1. Las cosas por su nombre: violación de derechos humanos en democracia(*)
Autor/es: Por Grillo, Iride Isabel María.
ED, 246-800 [Publicado en 2012]
Los actuales tiempos sociales y el estado social del que debemos hacernos cargo como protagonistas
de nuestra propia historia nos imponen a los ciudadanos, y con mayor grado de responsabilidad a las
autoridades constituidas, la revisión de conductas individuales y colectivas respecto del estado de
situación de los derechos humanos en plena democracia.
De no hacernos cargo, transformando el discurso en acción y la acción en resultados eficientes, la
situación continuará agravándose y las responsabilidades cívicas y políticas tarde o temprano llegarán
para todos y cada uno de los responsables, la realidad que no miente y la historia que siempre enseña así
lo demuestran día a día.
A veintiocho años del restablecimiento de la democracia que tanta sangre nos costó a los argentinos y
latinoamericanos, y que debe ser parte de nuestra memoria activa para no volver nunca más a instancias
dolorosas y oscuras de dictaduras, golpes de Estado y gobiernos de facto, existen hoy, en democracia,
graves violaciones a los derechos humanos que debemos primero reconocer y luego encarar el desafío de
revertirlas.
Igualar condiciones para el bienestar del mayor número
Es bueno tener presente que la democracia como modelo de sistema político y como sistema social se
identifica con la igualdad de condiciones para el bienestar del mayor número de los integrantes de esa
sociedad, tomando conciencia de que el bienestar de cada uno está condicionado por el bienestar de todos
y viceversa y de que todos, sin excepción por ser titulares del poder soberano, debemos contribuir a que
así sea.
Se trata de igualar a desiguales, en dignidad y derechos, reconociendo las legítimas diferencias que
necesariamente integran el concepto de igualdad, tomando conciencia de la importancia que tiene el
conocimiento de nuestros derechos y de nuestros deberes y responsabilidades, como ciudadanos,
dirigentes y autoridades.
De igualar condiciones facilitando el acceso a los recursos y bienes, a la educación, a la salud, a la
seguridad, a la justicia, a los cargos públicos, creando dichas condiciones a través de políticas públicas
que se decidan democráticamente en el ámbito legislativo y que se cumplan eficazmente en los ámbitos
ejecutivo y judicial, bajo el necesario control de gestión ciudadano, sin el cual la democracia abierta y
participativa no es posible ni realizable.
El sistema democrático reconoce distintas herramientas para el logro de tal cometido que debemos
conocer y ejercer sin restricciones arbitrarias, porque cada claudicación que hacemos por acción u
omisión significa un retroceso en el aprendizaje de las libertades públicas y privadas.
El primer guardián del sistema democrático es el ciudadano –a no dudarlo– y el respeto a los derechos
humanos requiere de la adopción de actitudes coherentes vinculadas con la elección de una forma de vida
que nos hemos instituido como legítima y que se vincula con modos de pensar, de sentir, de decir y de
hacer. Al cómo queremos vivir juntos.
La libertad de expresión que estoy ejerciendo al formular estas reflexiones, así como la libertad de
prensa y el derecho a la información, constituyen piedras angulares para el sostenimiento del orden social
y político democrático, de cuya defensa, como sus legítimos centinelas, debemos estar atentos.
El conocimiento, capacitación e idoneidad en materia de derechos humanos por parte de los
funcionarios públicos, como por parte de la ciudadanía, debe constituirse necesariamente en una política
de estado; si ello no acontece así, asistiremos a una democracia nominal o, peor aún, a un disfraz de
democracia que no merecemos nosotros, los que hoy estamos, ni las generaciones que nos precedieron ni
tampoco los que vendrán, para interrogarnos con razón, respecto a qué hicimos en su defensa.
El siglo XXI: tiempo de los derechos humanos
y de la justicia
Desde distintos ámbitos, académicos, institucionales y sociales, el siglo que estamos transitando ha
sido calificado como el siglo de la justicia y de los derechos humanos, por eso debemos capacitarnos y
entrenarnos responsablemente en su concreción. Los derechos humanos han sido reconocidos con rango
constitucional supremo en nuestra patria argentina y latinoamericana y en la mayor parte del planeta, este
reconocimiento fue el resultado de luchas y muchas vidas. Nos costó tanto y cuesta aún más su
realización por la fragilidad que revisten y por los intereses que afectan. Lo peor que puede pasarnos es
que los derechos humanos se queden en una declaración de principios y allí radica nuestro desafío hoy.
Su conocimiento no debe ser patrimonio de abogados y jueces, sino que debe universalizarse para que
tomemos cabal conciencia de su importancia, y esta misión compete a quienes tenemos mayores
responsabilidades, especialmente en cuanto a docencia, difusión y concientización, por haber sido
capacitados en la temática con el esfuerzo de nuestros mayores.
2. Se trata de eliminar preconceptos y estreñimientos mentales y espirituales en materia de derechos
humanos, avanzando sobre los conceptos constitucionales, reformulando paradigmas, repensándolos y
cuestionándolos, en suma, preparándonos autoridades y ciudadanos, en pos de un nuevo orden social y
político más justo.
El saber como forma de poder
El conocimiento es actualmente reconocido como fuerza productiva de una sociedad, la invisibilidad
de cuestiones tan sensibles a nuestra vida individual y colectiva, tales como la inseguridad y su
contracara; la indigencia e ignorancia que todavía y pese a los avances logrados siguen avergonzándonos;
el infierno de los establecimientos carcelarios y centros de privación de libertad; la situación de los
menores; las instituciones psiquiátricas y sanitarias; las adicciones, que cada vez con mayor intensidad
afectan a vastos sectores de nuestra sociedad y especialmente a los jóvenes, a los niños y más vulnerables;
el flagelo de la inseguridad vial; las cuestiones de género y la trata de personas; la violación y falta de
cuidado de los recursos naturales y bienes culturales, y tantos otros temas que nos exigen en todos los
casos una misma actitud: no adormecernos, no acostumbrarnos, no callarnos.
En todos los casos se trata de revisar conductas, individuales y colectivas, de preguntarnos qué
estamos haciendo desde el lugar en que nos toca estar –ciudadanía y autoridades públicas– y de asumir la
cuota de responsabilidad que nos compete para revertir el estado de cosas sin desconocer los logros
obtenidos y que a veces, por diversas razones, no queremos o no podemos reconocer.
Pasa por tomar conciencia respecto de la importancia que tiene el cumplimiento de las leyes que tanto
nos costó conseguir, y ahora que las tenemos, ¿por qué nos cuesta tanto cumplirlas?
Pasa también por el ejercicio de los necesarios controles, porque la democracia requiere de un conjunto
de garantías que aseguren el cumplimiento de las normas pactadas y la realización de los derechos
humanos como criterios de legitimidad del poder público.
Y por el combate que debemos dar para erradicar el flagelo de la corrupción a través de un poder
judicial independiente, dotado de las necesarias garantías vinculadas con el sistema de nombramiento y
enjuiciamiento y responsabilidad de sus integrantes, a la estabilidad en los cargos, y a la intangibilidad de
sus remuneraciones y autarquía presupuestaria.
De qué se tratan los derechos humanos
Hay una fuerte corriente de descalificación de los derechos humanos, que muchas veces pasa por el
desconocimiento, por la impotencia, por la falta de respuestas, por el descreimiento de vastos sectores de
nuestra sociedad; pero también responde a una tendencia de grupos de poder enquistados en distintos
ámbitos vinculados con el autoritarismo y la intolerancia, que acechan peligrosamente a la democracia.
El rol coordinado de la sociedad civil y del Estado, del que todos formamos parte en el sistema
democrático, es indispensable para entender que la política es una cuestión de conductas que nos compete
e involucra a todos y para reconocer el rol reinvindicador de la política para la realización de los derechos
humanos.
Es necesario abandonar prejuicios y avanzar sobre una verdadera cultura de los derechos humanos que
funde su legitimidad en la verdad y la justicia y oriente su accionar hacia la libertad, igualdad, fraternidad
y paz.
Es también esencial para entender qué son los derechos humanos comprender el concepto de
seguridad, como garantía, protección, amparo, control, disponibilidad, bienestar, libertad y
responsabilidad, no pudiendo concebirse la seguridad sin la libertad que se garantiza con el cumplimiento
de las leyes que democráticamente nos hemos prescripto.
Seguridad no es sinónimo de represión, de tolerancia cero, de mano dura, de criminalización de la
protesta, no es más derecho punitivo. Necesitamos más prevención y más Constitución, no aumento de las
cárceles en condiciones de insalubridad y superpoblación inconmensurables, ni aumento de las penas, no
es ojo por ojo, ni privatización de la justicia como antesala de la injusticia.
Necesitamos aprender y enseñar qué son los derechos humanos, a partir del sentido común, que es el
más sabio de los conocimientos, y del sentimiento de justicia, del que naturalmente todos hemos sido
dotados y que nos permite reconocer una situación justa de otra que no lo es.
Saber que se trata de los atributos y cualidades singulares que permiten identificar y diferenciarnos a
los seres humanos, hombres y mujeres, que tienen que ver con la vida y la dignidad de las personas y que
como tales nos han sido reconocidos y no pueden ser violados, menos aún por el Estado, principal
violador de las normas, y en caso de así acontecer, devendrá el reproche legal y jurisdiccional a través de
los mecanismos previstos al efecto.
Los derechos humanos requieren de una batalla cultural que debemos darla día a día, a veces hasta
contra nosotros mismos, contra los vicios y debilidades que anidan en el corazón de la propia condición
humana, el odio, el miedo, la mentira, la soberbia, el desprecio por nosotros mismos y por los demás, por
el prójimo, por el próximo, y que nos llevan a violarlos, a no reconocerlos y a no defenderlos como
nuestros, porque son nuestros el amor, la vida, la libertad y la igualdad.