Puede realizarse una evaluacion de los estragos economicos producidos y en curso de produccion por el Coronavirus. Pero todo dependerá de la magnitu de la epidemia.
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CORONAVIRUS.
Manfred Nolte
Los que no somos epidemiólogos partimos con un pie forzado para realizar
averiguaciones y formular pronósticos acerca del virus COVID-19, Coronavirus,
y sus consecuencias sobre la economía mundial. Porque la gran incógnita es, hoy
por hoy, la intensidad de la crisis, la penosa multiplicación de la duración en el
tiempo por el número diario de bajas fatales. Tal es el grado que alcanza la
incertidumbre que Gobiernos y la Organización Mundial de la Salud se limitan a
hacer llamadas de calma, considerando como más apropiado no formular
vaticinios y sugierindo estar a la expectativa hasta obtener las pruebas de una
inflexión que vaticine la posterior derrota de la enfermedad. Lamentablemente,
el coronavirus se está propagando a un ritmo seis veces más rápido que SARS,
porque China es hoy una economía mucho más abierta de lo que era en 2002, por
lo que su amplitud final será mayor que la alcanzada por SARS, que infectó a
8.098 personas en todo el mundo, de las que 774 personas fallecieron.
Aunque las cifras evolucionan cada día y cada hora, el ultimo censo revela un total
de 1.383 muertes, todas en China, excepto una en Japón y otra en Filipinas. En
24 países del planeta, se han confirmado 64.447 casos, siendo Singapur el más
afectado después de China continental. La tasa de mortandad es del 2,1%. Más de
1.700 médicos se encuentran entre los infectados. Aún así, 7.033 se han
recuperado de la enfermedad.
La trascendencia económica de la crisis sanitaria deriva de la posición estelar que
China mantiene en el ranking del comercio mundial, habiendo suplantado desde
hace años al gigante norteamericano. Su liderazgo indiscutible en el campo de las
manufacturas pugna por extenderse igualmente al de los servicios. Miles de
compañías extranjeras han abierto factorías y delegaciones en el país asiático
para reforzar su presencia para participar en las cadenas globales de producción.
Las materias primas del planeta se dirigen a China, antes de retornar en forma de
productos semimanufacturados que son el input indispensable de la producción
final de un gran número de países. En un escenario así, cualquier obstáculo que
altere la cadencia de las importaciones, ya sea en forma de cupos, aranceles, o un
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virus inoportuno, retrasa o paraliza con graves perjuicios las cadenas de
producción mundiales y al sustituirlas en otros países aumenta normalmente de
forma apreciable sus costes de producción.
Pues bien, de las regiones más afectadas por la epidemia en China salen nada
menos que el 90% de sus exportaciones.
El efecto impacto más acusado se producirá inicialmente en China. Alrededor del
año nuevo lunar las industrias chinas habían cerrado sus puertas. Ahora la
mayoría permanecen cerradas. Los fabricantes de automóviles de capital
extranjero dudan entre continuar el cierre o abrir. Se trata de marcas como
Volkswagen, Nissan, Grupo PSA, Renault, Hyundai o Toyota. En parte por
precaución, pero también y sobre todo, por el desplome en el abastecimiento de
componentes en todo el país. Paralelamente, millones de personas permanecen
encerradas en docenas de ciudades de todo el país. Las pequeñas empresas con
recursos financieros limitados son los que más acusan la crisis. En el cinturón
central de China los ganaderos están a días de quedarse sin pastos para el ganado,
a causa de la ruptura de las cadenas de suministros. El turismo ha sido
simplemente decapitado por las cancelaciones de vuelos y cruceros con destino a
China. Los servicios se ven seriamente afectados. El transporte funciona en
mínimos.
La peor parte se la lleva Wuhan, una ciudad de aproximadamente 11 millones de
personas y centro del brote, un gran centro industrial convertido en el engranaje
de la industria automotriz y un imán para las empresas extranjeras. Es la tercera
base científica y educativa de China, con dos de las 10 mejores universidades.
Semanas de inactividad necesariamente pasarán factura.
La incidencia sobre el resto del mundo tiene su origen en las mismas causas ya
citadas: el colapso del abastecimiento de productos que representan elementos
esenciales para la producción de bienes finales en sus respectivos países. Las
empresas de todos los paises se están desabastecimiento de componentes, en
particular de componentes eléctricos y electrónicos de los que China es el
principal exportador mundial. Además de arrastrar a los sectores de la electrónica
y de los computadores a la recesión en el primer trimestre de 2020, el
Coronavirus producirá el mayor recorte de la demanda de crudo desde 2011.
Quedándose los chinos recluidos en sus casas el turismo mundial se resiente de
forma apreciable.
No obstante lo cual, el riesgo económico es claramente asumido. El presidente
chino, Xi Jinping, lo reconoció la semana pasada. En consecuencia, las
autoridades están redoblando los esfuerzos para apuntalar la economía,
reduciendo los aranceles a las importaciones estadounidenses, abaratando los
préstamos a las empresas y los consumidores e inyectando el equivalente a
170.000 millones de dólares de liquidez para mitigar el impacto financiero y
sentimental de la plaga vírica. Las políticas beligerantes fiscales acarrearan más
deuda, pero son imprescindibles.
El impacto económico del COVID-19 va ser mucho más importante que el del
SARS en 2003, pero la segunda potencia mundial no va a permitir que el progreso
alcanzado durante años se le vaya de las manos. Una corta recesión en ‘V’ es lo
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más probable. Contando con que la crisis epidémica se controle en el primer
trimestre del año y la economía se recupere a lo largo de los tres trimestres
siguientes, las estimaciones son de una caída de al menos un punto porcentual en
el PIB de China durante 2020. Análogas proyecciones circulan en los estudios
disponibles cifrando el recorte del PIB global en un 0,5%, el de Japón en un 0,4%
y de un 0,2% para la Unión Europea y Estados Unidos.
Pero todo son cábalas. Hay que esperar a la evolución de la epidemia.