1. En el Perú ¿De qué meritocracia hablamos?
La palabra meritocracia fue acuñada por el sociólogo inglés Michael Young en 1958. En
su novela futurista “El ascenso de la meritocracia”,Young quiso darle a esta palabra un
sentido peyorativo, sarcástico, donde el éxito depende de la posesión de ciertas
habilidades mentales; donde el sistema educativo selecciona a los ganadores y descarta
a los perdedores; y donde esta minoría convertida ya en una aristocracia arrogante,
convencida de sus merecimientos, es derrocada violentamente.
Con el transcurrir de los años la palabra meritocracia asumió paulatinamente una
connotación distinta, casi opuesta a la originaria; a tal punto que se convirtió en un
sinónimo de igualdad de oportunidades. Una estructura meritocrática denota un sistema
abierto, sin privilegios heredados, ni favoritismos de ningún orden. Actualmente los
políticos que quieren aparecer como justos e independientes, pregonan a los cuatro
vientos su compromiso inquebrantable con la meritocracia; es decir, con el mérito
individual como único criterio para la selección y designación de los funcionarios y
empleados públicos.
La meritocracia es un fundamento ideológico y su aceptación por la sociedad en general
justifica las desigualdades sociales. El que vale triunfa y el que fracasa es por su
culpa. Las diferencias en beneficios y oportunidades son justas porque reflejan distintas
capacidades y actitudes de los individuos frente al mundo de la empresa. Los mejores
tienen más y los peores, aquellos que fracasan en el régimen meritocrático, deben de
conformarse con poco o nada; es la justa medida entre esforzarse y ser conformista.
Como lo manifestó en su libro Michael Young, la meritocracia era el cumplimiento del
sueño tecnocrático del siglo XIX en que con el tiempo se instalaría en las esferas del
poder de las sociedades una ingeniería social que resolvería los problemas económicos
y sociales, de modo similar a como los ingenieros ya resolvían los problemas de
construcción de puentes, edificios, etc. de una manera técnica.
Gobiernos como el de Singapur o Finlandia utilizan estándares meritocráticos para la
elección de autoridades. Un modelo próximo a la meritocracia puede ser la jerarquía
militar en la cual teóricamente los puestos se obtienen de acuerdo a reglamentos
claramente establecidos y méritos propios de la profesión castrense; claro está que nos
referimos a otros países porque en el nuestro para nada es así.
Pero una cosa es la asignación de cargos en base al mérito individual, y otra muy distinta
la consolidación de un grupo de poder invencible y arrogante que considera que merece
todos los privilegios de una nación. Al contrario de quienes por mucho tiempo lucraban del
nepotismo, el nuevo grupo de poder cree firmemente que la moralidad está de su lado;
son los abanderados, ellos y nadie más.
La meritocracia es algo deseable, pero muy difícil de conseguir. Todos queremos que los
mejores ocupen los puestos más importantes de la sociedad. Eso nos beneficiaría a
todos. Nadie en su sano juicio puede oponerse a ello. Además, la mayoría ve justo que
aquellos que saben más cobren más y que disfruten de algunos privilegios superiores al
promedio. Las ventajas de una verdadera meritocracia serian, entre otras, las siguientes.
- En primer lugar, mejoraría inevitablemente la calidad de la enseñanza, pues muchos
estudiantes tendrían mayores incentivos para obtener buenos resultados en las
evaluaciones.
- Se incrementaría la cantidad de profesionales que realicen cursos de post grado como
maestrías y doctorados, sabiendo que esto significaría mayores ingresos y posibilidades.
- Mejoraría considerablemente la calidad del personal de las administración pública, ya
que los cargos estarían ocupados por personas con vocación comprobada y buena
preparación profesional.
2. - A los cargos burocráticos de alto nivel solo accederían aquellos profesionales que
demuestren compromiso público y que hayan seguido perfeccionando sus capacidades y
habilidades propias de la función.
- Predominaría la sensatez en el uso de los recursos públicos porque habría un control
más eficiente de los recursos del estado.
- Disminuiría el nivel de vinculación entre los funcionarios políticos y el personal de
carrera, y se acrecentaría, por parte de estos últimos, el cuidado de no sumar un
antecedente negativo que pudiera disminuir las posibilidades de obtener ascensos en el
futuro.
- Crecería la confianza de los ciudadanos en las instituciones públicas. Ya no sería
necesario asociar a quienes trabajan en las entidades públicas con personas designadas
a dedo por los políticos de turno; al contrario, se vería en ellos a personas que ocupan un
lugar en base al esfuerzo realizado para ocupar ese puesto.
Lastimosamente en nuestro país la palabra meritocracia, muy usada en los últimos años,
especialmente por el actual régimen, está muy devaluada y carece de interés para
quienes está dirigida.
La Meritocracia es solo una justificación ideológica de desigualdades sociales que nada
tienen que ver con la capacidad de las personas, sino con la pertenencia a cierto grupo
que ha conseguido su poder o una posición privilegiada gracias a comportamientos poco
éticos. Puede que resulte deseable vivir en una meritocracia, pero nuestra realidad nos
dice que en nuestro país estamos muy lejos de conseguir algo que se acerque a un
sistema donde los mejores ocupen los puestos más relevantes
En nuestra patria, los grupos de poder han ido ganando espacios de impunidad; Es harto
conocido que en la toma de decisiones se legitima el uso del fraude, del engaño, de la
corrupción, del robo, como medios perfectamente válidos en la carrera profesional por
llegar aún más alto, por ascender en la escala social y de los más ricos. Aquí para nada
importa los escrúpulos. En nuestro país predomina el clientelismo político y la coima; Al
diablo con los méritos.
En los últimos días, a raíz de la promulgación de la ley de la Reforma Magisterial, la
Ministra de Educación, la arequipeña Patricia Salas, ha salido a pregonar lo importante de
la meritocracia en su sector, y lo altamente beneficioso para el magisterio y la nación. En
Educación hay algo que siempre se dice y que tiene vigencia hoy más que nunca: Hay
que predicar con el ejemplo. Lo primero que debería hacer el presidente Ollanta Humala
es convocar a concurso nacional para ocupar el cargo de Ministro de Educación. Nos
gustaría ver a Patricia Salas, sin la recomendación del Presidente Regional y sin el apoyo
del CEN del SUTEP, postulando al cargo que hoy usufructúa, sin los méritos necesarios.
Nos gustaría ver a todos los congresistas siendo evaluados en su producción de leyes y
asistencia, a ver si han hecho méritos para seguir en el cargo encomendado.
Nos gustaría ver al omnipotente Luis Miguel Castilla, Ministro de economía, siendo
evaluado por las amas de casa que concurren semanalmente al mercado, para ver si
tiene méritos para continuar en el cargo; más allá de pagar puntualmente la deuda
externa que es lo único que parece importarle.
Es muy cierto cuando el ciudadano de a pie afirma que la meritocracia es solo para los de
abajo, de otro modo jamás hubiéramos visto a tanto personaje indeseable ocupando
cargos importantes para la nación y lo único que hicieron fue buscar su propio beneficio.
Recordemos que en el año 2000, el congresista Gerardo Cruz Saavedra
Mesones juramentó diciendo "¡Por Dios y por la plata!"; También hubo muchas
autoridades que hicieron el mismo juramento. El ex presidente Alan García, con todo
desparpajo dijo: “…LA PLATA LLEGA SOLA”. Es obvio que en la Administración Pública
para nada cuenta los méritos, solo cuenta la lealtad política y los intereses de grupo.
Queda claro entonces que no se puede servir a Dios y al diablo al mismo tiempo.