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El ‘Tea Party’ alemán.
Manfred Nolte.
„El noble experimento del Euro‟, como lo conceptuó Alan Greenspan, puede
venirse abajo. El sueño europeo se desvanece. Esta Europa ya no funciona. De la
fragmentación y bipolarización actual cabe temer la desintegración de mañana.
Por sus préstamos, las empresas españolas pagan un 35% más que las de la
eurozona y un 77% más que las alemanas. La Republica Federal se refinancia de
forma casi gratuita mientras España dedica al servicio de la deuda más que a
partidas presupuestarias de carácter básico. Los países rescatados realizan
recortes draconianos pero los del norte no responden en justa reciprocidad
aceptando una inflación diferencial y adoptando medidas de expansión fiscal
que estimulen la demanda de aquellos. Los países centrales no asumen en pie
de igualdad a los periféricos. De concebirse como una asociación entre Estados
paritarios, la Eurozona se ha transformado en una relación entre acreedores y
deudores donde los primeros dictan los términos de la convivencia a estos
últimos. La tecnocracia comunitaria –Comisión, Parlamento, Tribunal de
Justicia- no halla eco en los Órganos de decisión Políticos –Consejo Europeo y
Eurogrupo- que resuelven en términos de sus respectivas representaciones y
conveniencias nacionales. Occidente ha proclamado la austerofobia, pero
Alemania sostiene que solo en sus recetas es posible hallar los infalibles
remedios de la sostenibilidad. Reinventar una sola y única Europa, he ahí el
dilema.
En estas circunstancias, y como cabía prever, la fiebre electoral desatada por los
comicios federales alemanes del 22 de Setiembre próximo, amenaza con
acentuar la delicada salud del enfermo europeo. En ocasiones la fiebre es
pasajera y benéfica pero en otras produce delirios que son el síntoma y preludio
de males mayores. En esta dualidad deberá resolverse la iniciativa que responde
al título de esta columna.
„Alternativa para Alemania‟ (ApA) es el nombre del recién surgido partido
político alemán que celebró en Berlín el pasado 14 de abril su congreso
fundacional. Desgajado de las filas merkelianas y ubicado muy a su derecha con
un destacado grupo de economistas e intelectuales militantes del
euroescepticismo, su deriva ideológica lo ha conducido a erigirse en un partido
anti-euro (Auf Wiedersehen, Euro: Hasta la vista, Euro), un movimiento tipo
„tea party‟ a la alemana de cierta querencia populista, defensor de un
paleolibertarismo que promete someter a la irrefutable sabiduría y eficiencia de
los mercados todos los ámbitos de la actividad económica y que cuenta con un
segmento de votantes no exiguo entre los que se manifiestan hartos de sufragar
las pérdidas del indolente sur europeo y los que añoran aquellos tiempos
mejores en los que ondeaba pletórica sobre Alemania la enseña del marco.
Su breve programa electoral proclama el desembarco de la moneda única pero
no de la Europa de los 27 con un mercado interior floreciente, preservando su
conquista más emblemática: la libre circulación de bienes, trabajo, capitales y
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servicios. Como es el caso de Gran Bretaña, Alemania formaría parte de la
Unión Europea sin serlo del área euro.
Otro enunciado del programa envuelve una promesa envenenada: tras
desmontar la burocracia bruselense y modificar generosamente los tratados, se
procedería a quitas sustantivas en la deudas de los países periféricos para
posibilitar la puesta a cero de los contadores económicos de los socios de una
nueva Europa. La contradicción reside en otras manifestaciones según las
cuales “Alemania exigirá el derecho al desembarco del euro, mediante el
bloqueo y veto de cualquier nueva iniciativa de ayuda abordada por el
Mecanismo de Estabilidad Europeo”. O la que aclara que “los costes de los
rescates no se realizarán en lo sucesivo a cargo del contribuyente sino
directamente por los agentes afectados, Bancos y grandes depositantes”.
Días atrás el billonario Georges Soros ha atizado el fuego del fiasco europeo,
animando a Alemania a que, de no ponerse a la cabeza de la manifestación,
estimulando su propia economía y admitiendo de una vez por todas la
mutualización de las deudas europeas a través de la emisión de eurobonos,
abandone unilateralmente el euro. Es obvio que la opción de los eurobonos
produciría resultados milagrosos aunque no condujese a la curación total. Pero
Alemania no quiere ni oír hablar del tema.
La opción eurobonos es tan crítica que, en su ausencia, aunque Alemania
decidiera irse, España, por ejemplo, debería seguir deflactando su economía
entre un 22 y un 24% en relación a la media de la nueva eurozona, según un
reciente estudio de Goldman Sachs. De modo que la reintroducción del marco,
no resolvería de golpe los problemas estructurales y de competitividad del sur,
aunque les otorgaría el oxígeno puntual que están reclamando a gritos. Al
depreciarse el euro los países deudores ganarían competitividad, su servicio de
la deuda se aliviaría hasta niveles similares a los del Reino Unido, el sistema
bancario consolidaría posiciones, se estimularía la inversión exterior y
naturalmente las exportaciones de bienes y servicios y el paro iniciaría su senda
de recuperación.
Pero nada hace pensar que Alemania vaya a mudarse al marco y abandonar la
colonización económica del viejo continente. A Alemania le va demasiado bien
con el euro como lo revelan todos los fundamentos de su economía. Más bien el
problema radica en la capacidad de ApA para obtener escaños, lo que conduciría
a un endurecimiento de la política europeísta de Alemania. Si esta se viese
forzada a elegir entre asumir la emisión de eurobonos o abandonar el euro,
probablemente elegiría lo segundo. Pero eso resultaría un cebo electoral para
ApA, de modo que la mera participación del nuevo partido en la campaña
electoral obliga a los mayoritarios a radicalizar posiciones para evitar el
sangrado de votos a favor de la recién estrenada formación.
Y esa es una pésima noticia para España, para los periféricos y para el
tambaleante proyecto europeo.