SlideShare una empresa de Scribd logo
1 de 201
Descargar para leer sin conexión
ASPECTOS PINTORESCOS
DE MADRID
(1918-1923)
Primera serie
NILO FABRA
Edición, trascripción:
Julio Pollino Tamayo
cinelacion@yahoo.es
2
3
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
Nilo Fabra, el Madrid castizo de principios del siglo XX..........................................................5
ASPECTOS MADRILEÑOS
El Sol (1918-1920)......................................................................................................................9
1- Entrevista con un mendigo recio y sano............................................................11
2- Las criadas, los soldados y las gaitas.................................................................14
3- La tarde de la Moncloa......................................................................................17
4- Una opinión sobre el telégrafo...........................................................................20
5- El terror a los bolcheviques...............................................................................22
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID
La Voz (1920-1923) (Dibujos de Tovar)...................................................................................25
Primera serie
1- Al cochero le disgusta que los parroquianos le tuteen.......................................27
2- El hombre que ofrece los billetes tiene que poseer mucho dinero.....................32
3- El oficio de marido es uno de los más cómodos................................................36
4- La mujer de los peines y de las manos limpias..................................................40
5- El hombre que explota la cebada de Gambrinus................................................45
6- El señorito mendicante y altivo.........................................................................50
7- El clásico y sainetesco “chico de la tienda”.......................................................54
8- Las señoritas empleadas en el “Metro”..............................................................59
9- La señora pensionista o “el sablazo” epistolar...................................................64
4
10- El mancebo de botica es científico y consciente..............................................69
11- La muchacha de la raqueta, la boina y las pelotas...........................................74
12- Un valeroso y noctámbulo astur.......................................................................79
13- El hombre de negocios que no hace negocios.................................................84
14- Los trabajos y ambiciones de una modista de sombreros................................88
15- El aseo relativo de las calles madrileñas..........................................................93
16- El hijo que roba en la casa paterna..................................................................98
17- Las lavanderas en el soto que preside Manzanares........................................103
18- El “croupier” es un hombre que trabaja mucho.............................................109
19- La tienda de los buenos olores y su parroquia...............................................114
20- El matrimonio mal avenido, o un divorcio a la madrileña.............................119
21- La correspondencia a domicilio, o las fatigas de un cartero..........................124
22- Escenas grotescas y vanidosas en una fotografía...........................................129
23- La importancia de las uñas en la vida moderna.............................................134
24- Las prosperidades y zozobras de un nuevo rico............................................139
25- El oficio de mozo de equipajes en la Estación del Norte...............................145
26- Un Demóstenes trashumante que vende específicos.....................................150
27- La satisfacción de los espíritus glotones........................................................155
28- Esperanzas y desencantos en la familia de un ex gobernador........................160
29- La frescas verduras de “mi tío el de Getafe”.................................................166
30- La custodia del tesoro artístico español.........................................................171
31- El “anormal” y terrible cobrador de sastrería................................................176
32- Un negocio basado en la suplantación de nombres.......................................181
33- Un “ser sin entrañas” que hace la guerra a la raza canina.............................186
34- Un colegio de niñas en los barrios bajos........................................................191
35- La pérdida de la personalidad por dos pesetas...............................................196
5
NILO FABRA
El Madrid castizo de principios del siglo XX
—¡Sí hombre!, el “famosísimo” pionero de la ciencia-ficción, de las eucronías, en España,
el fundador de la primera agencia de noticias (también el primero en utilizar palomas
mensajeras como correos, los drones del siglo XIX), el germen de la EFE.
—Pues va a ser que no.
Tertulia “El gato negro”, en el centro Benavente, a la izquierda Nilo Fabra (Tovar, 1911)
6
—¡Ah! Entonces su hijo (1882-1923), el “famosísimo” poeta (“Interior” (1905),
“Ingenuamente” (1906)) y prestigioso recitador amigo íntimo de Benavente (miembro
destacado de su tertulia, el secretario, “El gato negro”, también miembro asiduo del Ateneo,
donde realizaban sesiones de espiritismo para invocar a Lutero), devoto de Rubén Darío (al
que dedicó su libro “Ingenuamente” (1906), y uno de los lectores más aclamados: “Marcha
nupcial” en el homenaje en su visita a Madrid (1912)), Valle-Inclán (al que dedicó una poesía)
y Machado (que le recomendó a Juan Ramón Jiménez).
(1912)
—Pues sí y no. Hablamos del hijo de Nilo María Fabra (Blanes (Gerona) 1843 – Madrid
1903), pero no en su faceta como poeta, en la que desde luego dista mucho de ser uno de los
grandes, sino en la de prosista, y sobre todo en su faceta como periodista, cronista, retratista,
reportero, entrevistador, de los bajos fondos, del pintoresquismo popular, costumbrista, del
Madrid de los años 20, el Mesonero Romanos del siglo XX.
Esta labor la desarrolló de 1920 a 1923, año de su prematura muerte, 42 años, en el diario
La Voz, donde Nilo Fabra se encargaba de una sección más o menos estable denominada
“Aspectos pintorescos de Madrid”. Sección que tiene un pequeño precedente en varios
artículos escritos entre 1918 y 1919 bajo el epígrafe de “Aspectos madrileños” (sección de la
que se encargaba normalmente V. Tamayo) para el diario El Sol, del que fue colaborador
asiduo, sobre todo en la crónica de tribunales, faceta que recupera posteriormente en La Voz
emboscado tras el seudónimo de El Espectador. Los textos que siguen a continuación son una
recopilación de los artículos escritos para el diario La Voz, acompañados casi siempre de los
dibujos del gran Tovar (Manuel Tovar Siles, Granada 1875 - Chamartín de la Rosa (Madrid)
1935), que tuvieron una gran acogida popular y crítica en la época, más los de El Sol y
algunos otros escritos sueltos de carácter periodístico y literario. Todos ellos fundamentales
para conocer de primera mano, sin intermediarios, las miserias y grandezas del Madrid, de la
España, de los gloriosos, según el día, años 20. La década de mayor efervescencia cultural,
intelectual, que ha tenido este ignorante, estrechito, país.
7
Un maravilloso despliegue de casticismo, de ironía, de sabiduría popular, de verdad, de
castellano puro, preciso y limpio. Nilo Fabra da voz a los que nunca la tienen ni en los
periódicos ni en los libros, los humillados y ofendidos, las personas normales y corrientes, los
héroes cotidianos, los curritos, los que tienen que sudar el cocido todos los días normalmente
en condiciones indignas, precarias, frustrantes. Un entrañable, justiciero, acto de democracia
literaria, periodística, de republicanismo a pie de calle, de tú a tú, sin mirar por encima del
hombro a los retratados.
8
9
ASPECTOS MADRILEÑOS
El Sol
(1918-1919)
10
11
ENTREVISTA CON UN MENDIGO RECIO Y SANO
Le atrapé... Huía de mí como si yo fuese un justicia. Tres o cuatro veces creí tenerle
a mi albedrío, y otras tantas se me escabulló. Ese hombre, perseguidor constante de los
ciudadanos, se había trocado en perseguido, y no se avenía a su nuevo papel... Pero al
final le atrapé; con sus mismas armas: a fuerza de insistencia, de osadía y de voluntad.
Se trata de un mendigo recio, sano, pletórico de vida y de musculatura, cara redonda
y colorada, ancho de cuerpo y ojos ratoniles y maliciosos, cuya mirada inquisitiva es
siempre una interrogación.
Lo había visto pedir limosna con falsedad vergonzante y tímida durante varios años,
raras veces en el centro de Madrid, pues el hombre prefiere para el ejercicio de su
profesión los barrios alejados y burgueses... Le vi también en los humildes, en calidad
de parroquiano de «tupi», despótico ante el camarero a quien paga.
Me proponía que me contase alguna intimidad, y he conseguido vencer su
desconfianza después de una promesa solemne por parte mía de no revelar su nombre
ante el público, ni descubrir su antigua profesión...
En un cafetucho de los barrios bajos se halla sentado enfrente de mí... He conseguido
dominar su desconfianza… Ya no me toma por un policía… El hombre va
comprendiendo que mi propósito no es llevarle de «quincena»...
La circulación de la sangre por sus venas se va activando anormalmente, gracias a un
líquido, y su lengua se muestra propicia a las confidencias.
—¿Usted creerá que no trabajo?—pregunta—. ¿Le parece a usted poco trabajo el
que llevo? Se dice muy pronto eso de que cuantos piden limosna son unos vagos... Los
vagos son los que se pasan la vida en las tabernas… ¡Y a ésos no les persiguen!
—¿Cuánto tiempo lleva usted pidiendo?
—En la calle, unos ocho años... poco después de la guerra de Melilla, la del 9... Fue
entonces cuando me decidí; antes no hubiera sido posible, a no ser que me hubiese
hecho el cojo, el manco o el ciego. Pero yo no tengo condiciones de cómico...
—A ver, a ver. Explíquese. No entiendo eso de la diferencia de época.
—Verá, señor... Hará diez años, al que estando fuerte y sano como yo se hubiera
atrevido a pedir limosna, le «majan»... Pero, vamos, que le hacen pedazos...
—¿Y ahora ?
—Ahora, no. Arreglaron ese asunto los «sin trabajo». ¿No se acuerda usted? Al
principio, me han dicho que era verdad que eran jornaleros sin ocupación… La gente
de Madrid les socorrió… La noticia llegó a los pueblos… y, como siempre, acudieron
a quitar el dinero a los de aquí... ¡Si se llamaban a sí mismos «crisis obrera»!… Total;
que poco a poco el público fue acostumbrándose a dar limosna a las personas sin
necesidad de que éstas sean lisiadas… ¡Cómo debe ser! ¡Por qué todos tenemos
derecho a la vida!
12
—Pero ¿usted ha podido trabajar?
—¡Y he trabajado! ¡Si no he hecho otra cosa que trabajar en toda mi vida! Tengo
cuarenta y siete años y he pasado lo mío. Cada cocido que entra en mi estómago,
créame que lo sudo. Pero es que ya no puedo volver atrás... A mi edad no se varía de
«oficio» tan fácilmente.
—Pues el alcalde está decidido a terminar con ustedes.
—¡Bah, bah. Bah!... Molestará, no digo que no. Habrá que sufrir algún susto. Tal
vez, y Dios me libre, un encierro. Pero acabar conmigo, o con otros como yo, que los
hay, «nequaquam». Además, que el público está a favor nuestro: a las personas bien
acomodadas les gusta dar limosna. Y cada cual es libre de hacer con su dinero lo que le
dé la gana.
El mendigo se anima. Le invito a una nueva libación, y una vez verificada, toda
suspicacia hacia mí ha desaparecido.
—Lo que está usted haciendo conmigo es una «interview», ¿verdad?
Me quedo anonadado. Yo, que cuando era niño juré odio a muerte al barbarismo,
como lo juró Aníbal a los romanos, tengo que escuchar semejante vocablo nada menos
que en boca de uno de los más castizos representantes de la raza.
—Sí, algo parecido a eso que usted dice—le contesto.
—Pues verá—prosigue—: yo «opero» principalmente en el barrio de Salamanca.
Aquello es una mina. Nada de andrajos, eso no; ahí no se toleran. Hay que saber
presentarse y saber pedir con educación.
—¿Y cómo implora usted la caridad?
—Soy un cesante, ¿sabe? Un cesante con muchos hijos. ¡Esto de los hijos qué
socorrido es! Sobre todo, con las señoras que sabe uno que los tienen… Hoy me toca
trabajar la calle de Serrano… ¡es un suponer!... entre Goya y Jorge Juan. Pues, ¡al
abordaje con cada señora que pase! Mucha humildad, pero mucha pesadez. No
abandonar la batalla hasta salir vencedor. Y son muy pocas las que resisten una buena
«pelma».
—¿De modo que usted prefiere trabajar el género femenino?
—Con buena intención, ¡eh!—replica sonriendo—. Con la intención de sacar unas
perras... En cambio las pobres sacan más dinero a los caballeros que a las señoras...
Una mujer no aguanta la «pelma» de otra, ni un hombre la de otro... Pero para el sexo
opuesto hay siempre cariño y benevolencia.
—¿Y usted por qué ha elegido el barrio de Salamanca para su trabajo?
—Pues, primero y principal, porque hay que buscar «la luz» donde la haya... Fíjese
que no digo «haiga», ¡eh!... Y segundo, y muy principal también, porque de la calle de
Serrano «pa» arriba no se ve un «guinda» ni para un remedio. Todo esto lo aprendí de
un matrimonio muy viejecito que pedía limosna por las tardes en ese barrio, y vivía en
la plaza del Progreso pagando veinte duros de alquiler. ¡Si serían «aprovechaos» los
dos abuelos!
13
—¿De modo que usted siempre ejerce su oficio en busca de parroquianos ricos y
pidiendo de una manera humilde y vergonzante?
—Sí, señor, sí. Siempre; o mejor dicho, casi siempre, porque el invierno pasado tuve
una idea diabólica y cambié de procedimiento una temporada.
—Hombre, cuénteme.
—Era durante aquellos días horribles de diciembre y enero últimos. ¡Mi madre, qué
frío! ¡¡Lo que había que tiritar para guardarse dos miserables pesetas!! De repente, se
acabó el carbón, ¿se acuerda usted?, y se empezó a hablar de atracos... Y a mí se me
ocurrió una cosa... ¡Ja, ja, ja!
—¿Se hizo usted atracador?
—No, hombre, no. Es por ahí, pero no es lo mismo. Me dediqué a dar sustos, que es
muy diferente. A última hora de la tarde esperaba a las mujeres solas y a los
mozalbetes, y en vez de decirles «Una limosna por amor de Dios», les espetaba en
tono brusco: «¿Me da usted una limosna, que acabo de salir de presidio?». Sin mala
intención, ¡eh! Para asustar solamente. Yo no iba a pasar a mayores, porque no soy un
criminal.
—¿Y dio buen resultado el procedimiento?
—Al principio, sí. Pero me lo estropeó un chavalillo de unos catorce o quince años.
¡Vaya un niño! Le espeto la preguntita, y a escape enarbola el bastón y empieza a
propinarme estacazos, gritando: «Para que vaya usted ahora al hospital, ¡granuja!»
¡Había que ver al «chavea»!
—¿Y usted no se defendió?
—¡Quiá! Preferí salir de «naja». Le hubiera podido deshacer, pero no quise; por
miedo al hotel de la Moncloa.
—¿Y ya no volvió usted a amenazar a la gente?
—Eso se acabó «per secula seculorum»...
Doy unas palmadas para que acuda el camarero y pagarle. El mendigo se da cuenta y
quiere anticipárseme generosamente. Saca un duro y lo pone en la mano del mozo...
Yo tengo que sostener una verdadera lucha para no verme invitado por el pordiosero...
Salimos a la calle, y en el momento de la despedida el hombre me estrecha
fuertemente la mano y me dice:
—Si es usted periodista, no deje de anunciar al alcalde que no podrá con nosotros.
Con nosotros no acaban ni alcaldes, ni gobernadores, ni ministros. Acabaría el público;
pero el público nos quiere, vaya si nos quiere.
Me separo del mendigo recio y sano, y recuerdo a aquella buena asturiana, el ama
que me crió, cuando, siendo muy niño, se indignaba en París por no ver pobres a las
puertas de las iglesias, y decía a mi madre:
—Esta gente no tiene caridad, señora. No tiene caridad.
14
LAS CRIADAS, LOS SOLDADOS Y LAS GAITAS
En la Pradera del Corregidor
—Pero, Esperanza, que se te caen las medias… ¡Ay, qué hermana mía! ¡Ay, qué
hermana mía! ¡Si no fuese por una!…
—¡Ay, que no lo había «notao»!
Y la interpelada sale corriendo hacia las tapias de la Casa de Campo, a unos cuantos
metros del grupo que presiden una gaita con un gaitero, una corneta con un cornetín y
una flauta con un flautista…
Se ha producido un leve intervalo, para dar descanso a los pulmones de los músicos
de viento. Un centenar de soldados y otro centenar de criadas escuchan las increpación
de la hermana de Esperanza, con el natural respeto que impone un llamamiento a los
buenos modales, alterados un instante por la danza. Esperanza hace su arreglo
personal, regresa al grupo, y a los pocos momentos vuelve a oírse el sonido melifluo
de los ventosos instrumentos.
Estamos bajo los árboles copudos y frondosos de uno de los sitios más bellos de
Madrid, abandonado a los humildes, que en los días de asueto saben gozarle con
aquella intensidad de instinto, dueña y señora de todas las diversiones en que se reúnen
gentes de los dos sexos y una musiquilla ramplona hace papeles de Celestina.
Las mujeres están rojas… Su respiración es violenta… Las carcajadas fluyen en sus
labios por el más nimio motivo… Todo en ellas es alegría, expansión, deseo.
Los hombres se divierten con una frialdad y una indiferencia no afectadas… Esos
hombres uniformados, con un machete en la cintura, parece que asisten a la fiesta
como si fuera al cumplimiento de un nuevo ritual castrense…
Ellas hablan, gritan, cuentan historias, pasando de un asunto al otro con una
inverosímil concatenación de ideas, y ellos escuchan, serios y risueños, indiferentes a
todo, mirando a la hembra con un aire de enorme superioridad, como el hombre que no
necesita nada, pero que se siente necesitado…
La gaita y el cornetín tocan una canción de zarzuela que se presta al baile agarrado, y
alrededor de un árbol viejo danzan todos, sin seguir fielmente la cadencia de la música,
vociferando las criadas y silenciosos los soldados…
—Esta Esperanza me va a dar la tarde—grita de nuevo aquella vigilante hermana—.
¡Qué te he dicho que con ese no bailes! ¡Qué le conozco yo! ¡Qué luego vamos a tener
una tontería!
El soldado se encoge de hombros y se dirige hacia otras mujeres… Esperanza,
después de estirarse nuevamente las medias que se han vuelto a caer, se va con su
hermana sin osar la más ligera protesta contra el abuso de autoridad familiar…
15
Se baila nuevamente… La hermana de Esperanza se agarra a un cabo como un
náufrago a un madero… Alguien se acerca y le dice:
—Tenga «cuidao», joven, que ese «cabito» se las trae.
—Yo ya tengo experiencia—contesta muy digna.
Me aparto del grupo y me dirijo a otro, más al norte de la pradera, muy próximo al
merendero donde se encuentra la mezquina fuente de la Teja, que da nombre
extraoficial a toda la explanada. Allí se oye también la gaita: pero sin acompañamiento
de cornetines ni de flautas.
—¿Es ésta la gaita gallega?—pregunto.
—No, señor—me contesta un pistolo—; es la gaita asturiana.
—¡Ah!
La gaita asturiana de repente lanza al aire una jota, aragonesa o navarra, como es
lógico. Ante su sonido vibrante y belicoso, se entusiasman los soldados… Es la
primera vez que noto en ellos un rasgo de alegría... Las mujeres, al verlos contentos, se
entusiasman también, y empieza el baile—separadas las parejas, dando saltos
arbitrarios—, que no tarda en llegar a ser un fantástico «agarrao».
En el paseo bajo de la Virgen del Puerto
Pegado a las tapias de la Casa de Campo, prosigo mi paseo hacia Madrid… Poco a
poco la algarabía de los chillidos y las carcajadas femeninas se van perdiendo. Por el
amplio y verde prado que preside un cielo luminoso de un azul intensísimo, son raras
las personas que transitan a pesar de la festividad del día y la belleza del lugar…
Antes de llegar al puente viejo del Campo del Moro, veo a una cuadrilla de chicuelos
desarrapados que se entregan con ardor al balompié. Se acabó el clasicismo de estos
parajes… Los «golfos» de ahora no juegan al toro con navaja, ni se entretienen en
simular la guerra a pedrada limpia… Les divierte más el deporte importado de fuera,
que ellos han visto—subidos en montículos o a caballo sobre las vallas—en los
campos del «Madrid» y del «Bilbao».
Tampoco se escucha el sonar picaresco y canalla de los pianos de manubrio, que han
huido de estos contornos… Los puestos de agua, con aquellas camareras ajamonadas,
las Dulcineas de mi adolescencia, han desaparecido igualmente…
Paso a la otra orilla del Manzanares, con propósito de subir la cuesta y dar por
terminada mi excursión, cuando, de nuevo, hiere mis oídos el lánguido son de una
gaita. ¿Será ésta la gallega?
Después de un descenso peligroso por un terraplén, me encuentro en el paseo bajo de
la Virgen del Puerto.
Junto al río se halla una enorme habitación ambulante: el carro de unos gitanos
húngaros. Las mujeres y las niñas se hallan vestidas «de bandera española» con retazos
de percalina sacada de los cuarteles. Ellas piden limosna, mientras los hombres, a las
puertas del coche, fuman su pipa, con aire indiferente y desdeñoso…
16
Ante un merendero próximo a la iglesia—esa iglesia de aguja puntiaguda, de una
belleza graciosa y atrayente—veo un nuevo grupo de danzantes, no tan numeroso
como el de la pradera del Corregidor, y distinto en absoluto, por la composición de los
tipos que le forman.
Aquí hay pocos soldados, y las mujeres son talluditas. No bailan todos a un tiempo,
sino que una, o lo más dos parejas, se ofrecen en espectáculo para que se admire la
maestría suprema de su arte de danzarín.
Y estos bailarines no son jóvenes, ni mucho menos. El varón que sale ahora al
círculo formado por el público, tiene trazas de haber pasado de los cuarenta, y la mujer
que le hace el bis, gorda, mofletuda y despeinada, ofrece el aspecto de ser una honrada
madre de familia, con hijos casaderos, por cuya limpieza no ha debido nunca
preocuparse mucho.
Y estos dos honorables ciudadanos bailan con la misma gravedad que la del hombre
que oficia un rito. Esto del baile separado deber ser algo muy trascendental, que mis
cortas luces no acaban de comprender, pues todo el corro presencia la danza en la
misma actitud solemne de los bailarines, sin que nadie ose despegar los labios, en el
más absoluto de los silencios… Cuando cesa la música se oyen exclamaciones de
entusiasmo, y algún grito de júbilo.
—Mejor pareja, no hay otra—dice uno.
—Sólo al chico de Celemín vi bailar mejor, allá en la tierra—agrega otro.
De repente, hay un momento de barullo. El grupo se vuelve, iracundo, contra un
jovencito que ha cometido una inconveniencia. Me fijo en el mozo y observo que está
completamente borracho. Es el primero que veo en estos parajes, que antiguamente
eran el reino de Baco. A empujones arrojan al «curdela», que se aleja murmurando
palabras incoherentes y dando trompicones… Uno de los bailarines se vuelve a mí y
me dice:
—¿Ha visto usted? Tan joven y ya borracho. ¿Qué aspiraciones puede tener una
juventud que se embriaga?…
Nuevamente se reanuda el baile. Ahora no danza una mujer jamona, sino una vieja,
una vieja viejísima, con todo el pelo blanco, a quien acompaña un soldado, que, como
un acto de cortesía, se quita previamente los guantes. El arranque de la abuela creí que
sería acogido con una rechifla general; pero, por el contrario, el público no sólo
permanece callado, sino que da muestras de asentimiento y admiración… Y la
contemporánea de Narváez brinca y se menea con tanta agilidad como su pareja «el
sorche».
—¿Esto es la gaita gallega, verdad?—pregunto a uno del corro.
El interpelado me mira con desconfianza y permanece un momento mudo. Al fin
dice:
—No señor. Es la asturiana.
El mozo del merendero, que ha oído mi pregunta, se vuelve a mí y me aclara:
—Es la gallega, sí, señor… Pero no les gusta decirlo, no les gusta.
—Pero, ¿por qué no les gusta?
—Pues, porque son así… Porque no…
17
LA TARDE DE LA MONCLOA
En la Moncloa, el paseo favorito de los enfermos de Madrid, se hallan los árboles
abrasados por los fuegos del sol de agosto, y muertos de sed por la sequía
implacable. Las hojas de esos árboles, urbanos y frondosos, antes de tiempo se
formaron amarillas... Y el más tenue soplo de aire arrastra montoncitos gualdos que se
van esparciendo aquí y allá, por el enorme respiradero abierto a Madrid por aquel rey
ingrato, vanidoso y cruel, que se llamó Fernando VII el Deseado.
La Moncloa—no digamos nunca Monclova, aunque éste sea su primitivo y auténtico
nombre—es en estos días otoñales el sanatorio madrileño adonde acuden los viejos
impedidos de un traslado a otras poblaciones, y los humildes, de escasos recursos para
buscar el aire puro en lejanos parajes durante el estío.
Los primeros son conducidos más allá de la Escuela de Agricultura, en carruajes de
dos caballos o en automóviles. Bajan del coche apoyados en sus criados; pasean unos
cuantos minutos; miran hacia la sierra, con la ansiedad del que todo lo espera de ella, y
tosen con tos fuerte y angustiosa que produce la sensación de la asfixia... Algunos hay
medulares, que arrastran sus piernas inservibles y realizan el milagro de sostenerse en
pie… Aunque se ven todos los días, son indiferentes los unos a los otros; no hay entre
ellos más relación que la de un saludo de cortesía y una mirada; hosca y recelosa... Las
mujeres, las damas graves y señoriales, a quienes acompañan parientes y servidoras,
son más desdeñosas todavía. Si alguien las mira con mirada compasiva, ante sus años
y achaques, contestan con un gesto de orgullo y displicencia... Estos viejos tienen el
buen gusto de no querer inspirar lástima... Ante un conocido que les tiende la mano y
les pregunta solícito por su salud, sólo contestan:
—Defendiéndonos... Será lo que Dios quiera.
Y dirigen la vista hacia la lejanía, como interrogando a Dios...
La gravedad de estos ancianos, que esperan con serenidad acaso aparente la hora del
gran tránsito, contrasta con la alegría franca de algunos grupos de muchachitas que
hacen tertulia bajo el sol crepuscular y ante los árboles añosos... Son de lo más
modestito que pasea por la urbe... Los vestidos y tocados de estas chicas producirían la
hilaridad de las señoritas que veranean en las playas del Norte...
El paseo vespertino les ha sido recomendado por los médicos, y allá van en las tardes
tibias de septiembre desde los barrios más alejados de la villa al benéfico jardín, donde
no han tardado en conocerse y tratarse unas y otras, formando corro, que animan con
su vocerío, y perturban de vez en cuando con el ruido seco y antipático de una tosecita.
18
Son las hijas de los empleados modestos, de los militares retirados, de los
comerciantes pobres, las niñas de la clase media, las «cursilitas», obligadas, por un
convencionalismo vanidoso, a aparentar lo que no son; las que llevan en la cabeza un
enorme sombrero, y se ahogan en sus míseras viviendas, y palidecen de anemia por la
falta de sanos y abundantes alimentos…
El invierno último lo habían pasado mal esas cuatro o cinco niñas que forman
tertulia en compañía de sus mamas y unos «pollos», en un sitio relativamente próximo
a Parisiana... Los catarros no había medio de curarlos, y el médico les había
recomendado aire puro.
—Y esto es tan bueno como la sierra—me dice una mamá—. Y, además, está una en
su casa.
—A esos pueblos no se va más que a pasar privaciones—agrega otra señora—. Mi
marido estaba empeñado en que lleváramos a la niña a Cercedilla, pero yo le dije: No,
Obdulio, no, de ninguna manera... Esos cambios bruscos de temperatura le sentarían
muy mal a la muchacha... Con los aires de la Moncloa se repondrá del todo... Mi
madre no tomó otros, y vivió ochenta y tres años.
—Pues a mí bien me hubiera gustado que mi Lolita fuera a un balneario situado a
mucha altura, como quería el médico—añade una tercera mamá—; pero no hemos
podido; por desgracia, no tenemos medios para ello.
Esta noble y sincera confesión es acogida por las otras señoras con un gesto huraño,
de desagrado. La verdad ofende y molesta. Tácitamente deciden no contestar a la
entremetida, que tiene el valor de decir las cosas tal como son... Y la pobre mujer, al
sentirse desdeñada, se dedica a mirar con una fijeza no interrumpida a su hija, una
muchachita delgaducha y chiquituela, pálida hasta la exageración, y que ríe
constantemente por los motivos más fútiles...
Las muchachas están muy entretenidas, forjando proyectos para el invierno. Una de
ellas forma parte de una sociedad de aficionados al teatro, y refiere los triunfos que ha
obtenido en papeles muy difíciles. Cuenta que un empresario la vio representar una
comedia de Linares Rivas, y quiso contratarla en seguida. Pero los papás de la chica se
opusieron terminantemente. Luego incita a sus nuevas amigas a que se hagan también
«aficionadas», y les dice:
—Ya veréis. Os divertiréis mucho. Los ensayos son por las tardes, en un piso bajo de
la calle del Ave María. Van muchos chicos; y algunos de ellos, de vez en cuando,
contratan pianos de manubrio y bailamos... Es una risa, porque como la sala es tan
pequeña, las parejas se dan de bruces al menor descuido.
—¿Y a mí me repartirían un buen papel?—pregunta Lolita, la hija de la señora veraz.
—Al principio, no. ¿Qué te has figurado? Hay que estudiar y saber decir, y
demostrar que se sirve—contesta la «artista», con un aire de superioridad.
19
Este rasgo vanidoso molesta un poco a las otras muchachas; pero puede más su
espíritu de curiosidad, y siguen preguntando toda clase de detalles sobre las funciones,
los cuartos de los teatros y los vestidos «que hay que sacar». El «pollo», que es
también «aficionado», interviene en la conversación en un tono antipático de
petulancia y suficiencia, no hablando más que de sí mismo, de los papeles que va este
año a interpretar, y de los triunfos que le aguardan cuando definitivamente ingrese de
«galán cómico» en una compañía.
Lolita, un poco amoscada por la contestación que recibió de su amiga, se vuelve
hacia mí, y me hace preguntas sobre los teatros «de verdad», y las actrices «de verdad»
y los cuartos de las actrices «de verdad», recalcando mucho la palabra «verdad».
20
UNA OPINIÓN SOBRE EL TELÉGRAFO
—Nunca he dormido con la tranquilidad de estos días—me dijo mi amigo.
—¿...?
—Nunca. Como lo oyes. ¿Tú sabes el placer que proporciona meterse en la cama,
con la seguridad de no recibir un disgusto? Yo tengo a toda mi familia fuera de
Madrid. Mis pequeños intereses también radican en provincias. Si todo va bien, si a los
míos no les ocurre nada, y mis negocios no sufren quebranto, me entero de ello por
cartas lacónicas que recibo a fin de mes. En cambio, para cuanto es penoso, enojoso o
simplemente molesto, mis deudos y administradores emplean el telégrafo... Figúrate,
pues, si me consideraré feliz ante la evidencia de no recibir ni un telegrama.
—Pero eso es engañarte a ti mismo.
—No; es vivir en una santa ignorancia, que tal vez sea la única forma de la dicha...,
y, si no, mira y lee... Ahí tienes los treinta o treinta y cinco telegramas que he recibido
en mi vida… Entérate de lo que cuentan.
Al azar abro uno de ellos y leo:
"Papá gravísimo. Médicos desconfían salvarle. Ven corriendo."
—Sigue, sigue—añade mi amigo—, y verás...
Tomo otro, que dice:
"Imposible conseguir demora pago hipoteca. Desahucio finca inevitable."
Y así todos ellos, en efecto. En uno se anuncia la enfermedad de una hermana; en
otro se participa que un hermano cayó soldado y hace falta preparar dinero... Muchos
tratan exclusivamente de negocios, y suelen terminar con estas terribles palabras:
"Remita fondos para proseguir asunto."
—Aquí tienes el telegrama que me produjo mayor alegría de todos—continuó
diciendo—, por el único por que he dado propina con verdadero gusto al repartidor.
Verás qué bonito es:
"Conseguido arreglo asunto mediante entrega dos mil pesetas deberás girar
inmediatamente." Este telegrama me quitó muchos quebraderos de cabeza y ocho mil
reales del bolsillo.
Miro un poco estupefacto a mi amigo. Yo creía sinceramente que el telégrafo era lo
más importante del mundo. Un hombre como yo que ha nacido en medio de
telegramas, que pasó su infancia viendo llegar a su casa a todas horas los papelitos
azules, y su juventud traduciéndolos, tiene forzosamente que sentir una veneración,
mezcla de respeto, y de cariño, hacia la noticia transmitida a distancia, mediante los
hilos. Para mí el telégrafo constituye la más importante de las instituciones sociales y
al telegrafista le considero como un ser superior. Por eso las afirmaciones de mi amigo
tenían no sólo que desconcertarme, sino anonadarme, pues se encaminaban a destruir
una de las más sólidas de mis convicciones.
21
—No puedo creerte—replico—. Tú presentas un caso particularísimo.
—El de la mayoría de mis conciudadanos. No puedo negarte que existe una minoría
de hombres de negocios, a quienes el telégrafo es absolutamente indispensable. Para
todos los demás sólo transmite las noticias trágicas, que sin esos terribles hilos
ignoraríamos unas cuantas horas más... Luego los telegramas nos roban un precioso
espacio de tiempo, unos agradabilísimos instantes de ignorancia.
—Pero, ¿y la Prensa? ¿Cómo se iban a arreglar los periódicos sin telegramas?
¿Cómo iba a enterarse la gente de lo que pasa por el mundo?
—Comprendo que eso te interese y te preocupe; a mí, nada. Con las noticias de
interés general ocurre lo mismo que con las particulares; sólo anuncian catástrofes,
estragos, fieros males. Y si no, recuerda los telegramas que hayan pasado por tus
manos en estos últimos tiempos. Todos ellos te hablaban de sangre y de muertes. Hasta
aquellos famosos partes oficiales que la gente consideraba tan monótonos por su
identidad, ¿qué eran sino un anuncio de dolor?... "Rechazamos un pequeño ataque
enemigo en la cota 235." Aquello no tenía importancia, ¿verdad? Pues representaba la
muerte de diez, seis o cuatro hombres, y un número equivalente de heridos. Y los de
ahora, ¿qué te comunican? Veamos al azar los títulos de un periódico... "La miseria en
Viena", "Luchas en las calles de Berlín", "Temores de huelga general", "Los
bolcheviques continúan asesinando"..., y todavía quieres que me preocupe la supresión
del servicio telegráfico...
Esta manera de razonar es absurda, completamente absurda... El criterio de mi
amigo, fundado en el abandonó y en la ignorancia, debe rechazarlo todo hombre de
espíritu inquieto y curioso. Es la teoría musulmana, que tiene por base la inutilidad del
esfuerzo ante las inflexibles leyes de la fatalidad.
—Desengáñate—añade—. Yo viviría muy contento sin telegramas.
Me pongo rojo de ira al recordar que cuantas substancias nutritivas he ingerido en mi
vida se deben a esos papeles azules, y me entran unos salvajes deseos de acometerle...
Pero consigo dominarme y me contento sólo dirigiéndole una de esas miradas, mezcla
de terror y de odio, que suelen lanzar algunos burgueses cuando oyen hablar de los
"bolcheviques".
22
EL TERROR A LOS BOLCHEVIQUES
Yo tengo fama de huraño en Madrid. Mis antiguas y familiares relaciones se hallan
siempre indignadas conmigo por mi casi absoluto abandono de la vida social. Sin
embargo, alguna que otra vez, si hay tiempo libre, cumplo los deberes urbanos, y hago
una visita.
Hace unos días estuve en casa de doña Paula y D. Andrés, matrimonio sin hijos y
acaudalado, que vive en compañía de una sobrina, Paulita, presunta heredera de los
bienes adquiridos por el padre de D. Andrés, escribano de profesión. Se hallan también
de visita tres hermanas solteronas pensionistas y la viuda de Robledo, mujer de fortuna
extraordinaria, adquirida por un tío del marido en el honrado comercio del "ébano". Al
lado de Paulita toma asiento Fernandito Arredona, de veintiséis años de edad, que hace
cocos a la muchacha, quien, a su vez, no le mira con malos ojos. Un noviazgo que
todavía no es oficial.
La conversación, después de deslizarse dentro de los tópicos insustanciales de
costumbre, la conduce D. Andrés hacia los temas de actualidad.
Don Andrés (dirigiéndose a mí).—¿Y qué me dice usted, amigo mío, de las cosas
que pasan por el mundo? Usted estará mejor enterado que nosotros.
Yo.—No lo crea usted.
Doña Paula.—¡Qué tiempos hemos alcanzado! ¡Vivir para ver!
La viuda de Robledo.—Para ver calamidades..., y una sola, sin protección de nadie...
(Dirigiéndose a mí.) ¿Usted cree que me asesinarían si triunfaran los bolcheviques?
Yo (estupefacto y sin saber qué contestar).—¡Qué cosas se la ocurren a usted, por
Dios! ¡No piense en esas calamidades!
La viuda de Robledo.—Pues ya ve usted lo que hacen en Rusia con las personas que
tienen cuatro cuartos.
(La viuda de Robledo llama tener cuatro cuartos a poseer cincuenta mil duros de
renta.)
Don Andrés.—No es para apurarse tanto, Carmen, pero tampoco es para tomar la
cosa a broma. El hecho demostrado es que se ha perdido todo respeto a la propiedad, y
no se sabe adonde iremos a parar.
Primera hermana solterona.—Y las clases pasivas, ¿se pagarían?
Yo (bruscamente, pues esta mujer me es muy antipática).—De ninguna manera; es lo
primero que se suprimió en Rusia.
(Grandes exclamaciones de las tres hermanas, que se quitan la palabra unas a otras.)
Segunda hermana solterona.—¡Eso se llama robar!
Tercera hermana solterona.—Somos hijas de un magistrado que llegó a presidente de
Sala, y la nación está obligada a no dejarnos morir de hambre.
23
Don Andrés (consolador).—No hay que asustarse, no se debe uno asustar nunca. La
revolución será atajada. Ahora tenemos un Gobierno enérgico; no es como antes... Los
liberales estaban dejados de la mano de Dios.
La viuda de Robledo.—¡Ay, qué conde! ¡Ay, qué conde! Ni una noche he podido
dormir tranquila mientras estuvo en el Poder.
Segunda hermana solterona.—Estas cosas no hubieran pasado gobernando Cánovas
y Cos Gayón.
Primera hermana solterona (a mí).—Si viera usted cómo quería Cos Gayón a papá.
Gracias a D. Fernando le hicieron presidente de Sala de Zamora.
Segunda hermana solterona.—¡Qué recuerdos!
Tercera hermana solterona.—¡Lo que nos divertimos en Zamora! Entonces se hacía
más vida de sociedad (con retintín); los muchachos no eran tan hurones.
(Esto de muchacho va por mí. Se lo agradezco mucho. Realmente, comparado con
ella, no soy un muchacho, sino una criatura.)
Una pequeña pausa.
Don Andrés.—Y usted, Sr. Arredona, ¿qué opina de los bolcheviques?
Fernandito. (Se hallaba completamente abstraído en "lo suyo" y alejado por
completo de la conversación.) —¿Quién? ¿Yo?
Doña Paula.—Sí, usted. ¿Qué piensa de esos crímenes y robos del bolchevismo?
Fernandito (muy sorprendido de que alguien suponga que él haya formado opinión
sobre una cosa).—Pues yo..., nada, absolutamente nada... ¡Que no sé cómo se escribe!
Unos periódicos lo ponen de una manera y otros de otra.
Doña Paula.—Pero su mamá de usted estará asustada. Conozco a Isabel… Ella es tan
religiosa...
Fernandito (sin saber lo que dice).— ¡Ah, mamá! Sí, sí; creo que está muy alarmada.
Paulita.—Pues debía usted preocuparse, Fernando. (Recalca mucho el usted para
demostrar el tuteo íntimo.) Los hombres tienen que preocuparse de defender lo suyo...
Hay que pensar en el porvenir.
(Miren la niña por dónde sale. Es el espíritu práctico y conservador de las mujeres.
Doña Paula y D. Andrés sonríen. Fernandito se la queda mirando embelesado, y vuelve
a musitarle al oído palabras que, seguramente, son preciosidades.)
Doña Paula.—¡Esta sobrina mía es tan ahorrativa! Ha salido a su padre, mi pobre
hermano, que era de lo roñoso de Madrid. ¡Con decir a ustedes que iba siempre en la
plataforma anterior del tranvía, por si se encontraba a algún conocido, para que fuese
el otro quien pagara!
Primera hermana solterona.—Pues si era de esa manera de ser, hubiera sufrido
mucho en estos tiempos.
Segunda hermana solterona.—Mejor está en la gloria, adonde habrá ido
seguramente, porque era un bendito, a pesar de todo.
La viuda de Robledo (dando un alarido).—¡Ay! ¡Las seis y media! Se ha pasado el
tiempo volando..., y tengo que ir, a casa de la marquesa de Molinillo que recibe los
lunes. ¡Ay! ¡Estoy en falta! ¡Estoy en falta!
24
(Yo aprovecho la ocasión para largarme. Doña Paula, las tres hermanas solteronas y
Paulita me llaman ingrato muchas veces. D. Andrés dice que le soy muy simpático,
porque trabajo mucho, que es otra de las razones, según afirma, por las cuales admira a
Cierva. Fernandito Arredona me da la mano displicentemente. En la escalera ofrezco
mi brazo a la viuda de Robledo, empezamos a bajar los peldaños con lentitud.)
La viuda de Robledo.—Créame usted que llevo una temporada que no se la doy a mi
mayor enemigo... Y pensar que todavía hay gente que me tiene envidia...
Yo (por decir algo).—No hay que hacer caso; se envidia todo.
La viuda de Robledo.—Este verano no me voy a atrever a salir de Madrid… Me
quedaré en este horno... ¡Con lo mal que me sienta a mí el calor!
(Pausa. Llegamos al portal. En la calle el automóvil está preparado para la marcha, y
hace un ruido infernal. El lacayo abre la portezuela con gran ceremonia.)
La viuda de Robledo.—Con este "chauffeur" voy muy tranquila. Tiene cinco hijos, y,
claro, no hace locuras; no quiere matarse y dejarlos en la miseria… (Al lacayo.) A casa
de la marquesa de Molinillo... (A mí, muy bajo.) ¿De modo que usted cree que no me
asesinarán, si la revolución triunfa?
Yo.—No, señora, no... A los pies de usted.
(El coche parte vertiginoso, y, al doblar una esquina, se halla a punto de atropellar a
un hombre vestido de blusa, que presenta evidentes señales de haber libado
copiosamente.)
El hombre de la blusa (a grandes gritos).—¡Estos señorones! Le atropellan a uno
porque es pobre.
25
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID
La Voz
(Dibujos de Tovar)
(1920-1923)
26
27
AL COCHERO LE DISGUSTA QUE LOS PARROQUIANOS LE TUTEEN
La lucha con el juerguista, con el borracho y con el forastero
—Se traga mucha bilis, señorito... No tiene usted idea... Es que se olvidan de que
uno es una persona como las demás… "Esta es la cosa."
Tales palabras las pronuncia un hombre de fusta y riendas, que en este momento las
tiene abandonadas, el cual me mira con ojos curiosos y confiados; pues, en contra de
lo que me figuraba, no hay en él ni el más insignificante recelo.
Me acuerdo al oírle de la aseveración vulgar de muchos "obreristas", que siempre
dan la razón a todos los trabajadores, pero en cuanto escuchan la palabra cochero se
indignan hasta ponerse rojos y afirman que no transigirán nunca con semejante ralea.
Algunos repiten con fruición el conocido chiste: "El animal que tiene separada la
cabeza del tronco es el cochero".
Y este cochero que tengo ante mí, hombre de nariz aguileña, barba rasa, mirada
astuta, labios colgantes, cuerpo fornido aunque pequeño y rostro arrugado, se defiende
contra el menosprecio general, el cual soporta por costumbre, aunque no sin oponerle
la más enérgica protesta negativa.
28
—Si alguno de nosotros se extralimita es a fuerza de darnos motivos. Nosotros no es
verdad que engañemos a nadie... ¡Qué vamos a engañar! Si aunque quisiéramos no
podríamos… Cada coche lleva una tablilla, y hoy en día todo el mundo sabe leer... y
discurrir… "Esta es la cosa."
—La fama no es ésa...
—Ya lo sé que no, señorito; pero qué vamos a hacerle. Lo que ocurre es todo lo
contrario: es que la gente se figura que, por el hecho de ser uno cochero, no puede
tener razón nunca. ¡Y la tenemos siempre o, por lo menos, casi siempre!
—Nada más que casi siempre.
—Digo casi siempre, pues la única trampa que hacemos es negarnos en invierno a
ciertas carreras durante la madrugada a los barrios extremos… Creo que lo menos que
puede hacer un hombre es evitarse una pulmonía, aunque sea faltando a la obligación.
"Esta es la cosa, ¿no?"
El "simón", que se llama Victoriano, repite siempre al concluir sus afirmaciones el
estribillo "Esta es la cosa", con el cual intenta dar una mayor fuerza a sus
manifestaciones... Le hago numerosas preguntas sobre su profesión, que escucha
atento, y después de estirarse el semilimpio uniforme prosigue con alguna dificultad de
expresión su relato, accionando con gran energía, mientras las palabras corren
atropellándose las unas a las otras.
29
Estos hombres que tienen que permanecer callados tantas horas son terribles cuando
dan suelta a la lengua y se deciden a desembuchar las cosas internas.
—Lo que más nos molesta a todos los compañeros es el tuteo. Es intolerable que un
mozalbete cualquiera, que no tiene ni sombra de pelos en la cara, se atreva a tutearnos,
y hay que callarse, señor; hay que callarse y "aguantar mecha". ¿No ve usted que es la
costumbre, una mala costumbre? ¡Digo yo!
—Pero eso no es todo el mundo. Yo en mi vida he tuteado a ningún compañero.
—Sí; hay algunos que nos tratan como a personas, pero son poquísimas; lo general
es que nos guarden la misma consideración que a los animales.
—¿Usted trabaja de noche?
—Sí, señor. De diez de la noche a diez de la mañana me tiene usted subido en el
pescante, o aguardando público en mi turno de la calle de Arrieta, o trotando por esas
calles de Dios. ¡Doce horas! Se dice pronto, ¿verdad? Y así toda la vida, hasta que
empiece uno a respirar mal y a toser mucho, y haya que irse preparando para tomar el
camino del Este.
—¿Cuándo empiece a respirar mal?
—Madrid es muy traidor y los inviernos muy crudos para pasarlos al sereno. Uno, al
principio, como está acostumbrado, pues no hace caso, y, además, que se le figura a
uno que no se va a morir nunca y que es más fuerte que todos; pero llega un día en que
se empieza a sentir molestias en el pecho, y entonces, hombre al agua; a los tres meses,
o poco más, en el otro mundo... Son ya muchos los compañeros que tengo enterrados.
30
El hombre de la fusta se limpia el sudor que le corre abundante por la frente estrecha,
bebe un sorbo de café puro y continúa:
—El público de Madrid no es malo del todo... Ya ve usted, hasta los "juerguistas"
son tratables. La única contra que tienen es que se queden sin dinero a última hora;
pero todo es cuestión de esperar algunos días, pues después arreglan el asunto en el
Juzgado, y le pagan a uno con buena propina... "Esa es la cosa."
—¿Y los borrachos?
—¡Je, je! Alguna guerra dan. ¡Je, je! Mientras alborotan no les tengo "cuidao"
alguno; ya sé cómo hay que tratarles, y los "farrucos" a mí no me han "dao" nunca
miedo, y no es para darme importancia, señorito... A los que les temo es a los que se
quedan sin habla, como "atontaos", y no tienen ni piernas que les sostengan… Uno de
ellos se me quedó muerto en el coche, hace ya años, en la calle de Alberto Aguilera.
—¿Y cuál es el trabajo que más le molesta?
El de las estaciones; no hay otro más malo. Tenemos que ir, pues no hay más
remedio. Se sacan buenas propinas; pero ahí sí que tenemos discusiones...; y es que los
forasteros llegan a Madrid creyendo que aquí les va a engañar todo el mundo, y arman
unas trifulcas espantosas, y siempre sin razón.
—¿No quieren pasar por paletos, verdad?
—"Esa es la cosa." Se figuran que uno les toma de primo, y todo son desconfianzas
y discusiones y llamadas a los guardias, que, claro, nos dan la razón, porque la
tenemos... Si no, estábamos "aviaos"... Por eso no bajamos casi nunca al primer
expreso, que llega a las siete de la mañana. Sobre todo, en verano, que nos falta
trabajo, no es cosa de ir por gusto a aguantar molestias.
Victoriano, el auriga, lía despacio un poco de tabaco a una hoja de papel, y después
de tener hecho el cigarrillo y de dar la primera chupada, añade:
—Y así paso doce horas, la mitad de un día... Unas veces es un borracho, otras un
maleducado; el caso es que no me acuesto ninguna mañana sin haber oído una mala
contestación. ¿Y para ganar qué?
En propinas vengo a sacar un día con otro sus cinco pesetas; estirándome mucho,
puedo decir que seis en el verano; el sueldo que da el amo son diez y siete reales, y hay
que descontar tres para lavadura del coche y guarnición; total, nueve cincuenta, pues a
los dos duros llego pocas veces. Tengo mujer y cuatro chicos y a todos los chavales les
pago la escuela, pues quiero que reciban una educación, a ver si el día de mañana son
algo en el mundo.
—Dos duros diarios ha sido siempre un buen jornal.
—Lo sería antes; ahora, no. La prueba es que sigo comiendo el cocido al mediodía y
sólo el cocido. De ahí no he podido salir nunca... Con tal que no llegue algún día que
falte. "Esa es la cosa."
—¿Estará usted asociado?
—Ya lo creo... Figúrese usted... Si no hubiese sido por la Asociación nos hubiéramos
muerto de hambre todos. ¿Quién se iba a ocupar de nosotros? Con las pocas simpatías
que tenemos, pues nos hubieran dejado que nos liquidásemos de consunción en el
pescante.
31
—¿Y es usted socialista?
Ante esta pregunta el hombre vacila un poco antes de contestar y después de un rato
de silencio dice:
—De simpatías, sí, señor... Pero yo entiendo poco de política. No tengo..., no tengo
estudios, ni eso, eso, "cultura", ¿no?, y no me gusta hablar de lo que no entiendo...
Quien podría contestarle es Manuel.
—¿Quién es Manuel?
—Un compañero mío. A ése sí que da gusto oírle hablar. Está muy enterado.
Lamenté no haber tenido la suerte de escuchar el verbo societario de ese cochero que
tanta admiración produce en sus congéneres, y pedí a mi interlocutor que me dijese
algo sobre los caballos.
No oí, ciertamente, ninguna relación sentimental. El tan ponderado amor entre el
hombre y la bestia que realizan un trabajo en común es una solemne mentira en el
servicio de los coches de punto. El cochero, como más débil, sufre las impertinencias y
las groserías del público que le paga, y luego su cólera la exterioriza con el pobre
animal famélico y huesudo, que aguanta los golpes resignado y arrastra fatigosamente
el coche, hasta que, ya inútil, va a morir en las astas de un toro.
—Ya lo sabe usted, señorito—añadió Victoriano—; nueve pesetas y media de jornal
y ¡doce horas de trabajo!… Pero peor lo pasan los que están ahí...
Nos hallábamos al final de la calle de la Princesa, junto a la Cárcel. Moría la tarde,
calina y luminosa, y los automóviles que regresaban a Madrid como un vértigo
amontonaban nubes de polvo que iba borrando el azul indeciso del atardecer.
32
EL HOMBRE QUE OFRECE LOS BILLETES
TIENE QUE POSEER MUCHO DINERO
Los “amos” de la reventa y los “servidores” de los “amos”
—Nos organizaron, y, a la larga, lo ha pagado el público, sí, señor.
—¿Está usted seguro?
—Segurismo. Porque, mire, los teatros no son las patatas, ni los toros el cocido. En
los espectáculos, el que quiera picar, que pique, y e1 que no, que lo deje y pase de
largo… Y los gobiernos, que vayan a lo suyo y nos dejen a nosotros ir a lo nuestro. Así
se evitarán muchas porquerías.
Me habla uno de los sucesores de aquellos hombres que hará quince años se
agolpaban a la puerta de los teatros y del despacho de los toros, interrumpían el paso y
asediaban a los transeúntes con el ofrecimiento de las entradas, tratando a la gente que
se iba a gastar su dinero como déspotas, a cuyo poder está permitido toda clase de
abusos de palabra y de gestos desdeñosos e insolentes.
En la actualidad, el hombre de la reventa tiene la nostalgia de aquel pretérito, para
ellos tan perfecto, y defiende el antiguo estado de cosas con una argumentación hasta
cierto punto lógica:
—Si usted tiene dinero y quiere darme a mí veinte o treinta duros por un tendido de
sombra; y ése es su capricho de usted, ¿quién ha de impedírselo? ¡Y el que apoquina
de esa manera es porque puede! Ya no hay lilas en el mundo.
Es una teoría razonable, aunque absolutamente conservadora. Pero el revendedor, en
el fondo de su conciencia, la estima justa, pues tiene formado un concepto de la vida
diametralmente opuesto a toda concepción comunista. Su temperamento es anárquico
y propende a conseguir siempre el mayor lucro posible; ama el dinero, pero para tener
la satisfacción de pasarlo bien y, si la cosa se tercia, malbaratarlo en una juerguecita,
dejando al cuerpo que se dé gusto.
Para ejercer el oficio es necesario poseer un capital, por lo menos, de diez o doce mil
duros, y tenerle expuesto a quebrantos serios, pues hay corridas de toros en que, por
incidentes fortuitos, puede sobrevenir una quiebra que dé al traste con las ganancias
logradas durante varios meses. En ese caso, el hombre de la reventa jura, maldice,
rabia, blasfema, pero prosigue con voluntad su trabajo, en espera del desquite que se
habrá seguro de alcanzar en un plazo relativamente corto. Tiene alma de jugador, al
que no conmueven ni alteran los reveses de una noche, por grandes que sean, y
continúa jugando con mayor emoción y más intenso goce cuanto más pierde.
33
—Yo no soy más que un empleado que gana un tanto por ciento—dice mi
interlocutor—. Para el negocio de toros hay cuatro agencias importantes: la del
Cartagena, que es la más antigua. Ya le conocerá usted; creo que en Madrid no hay
persona que no le conozca. También está Linares, que tiene el puesto en la calle de la
Victoria, esquina a la del Pozo; los Arjonillas, en esta misma calle, y los Mendíbilis,
que trabajan en la de Arlabán. Estos son los sucesores de Gallares, ¿no se acuerda?
Manuel Marrón, el Gallares. ¡Pues poco célebre que ha sido!...
Le repliqué que, en efecto, había llegado hasta mi alguna noticia de esa celebridad, y
le pregunto si Mendíbilis era el plural del apellido Mendívil, o un mote, para escribirlo
con b o con v. El hombre contestó, muy extrañado, que Mendíbilis tiene que venir de
menda.
—Menda, ¿ya sabe usted? Uno mismo; usted, yo, o el otro, según quien hable.
—Ya, ya. Hasta es académica la definición.
—Estos cuatro son los amos, sobre todo en el asunto de toros. A nosotros no nos
quedan más que los desperdicios, y somos los que vamos a la cárcel cuando las cosas
vienen mal dadas y hay algún soplón que va con el cuento de que andamos con papel
en el bolsillo. Menos mal que, por lo regular, el público es bueno y se hace cargo de
que si nos hace un favor dándonos a ganar unas cuantas pesetillas, también nosotros le
correspondemos evitándole la cola... Ya ve usted: la plaza no tiene más que trece mil
entradas, y hay día que les gustaría ir a los toros a veinte mil. Alguien tiene que
quedarse en casa, ¿verdad? Pues que sea el que tiene menos dinero, y así no lo quitará
de la comida de los hijos.
34
Como no era cosa de contradecirle, opté por guardar silencio e insinuar un gesto que
lo mismo podía ser afirmativo que dubitativo.
—¿Y les persigue a ustedes la Policía?
—Si alguien denuncia que hemos vendido a más del 20 por 100... Pero esto es muy
raro entre nosotros, que estamos organizados. A los que se les corre es a los
clandestinos que andan a salto de mata, a los golfillos que van a ganarse una pesetilla.
—¿Y venden ustedes a más del 20 por 100?
—¡Quiá, no señor! ¡Cuando no hay más remedio! ¿No ve usted que el negocio tiene
muchos intríngulis, y hay que apoquinar más dinero del que parece?
Y el hombre de la reventa me refirió cosas en las que no debo creer y que no quiero
transcribir, para ser fiel a mis compromisos de absoluta discreción y de no denunciar
nunca nada que no se halle perfectamente comprobado.
—Los que trabajan mucho y se exponen poco—añadió el revendedor—son los
botones de café y algunos mozos de círculo. Esos puedan operar sin peligro, y son los
que cobran, si a mano viene, cinco o seis duros por un tendido de sol.
—¿Y los teatros en invierno?
—Ese es otro cantar. También se hace algo; pero no es lo de los toros ni mucho
menos. Además, la agencia catalana de la carrera de San Jerónimo nos hace un daño
tremendo. Ya ve usted, todos los teatros, excepto la Comedia, envían el papel
admitiendo la devolución, y nosotros tenemos que trabajar a cuerpo limpio, o sea que
todo lo que hemos comprado, si no se vende, pues se pierde.
—Pero demasiado saben ustedes cuándo hay que comprar.
—¡Si viera usted que se lleva uno cada chasco!... A lo mejor hay obras bombeadas
enormemente por los periódicos, que se aplaudieron el día del estreno de chipén, y que
a la tercera representación no va nadie a verlas… y uno, repudriéndose con los billetes,
mientras que los verdaderos, los que firman los señores del Banco, han cambiao de
parroquiano... Y luego, que esa señora tiene mucha influencia.
—¿Qué señora?
—La señora de Peipó, la directora de la agencia catalana. Tiene mucha influencia
con las empresas, y se lleva siempre el mejor papel.
—¿Con devolución?
—Sí, señor; siempre con devolución; por eso tiene todas las de ganar, y nosotros las
35
da perder…
El revendedor me anuncia que va a dar una vuelta por la Ciudad Lineal. Aquel día no
trabajaba; en el oficio de la reventa, y particularmente en tiempo de verano, una
jornada de trabajo da para toda la semana, y como hay muchas horas de holganza, el
dinero se gasta de lo lindo; algunas veces, hasta con cierta y relativa ostentación, pues
el revendedor no es avariento para si mismo, y hace gala, en ocasiones, de generosidad
para los demás.
Se despide el hombre, echa a andar calle abajo, con su gorra terciada, mirando con
cierta altanería provocadora, y con la satisfacción que experimenta todo satisfecho de
sí mismo, que sabe que la vida es dulce y bella si se tienen unos cuantos billetes en el
bolsillo para dar gusto al cuerpo cuando llega la ocasión.
36
EL OFICIO DE MARIDO ES UNO DE LOS MÁS CÓMODOS
El hombre que ha cazado una mujer adinerada
El matrimonio tiene sus quiebras, indudablemente, pero el oficio de marido en la
buena sociedad madrileña suele resultar, bien ejercido, una verdadera sinecura.
Después del cochero, hombre que trabaja mucho, y del revendedor, hombre que
trabaja poco, debo presentar ahora a uno que no trabaja absolutamente nada, en la
acepción honrada del vocablo trabajo.
Este hombre que no trabaja, sin tener rentas ni propiedades, suele ser un niño de
buena familia que gozó hace años de posición desahogada, ha sido educado en su
infancia en el colegio más de moda, siempre vistió con arreglo al figurín y gusto de su
madre, sus hermanas y sus amiguitas, y no recibió jamás una preparación para la vida
que le permitiera ganársela por sus propios medios.
El hombre que tiene el matrimonio por oficio es como los "botones" de casino o
café..., un "ito"..., siempre un "ito"... Periquito, Juanito, Paquito, Rafaelito... A mi
amigo, al que le conozco desde que juntos oíamos explicar latín, le llamaré Paquito.
37
Paquito tiene ahora treinta y siete años, y lo mismo que cuando no había cumplido
los once, considera que es cosa de un pésimo gusto interesarse por algo o dedicar el
menor esfuerzo, el más leve acto de voluntad que sea afirmatorio de su persona y que
pueda proporcionarle un beneficio. Tiene el alma de un musulmán, y de no haber sido
por su madre, previsora y perspicaz, y por el medio ambiente que ampara a todo
orgulloso desocupado, siempre que tenga buenos modales y un poco de desparpajo, a
estas horas, o habría caído en las redes de la justicia, después de mucho tiempo de
cometer estafas arregladas al principio, o hubiera emigrado a ultramar, donde quizá se
rehabilitase.
Pero como el chico, aunque vago e ignorante, era buenazo, la mamá lista y las
hermanas su mijita casamenteras, se le arregló una boda de las llamadas románticas,
pues la novia creyó con toda su alma cometer una heroicidad casándose con un
hombre que no tenía más que un destino en un ministerio, buscado de prisa y
corriendo, para cubrir las apariencias, y que se presentaba a recibir la bendición con
una relativa dignidad.
—No sé cómo han accedido al fin mis suegros—decía Paquito—. Tiene que ser por
el temor de que su hija se les muriese; hay que ver cómo está la pobre; se me está
consumiendo.
38
Error profundo y vanidoso de Paquito. La chica lucía unas mejillas sonrosadas y
frescas, reveladoras de una salud inquebrantable. Lo que ocurría es que el suegro y la
suegra se aprendieron de memoria al muchacho, y llegaron a comprender que no era
fácil tropezarse con otro hombre que se prestara a la renuncia absoluta de su voluntad,
a la inhibición completa de su persona, resignándose a ejercer exclusivamente el oficio
de marido. El día de la boda, el suegro respiró a sus anchas: estaba plenamente
convencido de que sus intereses no corrían el menor peligro, y que el amo de su hija
seguiría siendo él. La suegra, con su instinto femenino, lo había adivinado mucho
antes, pero para el buen éxito de la captación supo disimular, fingiendo siempre una
gran resistencia hacia aquellos amores.
Paquito decía:
—Hago mi suerte. Me caso con una mujer enamoradísima de mí; esto no admite
duda. Yo no tengo dos pesetas; cuando se casa conmigo es porque me quiere.
En la actualidad, Paquito es casado, tiene dos niños, acompaña siempre a su mujer,
hace tertulia a los suegros y sale sólo de casa dos horas al día, pues su padre político
ha estimado necesario dar una relativa libertad a su yerno, ya que tan bien sabe
cumplir los deberes matrimoniales. Paquito es feliz porque come bien, viste bien y no
tiene preocupaciones de ninguna clase.
39
El tipo de buscador de dotes no es exclusivamente madrileño, ni siquiera español. En
otros países abunda mucho más que en el nuestro. Mas lo que le caracteriza en la villa
y corte es su absoluta falta de idealidad. En otros lados se busca una mujer rica por la
ambición de manejar dinero, de meterse en negocios, de figurar en política, de afianzar
la personalidad. Aquí existían y existen algunos que proceden de esa manera, más
lógica y acaso más noble; pero hoy en día son los más quienes prefieren quitarse toda
clase de quebraderos de cabeza, para no tener disgustos y vivir tranquilamente con su
mujercita, no tomándose ni siquiera el trabajo de administrar sus intereses.
—En las cuestiones de dinero de mi mujer no me gusta meterme—dice Paquito a sus
íntimos—; es una cuestión de "delicadeza". Ya sé que el marido tiene ciertos derechos;
pero cuando se es un caballero..., y no se ha aportado al matrimonio apenas nada...
Paquito se sigue vistiendo con tanta pulcritud como en sus primeros años juveniles, y
su mujer se mira en él como en un espejo. Le ha hecho gurrumino, pero no ha dejado
de quererle y gustarle físicamente, y, orgullosa, le lleva a sus visitas, y le satisface que
todas sus amigas la feliciten por tener un marido que no la deja sola, que no es un
hurón y que no hay miedo que se vaya de picos pardos.
Paquito habla poco, y cuando lo hace suele asentir siempre a la opinión de su
interlocutor; es el medio de ahorrarse quebraderos de cabeza. Cuando la gran guerra se
hizo germanófilo, pero exclusivamente para compartir la opinión de su suegro, pues
nuestro hombre a ciencia cierta ignoraba dónde pudiese estar situado el imperio
alemán y la guerra le tenía completamente sin cuidado. Ahora, ante el temor de
posibles revoluciones, es muy conservador, pero sin darle grande importancia, porque
en el fondo de su alma se halla convencido de que no puede surgir régimen nuevo
ninguno que le obligue a trabajar. Goza de la misma despreocupación que cuando era
soltero y tenía sin resolver el problema de la vida, fiado siempre en que no le irían a
abandonar ni la madre ni las hermanas. Alguien se cuidará de él si triunfan los
bolcheviques.
Paquito quiere mucho a su mujer y a sus hijos, no trabaja y es feliz… Pero de cuando
en cuando coge los chiquillos y dice:
—Este llegará a ministro… A éste le veremos de archimillonario... El chiquitín será un
gran pintor; hay que ver los dibujos del monicaco; además, me va a salir
revolucionario... Pero para todo esto hay que trabajar, ¿eh? ¡Pequeños! ¡Hay que
trabajar!
—Oye—le dije un día—, ¿y no has pensado en que es más útil dedicarles a maridos
exclusivamente?
Me miró colérico un instante, pero después se apaciguó, contestándome secamente,
sinceramente:
—Quisiera que se casaran con una pobre a quien ellos mantuvieran... ¡Y no es que a
mí me vaya mal, ni mucho menos. Pero, ¿qué se yo?
40
LA MUJER DE LOS PEINES Y LAS MANOS LIMPIAS
Señoritas: el peinado de moda es el de patillas y flequillo
—Tengo diez y nueve parroquianas, y a la que menos tardo media hora en peinar; la
mayor parte me llevan tres cuartos de hora largos, y alguna de esas pesadas, ¡que las
hay inaguantables!, pues necesitan un trabajo de una hora o de hora y cuarto... Desde
las cinco de la mañana hasta las seis y media de la tarde, subiendo escaleras y
anudando pelos. ¡Y sin descanso los domingos, pues en nuestro oficio no puede
haberlo!
Así me habla una muchacha de veintitantos años, peinadora de oficio, de tez
blanquísima, grandes ojos castaños, mirada viva e inteligente, cara risueña y bonita,
vestida con la graciosa sencillez de las trabajadora madrileña, que con la palabra fluida
y fácil va contestando a mis preguntas en tono vivaracho y pintoresco, mientras
acciona con sus manecitas pequeñas, ágiles y blancas, de una limpieza impecable.
—¿Cada una de las parroquianas tendrá fijada previamente su hora de servicio?
—¡Quiá! No, señor. De ninguna manera. Todas se quieren peinar a las nueve, a las
diez o a las once de la mañana, y esto no es posible, porque todavía no se ha inventado
el medio de que una esté a la vez trabajando en varios sitios, ¡digo yo!
—¿Y cómo se arregla usted, niña?
—Pues aguantando la "bronca" diaria, que en nuestro oficio es cosa descontada.
Muchas veces se levanta una de la cama, todavía medio dormida, y lo primero que
hace es oír un chaparrón de insultos. Pero a esa hora la "bronca" viene de Pascuas a
Ramos. Los gritos y las amenazas, cuando hay que soportarlos en gordo es de
mediodía en adelante.
41
—Y usted, ¿qué contesta?
—Pues según me da y según sea la señora que me chilla... En esto de las
parroquianas, ¿sabe usted?, ocurre lo que en todas las cosas: hay personas de mucha
simpatía, y otras antipatiquisímas, de esas que una llega una a desear que dieran un
reventón, ¡y Dios me perdone la mala, idea! Además yo sé hacerme cargo de todo, y
comprendo que si en vez de ser peinadora fuese parroquiana se me pudriría la sangre
de rabia al ver que llegaba la hora de la comida y seguía con los pelos a la desbandada,
hecha una guarraza.
La muchacha me dice que se llama Consuelo; bebe un sorbito de un vaso con leche
caliente e insiste en el tema de las horas, que parece constituir para ella la más seria de
las preocupaciones… Preocupación razonable, ya que la ubicuidad es un don
reservado exclusivamente para los dioses y se niega a los mortales, aunque sean
peinadoras y lo necesiten como único modo de complacer a todas las parroquianas.
—¿Y cuándo come usted?
—¿Qué cuándo como? Pues cuando puedo, lo mismo que todas las del oficio; un
pedazo de bacalao en un portal, una sardina envuelta en pan por la calle o algún plato
que sirvan en las casas los días en que tiene una suerte y coincide a la hora de la
comida con una buena parroquiana... Pero todo ello, de prisa y corriendo; con el
bocado en la boca hay que salir de “naja”, pues no se puede perder ni un minuto.
42
—¿Y cuánto gana usted en esas trece horas de trabajo?
—¡Verá! Unas pagan siete pesetas cincuenta al mes, otras seis y otras el duro justo;
estas últimas son doce… ¡Conque saque la cuenta! De 21 a 22 duros. No es para
comprarse un automóvil, ¿verdad?
Y al hacer esta afirmación reía Consuelo con risa franca, demostrando una
resignación jovial y burlona, sin que en sus palabras se advirtiese el más insignificante
matiz de protesta negativa y acaso justa.
—Hay señoras—añadió—que pagan hasta tres duros, ¿sabe usted? Pero, en general,
son poquísimas; pueden contarse con los dedos, y como somos tantas al oficio...;
aunque ahora no hay gran competencia, porque como a todas se les peina de la misma
manera..., pues es cuestión de suerte.
Al llegar a este punto, y muy dueña de la materia, se lanzó Consuelito en un
torbellino de palabras a referirme las clases de peinado a la moda, que yo transcribo
aquí no muy seguro de fidelidad, pues, dada mi ignorancia en el asunto, temo incurrir
en desatinos, que acaso la muchacha no me perdone nunca, vanidosa en su profesión.
—Está de moda el peinado retorcido, con patillas y flequillos y una rayita en medio
muy pequeña... Hay otro que lleva la raya al lado, y tiene una onda con pico y también
lleva patillas… No deje usted de poner que también lleva patillas... Además—todos
estos que le digo son muy parecidos—hay otro que llamamos de chuleta y que viene a
ser lo mismo solo que la onda está pegada…, y nada más; pues, sobre poco más o
menos no se sale de ahí… ¡Ah, no! Se me olvidaba… El de “escarola”; ése lo hago yo
muy bien… Es un peinado que se hace cortando el pelo a un lado y luego puesto en
sortijillas.
—¿Y no hay más?
—Sí, haber hay más... Esos que le he dicho son los que hago a mis parroquianas, que
son casi todas señoras casadas, pero a otras mujeres se les hace el peinado de pelo sin
moño, también formando sortijillas, de moño retorcido, de moño cruzado, de tirabuzón
y de nudos nobles... Además, yo sé algo de los peinados antiguos, que se llamaban, ¿a
ver si me acuerdo? ¡Ah, sí! El de canastillo, el japonés, el de trenza ondulada y el
torcido de púa arriba. Pero para que vuelvan tendría que cambiar la moda de los
sombreros, pues de éstos depende todo.
—¿Y no le da usted asco, Consuelito, tener que hurgar tantas cabezas?
La chica volvió a reír, y después dijo, enseñando orgullosa sus manos:
—¡Psch! ¿Qué le diré a usted?… Pero mire qué manos tengo... ¿Las ve usted ahora
lo limpísimas que están? Pues todo el día las verá usted tan blancas... Es que desde que
me levanto hasta meterme en la cama, lo menos me las enjabono sus cuarenta veces...,
y no exagero, ¿eh?... En este oficio, hay que tenerle cariño al agua; si no, sabe Dios
qué enfermedades le podrían a una pegar.
43
Y sorbiendo otro buche de leche, prosigue:
¿Y querrá usted creer que todavía hay señoras que les entra la aprensión del contagio
y me prohíben tocar ni una silla, ni un mueble, ni la pared de los cuartos?
—¿Y no tienen aprensión a que les toque usted la cabeza?
—Si la tienen se aguantan, pues como ellas no saben o no quieren peinarse,
necesitan de nosotras... Son rarezas, porque ¡las hay más raras! Mire usted: yo tengo
una parroquiana de regular edad, una jamona, ¡vamos!; estará metida en los cuarenta...
Todo el hueco del pelo hay que rellenarlo con "crepé" y luego se le hacen dos ondas y
se le pone un moño alto... Pero ahora viene lo bueno: empieza a frotarse de bandolina
en el lado izquierdo, sólo en el lado izquierdo, ¡mire usted que es chocante!... Y, claro,
peinada en esa forma y con tanta bandolina, se le abre todo el pelo y empieza a
chorrearle el crepé... Tengo que hacer esfuerzos para no echarme a reír a carcajadas
como una tonta, porque además, como está tan gorda, tan gorda, resulta una cosa muy
rara... Parece que la cabeza se le derrite como si fuera pez o plomo.
Y Consuelito, gozosa en su vanidad femenil de poner en ridículo a otra mujer, ríe con
toda su alma, enseñando una boca fresca y unos dientecitos blancos como la leche que
está bebiendo.
Continúa después, y me niega muy seria y digna que las peinadoras sean amigas de
chismes, y de traer y llevar, y de realizar en los noviazgos y en otras aventuras
funciones de tercería.
—No le digo a usted que no haya alguna peinadora amiga de todos esos enredos.
Pero, en general, no. La mayor parte nos ganamos la vida honradamente… Por mi
parte, toda mi parroquia se compone de señoras que están casadas con empleados,
viajantes de comercio, alguna que otra tendera...; y tendrán sus rarezas, ya lo he dicho,
y además serán abusonas, pero son muy señoras.
44
—¿Son abusonas y gruñonas por lo de la hora?—pregunté.
—Por lo de la hora y por otras muchas cosas… Además de peinarlas, pues si se les
antoja que hagamos un recado pues tenemos que hacerlo… ¡Ya ve usted! Nosotras que
estamos siempre pendientes de los minutos y no tenemos más remedio... Si nos
negáramos, qué cosas dirían entre ellas...; y es que a todas las señoras se les figura que
somos una criada más de la casa.
—¿Y pone usted mucho postizo?
—Sí, señor. Aunque la parroquiana tenga muy buen pelo, en muchos casos no hay
más remedio... Y los postizos me los hace muy bien una amiga mía; como deben ser:
muy espesos, muy espesos, que parezcan una cataplasma.
—Y esas parroquianas que tanto exigen, ¿cumplen bien a fin de mes? ¿No hay
algunas tramposas?
—Sí, señor, sí; he tenido varias… Hoy en día no me puedo quejar... Las diez y nueve
cumplen con mucha formalidad… Pero es que yo procuro informarme bien de
antemano.
—¿Se entera usted de los sueldos que cobran los maridos?
—Sí, señor, y del dinero que dan a la mujer, y cuándo y cómo... Me hago siempre
muy amiga de las criadas para que me enteren de todo esto. Y no es por afán de
fisgonear, nada de eso; es porque me trae cuenta… Figúrese usted si a fin de mes nos
falta algún duro.
—¿Con quién vive usted?
—Con mi madre… Ella ahora trabaja algo la pobre… Pero total, nada… Las dos
solas nos las arreglamos como podemos con los 22 durillos.
—¿Cuándo aprendió usted el oficio?
—Después de la muerte de mi padre, que era relojero. Mientras él vivió no tuve
nunca necesidad de trabajar… Cuando no hubo más remedio me decidí a hacerme
peinadora; tenía yo mucha afición desde chiquitilla... y parece que en seguida me di
bastante buena maña...
—¿No tiene usted más familia?
—No, señor, afortunadamente.
—Si tuviera usted un hermano, ayudaría a sostener la casa.
—No, señor. ¡Qué se creen ustedes eso! Los hijos de Madrid son unos vagos. Para
uno que salga trabajador hay veinte zánganos que están a la sopa boba de la madre y
las hermanas.
—¿Y no tiene usted novio? ¿No piensa casarse?
Consuelito apartó la mirada, antes tan franca, y contestó con voz seca y débil:
—No, señor. No tengo novio... A mí no me quiere nadie... ¿Quién va a querer a las
pobretonas?
Nos despedimos, y poco después vi desaparecer a la muchacha de los peines y las
manos limpias por la calle de la Colegiata arriba, que andaba con un rítmico y gracioso
movimiento de caderas, luciendo su figurilla grácil y pizpireta y su peinado de
flequillo, completamente a la moda.
45
EL HOMBRE QUE EXPLOTA LA CEBADA DE GAMBRINUS
El cervecero no debe jugar nunca al “treinta y cuarenta”
El explotador de Gambrinus que apareció en Madrid hará unos quince o veinte años
pertenece a la categoría de los hombres que en nuestra ciudad, trabajan bastante, pero
que saben aprovechar su esfuerzo, y éste les produce fruto de abundancia.
El explotador de Gambrinus, o, mejor dicho, del fermento de cebada que adoraba el
personaje del mito, suele ser como los demás mortales: o gordo o delgado, o alto o
bajo, o rubio o moreno. Pero yo, en uso de mi perfecto derecho, he querido elegir
como hombre representativo a uno obeso y rojo, de cara colorada y sonriente, tal como
aparece el viejo Dios teutón en las estampas alemanas. Y además de hacer uso de un
derecho, no me aparto en nada de la verdad, pues el cervecero a quien aludo no es, ni
mucho menos un ente de razón, sino que tiene una existencia propia y real, una
corpulencia atlética y una hermosa colección de billetes de Banco, a la que dedica
todos sus entusiasmos y que cada día del año es susceptible de mayor
engrandecimiento.
46
Mi amigo se llama Policarpo, pero sus parroquianos y sus familiares han decidido
llamarle, por apócope, Poli. Me atendré, por lo tanto, a lo establecido y ahorraré tinta.
Poli está próximo a cumplir los cincuenta años de edad; es natural de una región
cantábrica, y lleva en Madrid seis quinquenios. Durante los cinco primeros trabajó
como un luchador de los buenos; lleno de voluntad y de arrestos, seguro de que habría
de llegar un día en que por sí mismo, sin la ayuda de nadie, consiguiese el precioso
don de la independencia y el más grato todavía del mando, se supo ganar la vida y
procurarse ahorros a costa de su esfuerzo personal y de un inflexible y realizado
propósito de perseverancia.
Poli fue, sucesivamente, chico de cafetín, camarero de taberna-restaurante, camarero
de café de barrio, camarero de hotel, camarero de café céntrico y, por último, y es lo
más importante dueño y árbitro absoluto de una cervecería-“brasserie”—pone el
rótulo—situada en uno de los sitios más céntricos de la corte, afamada de antiguo y
concurrida por público numeroso y parroquianos serios y buenos pagadores.
—Se va uno defendiendo—me dice—. No tengo queja... Pero mire la vida.
Y después, volviéndose a mí añade:
—¡Qué gentuza son estos camareros de hoy! ¡Vagos y nada más que vagos! De
bregar con ellos se me está repudriendo la sangre.
47
Me acuerdo del viejo y exacto aforismo castellano: "Ni sirvas a quien sirvió ni
mandes a quien mandó..." Este Julián y este Manuel son las víctimas con quien
satisface su odio, contenido en tantos años, y que formaron los caprichos de otros que
mandaban en él, como ahora manda en éstos, que también aguantan por fuerza las
impertinencias del que quiere vengar en inferiores las que le produjeron otros en
tiempos pretéritos.
Poli, que, como he dicho, es desconocidísimo, vuelve al mostrador sin contestar a
numerosas preguntas que le dirijo sobre sus ganancias, o eludiéndolas de manera hábil,
como corresponde a la persona que conoce todos los secretos y resortes de la
cazurrería y la gramática parda... Pero ahí tengo a Manuel, el camarero que acaba de
sufrir la vejación del amo, y al que no le duelen prendas para contestar.
—¿Qué quiere usted saber?—dice.
—Lo que ganan los dueños de estas casas.
—Pues una enormidad. Mire; hace años las fábricas les vendían el litro de cerveza a
cuarenta y cinco céntimos, y ellos se lo hacían pagar al noventa; después las fábricas
aumentaron a sesenta y cinco y ellos lo pusieron a peseta. Y últimamente, con eso del
impuesto de utilidades, los del gremio celebraron una reunión, y ¿a qué no sabe usted
lo que decidieron?
—¿Que el impuesto lo pagase el público?
—Eso estaba descontado. ¡Que la ganancia fuera para ellos, mayor! Las fábricas lo
venden a ochenta céntimos el litro, y ellos lo expenden al por menor a una peseta
treinta céntimos.
—¿De modo que ganan el cincuenta por ciento?
—Más, más que el cincuenta por ciento; pues las fábricas, a las cervecerías como
ésta, que venden, mucho, les hacen una rebaja del diez por ciento. ¡Dígame si es
negocio! Y si no pusieron el litro a una cuarenta fue porque se negó terminantemente
uno de ellos, el de la calle de Serrano.
—¿Y el público, tan satisfecho, verdad?
—Mire el trajín que llevo... Entre en la tienda a la hora que quiera y me verá en el
mostrador… Desde las ocho de la mañana a las dos y media o tres de la madrugada,
en que se cierra, ahí me tienen… ¿A que no ha venido usted una vez a la cervecería
que no me haya visto?
—Sí; es cierto. Pero ¿por qué no busca usted un encargado que le ayude algunos
ratos?
—¡Ah! No, señor; de ninguna manera. El ojo del amo engorda el caballo.
Y al decir esto, Poli me mira con cierta desconfianza, como el hombre que teme le
tiendan un lazo. Poli, no confía más que en sí mismo, y aunque le substituyera en sus
funciones un hombre honrado, le picaría siempre al gordo cervecero el aguijón de la
duda y le atormentaría la idea de ser engañado. Poli considera como el más alto ideal
de la vida el afán de lucro, y ama al dinero con toda su alma, casi tanto como a sus
hijos, unos "chaveas" gordinflones como el padre, pero que no parecen tener las
virtudes ahorrativas de éste, y que acaso podrán darse una agradable vida de holganza
y dispendio en un porvenir más o menos remoto.
48
La única cuerda sensible para este cervecero, profesor de energía, son los hijos, esas
criaturas gordas en que se ve reproducido.
—Para ellos ha de ser todo—dice—; no les ocurrirá lo que a su padre, que el día que
no pudo trabajar no comió. Claro que del negocio ya tendrán que cuidar... Pero salen a
mí, salen a mí… Eso no me preocupa.
No le quiero decir, pues todas las ilusiones son respetables, y más la del hombre que
sólo tiene una, que no coincido en su opinión, y Poli prosigue hablándome con voz
pausada, midiendo mucho sus palabras. Me recuerda sus años de trabajo servil, en que
tenía amos meticulosos, gruñones e impertinentes, y sufría sus groserías y caprichos, al
mismo tiempo que los del público... Pero mientras habla no deja de observar a sus
camareros, y de vez en cuando dice:
Tú, Julián, no seas bruto. ¡Que vas a destrozar todo ese servicio! Si no sabes
llevarlo... ¡Qué harto me tienes!… Y tú, Manuel, ¿pero no has visto que en tu turno se
ha sentado un señor? ¡Anda, hombre, anda, que parece que no sirves para maldita de
Dios la cosa!
49
—Hasta tomando la cosa a broma. Y ya ve usted; cada vez hay más gente; los
barriles, consumiéndose cada media hora, y la caja registradora, engordando lo mismo
que el amo.
Luego me habla el camarero de los bocadillos, que todavía dejan un tanto por ciento
de ganancia mayor que la cerveza, y de la suerte y de la avaricia de Poli, y del modo
con que trata a la servidumbre, y, por último, de la posibilidad de una apoplejía, en el
cual caso el traspaso de la tienda era evidente, llegando a insinuarme que quizá en un
día no lejano el amo fuese él.
Pasa un largo rato y vuelve a sentarse Poli al lado mío. Le ha producido cierta
escama mi conversación con el camarero, y no cesa de decirme que en el oficio no es
oro todo lo que reluce, y que es necesario atender a muchos gastos.
—¡Lo que consumiré yo de ácido carbónico y de hielo para tener la cerveza en
condiciones!
—¿Cuánto?
—Mucho, mucho.
—¿Pero...?
—Mucho, señor, mucho. Y luego hay que pagar el casero, y las contribuciones, y la
luz, y el teléfono... y muchas cosas.
—Pero usted es ahorrativo, y no malgastando...
—Sí, soy ahorrativo; conozco el valor del dinero porque me ha costado mucho
ganarlo. Además, he escarmentado en cabeza ajena. Ha habido varios que fueron
camareros como yo, trabajaron tanto como yo, se establecieron también como yo,
llegaron a hacer una gran parroquia, y luego, en unas cuantas noches, "por ir a verlas
venir", en ese treinta y cuarenta que Dios confunda, se quedaron casi a pedir limosna.
—¿Usted no juega?
Poli me mira con la misma expresión que si le hubiese dirigido una ofensa
gravísima, y luego dice:
—No, señor; ni juego, ni ha jugado, ni jugaré en mi vida.
El hombre vuelve al mostrador y empuña la manivela del aparato para llenar un
"bock". En esta actitud parece el trasunto del viejo dios ebrio y germano que convirtió
en licor vaporoso un alimento equino.
50
EL SEÑORITO MENDICANTE Y ALTIVO
Lector: en una sección dedicada a describir tipos y costumbres madrileñas—y por lo
tanto españolas—no podía eludirse la presentación del mendigo. La raza se ha ido
modificando en lo accidental; pero en lo substancial persiste con todos los rasgos que
la caracterizaban en la remota época que describió Mateo Alemán.
No voy a referirme al mendigo de profesión, al pedigüeño que molesta al transeúnte,
y cuyo exterminio parece cosa imposible, ya que a todos les satisface mucho poder
pasar como caritativos mediante unas cuantas perras chicas.
Pero, además de la mendicidad que podría llamarse oficial, existe, y de ella todos,
por nuestra desgracia, tenemos noticia, otra oculta, más o menos vergonzante, pues se
ejerce hasta con cierto orgullo, y que constituye un medio de vida, si no
extraordinariamente lucrativo, por lo menos asegurador de que el trabajo digestivo del
estómago no va a interrumpirse dos veces al día. Esta mendicidad yo me atrevería a
dividirla en dos grandes grupos: el mendigo postal y el mendigo verbal, que tienen
entre ellos como nexo el ser ejercitada exclusivamente entre amigos.
Para ser mendigo de estas dos clases es necesario contar de antiguo con grandes
amistados o conocimientos. En caso contrario, se va en seguida camino de la
indignidad y, lo que es mucho peor, del fracaso. El mendigo postal, o sea el que hace
sus peticiones por carta, suele pertenecer al sexo femenino, y el mendigo verbal, o sea
el que acecha por calles, círculos o cafés, gasta pantalones, más o menos deteriorados.
51
Quiero hablar hoy del segundo, que me inspira escaso respeto, mientras que el otro
generalmente ha llegado a ese medio de vida, forzado y doloroso, por causas ajenas en
un todo a su conducta y sus deseos.
El mendigo verbal suele haber tenido algún dinero, y no hay amigo suyo que no le
recuerde en épocas de opulencia, exageradas al correr de los años. El mendigo verbal
heredó una pequeña fortunita, y como sus padres no se cuidaron de proporcionarle una
buena boda—esto lo hubiera arreglado todo—, y como por defectos educativos era
incapaz, no ya de afrontar la vida por sí mismo, sino de cuidar burguésmente de su
pequeño capital, éste se le fue evaporando poco a poco, y una mala hora se encontró
con que no tenía más medios de subsistencia que aquellos que quisieran proporcionarle
la generosidad de los otros.
—Figúrate. ¿Qué iba a hacer yo?—me dice Luisito, un amigo antiguo a quien
considero como hombre representativo de la mendicidad verbal y amistosa—. Para
comer no me quedaba otro remedio que dar "sablazos".
—¿Y por qué no has probado a trabajar?
—Ya lo intenté, ya; he pedido destinos a todos los ministros, y hasta en ocasiones he
tenido una plaza de temporero. Pero eso no resuelvo nada; a lo mucho, sirve para
ayudar.
—Hombre, pero siempre será mejor que pedir...
—No te lo niego. Yo no pediría un céntimo si no me viese forzado... Pero es que mis
necesidades no son las de un “golfo” cualquiera. Me acostumbraron muy mal mis
padres, y no tengo el estómago preparado para comer bazofia ni huesos que sufran el
dormir en un tugurio indecente.
52
—¿Y un destino particular? ¿No podrías buscártelo, con tantos amigos como tienes?
—¡Puch! ¿Qué quieres que te diga? En esos destinos se exige mucho y se paga poco.
Además, yo ando muy mal de cuentas, tengo muy mala letra y nunca he escrito a
máquina... Y luego hay otra cosa con la que no transijo.
—¿Con cuál?
—Con las horas de oficina. Yo no he madrugado en mi vida. Y a mí no hay nadie que
pueda obligarme a salir a la calle antes de las doce de la mañana.
Le miré con estupefacción, hasta cierto punto admirativa. Su sinceridad, no me
atrevo a llamarla cinismo, pues éste ha de ser consciente, era realmente portentosa.
—¡Oye!—le dije—. ¿Y a todo el mundo le cuentas eso?
—A todo el mundo, no, señor, ni mucho menos. Hay cosas que se pueden decir a
algunos como tú, que se hacen cargo de todo; pero no a esa gente que vive aferrada a
cuatro lugares comunes y que tienen ideas del siglo XII.
Mi asombro iba en aumento. A Luisito le parecía reaccionario el que hubiese ciertas
personas que no disculpasen la holganza.
—Estas cosas no las pueden comprender—añadió el hombre—más que las personas
finas, las que han recibido “una buena educación”. Vete tú a decirles lo que se ha
contado a esos ordinarios que andan ahora por ahí, a esos nuevos ricos.
—¡Yo, no! ¡Ya me guardaría bien de decírselo a nadie!
Luisito a continuación me refiere que persiste su mala suerte en el juego. En el tapete
verde perdió su fortunita, pero el afán del desquite no le ha abandonado. Me asegura
que todo es cuestión de esperar, y que llegará la racha buena el día menos pensado. Lo
malo, y él mismo lo reconoce, es que no sabrá retirarse a tiempo.
53
—¿Pero todavía te queda dinero para jugar?
—Si hay días que no saco más que dos pesetas, me juego una. Eso es seguro.
—¿De modo que de cuanto ganas en tus "operaciones" te juegas un pico?
—La mitad; nada más que la mitad. He sentado mucho la cabeza.
Luego empezó a hablarme mal de muchos antiguos amigos nuestros. Claro es que se
refería a los que él llamaba roñosos. Para Luisito la Humanidad está dividida en dos
grandes grupos: los hombres susceptibles de dar algún dinero y los que juzgan
prudente no mantener a ningún zángano.
—Figúrate que a Salazar, ¿te acuerdas de Salazar?, le pedí el otro día un duro y me
envió a paseo. Con el dinero que le llevó su mujer. Era para plantearle una cuestión
personal.
Luisito tiene la obsesión de las cuestiones personales y considera muy razonable
estimar como un insólito la negativa de una dádiva.
Me va enterando después de la perfecta organización "sablista'' estudiada por el
mendigo mundano con atención prolija. No se debe molestar con frecuencia a una
misma persona. En ello se basa precisamente el buen éxito de todo mendicante. Hay
personas susceptibles de ser abordadas una o dos veces al mes; pero, en cambio,
existen otras que sólo responden al "sablazo", si éste se ejecuta muy de tarde en tarde;
algunos necesitan hasta un año de intervalo entre uno y otro. Para llegar a este
conocimiento es necesaria una larga práctica de sofiones y una magnífica dureza de
epidermis; pero a fuerza de tiempo y de constancia se llega a alcanzar la casi
certidumbre de no sufrir equivocaciones, aunque nunca se está seguro de no dar algún
paso en falso.
Otra cosa indispensable para el buen ejercicio de la profesión es hallarse al corriente
de las diferencias que se juegan en los grandes casinos. ¡Fulanito perdió ayer en el
Militar doce mil duros! ¡Mengano se llevó anoche cuatro mil de Bellas Artes!
¡También Perengano tuvo ayer un gran día en la Peña.
—¡Y todavía dicen que no trabaja uno!—añade Luisito, muy convencido—. Me paso
todo el santo día recorriendo los sitios céntricos de Madrid. ¡Y hay que andar con una
"pupila" para no equivocarse! ¡Figúrate lo que me ocurre si le pido dinero a un amigo,
en la creencia de que ha ganado, y luego resulta que le llevaron hasta la camisa y que
está a punto de ser correligionario.
Pronuncia estas palabras en un tomo irónico y miedoso, pues al mismo tiempo que
goza en que muchos se arruinen como él, les teme, por saber que no hay competencia
posible con los arruinados recientemente.
—¿Y sacas mucho dinero? Dime la verdad.
—¡Qué voy a sacar!
—¡Pero el caso es que tú comes todos los días!
—¡Ah! Eso sí. No faltaba más… Hasta ahí podían llegar las bromas. Como, fumo y
tengo una cama limpia.
Y Luisito, después de pronunciar estas palabras orgullosamente, se despide de mí,
dispuesto a continuar sus operaciones, con la desenvoltura y la impertinencia que
conviene a todo señorito mendicante; pero que, por el hecho de pedir, no pierde la
altivez.
54
EL CLÁSICO Y SAINETESCO “CHICO DE LA TIENDA”
“Se come muy mal, se duerme en camastros indecentes…
Pero estamos mejor que antes”
El chico de la tienda es siempre el chico de la tienda de ultramarinos, el horterilla
ridiculizado y despreciado, en el que se cebó con implacable hostilidad la musa más o
menos festiva de los poetas y autores cómicos, que hicieron sus gracias en la última
década del siglo anterior.
Mi horterilla, el que he elegido para esta conversación, tiene ya, según dice,
veintiocho años, y se halla a punto de aburguesarse, pues su amo le ha prometido
encargarle de la casa. Es un momento de cambio trascendental y radical, pues en
cuanto "un chico de tienda" pasa a la categoría de encargado, se siente más "amo" que
el propio amo. Pero todavía no llegó ese soñado ascenso, y el hombre se expresa como
corresponde al que sufre la explotación y tiene edad suficiente para darse cuenta de
ella.
—Me trajeron de mi pueblo hace quince años—dice—, cuando apenas si había
cumplido los trece, y empecé a trabajar en una tienda de la calle del Avemaría. A las
cinco de la mañana tenía que estar de pie, y no me separaba del mostrador hasta las
once de la noche.
55
—¿Sin descanso ningún día?
—"Ausulutamente" ninguno... No se salía de paseo más que el día de San Isidro, o
sea una vez al año.
—¿Y qué sueldo cobraba usted?
—¡Sueldo! Ni catarlo; en los bolsillos nuestros no entraba ni una perra chica... Las
diez y ocho horas de trabajo eran sólo por la manutención... Y todavía teníamos que
estar muy agradecidos.
—¿Agradecidos? ¿Y a qué?
—Toma, pues a la comida que nos daban. Si había algún chico que se atreviese a dar
una queja, pues estaba divertido... Un puntapié, y a la calle... ¡No ve usted que le
sobraban muchachos!
—¡Ah! Pero todavía les envidiaban a ustedes?
—Claro que nos envidiaban muchos. Antes, en casi todos los pueblos de mi
provincia—yo soy de Guadalajara—, en cuanto se tenía ocasión, se mandaban los
chicos a Madrid. Aquí, al menos, se comía...
—¿Y les pegaban a ustedes?
—Eso, según el carácter del amo o del ama... Ahora que sin unos cuantos
coscorrones no ha escapado nadie... Y es natural, después de todo, porque los chicos...
ya sabe usted lo que son los chicos...
Me quedo un poco perplejo ante esta teoría pedagógica, y me acuerdo de que mi
interlocutor está próximo al ejercicio del mando.
—Si no se les calentase de vez en cuando, pues, figúrese usted... A mí me dieron una
vez una "somanta" por haberme escapado a una pedrea, y créame que lo agradecí.
Esto del agradecimiento a la paliza me desconcierta, aunque no es la primera ocasión
en que lo escucho. En España todavía se siente una gran predilección a los golpes que
dan los fuertes a los débiles, y se sigue considerando el azote como el más excelente
sistema educativo.
—¿Y hoy día también trabajan los chicos por la manutención?
—¡Quiá! Ahora las cosas han cambiado mucho. El Instituto de Reformas Sociales y
nuestra Sociedad han ido poco a poco cambiándolo todo. Al principio se puso a los
chicos un jornal de cuarenta reales al mes, y luego ha ido éste aumentando, hasta llegar
a siete duros, que es cuanto ganamos hoy en día.
—¿Y qué horas tienen ustedes?
—De ocho de la mañana a nueve de la noche, menos el descanso del mediodía. ¿No
es mucho, verdad?
Otra vez se apodera de mí la estupefacción, pues pienso que si me obligaran a
trabajar once horas seguidas, me arrojaría por el Viaducto, que es el suicidio más
clásico.
—¿Y el trato ha mejorado?
—Algo.
—¿Les dan a ustedes bien de comer?
56
El hombre se queda un poco pensativo; pero en un arranque de sinceridad, y
olvidándose de que va para amo, dice:
—No, señor. Se come muy mal, se duerme en camastros indecentes, y vivimos
completamente faltos de higiene… Así hay tanto tísico.
—¿Pero un poco más libres?
—Muy poco más libres. Este es un oficio de esclavos; "ausulutamente" esclavitud.
Miro al hombre, que se halla cuidadosamente peinado con raya y luce unos grandes
mostachos a la borgoñona y una corbata anudada con aliño, y me acuerdo de la fama
de donjuanistas que acompaña a los chicos del arroz, el aceite y los garbanzos, y que
divulgaron tantos saineteros:
—¿Y es verdad que son ustedes muy afortunados con las mujeres, y particularmente
con las criadas?
—¡Vamos, hombre! Me ha "matao" usted. Eso sí que son cuentos. Eso es
"ausulutamente" mentira. Nosotros somos de lo más "canelo" que se conoce… Ahora,
lo que ocurre...
—¿Qué ocurre?
—¡Pues que son ellas! Ellas son las que parece que nos hacen el amor. Pero no es
por nuestra linda cara, ni mucho menos; eso se lo creen unos cuantos pazguatos. Nos
dan coba para ver si pueden sacar algo.
57
—¿Y qué van a sacar?
—Pues género, y "guita", "si a mano viene". Las criadas son unas ansiosas, y los hay
tan primos, que se dejan engatusar, y luego son ellos los que pagan las consecuencias
cuando el amo se "apercibe"... Claro que suele haber noviazgos, y líos, y barrigas, y
bodas; pero eso es el contacto; es lo natural.
Esta afirmación, en realidad, no tiene réplica posible.
Pasé después a hablarle de la cuestión de las trampas, del famoso dedo ágil y astuto
que hace mover la báscula y altera la cantidad del peso, y el hombre me contestó:
—Esas son historias, créame; cuentos que se han inventado por ahí. ¿Qué interés iba
a tener yo en engañarle? Conociendo a las mujeres no se puede decir eso en serio... Si
están sin apartar la mitrada de uno, y se fijan en todo... Lo que algunos suelen hacer es
otra cosa.
—¡Ah! Pero hay trampas.
—Sí, señor... Las pesas huecas... Todavía hay algunos comerciantes que lo emplean,
y eso sí que aumenta el mostrador… Figúrese usted; con esas pesas hace uno
maravillas... Pero los que las usan se exponen a ir a la cárcel.
—No recuerdo que haya ido ninguno.
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra

Más contenido relacionado

La actualidad más candente

EXTRAVAGANT STYLING parte 1Presentación parte 1
EXTRAVAGANT STYLING parte 1Presentación parte 1EXTRAVAGANT STYLING parte 1Presentación parte 1
EXTRAVAGANT STYLING parte 1Presentación parte 1mireiagonza
 
La gatera de_la_villa_La Gatera de la Villa nº 5
La gatera de_la_villa_La Gatera de la Villa nº 5La gatera de_la_villa_La Gatera de la Villa nº 5
La gatera de_la_villa_La Gatera de la Villa nº 5La Gatera de la Villa
 
Presentación barroco
Presentación barrocoPresentación barroco
Presentación barrocopantominosis
 
POEMAS DE LA CIUDAD (1960) María Jesús Echevarría
POEMAS DE LA CIUDAD (1960) María Jesús Echevarría POEMAS DE LA CIUDAD (1960) María Jesús Echevarría
POEMAS DE LA CIUDAD (1960) María Jesús Echevarría JulioPollinoTamayo
 
El hambre de Madrid
El hambre de MadridEl hambre de Madrid
El hambre de Madridchinoduro
 
Francisco de goya
Francisco de goyaFrancisco de goya
Francisco de goyaaurion1990
 
Literatura y revolucion. victor serge.
Literatura y revolucion. victor serge.Literatura y revolucion. victor serge.
Literatura y revolucion. victor serge.ContraLaCorriente
 
Cristóbal Toral, el pintor de las maletas. Por Juan Carlos Rodríguez
Cristóbal Toral, el pintor de las maletas. Por Juan Carlos Rodríguez Cristóbal Toral, el pintor de las maletas. Por Juan Carlos Rodríguez
Cristóbal Toral, el pintor de las maletas. Por Juan Carlos Rodríguez Juan Carlos Rodríguez
 
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Tercera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Tercera serie) Nilo Fabra ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Tercera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Tercera serie) Nilo Fabra JulioPollinoTamayo
 
Luces de bohemia (vocabulario)
Luces de bohemia (vocabulario)Luces de bohemia (vocabulario)
Luces de bohemia (vocabulario)joanpedi
 

La actualidad más candente (20)

CINEMATOGRAFÍA
CINEMATOGRAFÍACINEMATOGRAFÍA
CINEMATOGRAFÍA
 
Goya
GoyaGoya
Goya
 
EXTRAVAGANT STYLING parte 1Presentación parte 1
EXTRAVAGANT STYLING parte 1Presentación parte 1EXTRAVAGANT STYLING parte 1Presentación parte 1
EXTRAVAGANT STYLING parte 1Presentación parte 1
 
La Gatera de la Villa nº 43
La Gatera de la Villa nº 43La Gatera de la Villa nº 43
La Gatera de la Villa nº 43
 
Goya y Lucientes Francisco de
Goya y Lucientes Francisco deGoya y Lucientes Francisco de
Goya y Lucientes Francisco de
 
La gatera de_la_villa_La Gatera de la Villa nº 5
La gatera de_la_villa_La Gatera de la Villa nº 5La gatera de_la_villa_La Gatera de la Villa nº 5
La gatera de_la_villa_La Gatera de la Villa nº 5
 
La Gatera de la Villa nº 39
La Gatera de la Villa nº 39La Gatera de la Villa nº 39
La Gatera de la Villa nº 39
 
Presentación barroco
Presentación barrocoPresentación barroco
Presentación barroco
 
Goya 2
Goya 2Goya 2
Goya 2
 
La Gatera de la Villa nº 27
La Gatera de la Villa nº 27La Gatera de la Villa nº 27
La Gatera de la Villa nº 27
 
POEMAS DE LA CIUDAD (1960) María Jesús Echevarría
POEMAS DE LA CIUDAD (1960) María Jesús Echevarría POEMAS DE LA CIUDAD (1960) María Jesús Echevarría
POEMAS DE LA CIUDAD (1960) María Jesús Echevarría
 
La Gatera de la Villa nº 42
La Gatera de la Villa nº 42La Gatera de la Villa nº 42
La Gatera de la Villa nº 42
 
El hambre de Madrid
El hambre de MadridEl hambre de Madrid
El hambre de Madrid
 
La Gatera de la Villa nº 41
La Gatera de la Villa nº 41La Gatera de la Villa nº 41
La Gatera de la Villa nº 41
 
Francisco de goya
Francisco de goyaFrancisco de goya
Francisco de goya
 
La Gatera de la Villa nº 31
La Gatera de la Villa nº 31La Gatera de la Villa nº 31
La Gatera de la Villa nº 31
 
Literatura y revolucion. victor serge.
Literatura y revolucion. victor serge.Literatura y revolucion. victor serge.
Literatura y revolucion. victor serge.
 
Cristóbal Toral, el pintor de las maletas. Por Juan Carlos Rodríguez
Cristóbal Toral, el pintor de las maletas. Por Juan Carlos Rodríguez Cristóbal Toral, el pintor de las maletas. Por Juan Carlos Rodríguez
Cristóbal Toral, el pintor de las maletas. Por Juan Carlos Rodríguez
 
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Tercera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Tercera serie) Nilo Fabra ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Tercera serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Tercera serie) Nilo Fabra
 
Luces de bohemia (vocabulario)
Luces de bohemia (vocabulario)Luces de bohemia (vocabulario)
Luces de bohemia (vocabulario)
 

Similar a ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra

Historias del Romanticismo. III: "Los nuevos protagonistas de la historia: la...
Historias del Romanticismo. III: "Los nuevos protagonistas de la historia: la...Historias del Romanticismo. III: "Los nuevos protagonistas de la historia: la...
Historias del Romanticismo. III: "Los nuevos protagonistas de la historia: la...Museo del Romanticismo
 
Plan lector el destierro del cid
Plan lector   el destierro del cidPlan lector   el destierro del cid
Plan lector el destierro del cidEdgar Matienzo
 
"Memorias de la antigua San Salvador"
"Memorias de la antigua San Salvador" "Memorias de la antigua San Salvador"
"Memorias de la antigua San Salvador" bicentenario2011
 
Torrejon de ardoz
Torrejon de ardoz Torrejon de ardoz
Torrejon de ardoz martamagan42
 
Torrejon de Ardoz
Torrejon de ArdozTorrejon de Ardoz
Torrejon de Ardozramiropuig
 
Madrid Nojo Y Negro Milicias Confederales Eduardo De GuzmáN
Madrid Nojo Y Negro Milicias Confederales   Eduardo De GuzmáNMadrid Nojo Y Negro Milicias Confederales   Eduardo De GuzmáN
Madrid Nojo Y Negro Milicias Confederales Eduardo De GuzmáNguest8dcd3f
 
Sanz, P. - Las ciudades en la América hispana. Siglos XV al XVIII [2004].pdf
Sanz, P. - Las ciudades en la América hispana. Siglos XV al XVIII [2004].pdfSanz, P. - Las ciudades en la América hispana. Siglos XV al XVIII [2004].pdf
Sanz, P. - Las ciudades en la América hispana. Siglos XV al XVIII [2004].pdffrank0071
 
notas-del-frente-espanol.pdf
notas-del-frente-espanol.pdfnotas-del-frente-espanol.pdf
notas-del-frente-espanol.pdfLeidyRojas708118
 
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Segunda serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Segunda serie) Nilo Fabra ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Segunda serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Segunda serie) Nilo Fabra JulioPollinoTamayo
 

Similar a ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra (20)

Historias del Romanticismo. III: "Los nuevos protagonistas de la historia: la...
Historias del Romanticismo. III: "Los nuevos protagonistas de la historia: la...Historias del Romanticismo. III: "Los nuevos protagonistas de la historia: la...
Historias del Romanticismo. III: "Los nuevos protagonistas de la historia: la...
 
Plan lector el destierro del cid
Plan lector   el destierro del cidPlan lector   el destierro del cid
Plan lector el destierro del cid
 
"Memorias de la antigua San Salvador"
"Memorias de la antigua San Salvador" "Memorias de la antigua San Salvador"
"Memorias de la antigua San Salvador"
 
Analisis de la obra tungstino
Analisis de la obra tungstinoAnalisis de la obra tungstino
Analisis de la obra tungstino
 
Para la lectura de luces de bohemia
Para la lectura de luces de bohemiaPara la lectura de luces de bohemia
Para la lectura de luces de bohemia
 
Para la lectura de luces de bohemia
Para la lectura de luces de bohemiaPara la lectura de luces de bohemia
Para la lectura de luces de bohemia
 
Para la lectura de luces de bohemia
Para la lectura de luces de bohemiaPara la lectura de luces de bohemia
Para la lectura de luces de bohemia
 
Torrejon de ardozz
Torrejon de ardozzTorrejon de ardozz
Torrejon de ardozz
 
Torrejon de ardoz
Torrejon de ardoz Torrejon de ardoz
Torrejon de ardoz
 
Torrejon de Ardoz
Torrejon de ArdozTorrejon de Ardoz
Torrejon de Ardoz
 
Torrejon de Ardoz
Torrejon de ArdozTorrejon de Ardoz
Torrejon de Ardoz
 
Madrid Nojo Y Negro Milicias Confederales Eduardo De GuzmáN
Madrid Nojo Y Negro Milicias Confederales   Eduardo De GuzmáNMadrid Nojo Y Negro Milicias Confederales   Eduardo De GuzmáN
Madrid Nojo Y Negro Milicias Confederales Eduardo De GuzmáN
 
Sanz, P. - Las ciudades en la América hispana. Siglos XV al XVIII [2004].pdf
Sanz, P. - Las ciudades en la América hispana. Siglos XV al XVIII [2004].pdfSanz, P. - Las ciudades en la América hispana. Siglos XV al XVIII [2004].pdf
Sanz, P. - Las ciudades en la América hispana. Siglos XV al XVIII [2004].pdf
 
La lucha por la vida ♥
La lucha por la vida ♥La lucha por la vida ♥
La lucha por la vida ♥
 
Luces de bohemia
Luces de bohemiaLuces de bohemia
Luces de bohemia
 
04 el cid
04   el cid04   el cid
04 el cid
 
notas-del-frente-espanol.pdf
notas-del-frente-espanol.pdfnotas-del-frente-espanol.pdf
notas-del-frente-espanol.pdf
 
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Segunda serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Segunda serie) Nilo Fabra ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Segunda serie) Nilo Fabra
ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Segunda serie) Nilo Fabra
 
Julio Camba
Julio CambaJulio Camba
Julio Camba
 
La Gatera de la Villa nº 6
La Gatera de la Villa nº 6La Gatera de la Villa nº 6
La Gatera de la Villa nº 6
 

Más de JulioPollinoTamayo

LA DORADA PONZOÑA (1924) Mary Webb
LA DORADA PONZOÑA (1924) Mary WebbLA DORADA PONZOÑA (1924) Mary Webb
LA DORADA PONZOÑA (1924) Mary WebbJulioPollinoTamayo
 
LA CULPA (1963) Margarita Aguirre
LA CULPA (1963) Margarita AguirreLA CULPA (1963) Margarita Aguirre
LA CULPA (1963) Margarita AguirreJulioPollinoTamayo
 
LA CASA DEL PECADO (1902) Marcelle Tinayre
LA CASA DEL PECADO (1902) Marcelle TinayreLA CASA DEL PECADO (1902) Marcelle Tinayre
LA CASA DEL PECADO (1902) Marcelle TinayreJulioPollinoTamayo
 
ANTOCOLLOGÍA (1956-2001) José Luis Coll
ANTOCOLLOGÍA (1956-2001) José Luis Coll ANTOCOLLOGÍA (1956-2001) José Luis Coll
ANTOCOLLOGÍA (1956-2001) José Luis Coll JulioPollinoTamayo
 
CORAZÓN LOCO (1980-1987) Isa Feu
CORAZÓN LOCO (1980-1987) Isa FeuCORAZÓN LOCO (1980-1987) Isa Feu
CORAZÓN LOCO (1980-1987) Isa FeuJulioPollinoTamayo
 
HELADA EN MAYO (1933) Antonia White
HELADA EN MAYO (1933) Antonia WhiteHELADA EN MAYO (1933) Antonia White
HELADA EN MAYO (1933) Antonia WhiteJulioPollinoTamayo
 
GRANDES DIBUJANTAS DE LA TRANSICIÓN (Antología)
GRANDES DIBUJANTAS DE LA TRANSICIÓN (Antología)GRANDES DIBUJANTAS DE LA TRANSICIÓN (Antología)
GRANDES DIBUJANTAS DE LA TRANSICIÓN (Antología)JulioPollinoTamayo
 
POESÍA COMPLETA (1960-1990) Francisca Perujo
POESÍA COMPLETA (1960-1990) Francisca PerujoPOESÍA COMPLETA (1960-1990) Francisca Perujo
POESÍA COMPLETA (1960-1990) Francisca PerujoJulioPollinoTamayo
 
FLAMENCO PARA SUBNORMALES (100 discos 100)
FLAMENCO PARA SUBNORMALES (100 discos 100)FLAMENCO PARA SUBNORMALES (100 discos 100)
FLAMENCO PARA SUBNORMALES (100 discos 100)JulioPollinoTamayo
 
FILMS SELECTOS (1930-1937) María Luz Morales
FILMS SELECTOS (1930-1937) María Luz MoralesFILMS SELECTOS (1930-1937) María Luz Morales
FILMS SELECTOS (1930-1937) María Luz MoralesJulioPollinoTamayo
 
ES LA VIDA (1954) Ramón Cajade
ES LA VIDA (1954) Ramón CajadeES LA VIDA (1954) Ramón Cajade
ES LA VIDA (1954) Ramón CajadeJulioPollinoTamayo
 
EL TRIUNFO DE LOS DERROTADOS (1957) Ramón Cajade
EL TRIUNFO DE LOS DERROTADOS (1957) Ramón CajadeEL TRIUNFO DE LOS DERROTADOS (1957) Ramón Cajade
EL TRIUNFO DE LOS DERROTADOS (1957) Ramón CajadeJulioPollinoTamayo
 
EL RAPTO DEL SANTO GRIAL (1978-1982) Paloma Diaz-Mas
EL RAPTO DEL SANTO GRIAL (1978-1982) Paloma Diaz-MasEL RAPTO DEL SANTO GRIAL (1978-1982) Paloma Diaz-Mas
EL RAPTO DEL SANTO GRIAL (1978-1982) Paloma Diaz-MasJulioPollinoTamayo
 
EL DIARIO SECRETO DE ADRIAN MOLE (1982) Sue Townsend
EL DIARIO SECRETO DE ADRIAN MOLE (1982) Sue TownsendEL DIARIO SECRETO DE ADRIAN MOLE (1982) Sue Townsend
EL DIARIO SECRETO DE ADRIAN MOLE (1982) Sue TownsendJulioPollinoTamayo
 
EL BORRADOR (1960) Manuel San Martín
EL BORRADOR (1960) Manuel San MartínEL BORRADOR (1960) Manuel San Martín
EL BORRADOR (1960) Manuel San MartínJulioPollinoTamayo
 
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen LaforetDIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen LaforetJulioPollinoTamayo
 
DAISY, LA MECANOGRAFA FATAL (1930-1932) Salvador Bartolozzi
DAISY, LA MECANOGRAFA FATAL (1930-1932) Salvador BartolozziDAISY, LA MECANOGRAFA FATAL (1930-1932) Salvador Bartolozzi
DAISY, LA MECANOGRAFA FATAL (1930-1932) Salvador BartolozziJulioPollinoTamayo
 
LA ENTRETENIDA INDISCRETA (1918) Ana Díaz (Pedro González-Blanco)
LA ENTRETENIDA INDISCRETA (1918) Ana Díaz (Pedro González-Blanco)LA ENTRETENIDA INDISCRETA (1918) Ana Díaz (Pedro González-Blanco)
LA ENTRETENIDA INDISCRETA (1918) Ana Díaz (Pedro González-Blanco)JulioPollinoTamayo
 

Más de JulioPollinoTamayo (20)

LA DORADA PONZOÑA (1924) Mary Webb
LA DORADA PONZOÑA (1924) Mary WebbLA DORADA PONZOÑA (1924) Mary Webb
LA DORADA PONZOÑA (1924) Mary Webb
 
LA CULPA (1963) Margarita Aguirre
LA CULPA (1963) Margarita AguirreLA CULPA (1963) Margarita Aguirre
LA CULPA (1963) Margarita Aguirre
 
LA CASA DEL PECADO (1902) Marcelle Tinayre
LA CASA DEL PECADO (1902) Marcelle TinayreLA CASA DEL PECADO (1902) Marcelle Tinayre
LA CASA DEL PECADO (1902) Marcelle Tinayre
 
LA ABUELITA (1950-1957) Palop
LA ABUELITA (1950-1957) PalopLA ABUELITA (1950-1957) Palop
LA ABUELITA (1950-1957) Palop
 
ANTOCOLLOGÍA (1956-2001) José Luis Coll
ANTOCOLLOGÍA (1956-2001) José Luis Coll ANTOCOLLOGÍA (1956-2001) José Luis Coll
ANTOCOLLOGÍA (1956-2001) José Luis Coll
 
JAIME DE ARMIÑÁN (Dossier)
JAIME DE ARMIÑÁN (Dossier)JAIME DE ARMIÑÁN (Dossier)
JAIME DE ARMIÑÁN (Dossier)
 
CORAZÓN LOCO (1980-1987) Isa Feu
CORAZÓN LOCO (1980-1987) Isa FeuCORAZÓN LOCO (1980-1987) Isa Feu
CORAZÓN LOCO (1980-1987) Isa Feu
 
HELADA EN MAYO (1933) Antonia White
HELADA EN MAYO (1933) Antonia WhiteHELADA EN MAYO (1933) Antonia White
HELADA EN MAYO (1933) Antonia White
 
GRANDES DIBUJANTAS DE LA TRANSICIÓN (Antología)
GRANDES DIBUJANTAS DE LA TRANSICIÓN (Antología)GRANDES DIBUJANTAS DE LA TRANSICIÓN (Antología)
GRANDES DIBUJANTAS DE LA TRANSICIÓN (Antología)
 
POESÍA COMPLETA (1960-1990) Francisca Perujo
POESÍA COMPLETA (1960-1990) Francisca PerujoPOESÍA COMPLETA (1960-1990) Francisca Perujo
POESÍA COMPLETA (1960-1990) Francisca Perujo
 
FLAMENCO PARA SUBNORMALES (100 discos 100)
FLAMENCO PARA SUBNORMALES (100 discos 100)FLAMENCO PARA SUBNORMALES (100 discos 100)
FLAMENCO PARA SUBNORMALES (100 discos 100)
 
FILMS SELECTOS (1930-1937) María Luz Morales
FILMS SELECTOS (1930-1937) María Luz MoralesFILMS SELECTOS (1930-1937) María Luz Morales
FILMS SELECTOS (1930-1937) María Luz Morales
 
ES LA VIDA (1954) Ramón Cajade
ES LA VIDA (1954) Ramón CajadeES LA VIDA (1954) Ramón Cajade
ES LA VIDA (1954) Ramón Cajade
 
EL TRIUNFO DE LOS DERROTADOS (1957) Ramón Cajade
EL TRIUNFO DE LOS DERROTADOS (1957) Ramón CajadeEL TRIUNFO DE LOS DERROTADOS (1957) Ramón Cajade
EL TRIUNFO DE LOS DERROTADOS (1957) Ramón Cajade
 
EL RAPTO DEL SANTO GRIAL (1978-1982) Paloma Diaz-Mas
EL RAPTO DEL SANTO GRIAL (1978-1982) Paloma Diaz-MasEL RAPTO DEL SANTO GRIAL (1978-1982) Paloma Diaz-Mas
EL RAPTO DEL SANTO GRIAL (1978-1982) Paloma Diaz-Mas
 
EL DIARIO SECRETO DE ADRIAN MOLE (1982) Sue Townsend
EL DIARIO SECRETO DE ADRIAN MOLE (1982) Sue TownsendEL DIARIO SECRETO DE ADRIAN MOLE (1982) Sue Townsend
EL DIARIO SECRETO DE ADRIAN MOLE (1982) Sue Townsend
 
EL BORRADOR (1960) Manuel San Martín
EL BORRADOR (1960) Manuel San MartínEL BORRADOR (1960) Manuel San Martín
EL BORRADOR (1960) Manuel San Martín
 
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen LaforetDIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
 
DAISY, LA MECANOGRAFA FATAL (1930-1932) Salvador Bartolozzi
DAISY, LA MECANOGRAFA FATAL (1930-1932) Salvador BartolozziDAISY, LA MECANOGRAFA FATAL (1930-1932) Salvador Bartolozzi
DAISY, LA MECANOGRAFA FATAL (1930-1932) Salvador Bartolozzi
 
LA ENTRETENIDA INDISCRETA (1918) Ana Díaz (Pedro González-Blanco)
LA ENTRETENIDA INDISCRETA (1918) Ana Díaz (Pedro González-Blanco)LA ENTRETENIDA INDISCRETA (1918) Ana Díaz (Pedro González-Blanco)
LA ENTRETENIDA INDISCRETA (1918) Ana Díaz (Pedro González-Blanco)
 

Último

Unitario - Serie Fotográfica - Emmanuel Toloza Pineda
Unitario - Serie Fotográfica - Emmanuel Toloza PinedaUnitario - Serie Fotográfica - Emmanuel Toloza Pineda
Unitario - Serie Fotográfica - Emmanuel Toloza PinedaEmmanuel Toloza
 
Arribando a la concreción II. Títulos en inglés, alemán y español
Arribando a la concreción II. Títulos en inglés, alemán y españolArribando a la concreción II. Títulos en inglés, alemán y español
Arribando a la concreción II. Títulos en inglés, alemán y españolLuis José Ferreira Calvo
 
26 de abril teoria exposición. El arte en la
26 de abril teoria exposición. El arte en la26 de abril teoria exposición. El arte en la
26 de abril teoria exposición. El arte en laMIRIANGRACIELABARBOZ
 
SEMIOLOGIA DE CABEZA Y CUELLO. Medicina Semiologia cabeza y cuellopptx
SEMIOLOGIA DE CABEZA Y CUELLO. Medicina Semiologia cabeza y cuellopptxSEMIOLOGIA DE CABEZA Y CUELLO. Medicina Semiologia cabeza y cuellopptx
SEMIOLOGIA DE CABEZA Y CUELLO. Medicina Semiologia cabeza y cuellopptxLisetteChuquisea
 
MODELO DE UNIDAD 2 para primer grado de primaria
MODELO DE UNIDAD 2 para primer grado de primariaMODELO DE UNIDAD 2 para primer grado de primaria
MODELO DE UNIDAD 2 para primer grado de primariaSilvanaSoto13
 
PROCESO ADMINISTRATIVO Proceso administrativo de enfermería desde sus bases, ...
PROCESO ADMINISTRATIVO Proceso administrativo de enfermería desde sus bases, ...PROCESO ADMINISTRATIVO Proceso administrativo de enfermería desde sus bases, ...
PROCESO ADMINISTRATIVO Proceso administrativo de enfermería desde sus bases, ...albertodeleon1786
 
diagrama sinóptico dcerfghjsxdcfvgbhnjdcf
diagrama sinóptico dcerfghjsxdcfvgbhnjdcfdiagrama sinóptico dcerfghjsxdcfvgbhnjdcf
diagrama sinóptico dcerfghjsxdcfvgbhnjdcfDreydyAvila
 
Geometría para alumnos de segundo medio A
Geometría para alumnos de segundo medio AGeometría para alumnos de segundo medio A
Geometría para alumnos de segundo medio APabloBascur3
 
GEODESIA pptx.pdfhhjjgjkhkjhgyfturtuuuhhuh
GEODESIA pptx.pdfhhjjgjkhkjhgyfturtuuuhhuhGEODESIA pptx.pdfhhjjgjkhkjhgyfturtuuuhhuh
GEODESIA pptx.pdfhhjjgjkhkjhgyfturtuuuhhuhmezabellosaidjhon
 
Catálogo Mayo en Artelife Regalería Cristiana
Catálogo Mayo en Artelife Regalería CristianaCatálogo Mayo en Artelife Regalería Cristiana
Catálogo Mayo en Artelife Regalería Cristianasomosartelife
 
LAVADO DE MANOS TRIPTICO modelos de.docx
LAVADO DE MANOS TRIPTICO modelos de.docxLAVADO DE MANOS TRIPTICO modelos de.docx
LAVADO DE MANOS TRIPTICO modelos de.docxJheissonAriasSalazar
 
MESOPOTAMIA Y SU ARQUITECTURA 1006/An)cris
MESOPOTAMIA Y SU ARQUITECTURA 1006/An)crisMESOPOTAMIA Y SU ARQUITECTURA 1006/An)cris
MESOPOTAMIA Y SU ARQUITECTURA 1006/An)crisDanielApalaBello
 
Cuadernillobdjjdjdjdjjdjdkdkkdjdjfujfjfj
CuadernillobdjjdjdjdjjdjdkdkkdjdjfujfjfjCuadernillobdjjdjdjdjjdjdkdkkdjdjfujfjfj
CuadernillobdjjdjdjdjjdjdkdkkdjdjfujfjfjLuisMartinez556504
 
Origen del Hombre- cuadro comparativo 5to Sec
Origen del Hombre- cuadro comparativo 5to SecOrigen del Hombre- cuadro comparativo 5to Sec
Origen del Hombre- cuadro comparativo 5to Secssuser50da781
 
como me enamore de ti (1).pdf.pdf_20240401_120711_0000.pdf
como me enamore de ti (1).pdf.pdf_20240401_120711_0000.pdfcomo me enamore de ti (1).pdf.pdf_20240401_120711_0000.pdf
como me enamore de ti (1).pdf.pdf_20240401_120711_0000.pdfleonar947720602
 
Concepto de Estética, aproximación,Elena Olvieras
Concepto de Estética, aproximación,Elena OlvierasConcepto de Estética, aproximación,Elena Olvieras
Concepto de Estética, aproximación,Elena OlvierasAnkara2
 
Supremacia de la Constitucion 2024.pptxm
Supremacia de la Constitucion 2024.pptxmSupremacia de la Constitucion 2024.pptxm
Supremacia de la Constitucion 2024.pptxmolivayasser2
 

Último (17)

Unitario - Serie Fotográfica - Emmanuel Toloza Pineda
Unitario - Serie Fotográfica - Emmanuel Toloza PinedaUnitario - Serie Fotográfica - Emmanuel Toloza Pineda
Unitario - Serie Fotográfica - Emmanuel Toloza Pineda
 
Arribando a la concreción II. Títulos en inglés, alemán y español
Arribando a la concreción II. Títulos en inglés, alemán y españolArribando a la concreción II. Títulos en inglés, alemán y español
Arribando a la concreción II. Títulos en inglés, alemán y español
 
26 de abril teoria exposición. El arte en la
26 de abril teoria exposición. El arte en la26 de abril teoria exposición. El arte en la
26 de abril teoria exposición. El arte en la
 
SEMIOLOGIA DE CABEZA Y CUELLO. Medicina Semiologia cabeza y cuellopptx
SEMIOLOGIA DE CABEZA Y CUELLO. Medicina Semiologia cabeza y cuellopptxSEMIOLOGIA DE CABEZA Y CUELLO. Medicina Semiologia cabeza y cuellopptx
SEMIOLOGIA DE CABEZA Y CUELLO. Medicina Semiologia cabeza y cuellopptx
 
MODELO DE UNIDAD 2 para primer grado de primaria
MODELO DE UNIDAD 2 para primer grado de primariaMODELO DE UNIDAD 2 para primer grado de primaria
MODELO DE UNIDAD 2 para primer grado de primaria
 
PROCESO ADMINISTRATIVO Proceso administrativo de enfermería desde sus bases, ...
PROCESO ADMINISTRATIVO Proceso administrativo de enfermería desde sus bases, ...PROCESO ADMINISTRATIVO Proceso administrativo de enfermería desde sus bases, ...
PROCESO ADMINISTRATIVO Proceso administrativo de enfermería desde sus bases, ...
 
diagrama sinóptico dcerfghjsxdcfvgbhnjdcf
diagrama sinóptico dcerfghjsxdcfvgbhnjdcfdiagrama sinóptico dcerfghjsxdcfvgbhnjdcf
diagrama sinóptico dcerfghjsxdcfvgbhnjdcf
 
Geometría para alumnos de segundo medio A
Geometría para alumnos de segundo medio AGeometría para alumnos de segundo medio A
Geometría para alumnos de segundo medio A
 
GEODESIA pptx.pdfhhjjgjkhkjhgyfturtuuuhhuh
GEODESIA pptx.pdfhhjjgjkhkjhgyfturtuuuhhuhGEODESIA pptx.pdfhhjjgjkhkjhgyfturtuuuhhuh
GEODESIA pptx.pdfhhjjgjkhkjhgyfturtuuuhhuh
 
Catálogo Mayo en Artelife Regalería Cristiana
Catálogo Mayo en Artelife Regalería CristianaCatálogo Mayo en Artelife Regalería Cristiana
Catálogo Mayo en Artelife Regalería Cristiana
 
LAVADO DE MANOS TRIPTICO modelos de.docx
LAVADO DE MANOS TRIPTICO modelos de.docxLAVADO DE MANOS TRIPTICO modelos de.docx
LAVADO DE MANOS TRIPTICO modelos de.docx
 
MESOPOTAMIA Y SU ARQUITECTURA 1006/An)cris
MESOPOTAMIA Y SU ARQUITECTURA 1006/An)crisMESOPOTAMIA Y SU ARQUITECTURA 1006/An)cris
MESOPOTAMIA Y SU ARQUITECTURA 1006/An)cris
 
Cuadernillobdjjdjdjdjjdjdkdkkdjdjfujfjfj
CuadernillobdjjdjdjdjjdjdkdkkdjdjfujfjfjCuadernillobdjjdjdjdjjdjdkdkkdjdjfujfjfj
Cuadernillobdjjdjdjdjjdjdkdkkdjdjfujfjfj
 
Origen del Hombre- cuadro comparativo 5to Sec
Origen del Hombre- cuadro comparativo 5to SecOrigen del Hombre- cuadro comparativo 5to Sec
Origen del Hombre- cuadro comparativo 5to Sec
 
como me enamore de ti (1).pdf.pdf_20240401_120711_0000.pdf
como me enamore de ti (1).pdf.pdf_20240401_120711_0000.pdfcomo me enamore de ti (1).pdf.pdf_20240401_120711_0000.pdf
como me enamore de ti (1).pdf.pdf_20240401_120711_0000.pdf
 
Concepto de Estética, aproximación,Elena Olvieras
Concepto de Estética, aproximación,Elena OlvierasConcepto de Estética, aproximación,Elena Olvieras
Concepto de Estética, aproximación,Elena Olvieras
 
Supremacia de la Constitucion 2024.pptxm
Supremacia de la Constitucion 2024.pptxmSupremacia de la Constitucion 2024.pptxm
Supremacia de la Constitucion 2024.pptxm
 

ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) (Primera serie) Nilo Fabra

  • 1. ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID (1918-1923) Primera serie NILO FABRA Edición, trascripción: Julio Pollino Tamayo cinelacion@yahoo.es
  • 2. 2
  • 3. 3 ÍNDICE INTRODUCCIÓN Nilo Fabra, el Madrid castizo de principios del siglo XX..........................................................5 ASPECTOS MADRILEÑOS El Sol (1918-1920)......................................................................................................................9 1- Entrevista con un mendigo recio y sano............................................................11 2- Las criadas, los soldados y las gaitas.................................................................14 3- La tarde de la Moncloa......................................................................................17 4- Una opinión sobre el telégrafo...........................................................................20 5- El terror a los bolcheviques...............................................................................22 ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID La Voz (1920-1923) (Dibujos de Tovar)...................................................................................25 Primera serie 1- Al cochero le disgusta que los parroquianos le tuteen.......................................27 2- El hombre que ofrece los billetes tiene que poseer mucho dinero.....................32 3- El oficio de marido es uno de los más cómodos................................................36 4- La mujer de los peines y de las manos limpias..................................................40 5- El hombre que explota la cebada de Gambrinus................................................45 6- El señorito mendicante y altivo.........................................................................50 7- El clásico y sainetesco “chico de la tienda”.......................................................54 8- Las señoritas empleadas en el “Metro”..............................................................59 9- La señora pensionista o “el sablazo” epistolar...................................................64
  • 4. 4 10- El mancebo de botica es científico y consciente..............................................69 11- La muchacha de la raqueta, la boina y las pelotas...........................................74 12- Un valeroso y noctámbulo astur.......................................................................79 13- El hombre de negocios que no hace negocios.................................................84 14- Los trabajos y ambiciones de una modista de sombreros................................88 15- El aseo relativo de las calles madrileñas..........................................................93 16- El hijo que roba en la casa paterna..................................................................98 17- Las lavanderas en el soto que preside Manzanares........................................103 18- El “croupier” es un hombre que trabaja mucho.............................................109 19- La tienda de los buenos olores y su parroquia...............................................114 20- El matrimonio mal avenido, o un divorcio a la madrileña.............................119 21- La correspondencia a domicilio, o las fatigas de un cartero..........................124 22- Escenas grotescas y vanidosas en una fotografía...........................................129 23- La importancia de las uñas en la vida moderna.............................................134 24- Las prosperidades y zozobras de un nuevo rico............................................139 25- El oficio de mozo de equipajes en la Estación del Norte...............................145 26- Un Demóstenes trashumante que vende específicos.....................................150 27- La satisfacción de los espíritus glotones........................................................155 28- Esperanzas y desencantos en la familia de un ex gobernador........................160 29- La frescas verduras de “mi tío el de Getafe”.................................................166 30- La custodia del tesoro artístico español.........................................................171 31- El “anormal” y terrible cobrador de sastrería................................................176 32- Un negocio basado en la suplantación de nombres.......................................181 33- Un “ser sin entrañas” que hace la guerra a la raza canina.............................186 34- Un colegio de niñas en los barrios bajos........................................................191 35- La pérdida de la personalidad por dos pesetas...............................................196
  • 5. 5 NILO FABRA El Madrid castizo de principios del siglo XX —¡Sí hombre!, el “famosísimo” pionero de la ciencia-ficción, de las eucronías, en España, el fundador de la primera agencia de noticias (también el primero en utilizar palomas mensajeras como correos, los drones del siglo XIX), el germen de la EFE. —Pues va a ser que no. Tertulia “El gato negro”, en el centro Benavente, a la izquierda Nilo Fabra (Tovar, 1911)
  • 6. 6 —¡Ah! Entonces su hijo (1882-1923), el “famosísimo” poeta (“Interior” (1905), “Ingenuamente” (1906)) y prestigioso recitador amigo íntimo de Benavente (miembro destacado de su tertulia, el secretario, “El gato negro”, también miembro asiduo del Ateneo, donde realizaban sesiones de espiritismo para invocar a Lutero), devoto de Rubén Darío (al que dedicó su libro “Ingenuamente” (1906), y uno de los lectores más aclamados: “Marcha nupcial” en el homenaje en su visita a Madrid (1912)), Valle-Inclán (al que dedicó una poesía) y Machado (que le recomendó a Juan Ramón Jiménez). (1912) —Pues sí y no. Hablamos del hijo de Nilo María Fabra (Blanes (Gerona) 1843 – Madrid 1903), pero no en su faceta como poeta, en la que desde luego dista mucho de ser uno de los grandes, sino en la de prosista, y sobre todo en su faceta como periodista, cronista, retratista, reportero, entrevistador, de los bajos fondos, del pintoresquismo popular, costumbrista, del Madrid de los años 20, el Mesonero Romanos del siglo XX. Esta labor la desarrolló de 1920 a 1923, año de su prematura muerte, 42 años, en el diario La Voz, donde Nilo Fabra se encargaba de una sección más o menos estable denominada “Aspectos pintorescos de Madrid”. Sección que tiene un pequeño precedente en varios artículos escritos entre 1918 y 1919 bajo el epígrafe de “Aspectos madrileños” (sección de la que se encargaba normalmente V. Tamayo) para el diario El Sol, del que fue colaborador asiduo, sobre todo en la crónica de tribunales, faceta que recupera posteriormente en La Voz emboscado tras el seudónimo de El Espectador. Los textos que siguen a continuación son una recopilación de los artículos escritos para el diario La Voz, acompañados casi siempre de los dibujos del gran Tovar (Manuel Tovar Siles, Granada 1875 - Chamartín de la Rosa (Madrid) 1935), que tuvieron una gran acogida popular y crítica en la época, más los de El Sol y algunos otros escritos sueltos de carácter periodístico y literario. Todos ellos fundamentales para conocer de primera mano, sin intermediarios, las miserias y grandezas del Madrid, de la España, de los gloriosos, según el día, años 20. La década de mayor efervescencia cultural, intelectual, que ha tenido este ignorante, estrechito, país.
  • 7. 7 Un maravilloso despliegue de casticismo, de ironía, de sabiduría popular, de verdad, de castellano puro, preciso y limpio. Nilo Fabra da voz a los que nunca la tienen ni en los periódicos ni en los libros, los humillados y ofendidos, las personas normales y corrientes, los héroes cotidianos, los curritos, los que tienen que sudar el cocido todos los días normalmente en condiciones indignas, precarias, frustrantes. Un entrañable, justiciero, acto de democracia literaria, periodística, de republicanismo a pie de calle, de tú a tú, sin mirar por encima del hombro a los retratados.
  • 8. 8
  • 10. 10
  • 11. 11 ENTREVISTA CON UN MENDIGO RECIO Y SANO Le atrapé... Huía de mí como si yo fuese un justicia. Tres o cuatro veces creí tenerle a mi albedrío, y otras tantas se me escabulló. Ese hombre, perseguidor constante de los ciudadanos, se había trocado en perseguido, y no se avenía a su nuevo papel... Pero al final le atrapé; con sus mismas armas: a fuerza de insistencia, de osadía y de voluntad. Se trata de un mendigo recio, sano, pletórico de vida y de musculatura, cara redonda y colorada, ancho de cuerpo y ojos ratoniles y maliciosos, cuya mirada inquisitiva es siempre una interrogación. Lo había visto pedir limosna con falsedad vergonzante y tímida durante varios años, raras veces en el centro de Madrid, pues el hombre prefiere para el ejercicio de su profesión los barrios alejados y burgueses... Le vi también en los humildes, en calidad de parroquiano de «tupi», despótico ante el camarero a quien paga. Me proponía que me contase alguna intimidad, y he conseguido vencer su desconfianza después de una promesa solemne por parte mía de no revelar su nombre ante el público, ni descubrir su antigua profesión... En un cafetucho de los barrios bajos se halla sentado enfrente de mí... He conseguido dominar su desconfianza… Ya no me toma por un policía… El hombre va comprendiendo que mi propósito no es llevarle de «quincena»... La circulación de la sangre por sus venas se va activando anormalmente, gracias a un líquido, y su lengua se muestra propicia a las confidencias. —¿Usted creerá que no trabajo?—pregunta—. ¿Le parece a usted poco trabajo el que llevo? Se dice muy pronto eso de que cuantos piden limosna son unos vagos... Los vagos son los que se pasan la vida en las tabernas… ¡Y a ésos no les persiguen! —¿Cuánto tiempo lleva usted pidiendo? —En la calle, unos ocho años... poco después de la guerra de Melilla, la del 9... Fue entonces cuando me decidí; antes no hubiera sido posible, a no ser que me hubiese hecho el cojo, el manco o el ciego. Pero yo no tengo condiciones de cómico... —A ver, a ver. Explíquese. No entiendo eso de la diferencia de época. —Verá, señor... Hará diez años, al que estando fuerte y sano como yo se hubiera atrevido a pedir limosna, le «majan»... Pero, vamos, que le hacen pedazos... —¿Y ahora ? —Ahora, no. Arreglaron ese asunto los «sin trabajo». ¿No se acuerda usted? Al principio, me han dicho que era verdad que eran jornaleros sin ocupación… La gente de Madrid les socorrió… La noticia llegó a los pueblos… y, como siempre, acudieron a quitar el dinero a los de aquí... ¡Si se llamaban a sí mismos «crisis obrera»!… Total; que poco a poco el público fue acostumbrándose a dar limosna a las personas sin necesidad de que éstas sean lisiadas… ¡Cómo debe ser! ¡Por qué todos tenemos derecho a la vida!
  • 12. 12 —Pero ¿usted ha podido trabajar? —¡Y he trabajado! ¡Si no he hecho otra cosa que trabajar en toda mi vida! Tengo cuarenta y siete años y he pasado lo mío. Cada cocido que entra en mi estómago, créame que lo sudo. Pero es que ya no puedo volver atrás... A mi edad no se varía de «oficio» tan fácilmente. —Pues el alcalde está decidido a terminar con ustedes. —¡Bah, bah. Bah!... Molestará, no digo que no. Habrá que sufrir algún susto. Tal vez, y Dios me libre, un encierro. Pero acabar conmigo, o con otros como yo, que los hay, «nequaquam». Además, que el público está a favor nuestro: a las personas bien acomodadas les gusta dar limosna. Y cada cual es libre de hacer con su dinero lo que le dé la gana. El mendigo se anima. Le invito a una nueva libación, y una vez verificada, toda suspicacia hacia mí ha desaparecido. —Lo que está usted haciendo conmigo es una «interview», ¿verdad? Me quedo anonadado. Yo, que cuando era niño juré odio a muerte al barbarismo, como lo juró Aníbal a los romanos, tengo que escuchar semejante vocablo nada menos que en boca de uno de los más castizos representantes de la raza. —Sí, algo parecido a eso que usted dice—le contesto. —Pues verá—prosigue—: yo «opero» principalmente en el barrio de Salamanca. Aquello es una mina. Nada de andrajos, eso no; ahí no se toleran. Hay que saber presentarse y saber pedir con educación. —¿Y cómo implora usted la caridad? —Soy un cesante, ¿sabe? Un cesante con muchos hijos. ¡Esto de los hijos qué socorrido es! Sobre todo, con las señoras que sabe uno que los tienen… Hoy me toca trabajar la calle de Serrano… ¡es un suponer!... entre Goya y Jorge Juan. Pues, ¡al abordaje con cada señora que pase! Mucha humildad, pero mucha pesadez. No abandonar la batalla hasta salir vencedor. Y son muy pocas las que resisten una buena «pelma». —¿De modo que usted prefiere trabajar el género femenino? —Con buena intención, ¡eh!—replica sonriendo—. Con la intención de sacar unas perras... En cambio las pobres sacan más dinero a los caballeros que a las señoras... Una mujer no aguanta la «pelma» de otra, ni un hombre la de otro... Pero para el sexo opuesto hay siempre cariño y benevolencia. —¿Y usted por qué ha elegido el barrio de Salamanca para su trabajo? —Pues, primero y principal, porque hay que buscar «la luz» donde la haya... Fíjese que no digo «haiga», ¡eh!... Y segundo, y muy principal también, porque de la calle de Serrano «pa» arriba no se ve un «guinda» ni para un remedio. Todo esto lo aprendí de un matrimonio muy viejecito que pedía limosna por las tardes en ese barrio, y vivía en la plaza del Progreso pagando veinte duros de alquiler. ¡Si serían «aprovechaos» los dos abuelos!
  • 13. 13 —¿De modo que usted siempre ejerce su oficio en busca de parroquianos ricos y pidiendo de una manera humilde y vergonzante? —Sí, señor, sí. Siempre; o mejor dicho, casi siempre, porque el invierno pasado tuve una idea diabólica y cambié de procedimiento una temporada. —Hombre, cuénteme. —Era durante aquellos días horribles de diciembre y enero últimos. ¡Mi madre, qué frío! ¡¡Lo que había que tiritar para guardarse dos miserables pesetas!! De repente, se acabó el carbón, ¿se acuerda usted?, y se empezó a hablar de atracos... Y a mí se me ocurrió una cosa... ¡Ja, ja, ja! —¿Se hizo usted atracador? —No, hombre, no. Es por ahí, pero no es lo mismo. Me dediqué a dar sustos, que es muy diferente. A última hora de la tarde esperaba a las mujeres solas y a los mozalbetes, y en vez de decirles «Una limosna por amor de Dios», les espetaba en tono brusco: «¿Me da usted una limosna, que acabo de salir de presidio?». Sin mala intención, ¡eh! Para asustar solamente. Yo no iba a pasar a mayores, porque no soy un criminal. —¿Y dio buen resultado el procedimiento? —Al principio, sí. Pero me lo estropeó un chavalillo de unos catorce o quince años. ¡Vaya un niño! Le espeto la preguntita, y a escape enarbola el bastón y empieza a propinarme estacazos, gritando: «Para que vaya usted ahora al hospital, ¡granuja!» ¡Había que ver al «chavea»! —¿Y usted no se defendió? —¡Quiá! Preferí salir de «naja». Le hubiera podido deshacer, pero no quise; por miedo al hotel de la Moncloa. —¿Y ya no volvió usted a amenazar a la gente? —Eso se acabó «per secula seculorum»... Doy unas palmadas para que acuda el camarero y pagarle. El mendigo se da cuenta y quiere anticipárseme generosamente. Saca un duro y lo pone en la mano del mozo... Yo tengo que sostener una verdadera lucha para no verme invitado por el pordiosero... Salimos a la calle, y en el momento de la despedida el hombre me estrecha fuertemente la mano y me dice: —Si es usted periodista, no deje de anunciar al alcalde que no podrá con nosotros. Con nosotros no acaban ni alcaldes, ni gobernadores, ni ministros. Acabaría el público; pero el público nos quiere, vaya si nos quiere. Me separo del mendigo recio y sano, y recuerdo a aquella buena asturiana, el ama que me crió, cuando, siendo muy niño, se indignaba en París por no ver pobres a las puertas de las iglesias, y decía a mi madre: —Esta gente no tiene caridad, señora. No tiene caridad.
  • 14. 14 LAS CRIADAS, LOS SOLDADOS Y LAS GAITAS En la Pradera del Corregidor —Pero, Esperanza, que se te caen las medias… ¡Ay, qué hermana mía! ¡Ay, qué hermana mía! ¡Si no fuese por una!… —¡Ay, que no lo había «notao»! Y la interpelada sale corriendo hacia las tapias de la Casa de Campo, a unos cuantos metros del grupo que presiden una gaita con un gaitero, una corneta con un cornetín y una flauta con un flautista… Se ha producido un leve intervalo, para dar descanso a los pulmones de los músicos de viento. Un centenar de soldados y otro centenar de criadas escuchan las increpación de la hermana de Esperanza, con el natural respeto que impone un llamamiento a los buenos modales, alterados un instante por la danza. Esperanza hace su arreglo personal, regresa al grupo, y a los pocos momentos vuelve a oírse el sonido melifluo de los ventosos instrumentos. Estamos bajo los árboles copudos y frondosos de uno de los sitios más bellos de Madrid, abandonado a los humildes, que en los días de asueto saben gozarle con aquella intensidad de instinto, dueña y señora de todas las diversiones en que se reúnen gentes de los dos sexos y una musiquilla ramplona hace papeles de Celestina. Las mujeres están rojas… Su respiración es violenta… Las carcajadas fluyen en sus labios por el más nimio motivo… Todo en ellas es alegría, expansión, deseo. Los hombres se divierten con una frialdad y una indiferencia no afectadas… Esos hombres uniformados, con un machete en la cintura, parece que asisten a la fiesta como si fuera al cumplimiento de un nuevo ritual castrense… Ellas hablan, gritan, cuentan historias, pasando de un asunto al otro con una inverosímil concatenación de ideas, y ellos escuchan, serios y risueños, indiferentes a todo, mirando a la hembra con un aire de enorme superioridad, como el hombre que no necesita nada, pero que se siente necesitado… La gaita y el cornetín tocan una canción de zarzuela que se presta al baile agarrado, y alrededor de un árbol viejo danzan todos, sin seguir fielmente la cadencia de la música, vociferando las criadas y silenciosos los soldados… —Esta Esperanza me va a dar la tarde—grita de nuevo aquella vigilante hermana—. ¡Qué te he dicho que con ese no bailes! ¡Qué le conozco yo! ¡Qué luego vamos a tener una tontería! El soldado se encoge de hombros y se dirige hacia otras mujeres… Esperanza, después de estirarse nuevamente las medias que se han vuelto a caer, se va con su hermana sin osar la más ligera protesta contra el abuso de autoridad familiar…
  • 15. 15 Se baila nuevamente… La hermana de Esperanza se agarra a un cabo como un náufrago a un madero… Alguien se acerca y le dice: —Tenga «cuidao», joven, que ese «cabito» se las trae. —Yo ya tengo experiencia—contesta muy digna. Me aparto del grupo y me dirijo a otro, más al norte de la pradera, muy próximo al merendero donde se encuentra la mezquina fuente de la Teja, que da nombre extraoficial a toda la explanada. Allí se oye también la gaita: pero sin acompañamiento de cornetines ni de flautas. —¿Es ésta la gaita gallega?—pregunto. —No, señor—me contesta un pistolo—; es la gaita asturiana. —¡Ah! La gaita asturiana de repente lanza al aire una jota, aragonesa o navarra, como es lógico. Ante su sonido vibrante y belicoso, se entusiasman los soldados… Es la primera vez que noto en ellos un rasgo de alegría... Las mujeres, al verlos contentos, se entusiasman también, y empieza el baile—separadas las parejas, dando saltos arbitrarios—, que no tarda en llegar a ser un fantástico «agarrao». En el paseo bajo de la Virgen del Puerto Pegado a las tapias de la Casa de Campo, prosigo mi paseo hacia Madrid… Poco a poco la algarabía de los chillidos y las carcajadas femeninas se van perdiendo. Por el amplio y verde prado que preside un cielo luminoso de un azul intensísimo, son raras las personas que transitan a pesar de la festividad del día y la belleza del lugar… Antes de llegar al puente viejo del Campo del Moro, veo a una cuadrilla de chicuelos desarrapados que se entregan con ardor al balompié. Se acabó el clasicismo de estos parajes… Los «golfos» de ahora no juegan al toro con navaja, ni se entretienen en simular la guerra a pedrada limpia… Les divierte más el deporte importado de fuera, que ellos han visto—subidos en montículos o a caballo sobre las vallas—en los campos del «Madrid» y del «Bilbao». Tampoco se escucha el sonar picaresco y canalla de los pianos de manubrio, que han huido de estos contornos… Los puestos de agua, con aquellas camareras ajamonadas, las Dulcineas de mi adolescencia, han desaparecido igualmente… Paso a la otra orilla del Manzanares, con propósito de subir la cuesta y dar por terminada mi excursión, cuando, de nuevo, hiere mis oídos el lánguido son de una gaita. ¿Será ésta la gallega? Después de un descenso peligroso por un terraplén, me encuentro en el paseo bajo de la Virgen del Puerto. Junto al río se halla una enorme habitación ambulante: el carro de unos gitanos húngaros. Las mujeres y las niñas se hallan vestidas «de bandera española» con retazos de percalina sacada de los cuarteles. Ellas piden limosna, mientras los hombres, a las puertas del coche, fuman su pipa, con aire indiferente y desdeñoso…
  • 16. 16 Ante un merendero próximo a la iglesia—esa iglesia de aguja puntiaguda, de una belleza graciosa y atrayente—veo un nuevo grupo de danzantes, no tan numeroso como el de la pradera del Corregidor, y distinto en absoluto, por la composición de los tipos que le forman. Aquí hay pocos soldados, y las mujeres son talluditas. No bailan todos a un tiempo, sino que una, o lo más dos parejas, se ofrecen en espectáculo para que se admire la maestría suprema de su arte de danzarín. Y estos bailarines no son jóvenes, ni mucho menos. El varón que sale ahora al círculo formado por el público, tiene trazas de haber pasado de los cuarenta, y la mujer que le hace el bis, gorda, mofletuda y despeinada, ofrece el aspecto de ser una honrada madre de familia, con hijos casaderos, por cuya limpieza no ha debido nunca preocuparse mucho. Y estos dos honorables ciudadanos bailan con la misma gravedad que la del hombre que oficia un rito. Esto del baile separado deber ser algo muy trascendental, que mis cortas luces no acaban de comprender, pues todo el corro presencia la danza en la misma actitud solemne de los bailarines, sin que nadie ose despegar los labios, en el más absoluto de los silencios… Cuando cesa la música se oyen exclamaciones de entusiasmo, y algún grito de júbilo. —Mejor pareja, no hay otra—dice uno. —Sólo al chico de Celemín vi bailar mejor, allá en la tierra—agrega otro. De repente, hay un momento de barullo. El grupo se vuelve, iracundo, contra un jovencito que ha cometido una inconveniencia. Me fijo en el mozo y observo que está completamente borracho. Es el primero que veo en estos parajes, que antiguamente eran el reino de Baco. A empujones arrojan al «curdela», que se aleja murmurando palabras incoherentes y dando trompicones… Uno de los bailarines se vuelve a mí y me dice: —¿Ha visto usted? Tan joven y ya borracho. ¿Qué aspiraciones puede tener una juventud que se embriaga?… Nuevamente se reanuda el baile. Ahora no danza una mujer jamona, sino una vieja, una vieja viejísima, con todo el pelo blanco, a quien acompaña un soldado, que, como un acto de cortesía, se quita previamente los guantes. El arranque de la abuela creí que sería acogido con una rechifla general; pero, por el contrario, el público no sólo permanece callado, sino que da muestras de asentimiento y admiración… Y la contemporánea de Narváez brinca y se menea con tanta agilidad como su pareja «el sorche». —¿Esto es la gaita gallega, verdad?—pregunto a uno del corro. El interpelado me mira con desconfianza y permanece un momento mudo. Al fin dice: —No señor. Es la asturiana. El mozo del merendero, que ha oído mi pregunta, se vuelve a mí y me aclara: —Es la gallega, sí, señor… Pero no les gusta decirlo, no les gusta. —Pero, ¿por qué no les gusta? —Pues, porque son así… Porque no…
  • 17. 17 LA TARDE DE LA MONCLOA En la Moncloa, el paseo favorito de los enfermos de Madrid, se hallan los árboles abrasados por los fuegos del sol de agosto, y muertos de sed por la sequía implacable. Las hojas de esos árboles, urbanos y frondosos, antes de tiempo se formaron amarillas... Y el más tenue soplo de aire arrastra montoncitos gualdos que se van esparciendo aquí y allá, por el enorme respiradero abierto a Madrid por aquel rey ingrato, vanidoso y cruel, que se llamó Fernando VII el Deseado. La Moncloa—no digamos nunca Monclova, aunque éste sea su primitivo y auténtico nombre—es en estos días otoñales el sanatorio madrileño adonde acuden los viejos impedidos de un traslado a otras poblaciones, y los humildes, de escasos recursos para buscar el aire puro en lejanos parajes durante el estío. Los primeros son conducidos más allá de la Escuela de Agricultura, en carruajes de dos caballos o en automóviles. Bajan del coche apoyados en sus criados; pasean unos cuantos minutos; miran hacia la sierra, con la ansiedad del que todo lo espera de ella, y tosen con tos fuerte y angustiosa que produce la sensación de la asfixia... Algunos hay medulares, que arrastran sus piernas inservibles y realizan el milagro de sostenerse en pie… Aunque se ven todos los días, son indiferentes los unos a los otros; no hay entre ellos más relación que la de un saludo de cortesía y una mirada; hosca y recelosa... Las mujeres, las damas graves y señoriales, a quienes acompañan parientes y servidoras, son más desdeñosas todavía. Si alguien las mira con mirada compasiva, ante sus años y achaques, contestan con un gesto de orgullo y displicencia... Estos viejos tienen el buen gusto de no querer inspirar lástima... Ante un conocido que les tiende la mano y les pregunta solícito por su salud, sólo contestan: —Defendiéndonos... Será lo que Dios quiera. Y dirigen la vista hacia la lejanía, como interrogando a Dios... La gravedad de estos ancianos, que esperan con serenidad acaso aparente la hora del gran tránsito, contrasta con la alegría franca de algunos grupos de muchachitas que hacen tertulia bajo el sol crepuscular y ante los árboles añosos... Son de lo más modestito que pasea por la urbe... Los vestidos y tocados de estas chicas producirían la hilaridad de las señoritas que veranean en las playas del Norte... El paseo vespertino les ha sido recomendado por los médicos, y allá van en las tardes tibias de septiembre desde los barrios más alejados de la villa al benéfico jardín, donde no han tardado en conocerse y tratarse unas y otras, formando corro, que animan con su vocerío, y perturban de vez en cuando con el ruido seco y antipático de una tosecita.
  • 18. 18 Son las hijas de los empleados modestos, de los militares retirados, de los comerciantes pobres, las niñas de la clase media, las «cursilitas», obligadas, por un convencionalismo vanidoso, a aparentar lo que no son; las que llevan en la cabeza un enorme sombrero, y se ahogan en sus míseras viviendas, y palidecen de anemia por la falta de sanos y abundantes alimentos… El invierno último lo habían pasado mal esas cuatro o cinco niñas que forman tertulia en compañía de sus mamas y unos «pollos», en un sitio relativamente próximo a Parisiana... Los catarros no había medio de curarlos, y el médico les había recomendado aire puro. —Y esto es tan bueno como la sierra—me dice una mamá—. Y, además, está una en su casa. —A esos pueblos no se va más que a pasar privaciones—agrega otra señora—. Mi marido estaba empeñado en que lleváramos a la niña a Cercedilla, pero yo le dije: No, Obdulio, no, de ninguna manera... Esos cambios bruscos de temperatura le sentarían muy mal a la muchacha... Con los aires de la Moncloa se repondrá del todo... Mi madre no tomó otros, y vivió ochenta y tres años. —Pues a mí bien me hubiera gustado que mi Lolita fuera a un balneario situado a mucha altura, como quería el médico—añade una tercera mamá—; pero no hemos podido; por desgracia, no tenemos medios para ello. Esta noble y sincera confesión es acogida por las otras señoras con un gesto huraño, de desagrado. La verdad ofende y molesta. Tácitamente deciden no contestar a la entremetida, que tiene el valor de decir las cosas tal como son... Y la pobre mujer, al sentirse desdeñada, se dedica a mirar con una fijeza no interrumpida a su hija, una muchachita delgaducha y chiquituela, pálida hasta la exageración, y que ríe constantemente por los motivos más fútiles... Las muchachas están muy entretenidas, forjando proyectos para el invierno. Una de ellas forma parte de una sociedad de aficionados al teatro, y refiere los triunfos que ha obtenido en papeles muy difíciles. Cuenta que un empresario la vio representar una comedia de Linares Rivas, y quiso contratarla en seguida. Pero los papás de la chica se opusieron terminantemente. Luego incita a sus nuevas amigas a que se hagan también «aficionadas», y les dice: —Ya veréis. Os divertiréis mucho. Los ensayos son por las tardes, en un piso bajo de la calle del Ave María. Van muchos chicos; y algunos de ellos, de vez en cuando, contratan pianos de manubrio y bailamos... Es una risa, porque como la sala es tan pequeña, las parejas se dan de bruces al menor descuido. —¿Y a mí me repartirían un buen papel?—pregunta Lolita, la hija de la señora veraz. —Al principio, no. ¿Qué te has figurado? Hay que estudiar y saber decir, y demostrar que se sirve—contesta la «artista», con un aire de superioridad.
  • 19. 19 Este rasgo vanidoso molesta un poco a las otras muchachas; pero puede más su espíritu de curiosidad, y siguen preguntando toda clase de detalles sobre las funciones, los cuartos de los teatros y los vestidos «que hay que sacar». El «pollo», que es también «aficionado», interviene en la conversación en un tono antipático de petulancia y suficiencia, no hablando más que de sí mismo, de los papeles que va este año a interpretar, y de los triunfos que le aguardan cuando definitivamente ingrese de «galán cómico» en una compañía. Lolita, un poco amoscada por la contestación que recibió de su amiga, se vuelve hacia mí, y me hace preguntas sobre los teatros «de verdad», y las actrices «de verdad» y los cuartos de las actrices «de verdad», recalcando mucho la palabra «verdad».
  • 20. 20 UNA OPINIÓN SOBRE EL TELÉGRAFO —Nunca he dormido con la tranquilidad de estos días—me dijo mi amigo. —¿...? —Nunca. Como lo oyes. ¿Tú sabes el placer que proporciona meterse en la cama, con la seguridad de no recibir un disgusto? Yo tengo a toda mi familia fuera de Madrid. Mis pequeños intereses también radican en provincias. Si todo va bien, si a los míos no les ocurre nada, y mis negocios no sufren quebranto, me entero de ello por cartas lacónicas que recibo a fin de mes. En cambio, para cuanto es penoso, enojoso o simplemente molesto, mis deudos y administradores emplean el telégrafo... Figúrate, pues, si me consideraré feliz ante la evidencia de no recibir ni un telegrama. —Pero eso es engañarte a ti mismo. —No; es vivir en una santa ignorancia, que tal vez sea la única forma de la dicha..., y, si no, mira y lee... Ahí tienes los treinta o treinta y cinco telegramas que he recibido en mi vida… Entérate de lo que cuentan. Al azar abro uno de ellos y leo: "Papá gravísimo. Médicos desconfían salvarle. Ven corriendo." —Sigue, sigue—añade mi amigo—, y verás... Tomo otro, que dice: "Imposible conseguir demora pago hipoteca. Desahucio finca inevitable." Y así todos ellos, en efecto. En uno se anuncia la enfermedad de una hermana; en otro se participa que un hermano cayó soldado y hace falta preparar dinero... Muchos tratan exclusivamente de negocios, y suelen terminar con estas terribles palabras: "Remita fondos para proseguir asunto." —Aquí tienes el telegrama que me produjo mayor alegría de todos—continuó diciendo—, por el único por que he dado propina con verdadero gusto al repartidor. Verás qué bonito es: "Conseguido arreglo asunto mediante entrega dos mil pesetas deberás girar inmediatamente." Este telegrama me quitó muchos quebraderos de cabeza y ocho mil reales del bolsillo. Miro un poco estupefacto a mi amigo. Yo creía sinceramente que el telégrafo era lo más importante del mundo. Un hombre como yo que ha nacido en medio de telegramas, que pasó su infancia viendo llegar a su casa a todas horas los papelitos azules, y su juventud traduciéndolos, tiene forzosamente que sentir una veneración, mezcla de respeto, y de cariño, hacia la noticia transmitida a distancia, mediante los hilos. Para mí el telégrafo constituye la más importante de las instituciones sociales y al telegrafista le considero como un ser superior. Por eso las afirmaciones de mi amigo tenían no sólo que desconcertarme, sino anonadarme, pues se encaminaban a destruir una de las más sólidas de mis convicciones.
  • 21. 21 —No puedo creerte—replico—. Tú presentas un caso particularísimo. —El de la mayoría de mis conciudadanos. No puedo negarte que existe una minoría de hombres de negocios, a quienes el telégrafo es absolutamente indispensable. Para todos los demás sólo transmite las noticias trágicas, que sin esos terribles hilos ignoraríamos unas cuantas horas más... Luego los telegramas nos roban un precioso espacio de tiempo, unos agradabilísimos instantes de ignorancia. —Pero, ¿y la Prensa? ¿Cómo se iban a arreglar los periódicos sin telegramas? ¿Cómo iba a enterarse la gente de lo que pasa por el mundo? —Comprendo que eso te interese y te preocupe; a mí, nada. Con las noticias de interés general ocurre lo mismo que con las particulares; sólo anuncian catástrofes, estragos, fieros males. Y si no, recuerda los telegramas que hayan pasado por tus manos en estos últimos tiempos. Todos ellos te hablaban de sangre y de muertes. Hasta aquellos famosos partes oficiales que la gente consideraba tan monótonos por su identidad, ¿qué eran sino un anuncio de dolor?... "Rechazamos un pequeño ataque enemigo en la cota 235." Aquello no tenía importancia, ¿verdad? Pues representaba la muerte de diez, seis o cuatro hombres, y un número equivalente de heridos. Y los de ahora, ¿qué te comunican? Veamos al azar los títulos de un periódico... "La miseria en Viena", "Luchas en las calles de Berlín", "Temores de huelga general", "Los bolcheviques continúan asesinando"..., y todavía quieres que me preocupe la supresión del servicio telegráfico... Esta manera de razonar es absurda, completamente absurda... El criterio de mi amigo, fundado en el abandonó y en la ignorancia, debe rechazarlo todo hombre de espíritu inquieto y curioso. Es la teoría musulmana, que tiene por base la inutilidad del esfuerzo ante las inflexibles leyes de la fatalidad. —Desengáñate—añade—. Yo viviría muy contento sin telegramas. Me pongo rojo de ira al recordar que cuantas substancias nutritivas he ingerido en mi vida se deben a esos papeles azules, y me entran unos salvajes deseos de acometerle... Pero consigo dominarme y me contento sólo dirigiéndole una de esas miradas, mezcla de terror y de odio, que suelen lanzar algunos burgueses cuando oyen hablar de los "bolcheviques".
  • 22. 22 EL TERROR A LOS BOLCHEVIQUES Yo tengo fama de huraño en Madrid. Mis antiguas y familiares relaciones se hallan siempre indignadas conmigo por mi casi absoluto abandono de la vida social. Sin embargo, alguna que otra vez, si hay tiempo libre, cumplo los deberes urbanos, y hago una visita. Hace unos días estuve en casa de doña Paula y D. Andrés, matrimonio sin hijos y acaudalado, que vive en compañía de una sobrina, Paulita, presunta heredera de los bienes adquiridos por el padre de D. Andrés, escribano de profesión. Se hallan también de visita tres hermanas solteronas pensionistas y la viuda de Robledo, mujer de fortuna extraordinaria, adquirida por un tío del marido en el honrado comercio del "ébano". Al lado de Paulita toma asiento Fernandito Arredona, de veintiséis años de edad, que hace cocos a la muchacha, quien, a su vez, no le mira con malos ojos. Un noviazgo que todavía no es oficial. La conversación, después de deslizarse dentro de los tópicos insustanciales de costumbre, la conduce D. Andrés hacia los temas de actualidad. Don Andrés (dirigiéndose a mí).—¿Y qué me dice usted, amigo mío, de las cosas que pasan por el mundo? Usted estará mejor enterado que nosotros. Yo.—No lo crea usted. Doña Paula.—¡Qué tiempos hemos alcanzado! ¡Vivir para ver! La viuda de Robledo.—Para ver calamidades..., y una sola, sin protección de nadie... (Dirigiéndose a mí.) ¿Usted cree que me asesinarían si triunfaran los bolcheviques? Yo (estupefacto y sin saber qué contestar).—¡Qué cosas se la ocurren a usted, por Dios! ¡No piense en esas calamidades! La viuda de Robledo.—Pues ya ve usted lo que hacen en Rusia con las personas que tienen cuatro cuartos. (La viuda de Robledo llama tener cuatro cuartos a poseer cincuenta mil duros de renta.) Don Andrés.—No es para apurarse tanto, Carmen, pero tampoco es para tomar la cosa a broma. El hecho demostrado es que se ha perdido todo respeto a la propiedad, y no se sabe adonde iremos a parar. Primera hermana solterona.—Y las clases pasivas, ¿se pagarían? Yo (bruscamente, pues esta mujer me es muy antipática).—De ninguna manera; es lo primero que se suprimió en Rusia. (Grandes exclamaciones de las tres hermanas, que se quitan la palabra unas a otras.) Segunda hermana solterona.—¡Eso se llama robar! Tercera hermana solterona.—Somos hijas de un magistrado que llegó a presidente de Sala, y la nación está obligada a no dejarnos morir de hambre.
  • 23. 23 Don Andrés (consolador).—No hay que asustarse, no se debe uno asustar nunca. La revolución será atajada. Ahora tenemos un Gobierno enérgico; no es como antes... Los liberales estaban dejados de la mano de Dios. La viuda de Robledo.—¡Ay, qué conde! ¡Ay, qué conde! Ni una noche he podido dormir tranquila mientras estuvo en el Poder. Segunda hermana solterona.—Estas cosas no hubieran pasado gobernando Cánovas y Cos Gayón. Primera hermana solterona (a mí).—Si viera usted cómo quería Cos Gayón a papá. Gracias a D. Fernando le hicieron presidente de Sala de Zamora. Segunda hermana solterona.—¡Qué recuerdos! Tercera hermana solterona.—¡Lo que nos divertimos en Zamora! Entonces se hacía más vida de sociedad (con retintín); los muchachos no eran tan hurones. (Esto de muchacho va por mí. Se lo agradezco mucho. Realmente, comparado con ella, no soy un muchacho, sino una criatura.) Una pequeña pausa. Don Andrés.—Y usted, Sr. Arredona, ¿qué opina de los bolcheviques? Fernandito. (Se hallaba completamente abstraído en "lo suyo" y alejado por completo de la conversación.) —¿Quién? ¿Yo? Doña Paula.—Sí, usted. ¿Qué piensa de esos crímenes y robos del bolchevismo? Fernandito (muy sorprendido de que alguien suponga que él haya formado opinión sobre una cosa).—Pues yo..., nada, absolutamente nada... ¡Que no sé cómo se escribe! Unos periódicos lo ponen de una manera y otros de otra. Doña Paula.—Pero su mamá de usted estará asustada. Conozco a Isabel… Ella es tan religiosa... Fernandito (sin saber lo que dice).— ¡Ah, mamá! Sí, sí; creo que está muy alarmada. Paulita.—Pues debía usted preocuparse, Fernando. (Recalca mucho el usted para demostrar el tuteo íntimo.) Los hombres tienen que preocuparse de defender lo suyo... Hay que pensar en el porvenir. (Miren la niña por dónde sale. Es el espíritu práctico y conservador de las mujeres. Doña Paula y D. Andrés sonríen. Fernandito se la queda mirando embelesado, y vuelve a musitarle al oído palabras que, seguramente, son preciosidades.) Doña Paula.—¡Esta sobrina mía es tan ahorrativa! Ha salido a su padre, mi pobre hermano, que era de lo roñoso de Madrid. ¡Con decir a ustedes que iba siempre en la plataforma anterior del tranvía, por si se encontraba a algún conocido, para que fuese el otro quien pagara! Primera hermana solterona.—Pues si era de esa manera de ser, hubiera sufrido mucho en estos tiempos. Segunda hermana solterona.—Mejor está en la gloria, adonde habrá ido seguramente, porque era un bendito, a pesar de todo. La viuda de Robledo (dando un alarido).—¡Ay! ¡Las seis y media! Se ha pasado el tiempo volando..., y tengo que ir, a casa de la marquesa de Molinillo que recibe los lunes. ¡Ay! ¡Estoy en falta! ¡Estoy en falta!
  • 24. 24 (Yo aprovecho la ocasión para largarme. Doña Paula, las tres hermanas solteronas y Paulita me llaman ingrato muchas veces. D. Andrés dice que le soy muy simpático, porque trabajo mucho, que es otra de las razones, según afirma, por las cuales admira a Cierva. Fernandito Arredona me da la mano displicentemente. En la escalera ofrezco mi brazo a la viuda de Robledo, empezamos a bajar los peldaños con lentitud.) La viuda de Robledo.—Créame usted que llevo una temporada que no se la doy a mi mayor enemigo... Y pensar que todavía hay gente que me tiene envidia... Yo (por decir algo).—No hay que hacer caso; se envidia todo. La viuda de Robledo.—Este verano no me voy a atrever a salir de Madrid… Me quedaré en este horno... ¡Con lo mal que me sienta a mí el calor! (Pausa. Llegamos al portal. En la calle el automóvil está preparado para la marcha, y hace un ruido infernal. El lacayo abre la portezuela con gran ceremonia.) La viuda de Robledo.—Con este "chauffeur" voy muy tranquila. Tiene cinco hijos, y, claro, no hace locuras; no quiere matarse y dejarlos en la miseria… (Al lacayo.) A casa de la marquesa de Molinillo... (A mí, muy bajo.) ¿De modo que usted cree que no me asesinarán, si la revolución triunfa? Yo.—No, señora, no... A los pies de usted. (El coche parte vertiginoso, y, al doblar una esquina, se halla a punto de atropellar a un hombre vestido de blusa, que presenta evidentes señales de haber libado copiosamente.) El hombre de la blusa (a grandes gritos).—¡Estos señorones! Le atropellan a uno porque es pobre.
  • 25. 25 ASPECTOS PINTORESCOS DE MADRID La Voz (Dibujos de Tovar) (1920-1923)
  • 26. 26
  • 27. 27 AL COCHERO LE DISGUSTA QUE LOS PARROQUIANOS LE TUTEEN La lucha con el juerguista, con el borracho y con el forastero —Se traga mucha bilis, señorito... No tiene usted idea... Es que se olvidan de que uno es una persona como las demás… "Esta es la cosa." Tales palabras las pronuncia un hombre de fusta y riendas, que en este momento las tiene abandonadas, el cual me mira con ojos curiosos y confiados; pues, en contra de lo que me figuraba, no hay en él ni el más insignificante recelo. Me acuerdo al oírle de la aseveración vulgar de muchos "obreristas", que siempre dan la razón a todos los trabajadores, pero en cuanto escuchan la palabra cochero se indignan hasta ponerse rojos y afirman que no transigirán nunca con semejante ralea. Algunos repiten con fruición el conocido chiste: "El animal que tiene separada la cabeza del tronco es el cochero". Y este cochero que tengo ante mí, hombre de nariz aguileña, barba rasa, mirada astuta, labios colgantes, cuerpo fornido aunque pequeño y rostro arrugado, se defiende contra el menosprecio general, el cual soporta por costumbre, aunque no sin oponerle la más enérgica protesta negativa.
  • 28. 28 —Si alguno de nosotros se extralimita es a fuerza de darnos motivos. Nosotros no es verdad que engañemos a nadie... ¡Qué vamos a engañar! Si aunque quisiéramos no podríamos… Cada coche lleva una tablilla, y hoy en día todo el mundo sabe leer... y discurrir… "Esta es la cosa." —La fama no es ésa... —Ya lo sé que no, señorito; pero qué vamos a hacerle. Lo que ocurre es todo lo contrario: es que la gente se figura que, por el hecho de ser uno cochero, no puede tener razón nunca. ¡Y la tenemos siempre o, por lo menos, casi siempre! —Nada más que casi siempre. —Digo casi siempre, pues la única trampa que hacemos es negarnos en invierno a ciertas carreras durante la madrugada a los barrios extremos… Creo que lo menos que puede hacer un hombre es evitarse una pulmonía, aunque sea faltando a la obligación. "Esta es la cosa, ¿no?" El "simón", que se llama Victoriano, repite siempre al concluir sus afirmaciones el estribillo "Esta es la cosa", con el cual intenta dar una mayor fuerza a sus manifestaciones... Le hago numerosas preguntas sobre su profesión, que escucha atento, y después de estirarse el semilimpio uniforme prosigue con alguna dificultad de expresión su relato, accionando con gran energía, mientras las palabras corren atropellándose las unas a las otras.
  • 29. 29 Estos hombres que tienen que permanecer callados tantas horas son terribles cuando dan suelta a la lengua y se deciden a desembuchar las cosas internas. —Lo que más nos molesta a todos los compañeros es el tuteo. Es intolerable que un mozalbete cualquiera, que no tiene ni sombra de pelos en la cara, se atreva a tutearnos, y hay que callarse, señor; hay que callarse y "aguantar mecha". ¿No ve usted que es la costumbre, una mala costumbre? ¡Digo yo! —Pero eso no es todo el mundo. Yo en mi vida he tuteado a ningún compañero. —Sí; hay algunos que nos tratan como a personas, pero son poquísimas; lo general es que nos guarden la misma consideración que a los animales. —¿Usted trabaja de noche? —Sí, señor. De diez de la noche a diez de la mañana me tiene usted subido en el pescante, o aguardando público en mi turno de la calle de Arrieta, o trotando por esas calles de Dios. ¡Doce horas! Se dice pronto, ¿verdad? Y así toda la vida, hasta que empiece uno a respirar mal y a toser mucho, y haya que irse preparando para tomar el camino del Este. —¿Cuándo empiece a respirar mal? —Madrid es muy traidor y los inviernos muy crudos para pasarlos al sereno. Uno, al principio, como está acostumbrado, pues no hace caso, y, además, que se le figura a uno que no se va a morir nunca y que es más fuerte que todos; pero llega un día en que se empieza a sentir molestias en el pecho, y entonces, hombre al agua; a los tres meses, o poco más, en el otro mundo... Son ya muchos los compañeros que tengo enterrados.
  • 30. 30 El hombre de la fusta se limpia el sudor que le corre abundante por la frente estrecha, bebe un sorbo de café puro y continúa: —El público de Madrid no es malo del todo... Ya ve usted, hasta los "juerguistas" son tratables. La única contra que tienen es que se queden sin dinero a última hora; pero todo es cuestión de esperar algunos días, pues después arreglan el asunto en el Juzgado, y le pagan a uno con buena propina... "Esa es la cosa." —¿Y los borrachos? —¡Je, je! Alguna guerra dan. ¡Je, je! Mientras alborotan no les tengo "cuidao" alguno; ya sé cómo hay que tratarles, y los "farrucos" a mí no me han "dao" nunca miedo, y no es para darme importancia, señorito... A los que les temo es a los que se quedan sin habla, como "atontaos", y no tienen ni piernas que les sostengan… Uno de ellos se me quedó muerto en el coche, hace ya años, en la calle de Alberto Aguilera. —¿Y cuál es el trabajo que más le molesta? El de las estaciones; no hay otro más malo. Tenemos que ir, pues no hay más remedio. Se sacan buenas propinas; pero ahí sí que tenemos discusiones...; y es que los forasteros llegan a Madrid creyendo que aquí les va a engañar todo el mundo, y arman unas trifulcas espantosas, y siempre sin razón. —¿No quieren pasar por paletos, verdad? —"Esa es la cosa." Se figuran que uno les toma de primo, y todo son desconfianzas y discusiones y llamadas a los guardias, que, claro, nos dan la razón, porque la tenemos... Si no, estábamos "aviaos"... Por eso no bajamos casi nunca al primer expreso, que llega a las siete de la mañana. Sobre todo, en verano, que nos falta trabajo, no es cosa de ir por gusto a aguantar molestias. Victoriano, el auriga, lía despacio un poco de tabaco a una hoja de papel, y después de tener hecho el cigarrillo y de dar la primera chupada, añade: —Y así paso doce horas, la mitad de un día... Unas veces es un borracho, otras un maleducado; el caso es que no me acuesto ninguna mañana sin haber oído una mala contestación. ¿Y para ganar qué? En propinas vengo a sacar un día con otro sus cinco pesetas; estirándome mucho, puedo decir que seis en el verano; el sueldo que da el amo son diez y siete reales, y hay que descontar tres para lavadura del coche y guarnición; total, nueve cincuenta, pues a los dos duros llego pocas veces. Tengo mujer y cuatro chicos y a todos los chavales les pago la escuela, pues quiero que reciban una educación, a ver si el día de mañana son algo en el mundo. —Dos duros diarios ha sido siempre un buen jornal. —Lo sería antes; ahora, no. La prueba es que sigo comiendo el cocido al mediodía y sólo el cocido. De ahí no he podido salir nunca... Con tal que no llegue algún día que falte. "Esa es la cosa." —¿Estará usted asociado? —Ya lo creo... Figúrese usted... Si no hubiese sido por la Asociación nos hubiéramos muerto de hambre todos. ¿Quién se iba a ocupar de nosotros? Con las pocas simpatías que tenemos, pues nos hubieran dejado que nos liquidásemos de consunción en el pescante.
  • 31. 31 —¿Y es usted socialista? Ante esta pregunta el hombre vacila un poco antes de contestar y después de un rato de silencio dice: —De simpatías, sí, señor... Pero yo entiendo poco de política. No tengo..., no tengo estudios, ni eso, eso, "cultura", ¿no?, y no me gusta hablar de lo que no entiendo... Quien podría contestarle es Manuel. —¿Quién es Manuel? —Un compañero mío. A ése sí que da gusto oírle hablar. Está muy enterado. Lamenté no haber tenido la suerte de escuchar el verbo societario de ese cochero que tanta admiración produce en sus congéneres, y pedí a mi interlocutor que me dijese algo sobre los caballos. No oí, ciertamente, ninguna relación sentimental. El tan ponderado amor entre el hombre y la bestia que realizan un trabajo en común es una solemne mentira en el servicio de los coches de punto. El cochero, como más débil, sufre las impertinencias y las groserías del público que le paga, y luego su cólera la exterioriza con el pobre animal famélico y huesudo, que aguanta los golpes resignado y arrastra fatigosamente el coche, hasta que, ya inútil, va a morir en las astas de un toro. —Ya lo sabe usted, señorito—añadió Victoriano—; nueve pesetas y media de jornal y ¡doce horas de trabajo!… Pero peor lo pasan los que están ahí... Nos hallábamos al final de la calle de la Princesa, junto a la Cárcel. Moría la tarde, calina y luminosa, y los automóviles que regresaban a Madrid como un vértigo amontonaban nubes de polvo que iba borrando el azul indeciso del atardecer.
  • 32. 32 EL HOMBRE QUE OFRECE LOS BILLETES TIENE QUE POSEER MUCHO DINERO Los “amos” de la reventa y los “servidores” de los “amos” —Nos organizaron, y, a la larga, lo ha pagado el público, sí, señor. —¿Está usted seguro? —Segurismo. Porque, mire, los teatros no son las patatas, ni los toros el cocido. En los espectáculos, el que quiera picar, que pique, y e1 que no, que lo deje y pase de largo… Y los gobiernos, que vayan a lo suyo y nos dejen a nosotros ir a lo nuestro. Así se evitarán muchas porquerías. Me habla uno de los sucesores de aquellos hombres que hará quince años se agolpaban a la puerta de los teatros y del despacho de los toros, interrumpían el paso y asediaban a los transeúntes con el ofrecimiento de las entradas, tratando a la gente que se iba a gastar su dinero como déspotas, a cuyo poder está permitido toda clase de abusos de palabra y de gestos desdeñosos e insolentes. En la actualidad, el hombre de la reventa tiene la nostalgia de aquel pretérito, para ellos tan perfecto, y defiende el antiguo estado de cosas con una argumentación hasta cierto punto lógica: —Si usted tiene dinero y quiere darme a mí veinte o treinta duros por un tendido de sombra; y ése es su capricho de usted, ¿quién ha de impedírselo? ¡Y el que apoquina de esa manera es porque puede! Ya no hay lilas en el mundo. Es una teoría razonable, aunque absolutamente conservadora. Pero el revendedor, en el fondo de su conciencia, la estima justa, pues tiene formado un concepto de la vida diametralmente opuesto a toda concepción comunista. Su temperamento es anárquico y propende a conseguir siempre el mayor lucro posible; ama el dinero, pero para tener la satisfacción de pasarlo bien y, si la cosa se tercia, malbaratarlo en una juerguecita, dejando al cuerpo que se dé gusto. Para ejercer el oficio es necesario poseer un capital, por lo menos, de diez o doce mil duros, y tenerle expuesto a quebrantos serios, pues hay corridas de toros en que, por incidentes fortuitos, puede sobrevenir una quiebra que dé al traste con las ganancias logradas durante varios meses. En ese caso, el hombre de la reventa jura, maldice, rabia, blasfema, pero prosigue con voluntad su trabajo, en espera del desquite que se habrá seguro de alcanzar en un plazo relativamente corto. Tiene alma de jugador, al que no conmueven ni alteran los reveses de una noche, por grandes que sean, y continúa jugando con mayor emoción y más intenso goce cuanto más pierde.
  • 33. 33 —Yo no soy más que un empleado que gana un tanto por ciento—dice mi interlocutor—. Para el negocio de toros hay cuatro agencias importantes: la del Cartagena, que es la más antigua. Ya le conocerá usted; creo que en Madrid no hay persona que no le conozca. También está Linares, que tiene el puesto en la calle de la Victoria, esquina a la del Pozo; los Arjonillas, en esta misma calle, y los Mendíbilis, que trabajan en la de Arlabán. Estos son los sucesores de Gallares, ¿no se acuerda? Manuel Marrón, el Gallares. ¡Pues poco célebre que ha sido!... Le repliqué que, en efecto, había llegado hasta mi alguna noticia de esa celebridad, y le pregunto si Mendíbilis era el plural del apellido Mendívil, o un mote, para escribirlo con b o con v. El hombre contestó, muy extrañado, que Mendíbilis tiene que venir de menda. —Menda, ¿ya sabe usted? Uno mismo; usted, yo, o el otro, según quien hable. —Ya, ya. Hasta es académica la definición. —Estos cuatro son los amos, sobre todo en el asunto de toros. A nosotros no nos quedan más que los desperdicios, y somos los que vamos a la cárcel cuando las cosas vienen mal dadas y hay algún soplón que va con el cuento de que andamos con papel en el bolsillo. Menos mal que, por lo regular, el público es bueno y se hace cargo de que si nos hace un favor dándonos a ganar unas cuantas pesetillas, también nosotros le correspondemos evitándole la cola... Ya ve usted: la plaza no tiene más que trece mil entradas, y hay día que les gustaría ir a los toros a veinte mil. Alguien tiene que quedarse en casa, ¿verdad? Pues que sea el que tiene menos dinero, y así no lo quitará de la comida de los hijos.
  • 34. 34 Como no era cosa de contradecirle, opté por guardar silencio e insinuar un gesto que lo mismo podía ser afirmativo que dubitativo. —¿Y les persigue a ustedes la Policía? —Si alguien denuncia que hemos vendido a más del 20 por 100... Pero esto es muy raro entre nosotros, que estamos organizados. A los que se les corre es a los clandestinos que andan a salto de mata, a los golfillos que van a ganarse una pesetilla. —¿Y venden ustedes a más del 20 por 100? —¡Quiá, no señor! ¡Cuando no hay más remedio! ¿No ve usted que el negocio tiene muchos intríngulis, y hay que apoquinar más dinero del que parece? Y el hombre de la reventa me refirió cosas en las que no debo creer y que no quiero transcribir, para ser fiel a mis compromisos de absoluta discreción y de no denunciar nunca nada que no se halle perfectamente comprobado. —Los que trabajan mucho y se exponen poco—añadió el revendedor—son los botones de café y algunos mozos de círculo. Esos puedan operar sin peligro, y son los que cobran, si a mano viene, cinco o seis duros por un tendido de sol. —¿Y los teatros en invierno? —Ese es otro cantar. También se hace algo; pero no es lo de los toros ni mucho menos. Además, la agencia catalana de la carrera de San Jerónimo nos hace un daño tremendo. Ya ve usted, todos los teatros, excepto la Comedia, envían el papel admitiendo la devolución, y nosotros tenemos que trabajar a cuerpo limpio, o sea que todo lo que hemos comprado, si no se vende, pues se pierde. —Pero demasiado saben ustedes cuándo hay que comprar. —¡Si viera usted que se lleva uno cada chasco!... A lo mejor hay obras bombeadas enormemente por los periódicos, que se aplaudieron el día del estreno de chipén, y que a la tercera representación no va nadie a verlas… y uno, repudriéndose con los billetes, mientras que los verdaderos, los que firman los señores del Banco, han cambiao de parroquiano... Y luego, que esa señora tiene mucha influencia. —¿Qué señora? —La señora de Peipó, la directora de la agencia catalana. Tiene mucha influencia con las empresas, y se lleva siempre el mejor papel. —¿Con devolución? —Sí, señor; siempre con devolución; por eso tiene todas las de ganar, y nosotros las
  • 35. 35 da perder… El revendedor me anuncia que va a dar una vuelta por la Ciudad Lineal. Aquel día no trabajaba; en el oficio de la reventa, y particularmente en tiempo de verano, una jornada de trabajo da para toda la semana, y como hay muchas horas de holganza, el dinero se gasta de lo lindo; algunas veces, hasta con cierta y relativa ostentación, pues el revendedor no es avariento para si mismo, y hace gala, en ocasiones, de generosidad para los demás. Se despide el hombre, echa a andar calle abajo, con su gorra terciada, mirando con cierta altanería provocadora, y con la satisfacción que experimenta todo satisfecho de sí mismo, que sabe que la vida es dulce y bella si se tienen unos cuantos billetes en el bolsillo para dar gusto al cuerpo cuando llega la ocasión.
  • 36. 36 EL OFICIO DE MARIDO ES UNO DE LOS MÁS CÓMODOS El hombre que ha cazado una mujer adinerada El matrimonio tiene sus quiebras, indudablemente, pero el oficio de marido en la buena sociedad madrileña suele resultar, bien ejercido, una verdadera sinecura. Después del cochero, hombre que trabaja mucho, y del revendedor, hombre que trabaja poco, debo presentar ahora a uno que no trabaja absolutamente nada, en la acepción honrada del vocablo trabajo. Este hombre que no trabaja, sin tener rentas ni propiedades, suele ser un niño de buena familia que gozó hace años de posición desahogada, ha sido educado en su infancia en el colegio más de moda, siempre vistió con arreglo al figurín y gusto de su madre, sus hermanas y sus amiguitas, y no recibió jamás una preparación para la vida que le permitiera ganársela por sus propios medios. El hombre que tiene el matrimonio por oficio es como los "botones" de casino o café..., un "ito"..., siempre un "ito"... Periquito, Juanito, Paquito, Rafaelito... A mi amigo, al que le conozco desde que juntos oíamos explicar latín, le llamaré Paquito.
  • 37. 37 Paquito tiene ahora treinta y siete años, y lo mismo que cuando no había cumplido los once, considera que es cosa de un pésimo gusto interesarse por algo o dedicar el menor esfuerzo, el más leve acto de voluntad que sea afirmatorio de su persona y que pueda proporcionarle un beneficio. Tiene el alma de un musulmán, y de no haber sido por su madre, previsora y perspicaz, y por el medio ambiente que ampara a todo orgulloso desocupado, siempre que tenga buenos modales y un poco de desparpajo, a estas horas, o habría caído en las redes de la justicia, después de mucho tiempo de cometer estafas arregladas al principio, o hubiera emigrado a ultramar, donde quizá se rehabilitase. Pero como el chico, aunque vago e ignorante, era buenazo, la mamá lista y las hermanas su mijita casamenteras, se le arregló una boda de las llamadas románticas, pues la novia creyó con toda su alma cometer una heroicidad casándose con un hombre que no tenía más que un destino en un ministerio, buscado de prisa y corriendo, para cubrir las apariencias, y que se presentaba a recibir la bendición con una relativa dignidad. —No sé cómo han accedido al fin mis suegros—decía Paquito—. Tiene que ser por el temor de que su hija se les muriese; hay que ver cómo está la pobre; se me está consumiendo.
  • 38. 38 Error profundo y vanidoso de Paquito. La chica lucía unas mejillas sonrosadas y frescas, reveladoras de una salud inquebrantable. Lo que ocurría es que el suegro y la suegra se aprendieron de memoria al muchacho, y llegaron a comprender que no era fácil tropezarse con otro hombre que se prestara a la renuncia absoluta de su voluntad, a la inhibición completa de su persona, resignándose a ejercer exclusivamente el oficio de marido. El día de la boda, el suegro respiró a sus anchas: estaba plenamente convencido de que sus intereses no corrían el menor peligro, y que el amo de su hija seguiría siendo él. La suegra, con su instinto femenino, lo había adivinado mucho antes, pero para el buen éxito de la captación supo disimular, fingiendo siempre una gran resistencia hacia aquellos amores. Paquito decía: —Hago mi suerte. Me caso con una mujer enamoradísima de mí; esto no admite duda. Yo no tengo dos pesetas; cuando se casa conmigo es porque me quiere. En la actualidad, Paquito es casado, tiene dos niños, acompaña siempre a su mujer, hace tertulia a los suegros y sale sólo de casa dos horas al día, pues su padre político ha estimado necesario dar una relativa libertad a su yerno, ya que tan bien sabe cumplir los deberes matrimoniales. Paquito es feliz porque come bien, viste bien y no tiene preocupaciones de ninguna clase.
  • 39. 39 El tipo de buscador de dotes no es exclusivamente madrileño, ni siquiera español. En otros países abunda mucho más que en el nuestro. Mas lo que le caracteriza en la villa y corte es su absoluta falta de idealidad. En otros lados se busca una mujer rica por la ambición de manejar dinero, de meterse en negocios, de figurar en política, de afianzar la personalidad. Aquí existían y existen algunos que proceden de esa manera, más lógica y acaso más noble; pero hoy en día son los más quienes prefieren quitarse toda clase de quebraderos de cabeza, para no tener disgustos y vivir tranquilamente con su mujercita, no tomándose ni siquiera el trabajo de administrar sus intereses. —En las cuestiones de dinero de mi mujer no me gusta meterme—dice Paquito a sus íntimos—; es una cuestión de "delicadeza". Ya sé que el marido tiene ciertos derechos; pero cuando se es un caballero..., y no se ha aportado al matrimonio apenas nada... Paquito se sigue vistiendo con tanta pulcritud como en sus primeros años juveniles, y su mujer se mira en él como en un espejo. Le ha hecho gurrumino, pero no ha dejado de quererle y gustarle físicamente, y, orgullosa, le lleva a sus visitas, y le satisface que todas sus amigas la feliciten por tener un marido que no la deja sola, que no es un hurón y que no hay miedo que se vaya de picos pardos. Paquito habla poco, y cuando lo hace suele asentir siempre a la opinión de su interlocutor; es el medio de ahorrarse quebraderos de cabeza. Cuando la gran guerra se hizo germanófilo, pero exclusivamente para compartir la opinión de su suegro, pues nuestro hombre a ciencia cierta ignoraba dónde pudiese estar situado el imperio alemán y la guerra le tenía completamente sin cuidado. Ahora, ante el temor de posibles revoluciones, es muy conservador, pero sin darle grande importancia, porque en el fondo de su alma se halla convencido de que no puede surgir régimen nuevo ninguno que le obligue a trabajar. Goza de la misma despreocupación que cuando era soltero y tenía sin resolver el problema de la vida, fiado siempre en que no le irían a abandonar ni la madre ni las hermanas. Alguien se cuidará de él si triunfan los bolcheviques. Paquito quiere mucho a su mujer y a sus hijos, no trabaja y es feliz… Pero de cuando en cuando coge los chiquillos y dice: —Este llegará a ministro… A éste le veremos de archimillonario... El chiquitín será un gran pintor; hay que ver los dibujos del monicaco; además, me va a salir revolucionario... Pero para todo esto hay que trabajar, ¿eh? ¡Pequeños! ¡Hay que trabajar! —Oye—le dije un día—, ¿y no has pensado en que es más útil dedicarles a maridos exclusivamente? Me miró colérico un instante, pero después se apaciguó, contestándome secamente, sinceramente: —Quisiera que se casaran con una pobre a quien ellos mantuvieran... ¡Y no es que a mí me vaya mal, ni mucho menos. Pero, ¿qué se yo?
  • 40. 40 LA MUJER DE LOS PEINES Y LAS MANOS LIMPIAS Señoritas: el peinado de moda es el de patillas y flequillo —Tengo diez y nueve parroquianas, y a la que menos tardo media hora en peinar; la mayor parte me llevan tres cuartos de hora largos, y alguna de esas pesadas, ¡que las hay inaguantables!, pues necesitan un trabajo de una hora o de hora y cuarto... Desde las cinco de la mañana hasta las seis y media de la tarde, subiendo escaleras y anudando pelos. ¡Y sin descanso los domingos, pues en nuestro oficio no puede haberlo! Así me habla una muchacha de veintitantos años, peinadora de oficio, de tez blanquísima, grandes ojos castaños, mirada viva e inteligente, cara risueña y bonita, vestida con la graciosa sencillez de las trabajadora madrileña, que con la palabra fluida y fácil va contestando a mis preguntas en tono vivaracho y pintoresco, mientras acciona con sus manecitas pequeñas, ágiles y blancas, de una limpieza impecable. —¿Cada una de las parroquianas tendrá fijada previamente su hora de servicio? —¡Quiá! No, señor. De ninguna manera. Todas se quieren peinar a las nueve, a las diez o a las once de la mañana, y esto no es posible, porque todavía no se ha inventado el medio de que una esté a la vez trabajando en varios sitios, ¡digo yo! —¿Y cómo se arregla usted, niña? —Pues aguantando la "bronca" diaria, que en nuestro oficio es cosa descontada. Muchas veces se levanta una de la cama, todavía medio dormida, y lo primero que hace es oír un chaparrón de insultos. Pero a esa hora la "bronca" viene de Pascuas a Ramos. Los gritos y las amenazas, cuando hay que soportarlos en gordo es de mediodía en adelante.
  • 41. 41 —Y usted, ¿qué contesta? —Pues según me da y según sea la señora que me chilla... En esto de las parroquianas, ¿sabe usted?, ocurre lo que en todas las cosas: hay personas de mucha simpatía, y otras antipatiquisímas, de esas que una llega una a desear que dieran un reventón, ¡y Dios me perdone la mala, idea! Además yo sé hacerme cargo de todo, y comprendo que si en vez de ser peinadora fuese parroquiana se me pudriría la sangre de rabia al ver que llegaba la hora de la comida y seguía con los pelos a la desbandada, hecha una guarraza. La muchacha me dice que se llama Consuelo; bebe un sorbito de un vaso con leche caliente e insiste en el tema de las horas, que parece constituir para ella la más seria de las preocupaciones… Preocupación razonable, ya que la ubicuidad es un don reservado exclusivamente para los dioses y se niega a los mortales, aunque sean peinadoras y lo necesiten como único modo de complacer a todas las parroquianas. —¿Y cuándo come usted? —¿Qué cuándo como? Pues cuando puedo, lo mismo que todas las del oficio; un pedazo de bacalao en un portal, una sardina envuelta en pan por la calle o algún plato que sirvan en las casas los días en que tiene una suerte y coincide a la hora de la comida con una buena parroquiana... Pero todo ello, de prisa y corriendo; con el bocado en la boca hay que salir de “naja”, pues no se puede perder ni un minuto.
  • 42. 42 —¿Y cuánto gana usted en esas trece horas de trabajo? —¡Verá! Unas pagan siete pesetas cincuenta al mes, otras seis y otras el duro justo; estas últimas son doce… ¡Conque saque la cuenta! De 21 a 22 duros. No es para comprarse un automóvil, ¿verdad? Y al hacer esta afirmación reía Consuelo con risa franca, demostrando una resignación jovial y burlona, sin que en sus palabras se advirtiese el más insignificante matiz de protesta negativa y acaso justa. —Hay señoras—añadió—que pagan hasta tres duros, ¿sabe usted? Pero, en general, son poquísimas; pueden contarse con los dedos, y como somos tantas al oficio...; aunque ahora no hay gran competencia, porque como a todas se les peina de la misma manera..., pues es cuestión de suerte. Al llegar a este punto, y muy dueña de la materia, se lanzó Consuelito en un torbellino de palabras a referirme las clases de peinado a la moda, que yo transcribo aquí no muy seguro de fidelidad, pues, dada mi ignorancia en el asunto, temo incurrir en desatinos, que acaso la muchacha no me perdone nunca, vanidosa en su profesión. —Está de moda el peinado retorcido, con patillas y flequillos y una rayita en medio muy pequeña... Hay otro que lleva la raya al lado, y tiene una onda con pico y también lleva patillas… No deje usted de poner que también lleva patillas... Además—todos estos que le digo son muy parecidos—hay otro que llamamos de chuleta y que viene a ser lo mismo solo que la onda está pegada…, y nada más; pues, sobre poco más o menos no se sale de ahí… ¡Ah, no! Se me olvidaba… El de “escarola”; ése lo hago yo muy bien… Es un peinado que se hace cortando el pelo a un lado y luego puesto en sortijillas. —¿Y no hay más? —Sí, haber hay más... Esos que le he dicho son los que hago a mis parroquianas, que son casi todas señoras casadas, pero a otras mujeres se les hace el peinado de pelo sin moño, también formando sortijillas, de moño retorcido, de moño cruzado, de tirabuzón y de nudos nobles... Además, yo sé algo de los peinados antiguos, que se llamaban, ¿a ver si me acuerdo? ¡Ah, sí! El de canastillo, el japonés, el de trenza ondulada y el torcido de púa arriba. Pero para que vuelvan tendría que cambiar la moda de los sombreros, pues de éstos depende todo. —¿Y no le da usted asco, Consuelito, tener que hurgar tantas cabezas? La chica volvió a reír, y después dijo, enseñando orgullosa sus manos: —¡Psch! ¿Qué le diré a usted?… Pero mire qué manos tengo... ¿Las ve usted ahora lo limpísimas que están? Pues todo el día las verá usted tan blancas... Es que desde que me levanto hasta meterme en la cama, lo menos me las enjabono sus cuarenta veces..., y no exagero, ¿eh?... En este oficio, hay que tenerle cariño al agua; si no, sabe Dios qué enfermedades le podrían a una pegar.
  • 43. 43 Y sorbiendo otro buche de leche, prosigue: ¿Y querrá usted creer que todavía hay señoras que les entra la aprensión del contagio y me prohíben tocar ni una silla, ni un mueble, ni la pared de los cuartos? —¿Y no tienen aprensión a que les toque usted la cabeza? —Si la tienen se aguantan, pues como ellas no saben o no quieren peinarse, necesitan de nosotras... Son rarezas, porque ¡las hay más raras! Mire usted: yo tengo una parroquiana de regular edad, una jamona, ¡vamos!; estará metida en los cuarenta... Todo el hueco del pelo hay que rellenarlo con "crepé" y luego se le hacen dos ondas y se le pone un moño alto... Pero ahora viene lo bueno: empieza a frotarse de bandolina en el lado izquierdo, sólo en el lado izquierdo, ¡mire usted que es chocante!... Y, claro, peinada en esa forma y con tanta bandolina, se le abre todo el pelo y empieza a chorrearle el crepé... Tengo que hacer esfuerzos para no echarme a reír a carcajadas como una tonta, porque además, como está tan gorda, tan gorda, resulta una cosa muy rara... Parece que la cabeza se le derrite como si fuera pez o plomo. Y Consuelito, gozosa en su vanidad femenil de poner en ridículo a otra mujer, ríe con toda su alma, enseñando una boca fresca y unos dientecitos blancos como la leche que está bebiendo. Continúa después, y me niega muy seria y digna que las peinadoras sean amigas de chismes, y de traer y llevar, y de realizar en los noviazgos y en otras aventuras funciones de tercería. —No le digo a usted que no haya alguna peinadora amiga de todos esos enredos. Pero, en general, no. La mayor parte nos ganamos la vida honradamente… Por mi parte, toda mi parroquia se compone de señoras que están casadas con empleados, viajantes de comercio, alguna que otra tendera...; y tendrán sus rarezas, ya lo he dicho, y además serán abusonas, pero son muy señoras.
  • 44. 44 —¿Son abusonas y gruñonas por lo de la hora?—pregunté. —Por lo de la hora y por otras muchas cosas… Además de peinarlas, pues si se les antoja que hagamos un recado pues tenemos que hacerlo… ¡Ya ve usted! Nosotras que estamos siempre pendientes de los minutos y no tenemos más remedio... Si nos negáramos, qué cosas dirían entre ellas...; y es que a todas las señoras se les figura que somos una criada más de la casa. —¿Y pone usted mucho postizo? —Sí, señor. Aunque la parroquiana tenga muy buen pelo, en muchos casos no hay más remedio... Y los postizos me los hace muy bien una amiga mía; como deben ser: muy espesos, muy espesos, que parezcan una cataplasma. —Y esas parroquianas que tanto exigen, ¿cumplen bien a fin de mes? ¿No hay algunas tramposas? —Sí, señor, sí; he tenido varias… Hoy en día no me puedo quejar... Las diez y nueve cumplen con mucha formalidad… Pero es que yo procuro informarme bien de antemano. —¿Se entera usted de los sueldos que cobran los maridos? —Sí, señor, y del dinero que dan a la mujer, y cuándo y cómo... Me hago siempre muy amiga de las criadas para que me enteren de todo esto. Y no es por afán de fisgonear, nada de eso; es porque me trae cuenta… Figúrese usted si a fin de mes nos falta algún duro. —¿Con quién vive usted? —Con mi madre… Ella ahora trabaja algo la pobre… Pero total, nada… Las dos solas nos las arreglamos como podemos con los 22 durillos. —¿Cuándo aprendió usted el oficio? —Después de la muerte de mi padre, que era relojero. Mientras él vivió no tuve nunca necesidad de trabajar… Cuando no hubo más remedio me decidí a hacerme peinadora; tenía yo mucha afición desde chiquitilla... y parece que en seguida me di bastante buena maña... —¿No tiene usted más familia? —No, señor, afortunadamente. —Si tuviera usted un hermano, ayudaría a sostener la casa. —No, señor. ¡Qué se creen ustedes eso! Los hijos de Madrid son unos vagos. Para uno que salga trabajador hay veinte zánganos que están a la sopa boba de la madre y las hermanas. —¿Y no tiene usted novio? ¿No piensa casarse? Consuelito apartó la mirada, antes tan franca, y contestó con voz seca y débil: —No, señor. No tengo novio... A mí no me quiere nadie... ¿Quién va a querer a las pobretonas? Nos despedimos, y poco después vi desaparecer a la muchacha de los peines y las manos limpias por la calle de la Colegiata arriba, que andaba con un rítmico y gracioso movimiento de caderas, luciendo su figurilla grácil y pizpireta y su peinado de flequillo, completamente a la moda.
  • 45. 45 EL HOMBRE QUE EXPLOTA LA CEBADA DE GAMBRINUS El cervecero no debe jugar nunca al “treinta y cuarenta” El explotador de Gambrinus que apareció en Madrid hará unos quince o veinte años pertenece a la categoría de los hombres que en nuestra ciudad, trabajan bastante, pero que saben aprovechar su esfuerzo, y éste les produce fruto de abundancia. El explotador de Gambrinus, o, mejor dicho, del fermento de cebada que adoraba el personaje del mito, suele ser como los demás mortales: o gordo o delgado, o alto o bajo, o rubio o moreno. Pero yo, en uso de mi perfecto derecho, he querido elegir como hombre representativo a uno obeso y rojo, de cara colorada y sonriente, tal como aparece el viejo Dios teutón en las estampas alemanas. Y además de hacer uso de un derecho, no me aparto en nada de la verdad, pues el cervecero a quien aludo no es, ni mucho menos un ente de razón, sino que tiene una existencia propia y real, una corpulencia atlética y una hermosa colección de billetes de Banco, a la que dedica todos sus entusiasmos y que cada día del año es susceptible de mayor engrandecimiento.
  • 46. 46 Mi amigo se llama Policarpo, pero sus parroquianos y sus familiares han decidido llamarle, por apócope, Poli. Me atendré, por lo tanto, a lo establecido y ahorraré tinta. Poli está próximo a cumplir los cincuenta años de edad; es natural de una región cantábrica, y lleva en Madrid seis quinquenios. Durante los cinco primeros trabajó como un luchador de los buenos; lleno de voluntad y de arrestos, seguro de que habría de llegar un día en que por sí mismo, sin la ayuda de nadie, consiguiese el precioso don de la independencia y el más grato todavía del mando, se supo ganar la vida y procurarse ahorros a costa de su esfuerzo personal y de un inflexible y realizado propósito de perseverancia. Poli fue, sucesivamente, chico de cafetín, camarero de taberna-restaurante, camarero de café de barrio, camarero de hotel, camarero de café céntrico y, por último, y es lo más importante dueño y árbitro absoluto de una cervecería-“brasserie”—pone el rótulo—situada en uno de los sitios más céntricos de la corte, afamada de antiguo y concurrida por público numeroso y parroquianos serios y buenos pagadores. —Se va uno defendiendo—me dice—. No tengo queja... Pero mire la vida. Y después, volviéndose a mí añade: —¡Qué gentuza son estos camareros de hoy! ¡Vagos y nada más que vagos! De bregar con ellos se me está repudriendo la sangre.
  • 47. 47 Me acuerdo del viejo y exacto aforismo castellano: "Ni sirvas a quien sirvió ni mandes a quien mandó..." Este Julián y este Manuel son las víctimas con quien satisface su odio, contenido en tantos años, y que formaron los caprichos de otros que mandaban en él, como ahora manda en éstos, que también aguantan por fuerza las impertinencias del que quiere vengar en inferiores las que le produjeron otros en tiempos pretéritos. Poli, que, como he dicho, es desconocidísimo, vuelve al mostrador sin contestar a numerosas preguntas que le dirijo sobre sus ganancias, o eludiéndolas de manera hábil, como corresponde a la persona que conoce todos los secretos y resortes de la cazurrería y la gramática parda... Pero ahí tengo a Manuel, el camarero que acaba de sufrir la vejación del amo, y al que no le duelen prendas para contestar. —¿Qué quiere usted saber?—dice. —Lo que ganan los dueños de estas casas. —Pues una enormidad. Mire; hace años las fábricas les vendían el litro de cerveza a cuarenta y cinco céntimos, y ellos se lo hacían pagar al noventa; después las fábricas aumentaron a sesenta y cinco y ellos lo pusieron a peseta. Y últimamente, con eso del impuesto de utilidades, los del gremio celebraron una reunión, y ¿a qué no sabe usted lo que decidieron? —¿Que el impuesto lo pagase el público? —Eso estaba descontado. ¡Que la ganancia fuera para ellos, mayor! Las fábricas lo venden a ochenta céntimos el litro, y ellos lo expenden al por menor a una peseta treinta céntimos. —¿De modo que ganan el cincuenta por ciento? —Más, más que el cincuenta por ciento; pues las fábricas, a las cervecerías como ésta, que venden, mucho, les hacen una rebaja del diez por ciento. ¡Dígame si es negocio! Y si no pusieron el litro a una cuarenta fue porque se negó terminantemente uno de ellos, el de la calle de Serrano. —¿Y el público, tan satisfecho, verdad? —Mire el trajín que llevo... Entre en la tienda a la hora que quiera y me verá en el mostrador… Desde las ocho de la mañana a las dos y media o tres de la madrugada, en que se cierra, ahí me tienen… ¿A que no ha venido usted una vez a la cervecería que no me haya visto? —Sí; es cierto. Pero ¿por qué no busca usted un encargado que le ayude algunos ratos? —¡Ah! No, señor; de ninguna manera. El ojo del amo engorda el caballo. Y al decir esto, Poli me mira con cierta desconfianza, como el hombre que teme le tiendan un lazo. Poli, no confía más que en sí mismo, y aunque le substituyera en sus funciones un hombre honrado, le picaría siempre al gordo cervecero el aguijón de la duda y le atormentaría la idea de ser engañado. Poli considera como el más alto ideal de la vida el afán de lucro, y ama al dinero con toda su alma, casi tanto como a sus hijos, unos "chaveas" gordinflones como el padre, pero que no parecen tener las virtudes ahorrativas de éste, y que acaso podrán darse una agradable vida de holganza y dispendio en un porvenir más o menos remoto.
  • 48. 48 La única cuerda sensible para este cervecero, profesor de energía, son los hijos, esas criaturas gordas en que se ve reproducido. —Para ellos ha de ser todo—dice—; no les ocurrirá lo que a su padre, que el día que no pudo trabajar no comió. Claro que del negocio ya tendrán que cuidar... Pero salen a mí, salen a mí… Eso no me preocupa. No le quiero decir, pues todas las ilusiones son respetables, y más la del hombre que sólo tiene una, que no coincido en su opinión, y Poli prosigue hablándome con voz pausada, midiendo mucho sus palabras. Me recuerda sus años de trabajo servil, en que tenía amos meticulosos, gruñones e impertinentes, y sufría sus groserías y caprichos, al mismo tiempo que los del público... Pero mientras habla no deja de observar a sus camareros, y de vez en cuando dice: Tú, Julián, no seas bruto. ¡Que vas a destrozar todo ese servicio! Si no sabes llevarlo... ¡Qué harto me tienes!… Y tú, Manuel, ¿pero no has visto que en tu turno se ha sentado un señor? ¡Anda, hombre, anda, que parece que no sirves para maldita de Dios la cosa!
  • 49. 49 —Hasta tomando la cosa a broma. Y ya ve usted; cada vez hay más gente; los barriles, consumiéndose cada media hora, y la caja registradora, engordando lo mismo que el amo. Luego me habla el camarero de los bocadillos, que todavía dejan un tanto por ciento de ganancia mayor que la cerveza, y de la suerte y de la avaricia de Poli, y del modo con que trata a la servidumbre, y, por último, de la posibilidad de una apoplejía, en el cual caso el traspaso de la tienda era evidente, llegando a insinuarme que quizá en un día no lejano el amo fuese él. Pasa un largo rato y vuelve a sentarse Poli al lado mío. Le ha producido cierta escama mi conversación con el camarero, y no cesa de decirme que en el oficio no es oro todo lo que reluce, y que es necesario atender a muchos gastos. —¡Lo que consumiré yo de ácido carbónico y de hielo para tener la cerveza en condiciones! —¿Cuánto? —Mucho, mucho. —¿Pero...? —Mucho, señor, mucho. Y luego hay que pagar el casero, y las contribuciones, y la luz, y el teléfono... y muchas cosas. —Pero usted es ahorrativo, y no malgastando... —Sí, soy ahorrativo; conozco el valor del dinero porque me ha costado mucho ganarlo. Además, he escarmentado en cabeza ajena. Ha habido varios que fueron camareros como yo, trabajaron tanto como yo, se establecieron también como yo, llegaron a hacer una gran parroquia, y luego, en unas cuantas noches, "por ir a verlas venir", en ese treinta y cuarenta que Dios confunda, se quedaron casi a pedir limosna. —¿Usted no juega? Poli me mira con la misma expresión que si le hubiese dirigido una ofensa gravísima, y luego dice: —No, señor; ni juego, ni ha jugado, ni jugaré en mi vida. El hombre vuelve al mostrador y empuña la manivela del aparato para llenar un "bock". En esta actitud parece el trasunto del viejo dios ebrio y germano que convirtió en licor vaporoso un alimento equino.
  • 50. 50 EL SEÑORITO MENDICANTE Y ALTIVO Lector: en una sección dedicada a describir tipos y costumbres madrileñas—y por lo tanto españolas—no podía eludirse la presentación del mendigo. La raza se ha ido modificando en lo accidental; pero en lo substancial persiste con todos los rasgos que la caracterizaban en la remota época que describió Mateo Alemán. No voy a referirme al mendigo de profesión, al pedigüeño que molesta al transeúnte, y cuyo exterminio parece cosa imposible, ya que a todos les satisface mucho poder pasar como caritativos mediante unas cuantas perras chicas. Pero, además de la mendicidad que podría llamarse oficial, existe, y de ella todos, por nuestra desgracia, tenemos noticia, otra oculta, más o menos vergonzante, pues se ejerce hasta con cierto orgullo, y que constituye un medio de vida, si no extraordinariamente lucrativo, por lo menos asegurador de que el trabajo digestivo del estómago no va a interrumpirse dos veces al día. Esta mendicidad yo me atrevería a dividirla en dos grandes grupos: el mendigo postal y el mendigo verbal, que tienen entre ellos como nexo el ser ejercitada exclusivamente entre amigos. Para ser mendigo de estas dos clases es necesario contar de antiguo con grandes amistados o conocimientos. En caso contrario, se va en seguida camino de la indignidad y, lo que es mucho peor, del fracaso. El mendigo postal, o sea el que hace sus peticiones por carta, suele pertenecer al sexo femenino, y el mendigo verbal, o sea el que acecha por calles, círculos o cafés, gasta pantalones, más o menos deteriorados.
  • 51. 51 Quiero hablar hoy del segundo, que me inspira escaso respeto, mientras que el otro generalmente ha llegado a ese medio de vida, forzado y doloroso, por causas ajenas en un todo a su conducta y sus deseos. El mendigo verbal suele haber tenido algún dinero, y no hay amigo suyo que no le recuerde en épocas de opulencia, exageradas al correr de los años. El mendigo verbal heredó una pequeña fortunita, y como sus padres no se cuidaron de proporcionarle una buena boda—esto lo hubiera arreglado todo—, y como por defectos educativos era incapaz, no ya de afrontar la vida por sí mismo, sino de cuidar burguésmente de su pequeño capital, éste se le fue evaporando poco a poco, y una mala hora se encontró con que no tenía más medios de subsistencia que aquellos que quisieran proporcionarle la generosidad de los otros. —Figúrate. ¿Qué iba a hacer yo?—me dice Luisito, un amigo antiguo a quien considero como hombre representativo de la mendicidad verbal y amistosa—. Para comer no me quedaba otro remedio que dar "sablazos". —¿Y por qué no has probado a trabajar? —Ya lo intenté, ya; he pedido destinos a todos los ministros, y hasta en ocasiones he tenido una plaza de temporero. Pero eso no resuelvo nada; a lo mucho, sirve para ayudar. —Hombre, pero siempre será mejor que pedir... —No te lo niego. Yo no pediría un céntimo si no me viese forzado... Pero es que mis necesidades no son las de un “golfo” cualquiera. Me acostumbraron muy mal mis padres, y no tengo el estómago preparado para comer bazofia ni huesos que sufran el dormir en un tugurio indecente.
  • 52. 52 —¿Y un destino particular? ¿No podrías buscártelo, con tantos amigos como tienes? —¡Puch! ¿Qué quieres que te diga? En esos destinos se exige mucho y se paga poco. Además, yo ando muy mal de cuentas, tengo muy mala letra y nunca he escrito a máquina... Y luego hay otra cosa con la que no transijo. —¿Con cuál? —Con las horas de oficina. Yo no he madrugado en mi vida. Y a mí no hay nadie que pueda obligarme a salir a la calle antes de las doce de la mañana. Le miré con estupefacción, hasta cierto punto admirativa. Su sinceridad, no me atrevo a llamarla cinismo, pues éste ha de ser consciente, era realmente portentosa. —¡Oye!—le dije—. ¿Y a todo el mundo le cuentas eso? —A todo el mundo, no, señor, ni mucho menos. Hay cosas que se pueden decir a algunos como tú, que se hacen cargo de todo; pero no a esa gente que vive aferrada a cuatro lugares comunes y que tienen ideas del siglo XII. Mi asombro iba en aumento. A Luisito le parecía reaccionario el que hubiese ciertas personas que no disculpasen la holganza. —Estas cosas no las pueden comprender—añadió el hombre—más que las personas finas, las que han recibido “una buena educación”. Vete tú a decirles lo que se ha contado a esos ordinarios que andan ahora por ahí, a esos nuevos ricos. —¡Yo, no! ¡Ya me guardaría bien de decírselo a nadie! Luisito a continuación me refiere que persiste su mala suerte en el juego. En el tapete verde perdió su fortunita, pero el afán del desquite no le ha abandonado. Me asegura que todo es cuestión de esperar, y que llegará la racha buena el día menos pensado. Lo malo, y él mismo lo reconoce, es que no sabrá retirarse a tiempo.
  • 53. 53 —¿Pero todavía te queda dinero para jugar? —Si hay días que no saco más que dos pesetas, me juego una. Eso es seguro. —¿De modo que de cuanto ganas en tus "operaciones" te juegas un pico? —La mitad; nada más que la mitad. He sentado mucho la cabeza. Luego empezó a hablarme mal de muchos antiguos amigos nuestros. Claro es que se refería a los que él llamaba roñosos. Para Luisito la Humanidad está dividida en dos grandes grupos: los hombres susceptibles de dar algún dinero y los que juzgan prudente no mantener a ningún zángano. —Figúrate que a Salazar, ¿te acuerdas de Salazar?, le pedí el otro día un duro y me envió a paseo. Con el dinero que le llevó su mujer. Era para plantearle una cuestión personal. Luisito tiene la obsesión de las cuestiones personales y considera muy razonable estimar como un insólito la negativa de una dádiva. Me va enterando después de la perfecta organización "sablista'' estudiada por el mendigo mundano con atención prolija. No se debe molestar con frecuencia a una misma persona. En ello se basa precisamente el buen éxito de todo mendicante. Hay personas susceptibles de ser abordadas una o dos veces al mes; pero, en cambio, existen otras que sólo responden al "sablazo", si éste se ejecuta muy de tarde en tarde; algunos necesitan hasta un año de intervalo entre uno y otro. Para llegar a este conocimiento es necesaria una larga práctica de sofiones y una magnífica dureza de epidermis; pero a fuerza de tiempo y de constancia se llega a alcanzar la casi certidumbre de no sufrir equivocaciones, aunque nunca se está seguro de no dar algún paso en falso. Otra cosa indispensable para el buen ejercicio de la profesión es hallarse al corriente de las diferencias que se juegan en los grandes casinos. ¡Fulanito perdió ayer en el Militar doce mil duros! ¡Mengano se llevó anoche cuatro mil de Bellas Artes! ¡También Perengano tuvo ayer un gran día en la Peña. —¡Y todavía dicen que no trabaja uno!—añade Luisito, muy convencido—. Me paso todo el santo día recorriendo los sitios céntricos de Madrid. ¡Y hay que andar con una "pupila" para no equivocarse! ¡Figúrate lo que me ocurre si le pido dinero a un amigo, en la creencia de que ha ganado, y luego resulta que le llevaron hasta la camisa y que está a punto de ser correligionario. Pronuncia estas palabras en un tomo irónico y miedoso, pues al mismo tiempo que goza en que muchos se arruinen como él, les teme, por saber que no hay competencia posible con los arruinados recientemente. —¿Y sacas mucho dinero? Dime la verdad. —¡Qué voy a sacar! —¡Pero el caso es que tú comes todos los días! —¡Ah! Eso sí. No faltaba más… Hasta ahí podían llegar las bromas. Como, fumo y tengo una cama limpia. Y Luisito, después de pronunciar estas palabras orgullosamente, se despide de mí, dispuesto a continuar sus operaciones, con la desenvoltura y la impertinencia que conviene a todo señorito mendicante; pero que, por el hecho de pedir, no pierde la altivez.
  • 54. 54 EL CLÁSICO Y SAINETESCO “CHICO DE LA TIENDA” “Se come muy mal, se duerme en camastros indecentes… Pero estamos mejor que antes” El chico de la tienda es siempre el chico de la tienda de ultramarinos, el horterilla ridiculizado y despreciado, en el que se cebó con implacable hostilidad la musa más o menos festiva de los poetas y autores cómicos, que hicieron sus gracias en la última década del siglo anterior. Mi horterilla, el que he elegido para esta conversación, tiene ya, según dice, veintiocho años, y se halla a punto de aburguesarse, pues su amo le ha prometido encargarle de la casa. Es un momento de cambio trascendental y radical, pues en cuanto "un chico de tienda" pasa a la categoría de encargado, se siente más "amo" que el propio amo. Pero todavía no llegó ese soñado ascenso, y el hombre se expresa como corresponde al que sufre la explotación y tiene edad suficiente para darse cuenta de ella. —Me trajeron de mi pueblo hace quince años—dice—, cuando apenas si había cumplido los trece, y empecé a trabajar en una tienda de la calle del Avemaría. A las cinco de la mañana tenía que estar de pie, y no me separaba del mostrador hasta las once de la noche.
  • 55. 55 —¿Sin descanso ningún día? —"Ausulutamente" ninguno... No se salía de paseo más que el día de San Isidro, o sea una vez al año. —¿Y qué sueldo cobraba usted? —¡Sueldo! Ni catarlo; en los bolsillos nuestros no entraba ni una perra chica... Las diez y ocho horas de trabajo eran sólo por la manutención... Y todavía teníamos que estar muy agradecidos. —¿Agradecidos? ¿Y a qué? —Toma, pues a la comida que nos daban. Si había algún chico que se atreviese a dar una queja, pues estaba divertido... Un puntapié, y a la calle... ¡No ve usted que le sobraban muchachos! —¡Ah! Pero todavía les envidiaban a ustedes? —Claro que nos envidiaban muchos. Antes, en casi todos los pueblos de mi provincia—yo soy de Guadalajara—, en cuanto se tenía ocasión, se mandaban los chicos a Madrid. Aquí, al menos, se comía... —¿Y les pegaban a ustedes? —Eso, según el carácter del amo o del ama... Ahora que sin unos cuantos coscorrones no ha escapado nadie... Y es natural, después de todo, porque los chicos... ya sabe usted lo que son los chicos... Me quedo un poco perplejo ante esta teoría pedagógica, y me acuerdo de que mi interlocutor está próximo al ejercicio del mando. —Si no se les calentase de vez en cuando, pues, figúrese usted... A mí me dieron una vez una "somanta" por haberme escapado a una pedrea, y créame que lo agradecí. Esto del agradecimiento a la paliza me desconcierta, aunque no es la primera ocasión en que lo escucho. En España todavía se siente una gran predilección a los golpes que dan los fuertes a los débiles, y se sigue considerando el azote como el más excelente sistema educativo. —¿Y hoy día también trabajan los chicos por la manutención? —¡Quiá! Ahora las cosas han cambiado mucho. El Instituto de Reformas Sociales y nuestra Sociedad han ido poco a poco cambiándolo todo. Al principio se puso a los chicos un jornal de cuarenta reales al mes, y luego ha ido éste aumentando, hasta llegar a siete duros, que es cuanto ganamos hoy en día. —¿Y qué horas tienen ustedes? —De ocho de la mañana a nueve de la noche, menos el descanso del mediodía. ¿No es mucho, verdad? Otra vez se apodera de mí la estupefacción, pues pienso que si me obligaran a trabajar once horas seguidas, me arrojaría por el Viaducto, que es el suicidio más clásico. —¿Y el trato ha mejorado? —Algo. —¿Les dan a ustedes bien de comer?
  • 56. 56 El hombre se queda un poco pensativo; pero en un arranque de sinceridad, y olvidándose de que va para amo, dice: —No, señor. Se come muy mal, se duerme en camastros indecentes, y vivimos completamente faltos de higiene… Así hay tanto tísico. —¿Pero un poco más libres? —Muy poco más libres. Este es un oficio de esclavos; "ausulutamente" esclavitud. Miro al hombre, que se halla cuidadosamente peinado con raya y luce unos grandes mostachos a la borgoñona y una corbata anudada con aliño, y me acuerdo de la fama de donjuanistas que acompaña a los chicos del arroz, el aceite y los garbanzos, y que divulgaron tantos saineteros: —¿Y es verdad que son ustedes muy afortunados con las mujeres, y particularmente con las criadas? —¡Vamos, hombre! Me ha "matao" usted. Eso sí que son cuentos. Eso es "ausulutamente" mentira. Nosotros somos de lo más "canelo" que se conoce… Ahora, lo que ocurre... —¿Qué ocurre? —¡Pues que son ellas! Ellas son las que parece que nos hacen el amor. Pero no es por nuestra linda cara, ni mucho menos; eso se lo creen unos cuantos pazguatos. Nos dan coba para ver si pueden sacar algo.
  • 57. 57 —¿Y qué van a sacar? —Pues género, y "guita", "si a mano viene". Las criadas son unas ansiosas, y los hay tan primos, que se dejan engatusar, y luego son ellos los que pagan las consecuencias cuando el amo se "apercibe"... Claro que suele haber noviazgos, y líos, y barrigas, y bodas; pero eso es el contacto; es lo natural. Esta afirmación, en realidad, no tiene réplica posible. Pasé después a hablarle de la cuestión de las trampas, del famoso dedo ágil y astuto que hace mover la báscula y altera la cantidad del peso, y el hombre me contestó: —Esas son historias, créame; cuentos que se han inventado por ahí. ¿Qué interés iba a tener yo en engañarle? Conociendo a las mujeres no se puede decir eso en serio... Si están sin apartar la mitrada de uno, y se fijan en todo... Lo que algunos suelen hacer es otra cosa. —¡Ah! Pero hay trampas. —Sí, señor... Las pesas huecas... Todavía hay algunos comerciantes que lo emplean, y eso sí que aumenta el mostrador… Figúrese usted; con esas pesas hace uno maravillas... Pero los que las usan se exponen a ir a la cárcel. —No recuerdo que haya ido ninguno.