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Pseudociencia y pseudoeducación: Una mirada crítica a la academia en
tiempos de pandemia COVID19 (SarsCoV2) en Latinoamérica
Enrique Richard1
y Denise Ilcen Contreras Zapata2
1 Posdoctorado en Informática y Biodiversidad (Univ. de Kansas, USA), Doctor en Ciencias Biológicas (Univ. Nacional de
Cuyo, Argentina), Licenciado en Biología (Univ. Nacional de Tucumán, Argentina). Docente Investigador de la Universidad
Central de Ecuador, Universidad Andina Simón Bolívar (Bolivia) y Universidad Franz Tamayo (Bolivia). Registro Orcid:
https://orcid.org/0000-0002-0061-7807. E-mail chelonos@gmail.com
2 M. Sc. en Salud Pública con mención en Gerencia en Salud (Univ. Mayor de San Andrés, Bolivia). Médico Cirujano (Univ.
Mayor de San Andrés, Bolivia). Candidata a Doctor en Ciencias Pedagógicas por la Universidad Andina Simón Bolívar
(Bolivia). Docente investigador de posgrado, Facultad de Medicina, Universidad Mayor de San Andrés (Bolivia). Profesora
e investigadora en la carrera de medicina de la Universidad San Gregorio de Portoviejo (Ecuador). Registro Orcid:
https://orcid.org/0000-0001-7912-7095. E-mail: dennycz@gmail.com
Cita:
Richard, E. y D.I. Contreras Z. (2021). Pseudociencia y pseudoeducación: Una mirada crítica a la
academia en tiempos de pandemia COVID19 (SarsCoV2) en Latinoamérica. Pp. XX-XX. En: E.
Campechano Escalona y R. Casialpud Canchala (Eds). Una mirada latinoamericana a la pandemia
COVID-19: Reflexiones desde las ciencias sociales y las humanidades. Ed. Uniagustiniana (Cali,
Colombia) y Ed. Univ. César Vallejo (Piura, Perú). ISBN XXX, DOI:
http://dx.doi.org/10.13140/RG.2.2.23739.95521
Recibido 22 de septiembre de 2020
Revisado 18 de diciembre de 2020
Aceptado 18 de febrero de 2021
En prensa (Julio 2021)
Pseudociencia y pseudoeducación: Una mirada crítica a la academia en
tiempos de pandemia COVID19 (SarsCoV2) en Latinoamérica
Enrique Richard1
y Denise Ilcen Contreras Zapata2
1 Posdoctorado en Informática y Biodiversidad (Univ. de Kansas, USA), Doctor en Ciencias Biológicas (Univ. Nacional de
Cuyo, Argentina), Licenciado en Biología (Univ. Nacional de Tucumán, Argentina). Docente Investigador de la Universidad
Central de Ecuador, Universidad Andina Simón Bolívar (Bolivia) y Universidad Franz Tamayo (Bolivia). Registro Orcid:
https://orcid.org/0000-0002-0061-7807. E-mail chelonos@gmail.com
2 M. Sc. en Salud Pública con mención en Gerencia en Salud (Univ. Mayor de San Andrés, Bolivia). Médico Cirujano (Univ.
Mayor de San Andrés, Bolivia). Candidata a Doctor en Ciencias Pedagógicas por la Universidad Andina Simón Bolívar
(Bolivia). Docente investigador de posgrado, Facultad de Medicina, Universidad Mayor de San Andrés (Bolivia). Profesora
e investigadora en la carrera de medicina de la Universidad San Gregorio de Portoviejo (Ecuador). Registro Orcid:
https://orcid.org/0000-0001-7912-7095. E-mail: dennycz@gmail.com
Resumen
La reforma de 1918 y principios dados por la UNESCO propiciaron un perfil de docente investigador
“cantautor” (Con letra y música generada desde la investigación), seguro de sí mismo, integro en
valores y compromiso social. El perfil ideal y competente para motivar el pensamiento crítico,
lógico, epistemológico, el cuestionamiento, la problematización y la verificación: Formar
integralmente al ser humano. Estos logros en algunas universidades (Torres Oscuras) de la región
se fueron diluyendo con el tiempo hasta una situación prereformista, reproduciendo mediocridad
del corpus docente, pactos de mediocridad docente estudiantil, corrupción académica, etc. y
promoviendo una educación replicativa, dogmática, amparada en el principio de autoridad, carente
de valores y de credibilidad. Todo ello traducido en la proliferación de pseudociencias y su
propagación en las aulas, redes sociales y sociedad en general: Pseudoeducación. Los profesionales
formados en este marco transfieren su frustración e imposibilidad de argumentar a patologías
(trolls, haters y síndromes como Dunning Kruger, Procusto, Frankenstein, Kori, Falacia ad hominem
etc.) que se evidenciaron en forma exacerbada en la virtualidad durante la pandemia COVID19. Esta
situación puso en evidencia la urgente necesidad de retomar la mirada crítica de la academia
(Autoridades, docentes y estudiantes) con el fin de volver a los principios reformistas y
posreformistas (UNESCO) que permitan recuperar la credibilidad y confianza social, así como
capitalizar el talento humano legítimo, social y creíble en el corpus docente en un contexto
aristotélico que incluya el logos, el ethos y el pathos (las evidencias, los valores y la empatía) como
parte del discurso.
Palabras claves: Pseudociencia, pseudoeducación, academia, principios reformistas y
postreformistas, comunidad virtual, pandemia COVID19
Abstract
The 1918 reform and principles given by UNESCO led to a profile of research teacher "singer-
songwriter" (with lyrics and music generated by them from research), confident, integrated into
values and social commitment. The ideal and competent profile to motivate critical, logical,
epistemological thinking, questioning, problematization and verification: Integrally train the human
being. These achievements in some universities (Dark Towers) of the region were diluted over time
to a prereformist situation, reproducing mediocrity of the teaching corpus, student teaching
mediocrity pacts, academic corruption, etc. and promoting a replicative, dogmatic education,
armed in the principle of authority, lacking values and credibility. The indicator of all this is the
proliferation of pseudosciences armed by these universities and their spread in classrooms, social
networks and society in general: Pseudo-education. Professionals trained in this framework
transfer their frustrationand inability to argue topathologies (trolls, haters and syndromes such as
Dunning Kruger,Procusto, Frankenstein, Kori, Falacia ad hominem etc.) that were evidenced in an
exacerbated way in virtuality during the COVID19 pandemic. The critical gaze of the academy
(Authorities, teachers and students) is urgently needed in order to return to reformist and post-
reformist principles (UNESCO) to restore credibility and social trust, as well as to capitalize on
legitimate, social and credible human talent in the teaching corpus in an aristotelian context that
includes logos, ethos and pathos (evidence, values and empathy) as part of the discourse.
Keywords: Pseudoscience, pseudo-education, academia, reformist and postreformist principles,
virtual community, COVID19 pandemic
A las Academias genuinas que todavía luchan en la región por sus ideales y valores emergentes de la Reforma de 1918
estimulando su imitación por parte de aquellas (Torres Oscuras) que perdieron su Norte…
Los autores
INTRODUCCIÓN
La ignorancia [del latín ignorare, “no saber”; derivado negativo de la raíz gnō- de (g)noscere, saber]
es un concepto referido a la falta de conocimientos o experiencia y tiene curso común en los
ámbitos filosófico, pedagógico y jurídico. La ignorancia o ausencia de conocimiento, existe desde
que existe la propia humanidad, ya sea como algo voluntario o involuntario. De igual forma la
educación informal o formal existe desde los inicios mismos de la humanidad. La palabra educar
combina prefijo ex-, sacar afuera o externalizar, y ducĕre, por la acción de conducir. La idea de
educar se dirige entonces a promover el desarrollo intelectual y cultural del individuo y sociedad,
los valores éticos, morales de la sociedad y, al mismo tiempo, el aprendizaje de nuevos
conocimientos, destrezas y habilidades (Richard, 2004, 2018). En otras palabras, la educación le da
al individuo el conocimiento y la forma de aplicarlo para tener éxito en la vida y el vivir bien (sensu
Huanacuni, 2010; Richard y Contreras, 2012, 2013). En este sentido, la UNESCO (1999) define como
objetivo universal de la educación la formación de seres humanos íntegros. Luego, todo aquello
que vulnere de una u otra forma las definiciones y/o objetivos consensuados epistemológicamente
para la educación podemos considerarlo pseudoeducación (Pseudo, del griego, falso). Por otro lado,
ciencia es el conocimiento racional, sistemático, exacto, verificable y por ende falible (Bunge, 2000).
Bunge (1985) también identifica cuatro condiciones en la ciencia que la distinguen de la
pseudociencia (Falsa ciencia): “mutabilidad, compatibilidad con los conocimientos existentes,
intersección parcial con alguna otra ciencia, y control por parte de la comunidad científica mediante
la discusión fundamentada. Cualquier pseudociencia, afirma, viola al menos una de estas
condiciones” (cfc. Bunge, 1985, 2010). Acorde con Bunge (2000, 2006) la realidad sólo es posible
conocerla a través de indicadores. De igual forma, si queremos analizarla o cualicuantificarla solo
podremos hacerlo a través de dichos indicadores. En este sentido, el inicio del año 2020 tomó al
mundo por sorpresa con la pandemia provocada por el virus SARS CoV2, responsable de la
denominada COVID19. A raíz de ello, se inició una cuarentena extendida de casi todo el año 2020.
Ello derivó, entre otros, en el hecho de que el sistema educativo se volcara por completo al contexto
virtual. En dicho contexto, las universidades no quedaron excluidas de la situación. Es así que
algunas universidades frente a la coyuntura mostraron la calidad de su corpus docente afrontando
con soltura la docencia virtual y ofreciendo capacitaciones, webinars, conversatorios etc. gratuitos
a la sociedad; mientras que otras a la fecha siguen brillando por su ausencia (Richard, 2020). Por
parte de la sociedad, volcada también a la virtualidad, se pudo apreciar un desmesurado
crecimiento de los síndromes de Dunning Kruger (sensu Kruger y Dunning, 1999), Kori (fide Moyano,
2019), Procusto (sensu Young, 2018) y una proliferación desmesurada de anticiencia (Síndrome de
Frankenstein fide López, 2017) entre otros. Así como manifiestas expresiones de disonancia
cognitiva (Sensu Festinger, 1957). Generando con ello en muchos casos, odio manifiesto, tipificado
bajo la figura de trolls y/o haters (sensu Moyano, 2019), así como supuestas conspiraciones por
doquier (Elster, 2010; Moyano, 2019) etc. Sobre todo, en torno a la problemática de la pandemia,
la existencia del virus SARS COV2, el COVID19, el uso de sustancias tóxicas para combatirlos como
el dióxido de cloro, ivermectina (Goodman y Carmichael, 2020), etc. Estos indicadores manifiestos
en la sociedad y sobre todo en personas con estudios universitarios e incluso con posgrados ponen
en evidencia, sobre todo en Latinoamérica, problemas educativos estructurales y funcionales a
todo nivel, así como el reflejo de dichos problemas en la sociedad (Richard, 2020). Algunas
preguntas que surgen de esto son ¿Por qué, si actualmente tenemos todo el conocimiento al
alcance de la mano, no parece haber racionalidad alguna en la realidad detrás de los indicadores
señalados? ¿Por qué gran parte de la sociedad, escucha y acepta la palabra y opiniones de los
denominados influencers, Youtubers, Vloggers, etc. (sensu Moyano, 2019) de las redes sociales sin
ponerlos al menos en duda? ¿Puede tener la academia algún grado de responsabilidad en todo
ello? En este sentido el objetivo del presente ensayo es analizar algunos de los causales (Hipótesis)
de los problemas citados a partir de indicadores percibidos y proponer soluciones. Pero limitando,
por motivos de espacio, el contexto a la academia y a los países reformistas (Del Mazo, 1941) de la
universidad en Latinoamérica.
DESARROLLO
Comprender la problemática inherente al auge actual de pseudociencias y pseudoeducación
entendidas ambas como carentes de sustento epistemológico alguno; implica necesariamente
remitirse a un análisis de los fundamentos estructurales y funcionales de la Academia desde la
perspectiva histórica. En 1918, en la provincia de Córdoba (Argentina), se gestó el movimiento
reformista de la Universidad Pública que pronto se extendió a toda Latinoamérica, salvo en países
dominados por dictaduras (República Dominicana, Nicaragua, Haití y Paraguay) (Ciria y Sanguinetti,
1962; Tünnermann, 1998; Richard y Suayter, 2006). Dicha reforma fue una reacción de rebeldía
estudiantil principalmente frente a la dogmatización de la enseñanza, principio de autoridad y
mediocridad docente generalizada. Propugnaba a la universidad como un instrumento de cambio
y desarrollo social a todo nivel (Ciria y Sanguinetti, 1962; Mayz, 1984; Richard y Suayter, 2006 inter
aliis). Situación que había sido vislumbrada unos años antes (1913) por José Ingenieros; quien le
dedicara un libro entero y en forma preclara a la mediocridad (Ingenieros, 2000). En palabras de la
propia Reforma de 1918:
Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los
ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y -lo que es peor aún- el lugar en donde
todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las
universidades han llegado a ser así el fiel reflejo de estas sociedades decadentes que se
empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por eso es que la Ciencia,
frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al
servicio burocrático. Cuando en un rapto fugaz abre sus puertas a los altos espíritus es para
arrepentirse luego y hacerles imposible la vida en su recinto. Por eso es que, dentro de
semejante régimen, las fuerzas naturales llevan a mediocrizar la enseñanza, y el
ensanchamiento vital de los organismos universitarios no es el fruto del desarrollo orgánico,
sino el aliento de la periodicidad revolucionaria” (Manifiesto Liminar de 1918, Del Mazo,
1941)
Como consecuencia de aquel movimiento la reforma logró entre otros, la autonomía universitaria,
el cogobierno, la extensión universitaria, el acceso a la docencia por concursos y periodicidad de las
cátedras, la libertad de cátedra, la cátedra paralela y cátedra libre, la asistencia libre a clases
teóricas (ALCT), la gratuidad de la enseñanza y acceso masivo, la investigación vinculada a la
docencia, la inserción de la universidad en la sociedad y rol de la universidad frente a la misma, la
solidaridad latinoamericana e internacional y la unidad obrero-estudiantil (Del Mazo, 1941; Ciria y
Sanguinetti, 1962; Tünnermann 1996, 1998; Ortiz y Scotti, 2018 inter aliis).
Se trataba entonces de combatir la mediocridad y dogmatización de la enseñanza amparada en el
principio de autoridad, a través de docentes competentes que practicaran la investigación como
sostén de la docencia y con libertad de cátedra. Esto permitiría al estudiante elegir con qué docente
pasar una asignatura y la asistencia libre a clases teóricas se convertiría en un claro indicador de
calidad docente. La idea (episteme) detrás de la asistencia libre a clases teóricas (ALCT) era que los
docentes dogmáticos y/o sin cualidades pedagógicas rápidamente se quedarían sin estudiantes
perdiendo su condición de tales. Por otro lado, los concursos docentes periódicos e imparciales
contribuirían al mejoramiento continuo de la academia.
Por otro lado, la ALCT abriría las puertas de la universidad pública a sectores más amplios de
estudiantes, sin consideración de su origen y posición social, y facilitaría en todo lo posible el acceso
de estos sectores a las profesiones y especialidades. Asimismo, permitiría a los estudiantes que
trabajan acceder a una carrera (Del Mazo, 1941; Tünnermann, 1996, 1998; Ciria y Sanguinetti,
1962). En este caso, los estudiantes podrían recuperar los teóricos estudiando luego con sus
compañeros o a través del estudio autodidacta. Con ello, la ALCT se convertiría en el preludio del
concepto actual de universidad abierta (Maiz, 1984). Pero también y no menos importante, sobre
todo desde su condición de pública, a ser inclusiva (fide García-Cano, et al., 2017) en su más amplio
significado.
Sin embargo, la mediocridad enquistada en la academia comenzó a resurgir nuevamente y
expresarse usando la propia autonomía universitaria para sus fines (Mayz, 1984; Richard y Suayter,
2006; Richard et al., 2021, MS). De esta manera y a lo largo de Latinoamérica comenzaron a
aparecer en números crecientes en varias universidades (Las denominaremos “Torres Oscuras”
parafraseando a Stephen King), reformas estatutarias y reglamentarias dirigidas a mantener o
retornar a un status quo de dogmatismo y mediocridad… Entre tales reformas, el retorno de la
asistencia obligatoria a clases teóricas (AOCT) en universidades públicas reformistas de la región,
especialmente en Bolivia y Ecuador (Richard et al., 2021, MS). Con el retorno gradual a la AOCT,
estas instituciones pueden jactarse de tener una gran eficacia y eficiencia frente a los procesos de
evaluación institucional y ránquines universitarios (cfc. Crisci y Apodaca, 2017) y por supuesto en
torno a la evaluación docente mostrando aulas llenas que en teoría serían un indicador calidad del
corpus docente. No se debe olvidar que la eficacia y eficiencia del proceso de enseñanza aprendizaje
(fide CINDA 1990, p. 113), así como la calidad docente, aunque disfrazada y con estadísticas ficticias
emergentes de artilugios como la AOCT, son parámetros importantes para mostrar
institucionalmente en las evaluaciones de algunos de los rankings universitarios (Yoguez, 2009;
Crisci y Apodaca, 2017; Álvarez et al., 2019). Especialmente si la institución flaquea en aspectos
importantes como la investigación científica, impacto de la misma, etc. En este sentido y como se
ha argumentado en párrafos previos; la AOCT además de contribuir a la mediocratización de la
academia, la ampara y la genera en un círculo de retroalimentación positiva. La pandemia COVID19
para las instituciones que vienen implementando la AOCT podría haber sido un espacio y tiempo
de reflexión introspectivo de autocrítica y cambio. Lejos de ello, continuaron sus actividades
académicas llevando la AOCT a la virtualidad exigiendo incluso que los estudiantes tengan sus
cámaras encendidas para un mayor control del docente (Elgueta, 2020)….Olvidando además del
principio reformista de la ALCT, el hecho de que la educación universitaria es un acto volitivo
conforme lo especifican las constituciones respectivas de los países de la región… Obviamente las
consecuencias de la AOCT, las cámaras encendidas y otras formas de control aparecieron
tempranamente. Como lo indican Cea et al., (2020)
El docente hace preguntas y nadie contesta, no ve gestos, no sabe si sus estudiantes están
escuchando, o si siquiera están. No hay nada en la corporalidad del otro que ayude a la
comunicación. En las entrevistas realizadas los y las docentes dicen 'siento angustia', 'es
agotador', 'es frustrante'.
Y es que cuando un docente carece de credibilidad en lo presencial, también carece en lo virtual y
eso se reflejará con carácter de indicador en su capacidad de convocatoria. Ahí radica el
fundamento de la ALCT como principio reformista de la universidad pública.
“…si se adopta la asistencia libre, el alumno interesado en oír a los mejores, no vacilará en
optar por ellos y se producirá, a no dudarlo, una saludable selección. El mal profesor, aun
cuando se encuentre escudado en un nombramiento oficial, tendrá que eliminarse al
producirse el ausentismo y conocer por este medio la tácita pero elocuente expresión del
concepto que merece a sus alumnos” (Del Mazo 1941, p. 47).
La credibilidad del docente entonces es fundamental para cumplir con el objetivo primero y último
de la educación: Formar seres humanos íntegros (UNESCO, 1999, 2017). Un estudiante no cambiará
(Saber ser), si no cree en el interlocutor (Richard, 2017, 2018). En este sentido los principios
reformistas fueron preclaros en cómo conseguir la credibilidad. Efectivamente al imponer la
investigación como función sustantiva de la universidad pública lo que se buscaba era que, a través
de ella el docente, además de mantenerse actualizado, impartiera clases con contenidos propios…
Pero… ¿qué implica esto? En palabras de Richard (2018), que fuera un “cantautor” con letra y
música emergente de sus investigaciones. No por nada la UNESCO (1999) estableció que la
diferencia entre educación superior universitaria y educación superior no universitaria era la
investigación. La idea es que la principal función sustantiva de la academia debe ser la investigación
El perfil investigador implica, además de dominar el conocimiento de área, una gran seguridad
docente desde el punto de vista psicológico. Seguridad que psicológicamente también se traduce
en credibilidad por parte del discente. Es difícil creer en personas inseguras en su discurso. La
credibilidad entonces resulta fundamental para el proceso formativo de seres humanos íntegros
(Delors et al., 1996; UNESCO, 1999; Richard, 2017). Finalizando el siglo XX, el informe de Delors et
al., (1996) promovió en la academia el currículum por competencias. Mismo que, de diferentes
formas, ya venía implementándose en muchas universidades de Latinoamérica (Por ej. Argentina,
Chile, Brasil, Uruguay, etc.). Sin embargo, muchas universidades de la región, o no lo aceptaron
(Hasta hoy) o simplemente lo aplicaron en papel, en la letra muerta. Dando lugar con ello a la
paradoja lógica de las mismas: Nadie puede desarrollar las competencias (Investigación en este
caso) que no posee (Richard, 2018; Contreras y Richard, 2020). Esto debido a que la implementación
de dicho currículum implica no sólo cambiar los currículos en lo formal, sino también exige un perfil
docente coherente con las competencias, con el saber hacer (Delors et al., 1996; Richard 2004,
2006, 2018; UNESCO, 1999 inter aliis).
La virtualidad consecuente de la pandemia sirvió para poner en evidencia justamente la falta de
docentes competentes, “cantautores”, creíbles… Y el indicador más evidente de todo ello fue la
falta de convocatoria a las clases presenciales virtuales en algunos casos y en otros cuando la
asistencia era obligada, la total anuencia, apatía y cámaras apagadas de los estudiantes frente a
docentes sin poder de convocatoria, sin credibilidad (Ramallo, 2020; Elgueta. 2020) …
Lamentablemente, a la fecha estos indicadores siguen sin ser tomados en cuenta… ¿Eso es todo?
No, obviamente no lo es. Es una explicación reduccionista, ya que en esta ecuación no tenemos en
cuenta entre otros factores, que no todos los estudiantes son vocacionales sobre todo actualmente
cuando muchas carreras son elegidas no solo por vocación sino por conveniencia y causas familiares
entre otras… En estos últimos casos probablemente los estudiantes no vocacionales no tengan
interés en escuchar una clase, aunque la dicte un premio Nóbel…
Sin embargo, lo cierto es que el aumento de docentes incompetentes es un hecho en la universidad
pública de la región (Torres Oscuras) y existen claros indicadores de ello (Lizárraga, 2002; Fernández
y Gutiérrez, 2003; Richard, 2006, 2018; Ramallo, 2020). A modo de ejemplo, el propio CEUB (2002)
en Bolivia reconoce que el Sistema Universitario Boliviano “posee pocos recursos humanos de
excelencia”, “Bajo nivel académico” y “Débil infraestructura para la investigación” (Sic).
Complementariamente y tomando en consideración la importancia actual del currículo por
competencias (cfc Leyva et al., 2015); Bravo et al., (2003), indican también que el 87 % de docentes
de las asignaturas “Metodología de la Investigación” y “Taller de Tesis” jamás publicaron un artículo
científico. Consecuentemente… ¿Cómo se espera estimular, fomentar o desarrollar destrezas y
habilidades en investigación si los propios docentes no las tienen? La paradoja de las
competencias… La situación descrita en 1999 llevó al Comité Ejecutivo de la Universidad Boliviana
(CEUB, 1999) a afirmar que más del 70 % de los docentes del sistema universitario, jamás han
ejercido su profesión. En ambos casos tenemos claros indicadores de mediocridad (Fig. 1) o al
menos de no haber puesto en práctica jamás sus competencias. Tales guarismos con carácter de
indicadores, de alguna forma explican por qué en Bolivia y otros países de la región, a nivel de grado
tuvo que implementarse a inicios del siglo XXI modalidades alternativas de graduación a la tesis
(Vide Zambrana, 1999; CEUB, 2011). Modalidades que de ninguna manera sustituyen a la tesis. En
efecto, la tesis de grado es el único examen donde el estudiante demuestra competencias para
resolver problemas aplicando el marco teórico de su profesión (Lo aprendido y aprehendido en
toda su carrera) y en los hechos la gran mayoría de los estudiantes opta por no hacer tesis, al igual
que en otros países de la región (Por ej. Perú, Ecuador, etc.) (Richard, 2018) (Fig. 1). Dicha política,
sumada a la falta de docentes con las competencias necesarias en “Metodología de la
Investigación” y “Taller de Tesis” motivó como ya fuera mencionado, a que la gran mayoría de los
estudiantes de grado a la fecha omitan a la tesis como modalidad de graduación y por tanto a la
única opción de evaluación que demuestra que el estudiante puede resolver un problema de su
profesión aplicando el marco teórico de la misma (Pensum). La única opción que de alguna forma
certifica una competencia en investigación (Richard y Contreras, 2014; Richard, 2018). ¿Pero, esta
medida solucionó el problema? No, definitivamente no… Nuevamente los indicadores son claros
en este sentido. Los graduados al ingresar a los posgrados, especialmente a nivel de maestrías y
doctorado muestran serias falencias para hacer sus tesis y/o investigación sinergizando todavía más
el círculo de mediocratización de la academia (cfc Padilla et al., 2007; Torrico, 2014, inter aliis).
Lógicamente, desarrollar competencias de investigación desde cero en esta etapa de la vida es más
complicado. Sobre todo, cuando el estudiante pasó por un sistema dogmático donde lo que menos
se le enseñó fue lógica y pensamiento crítico, a cuestionar y verificar, entre otros. Todo ello dificulta
en gran medida alcanzar la misión del posgrado en el Sistema Universitario Boliviano, que según el
CEUB (2014) es:
Formar profesionales competentes de alta calidad gestionando programas uní, multi, Inter
y transdisciplinarios para el desempeño profesional, el desarrollo de la investigación y la
interacción social, contribuyendo al desarrollo científico, económico y social del país (CEUB,
2014)
De hecho, la imposibilidad de hacer un trabajo de investigación o tesis en estos posgrados motivó
para los mismos tener que recurrir a servicios de empresas consultoras “non sanctas” que hacen
tesis (Figs 1 y 4) o en algunos casos las propias universidades recurren a la misma estrategia que
usaron en el grado: Instaurar modalidades alternativas de graduación que no incluyan la tesis o
reemplazarla por modalidades no equivalentes a la misma como monografías, proyectos, ideas a
defender, etc. (Richard, 2006, 2018). En ambos casos claros indicadores de un retorno a la situación
prereformista de mediocridad… De cualquier forma, los indicadores de mediocridad de la academia
en el contexto social están cada vez más arraigados. En este marco la sociedad se muestra como
una voz de reclamo frente a la problemática. Lizárraga (2003) por su parte expresa elocuentemente
un argumento más al respecto al indicar que:
…el surgimiento de un “pacto por la mediocridad” entre docentes y estudiantes, en el cual
cada grupo deja actuar al otro, mientras no se inmiscuya en sus propios asuntos. En esta
situación los docentes hacen como que enseñan; y los estudiantes, como que aprenden, sin
cuestionarse el comportamiento de cada uno de ellos. Esto se explica por la existencia de
un fuerte sindicato docente y la existencia de grupos de interés entre los estudiantes que
controlan la representación estudiantil. El sindicato docente determina la existencia del
pacto de mediocridad pues protege a los docentes aún ante rendimientos deficientes.
Además...no están interesados en introducir mecanismos de control de rendimiento
(Lizárraga, 2002)
Los problemas en la administración impiden que la UB pueda cumplir con sus objetivos de
docencia e investigación y producir efectos externos positivos para la sociedad... en la
actualidad la UB produce más efectos negativos que positivos en la sociedad. La reforma
de la educación superior resulta, desde esta óptica, particularmente urgente. (Lizárraga,
2002)
Lo explicitado por Lizárraga (2002) indica claramente que existe una suerte de complicidad docente
estudiantil que contribuye, a la existencia de una AOCT consensuada y en muchos casos,
“premiada” (Soborno, fide Richard et al., 2021, MS) pero tristemente también revela que el
estancamiento académico en muchas universidades públicas (Torres Oscuras) dista mucho de tener
solución… En efecto, la Reforma de 1918 fue motorizada por estudiantes que deseaban aprender,
que querían docentes “cantautores” … La idea era una reforma que propicie el mejoramiento
perpetuo de la institución… Ahora acorde con Lizárraga (2002) existe en muchos casos un pacto de
mediocridad en el cual la misma está consensuada por ambas partes… Docentes y estudiantes...
Todo un círculo de retroalimentación positiva de mediocridad… Obviamente como lo indica
Lizárraga, dada la conveniencia para ambas partes, difícilmente pueda romperse dicho pacto y
retornar a los principios reformistas… Ahora bien ¿Qué sucede si un estudiante o docente no quiere
formar parte de dicho pacto? En el caso de los estudiantes, serán segregados por sus pares y por
los propios docentes como lo indican Fernández y Gutiérrez (2003) en su libro “Universidad
Enferma”. Prácticamente un manifiesto de la mediocridad académica a todo nivel o la apología de
su delito. En el caso de los docentes, normalmente es el gremio docente el que se encarga de buscar
la forma de excluir a los buenos docentes de la academia, muchas veces con la complicidad y apoyo
de los propios estudiantes (Lizárraga, 2002; Richard, 2006). En palabras de Lizárraga (2002):
Con su participación del 50 % (cogobierno), los estudiantes pueden bloquear la admisión
de docentes que para ellos sean incómodos (Lizárraga, 2002)
En este sentido, no debe olvidarse que los buenos docentes son productivos y ponen en evidencia
con ello la mediocridad de los que no lo son, favoreciendo con ello la exclusión de los primeros del
contexto académico (Richard, 2004). De hecho, en la crisis desatada por el COVID19 los despidos
masivos de la academia en muchos casos indicarían que fueron hechos expresamente con la
intención de excluir de la misma y al amparo de la pandemia a los docentes más competentes (Por
ej. La Hora, 2020). Se sabe de universidades que aprovechando la coyuntura de la pandemia
excluyeron a los docentes con doctorado y mayor trayectoria de investigación, dejando en
funciones a los docentes sin posgrados, sin producción, pero afines a las autoridades de
turno…Situación que lamentablemente está reducida al vox populi (Aunque con ejemplos muy
concretos y verificables) en la comunidad virtual. Misma que por lo expuesto, no es ajena a estos
hechos que sin duda contribuyen aún más a la pérdida de credibilidad de la academia (Torres
Oscuras) …
En este marco contextual, las instituciones que reimplantaron la AOCT utilizaron la propia
autonomía otorgada por la Reforma de 1918 en un intento de hacerlo legal y si bien con ello puede
tener visos de legalidad; desde ningún punto de vista puede considerarse legítimo toda vez que se
vulnera los principios epistemológicos de la Reforma a la cual estas instituciones dicen adherir
(Richard et al., 2021, MS). Además, la AOCT adquiere el carácter de “extorsión” al exigirle al
estudiante en forma coercitiva asistir a clases teóricas o perder la asignatura por no hacerlo
(Camacho y Zurita, 2002; Richard, 2020; Richard et al., 2021, MS). En otros casos, además de tener
un carácter obligatorio, existe un “premio” bajo la forma de puntaje adicional en el examen final
de la materia, con lo cual además de un carácter extorsivo, la asistencia adquiere un carácter de
“soborno” también (Del Mazo, 1941; Ciria y Sanguinetti, 1962; Camacho y Zurita, 2002; Richard,
2020) (Fig. 1). Esto de alguna manera compensa cualquier desequilibrio entre los buenos docentes
que tendrían el aula llena por méritos propios y los que no tendrían ninguno por su mediocridad.
Pero en esta ecuación, obviamente los únicos favorecidos son los mediocres (Richard, 2018).
Algunos países de la región (Ecuador, por ejemplo, Richard et al., 2021) han implementado también
un portafolios de evidencias en el cual los docentes deben evidenciar que efectivamente controlan
la asistencia obligatoria (Fig. 1). La implementación del portafolios de evidencias ha sido
cuestionada seriamente en cuánto a sus fundamentos (Barriga y Pérez, 2010). Sin embargo, una
lectura de los reglamentos de estos portafolios indica que los mismos, no han sido implementados
con una finalidad pedagógica; sino estrictamente de supervisión, control y evaluación docente con
carácter punitivo. Es decir, vulnerando los principios de libertad de cátedra sin supervisión docente
de la Reforma de 1918 (fide Ortiz, 2018). Pero, además, en muchas universidades regionales la
libertad de cátedra y académica (sensu UNESCO, 2017) está bastante acotada por lo que los
docentes deben restringir su docencia a contenidos impuestos y documentar con evidencias todo
lo que hicieron en sus clases, evaluaciones, salidas de campo, etc. En estos portafolios muchas veces
no alcanza como evidencia un certificado de participación en un evento, o un informe de salida de
campo o práctica de laboratorio, sino que además debe acompañarse de un colecto de fotografías
que evidencie la presencia del docente allí. Otro claro indicador de mediocridad docente e
institucional que contribuye muy poco a la credibilidad social de la academia (Fig. 1). Lo interesante
es que muchas de las actividades evidenciadas en el portafolios a través de fotografías no
necesariamente prueban lo que indican. Lo cierto es que el docente pierde una gran cantidad de
tiempo productivo con estos portafolios en franco detrimento del tiempo necesario para hacer
investigación y por tanto impartir conocimiento de primera mano… Para ser “cantautores” … La
virtualidad consecuente con la pandemia en este caso, llevó el tema del portafolios a dicho contexto
perjudicando aún más la imagen social de la academia, en este caso en el contexto de las redes
sociales donde se pudo evidenciar entre otros el uso de memes para denunciar muchos de los
hechos mencionados en este ensayo (Fig. 2). De cualquier forma, en este contexto de pandemia,
pudo verse que los buenos docentes (“cantautores”) ya sea que estén dentro de una universidad o
fuera de ella son los que más brillaron mostrando su vocación en las redes sociales impartiendo
webinars, clases y cursos gratuitos, podcast, etc.
Retomando el tema de la investigación, función sustantiva que define a la educación universitaria
desde siempre (UNESCO, 1999); nos encontramos con que en varios países de la región
coherentemente con lo discutido previamente, la producción en investigación es poco menos que
deficiente (Oppenheimer, 2011; CWUR, 2020; Scimago, 2020) y en no pocos casos de calidad
cuestionable (Tubay, 2021); lo cual es coherente con todo lo anteriormente dicho (Fig. 1). Pero,
además, son muchas las universidades de la región (Torres Oscuras) que ni estimulan, ni evalúan la
citada función sustantiva como se desprende de la simple consulta de sus reglamentos y/o
estatutos y/o contenidos de portafolios docente. En este punto se debe destacar que la
competencia en investigación se evidencia a través de su producto tangible: la publicación. De aquí
las frases “Lo que no se publica no existe” y “publicar o perecer” (Hartemink, 2000) vinculadas a
esta actividad. En la década reciente (2010 – 2020) los ránquines internacionales de universidades
que evalúan y ponderan la investigación han servido de presión coercitiva para que muchas
universidades desarrollen políticas de investigación (Verger, 2014; Crisci y Apodaca, 2017; Gil et al.,
2017) aun cuando todavía no se entienda que la investigación sirve para solucionar problemas
sociales, como instrumento de desarrollo social, cultural, tecnológico y económico (Richard, 2018;
Contreras y Richard, 2020, Fig. 3). Pero lo cierto es que, en función de las citadas políticas, la
creciente necesidad de publicar ha motivado que los círculos mediocráticos hayan perdido la
perspectiva de tal objetivo. Efectivamente para el docente mediocre la investigación es vista como
un requisito para mantenerse en el cargo y por tanto hará lo necesario para ello, aunque no tenga
las competencias (Fig. 4). La exigencia de producción en revistas indexadas a docentes que jamás
se preocuparon por ello, ha dado origen entonces a otra forma de corrupción académica, el tráfico
de coautorías, la elaboración de artículos, tesis, entre otros (Hernández, 2007; Richard, 2006;
Richard, 2018) (Fig. 1, Fig. 4). Efectivamente, en diferentes unidades académicas e incluso en las
redes sociales aparecen avisos de algún docente que tiene un artículo para publicar y ofrece por un
módico precio la coautoría para el mismo. En otros casos, la autoridad académica de turno impone
su nombre como coautor o autor a los pocos docentes investigadores bajo su dirección (Hernández,
2007; Richard, 2006; Richard, 2018). Obviamente la necesidad de publicar por parte de docentes
mediocres a los que jamás les interesó hacerlo, está tan extendida que también ha sido
aprovechada por lucrativas empresas que en respuesta han creado las famosas revistas predator
(Jimenez y Jimenez, 2016). Ante la problemática indicada, por un monto de dinero a convenir
ofrecen publicar artículos en revistas con indexaciones ficticias y un comité de pares inexistente.
Actualmente son miles las que forman el famoso listado de Jeffrey Beall de revistas predator
(Jimenez y Jimenez 2016) lo cual constituye un claro indicador de la situación que atraviesa la
academia. Pero en especial las universidades mediocres frente a los problemas estructurales y
funcionales que se ha venido exponiendo muy sucintamente (Fig. 1). Resulta harto evidente con
carácter de indicador, que este cada vez más lucrativo negocio existe, porque existe un mercado
para ello (Fig. 4). De hecho, dicho mercado aprovechó la coyuntura de la pandemia también para
promover sus servicios en las redes sociales como Facebook, Twitter (Fig. 4) y comunidad virtual en
general. En otros casos (Por ej. Bolivia, Perú, Ecuador, entre otros), tanto en las redes sociales como
en los principales periódicos se encuentran avisos de empresas legalmente constituidas dedicadas
tanto a hacer tesis, como artículos científicos (Richard, 2006, 2018; La Razón, 2011, Fig.4). Todo
ello, además de erosionar los cimientos de la ética científica (fide COPE, 2021), muestra una imagen
social de corrupción académica y pérdida de credibilidad y confiabilidad institucional ya que estos
avisos y periódicos donde aparecen son leídos por toda la sociedad, incluyendo las redes sociales
donde tienen presencia permanente (Fig. 1, Fig.4). De hecho, las consecuencias de esto no se han
dejado esperar y recientemente se publicó un informe en Ecuador que indica que, si bien el país
está entre los 10 países de Latinoamérica con mayor producción de publicaciones, también está
entre los 10 menos citados; lo que podría interpretarse como un claro indicador de la calidad y/o
credibilidad de tales publicaciones (Tubay, 2021). Justamente uno de los argumentos más
esgrimidos por los cultores influencers de las pseudociencias y anticiencia en las redes sociales, es
que la ciencia es un fraude y aluden normalmente a artículos científicos que generalmente han
aparecido en revistas predators. Aunque también en menor proporción, en revistas importantes.
Luego, con este panorama resulta utópico pensar en la investigación como motor de
transformación y desarrollo en un marco de responsabilidad social universitaria (Fig. 3). En este
contexto las autoridades de muchas “Torres Oscuras” demuestran estar más preocupadas por su
status de poder, por las siguientes elecciones, la próxima evaluación externa o por los ránquines
que por el rol de la academia como instrumento de cambio y transformación social (Ciria y
Sanguinetti, 1962; Mayz, 1984; Richard y Suayter, 2006; Richard y Contreras, 2014; McIntyre, 2020).
Como se viene indicando, la implementación del currículo por competencias exige no sólo cambios
de forma, sino de fondo también. Ello incluye, sobre todo, que los docentes posean las
competencias que desean formar luego en el aula. La falla en la implementación del currículo por
competencias incide notoriamente en el proceso de enseñanza aprendizaje más allá de lo obvio, es
decir la paradoja de las competencias (Richard, 2018). Esto ocasiona, entre otras consecuencias,
que los estudiantes pierdan la credibilidad en los docentes que carecen de las competencias que
intentan desarrollar en ellos y esto ocurre tanto a nivel de grado como de posgrado (Richard, 2018;
Richard y Contreras, 2014) (Fig. 1). Pero aquí cabe plantearse la pregunta ¿cómo o por qué, tales
docentes acceden a la docencia? Richard (2004) al explicar este problema invoca una frase que
resume de alguna manera la explicación (No la justificación) “La universidad actual se ha convertido
para muchos profesionales, en la salida laboral del fracaso profesional” (Fig. 1). Más recientemente,
Klaric (2017) afirma que en todo el sistema educativo latinoamericano (Todos los niveles) los que
fracasan en su profesión, terminan siendo…docentes. Estos docentes luego ocupan cargos en los
consejos o direcciones, desde donde legalizan reglamentos ilegítimos como los mencionados
previamente (Asistencia, portafolios de control punitivos, concursos de acceso directo o con
jurados endogámicos, evaluación sin incluir las competencias, exclusión de la investigación como
requisito de docencia, etc.) que seguirán reproduciendo mediocridad (Richard, 2004, 2006, 2018;
Oppenheimer, 2011; Richard y Contreras, 2014; Barral, 2019; inter aliis) (Fig. 1). Resulta obvio decir
que es ilusorio pretender que quienes no tuvieron éxito en su profesión o al menos no la ejercieron
en algún momento de su vida puedan luego enseñar o transferir a sus estudiantes el éxito o al
menos la forma de integrarse al mercado laboral profesional. Lo cual, en cierta manera, explicaría
por qué en algunos países de la región existen tasas superiores al 90 % de desempleo profesional
en los titulados de universidades públicas (La Razón, 2013). Tampoco es desconocida la realidad de
que para acceder a la docencia en la región es más importante tener un “buen padrino” y/o contar
con la “gracia” de alguna autoridad por afinidad política entre otras modalidades “non sanctas” que
tener competencias y un buen currículum (Vázquez, 2019). Nuevamente algo que, en las redes
sociales durante la pandemia, la propia sociedad lo expresó a través de memes (Fig. 5) como
elemento comunicacional y de denuncia (Gallego, 2019). Luego, estos círculos de mediocridad se
perpetúan, se reproducen y en no pocos casos se sinergizan también con la aplicación del síndrome
de Procusto (Young, 2018); referido al miedo del mediocre a ser puesto en evidencia por otro colega
o superados profesionalmente (Young, 2018; Richard, 2018; Oppenheimer, 2011) (Fig. 1). El
síndrome de Procusto conlleva también a la exclusión de los buenos docentes de la academia
(Young 2018). Asimismo, la envidia que puede llevar a algunos directivos o mandos intermedios a
eludir su principal responsabilidad de tomar las decisiones más adecuadas para su institución,
dedicándose en su lugar a cercenar las iniciativas, aportes e ideas de aquellos que pueden dejarles
en evidencia (miedo a perder nuestro puesto o ascenso) (Oppenheimer, 2011; Young, 2018). Lo
cual explicaría también el motor de despidos y exclusión académica que las “Torres Oscuras”
ejercen sobre los buenos docentes aprovechando coyunturas como las de la actual pandemia (La
Hora, 2020, Fig. 5). Estos círculos de retroalimentación de mediocridad redundan luego en lo que
Lizárraga (2002) denominó “pacto de mediocridad docente estudiantil” (Sic). (Fig. 1) donde, como
ya fuera expresado, mientras ambas partes respeten lo acordado implícitamente, todo va de
maravillas (Lizárraga, 2002; Fernández y Gutiérrez, 2003). En este contexto de mediocridad (Fig. 1),
a falta de competencias (Saber hacer sensu Delors et al., 1996) la enseñanza se torna dogmática
apelando en demasiadas veces al principio de autoridad con lo cual la educación toma más bien el
color del adoctrinamiento (Lizárraga, 2002; Bunge, 2010; Oppenheimer, 2011; Barral, 2014;
Richard, 2018; Richard et al., 2021, MS; inter aliis) (Fig. 1). Un claro indicador de la máxima
expresión de la pseudoeducación. Sus clases teóricas son impartidas usando medios como la
proyección de © MS Power Point con texto copiado y pegado de libros, de autores que ni recuerdan
y que normalmente leen de espaldas a sus estudiantes en una acción más parecida al karaoke que
a una clase magistral. Un claro indicador de pseudoeducación. Los estudiantes consecuentemente,
adquieren conocimientos a través del estudio memorístico, mecánico y dogmático; dejando de lado
el razonamiento lógico, el pensamiento crítico, la duda, la problemática, el debate y el desarrollo
de aptitudes, destrezas y habilidades para la resolución de problemas (Fig. 1): Los aprendizajes
necesarios para tener éxito en la vida…Los estudiantes manejan la tristemente célebre frase
“materia vencida, materia olvidada” indicando con ella que estudian de memoria las materias y
olvidan todo luego de rendirla… Al igual que lo visto en toda la carrera… Otra invitación al futuro
fracaso profesional e indicador de pseudoeducación (Fig. 1). Por otro lado, con frecuencia los
docentes de karaoke inducen al estudiante a leer lo que denominan “apuntes de clases” y que
normalmente no son otra cosa que fragmentos de textos fotocopiados. Tales “apuntes”, ni siquiera
llevan la cita bibliográfica y en general su fotocopiado está prohibido por ley. Pero el mensaje de
dicha acción a los estudiantes es muy claro: Si el docente fotocopia lo prohibido e induce a
fotocopiar lo prohibido; si el docente plagia en sus clases (Ej. Lo pegado en sus ©MS Power Point)
… Ergo, el plagio y la fotocopia de lo prohibido, está permitido (cfc. Fontúrbel, 2004; Richard, 2006).
La reproducción generalizada en muchas “Torres Oscuras” de estas prácticas “institucionalizadas”
y por tal condición “aceptadas”, contribuyen aún más a erosionar la imagen y credibilidad ya
erosionada del docente y de la academia en general; tanto por parte de la sociedad como por parte
de los propios estudiantes (Richard, 2004, 2018; Oppenheimer, 2011) (Fig. 1). Obviamente también
se erosiona y degrada la dimensión sustantiva de la educación inherente a los valores incluidos en
el saber ser (Delors et al., 1996; Lizárraga, 2002; Fontúrbel, 2004; Richard, 2004; Barral, 2014;
Richard, 2018; inter aliis) y por tanto esto contribuye notablemente a los procesos de
pseudoeducación que la virtualidad en esta pandemia exacerbó aún más. Cabe recordar que los
valores inherentes al saber ser sólo pueden enseñarse “predicando” con el ejemplo (Richard, 2004,
2006, 2018; Barral, 2014; Richard y Contreras, 2012). En concreto, el proceso de enseñanza
aprendizaje en el entorno descrito queda circunscripto a un aprendizaje de conocimientos sueltos,
en forma memorística, dogmática, amparado en el principio de autoridad (Es cierto sólo porque el
docente lo dice) pero con una carencia casi absoluta de todas las dimensiones formativas de la
educación (Ser, saber, hacer, convivir) acorde con Delors et al., (1996) (Fig. 1). Consecuentemente
la persona que se gradúa de una “Torre Oscura” y de la cual recibió mayormente una
pseudoeducación teñida de pseudociencia y aséptica en valores; será un profesional poco útil a la
sociedad y una persona que por su deficiente formación será permeable a la pseudociencia,
conspiraciones, disonancia cognitiva, síndrome de Dunning Kruger, Procusto, Kori, etc. (Fig. 1). Por
otro lado, la sola condición de graduado universitario le hará creer que podrá desenvolverse más
allá de lo que recibió dogmáticamente, sin valores y más allá de lo que comprende, razona y le
compete: El inicio del síndrome de Dunning Kruger (1999). De esa forma, se mostrará a la sociedad
con los síndromes resultantes y propiciados del proceso de pseudoeducación y pseudociencia
recibido (Dunning Kruger, Kori, Procusto, etc. Fig. 1). Además de manifestar en forma casi
permanente una disonancia cognitiva entre la realidad social virtual confrontada a diario, y lo
“aprendido” (Fig. 1) en la “Torre Oscura”. Finalmente, la confrontación con personas de ciencia, con
formación filosófica o simplemente con capacidad de razonamiento lógico pondrá en evidencia las
deficiencias de aquellas personas, causando una disonancia cognitiva que frecuentemente deriva
en sentimientos de odio y resentimiento. El odio que actualmente caracteriza las redes sociales
bajo el denominativo anglosajón y caracterización psicológica de hater (Moyano, 2019) (Fig. 1) y
sus diferentes variantes de acción (Ciberbulling, fanbulling, mobbing, etc.) en las denominadas
comunidades virtuales (Morell y Subirats, 2012). El hater es una de las tantas figuras patológicas
que podemos encontrar en la comunidad virtual, precedido de la figura del Troll (Fide Reagle, 2015)
y su característica forma de actuar, el trolling. Al respecto Bishop (2014) clasifica los trolls en 12
categorías dentro de las cuales menciona al hater como un posible vengador de la verdad (e-
venger), un destructor de la información (iconoclast) o un usuario antisocial que agrede por
entretenimiento (snert). Luego el hater originado a partir del troll en un caldo de cultivo de
pseudeducación y pseudociencias (Torre Oscura) busca despertar como manifestación de su
resentimiento social, la furia de la comunidad virtual con expresiones hostiles y ataques
relacionados con aspectos como el género, la etnia, la sexualidad y la apariencia (Reagle, 2015).
Reagle (2015) indica que la expresión “haters gonna hate” (los que odian siempre odiarán) tiene su
origen en la cultura hip-hop, como respuesta a la frase “don’t feed the trolls” (no alimentes a los
trolls), y como forma de ignorar estas formas de hostigamiento. Así, el hating, promueve el discurso
del odio sin otra intención que la de deshumanizar, insultar, intimidar y ofender a otras
comunidades y personas, perdiendo el sentido entre lo real y virtual y sobre todo poniendo en
evidencia un resentimiento resultante de una pseudoeducación que no le permite la inserción
social y laboral buscada.
En la comunidad virtual extendida y sobre todo propiciada por la pandemia COVID19, el hater
encontró el lugar propicio en el cual canalizar los síndromes contraídos total o parcialmente en un
sistema educativo contextualizado en pseudoeducación y pseudociencia (producto de las Torres
Oscuras, Fig. 1). Allí, por las características intrínsecas de la comunidad virtual (Especialmente
Twitter, Facebook, Instagram o YouTube) impiden en muchos casos la autodefensa de la víctima.
De manera que esta conducta agresiva, intencional y persistente genera un halo de vulnerabilidad
que se somete ante comportamientos vejatorios y difamatorios del hater o un grupo de ellos.
Acciones que retroalimentan los síndromes psicológicos mencionados ut supra. A diferencia de lo
que sucede en una comunidad académica o social presencial, la comunidad virtual es permeable a
ataques digitales amparados en el anonimato del agresor y su desinhibición. Lo que no les sería
posible hacer en forma presencial, lo pueden canalizar en la comunidad virtual en una suerte de
catarsis patológica. Obviamente, el agresor, no presencia las consecuencias de su conducta,
dificultando la empatía. Y la virtualidad facilita la multiplicidad del daño hacia la víctima, pues la
agresión puede ser asequiblemente difundida (cfc. Álvarez-García et al., 2017). La falta de
comprensión y razonamiento lógico frente a la realidad en la que se desenvuelven incide en que
dicho odio, en muchos casos, se retroalimenta al ver el éxito profesional que poseen otras personas
con títulos equivalentes, pero que pasaron por academias donde las dimensiones educativas de
Delors et al., (1996) se cumplieron de la mano de docentes investigadores competentes. Basta con
consultar páginas de conocidos y destacados divulgadores científicos (Por ej. Javier Santaolalla, José
Luís Crespo, Sandra Ortonobes Lara, Eduardo Sáenz de Cabezón, Rocío Vidal, José J. Priego, Aldo
Bartra, etc.) para verificar los efectos psicológicos mencionados exacerbados en la pandemia en
torno, precisamente, a la misma. Si bien la negatividad en el sentido de Dawson (2018) siempre ha
sido frecuente en estos entornos y comunidades virtuales, lo cierto es que la pandemia le dio a los
haters un estatus de poder superior y un espacio para expandirse. Espacio dejado ni más ni menos
que por la comunidad académica que como parte del proceso de mediocridad creciente descrito
(Torres Oscuras) no ocupó estos espacios como debía en función a su deber ético y moral social de
la extensión (Vide Del Mazo, 1941; UNESCO, 1999). Otro de los deberes heredados de la Reforma
de 1918 e incumplidos por las Torres Oscuras. Lo cierto es que estos haters por su condición
(Síndrome de Dunning Kruger, Kori, Frankenstein, Procusto, etc.) y frente a un debate, discusión o
situación social que propugne una disonancia cognitiva no pueden rebatir ya que carecen de la
competencia para argumentar; con lo cual legitiman su condición de haters a través de la Falacia
ad hominem (No puedo rebatir, ergo ataco a la persona, insulto) (cfc. Ruiz, 2016) (Fig. 1). La carencia
de argumentación y la imposibilidad de discutir, rebatir o debatir académicamente es justamente
uno de los indicadores de los problemas estructurales inherentes a los procesos de
pseudoeducación canalizados por las “Torres Oscuras” aquí mencionados y un claro indicador de
su mediocridad.
Así por ejemplo en el canal de YouTube de Javier Santaolalla (2020) se puede ver que frente a su
programa sobre el uso inapropiado del dióxido de cloro para combatir el COVID19, con más de
medio millón de visitas, obtuvo la cifra récord de 38.258 comentarios, de los cuales 9.490 eran
negativos. Dentro de los negativos podemos hallar una pléyade de expresiones de odio manifiesto,
insultos (falacia ad hominem) y expresiones de resentimiento dignos de realizar un estudio o tesis
doctoral al respecto. Situación y cifras similares podemos encontrar frente al mismo tema en otros
canales de divulgación conocidos. En este sentido la pandemia COVID19 mostró, sobre todo en
Latinoamérica, un inaudito apoyo a la pseudociencia respecto al uso de sustancias químicas tóxicas
(Dióxido de cloro, ivermectina, etc.) como un claro indicador del problema de pseudoeducación
alimentada por pseudociencia. Esto último se reflejó también en hechos e indicadores tan
contundentes como que algunos países de la región aprobaron el uso de del dióxido de cloro (Por
ejemplo, Bolivia) mientras que en otros (Por ejemplo, Argentina, Ecuador, Perú, Chile, México, etc.)
hubo presiones para hacerlo desde el periodismo y no pocas veces desde la academia para hacer
lo propio. Resulta muy gráfico en este sentido que incluso en Bolivia, instituciones académicas
públicas además de certificar la fabricación del dióxido de cloro usaron dicho compuesto con su
personal para prevenir el COVID19 (Página Siete, 2020). Situación análoga ocurrió con otras
universidades públicas de la región (Jordán, 2020; La Patria, 2020; Bolivia Verifica, 2020). Asimismo,
agrupaciones de médicos bolivianos también apoyaron el uso del dióxido de cloro (Zamora, 2020)
e incluso asesoraron a gobernaciones para utilizarlo, como ocurrió con la Gobernación Autónoma
del Departamento de Pando (GADP, 2020; Trucco, 2020). El panorama en Perú no fue muy diferente
(Chirinos et al., 2020), ya que de igual forma aplicaron oficialmente ivemectina en forma
“preventiva”, es decir usaron un compuesto cuya efectividad contra el SARS CoV2 no estaba
comprobada (Pseudociencia) y además en forma preventiva (Pseudoeducación). Agrupaciones
como la “Asociación Médicos por la Verdad” y “Humanos por la Verdad” que también están
presente en diversos países de Europa y Latinoamérica (España, Argentina, Ecuador, Bolivia, Perú,
Colombia, Venezuela, Chile, etc.) hicieron lo propio utilizando todos los medios de la comunidad
virtual para propagar (Pseudoeducación) sus mensajes de pseudociencia vinculados al uso del
dióxido de cloro con fines médicos y recientemente contra las vacunas COVID19 (La República,
2020) en una comunidad virtual permeable a todo esto. Y en esta ecuación no se debe olvidar que
las agrupaciones del área de salud mencionadas están formadas precisamente por profesionales
graduados de academias que con su actuar (pseudociencia y pseudoeducación) y manifiesto
desconocimiento en los hechos, del método científico se muestran como claros indicadores de las
falencias educativas resultantes de los problemas estructurales y funcionales que hemos venido
tratando (Torres Oscuras). Un círculo vicioso donde las instituciones académicas retornaron a la
situación prereformista de mediocridad sin práctica, ni competencias de investigación y con una
enseñanza dogmática y sustentada en el principio de autoridad educando profesionales que, por
falta de formación en investigación, no cuestionan, ni problematizan nada (Fig 1). Por otro lado,
muchas veces emergente de las mismas academias, existe un público receptor a todo ello en la
comunidad virtual que acepta como verdades absolutas (dogma) cualquier argumento que
provenga de un docente, una autoridad, institución pública o profesional sin cuestionamiento
alguno (Principio de autoridad) … Situación que luego replicarán en el seno de su actuar social
presencial y virtual, familiar y en no pocos casos reproducirán en el seno de las universidades en
caso de ejercer la docencia… Frente a ello, cuando la ciencia y educación argumentan (Episteme
fide Platón) desacreditando la doxa opinión de los profesionales o de autoridades que esgrimen
pseudociencia resultante de la pseudoeducación que recibieron, crean en los interlocutores una
disonancia cognitiva. Por un lado, “lo que leo o escucho, no es lo que quiero ver o escuchar…o lo
que recibí dogmáticamente”, y frente a la imposibilidad de rebatir el argumento académico con
otro de igual tenor, emerge la falacia ad hominem como expresión de odio catalizado por un
entorno virtual permisivo y permeable a ello (Fig. 1) (Hater gonna hate). La imposibilidad de rebatir
con argumentos académicos se ve catalizada entonces por el hecho de haber recibido una
enseñanza dogmática, doctrinaria, amparada en el principio de autoridad. Como se viene
indicando, el perfil docente buscado en los principios reformistas primero (1918) y la UNESCO
posteriormente (1999 et sequellae) era el de un docente investigador, ya que se espera que, por su
condición de tal, promueva una enseñanza motivadora basada en el cuestionamiento, la duda, el
pensamiento crítico y la verificación. Sin embargo y a pesar de que actualmente el conocimiento
cuasi universal nunca estuvo más accesible para todos desde un simple celular, la duda, el
cuestionamiento, el pensamiento crítico y sobre todo la verificación no ocurre. En cambio, vemos
en las redes sociales una aceptación implícita de aquello propugnado por influencers, youtubers
que con la indumentaria adecuada (Por ej. Una bata blanca y un laboratorio) ejercen su
convencimiento, su influencia más allá de toda duda, cuestionamiento y/o verificación. Pero lo
cierto es que detrás de ello podemos ver la huella innegable de una educación dogmática en la cual
se enseña unidireccionalmente con carácter de verdad absoluta el conocimiento. Carácter
sustentado únicamente por el principio de autoridad, es decir es verdad porque el docente lo dice,
más allá de cualquier cuestionamiento. Si bien, el dogmatismo y el principio de autoridad son
considerados “pecados capitales” en ciencia (Bunge, 2000); dicha condición es conocida e inherente
a un estatus que tales docentes no poseen, el perfil de investigador. Un simple recorrido por la
comunidad virtual mostrará que efectivamente durante la pandemia y a manera de indicador de lo
explicado ut supra, podemos observar por ejemplo que personas seriamente cuestionadas
(Académica y legalmente) a nivel internacional por su actuar poco ético durante estos eventos
como el caso del Sr. Andreas Kalcker, tuvieron un impacto favorable a la pseudociencia. De esta
forma su el impacto de su discurso fue muy superior al impacto opuesto de su mensaje, de parte
de profesionales dedicados a la divulgación científica como Javier Santaolalla (2020) que con
argumentos académicos fácilmente verificables los rebatían. Sin embargo, el perfil de los
internautas acepta más fácilmente lo que dice un charlatán, si este opina desde un laboratorio con
bata blanca (Andreas Kalcker) que lo que diga un divulgador científico desde su casa vestido con
ropa informal (Javier Santaolalla) … Y es que el principio de autoridad se ve jerarquizado y puesto
en valor tanto por el contexto como por la investidura (Aunque sea falsa) que hace de la persona…
una autoridad. En este sentido hay que hacer notar que, no sólo no hay un estímulo personal a
verificar la información subyacente de la comunidad virtual, sino que, con demasiada frecuencia
existe una reticencia a hacerlo (Sindrome de Kori). Aun cuando dicha verificación sea estimulada
por otros. La pandemia COVID19 entonces abrió una suerte de Caja de Pandora para canalizar y
liberar todo el abanico de síndromes descritos y otros más. Pero al mismo tiempo estas
manifestaciones se muestran como indicadores del impacto y las consecuencias cada vez mayores
de un sistema educativo (Torres Oscuras) que lejos de asumir con autocrítica sus fallas, errores y
desaciertos continúa propugnando mediocridad y a través de ella, pseudociencia y
pseudoeducación… Incluso o sobre todo en este marco de pandemia… Luego, la academia genuina,
ejerciendo la divulgación y frente a las reacciones y posición de los trolls, haters y/o Kori optan por
abandonar el debate (Backfire sensu Moyano, 2019). Con lo cual el hater, haciendo gala
nuevamente del síndrome de Dunning Kruger, tiene la falsa percepción de que su posición es
correcta; en tanto que el divulgador científico se retira con poco o ningún estímulo para continuar
con su tarea (Fig. 1)
Cabe destacar que ya en décadas precedentes, diferentes científicos y divulgadores científicos
(Asimov, 1980; Bunge, 1985, 2010; Sagan, 1995; inter aliis) mostraron una gran preocupación por
la proliferación de las pseudociencias y su impacto social aún antes del advenimiento de las redes
sociales e influencers. Asimov (1980) hablaba sobre el “culto a la ignorancia” y sobre la tendencia
social y política por difundir una suerte de “anti-intelectualismo”. Lo anterior, nutrido por una falsa
noción de que la democracia significa que “mi ignorancia es tan buena como tu conocimiento” (Sic)
(Asimov, 1980). Esto último, con el advenimiento de las redes sociales se ha popularizado aún más,
asociados a frases como “la ignorancia nos hace felices” o que efectivamente la ignorancia es parte
de los derechos de las personas. Pero sin duda todo este proceso ha sido sinergizado y/o catalizado
por los cambios funcionales y estructurales discutidos previamente de las últimas décadas en las
Torres Oscuras. En este punto hay que destacar que más del 99 % del conocimiento de la
humanidad se generó entre 1945 y la actualidad en forma exponencial; especialmente en las
últimas décadas (Richard 2004). Pero, además, nunca el conocimiento ha estado más accesible y
socializado que ahora a través de las redes sociales y dispositivos como el teléfono celular. Sin
embargo, paradójicamente la ignorancia voluntaria (Síndrome de Kori), las pseudociencias, el
movimiento anticiencia (Síndrome de Frankestein, fide López, 2017) sinergizados y/o catalizados
por un contexto de pseudoeducación también han crecido exponencialmente (Bunge, 2010;
Álvarez, 2019; Moyano, 2019; MacIntyre, 2020). Nuevamente en esto, sin duda, una academia con
un corpus docente con enseñanza dogmática amparada en el principio de autoridad en detrimento
de la duda, la problematización, el pensamiento crítico, la verificación ha contribuido mucho…
El perfil de docente investigador ideal para el desempeño de la docencia universitaria acorde a la
Reforma de 1918 y la UNESCO (1999, 2017) es el de un investigador con competencias en su área y
pedagógicas. Una persona creíble e íntegra conectada con la realidad (Competencias profesionales,
sociales, etc.). Una persona capaz, no solo de dar su materia integrando conocimientos generados
por él mismo (credibilidad) a través de la investigación, sino también de integrarlos al currículo de
la carrera y sobre todo a la realidad social local y regional (UNESCO, 1999; Richard, 2006, 2018;
Oppenheimer, 2011; inter aliis) (Fig. 3). Pero también implica una personalidad segura de sí misma
y de lo que profesa debido a que domina el conocimiento de su área y contribuye a generarlo.
Consecuentemente, es también la persona más indicada para promover la duda sobre lo que se
enseña, el pensamiento crítico y estimular la verificación como camino a la certeza… En este
sentido, es muy interesante ver los rostros de desconcierto de los estudiantes cuando los autores
de este ensayo, por ejemplo, inician su clase presencial o presencial virtual con la frase: Primera
regla de aula: “De todo lo que yo diga en clases, Uds. tienen la OBLIGACIÓN de no creer una sola
palabra, pero también tiene la OBLIGACIÓN de verificar todo lo que duden”. Frase que precede los
banners de presentación en los grupos de estudios de apoyo virtual de los autores.
Como contra punto, el docente que nunca investigó, ni siquiera para su tesis, el denominado por
diferentes autores “docentes taxi” (cfc Bergoglio, 2006; Ramallo, 2020) o docentes del karaoke (fide
Richard, 2006, 2018) son personas inseguras y desde dicha inseguridad jamás promoverán una
duda o una verificación que redundaría en aumentar su propia inseguridad sobre lo que es y
profesa… De ahí la enseñanza dogmática amparada en el principio de autoridad…
Complementariamente, un docente investigador con el perfil descrito, además de poder transducir
(fide Richard 2004) el lenguaje científico de un artículo o paper a la docencia a través de la
pedagogía y didáctica, también debería poder hacerlo a un lenguaje aún más pedagógico y coloquial
para compartirlo con la sociedad en su conjunto a través de la función sustantiva de la extensión
(Del Mazo, 1941; Lemarchand, 1996; Richard, 2005) y como parte de la responsabilidad social
universitaria (Vallaeys et al., 2008; Torres y Sánchez, 2014) (Fig. 3). Esto último sin duda, contribuiría
notablemente a la tan requerida alfabetización científica que la sociedad hoy necesita frente a la
problemática de la pseudoeducación y pseudociencia (Sagan, 1995; Lemarchand, 1996; Bunge,
2010; MacIntyre, 2020). Sin embargo, como se viene indicando, para ello se requiere del perfil
docente investigador “cantautor” propuesto por la Reforma de 1918 y la UNESCO (1999, 2017). De
otra forma, no verán cambios y por el contrario la perspectiva es que la situación empeore aún más.
Para la Reforma de 1918, la extensión era la obligación ética y moral de iluminar a la sociedad y
aportar con soluciones que le permitan salir de las condiciones que la oprimen (Del Mazo, 1941;
Ciria y Sanguinetti, 1962; Mayz, 1984; Richard, 2005; Richard y Suayter, 2006). Entonces, la
extensión, más allá de lo epistemológico tiene entre otros, la finalidad de informar y formar (sensu
UNESCO 1999) a la sociedad que sustenta el trabajo académico público (Richard, 2005). Es decir
que los docentes investigadores no sólo deben investigar, dar clases y formar talento humano; sino
también informar y formar a la sociedad en términos o lenguaje accesible y/o coloquial y a través
de medios masivos (Televisión, radio, periódicos, redes sociales, etc.) sobre sus investigaciones y la
utilidad de las mismas (Fig. 3). De esta forma la sociedad no solo vería a la academia como una
referencia creíble, imparcial y confiable en la solución de problemas de toda índole; sino que
además valoraría mucho más su función social generando “tensión populista” (sensu Lemarchand,
1996) sobre los órganos políticos de gobierno y generando con ello mayores partidas
presupuestarias y reconocimientos salariales. Esto es lo que ocurre en los países desarrollados
(Lemarchand, 1996; Richard, 2005) y debería ocurrir en la región. Lamentablemente, la función
sustantiva de extensión o vinculación social se ha ido diluyendo en las últimas décadas en muchas
academias de la región restándole importancia o quitándole puntaje en las evaluaciones docentes.
Y con ello se ha contribuido a que la opinión social de la academia en general sea la de una
institución meramente profesionalizante y anacrónica frente a los problemas sociales.
Consecuentemente, las “Torres Oscuras” han dejado un nicho vacante en los medios de
comunicación y comunidad virtual que hoy lo ocupan los influencers, Vloggers y youtubers de la
pseudociencia y las conspiraciones, (Fig. 1) para una comunidad virtual permeable a ello y con un
número exponencialmente creciente de trolls, haters, etc. Todo esto, resultante, en la medida que
se quiera, de la situación estructural y funcional que hoy afecta en gran medida a la academia. Sin
embargo, frente a ello coincidimos con distintos autores (González, 2014; Hansson, 2017; Nogués,
2018; Alvarez, 2019) en el hecho que la solución no radica en las coyunturales a las que mucho
recurren, como intentar recuperar espacios en los medios sociales (Radio, TV, periódicos,
Comunidad virtual) y debatir sobre planteos pseudocientíficos y/o pseudoeducativos. Ya que,
involuntariamente, se corre el riesgo de caer en la trampa de darle entidad e importancia a estos
planteos dando la falsa imagen de que la controversia es científica. Como lo indica Álvarez (2019)
“no se debe actuar como si las controversias falsas fueran reales y asumir los roles que los
negacionistas y pseudocientíficos nos asignan”. En lugar de ello, enseñar desde las aulas la lógica
de la investigación científica (Fig. 3), la importancia de la duda, de la epistemología, el
cuestionamiento, el pensamiento crítico y la verificación como camino de la certeza, aunque mas
no sea para tener una episteme opinión, en lugar de la doxa opinión que caracteriza a los cultores
de las pseudociencias y pseudoeducación.
Mientras tanto, un número creciente de universidades (Torres Oscuras) y autoridades universitarias
de la región siguen mirando a la academia de sus puertas hacia adentro con políticas que mantienen
el status quo mediocre actual y sin darse cuenta que la sociedad tiene una mirada crítica cada vez
más incisiva sobre ella (Mayz, 1984; Lemarchand, 1996; Bunge, 2010; Oppenheimer, 2011; Richard,
2004, 2006, 2018; Klaric, 2017; Moyano, 2019; MacIntyre, 2020). Obviamente este claro divorcio
entre la academia (Torres Oscuras) y la sociedad no solo incide en la valorización y credibilidad de
esta última sobre la primera, sino que además contribuye al desarrollo libre de las pseudociencias
y pseudoeducación (Fig. 1). La erosión de credibilidad social de la academia (Torres Oscuras) y su
corpus docente en las últimas décadas también se ha visto incrementada por fatuos intentos de
integrar la sociedad a la academia a través de cursos y capacitaciones entre los que incluyen, ni más
ni menos, que cursos de pseudociencia como viene siendo denunciado en las tristemente famosas
“listas de la vergüenza” (2020) que se pueden consultar en la Internet. Mismas que nacieron como
un grito desesperado y denunciativo del corpus docente investigador minoritario de las “Torres
Oscuras” frente a la problemática estructural y funcional que actualmente las afecta sin miras de
mejoramiento. Entonces, la falta de competencias y valores en los perfiles docentes, la consecuente
falta de credibilidad de los estudiantes en sus docentes, un sistema de enseñanza dogmático
amparado en el principio de autoridad, la ausencia de un genuino ejercicio de investigación en y
con los estudiantes y docentes, la corrupción académica, la exclusión de docentes competentes del
sistema, reglamentos cada vez más dirigidos a perpetuar la mediocridad (Asistencia, portafolios de
evidencias punitivo, acceso a la docencia sin evaluar competencias, etc. Cfc. Richard et al., MS) en
un círculo de retroalimentación positiva, sin duda impactará en el perfil del egresado (Fig. 1). Mismo
que saldrá de la institución tal vez con algunos conocimientos, pero sin duda con serias deficiencias
en el saber ser, saber hacer, saber razonar, saber cuestionar, saber resolver problemas, saber
pensar críticamente y sobre todo saber verificar…. Y de no encontrar trabajo en el mercado laboral
posiblemente vuelva a la academia…como docente (Richard, 2004, 2018; Klaric, 2017; Ramallo,
2018) (Fig. 1) reproduciendo a perpetuidad la mediocridad que lo llevó ahí. No sorprende entonces
que en este contexto de mediocridad aparezcan universidades públicas y privadas con currículas
formativas que incluyan pseudociencias como homeopatía en carreras de medicina humana y
veterinaria entre otras o que realicen cursos y posgrados en pseudociencias (cfc. Listas de la
Vergüenza 2020). De igual forma no sorprende la proliferación de profesionales en número
exponencialmente creciente que promueven el terraplanismo, el movimiento antivacunas,
astrología, alquimia, radioestesia, parapsicología, cienciología, etc. (Álvarez, 2019; García y Aguilar,
2019). Obviamente no todas las academias son “Torres Oscuras” ni mucho menos, pero no es
menos cierto que la sociedad no siempre discrimina y con demasiada frecuencia generaliza su
opinión como se puede visualizar en las redes sociales y en la opinión cotidiana (Bunge, 2010;
Moyano, 2019; MacIntyre, 2020).
A partir de este muy breve recorrido histórico se ha tocado solo algunas de las variables y
dimensiones que contribuyen a explicar, pero que sin duda inciden y/o favorecen el desmedido
desarrollo social actual de pseudociencias desde la pseudoeducación evidenciados
exacerbadamente durante esta pandemia en la comunidad virtual. Todo ello bajo la tutela y
constructo de docentes “taxi” o de “karaoke” que ni remotamente cumplen con el perfil buscado
por la Reforma de 1918 y la UNESCO, el perfil de “cantautor”: Docentes investigadores competentes
con valores, seguros de sí mismos que promueven desde su aula el pensamiento crítico, la lógica,
la epistemología, la duda, el cuestionamiento y la verificación… (Fig. 1).
EPÍLOGO Y CONCLUSIONES
La Reforma de 1918 marcó un hito en la historia de la academia latinoamericana. Los principios
rectores de esta reforma y los postreformistas dados por la UNESCO propiciaron un perfil de
docente investigador “cantautor” generador de conocimientos propios (“Letra y música”), seguro
de sí mismo, integro en valores y compromiso social. El perfil ideal para motivar en el aula el
pensamiento crítico, lógico, epistemológico, la duda, el cuestionamiento, la problematización y la
verificación. Es decir, las competencias inherentes a su propia condición de investigador. La idea
era la formación integral del ser humano en todas las dimensiones del currículum por
competencias. Sin embargo, estos logros, en muchas universidades (Torres Oscuras) de la región se
fueron empañando y diluyendo con el tiempo hasta volver prácticamente a una situación
prereformista, reproduciendo mediocridad del corpus docente, pactos de mediocridad docente
estudiantil, corrupción académica, etc. Consecuentemente con ello, las “Torres Oscuras”
promovieron una educación replicativa, dogmática, amparada en el principio de autoridad, carente
de valores y de credibilidad a todo nivel. Un reflejo de ello con carácter de indicador lo constituye
la proliferación de pseudociencias amparadas con el aval de tales universidades y la propagación
de las mismas en las aulas, redes sociales y sociedad en general: El inicio y la institucionalización de
la pseudoeducación. Generaciones de profesionales formados bajo este esquema totalmente
aséptico frente al pensamiento crítico, la duda, la lógica y la verificación transfieren su frustración
e imposibilidad de argumentar a patologías que se vienen evidenciando en las últimas décadas,
pero en forma exacerbada en la virtualidad motivada por la pandemia COVID19. Así, durante el
2020, en la comunidad virtual y amparados en el anonimato se manifestaron bajo la forma de
diferentes patologías como trolls, haters y síndromes como Dunning Kruger, Procusto,
Frankenstein, Kori, Falacia ad hominem etc. Todo ello como claros indicadores de los problemas
estructurales y funcionales subyacentes originados en un número creciente de universidades
públicas de la región (Torres Oscuras). La sociedad, lejos de estar ajena a esta situación viene
realizando críticas abiertas en todos los medios de comunicación; encontrando en la mayoría de
ellos sólo oídos sordos de parte de las “Torres Oscuras”. Esta situación derivó en una pérdida y
erosión creciente y sostenida de credibilidad y confianza social que la sociedad lamentablemente
tiende a generalizar a toda la academia. Se necesita entonces, urgentemente retomar la mirada
crítica y autocrítica de la academia (Autoridades, docentes y estudiantes) con el fin de volver a los
principios reformistas y posreformistas (UNESCO) que permitan recuperar la credibilidad y
confianza social, así como capitalizar el talento humano legítimo, social y académicamente creíble
en el corpus docente y estudiantil. El perfil docente investigador ejemplificador que genere
exponencialmente más ciencia y educación, pero hoy excluido de muchas universidades en un
círculo de retroalimentación positiva. La academia debe propiciar una educación que motive la
duda, el cuestionamiento, el problema y la solución a los mismos desde la lógica científica, la
epistemología y la verificación permanente. Todo ello desde un contexto aristotélico que incluya el
logos, el ethos y el pathos (las evidencias, los valores y la empatía) como parte del discurso. Una
enseñanza aséptica del principio de autoridad y el dogma resultante del mismo. Comunicar la
ciencia desde la pasión y con sentimiento… “Cantarla” con letra y música propia…Lo que debe tener
un docente investigador vocacional y pasional. Asimismo, promover, estimular y sobre todo, hacer
una sostenida puesta en valor de la divulgación científica a todo nivel con una presencia activa y
permanente en las redes sociales de la ciencia y la educación
RECONOCIMIENTOS
Los autores dejan constancia de su agradecimiento a los evaluadores anónimos que con su crítica
contribuyeron sustancialmente al ensayo. Finalmente, a la Academia que todavía lucha en la región
por sus ideales y valores emergentes de la Reforma de 1918 estimulando su imitación por parte de
aquellas (Torres Oscuras) que perdieron su Norte…
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Pseudociencia y pseudoeducación: Una mirada crítica a la academia en tiempos de pandemia COVID19 (SarsCoV2) en Latinoamérica

  • 1.
  • 2. PREPRINT Pseudociencia y pseudoeducación: Una mirada crítica a la academia en tiempos de pandemia COVID19 (SarsCoV2) en Latinoamérica Enrique Richard1 y Denise Ilcen Contreras Zapata2 1 Posdoctorado en Informática y Biodiversidad (Univ. de Kansas, USA), Doctor en Ciencias Biológicas (Univ. Nacional de Cuyo, Argentina), Licenciado en Biología (Univ. Nacional de Tucumán, Argentina). Docente Investigador de la Universidad Central de Ecuador, Universidad Andina Simón Bolívar (Bolivia) y Universidad Franz Tamayo (Bolivia). Registro Orcid: https://orcid.org/0000-0002-0061-7807. E-mail chelonos@gmail.com 2 M. Sc. en Salud Pública con mención en Gerencia en Salud (Univ. Mayor de San Andrés, Bolivia). Médico Cirujano (Univ. Mayor de San Andrés, Bolivia). Candidata a Doctor en Ciencias Pedagógicas por la Universidad Andina Simón Bolívar (Bolivia). Docente investigador de posgrado, Facultad de Medicina, Universidad Mayor de San Andrés (Bolivia). Profesora e investigadora en la carrera de medicina de la Universidad San Gregorio de Portoviejo (Ecuador). Registro Orcid: https://orcid.org/0000-0001-7912-7095. E-mail: dennycz@gmail.com Cita: Richard, E. y D.I. Contreras Z. (2021). Pseudociencia y pseudoeducación: Una mirada crítica a la academia en tiempos de pandemia COVID19 (SarsCoV2) en Latinoamérica. Pp. XX-XX. En: E. Campechano Escalona y R. Casialpud Canchala (Eds). Una mirada latinoamericana a la pandemia COVID-19: Reflexiones desde las ciencias sociales y las humanidades. Ed. Uniagustiniana (Cali, Colombia) y Ed. Univ. César Vallejo (Piura, Perú). ISBN XXX, DOI: http://dx.doi.org/10.13140/RG.2.2.23739.95521 Recibido 22 de septiembre de 2020 Revisado 18 de diciembre de 2020 Aceptado 18 de febrero de 2021 En prensa (Julio 2021)
  • 3. Pseudociencia y pseudoeducación: Una mirada crítica a la academia en tiempos de pandemia COVID19 (SarsCoV2) en Latinoamérica Enrique Richard1 y Denise Ilcen Contreras Zapata2 1 Posdoctorado en Informática y Biodiversidad (Univ. de Kansas, USA), Doctor en Ciencias Biológicas (Univ. Nacional de Cuyo, Argentina), Licenciado en Biología (Univ. Nacional de Tucumán, Argentina). Docente Investigador de la Universidad Central de Ecuador, Universidad Andina Simón Bolívar (Bolivia) y Universidad Franz Tamayo (Bolivia). Registro Orcid: https://orcid.org/0000-0002-0061-7807. E-mail chelonos@gmail.com 2 M. Sc. en Salud Pública con mención en Gerencia en Salud (Univ. Mayor de San Andrés, Bolivia). Médico Cirujano (Univ. Mayor de San Andrés, Bolivia). Candidata a Doctor en Ciencias Pedagógicas por la Universidad Andina Simón Bolívar (Bolivia). Docente investigador de posgrado, Facultad de Medicina, Universidad Mayor de San Andrés (Bolivia). Profesora e investigadora en la carrera de medicina de la Universidad San Gregorio de Portoviejo (Ecuador). Registro Orcid: https://orcid.org/0000-0001-7912-7095. E-mail: dennycz@gmail.com Resumen La reforma de 1918 y principios dados por la UNESCO propiciaron un perfil de docente investigador “cantautor” (Con letra y música generada desde la investigación), seguro de sí mismo, integro en valores y compromiso social. El perfil ideal y competente para motivar el pensamiento crítico, lógico, epistemológico, el cuestionamiento, la problematización y la verificación: Formar integralmente al ser humano. Estos logros en algunas universidades (Torres Oscuras) de la región se fueron diluyendo con el tiempo hasta una situación prereformista, reproduciendo mediocridad del corpus docente, pactos de mediocridad docente estudiantil, corrupción académica, etc. y promoviendo una educación replicativa, dogmática, amparada en el principio de autoridad, carente de valores y de credibilidad. Todo ello traducido en la proliferación de pseudociencias y su propagación en las aulas, redes sociales y sociedad en general: Pseudoeducación. Los profesionales formados en este marco transfieren su frustración e imposibilidad de argumentar a patologías (trolls, haters y síndromes como Dunning Kruger, Procusto, Frankenstein, Kori, Falacia ad hominem etc.) que se evidenciaron en forma exacerbada en la virtualidad durante la pandemia COVID19. Esta situación puso en evidencia la urgente necesidad de retomar la mirada crítica de la academia (Autoridades, docentes y estudiantes) con el fin de volver a los principios reformistas y posreformistas (UNESCO) que permitan recuperar la credibilidad y confianza social, así como capitalizar el talento humano legítimo, social y creíble en el corpus docente en un contexto aristotélico que incluya el logos, el ethos y el pathos (las evidencias, los valores y la empatía) como parte del discurso. Palabras claves: Pseudociencia, pseudoeducación, academia, principios reformistas y postreformistas, comunidad virtual, pandemia COVID19 Abstract The 1918 reform and principles given by UNESCO led to a profile of research teacher "singer- songwriter" (with lyrics and music generated by them from research), confident, integrated into values and social commitment. The ideal and competent profile to motivate critical, logical, epistemological thinking, questioning, problematization and verification: Integrally train the human being. These achievements in some universities (Dark Towers) of the region were diluted over time to a prereformist situation, reproducing mediocrity of the teaching corpus, student teaching mediocrity pacts, academic corruption, etc. and promoting a replicative, dogmatic education, armed in the principle of authority, lacking values and credibility. The indicator of all this is the proliferation of pseudosciences armed by these universities and their spread in classrooms, social networks and society in general: Pseudo-education. Professionals trained in this framework transfer their frustrationand inability to argue topathologies (trolls, haters and syndromes such as
  • 4. Dunning Kruger,Procusto, Frankenstein, Kori, Falacia ad hominem etc.) that were evidenced in an exacerbated way in virtuality during the COVID19 pandemic. The critical gaze of the academy (Authorities, teachers and students) is urgently needed in order to return to reformist and post- reformist principles (UNESCO) to restore credibility and social trust, as well as to capitalize on legitimate, social and credible human talent in the teaching corpus in an aristotelian context that includes logos, ethos and pathos (evidence, values and empathy) as part of the discourse. Keywords: Pseudoscience, pseudo-education, academia, reformist and postreformist principles, virtual community, COVID19 pandemic A las Academias genuinas que todavía luchan en la región por sus ideales y valores emergentes de la Reforma de 1918 estimulando su imitación por parte de aquellas (Torres Oscuras) que perdieron su Norte… Los autores INTRODUCCIÓN La ignorancia [del latín ignorare, “no saber”; derivado negativo de la raíz gnō- de (g)noscere, saber] es un concepto referido a la falta de conocimientos o experiencia y tiene curso común en los ámbitos filosófico, pedagógico y jurídico. La ignorancia o ausencia de conocimiento, existe desde que existe la propia humanidad, ya sea como algo voluntario o involuntario. De igual forma la educación informal o formal existe desde los inicios mismos de la humanidad. La palabra educar combina prefijo ex-, sacar afuera o externalizar, y ducĕre, por la acción de conducir. La idea de educar se dirige entonces a promover el desarrollo intelectual y cultural del individuo y sociedad, los valores éticos, morales de la sociedad y, al mismo tiempo, el aprendizaje de nuevos conocimientos, destrezas y habilidades (Richard, 2004, 2018). En otras palabras, la educación le da al individuo el conocimiento y la forma de aplicarlo para tener éxito en la vida y el vivir bien (sensu Huanacuni, 2010; Richard y Contreras, 2012, 2013). En este sentido, la UNESCO (1999) define como objetivo universal de la educación la formación de seres humanos íntegros. Luego, todo aquello que vulnere de una u otra forma las definiciones y/o objetivos consensuados epistemológicamente para la educación podemos considerarlo pseudoeducación (Pseudo, del griego, falso). Por otro lado, ciencia es el conocimiento racional, sistemático, exacto, verificable y por ende falible (Bunge, 2000). Bunge (1985) también identifica cuatro condiciones en la ciencia que la distinguen de la pseudociencia (Falsa ciencia): “mutabilidad, compatibilidad con los conocimientos existentes, intersección parcial con alguna otra ciencia, y control por parte de la comunidad científica mediante la discusión fundamentada. Cualquier pseudociencia, afirma, viola al menos una de estas condiciones” (cfc. Bunge, 1985, 2010). Acorde con Bunge (2000, 2006) la realidad sólo es posible conocerla a través de indicadores. De igual forma, si queremos analizarla o cualicuantificarla solo podremos hacerlo a través de dichos indicadores. En este sentido, el inicio del año 2020 tomó al mundo por sorpresa con la pandemia provocada por el virus SARS CoV2, responsable de la denominada COVID19. A raíz de ello, se inició una cuarentena extendida de casi todo el año 2020. Ello derivó, entre otros, en el hecho de que el sistema educativo se volcara por completo al contexto virtual. En dicho contexto, las universidades no quedaron excluidas de la situación. Es así que algunas universidades frente a la coyuntura mostraron la calidad de su corpus docente afrontando con soltura la docencia virtual y ofreciendo capacitaciones, webinars, conversatorios etc. gratuitos a la sociedad; mientras que otras a la fecha siguen brillando por su ausencia (Richard, 2020). Por parte de la sociedad, volcada también a la virtualidad, se pudo apreciar un desmesurado crecimiento de los síndromes de Dunning Kruger (sensu Kruger y Dunning, 1999), Kori (fide Moyano, 2019), Procusto (sensu Young, 2018) y una proliferación desmesurada de anticiencia (Síndrome de Frankenstein fide López, 2017) entre otros. Así como manifiestas expresiones de disonancia
  • 5. cognitiva (Sensu Festinger, 1957). Generando con ello en muchos casos, odio manifiesto, tipificado bajo la figura de trolls y/o haters (sensu Moyano, 2019), así como supuestas conspiraciones por doquier (Elster, 2010; Moyano, 2019) etc. Sobre todo, en torno a la problemática de la pandemia, la existencia del virus SARS COV2, el COVID19, el uso de sustancias tóxicas para combatirlos como el dióxido de cloro, ivermectina (Goodman y Carmichael, 2020), etc. Estos indicadores manifiestos en la sociedad y sobre todo en personas con estudios universitarios e incluso con posgrados ponen en evidencia, sobre todo en Latinoamérica, problemas educativos estructurales y funcionales a todo nivel, así como el reflejo de dichos problemas en la sociedad (Richard, 2020). Algunas preguntas que surgen de esto son ¿Por qué, si actualmente tenemos todo el conocimiento al alcance de la mano, no parece haber racionalidad alguna en la realidad detrás de los indicadores señalados? ¿Por qué gran parte de la sociedad, escucha y acepta la palabra y opiniones de los denominados influencers, Youtubers, Vloggers, etc. (sensu Moyano, 2019) de las redes sociales sin ponerlos al menos en duda? ¿Puede tener la academia algún grado de responsabilidad en todo ello? En este sentido el objetivo del presente ensayo es analizar algunos de los causales (Hipótesis) de los problemas citados a partir de indicadores percibidos y proponer soluciones. Pero limitando, por motivos de espacio, el contexto a la academia y a los países reformistas (Del Mazo, 1941) de la universidad en Latinoamérica. DESARROLLO Comprender la problemática inherente al auge actual de pseudociencias y pseudoeducación entendidas ambas como carentes de sustento epistemológico alguno; implica necesariamente remitirse a un análisis de los fundamentos estructurales y funcionales de la Academia desde la perspectiva histórica. En 1918, en la provincia de Córdoba (Argentina), se gestó el movimiento reformista de la Universidad Pública que pronto se extendió a toda Latinoamérica, salvo en países dominados por dictaduras (República Dominicana, Nicaragua, Haití y Paraguay) (Ciria y Sanguinetti, 1962; Tünnermann, 1998; Richard y Suayter, 2006). Dicha reforma fue una reacción de rebeldía estudiantil principalmente frente a la dogmatización de la enseñanza, principio de autoridad y mediocridad docente generalizada. Propugnaba a la universidad como un instrumento de cambio y desarrollo social a todo nivel (Ciria y Sanguinetti, 1962; Mayz, 1984; Richard y Suayter, 2006 inter aliis). Situación que había sido vislumbrada unos años antes (1913) por José Ingenieros; quien le dedicara un libro entero y en forma preclara a la mediocridad (Ingenieros, 2000). En palabras de la propia Reforma de 1918: Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y -lo que es peor aún- el lugar en donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las universidades han llegado a ser así el fiel reflejo de estas sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por eso es que la Ciencia, frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático. Cuando en un rapto fugaz abre sus puertas a los altos espíritus es para arrepentirse luego y hacerles imposible la vida en su recinto. Por eso es que, dentro de semejante régimen, las fuerzas naturales llevan a mediocrizar la enseñanza, y el ensanchamiento vital de los organismos universitarios no es el fruto del desarrollo orgánico, sino el aliento de la periodicidad revolucionaria” (Manifiesto Liminar de 1918, Del Mazo, 1941) Como consecuencia de aquel movimiento la reforma logró entre otros, la autonomía universitaria, el cogobierno, la extensión universitaria, el acceso a la docencia por concursos y periodicidad de las cátedras, la libertad de cátedra, la cátedra paralela y cátedra libre, la asistencia libre a clases teóricas (ALCT), la gratuidad de la enseñanza y acceso masivo, la investigación vinculada a la docencia, la inserción de la universidad en la sociedad y rol de la universidad frente a la misma, la
  • 6. solidaridad latinoamericana e internacional y la unidad obrero-estudiantil (Del Mazo, 1941; Ciria y Sanguinetti, 1962; Tünnermann 1996, 1998; Ortiz y Scotti, 2018 inter aliis). Se trataba entonces de combatir la mediocridad y dogmatización de la enseñanza amparada en el principio de autoridad, a través de docentes competentes que practicaran la investigación como sostén de la docencia y con libertad de cátedra. Esto permitiría al estudiante elegir con qué docente pasar una asignatura y la asistencia libre a clases teóricas se convertiría en un claro indicador de calidad docente. La idea (episteme) detrás de la asistencia libre a clases teóricas (ALCT) era que los docentes dogmáticos y/o sin cualidades pedagógicas rápidamente se quedarían sin estudiantes perdiendo su condición de tales. Por otro lado, los concursos docentes periódicos e imparciales contribuirían al mejoramiento continuo de la academia. Por otro lado, la ALCT abriría las puertas de la universidad pública a sectores más amplios de estudiantes, sin consideración de su origen y posición social, y facilitaría en todo lo posible el acceso de estos sectores a las profesiones y especialidades. Asimismo, permitiría a los estudiantes que trabajan acceder a una carrera (Del Mazo, 1941; Tünnermann, 1996, 1998; Ciria y Sanguinetti, 1962). En este caso, los estudiantes podrían recuperar los teóricos estudiando luego con sus compañeros o a través del estudio autodidacta. Con ello, la ALCT se convertiría en el preludio del concepto actual de universidad abierta (Maiz, 1984). Pero también y no menos importante, sobre todo desde su condición de pública, a ser inclusiva (fide García-Cano, et al., 2017) en su más amplio significado. Sin embargo, la mediocridad enquistada en la academia comenzó a resurgir nuevamente y expresarse usando la propia autonomía universitaria para sus fines (Mayz, 1984; Richard y Suayter, 2006; Richard et al., 2021, MS). De esta manera y a lo largo de Latinoamérica comenzaron a aparecer en números crecientes en varias universidades (Las denominaremos “Torres Oscuras” parafraseando a Stephen King), reformas estatutarias y reglamentarias dirigidas a mantener o retornar a un status quo de dogmatismo y mediocridad… Entre tales reformas, el retorno de la asistencia obligatoria a clases teóricas (AOCT) en universidades públicas reformistas de la región, especialmente en Bolivia y Ecuador (Richard et al., 2021, MS). Con el retorno gradual a la AOCT, estas instituciones pueden jactarse de tener una gran eficacia y eficiencia frente a los procesos de evaluación institucional y ránquines universitarios (cfc. Crisci y Apodaca, 2017) y por supuesto en torno a la evaluación docente mostrando aulas llenas que en teoría serían un indicador calidad del corpus docente. No se debe olvidar que la eficacia y eficiencia del proceso de enseñanza aprendizaje (fide CINDA 1990, p. 113), así como la calidad docente, aunque disfrazada y con estadísticas ficticias emergentes de artilugios como la AOCT, son parámetros importantes para mostrar institucionalmente en las evaluaciones de algunos de los rankings universitarios (Yoguez, 2009; Crisci y Apodaca, 2017; Álvarez et al., 2019). Especialmente si la institución flaquea en aspectos importantes como la investigación científica, impacto de la misma, etc. En este sentido y como se ha argumentado en párrafos previos; la AOCT además de contribuir a la mediocratización de la academia, la ampara y la genera en un círculo de retroalimentación positiva. La pandemia COVID19 para las instituciones que vienen implementando la AOCT podría haber sido un espacio y tiempo de reflexión introspectivo de autocrítica y cambio. Lejos de ello, continuaron sus actividades académicas llevando la AOCT a la virtualidad exigiendo incluso que los estudiantes tengan sus cámaras encendidas para un mayor control del docente (Elgueta, 2020)….Olvidando además del principio reformista de la ALCT, el hecho de que la educación universitaria es un acto volitivo conforme lo especifican las constituciones respectivas de los países de la región… Obviamente las consecuencias de la AOCT, las cámaras encendidas y otras formas de control aparecieron tempranamente. Como lo indican Cea et al., (2020)
  • 7. El docente hace preguntas y nadie contesta, no ve gestos, no sabe si sus estudiantes están escuchando, o si siquiera están. No hay nada en la corporalidad del otro que ayude a la comunicación. En las entrevistas realizadas los y las docentes dicen 'siento angustia', 'es agotador', 'es frustrante'. Y es que cuando un docente carece de credibilidad en lo presencial, también carece en lo virtual y eso se reflejará con carácter de indicador en su capacidad de convocatoria. Ahí radica el fundamento de la ALCT como principio reformista de la universidad pública. “…si se adopta la asistencia libre, el alumno interesado en oír a los mejores, no vacilará en optar por ellos y se producirá, a no dudarlo, una saludable selección. El mal profesor, aun cuando se encuentre escudado en un nombramiento oficial, tendrá que eliminarse al producirse el ausentismo y conocer por este medio la tácita pero elocuente expresión del concepto que merece a sus alumnos” (Del Mazo 1941, p. 47). La credibilidad del docente entonces es fundamental para cumplir con el objetivo primero y último de la educación: Formar seres humanos íntegros (UNESCO, 1999, 2017). Un estudiante no cambiará (Saber ser), si no cree en el interlocutor (Richard, 2017, 2018). En este sentido los principios reformistas fueron preclaros en cómo conseguir la credibilidad. Efectivamente al imponer la investigación como función sustantiva de la universidad pública lo que se buscaba era que, a través de ella el docente, además de mantenerse actualizado, impartiera clases con contenidos propios… Pero… ¿qué implica esto? En palabras de Richard (2018), que fuera un “cantautor” con letra y música emergente de sus investigaciones. No por nada la UNESCO (1999) estableció que la diferencia entre educación superior universitaria y educación superior no universitaria era la investigación. La idea es que la principal función sustantiva de la academia debe ser la investigación El perfil investigador implica, además de dominar el conocimiento de área, una gran seguridad docente desde el punto de vista psicológico. Seguridad que psicológicamente también se traduce en credibilidad por parte del discente. Es difícil creer en personas inseguras en su discurso. La credibilidad entonces resulta fundamental para el proceso formativo de seres humanos íntegros (Delors et al., 1996; UNESCO, 1999; Richard, 2017). Finalizando el siglo XX, el informe de Delors et al., (1996) promovió en la academia el currículum por competencias. Mismo que, de diferentes formas, ya venía implementándose en muchas universidades de Latinoamérica (Por ej. Argentina, Chile, Brasil, Uruguay, etc.). Sin embargo, muchas universidades de la región, o no lo aceptaron (Hasta hoy) o simplemente lo aplicaron en papel, en la letra muerta. Dando lugar con ello a la paradoja lógica de las mismas: Nadie puede desarrollar las competencias (Investigación en este caso) que no posee (Richard, 2018; Contreras y Richard, 2020). Esto debido a que la implementación de dicho currículum implica no sólo cambiar los currículos en lo formal, sino también exige un perfil docente coherente con las competencias, con el saber hacer (Delors et al., 1996; Richard 2004, 2006, 2018; UNESCO, 1999 inter aliis). La virtualidad consecuente de la pandemia sirvió para poner en evidencia justamente la falta de docentes competentes, “cantautores”, creíbles… Y el indicador más evidente de todo ello fue la falta de convocatoria a las clases presenciales virtuales en algunos casos y en otros cuando la asistencia era obligada, la total anuencia, apatía y cámaras apagadas de los estudiantes frente a docentes sin poder de convocatoria, sin credibilidad (Ramallo, 2020; Elgueta. 2020) … Lamentablemente, a la fecha estos indicadores siguen sin ser tomados en cuenta… ¿Eso es todo? No, obviamente no lo es. Es una explicación reduccionista, ya que en esta ecuación no tenemos en cuenta entre otros factores, que no todos los estudiantes son vocacionales sobre todo actualmente cuando muchas carreras son elegidas no solo por vocación sino por conveniencia y causas familiares entre otras… En estos últimos casos probablemente los estudiantes no vocacionales no tengan interés en escuchar una clase, aunque la dicte un premio Nóbel…
  • 8. Sin embargo, lo cierto es que el aumento de docentes incompetentes es un hecho en la universidad pública de la región (Torres Oscuras) y existen claros indicadores de ello (Lizárraga, 2002; Fernández y Gutiérrez, 2003; Richard, 2006, 2018; Ramallo, 2020). A modo de ejemplo, el propio CEUB (2002) en Bolivia reconoce que el Sistema Universitario Boliviano “posee pocos recursos humanos de excelencia”, “Bajo nivel académico” y “Débil infraestructura para la investigación” (Sic). Complementariamente y tomando en consideración la importancia actual del currículo por competencias (cfc Leyva et al., 2015); Bravo et al., (2003), indican también que el 87 % de docentes de las asignaturas “Metodología de la Investigación” y “Taller de Tesis” jamás publicaron un artículo científico. Consecuentemente… ¿Cómo se espera estimular, fomentar o desarrollar destrezas y habilidades en investigación si los propios docentes no las tienen? La paradoja de las competencias… La situación descrita en 1999 llevó al Comité Ejecutivo de la Universidad Boliviana (CEUB, 1999) a afirmar que más del 70 % de los docentes del sistema universitario, jamás han ejercido su profesión. En ambos casos tenemos claros indicadores de mediocridad (Fig. 1) o al menos de no haber puesto en práctica jamás sus competencias. Tales guarismos con carácter de indicadores, de alguna forma explican por qué en Bolivia y otros países de la región, a nivel de grado tuvo que implementarse a inicios del siglo XXI modalidades alternativas de graduación a la tesis (Vide Zambrana, 1999; CEUB, 2011). Modalidades que de ninguna manera sustituyen a la tesis. En efecto, la tesis de grado es el único examen donde el estudiante demuestra competencias para resolver problemas aplicando el marco teórico de su profesión (Lo aprendido y aprehendido en toda su carrera) y en los hechos la gran mayoría de los estudiantes opta por no hacer tesis, al igual que en otros países de la región (Por ej. Perú, Ecuador, etc.) (Richard, 2018) (Fig. 1). Dicha política, sumada a la falta de docentes con las competencias necesarias en “Metodología de la Investigación” y “Taller de Tesis” motivó como ya fuera mencionado, a que la gran mayoría de los estudiantes de grado a la fecha omitan a la tesis como modalidad de graduación y por tanto a la única opción de evaluación que demuestra que el estudiante puede resolver un problema de su profesión aplicando el marco teórico de la misma (Pensum). La única opción que de alguna forma certifica una competencia en investigación (Richard y Contreras, 2014; Richard, 2018). ¿Pero, esta medida solucionó el problema? No, definitivamente no… Nuevamente los indicadores son claros en este sentido. Los graduados al ingresar a los posgrados, especialmente a nivel de maestrías y doctorado muestran serias falencias para hacer sus tesis y/o investigación sinergizando todavía más el círculo de mediocratización de la academia (cfc Padilla et al., 2007; Torrico, 2014, inter aliis). Lógicamente, desarrollar competencias de investigación desde cero en esta etapa de la vida es más complicado. Sobre todo, cuando el estudiante pasó por un sistema dogmático donde lo que menos se le enseñó fue lógica y pensamiento crítico, a cuestionar y verificar, entre otros. Todo ello dificulta en gran medida alcanzar la misión del posgrado en el Sistema Universitario Boliviano, que según el CEUB (2014) es: Formar profesionales competentes de alta calidad gestionando programas uní, multi, Inter y transdisciplinarios para el desempeño profesional, el desarrollo de la investigación y la interacción social, contribuyendo al desarrollo científico, económico y social del país (CEUB, 2014) De hecho, la imposibilidad de hacer un trabajo de investigación o tesis en estos posgrados motivó para los mismos tener que recurrir a servicios de empresas consultoras “non sanctas” que hacen tesis (Figs 1 y 4) o en algunos casos las propias universidades recurren a la misma estrategia que usaron en el grado: Instaurar modalidades alternativas de graduación que no incluyan la tesis o reemplazarla por modalidades no equivalentes a la misma como monografías, proyectos, ideas a defender, etc. (Richard, 2006, 2018). En ambos casos claros indicadores de un retorno a la situación
  • 9. prereformista de mediocridad… De cualquier forma, los indicadores de mediocridad de la academia en el contexto social están cada vez más arraigados. En este marco la sociedad se muestra como una voz de reclamo frente a la problemática. Lizárraga (2003) por su parte expresa elocuentemente un argumento más al respecto al indicar que: …el surgimiento de un “pacto por la mediocridad” entre docentes y estudiantes, en el cual cada grupo deja actuar al otro, mientras no se inmiscuya en sus propios asuntos. En esta situación los docentes hacen como que enseñan; y los estudiantes, como que aprenden, sin cuestionarse el comportamiento de cada uno de ellos. Esto se explica por la existencia de un fuerte sindicato docente y la existencia de grupos de interés entre los estudiantes que controlan la representación estudiantil. El sindicato docente determina la existencia del pacto de mediocridad pues protege a los docentes aún ante rendimientos deficientes. Además...no están interesados en introducir mecanismos de control de rendimiento (Lizárraga, 2002) Los problemas en la administración impiden que la UB pueda cumplir con sus objetivos de docencia e investigación y producir efectos externos positivos para la sociedad... en la actualidad la UB produce más efectos negativos que positivos en la sociedad. La reforma de la educación superior resulta, desde esta óptica, particularmente urgente. (Lizárraga, 2002) Lo explicitado por Lizárraga (2002) indica claramente que existe una suerte de complicidad docente estudiantil que contribuye, a la existencia de una AOCT consensuada y en muchos casos, “premiada” (Soborno, fide Richard et al., 2021, MS) pero tristemente también revela que el estancamiento académico en muchas universidades públicas (Torres Oscuras) dista mucho de tener solución… En efecto, la Reforma de 1918 fue motorizada por estudiantes que deseaban aprender, que querían docentes “cantautores” … La idea era una reforma que propicie el mejoramiento perpetuo de la institución… Ahora acorde con Lizárraga (2002) existe en muchos casos un pacto de mediocridad en el cual la misma está consensuada por ambas partes… Docentes y estudiantes... Todo un círculo de retroalimentación positiva de mediocridad… Obviamente como lo indica Lizárraga, dada la conveniencia para ambas partes, difícilmente pueda romperse dicho pacto y retornar a los principios reformistas… Ahora bien ¿Qué sucede si un estudiante o docente no quiere formar parte de dicho pacto? En el caso de los estudiantes, serán segregados por sus pares y por los propios docentes como lo indican Fernández y Gutiérrez (2003) en su libro “Universidad Enferma”. Prácticamente un manifiesto de la mediocridad académica a todo nivel o la apología de su delito. En el caso de los docentes, normalmente es el gremio docente el que se encarga de buscar la forma de excluir a los buenos docentes de la academia, muchas veces con la complicidad y apoyo de los propios estudiantes (Lizárraga, 2002; Richard, 2006). En palabras de Lizárraga (2002): Con su participación del 50 % (cogobierno), los estudiantes pueden bloquear la admisión de docentes que para ellos sean incómodos (Lizárraga, 2002) En este sentido, no debe olvidarse que los buenos docentes son productivos y ponen en evidencia con ello la mediocridad de los que no lo son, favoreciendo con ello la exclusión de los primeros del contexto académico (Richard, 2004). De hecho, en la crisis desatada por el COVID19 los despidos masivos de la academia en muchos casos indicarían que fueron hechos expresamente con la intención de excluir de la misma y al amparo de la pandemia a los docentes más competentes (Por ej. La Hora, 2020). Se sabe de universidades que aprovechando la coyuntura de la pandemia excluyeron a los docentes con doctorado y mayor trayectoria de investigación, dejando en funciones a los docentes sin posgrados, sin producción, pero afines a las autoridades de turno…Situación que lamentablemente está reducida al vox populi (Aunque con ejemplos muy
  • 10. concretos y verificables) en la comunidad virtual. Misma que por lo expuesto, no es ajena a estos hechos que sin duda contribuyen aún más a la pérdida de credibilidad de la academia (Torres Oscuras) … En este marco contextual, las instituciones que reimplantaron la AOCT utilizaron la propia autonomía otorgada por la Reforma de 1918 en un intento de hacerlo legal y si bien con ello puede tener visos de legalidad; desde ningún punto de vista puede considerarse legítimo toda vez que se vulnera los principios epistemológicos de la Reforma a la cual estas instituciones dicen adherir (Richard et al., 2021, MS). Además, la AOCT adquiere el carácter de “extorsión” al exigirle al estudiante en forma coercitiva asistir a clases teóricas o perder la asignatura por no hacerlo (Camacho y Zurita, 2002; Richard, 2020; Richard et al., 2021, MS). En otros casos, además de tener un carácter obligatorio, existe un “premio” bajo la forma de puntaje adicional en el examen final de la materia, con lo cual además de un carácter extorsivo, la asistencia adquiere un carácter de “soborno” también (Del Mazo, 1941; Ciria y Sanguinetti, 1962; Camacho y Zurita, 2002; Richard, 2020) (Fig. 1). Esto de alguna manera compensa cualquier desequilibrio entre los buenos docentes que tendrían el aula llena por méritos propios y los que no tendrían ninguno por su mediocridad. Pero en esta ecuación, obviamente los únicos favorecidos son los mediocres (Richard, 2018). Algunos países de la región (Ecuador, por ejemplo, Richard et al., 2021) han implementado también un portafolios de evidencias en el cual los docentes deben evidenciar que efectivamente controlan la asistencia obligatoria (Fig. 1). La implementación del portafolios de evidencias ha sido cuestionada seriamente en cuánto a sus fundamentos (Barriga y Pérez, 2010). Sin embargo, una lectura de los reglamentos de estos portafolios indica que los mismos, no han sido implementados con una finalidad pedagógica; sino estrictamente de supervisión, control y evaluación docente con carácter punitivo. Es decir, vulnerando los principios de libertad de cátedra sin supervisión docente de la Reforma de 1918 (fide Ortiz, 2018). Pero, además, en muchas universidades regionales la libertad de cátedra y académica (sensu UNESCO, 2017) está bastante acotada por lo que los docentes deben restringir su docencia a contenidos impuestos y documentar con evidencias todo lo que hicieron en sus clases, evaluaciones, salidas de campo, etc. En estos portafolios muchas veces no alcanza como evidencia un certificado de participación en un evento, o un informe de salida de campo o práctica de laboratorio, sino que además debe acompañarse de un colecto de fotografías que evidencie la presencia del docente allí. Otro claro indicador de mediocridad docente e institucional que contribuye muy poco a la credibilidad social de la academia (Fig. 1). Lo interesante es que muchas de las actividades evidenciadas en el portafolios a través de fotografías no necesariamente prueban lo que indican. Lo cierto es que el docente pierde una gran cantidad de tiempo productivo con estos portafolios en franco detrimento del tiempo necesario para hacer investigación y por tanto impartir conocimiento de primera mano… Para ser “cantautores” … La virtualidad consecuente con la pandemia en este caso, llevó el tema del portafolios a dicho contexto perjudicando aún más la imagen social de la academia, en este caso en el contexto de las redes sociales donde se pudo evidenciar entre otros el uso de memes para denunciar muchos de los hechos mencionados en este ensayo (Fig. 2). De cualquier forma, en este contexto de pandemia, pudo verse que los buenos docentes (“cantautores”) ya sea que estén dentro de una universidad o fuera de ella son los que más brillaron mostrando su vocación en las redes sociales impartiendo webinars, clases y cursos gratuitos, podcast, etc. Retomando el tema de la investigación, función sustantiva que define a la educación universitaria desde siempre (UNESCO, 1999); nos encontramos con que en varios países de la región coherentemente con lo discutido previamente, la producción en investigación es poco menos que deficiente (Oppenheimer, 2011; CWUR, 2020; Scimago, 2020) y en no pocos casos de calidad cuestionable (Tubay, 2021); lo cual es coherente con todo lo anteriormente dicho (Fig. 1). Pero,
  • 11. además, son muchas las universidades de la región (Torres Oscuras) que ni estimulan, ni evalúan la citada función sustantiva como se desprende de la simple consulta de sus reglamentos y/o estatutos y/o contenidos de portafolios docente. En este punto se debe destacar que la competencia en investigación se evidencia a través de su producto tangible: la publicación. De aquí las frases “Lo que no se publica no existe” y “publicar o perecer” (Hartemink, 2000) vinculadas a esta actividad. En la década reciente (2010 – 2020) los ránquines internacionales de universidades que evalúan y ponderan la investigación han servido de presión coercitiva para que muchas universidades desarrollen políticas de investigación (Verger, 2014; Crisci y Apodaca, 2017; Gil et al., 2017) aun cuando todavía no se entienda que la investigación sirve para solucionar problemas sociales, como instrumento de desarrollo social, cultural, tecnológico y económico (Richard, 2018; Contreras y Richard, 2020, Fig. 3). Pero lo cierto es que, en función de las citadas políticas, la creciente necesidad de publicar ha motivado que los círculos mediocráticos hayan perdido la perspectiva de tal objetivo. Efectivamente para el docente mediocre la investigación es vista como un requisito para mantenerse en el cargo y por tanto hará lo necesario para ello, aunque no tenga las competencias (Fig. 4). La exigencia de producción en revistas indexadas a docentes que jamás se preocuparon por ello, ha dado origen entonces a otra forma de corrupción académica, el tráfico de coautorías, la elaboración de artículos, tesis, entre otros (Hernández, 2007; Richard, 2006; Richard, 2018) (Fig. 1, Fig. 4). Efectivamente, en diferentes unidades académicas e incluso en las redes sociales aparecen avisos de algún docente que tiene un artículo para publicar y ofrece por un módico precio la coautoría para el mismo. En otros casos, la autoridad académica de turno impone su nombre como coautor o autor a los pocos docentes investigadores bajo su dirección (Hernández, 2007; Richard, 2006; Richard, 2018). Obviamente la necesidad de publicar por parte de docentes mediocres a los que jamás les interesó hacerlo, está tan extendida que también ha sido aprovechada por lucrativas empresas que en respuesta han creado las famosas revistas predator (Jimenez y Jimenez, 2016). Ante la problemática indicada, por un monto de dinero a convenir ofrecen publicar artículos en revistas con indexaciones ficticias y un comité de pares inexistente. Actualmente son miles las que forman el famoso listado de Jeffrey Beall de revistas predator (Jimenez y Jimenez 2016) lo cual constituye un claro indicador de la situación que atraviesa la academia. Pero en especial las universidades mediocres frente a los problemas estructurales y funcionales que se ha venido exponiendo muy sucintamente (Fig. 1). Resulta harto evidente con carácter de indicador, que este cada vez más lucrativo negocio existe, porque existe un mercado para ello (Fig. 4). De hecho, dicho mercado aprovechó la coyuntura de la pandemia también para promover sus servicios en las redes sociales como Facebook, Twitter (Fig. 4) y comunidad virtual en general. En otros casos (Por ej. Bolivia, Perú, Ecuador, entre otros), tanto en las redes sociales como en los principales periódicos se encuentran avisos de empresas legalmente constituidas dedicadas tanto a hacer tesis, como artículos científicos (Richard, 2006, 2018; La Razón, 2011, Fig.4). Todo ello, además de erosionar los cimientos de la ética científica (fide COPE, 2021), muestra una imagen social de corrupción académica y pérdida de credibilidad y confiabilidad institucional ya que estos avisos y periódicos donde aparecen son leídos por toda la sociedad, incluyendo las redes sociales donde tienen presencia permanente (Fig. 1, Fig.4). De hecho, las consecuencias de esto no se han dejado esperar y recientemente se publicó un informe en Ecuador que indica que, si bien el país está entre los 10 países de Latinoamérica con mayor producción de publicaciones, también está entre los 10 menos citados; lo que podría interpretarse como un claro indicador de la calidad y/o credibilidad de tales publicaciones (Tubay, 2021). Justamente uno de los argumentos más esgrimidos por los cultores influencers de las pseudociencias y anticiencia en las redes sociales, es que la ciencia es un fraude y aluden normalmente a artículos científicos que generalmente han aparecido en revistas predators. Aunque también en menor proporción, en revistas importantes. Luego, con este panorama resulta utópico pensar en la investigación como motor de
  • 12. transformación y desarrollo en un marco de responsabilidad social universitaria (Fig. 3). En este contexto las autoridades de muchas “Torres Oscuras” demuestran estar más preocupadas por su status de poder, por las siguientes elecciones, la próxima evaluación externa o por los ránquines que por el rol de la academia como instrumento de cambio y transformación social (Ciria y Sanguinetti, 1962; Mayz, 1984; Richard y Suayter, 2006; Richard y Contreras, 2014; McIntyre, 2020). Como se viene indicando, la implementación del currículo por competencias exige no sólo cambios de forma, sino de fondo también. Ello incluye, sobre todo, que los docentes posean las competencias que desean formar luego en el aula. La falla en la implementación del currículo por competencias incide notoriamente en el proceso de enseñanza aprendizaje más allá de lo obvio, es decir la paradoja de las competencias (Richard, 2018). Esto ocasiona, entre otras consecuencias, que los estudiantes pierdan la credibilidad en los docentes que carecen de las competencias que intentan desarrollar en ellos y esto ocurre tanto a nivel de grado como de posgrado (Richard, 2018; Richard y Contreras, 2014) (Fig. 1). Pero aquí cabe plantearse la pregunta ¿cómo o por qué, tales docentes acceden a la docencia? Richard (2004) al explicar este problema invoca una frase que resume de alguna manera la explicación (No la justificación) “La universidad actual se ha convertido para muchos profesionales, en la salida laboral del fracaso profesional” (Fig. 1). Más recientemente, Klaric (2017) afirma que en todo el sistema educativo latinoamericano (Todos los niveles) los que fracasan en su profesión, terminan siendo…docentes. Estos docentes luego ocupan cargos en los consejos o direcciones, desde donde legalizan reglamentos ilegítimos como los mencionados previamente (Asistencia, portafolios de control punitivos, concursos de acceso directo o con jurados endogámicos, evaluación sin incluir las competencias, exclusión de la investigación como requisito de docencia, etc.) que seguirán reproduciendo mediocridad (Richard, 2004, 2006, 2018; Oppenheimer, 2011; Richard y Contreras, 2014; Barral, 2019; inter aliis) (Fig. 1). Resulta obvio decir que es ilusorio pretender que quienes no tuvieron éxito en su profesión o al menos no la ejercieron en algún momento de su vida puedan luego enseñar o transferir a sus estudiantes el éxito o al menos la forma de integrarse al mercado laboral profesional. Lo cual, en cierta manera, explicaría por qué en algunos países de la región existen tasas superiores al 90 % de desempleo profesional en los titulados de universidades públicas (La Razón, 2013). Tampoco es desconocida la realidad de que para acceder a la docencia en la región es más importante tener un “buen padrino” y/o contar con la “gracia” de alguna autoridad por afinidad política entre otras modalidades “non sanctas” que tener competencias y un buen currículum (Vázquez, 2019). Nuevamente algo que, en las redes sociales durante la pandemia, la propia sociedad lo expresó a través de memes (Fig. 5) como elemento comunicacional y de denuncia (Gallego, 2019). Luego, estos círculos de mediocridad se perpetúan, se reproducen y en no pocos casos se sinergizan también con la aplicación del síndrome de Procusto (Young, 2018); referido al miedo del mediocre a ser puesto en evidencia por otro colega o superados profesionalmente (Young, 2018; Richard, 2018; Oppenheimer, 2011) (Fig. 1). El síndrome de Procusto conlleva también a la exclusión de los buenos docentes de la academia (Young 2018). Asimismo, la envidia que puede llevar a algunos directivos o mandos intermedios a eludir su principal responsabilidad de tomar las decisiones más adecuadas para su institución, dedicándose en su lugar a cercenar las iniciativas, aportes e ideas de aquellos que pueden dejarles en evidencia (miedo a perder nuestro puesto o ascenso) (Oppenheimer, 2011; Young, 2018). Lo cual explicaría también el motor de despidos y exclusión académica que las “Torres Oscuras” ejercen sobre los buenos docentes aprovechando coyunturas como las de la actual pandemia (La Hora, 2020, Fig. 5). Estos círculos de retroalimentación de mediocridad redundan luego en lo que Lizárraga (2002) denominó “pacto de mediocridad docente estudiantil” (Sic). (Fig. 1) donde, como ya fuera expresado, mientras ambas partes respeten lo acordado implícitamente, todo va de maravillas (Lizárraga, 2002; Fernández y Gutiérrez, 2003). En este contexto de mediocridad (Fig. 1), a falta de competencias (Saber hacer sensu Delors et al., 1996) la enseñanza se torna dogmática
  • 13. apelando en demasiadas veces al principio de autoridad con lo cual la educación toma más bien el color del adoctrinamiento (Lizárraga, 2002; Bunge, 2010; Oppenheimer, 2011; Barral, 2014; Richard, 2018; Richard et al., 2021, MS; inter aliis) (Fig. 1). Un claro indicador de la máxima expresión de la pseudoeducación. Sus clases teóricas son impartidas usando medios como la proyección de © MS Power Point con texto copiado y pegado de libros, de autores que ni recuerdan y que normalmente leen de espaldas a sus estudiantes en una acción más parecida al karaoke que a una clase magistral. Un claro indicador de pseudoeducación. Los estudiantes consecuentemente, adquieren conocimientos a través del estudio memorístico, mecánico y dogmático; dejando de lado el razonamiento lógico, el pensamiento crítico, la duda, la problemática, el debate y el desarrollo de aptitudes, destrezas y habilidades para la resolución de problemas (Fig. 1): Los aprendizajes necesarios para tener éxito en la vida…Los estudiantes manejan la tristemente célebre frase “materia vencida, materia olvidada” indicando con ella que estudian de memoria las materias y olvidan todo luego de rendirla… Al igual que lo visto en toda la carrera… Otra invitación al futuro fracaso profesional e indicador de pseudoeducación (Fig. 1). Por otro lado, con frecuencia los docentes de karaoke inducen al estudiante a leer lo que denominan “apuntes de clases” y que normalmente no son otra cosa que fragmentos de textos fotocopiados. Tales “apuntes”, ni siquiera llevan la cita bibliográfica y en general su fotocopiado está prohibido por ley. Pero el mensaje de dicha acción a los estudiantes es muy claro: Si el docente fotocopia lo prohibido e induce a fotocopiar lo prohibido; si el docente plagia en sus clases (Ej. Lo pegado en sus ©MS Power Point) … Ergo, el plagio y la fotocopia de lo prohibido, está permitido (cfc. Fontúrbel, 2004; Richard, 2006). La reproducción generalizada en muchas “Torres Oscuras” de estas prácticas “institucionalizadas” y por tal condición “aceptadas”, contribuyen aún más a erosionar la imagen y credibilidad ya erosionada del docente y de la academia en general; tanto por parte de la sociedad como por parte de los propios estudiantes (Richard, 2004, 2018; Oppenheimer, 2011) (Fig. 1). Obviamente también se erosiona y degrada la dimensión sustantiva de la educación inherente a los valores incluidos en el saber ser (Delors et al., 1996; Lizárraga, 2002; Fontúrbel, 2004; Richard, 2004; Barral, 2014; Richard, 2018; inter aliis) y por tanto esto contribuye notablemente a los procesos de pseudoeducación que la virtualidad en esta pandemia exacerbó aún más. Cabe recordar que los valores inherentes al saber ser sólo pueden enseñarse “predicando” con el ejemplo (Richard, 2004, 2006, 2018; Barral, 2014; Richard y Contreras, 2012). En concreto, el proceso de enseñanza aprendizaje en el entorno descrito queda circunscripto a un aprendizaje de conocimientos sueltos, en forma memorística, dogmática, amparado en el principio de autoridad (Es cierto sólo porque el docente lo dice) pero con una carencia casi absoluta de todas las dimensiones formativas de la educación (Ser, saber, hacer, convivir) acorde con Delors et al., (1996) (Fig. 1). Consecuentemente la persona que se gradúa de una “Torre Oscura” y de la cual recibió mayormente una pseudoeducación teñida de pseudociencia y aséptica en valores; será un profesional poco útil a la sociedad y una persona que por su deficiente formación será permeable a la pseudociencia, conspiraciones, disonancia cognitiva, síndrome de Dunning Kruger, Procusto, Kori, etc. (Fig. 1). Por otro lado, la sola condición de graduado universitario le hará creer que podrá desenvolverse más allá de lo que recibió dogmáticamente, sin valores y más allá de lo que comprende, razona y le compete: El inicio del síndrome de Dunning Kruger (1999). De esa forma, se mostrará a la sociedad con los síndromes resultantes y propiciados del proceso de pseudoeducación y pseudociencia recibido (Dunning Kruger, Kori, Procusto, etc. Fig. 1). Además de manifestar en forma casi permanente una disonancia cognitiva entre la realidad social virtual confrontada a diario, y lo “aprendido” (Fig. 1) en la “Torre Oscura”. Finalmente, la confrontación con personas de ciencia, con formación filosófica o simplemente con capacidad de razonamiento lógico pondrá en evidencia las deficiencias de aquellas personas, causando una disonancia cognitiva que frecuentemente deriva en sentimientos de odio y resentimiento. El odio que actualmente caracteriza las redes sociales
  • 14. bajo el denominativo anglosajón y caracterización psicológica de hater (Moyano, 2019) (Fig. 1) y sus diferentes variantes de acción (Ciberbulling, fanbulling, mobbing, etc.) en las denominadas comunidades virtuales (Morell y Subirats, 2012). El hater es una de las tantas figuras patológicas que podemos encontrar en la comunidad virtual, precedido de la figura del Troll (Fide Reagle, 2015) y su característica forma de actuar, el trolling. Al respecto Bishop (2014) clasifica los trolls en 12 categorías dentro de las cuales menciona al hater como un posible vengador de la verdad (e- venger), un destructor de la información (iconoclast) o un usuario antisocial que agrede por entretenimiento (snert). Luego el hater originado a partir del troll en un caldo de cultivo de pseudeducación y pseudociencias (Torre Oscura) busca despertar como manifestación de su resentimiento social, la furia de la comunidad virtual con expresiones hostiles y ataques relacionados con aspectos como el género, la etnia, la sexualidad y la apariencia (Reagle, 2015). Reagle (2015) indica que la expresión “haters gonna hate” (los que odian siempre odiarán) tiene su origen en la cultura hip-hop, como respuesta a la frase “don’t feed the trolls” (no alimentes a los trolls), y como forma de ignorar estas formas de hostigamiento. Así, el hating, promueve el discurso del odio sin otra intención que la de deshumanizar, insultar, intimidar y ofender a otras comunidades y personas, perdiendo el sentido entre lo real y virtual y sobre todo poniendo en evidencia un resentimiento resultante de una pseudoeducación que no le permite la inserción social y laboral buscada. En la comunidad virtual extendida y sobre todo propiciada por la pandemia COVID19, el hater encontró el lugar propicio en el cual canalizar los síndromes contraídos total o parcialmente en un sistema educativo contextualizado en pseudoeducación y pseudociencia (producto de las Torres Oscuras, Fig. 1). Allí, por las características intrínsecas de la comunidad virtual (Especialmente Twitter, Facebook, Instagram o YouTube) impiden en muchos casos la autodefensa de la víctima. De manera que esta conducta agresiva, intencional y persistente genera un halo de vulnerabilidad que se somete ante comportamientos vejatorios y difamatorios del hater o un grupo de ellos. Acciones que retroalimentan los síndromes psicológicos mencionados ut supra. A diferencia de lo que sucede en una comunidad académica o social presencial, la comunidad virtual es permeable a ataques digitales amparados en el anonimato del agresor y su desinhibición. Lo que no les sería posible hacer en forma presencial, lo pueden canalizar en la comunidad virtual en una suerte de catarsis patológica. Obviamente, el agresor, no presencia las consecuencias de su conducta, dificultando la empatía. Y la virtualidad facilita la multiplicidad del daño hacia la víctima, pues la agresión puede ser asequiblemente difundida (cfc. Álvarez-García et al., 2017). La falta de comprensión y razonamiento lógico frente a la realidad en la que se desenvuelven incide en que dicho odio, en muchos casos, se retroalimenta al ver el éxito profesional que poseen otras personas con títulos equivalentes, pero que pasaron por academias donde las dimensiones educativas de Delors et al., (1996) se cumplieron de la mano de docentes investigadores competentes. Basta con consultar páginas de conocidos y destacados divulgadores científicos (Por ej. Javier Santaolalla, José Luís Crespo, Sandra Ortonobes Lara, Eduardo Sáenz de Cabezón, Rocío Vidal, José J. Priego, Aldo Bartra, etc.) para verificar los efectos psicológicos mencionados exacerbados en la pandemia en torno, precisamente, a la misma. Si bien la negatividad en el sentido de Dawson (2018) siempre ha sido frecuente en estos entornos y comunidades virtuales, lo cierto es que la pandemia le dio a los haters un estatus de poder superior y un espacio para expandirse. Espacio dejado ni más ni menos que por la comunidad académica que como parte del proceso de mediocridad creciente descrito (Torres Oscuras) no ocupó estos espacios como debía en función a su deber ético y moral social de la extensión (Vide Del Mazo, 1941; UNESCO, 1999). Otro de los deberes heredados de la Reforma de 1918 e incumplidos por las Torres Oscuras. Lo cierto es que estos haters por su condición (Síndrome de Dunning Kruger, Kori, Frankenstein, Procusto, etc.) y frente a un debate, discusión o situación social que propugne una disonancia cognitiva no pueden rebatir ya que carecen de la
  • 15. competencia para argumentar; con lo cual legitiman su condición de haters a través de la Falacia ad hominem (No puedo rebatir, ergo ataco a la persona, insulto) (cfc. Ruiz, 2016) (Fig. 1). La carencia de argumentación y la imposibilidad de discutir, rebatir o debatir académicamente es justamente uno de los indicadores de los problemas estructurales inherentes a los procesos de pseudoeducación canalizados por las “Torres Oscuras” aquí mencionados y un claro indicador de su mediocridad. Así por ejemplo en el canal de YouTube de Javier Santaolalla (2020) se puede ver que frente a su programa sobre el uso inapropiado del dióxido de cloro para combatir el COVID19, con más de medio millón de visitas, obtuvo la cifra récord de 38.258 comentarios, de los cuales 9.490 eran negativos. Dentro de los negativos podemos hallar una pléyade de expresiones de odio manifiesto, insultos (falacia ad hominem) y expresiones de resentimiento dignos de realizar un estudio o tesis doctoral al respecto. Situación y cifras similares podemos encontrar frente al mismo tema en otros canales de divulgación conocidos. En este sentido la pandemia COVID19 mostró, sobre todo en Latinoamérica, un inaudito apoyo a la pseudociencia respecto al uso de sustancias químicas tóxicas (Dióxido de cloro, ivermectina, etc.) como un claro indicador del problema de pseudoeducación alimentada por pseudociencia. Esto último se reflejó también en hechos e indicadores tan contundentes como que algunos países de la región aprobaron el uso de del dióxido de cloro (Por ejemplo, Bolivia) mientras que en otros (Por ejemplo, Argentina, Ecuador, Perú, Chile, México, etc.) hubo presiones para hacerlo desde el periodismo y no pocas veces desde la academia para hacer lo propio. Resulta muy gráfico en este sentido que incluso en Bolivia, instituciones académicas públicas además de certificar la fabricación del dióxido de cloro usaron dicho compuesto con su personal para prevenir el COVID19 (Página Siete, 2020). Situación análoga ocurrió con otras universidades públicas de la región (Jordán, 2020; La Patria, 2020; Bolivia Verifica, 2020). Asimismo, agrupaciones de médicos bolivianos también apoyaron el uso del dióxido de cloro (Zamora, 2020) e incluso asesoraron a gobernaciones para utilizarlo, como ocurrió con la Gobernación Autónoma del Departamento de Pando (GADP, 2020; Trucco, 2020). El panorama en Perú no fue muy diferente (Chirinos et al., 2020), ya que de igual forma aplicaron oficialmente ivemectina en forma “preventiva”, es decir usaron un compuesto cuya efectividad contra el SARS CoV2 no estaba comprobada (Pseudociencia) y además en forma preventiva (Pseudoeducación). Agrupaciones como la “Asociación Médicos por la Verdad” y “Humanos por la Verdad” que también están presente en diversos países de Europa y Latinoamérica (España, Argentina, Ecuador, Bolivia, Perú, Colombia, Venezuela, Chile, etc.) hicieron lo propio utilizando todos los medios de la comunidad virtual para propagar (Pseudoeducación) sus mensajes de pseudociencia vinculados al uso del dióxido de cloro con fines médicos y recientemente contra las vacunas COVID19 (La República, 2020) en una comunidad virtual permeable a todo esto. Y en esta ecuación no se debe olvidar que las agrupaciones del área de salud mencionadas están formadas precisamente por profesionales graduados de academias que con su actuar (pseudociencia y pseudoeducación) y manifiesto desconocimiento en los hechos, del método científico se muestran como claros indicadores de las falencias educativas resultantes de los problemas estructurales y funcionales que hemos venido tratando (Torres Oscuras). Un círculo vicioso donde las instituciones académicas retornaron a la situación prereformista de mediocridad sin práctica, ni competencias de investigación y con una enseñanza dogmática y sustentada en el principio de autoridad educando profesionales que, por falta de formación en investigación, no cuestionan, ni problematizan nada (Fig 1). Por otro lado, muchas veces emergente de las mismas academias, existe un público receptor a todo ello en la comunidad virtual que acepta como verdades absolutas (dogma) cualquier argumento que provenga de un docente, una autoridad, institución pública o profesional sin cuestionamiento alguno (Principio de autoridad) … Situación que luego replicarán en el seno de su actuar social presencial y virtual, familiar y en no pocos casos reproducirán en el seno de las universidades en
  • 16. caso de ejercer la docencia… Frente a ello, cuando la ciencia y educación argumentan (Episteme fide Platón) desacreditando la doxa opinión de los profesionales o de autoridades que esgrimen pseudociencia resultante de la pseudoeducación que recibieron, crean en los interlocutores una disonancia cognitiva. Por un lado, “lo que leo o escucho, no es lo que quiero ver o escuchar…o lo que recibí dogmáticamente”, y frente a la imposibilidad de rebatir el argumento académico con otro de igual tenor, emerge la falacia ad hominem como expresión de odio catalizado por un entorno virtual permisivo y permeable a ello (Fig. 1) (Hater gonna hate). La imposibilidad de rebatir con argumentos académicos se ve catalizada entonces por el hecho de haber recibido una enseñanza dogmática, doctrinaria, amparada en el principio de autoridad. Como se viene indicando, el perfil docente buscado en los principios reformistas primero (1918) y la UNESCO posteriormente (1999 et sequellae) era el de un docente investigador, ya que se espera que, por su condición de tal, promueva una enseñanza motivadora basada en el cuestionamiento, la duda, el pensamiento crítico y la verificación. Sin embargo y a pesar de que actualmente el conocimiento cuasi universal nunca estuvo más accesible para todos desde un simple celular, la duda, el cuestionamiento, el pensamiento crítico y sobre todo la verificación no ocurre. En cambio, vemos en las redes sociales una aceptación implícita de aquello propugnado por influencers, youtubers que con la indumentaria adecuada (Por ej. Una bata blanca y un laboratorio) ejercen su convencimiento, su influencia más allá de toda duda, cuestionamiento y/o verificación. Pero lo cierto es que detrás de ello podemos ver la huella innegable de una educación dogmática en la cual se enseña unidireccionalmente con carácter de verdad absoluta el conocimiento. Carácter sustentado únicamente por el principio de autoridad, es decir es verdad porque el docente lo dice, más allá de cualquier cuestionamiento. Si bien, el dogmatismo y el principio de autoridad son considerados “pecados capitales” en ciencia (Bunge, 2000); dicha condición es conocida e inherente a un estatus que tales docentes no poseen, el perfil de investigador. Un simple recorrido por la comunidad virtual mostrará que efectivamente durante la pandemia y a manera de indicador de lo explicado ut supra, podemos observar por ejemplo que personas seriamente cuestionadas (Académica y legalmente) a nivel internacional por su actuar poco ético durante estos eventos como el caso del Sr. Andreas Kalcker, tuvieron un impacto favorable a la pseudociencia. De esta forma su el impacto de su discurso fue muy superior al impacto opuesto de su mensaje, de parte de profesionales dedicados a la divulgación científica como Javier Santaolalla (2020) que con argumentos académicos fácilmente verificables los rebatían. Sin embargo, el perfil de los internautas acepta más fácilmente lo que dice un charlatán, si este opina desde un laboratorio con bata blanca (Andreas Kalcker) que lo que diga un divulgador científico desde su casa vestido con ropa informal (Javier Santaolalla) … Y es que el principio de autoridad se ve jerarquizado y puesto en valor tanto por el contexto como por la investidura (Aunque sea falsa) que hace de la persona… una autoridad. En este sentido hay que hacer notar que, no sólo no hay un estímulo personal a verificar la información subyacente de la comunidad virtual, sino que, con demasiada frecuencia existe una reticencia a hacerlo (Sindrome de Kori). Aun cuando dicha verificación sea estimulada por otros. La pandemia COVID19 entonces abrió una suerte de Caja de Pandora para canalizar y liberar todo el abanico de síndromes descritos y otros más. Pero al mismo tiempo estas manifestaciones se muestran como indicadores del impacto y las consecuencias cada vez mayores de un sistema educativo (Torres Oscuras) que lejos de asumir con autocrítica sus fallas, errores y desaciertos continúa propugnando mediocridad y a través de ella, pseudociencia y pseudoeducación… Incluso o sobre todo en este marco de pandemia… Luego, la academia genuina, ejerciendo la divulgación y frente a las reacciones y posición de los trolls, haters y/o Kori optan por abandonar el debate (Backfire sensu Moyano, 2019). Con lo cual el hater, haciendo gala nuevamente del síndrome de Dunning Kruger, tiene la falsa percepción de que su posición es
  • 17. correcta; en tanto que el divulgador científico se retira con poco o ningún estímulo para continuar con su tarea (Fig. 1) Cabe destacar que ya en décadas precedentes, diferentes científicos y divulgadores científicos (Asimov, 1980; Bunge, 1985, 2010; Sagan, 1995; inter aliis) mostraron una gran preocupación por la proliferación de las pseudociencias y su impacto social aún antes del advenimiento de las redes sociales e influencers. Asimov (1980) hablaba sobre el “culto a la ignorancia” y sobre la tendencia social y política por difundir una suerte de “anti-intelectualismo”. Lo anterior, nutrido por una falsa noción de que la democracia significa que “mi ignorancia es tan buena como tu conocimiento” (Sic) (Asimov, 1980). Esto último, con el advenimiento de las redes sociales se ha popularizado aún más, asociados a frases como “la ignorancia nos hace felices” o que efectivamente la ignorancia es parte de los derechos de las personas. Pero sin duda todo este proceso ha sido sinergizado y/o catalizado por los cambios funcionales y estructurales discutidos previamente de las últimas décadas en las Torres Oscuras. En este punto hay que destacar que más del 99 % del conocimiento de la humanidad se generó entre 1945 y la actualidad en forma exponencial; especialmente en las últimas décadas (Richard 2004). Pero, además, nunca el conocimiento ha estado más accesible y socializado que ahora a través de las redes sociales y dispositivos como el teléfono celular. Sin embargo, paradójicamente la ignorancia voluntaria (Síndrome de Kori), las pseudociencias, el movimiento anticiencia (Síndrome de Frankestein, fide López, 2017) sinergizados y/o catalizados por un contexto de pseudoeducación también han crecido exponencialmente (Bunge, 2010; Álvarez, 2019; Moyano, 2019; MacIntyre, 2020). Nuevamente en esto, sin duda, una academia con un corpus docente con enseñanza dogmática amparada en el principio de autoridad en detrimento de la duda, la problematización, el pensamiento crítico, la verificación ha contribuido mucho… El perfil de docente investigador ideal para el desempeño de la docencia universitaria acorde a la Reforma de 1918 y la UNESCO (1999, 2017) es el de un investigador con competencias en su área y pedagógicas. Una persona creíble e íntegra conectada con la realidad (Competencias profesionales, sociales, etc.). Una persona capaz, no solo de dar su materia integrando conocimientos generados por él mismo (credibilidad) a través de la investigación, sino también de integrarlos al currículo de la carrera y sobre todo a la realidad social local y regional (UNESCO, 1999; Richard, 2006, 2018; Oppenheimer, 2011; inter aliis) (Fig. 3). Pero también implica una personalidad segura de sí misma y de lo que profesa debido a que domina el conocimiento de su área y contribuye a generarlo. Consecuentemente, es también la persona más indicada para promover la duda sobre lo que se enseña, el pensamiento crítico y estimular la verificación como camino a la certeza… En este sentido, es muy interesante ver los rostros de desconcierto de los estudiantes cuando los autores de este ensayo, por ejemplo, inician su clase presencial o presencial virtual con la frase: Primera regla de aula: “De todo lo que yo diga en clases, Uds. tienen la OBLIGACIÓN de no creer una sola palabra, pero también tiene la OBLIGACIÓN de verificar todo lo que duden”. Frase que precede los banners de presentación en los grupos de estudios de apoyo virtual de los autores. Como contra punto, el docente que nunca investigó, ni siquiera para su tesis, el denominado por diferentes autores “docentes taxi” (cfc Bergoglio, 2006; Ramallo, 2020) o docentes del karaoke (fide Richard, 2006, 2018) son personas inseguras y desde dicha inseguridad jamás promoverán una duda o una verificación que redundaría en aumentar su propia inseguridad sobre lo que es y profesa… De ahí la enseñanza dogmática amparada en el principio de autoridad… Complementariamente, un docente investigador con el perfil descrito, además de poder transducir (fide Richard 2004) el lenguaje científico de un artículo o paper a la docencia a través de la pedagogía y didáctica, también debería poder hacerlo a un lenguaje aún más pedagógico y coloquial para compartirlo con la sociedad en su conjunto a través de la función sustantiva de la extensión (Del Mazo, 1941; Lemarchand, 1996; Richard, 2005) y como parte de la responsabilidad social universitaria (Vallaeys et al., 2008; Torres y Sánchez, 2014) (Fig. 3). Esto último sin duda, contribuiría
  • 18. notablemente a la tan requerida alfabetización científica que la sociedad hoy necesita frente a la problemática de la pseudoeducación y pseudociencia (Sagan, 1995; Lemarchand, 1996; Bunge, 2010; MacIntyre, 2020). Sin embargo, como se viene indicando, para ello se requiere del perfil docente investigador “cantautor” propuesto por la Reforma de 1918 y la UNESCO (1999, 2017). De otra forma, no verán cambios y por el contrario la perspectiva es que la situación empeore aún más. Para la Reforma de 1918, la extensión era la obligación ética y moral de iluminar a la sociedad y aportar con soluciones que le permitan salir de las condiciones que la oprimen (Del Mazo, 1941; Ciria y Sanguinetti, 1962; Mayz, 1984; Richard, 2005; Richard y Suayter, 2006). Entonces, la extensión, más allá de lo epistemológico tiene entre otros, la finalidad de informar y formar (sensu UNESCO 1999) a la sociedad que sustenta el trabajo académico público (Richard, 2005). Es decir que los docentes investigadores no sólo deben investigar, dar clases y formar talento humano; sino también informar y formar a la sociedad en términos o lenguaje accesible y/o coloquial y a través de medios masivos (Televisión, radio, periódicos, redes sociales, etc.) sobre sus investigaciones y la utilidad de las mismas (Fig. 3). De esta forma la sociedad no solo vería a la academia como una referencia creíble, imparcial y confiable en la solución de problemas de toda índole; sino que además valoraría mucho más su función social generando “tensión populista” (sensu Lemarchand, 1996) sobre los órganos políticos de gobierno y generando con ello mayores partidas presupuestarias y reconocimientos salariales. Esto es lo que ocurre en los países desarrollados (Lemarchand, 1996; Richard, 2005) y debería ocurrir en la región. Lamentablemente, la función sustantiva de extensión o vinculación social se ha ido diluyendo en las últimas décadas en muchas academias de la región restándole importancia o quitándole puntaje en las evaluaciones docentes. Y con ello se ha contribuido a que la opinión social de la academia en general sea la de una institución meramente profesionalizante y anacrónica frente a los problemas sociales. Consecuentemente, las “Torres Oscuras” han dejado un nicho vacante en los medios de comunicación y comunidad virtual que hoy lo ocupan los influencers, Vloggers y youtubers de la pseudociencia y las conspiraciones, (Fig. 1) para una comunidad virtual permeable a ello y con un número exponencialmente creciente de trolls, haters, etc. Todo esto, resultante, en la medida que se quiera, de la situación estructural y funcional que hoy afecta en gran medida a la academia. Sin embargo, frente a ello coincidimos con distintos autores (González, 2014; Hansson, 2017; Nogués, 2018; Alvarez, 2019) en el hecho que la solución no radica en las coyunturales a las que mucho recurren, como intentar recuperar espacios en los medios sociales (Radio, TV, periódicos, Comunidad virtual) y debatir sobre planteos pseudocientíficos y/o pseudoeducativos. Ya que, involuntariamente, se corre el riesgo de caer en la trampa de darle entidad e importancia a estos planteos dando la falsa imagen de que la controversia es científica. Como lo indica Álvarez (2019) “no se debe actuar como si las controversias falsas fueran reales y asumir los roles que los negacionistas y pseudocientíficos nos asignan”. En lugar de ello, enseñar desde las aulas la lógica de la investigación científica (Fig. 3), la importancia de la duda, de la epistemología, el cuestionamiento, el pensamiento crítico y la verificación como camino de la certeza, aunque mas no sea para tener una episteme opinión, en lugar de la doxa opinión que caracteriza a los cultores de las pseudociencias y pseudoeducación. Mientras tanto, un número creciente de universidades (Torres Oscuras) y autoridades universitarias de la región siguen mirando a la academia de sus puertas hacia adentro con políticas que mantienen el status quo mediocre actual y sin darse cuenta que la sociedad tiene una mirada crítica cada vez más incisiva sobre ella (Mayz, 1984; Lemarchand, 1996; Bunge, 2010; Oppenheimer, 2011; Richard, 2004, 2006, 2018; Klaric, 2017; Moyano, 2019; MacIntyre, 2020). Obviamente este claro divorcio entre la academia (Torres Oscuras) y la sociedad no solo incide en la valorización y credibilidad de esta última sobre la primera, sino que además contribuye al desarrollo libre de las pseudociencias y pseudoeducación (Fig. 1). La erosión de credibilidad social de la academia (Torres Oscuras) y su
  • 19. corpus docente en las últimas décadas también se ha visto incrementada por fatuos intentos de integrar la sociedad a la academia a través de cursos y capacitaciones entre los que incluyen, ni más ni menos, que cursos de pseudociencia como viene siendo denunciado en las tristemente famosas “listas de la vergüenza” (2020) que se pueden consultar en la Internet. Mismas que nacieron como un grito desesperado y denunciativo del corpus docente investigador minoritario de las “Torres Oscuras” frente a la problemática estructural y funcional que actualmente las afecta sin miras de mejoramiento. Entonces, la falta de competencias y valores en los perfiles docentes, la consecuente falta de credibilidad de los estudiantes en sus docentes, un sistema de enseñanza dogmático amparado en el principio de autoridad, la ausencia de un genuino ejercicio de investigación en y con los estudiantes y docentes, la corrupción académica, la exclusión de docentes competentes del sistema, reglamentos cada vez más dirigidos a perpetuar la mediocridad (Asistencia, portafolios de evidencias punitivo, acceso a la docencia sin evaluar competencias, etc. Cfc. Richard et al., MS) en un círculo de retroalimentación positiva, sin duda impactará en el perfil del egresado (Fig. 1). Mismo que saldrá de la institución tal vez con algunos conocimientos, pero sin duda con serias deficiencias en el saber ser, saber hacer, saber razonar, saber cuestionar, saber resolver problemas, saber pensar críticamente y sobre todo saber verificar…. Y de no encontrar trabajo en el mercado laboral posiblemente vuelva a la academia…como docente (Richard, 2004, 2018; Klaric, 2017; Ramallo, 2018) (Fig. 1) reproduciendo a perpetuidad la mediocridad que lo llevó ahí. No sorprende entonces que en este contexto de mediocridad aparezcan universidades públicas y privadas con currículas formativas que incluyan pseudociencias como homeopatía en carreras de medicina humana y veterinaria entre otras o que realicen cursos y posgrados en pseudociencias (cfc. Listas de la Vergüenza 2020). De igual forma no sorprende la proliferación de profesionales en número exponencialmente creciente que promueven el terraplanismo, el movimiento antivacunas, astrología, alquimia, radioestesia, parapsicología, cienciología, etc. (Álvarez, 2019; García y Aguilar, 2019). Obviamente no todas las academias son “Torres Oscuras” ni mucho menos, pero no es menos cierto que la sociedad no siempre discrimina y con demasiada frecuencia generaliza su opinión como se puede visualizar en las redes sociales y en la opinión cotidiana (Bunge, 2010; Moyano, 2019; MacIntyre, 2020). A partir de este muy breve recorrido histórico se ha tocado solo algunas de las variables y dimensiones que contribuyen a explicar, pero que sin duda inciden y/o favorecen el desmedido desarrollo social actual de pseudociencias desde la pseudoeducación evidenciados exacerbadamente durante esta pandemia en la comunidad virtual. Todo ello bajo la tutela y constructo de docentes “taxi” o de “karaoke” que ni remotamente cumplen con el perfil buscado por la Reforma de 1918 y la UNESCO, el perfil de “cantautor”: Docentes investigadores competentes con valores, seguros de sí mismos que promueven desde su aula el pensamiento crítico, la lógica, la epistemología, la duda, el cuestionamiento y la verificación… (Fig. 1). EPÍLOGO Y CONCLUSIONES La Reforma de 1918 marcó un hito en la historia de la academia latinoamericana. Los principios rectores de esta reforma y los postreformistas dados por la UNESCO propiciaron un perfil de docente investigador “cantautor” generador de conocimientos propios (“Letra y música”), seguro de sí mismo, integro en valores y compromiso social. El perfil ideal para motivar en el aula el pensamiento crítico, lógico, epistemológico, la duda, el cuestionamiento, la problematización y la verificación. Es decir, las competencias inherentes a su propia condición de investigador. La idea era la formación integral del ser humano en todas las dimensiones del currículum por competencias. Sin embargo, estos logros, en muchas universidades (Torres Oscuras) de la región se fueron empañando y diluyendo con el tiempo hasta volver prácticamente a una situación prereformista, reproduciendo mediocridad del corpus docente, pactos de mediocridad docente
  • 20. estudiantil, corrupción académica, etc. Consecuentemente con ello, las “Torres Oscuras” promovieron una educación replicativa, dogmática, amparada en el principio de autoridad, carente de valores y de credibilidad a todo nivel. Un reflejo de ello con carácter de indicador lo constituye la proliferación de pseudociencias amparadas con el aval de tales universidades y la propagación de las mismas en las aulas, redes sociales y sociedad en general: El inicio y la institucionalización de la pseudoeducación. Generaciones de profesionales formados bajo este esquema totalmente aséptico frente al pensamiento crítico, la duda, la lógica y la verificación transfieren su frustración e imposibilidad de argumentar a patologías que se vienen evidenciando en las últimas décadas, pero en forma exacerbada en la virtualidad motivada por la pandemia COVID19. Así, durante el 2020, en la comunidad virtual y amparados en el anonimato se manifestaron bajo la forma de diferentes patologías como trolls, haters y síndromes como Dunning Kruger, Procusto, Frankenstein, Kori, Falacia ad hominem etc. Todo ello como claros indicadores de los problemas estructurales y funcionales subyacentes originados en un número creciente de universidades públicas de la región (Torres Oscuras). La sociedad, lejos de estar ajena a esta situación viene realizando críticas abiertas en todos los medios de comunicación; encontrando en la mayoría de ellos sólo oídos sordos de parte de las “Torres Oscuras”. Esta situación derivó en una pérdida y erosión creciente y sostenida de credibilidad y confianza social que la sociedad lamentablemente tiende a generalizar a toda la academia. Se necesita entonces, urgentemente retomar la mirada crítica y autocrítica de la academia (Autoridades, docentes y estudiantes) con el fin de volver a los principios reformistas y posreformistas (UNESCO) que permitan recuperar la credibilidad y confianza social, así como capitalizar el talento humano legítimo, social y académicamente creíble en el corpus docente y estudiantil. El perfil docente investigador ejemplificador que genere exponencialmente más ciencia y educación, pero hoy excluido de muchas universidades en un círculo de retroalimentación positiva. La academia debe propiciar una educación que motive la duda, el cuestionamiento, el problema y la solución a los mismos desde la lógica científica, la epistemología y la verificación permanente. Todo ello desde un contexto aristotélico que incluya el logos, el ethos y el pathos (las evidencias, los valores y la empatía) como parte del discurso. Una enseñanza aséptica del principio de autoridad y el dogma resultante del mismo. Comunicar la ciencia desde la pasión y con sentimiento… “Cantarla” con letra y música propia…Lo que debe tener un docente investigador vocacional y pasional. Asimismo, promover, estimular y sobre todo, hacer una sostenida puesta en valor de la divulgación científica a todo nivel con una presencia activa y permanente en las redes sociales de la ciencia y la educación RECONOCIMIENTOS Los autores dejan constancia de su agradecimiento a los evaluadores anónimos que con su crítica contribuyeron sustancialmente al ensayo. Finalmente, a la Academia que todavía lucha en la región por sus ideales y valores emergentes de la Reforma de 1918 estimulando su imitación por parte de aquellas (Torres Oscuras) que perdieron su Norte… BIBLIOGRAFÍA Alvarez, M. (2019). Elementos para el análisis de las pseudociencias. En Galperin, D. y Bengochea, G. (comp.), Actas de las 1ras. Jornadas Internacionales de Promoción de la Cultura Científica en Astronomía, 46-50. Bariloche: Universidad Nacional de Río Negro. Disponible en https://bit.ly/36fgP2H Álvarez-García, D., Barreiro-Collazo, A., y Núñez, J.C. (2017). Cyberaggression among adolescents: Prevalence and gender differences. Comunicar, 50, 89-97. https://doi.org/10.3916/C50-2017-08 Asimov I. (1980). El culto a la ignorancia. Disponible en https://bit.ly/3Azcq8p
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