El documento discute el riesgo de una nueva crisis financiera en países emergentes debido a los cambios en las políticas monetarias de países desarrollados como Estados Unidos. Algunos países emergentes ya están experimentando salidas de capitales que han hundido sus bolsas y monedas. Sin embargo, la situación actual es diferente a crisis anteriores debido a que los países emergentes ahora tienen mayores reservas, menor deuda externa y los bancos tienen menor exposición a estos países. Aunque algunas economías más vulnerables podrían verse afectadas
¿Otra crisis de los países emergentes? (Versión larga)
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¿Otra crisis de los países emergentes?
Manfred Nolte
Entre los varios temas objeto de debate en la cumbre del G20 celebrada el
pasado fin de semana en San Petesburgo, el relativo a los virajes de las políticas
monetarias de los países occidentales destaca por haber acaparado el máximo
nivel de atención. Y ello no solo por la incidencia que tales movimientos pueden
tener sobre la tibia recuperación de la economía europea sino también y sobre
todo por su influencia sobre otras áreas emergentes del planeta.
El punto clave radica en la forma de minimizar el impacto global, -el contagio
global-, cuando los principales países desarrollados abandonen de golpe o
gradualmente los programas de actuación „no convencionales‟ adoptados por
sus bancos centrales, induciendo a flujos de capitales salientes en los países
afectados, presionando negativamente sobre sus monedas. Los inversores
comienzan a valorar algo absolutamente impensable tan solo unos meses atrás:
que el Asia emergente, Latinoamérica –y con ellos el resto del club de los
BRICs- pudiera enfrentarse a una nueva crisis financiera. El „tapering‟ o rebaja
de la flexibilización cuantitativa anunciada por la FED americana encabeza la
cadena de acciones a las que tal vez puedan engancharse otros bancos centrales
como el del Reino Unido y en menor medida el Banco central europeo. Mario
Draghi, cauteloso acerca de la recuperación de la eurozona, acaba de reafirmar
el compromiso de la entidad que preside para mantener los tipos de interés
bajos –e incluso a recortarlos- durante un „prolongado lapso de tiempo‟
apartándose de su tradición de no comprometerse con movimientos futuros y
adoptando el estilo de moda de la „forward guidance‟, una guía orientativa de
actuaciones de medio plazo. Claro que los halcones alemanes acechan para
acotar cualquier desmán que se aleje de sus cánones de ortodoxia.
El mero anuncio previsto por la FED para este mes de setiembre de un recorte
del programa de compras masivas de bonos americanos con la consecuencia
inmediata del tensionamiento de sus tipos de interés está contribuyendo al
éxodo de capitales de un buen número de economías dinámicas de renta media,
hundiendo sus bolsas y depreciando drásticamente sus monedas. Sus reservas
centrales se abaten y a la larga la reversión de los flujos de capitales con salidas
masivas hacia los países centrales puede tener en los países afectados serias
consecuencias de naturaleza deflacionista. Incluso el recorte súbito del stock de
reservas puede acarrear la suspensión de pagos –„sudden stop‟- del país
afectado. A ello se debe agregar el recorte experimentado en el crecimiento del
coloso chino, de aproximadamente dos puntos porcentuales de PIB, una
magnitud significativa dado el impacto comercial de la potencia asiática sobre el
resto del planeta. No soplan, en consecuencia, vientos favorables para estas
economías.
Esta dinámica no es nueva y tiene antecedentes en la última década del siglo
pasado y sus espectaculares devaluaciones cambiarias. La crisis mexicana de
1994-95, la crisis financiera asiática de 1997 y la crisis rusa de 1998, todas ellas
fueron precedidas de una inflexión en la política monetaria americana en la que
la FED duplicó sus tipos de interés hasta el seis por ciento a principios de 1995
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desde un tres por ciento a principios de 1994. Los flujos especulativos dirigidos
hacia los mercados emergentes que crearon inversiones altamente apalancadas
y financiaron „booms‟ con un gasto tan extraordinario como inestable ,
provocaron graves crisis con el recorte y retirada del dinero caliente.
La pregunta del millón es la siguiente:¿Encaran los países emergentes un serio
riesgo de crisis? Y en su caso, desatada la misma, por efecto contagio, ¿puede
extenderse al resto de la economía mundial? La respuesta es una negativa
prudente, aunque el incumplimiento de este diagnóstico, si las circunstancias
cambiasen, podría acarrear consecuencias desastrosas. La justificación de esta
postura reside en dos circunstancias básicas que distinguen la situación actual
de la de los años 1990 y siguientes.
La primera se basa en que los saldos de balanza por cuenta corriente de los
países emergentes son hoy menos deficitarios que entonces. El ratio de reservas
internacionales relativo a PIB y al número de meses de importaciones de
cobertura es más favorable. El cociente de deuda externa a PIB es igualmente
más bajo y está expresado en un mayor porcentaje de moneda doméstica. Las
consecuencias del impacto serían menores y una devaluación incentivaría su
balanza comercial facilitando su recuperación a medio plazo.
La segunda se basa en que las posiciones de la gran banca internacional en estos
países son en la actualidad mucho más reducidas. Aunque la proporción de
riesgo emergentes a total activos sigue siendo en muchas entidades financieras
mas alta de lo deseable, no llega a los niveles estratosféricos de 2005. En su
consecuencia, parece descartado el riesgo financiero de insolvencia en el
segmento bancario.
De producirse algo similar a una crisis, probablemente afectaría a algunas
economías más vulnerables de forma restringida. Aunque el contagio siempre es
posible, los fundamentos más fuertes del resto de países emergentes, y la
relativa solvencia financiera de occidente deberían poder mitigar los riesgos
citados.
El anuncio del fin de la relajación monetaria por parte de Ben Bernake ha
servido –como señala Dani Rodrik- para recordar que el meteórico crecimiento
de los países emergentes en los últimos años era transitorio e insostenible,
basado en el dinero barato y los altos precios de las materias primas, y no en
una dinámica interna sólida que apoyase el crecimiento sostenido. “Pero
igualmente no debemos hacer una sobrecorrección y pensar que los mercados
emergentes se van por el sumidero”, aclara Rodrik.