1. El confuso liderazgo de Alemania
Manfred Nolte
Hace unos meses, Sebastian Dullien y Ulrike Gurot rescataron en un sugerente
ensayo el término ‘Ordoliberalismo’ para explicar el indiscutible dominio que de
la mano de esta doctrina ejerce la locomotora alemana en los modos de
interpretar y combatir el enojoso asunto de la crisis en Europa.
Guste o no, las cosas se hacen y van a seguir haciéndose a su manera, muy por
encima de simples conveniencias o meras complacencias intelectuales. A Berlín
no le importa ser la voz hegemónica del viejo continente, ya que cree a pies
juntillas que es su responsabilidad histórica avalada por una recurrente pauta
de éxitos económicos. Las banderas de la disciplina, el equilibrio fiscal y la
temperancia están llamadas a ondear en el edificio de una construcción estable
de la Unión Europea. La plataforma moralizante de la austeridad queda fuera de
toda posible negociación debido a su valor estabilizador, por ser la antecámara
de todas las eficacias.
El ordoliberalismo surge en 1930 en la Universidad de Friburgo dando origen a
la escuela del mismo nombre de la mano de economistas como Walter Eucken, y
Leonhard Miksch a los que se uniría Ludwig Erhard, canciller federal entre 1963
y 1966 y padre del milagro económico alemán. Constituye una rama del
pensamiento neoclásico con una fuerte influencia de las ‘expectativas racionales’
de los mercados, a medio camino del socialismo duro de la planificación central
y aquel otro ‘laissez-faire’ carente de rostro humano.
Paulatinamente ha ido derivando hacia el concepto de ‘economía social de
mercado’ (‘soziale Marktwitschaft’) rescatando valores sociales anclados en la
ética y el bien común –disciplina, ahorro, emprendimiento- junto a la defensa
de las libertades individuales, en un Estado social tutelar que impedida
monopolios y posiciones dominantes distorsionadoras del libre mercado,
aunque nunca se confunda con el ideario keynesiano. En palabras de sus
fundadores, ‘el orden del mercado representa al orden ético’.
Aplicado al fiasco europeo, todo adquiere una desagradable naturalidad. En su
particular enfoque para rescatar el Euro, aún siendo el primer contribuyente en
todos los programas, Alemania bloquea sistemáticamente cualquier solución
constructiva que se proponga, por ser contraria a sus santos principios o
simplemente por albergar la sospecha de serlo.
La Unión bancaria -que tanto conviene a España- podría ser ilegal, y en todo
caso se retrasa. En ello están los leguleyos de la Comisión europea, pendientes
de un informe supersecreto. El programa de liquidez ilimitada (LTRO)
abordado por Draghi en dos ocasiones hasta inyectar un billón de euros en las
arcas de los bancos periféricos también cuenta con importantes interrogantes.
Lo mismo que la pretendida intervención en el mercado secundario de bonos
del BCE (OMT), por mucho que su Presidente lo haya condicionado a la firma
previa de un memorando y al cumplimiento de un rosario de medidas
adicionales de austeridad. El antiguo jefe del Banco de Italia ha tenido que
personarse ante los parlamentarios alemanes para jurarles que las cosas no son
lo que aparentan, que lo primero es la estabilidad, la condicionalidad y la
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2. independencia del Organismo. Jens Weidmann, el Presidente del Buba, no le
cree.
Por supuesto, aunque así se haya acordado por el Consejo Europeo el 28 de
Junio, junto a Holanda y Finlandia, Berlín se desmarca de la posibilidad de que
el Fondo de rescate permanente (MEDE) pueda recapitalizar directamente a los
sistemas bancarios español e irlandés. Las nuevas ayudas que se presten a
países en necesidad, deberán someterse al filtro del Parlamento alemán,
siempre con el visto bueno del tribunal de Karlsruhe que ha fijado el límite de
desembolsos del País en 190.000 millones de euros.
Incluso el recién constituido fondo de rescate (MEDE) podría ser ilícito, aunque
en este caso responda a una iniciativa del parlamentario irlandés Prigle ante la
Corte Europea de Justicia, que Alemania no ve con malos ojos. Y sobre todas las
cosas como ya ha dejado claro el ministro Schäuble, cualquier incursión en el
mar minado de la construcción europea –‘más Europa’- estará sujeto al
veredicto del Constitucional y en su caso del Tratado de Lisboa.
Encuestas recientes muestran que la opinión pública alemana rechaza -77%- la
idea de una mayor integración, con un 51% de ciudadanos que preferirían
abandonar la Eurozona. En general un 70% está harto de la crisis y el mismo
porcentaje rechaza unos ‘Estados Unidos de Europa’ una propuesta arriesgada
en la voz disidente de su ministro de exteriores Guido Westerwelle.
La moraleja de la historia, sin embargo, es que, mientras a Alemania la crisis le
financia gratuitamente sus emisiones soberanas, y sus reservas exteriores estén
a reventar, a España la medicina ordoliberal le está sentando bastante mal.
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