los puentes de este
barrio de Zeugma, situado en el arrabal bizantino, era designado con el
nombre de Stavrión: éste es el lugar donde fué martirizado y sepultado San
Wacio. El moderno Ayasma Kapussi será quizás una reminiscencia de dicho
histórico lugar.
IGLESIAS DE CONSTANTINOPLA DEDICADAS A SAN ACACIO
N la misma ciudad de Constantinopla creció rápidamente el culto y
la devoción a San Acacio. Poco tiempo después de su muerte, en el
mismo sitio donde se hallaban los despojos mortales del mártir, se
edificó un santuario en su honor. Tuvo lugar probablemente cuando Cons-
tantino el Grande, en 330. ensanchó el perímetro de su nueva capital. Con
esta reforma, el Zeugma quedó incluido en el recinto de la ciudad y se le-
vantó una pequeña iglesia, la primera edificada en honor del mártir ea-
padocio, en el lugar de su tumba. El historiador griego del siglo V,
Sócrates, atestigua la existencia de este santuario en el reinado de Area-
dio (395-408). suministrándonos interesantes informes sobre este asunto.
«H ay en Constantinopla — dice— un gran edificio llamado Karya. En el
patio de este edificio hay. en efecto, un nogal ( D endroukaroia), del cual,
según dicen, fué suspendido el mártir Acacio para ser ejecutado. Por este
motivo, junto a este árbol, se ha erigido un oratorio».
En las Actas de San Acacio no consta que fuese suspendido de un árbol
al ser consumado su martirio; la tradición popular, trasladada por Sócrates,
habrá confundido a San Acacio de Capadocia con su homónimo de Milcto.
mártir en tiempo de Licinio (308-311) y cuya fiesta se celebra el 28 de
julio. Los documentos acreditan verdaderamente que este último estuvo
colgado de un árbol para sufrir su martirio.
El emperador Arcadio acudía con frecuencia al santuario de Karya para
cumplir en él sus devociones. Un día, en los primeros años del siglo V.
apenas había salido el soberano de las inmediaciones de la iglesia, cuando,
cu presencia de la inmensa muchedumbre que había acudido al santuario,
ávida de ver al rey y su cortejo, se derrumbó el gran edificio que rodeaba
al oratorio, causando muy probablemente la ruina de este último, pero sin
que ocurriera, afortunadamente, ninguna desgracia personal. Como movidos
por un resorte, todos los pechos de aquellos centenares de espectadores v i-
braron al unísono y lanzaron un grito de admiración atribuyendo a la ora-
i'ión del emperador la proteción del cielo sobre aquella muchedumbre. El
santuario de Karya fué restaurado con magnificencia casi dos siglos después,
en tiempo de ios emperadores Justino I I (565-578) y Tiberio (578-582).
Otra iglesia había en Constantinopla dedicada al mártir San Acacio, de
mayores dimensiones y de mayor celebridad en los anales de la historia que
la de Stavrión. Su emplazamiento estaba junto al mar de Mármara, proba-
blemente en el barrio que en la actualidad, se llama de Kuin Kapu. en la
vieja Estambul. Según varios historiadores bizantinos la mandaría construir
el emperador Constantino el Grande. Con este motivo trasladaron las re-
li>|uias de San Acacio del oratorio de Karya al nuevo templo, conocido con
i l nombre de San Acacio de H e-btascalón. En tiempo del emperador Basilio
t-l Macedónico (siglo IX ) fué restaurado este magnífico edificio.
CULTO Y RELIQUIAS DE SAN ACACIO
E
L culto de San Acacio ha sido siempre muy popular en Oriente. Este
mártir capadocio es mencionado el 7 ó el 8 de mayo, no solamente
por Ies mcnologios griegos, sino también por los calendarios siríacos
y armenios. Fueron sin duda los cruzados los que dieron a conocer este
culto en la Europa occidental. San Acacio es contado, con San Gregorio y
San Blas, en el número de los Catorce Santos Auxiliadores.
Verdad es que en las listas de estos Santos de muy eficaz valimiento
contra determinados males se confunde a veces a San Acacio de Bizancio
con alguno de los numerosos santos del mismo nombre, todos ellos muv
venerados también; es. sin embargo, muy cierto que se trata del soldado
de Capadocia martirizado en Bizancio, a principios del siglo IV En los
países en que se conserva su culto. San Acacio es especialmente invocado
por los agonizantes.
La ciudad de Esquiladle, en Calabria, tiene por patrón a San Acacio de
Bizancio y guarda con ainor. desde hace varios siglos, reliquias insignes y
el mismo cuerpo del mártir.
También en España se tributa culto a este santo mártir, y poseen reli-
quias suyas las iglesias de Avila y Cuenca.
El martirologio romano, con fecha 8 de mayo, menciona el martirio del
soldado de Capadocia; en este mismo día o en el precedente, las Iglesias
de Occidente y de Oriente celebran la fiesta de San Acacio de Bizancio.
S A N T O R A L
Si<n Acacio, soldado y mártir. La Aparición de San Miguel Arcángel en el monte
i ¡árgano. Nuestra S. ñrra <’e la Antigua y de los Desampararlos. Santos
ílnnifacio IV , papa, Vicior, mártir; Desiderato, Virón. Dionisio. Pedro y
Kladio, obispos; Aureliano, obispo <le Limoges Godón, obispo de M etz;
Aurelio, obispo de Armenia Gibriano, presbítero; Muchos mártires en
Constantinopla. ‘ Santa Aglae, penitente, esposa de San Bonifacio, mártir
(véase 14 mayo. pág. 150).

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  • 1. D I A 8 DE M A Y O SAN ACACIO DE BIZANCIO SO LD A D O Y M A R T IR (-¡ 303 ó 306) D E los ocho santos que llevan el nom bre de Acacio, y que menciona el M artirologio en fechas diversas, ocupa lugar preeminente un soldado de Capadocia, m artirizado en la ciudad de Constantino- pla, a principios del siglo IV . Éste y el presbítero San Mucio, decapitado en 311 en la misma ciudad, son los únicos mártires de Bizancio i|iie sufrieron por las persecuciones romanas. Acacio, cuyo nom bre griego (A k a k io s ) significa exento de m alicia, per- tenecía a una fam ilia cristiana de origen griego. N ació, probablem ente hacia «•I 270, en Capadocia. que era provincia rom ana desde el em perador Tiberio. Situada en el interior del Asia M enor, entre el Ponto. Arm enia y Cilicia, tné evangelizada desde los primeros tiempos del cristianismo. E n sus prin- cipales ciudades: Ccsarea, N isa, Tiana. vivían muchos cristianos fervorosos i|iie, durante las persecuciones de M axiniiano Galerio y de Juliano el A pós- tata, permanecieron fieles a la fe de Cristo. Cym o varios de sus correligionarios de aquella época. Acacio se alistó joven en el ejército im perial, y obtuvo el grado de centurión, según reza un pasaje de sus Actas. Cuando aparecieron los edictos de persecución de D io-
  • 2. cleciano y principalm ente de Galerio, el soldado no titubeó ni un au m en to en su fe; permaneció fiel a las promesas del B autism o y renunció al servicio del César, prefiriendo servir a Dios antes que a los hom bres. Desde los primeros años del siglo IV , se pusieron en práctica ciertas m e- didas adm inistrativas inicuas e injustas, encam inadas únicamente a apartar del ejército im perial los elementos cristianos que tenía. P o r este m otivo, gran número de soldados tuvieron que abandonar la profesión de las arm as. Después de la abdicación de Diocleciano, en 305, M axim ino D aza, hom bre bárbaro, tosco y grosero, fué propuesto para el gobierno de Siria y de E g ip - to, mientras Galerio se adjudicó, con la Iliria. las diócesis de T racia, del A sia M enor y del Ponto. Galerio era devoto de las falsas deidades y M axim ino era cruel y faná- tico. E n los Estados de am bos gobernadores la persecución contra la religión cristiana fué general y violenta. Se prom ulgaron edictos im periales para obligar a todos los cristianos, de grado o por fuerza, a sacrificar a los ídolos, aplicándoles las más crueles torturas en caso de resistencia. Ésta era, a veces, tan tenaz e intrépida, que los m agistrados, para obtener la apostasía, tu- vieron que recurrir a tormentos de satánica crueldad; así lo hicieron algunos m agistrados de A sia y de Egipto. SAN ACACIO PROCLAMA ANIMOSO SU FE EN CRISTO CACTO , como los demás soldados de su com pañía, fué citado ante el gobernador de Capadocia, F lavio Firm o — o quizá tan sólo ante un tribuno de este mismo nom bre, que sería su jefe jerárquico— . Interrogado acerca de su religión, e intim ado a obedecer los edictos im pe- riales y sacrificar a los ídolos del im perio, Acacio respondió: — Soy cristiano, nací cristiano, y seré siempre cristiano, con la gracia de D ios, como lo fueron mis padres. Insensible a las amenazas del m agistrado, el valiente soldado afirm ó por tres veces su fe en Cristo y proclam ó que era su voluntad permanecer fiel. ¡Adm irable ejem plo de valor, de fe y de constancia, que debieran tener presente los cristianos de fe lánguida y m oribunda de nuestros tiempos! Apenas oyó esta respuesta, F lavio Firm o hizo detener y cargar de ca- denas al centurión Acacio, por el solo crimen de seguir la religión cristiana proscrita por los edictos de los emperadores. E l valeroso soldado, custo- diado con m ucha guardia, fué conducido a H eraclea de Tracia, que es la ac- tual ciudad de Selibia o Silivri, situada a orillas del m ar de M árm ara, no lejos de Constantinopla, para que com pareciera ante un oficial superior, llam ado Bibiano. L a s Actas del m ártir no nos dan la razón de esta com - parecencia del prisionero cristiano ante este tribunal m ilitar.
  • 3. SAN ACACIO, CRUELMENTE ATORMENTADO CON NERVIOS DE BUEY A L saber Bibiano el m otivo por el cual le traían al soldado Acacio, quiso interrogarle por sí mismo: — ¿Por qué, pues — le dijo— , ya que te nom bran Acacio, es decir, desprovisto de m alicia, te has vuelto tan malo que has llegado al extremo de desobedecer las órdenes de los divinos emperadores? — Tanto más merezco ser llam ado Acacio — respondió el prisionero— , cuanto más enérgicamente rehusó todo trato con los ídolos, que son dem o- nios ávidos de sangre, y con los que les rinden culto. Ciertamente, tan firm e respuesta nada tenía de adulación, hay que con- fesarlo, para los «divinos em peradores» de aquel tiem po, ni para sus par- tidarios. Bibiano se llenó de indignación al ver tanta audacia en un prisio- nero, y al fin llegó a las amenazas. — Bien sabes — le dijo— que los edictos ordenan a los cristianos, bajo penas m uy severas, que sacrifiquen a los dioses del im perio y que los hon- ren. Si quieres evitar crueles tormentos, no te queda más recurso que obe- decer y ofrecer sacrificios. Respondióle Acacio sin titubeos: — N o creas que me asustas anunciándom e los m ayores suplicios. M i cuer- po está dispuesto a todo; haz con él lo que quieras. Siendo, como soy, sol- dado de Cristo, no quiero ofrecer sacrificios a los demonios. M i resolución es inquebrantable: ni los tormentos serán capaces de torcer m i voluntad. P or tan resueltas y decididas palabras entendió B ibiano que ni con dis- cursos, ni con am enazas podía lograr la apostasía del soldado capadociano. Determ inó por fin aplicarle los suplicios. — H as de saber — dijo a Acacio— que desde el prim er instante hubiera podido aplicarte el tormento; no lo he hecho, en atención a tu juventud y por respeto a tu grado m ilitar. Pero m i paciencia se ha acabado y a; no puedo consentir por más tiempo que, obstinado, desobedezcas las leyes del imperio y rehúses con locura ofrecer sacrificios a nuestros dioses. M andó plantar en el suelo cuatro estacas, que sujetasen a ellas fuerte- mente al prisionero y le flagelasen la espalda y el vientre con nervios de buey. Despojado brutalm ente de sus vestidos, fué Acacio tendido en el sucio y am arrados fuertementes pies y manos a las estacas. Seis hombres forzudos apalearon tan violenta y bárbaram ente al indefenso cristiano, que, de su delicado cuerpo, hecho jirones, brotaron ríos de sangre, que la tierra, ávida y sedienta de justicia, recogía piadosam ente, indignada de espectáculo tan cruel.. Cuando ya su cuerpo estaba repleto de golpes y más m uerto que
  • 4. vivo, le volvieron del otro lado para que no quedase en él parte alguna sin tormento. M ientras duraba el m artirio, Acacio no dejó escapar de sus labios ni una sola palabra de queja. Más se cansaban los verdugos de gol- pear que el m ártir de sufrir. M ientras su cuerpo era cruelmente desgarrado, su alm a estaba íntim am ente unida a Dios, a quien suplicaba que no aban - donase a su hum ilde siervo y le prestara auxilio. A cabad o el suplicio, el cruel e inhum ano B ibiano interpeló al joven Acacio: — ¿Sacrificarás ahora, desgraciado? ¿Preferirás este suplicio a la am is- tad del César? — Y o no sacrificaré nunca — respondió el confesor de la fe, lleno de un valor adm irable— . Cristo me ha sostenido en el com bate y yo me hallo tan resuelto y decidido como antes. Desesperado el juez por la adm irable y heroica constancia del soldado de Cristo, m andó rom perle las m andíbulas y que con fuertes golpes de m a- zas de plom o le descoyuntaran todos los m iem bros. Finalm ente, ordenó el tirano que el «iihpío Acacio, antes centurión», fuera encerrado en un ca- labozo infecto, y que no le atendieran en m odo alguno y le dieran de comer lo menos posible. CAMINO DE CONSTANTINOPLA. — ASOMBRO Y CÓLERA DEL JUEZ E N C E R R A D O Acacio en la cárcel de Heraclea, permaneció más de una semana sufriendo terribles dolores por las numerosas heridas que tenía, soportándolo todo con gozo por haber sido considerado digno de confesar con su sangre la fe cristiana. E n este intervalo, B ibian o recibió la orden de trasladarse a Constantinopla. Antes de partir, decidió que fue- sen tam bién a dicha ciudad el soldado capadociano y otros prisioneros. Pero Jos tormentos sufridos y los malos tratos de los carceleros, habían debilitado en gran m anera las fuerzas del m ártir. D urante su cautividad, sus llagas se recrudecieron grandem ente. Cargado de cadenas y con escasa alimentación, no podía en m odo alguno em prender tan largo viaje. E n las condiciones en que éste había de verificarse era un verdadero suplicio. Pero no hubo más remedio que obedecer. Pocas horas después de em prender el viaje, Acacio sintió que le fallaban totalmente las fuerzas. Suplicó a los soldados de la escolta que le permitiesen detenerse un poco para poder encomendarse a Dios. T an extenuado se hallaba, que no pudieron negarle tal petición. In - m ediatam ente. y en voz alta, suplicó al Señor que le enviase su ángel para que le socorriera, a fin de poder llegar a Constantinopla y m orir allí dando testimonio de la verdadera fe. Apenas Acacio hubo term inado su plegaria.
  • 5. C AMINO de Constaniinopla, en donde había de ser degollado, San Acacio suplica al Señor que le envíe su ángel y Iz dé fuerzas para poder llegar a la capital, en donde públicamente d¿ con su vida testimonio de la je ante el tribunal pagano.
  • 6. se oyó una voz que, saliendo de las nubes, pues el cielo estaba encapotado, decía: — Acacio, sé fuerte y valeroso. Tanto los soldados de la escolta como los demás prisioneros, quedaron atónitos y estupefactos ante el espectáculo que presenciaban, oyendo las anteriores palabras sin ver ningún ser humano que las pronunciase. Llenos de asombro se preguntaban unos a otros: «¿Es que las nubes hablan?» Con- movidos algunos paganos por este hecho tan extraordinario, suplicaron a Acacio que se lo explicase. Éste aprovechó la ocasión para instruirles en la religión cristiana durante las largas horas del viaje. A poco de llegar el cortejo de los prisioneros a Bizancio, de nuevo hizo Bibiano que Acacio viniera a su presencia. Causóle mucha extrañeza en- contrarle tan bueno y fuerte como un atleta, cuando él le creía completa- mente agotado y casi aniquilado por las torturas sufridas, por las priva- ciones de la cárcel y las fatigas del viaje. Culpó de ello al carcelero y al jefe de la escolta. Ambos se excusaron, protestando que habían cumplido fiel- mente las órdenes recibidas. Ellos mismos estaban asombrados y no sabían cómo explicar que después de tantas torturas y malos tratos se hallase el paciente tan aguerrido y fuerte. Aun no estaba satisfecha la furia de Bibiano; quiso todavía amenazarle con nuevos tormentos, para ver si lograba que renegase de su fe. — Si tus amenazas me inspirasen algún temor — respondió Acacio— haría todo cuanto deseas. Pero yo desprecio tus amenazas. Puedes seguir con tu oficio de verdugo haciendo sufrir a los hombres que nada malo han come- tido y que ni una palabra injuriosa han pronunciado contra ti. Lleno de cólera, Bibiano ordenó que castigaran al soldado con cruel y sangrienta flagelación. SAN ACACIO, CONDENADO A MUERTE Y DECAPITADO A CACIO fué muy pronto enviado ante el tribunal de Flaccino, pro- cónsul de la provincia de Europa o de Tracia. La esposa de este alto funcionario era favorable a los cristianos, porque tal vez ella misma era cristiana. Hasta entonces había obtenido de su marido que no conde- nase a ninguno de cuantos cristianos comparecían ante él para recibir sen- tencia de muerte. Enterado de los suplicios a que habían sometido al soldado capadocio y de su proceso, sin resultado alguno, el magistrado apostrofó al oficial Bibiano por no haber dado muerte al prisionero desde el momento en que rehusó obedecer los edictos de los emperadores y sacrificar a los dioses. Mandó comparecer inmediatamente a Acacio y, sin interrogatorio
  • 7. liíniio, y aun sin consultarle de nuevo si quería o no adorar a los dioses i I imperio, le condenó a muerte. I'l soldado cristiano, culpable sólo de haber permanecido ñel a Cristo, ilihúi ser decapitado tucra del recinto de la ciudad, delante de una de luí puertas principales de sus murallas. Jubiloso acogió el mártir esta sen- trucia, cuya próxima ejecución iba a poner en sus sienes la corona del m.irtirio y en sus manos la palma de la victoria que le había de franquear i,i entrada de la gloria. Agradeció a Nuestro Señor haberle concedido, a él que se consideraba pecador, una corona tan bella en el cielo. Lleváronle sin tardanza extramuros de la ciudad, al lugar escogido para la ejecución, l'n a vez allí, y habiendo obtenido que se le concedieran al- ‘imos instantes, los aprovechó para preparar su alma a comparecer delante •le Dios. Terminada su oración, !a espada de un soldado separó la cabeza ilrl tronco. listo sucedió, probablemente, el 8 de mayo del año 306. Galerio gober- naba como augusto las provincias de Tracia, de Asia y del Ponto. La per- '■■eución seguía violenta: en todas estas regiones de Oriente, tanto Galerio ennio Maximino querían exterminar la religión cristiana. Sin embargo, los llulandistas colocan el martirio de San Acacio antes de la abdicación de •le Diocleciano, en el año 303. El martirologio jeronimiano pone a San Acacio junto con diecisiete compañeros de martirio, entre los cuales cita a un siccrdote llamado Máximo, y a un diácono por nombre Anto. LA TUMBA DEL MÁRTIR A LGUNOS fieles de Constantinopla recogieron con respeto el cuerpo de San Acacio y lo sepultaron piadosamente en un lugar llamada Stavrión. El lugar de la sepultura era. si no precisamente el mismo ■¡lio en que filé decapitado, muy próximo a él; pues los documentos más mitigues que h.Tblan de la tumba del mártir no hacen ninguna diferencia entre el lugar de la ejecución y el de la sepultura. El Stavrión pertenecía al barrio llamado Zeugma, el cual, situado en la ribera meridional del Cuer- no de Oro, no estaba aún incluido en el recinto de Constantinopla a prin- eipios del figlo IV . Comprendía la dilatada extensión limitada por los dos puentes actuales del Cuerno de Oro, la puerta Un Kapan Kapussi y la mez- quita Yeni Djami: es ésta la parte del Cuerno de Oro más angosta y más ( icil de unir con la ciudad opuesta de Gálata. Uno de los puentes de este barrio de Zeugma, situado en el arrabal bizantino, era designado con el nombre de Stavrión: éste es el lugar donde fué martirizado y sepultado San Wacio. El moderno Ayasma Kapussi será quizás una reminiscencia de dicho histórico lugar.
  • 8. IGLESIAS DE CONSTANTINOPLA DEDICADAS A SAN ACACIO N la misma ciudad de Constantinopla creció rápidamente el culto y la devoción a San Acacio. Poco tiempo después de su muerte, en el mismo sitio donde se hallaban los despojos mortales del mártir, se edificó un santuario en su honor. Tuvo lugar probablemente cuando Cons- tantino el Grande, en 330. ensanchó el perímetro de su nueva capital. Con esta reforma, el Zeugma quedó incluido en el recinto de la ciudad y se le- vantó una pequeña iglesia, la primera edificada en honor del mártir ea- padocio, en el lugar de su tumba. El historiador griego del siglo V, Sócrates, atestigua la existencia de este santuario en el reinado de Area- dio (395-408). suministrándonos interesantes informes sobre este asunto. «H ay en Constantinopla — dice— un gran edificio llamado Karya. En el patio de este edificio hay. en efecto, un nogal ( D endroukaroia), del cual, según dicen, fué suspendido el mártir Acacio para ser ejecutado. Por este motivo, junto a este árbol, se ha erigido un oratorio». En las Actas de San Acacio no consta que fuese suspendido de un árbol al ser consumado su martirio; la tradición popular, trasladada por Sócrates, habrá confundido a San Acacio de Capadocia con su homónimo de Milcto. mártir en tiempo de Licinio (308-311) y cuya fiesta se celebra el 28 de julio. Los documentos acreditan verdaderamente que este último estuvo colgado de un árbol para sufrir su martirio. El emperador Arcadio acudía con frecuencia al santuario de Karya para cumplir en él sus devociones. Un día, en los primeros años del siglo V. apenas había salido el soberano de las inmediaciones de la iglesia, cuando, cu presencia de la inmensa muchedumbre que había acudido al santuario, ávida de ver al rey y su cortejo, se derrumbó el gran edificio que rodeaba al oratorio, causando muy probablemente la ruina de este último, pero sin que ocurriera, afortunadamente, ninguna desgracia personal. Como movidos por un resorte, todos los pechos de aquellos centenares de espectadores v i- braron al unísono y lanzaron un grito de admiración atribuyendo a la ora- i'ión del emperador la proteción del cielo sobre aquella muchedumbre. El santuario de Karya fué restaurado con magnificencia casi dos siglos después, en tiempo de ios emperadores Justino I I (565-578) y Tiberio (578-582). Otra iglesia había en Constantinopla dedicada al mártir San Acacio, de mayores dimensiones y de mayor celebridad en los anales de la historia que la de Stavrión. Su emplazamiento estaba junto al mar de Mármara, proba- blemente en el barrio que en la actualidad, se llama de Kuin Kapu. en la vieja Estambul. Según varios historiadores bizantinos la mandaría construir el emperador Constantino el Grande. Con este motivo trasladaron las re-
  • 9. li>|uias de San Acacio del oratorio de Karya al nuevo templo, conocido con i l nombre de San Acacio de H e-btascalón. En tiempo del emperador Basilio t-l Macedónico (siglo IX ) fué restaurado este magnífico edificio. CULTO Y RELIQUIAS DE SAN ACACIO E L culto de San Acacio ha sido siempre muy popular en Oriente. Este mártir capadocio es mencionado el 7 ó el 8 de mayo, no solamente por Ies mcnologios griegos, sino también por los calendarios siríacos y armenios. Fueron sin duda los cruzados los que dieron a conocer este culto en la Europa occidental. San Acacio es contado, con San Gregorio y San Blas, en el número de los Catorce Santos Auxiliadores. Verdad es que en las listas de estos Santos de muy eficaz valimiento contra determinados males se confunde a veces a San Acacio de Bizancio con alguno de los numerosos santos del mismo nombre, todos ellos muv venerados también; es. sin embargo, muy cierto que se trata del soldado de Capadocia martirizado en Bizancio, a principios del siglo IV En los países en que se conserva su culto. San Acacio es especialmente invocado por los agonizantes. La ciudad de Esquiladle, en Calabria, tiene por patrón a San Acacio de Bizancio y guarda con ainor. desde hace varios siglos, reliquias insignes y el mismo cuerpo del mártir. También en España se tributa culto a este santo mártir, y poseen reli- quias suyas las iglesias de Avila y Cuenca. El martirologio romano, con fecha 8 de mayo, menciona el martirio del soldado de Capadocia; en este mismo día o en el precedente, las Iglesias de Occidente y de Oriente celebran la fiesta de San Acacio de Bizancio. S A N T O R A L Si<n Acacio, soldado y mártir. La Aparición de San Miguel Arcángel en el monte i ¡árgano. Nuestra S. ñrra <’e la Antigua y de los Desampararlos. Santos ílnnifacio IV , papa, Vicior, mártir; Desiderato, Virón. Dionisio. Pedro y Kladio, obispos; Aureliano, obispo <le Limoges Godón, obispo de M etz; Aurelio, obispo de Armenia Gibriano, presbítero; Muchos mártires en Constantinopla. ‘ Santa Aglae, penitente, esposa de San Bonifacio, mártir (véase 14 mayo. pág. 150).