Estados Unidos se ha creado inmerecidamente la fama de ser el campeón del librecambismo. La historia dice algo distinto. TRump fue un mandatario hiperproteccionista y ahora Joe Biden lanza su campaña de 'Buy American'(Compre productos americanos).
1. UN MUNDO PROTECCIONISTA.
Manfred Nolte
Es más que probable que los llamados padres de los Estados Unidos de América,
Benjamín Franklin, Alexander Hamilton, Thomas Jefferson George Washington
y otros, como coetáneos que fueron de Adam Smith, fundador a su vez de la
moderna ciencia económica, tuviesen detalladas noticias procedentes del otro
lado del atlántico acerca de la publicación de ‘La riqueza de las naciones’ (1776)
obra carismática del profesor escocés. Adam Smith, como es sabido, no es
solamente el padre de una ciencia sino también de una doctrina: el liberalismo
económico. Pero resultaría aventuradoy hasta falso afirmar que los líderes de la
naciente patria americana decidieran llevar a la práctica las entonces brillantes
recomendaciones del Rector de Glasgow. No es cierto, además, y como muchos
creen, que los Estados Unidos hayan sido desde sus inicios como nación hace 227
años y hasta nuestros días, los campeones del liberalismo y del librecambismo del
planeta.
Desde el nacimiento del estado americano, muchos intelectuales del recién
creado país eran opuestos a las corrientes de liberalización imperantes en Gran
Bretaña, la potencia hegemónica del momento, considerándola inapropiada a sus
intereses, por lo que el gobierno apostó por políticas de autarquía. En particular
Alexander Hamilton, primer secretario de estado del tesoro americano (1789-
1795) promovió el proteccionismo industrial que se extendería hasta el siglo XIX
y, con altibajos, hasta la finalización de la segunda guerra mundial. Lo notable
para desmontar el mito liberal americano es que incluso en las fases de apertura
comercial, los aranceles yanquis se situaron invariablemente entre los más altos
del mundo. Lapolítica de restricciones conoció uno de sus episodios más nefastos
con la aplicación de la Ley Hawley-Smoot (1930) en la estela de 1929 -solamente
superada en gravedad por la Ley de Aranceles de 1828- que acabó sumiendo al
país en la crisis más profunda de su historia. Como es comprensible la ‘Tariff Act’
provocó la reacción proteccionista de todas las potencias del planeta con el
consiguiente efecto depresor sobre el comercio exterior y el PIB mundial.
2. Fue tiempo después, tras la segunda contienda mundial, cuando en
reconocimiento de los beneficios económicos y políticos del comercio abierto,
transparente y no discriminatorio, los Estados Unidos y otros socios comerciales
importantes establecieron el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y
Comercio (GATT). Las primeras seis rondas de negociaciones comerciales del
GATT versaron principalmente sobre medidas arancelarias. La séptima ronda, la
Ronda de Tokio (1973-1979), dio un paso importante para abordar las barreras
no arancelarias, como las políticas de contratación pública, al quenos referiremos
en breve. Posteriormente, como parte de la Ronda Uruguay del GATT, se produjo
la creación de la OMC en 1995.
Ha sido este el periodo de mayor esplendor liberal que se cierra con la gran crisis
de Lehman en 2008. En este intervalo el comercio mundial creció
exponencialmente, y la renta per cápita mundial se elevó en promedio un 20%.
Fue la era de la globalización. Pero, aunque la pobreza mundial decayó y las
desigualdades entre países se atenuaron, la globalización se cuestiona por el
desigual reparto entre capas sociales dentro de cada país. Branko Milanovic lo
mostró gráficamente en su famosa ‘curva del elefante’ y el fenómeno del Brexit o
la inesperada elección de Donald Trump para la presidencia americana
exteriorizan el hartazgo de amplias clases sociales -paradójicamente las clases
medias- hacia el fenómeno de la globalización.
Pero seamos fieles a la memoria: anteriormente, la administración Bush impuso
aranceles sobre el acero chino en 2002, y el presidente Obama hizo lo propio
sobre determinados productos chinos entre 2009 y 2012. De Donald Trump se
ha hablado con profusión en estas mismas páginas, y no necesita mayor
explicación: ha sido sin duda uno de los líderes mas involucionistas y autárquicos
de toda la historia económica americana, aquel que equiparó la seguridad
económica con la seguridad nacional.
Pero he aquí la sorpresa: entre las 40 ordenes ejecutivas firmadas por el
presidente Biden en sus primeros días de mandato, la mayoría bienvenidas y
alguna inexcusable, se encuentra una que se refiere al refuerzo del
proteccionismo a ultranza en las compras (‘procurement’) del gobierno
americano. Biden ha relanzado el lema ‘Buy american’ (compre productos
americanos) que responde a una ley del mismo nombre de 1933 y que aun sigue
en vigor, mediante la cual los 600.000 millones de dólares anuales de
aprovisionamiento federal, aproximadamente un tres por ciento del PIB
americano, están fuera de la puja internacional: se dedicarán exclusivamente a
productos o servicios cien por cien americanos. Quedan pendientes, sin resolver,
los aranceles aplicados a proveedores chinos, europeos y de otras áreas, y que
giran sobre productos por valor de billones de dólares.
Todos admitimos hoy en día que el presente concepto de globalización debe ser
matizado y reinterpretado. Nuevos ingredientes están llamados a conformar
decisivamente el modelo en la estela de la crisis COVID: la consideración de los
bienes públicos globales consignados en la transición ecológica, una acción mas
directamente orientada al individuo y al rescate de la precariedad y sobre todo el
equilibrio bélico-económico (‘weaponization’) derivado de los movimientos de
datos y plataformas de tecnologías de ultima generación que se constituyen en
3. una confrontación geo-económica entre los Estados Unidos, China y Europa. La
guerra comercial ha derivado en una guerra tecnológica.
¿Habrá en el nuevo modelo consenso o autarquía?