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 misiones y predicación
 celebraciones y oración
 diálogo y comunidad
 e s t u d i o s y r e f l e x i ó n
La actualidad de Tomás de Aquino
por Tina Beattie
Publicamos en Jubileo 13 cuatro de los ocho artículos de Tina Beattie que apare-
cieron en 2012 en el periódico británico The Guardian. Presentamos ahora los
otros cuatro. En el último la autora apunta hacia la vigencia actual del Aquinate.
V. ¿Qué significa ser humano?
Para Tomás de Aquino, el ser humano es paradóji-
co. En cuanto "animales racionales", somos la única
especie que se halla a un lado y otro del confín entre
la materia y el espíritu. No solo habitamos en el
mundo material: también lo interpretamos, discer-
nimos el orden dentro de él, obtenemos significados
a partir de él y actuamos de manera decisiva sobre
él. Nuestros intelectos trascienden sus límites mate-
riales con libertad e imaginación únicas.
Esto se plantea hoy en día como la cuestión de
la consciencia. ¿Cómo fue que una especie dio un
salto en la trayectoria
evolutiva y adquirió una
capacidad de reflexionar
sobre su existencia den-
tro de un mundo del
que forma parte y a
cuyas leyes se halla suje-
ta? Preguntas como esta
son fundamentales para
comprender qué signifi-
ca ser humano.
En la vena de pen-
sadores como René
Descartes e Immanuel
Kant, los filósofos mo-
dernos tienden a pensar que nuestras mentes ra-
cionales imponen un significado al mundo. Tomás
entiende este proceso al revés. Nosotros obtene-
mos el conocimiento, primero, por medio de nues-
tros sentidos, y nuestro intelecto se despliega gra-
dualmente a través de nuestras experiencias y de-
seos corporales. En este punto, el Aquinate se halla
más cerca de David Hume que de Kant. Las cosas
bellas despiertan nuestro deseo, lo cual lleva a
formar conceptos, avivar la comprensión y atribuir
significado. Enriquecida con una apreciación más
profunda de la fuente de la belleza y la bondad,
nuestra comprensión se transforma en amor y
nuestro deseo retorna nuevamente a los objetos a
fin de expresar este amor. El amor, el conocimien-
to y la bondad son inseparables. La bondad que
percibimos deriva del hecho de que los seres crea-
dos participan en la
bondad y el amor de
Dios. Lo cual da razón
del orden y la belleza
de la naturaleza y de
nuestra respuesta a ello.
Para santo Tomás,
nuestro deseo de Dios
es el vínculo entre la
consciencia y la mate-
ria. Dios es el medio
vivo e inteligente en
cuyo ámbito los cuer-
pos y las almas se
atraen recíprocamente
en un universo coherente y ordenado. Valdría decir
que el deseo es la energía que crea conexiones
invisibles entre los seres en el ámbito del ser de
Dios. La materia adquiere forma y fluye hacia Dios
en la vasta diversidad de la creación conforme van
surgiendo diferentes formas de vida. Esto significa
14
2
que ser bueno consiste en florecer y realizar la
potencialidad que corresponde a cada tipo particu-
lar de ser. Así como una lavadora es buena cuando
hace aquello para lo cual fue diseñada, igualmente
una criatura humana es buena cuando vive en con-
formidad con aquello para lo cual fue creada. Esta
es una idea del bien más amplia que la simple mo-
ralidad. La moralidad cumple un papel importante,
pero Tomás considera que una vida buena es más
que atenerse a normas de moralidad.
Tomás se vale de Aristóteles para explicar todo
esto filosóficamente, pero desde un punto de vista
doctrinal, la criatura humana hecha a imagen de Dios
se relaciona con la comprensión cristiana de la Trini-
dad. Todo deseo se orienta hacia el Dios Trinitario, a
cuya imagen hemos sido creados y a quién somos
atraídos como al fin y significado últimos de nuestras
vidas. Dios es unidad en tres personas en virtud de
unas relaciones inefables de amor generativo, comu-
nicativo y creativo; el alma humana refleja esto por su
capacidad de comprender, interpretar y amar al mun-
do. La reflexión racional nos ayuda en esta tarea, pero
la razón por sí sola no puede hacer que actuemos.
Nuestra razón debe informar a nuestra voluntad, la
cual a su vez nos permite materializar nuestros de-
seos al dirigir nuestras acciones hacia los efectos bus-
cados. Así, en nuestro comprender, amar y comuni-
car reflejamos apenas la vida de la Trinidad.
Sin embargo, nuestro deseo también padece
distorsión y engaño. Confundimos la naturaleza del
bien y caemos en obsesiones y adicciones que nos
esclavizan. Si queremos de veras una vida buena y
ser realmente libres, debemos comprender y encau-
zar nuestros deseos a fin de liberarnos de sus in-
fluencias potencialmente seductoras y destructivas.
Hablar de pecado no es popular hoy en día.
Tomás habría dicho quizá que hubiese sido mejor
buscar otra palabra. Como quiera que lo llamemos,
el deseo distorsionado (concupiscentia) tal como él lo
entendió podría ofrecer una intuición psicológica
de por qué el consumismo es una ideología des-
tructiva. Hay cierto tipo de ateísmo y cierto tipo de
consumo que bien podrían ir de la mano. Cuanto
más negamos nuestro deseo más profundo de la
belleza y la bondad que santo Tomás llama a Dios,
tanto más insaciables se tornan nuestros apetitos.
Cuando no logramos comprender que nuestro
deseo más profundo versa sobre algo que este
mundo no puede ofrecernos, que nuestra sed de
conocimiento jamás podrá ser satisfecha por la
sola ciencia, corremos el riesgo de quedar siempre
frustrados e insatisfechos en nuestros deseos ince-
santes de poseer y controlar todo lo que nos rodea.
Como cantan los Rolling Stones: "No puedo obte-
ner satisfacción, porque trato y trato y trato y tra-
to…". Tomás diría que nuestro deseo nos lleva
hacia una fuente de gozo más allá del horizonte de
esta vida mortal, y ello solo si aceptamos que so-
mos libres para conocer y disfrutar de las cosas de
la creación de forma equilibrada y armoniosa.
La próxima semana vamos a ver cómo se en-
tiende esto en el contexto de la ley natural.
VI. La ley natural
La interpretación aristotélica que hace Tomás de
Aquino de la ley natural ha conformado el derecho
y la política en el mundo occidental, a pesar de que
es una sección de menor importancia en la Summa
theologiae (ST I-II.94). Forma parte de una explica-
ción más amplia de cuatro niveles de ley (ST I-II.90-
104). La ley eterna es incomprensible para nosotros,
puesto que es el orden del cual depende todo orden.
No podemos pensar por sobre las leyes mediante
las cuales pensamos. La ley divina se revela en las
Sagradas Escrituras y tiene importancia significativa
solo para quienes aceptan la autoridad de estas. La
ley natural es la que todos tenemos en común. Con-
cierne a nuestra capacidad racional para discernir los
principios generales en el orden de la naturaleza que
nos permiten florecer como especie humana en
nuestra vida en común, puesto que por naturaleza
somos animales sociales. Hoy en día, valdría decir
que está en nuestro ADN.
La ley humana es la interpretación de la ley
natural en diferentes contextos (ST I-II.95-97).
Al igual que Aristóteles, Tomás creía que las
leyes solo conciernen a la especie humana, de
modo que el bien común precede al bien indivi-
dual – pero en una sociedad justa no hay conflic-
to entre ellos. Esto significa que la ley no trata
de la moralidad individual, y se debe legislar so-
bre los vicios individuales solamente cuando son
una amenaza de daño para otros. Pero a diferen-
cia de Aristóteles, Tomás creía que una cons-
ciencia bien formada tiene precedencia por sobre
la ley. Así, nadie debe obedecer una ley que con-
sidera injusta, porque las leyes que contradicen la
razón no son leyes. Es más, las leyes deben tener
3
suficiente flexibilidad para no aplicarse cuando
es necesario en aras del bien común.
La ley natural es compatible con diferentes
culturas y religiones, pero son injustas las socieda-
des cuyas leyes violan la ley natural.
Los pensadores modernos que recurren a la ley
natural como fundamento de la moralidad pierden a
menudo de vista el iusnaturalismo del Aquinate, al
presentarlo como si fuera una capacidad racional
trascendente o un mandato divino que anula nues-
tros instintos y deseos naturales.
Esto se manifiesta en el propó-
sito racionalista de conquistar la
naturaleza (lo cual se vuelve
ahora contra nosotros como
amenaza de catástrofe ambien-
tal), y en el intento de la iglesia
católica de usar la política y el
derecho para imponer sus pun-
tos de vista sobre la sexualidad a
contracorriente del cambio de
costumbres sociales.
Tomás de Aquino sostiene
que las leyes deben cambiar para
reflejar las costumbres (si bien
estas no pueden cambiar la ley
natural o la ley divina). Tocaré
dos cuestiones relacionadas con
esto, que ponen de manifiesto una brecha cada vez
mayor entre la jerarquía católica y la cultura moder-
na, y también con muchos católicos.
La contracepción. Tomás de Aquino creía que el
acto sexual debe procurar la procreación a fin de
preservar la especie (ST II-II.153.2). También creía
que los niños necesitan ser criados en un ambiente
de amor y que el matrimonio es el medio adecuado
para ello. Pero hoy en día sabemos que las mujeres
no siempre son fértiles, y que la actividad sexual aun
entre los animales parece ser menos funcional de lo
que Tomás creía. La evolución del papel de las mu-
jeres es también una transformación en la cultura y
las costumbres que requiere un replanteamiento
radical de las leyes y de la ética reproductiva. La
prohibición del control artificial de la natalidad tiene
poco sustento en esta interpretación de la ley natu-
ral, especialmente porque va en contra de la práctica
habitual de muchos católicos y no católicos.
La homosexualidad. Una vez que se acepta que
el amor sexual no procreativo es bueno, el argumen-
to de la ley natural contra la homosexualidad se
torna insostenible. Lo que sigue siendo central des-
de una perspectiva tomista es ver qué significa una
vida buena en criaturas sexua-
das, cuyas relaciones reflejan el
amor de Dios y respetan la
dignidad del ser humano crea-
do a su imagen.
La ley natural es nuestra
capacidad racional de interpre-
tar las leyes de la naturaleza con
el fin de utilizar bien nuestro
conocimiento científico. Esto
sigue siendo relevante, aun si
nuestra ciencia es muy diferen-
te de la de tiempos del Aquina-
te, como lo vemos en los de-
bates sobre las implicaciones
éticas de las leyes de la evolu-
ción. Los darwinianos de prin-
cipios del siglo XX que soste-
nían la eugenesia se atenían a un tipo de ley natural
derivada de la ciencia evolutiva, y los debates ac-
tuales en este blog acerca del altruismo genético
representan otra forma de ley natural. Ambos si-
guen al Aquinate en cuanto expresan el deseo de
discernir orden y bondad en vez de azar y futilidad
en lo que la ciencia nos revela acerca de la natura-
leza. Pero si la eugenesia evolutiva puede ser de-
fendida racionalmente al igual que el altruismo
evolutivo, entonces ¿por qué creemos que una es
mala y el otro es bueno? Tomás diría: porque este
respeta la dignidad del ser humano hecho a la ima-
gen de Dios y aquella la viola; pero sin esta pers-
pectiva, la respuesta no es tan clara.
VII. La cuestión del mal
El problema del mal sigue generando una vasta
literatura, pero el mal no es para el Aquinate ese
problema insuperable que es para muchos pensa-
dores modernos. El mal es parte simplemente de la
forma como es el mundo. Esta discusión es tratada
en la Summa theologiae, Iª parte, cuestión 49.
Tomás entiende el mal en términos aristotélicos
de potencia y acto, causa y efecto, carencia y per-
fección, en un contexto teleológico en el cual toda
forma de existencia tiene un significado y propósi-
to particular ordenado a su propio bien. El mal
puede ser explicado en términos metafísicos, físi-
4
cos o morales, pero implica siempre no sólo au-
sencia de algún bien, sino también ausencia de un
bien que corresponde propiamente a una especie.
Para un ser humano no es un mal carecer, diga-
mos, de la fuerza de un león.
La mera existencia es buena, por lo cual el
mal no existe, a no ser como carencia o priva-
ción de algún bien que un ser debe tener. Por lo
tanto, solo podemos admitir el mal en el contex-
to de una comprensión previa del bien de cual-
quier ser. Si el mal aniquilara por completo el
bien, tendría que aniquilarse a sí mismo, porque
depende del bien que es la existencia para mani-
festarse como una carencia.
Desde una perspectiva metafísica, Tomás
afirma que el mundo es mejor por el hecho de
incluir el mal, porque el mal sirve un bien mayor.
El mal natural contribuye a la bondad de crea-
ción, y Dios inflige a veces el mal como castigo a
fin de mantener el orden justo del universo. Los
leones matan asnos, el fuego consume el aire, los
seres humanos aprenden a corregir errores y a
soportar el sufrimiento, todo lo cual es natural y
bueno. En cambio, proyectar en Dios la morali-
dad es un desarrollo del teísmo moderno y del
giro filosófico de una visión natural de la razón a
una visión metafísica. Para santo Tomás, la bon-
dad de Dios está más allá de todas las definicio-
nes del bien, y nosotros no podemos llamar a
cuentas a Dios en virtud de nuestros estándares
morales. Por supuesto, el mundo podría haber
sido diferente de como es, pero entonces sería otro
mundo distinto y el mundo que Dios creó es este.
En una perspectiva natural, el mal puede ser
una potencialidad no realizada, o bien una priva-
ción no intencional de alguna potencialidad par-
ticular de una especie. La incapacidad de caminar
de una nenita es algo malo en la medida en que
ella es tan solo potencialmente humana a cabali-
dad; pero si tiene algún tipo de discapacidad que
le impida caminar, entonces lo malo es que care-
ce de una capacidad que es buena para la especie
humana. Lo cual es diferente, digamos, de la
potencialidad para llegar a ser un gran músico, la
cual sería entonces una potencialidad no realiza-
da y una carencia solo en quienes cuentan con
aptitudes para convertirse en músicos, pero no
en el sentido genérico de lo que se requiere para
actualizar la propia potencialidad humana.
El mal moral se produce cuando una persona
hace o deja de hacer intencionalmente algo que le
impide a ella misma u otra persona realizar su
potencialidad humana; esto es causado por un
defecto de la voluntad, es decir, por una falla en la
comprensión de lo que es bueno. Tomás no cree
que podamos desear racionalmente el mal, porque
solo podemos desear lo que existe. La inmorali-
dad se produce cuando buscamos a sabiendas
algo que es bueno en sí mismo, pero es malo para
nosotros en el sentido de qué significa ser hu-
mano. Tales actos son susceptibles del castigo de
Dios y del castigo conforme a la ley cuando ame-
nazan el bien común de la sociedad.
Algunos podrían acusar al Aquinate de optimis-
mo volteriano, otros de sostener una visión punitiva
y tiránica de Dios. Con todo, pregunto: ¿qué sucede
si aplicamos su comprensión del mal como carencia
a uno de lo más catastrófico de todos los males
morales? ¿Podría acaso entenderse el Holocausto
solo en términos de una mera carencia?
Los campos de concentración fueron la ins-
tancia más extrema de privación deliberada de
todos los bienes humanos necesarios para ser
realmente humano: no solo los bienes materiales
básicas, también la dignidad, la comunidad, el
amor, la confianza, la ley y la vida misma. Si dijé-
ramos que esto fue más que una mera privación,
que fue causado por la presencia activa del mal,
¿no reduciríamos con ello la responsabilidad
humana? La compresión de la moral de Tomás
de Aquino nos hace absolutamente responsables
de nuestras actividades intencionales y no permi-
te ninguna excusa por recurso a una fuerza ma-
ligna que manipula nuestra voluntad. A no ser
que padezcamos una falla o un defecto en nues-
tras facultades racionales naturales que mengüe
nuestra responsabilidad, tenemos que dar cuenta
de lo que hacemos o dejamos de hacer intencio-
nalmente. Esto sigue siendo un criterio funda-
mental de la forma como rige el derecho.
Cuando enfrentamos los horrores genocidas
del siglo XX, muchos podrían considerar que
esta explicación del mal como mera carencia es
muy problemática. Con todo, si rehusamos fijar
el poder del mal moral en cualquier otra parte
que no sea en la voluntad humana, la visión de la
moralidad del Aquinate nos confronta con la
pregunta que hizo el Rabino Eliezer Berkovits:
no dónde estaba Dios en Auschwitz, sino ¿dón-
de estaba el hombre?
5
VIII. Actualidad de Tomás de Aquino
¿Por qué leer a Tomás de Aquino hoy en día? Para
los católicos y quienes se interesan por la teología la
respuesta es obvia, pero su influencia se extiende más
allá. Él fue uno de los más grandes intérpretes me-
dievales de Aristóteles. Quien quiera entender cómo
es que la fusión del cristianismo bíblico con la filoso-
fía griega haya dejado una huella permanente en la
cultura occidental, la historia y el conocimiento, bien
puede beneficiarse con la comprensión de sus ideas.
Las universidades modernas todavía se organizan
de acuerdo con un modelo aristotélico que fue con-
formado por el Aquinate y sus
contemporáneos. El ascenso del
racionalismo occidental se pue-
de remontar al esfuerzo medie-
val por universalizar el conoci-
miento a través del plan de
estudios universitario, al igual
que el de integrar la teología y la
filosofía a fin de discernir un
orden racional en el universo.
Algunos estudiosos retrotraen
los orígenes de la ciencia mo-
derna hasta este esfuerzo por
examinar e interpretar la natura-
leza en conformidad con las
leyes racionales de causa y efec-
to. Con el tiempo, la ciencia y la filosofía se emanci-
parían de las influencias confesionales, pero fue la
filosofía aristotélica, interpretada por pensadores
islámicos, judíos y cristianos, la que creó las condi-
ciones para que la "ciencia moderna" fuera posible.
La fe de la modernidad en la ciencia y el pro-
greso ha traído beneficios pero también desastres.
Frente a una catástrofe ambiental que se avecina,
mirando hacia atrás el sangriento rastro del impe-
rialismo, la guerra y el genocidio que la moderni-
dad ha dejado a su paso, tenemos que repensar el
papel de la razón, la ciencia y la tecnología en la
conformación de la sociedad y el comportamiento
humano. Tomás de Aquino nos recuerda que la
sabiduría es algo más que saber cómo funcionan
las cosas o qué tan útiles son. Tiene que ver con
discernir el significado al igual que los hechos, con
preguntarnos no solo qué podemos hacer sino
también qué debemos hacer a fin de lograr un
mundo en el que florezca la humanidad.
En su comprensión del derecho y la política,
el aristotelismo medieval ha tenido una influen-
cia perdurable. La convicción de que el derecho
según el Aquinate debe estar ordenado al bien
común, debe adaptarse a las costumbres y cultu-
ras y ser conformado por una reflexión sabia
acerca de las leyes de la naturaleza, ofrece una
comprensión coherente e integrada de la justicia,
el derecho y la virtud. Algunos pensadores, co-
mo Amartya Sen y Martha Nussbaum, sostienen
que el aristotelismo ofrece un enfoque mejor del
desarrollo humano que muchos modelos eco-
nómicos y políticos modernos.
Tomás de Aquino fue un
pensador radical que estuvo
bajo sospecha de las autori-
dades iglesia por su entu-
siasmo en pro del "pagano"
Aristóteles. Su apertura a
nuevas ideas, y la acuciosidad
con que las estudió y refle-
xionó sobre ellas, son un
ejemplo de la humildad, de-
dicación y paciencia que con-
lleva la verdadera estudiosi-
dad. Por supuesto, su visión
del mundo es diferente de la
nuestra, y muchas de sus
ideas científicas están equi-
vocadas. Sin embargo, él se halla en algunos as-
pectos más cerca de los descubrimientos de la
ciencia moderna que la filosofía de la Ilustración.
Su comprensión de la animalidad de la especie
humana y del naturalismo de la razón es compati-
ble con la neurociencia y la biología evolutiva,
salvo cuando estas emiten juicios infundados
acerca de la existencia de Dios dentro del campo
limitado del empirismo científico. La física cuán-
tica reabre preguntas acerca de la consciencia, la
forma y la materia, que son fundamentales en la
cosmología del Aquinate.
Hay también hay mucho que criticar. Algunas
de las ideas del Aquinate, por ejemplo que los
herejes deben ser condenados a muerte por el
bien común si se niegan a retractarse, son seria-
mente cuestionables. Sin embargo, a no ser que
uno sea pacifista radical, hay cuestiones que se
siguen debatiendo sobre cuándo un ser humano
podría matar legítimamente a un semejante, ya sea
en defensa propia o por razones de justicia. El
pensamiento de Tomás de Aquino sobre la pena
6
de muerte dejó de marcar al derecho occidental –
salvo en algunos estados de la Unión Americana–,
pero su teoría de la guerra justa sigue siendo tan
relevante hoy como lo fue en el siglo XIII.
La obra del Aquinate estuvo libre de la misogi-
nia viciosa que se encuentra en algunos textos me-
dievales, pero sí que tenía un problema con las
mujeres y utilizó argumentos aristotélicos al igual
que textos bíblicos para justificar su exclusión de la
vida pública y del liderazgo. Si Tomás y sus con-
temporáneos no hubieran excluido a las mujeres de
la educación universitaria, ¡qué diferentes habrían
sido la historia y el conocimiento en el mundo
occidental! Una lectura feminista crítica del Aqui-
nate puede ayudarnos a entender algunos de los
valores y creencias que pesan todavía y marcan las
actitudes modernas para con las mujeres.
Finalmente, Tomás de Aquino forma parte de
una tradición viva que ha influido en incontables
vidas y ha dejado una profunda huella en la historia
occidental. Visitar una catedral medieval, recorrer la
National Gallery, leer a Dante o Chaucer, escuchar
una misa de los grandes compositores: son todas
experiencias que requieren una cierta comprensión
de las creencias que conformaron el mundo de To-
más de Aquino. Puede que no tengamos esas creen-
cias, pero si no estamos dispuestos a tratar de enten-
derlas, ¿podríamos acaso comprender en verdad
quiénes somos en nuestros vínculos con la historia y
la cultura que nos han formado? [Tr. Francisco Quijano]

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Jubileo 14

  • 1. 1  misiones y predicación  celebraciones y oración  diálogo y comunidad  e s t u d i o s y r e f l e x i ó n La actualidad de Tomás de Aquino por Tina Beattie Publicamos en Jubileo 13 cuatro de los ocho artículos de Tina Beattie que apare- cieron en 2012 en el periódico británico The Guardian. Presentamos ahora los otros cuatro. En el último la autora apunta hacia la vigencia actual del Aquinate. V. ¿Qué significa ser humano? Para Tomás de Aquino, el ser humano es paradóji- co. En cuanto "animales racionales", somos la única especie que se halla a un lado y otro del confín entre la materia y el espíritu. No solo habitamos en el mundo material: también lo interpretamos, discer- nimos el orden dentro de él, obtenemos significados a partir de él y actuamos de manera decisiva sobre él. Nuestros intelectos trascienden sus límites mate- riales con libertad e imaginación únicas. Esto se plantea hoy en día como la cuestión de la consciencia. ¿Cómo fue que una especie dio un salto en la trayectoria evolutiva y adquirió una capacidad de reflexionar sobre su existencia den- tro de un mundo del que forma parte y a cuyas leyes se halla suje- ta? Preguntas como esta son fundamentales para comprender qué signifi- ca ser humano. En la vena de pen- sadores como René Descartes e Immanuel Kant, los filósofos mo- dernos tienden a pensar que nuestras mentes ra- cionales imponen un significado al mundo. Tomás entiende este proceso al revés. Nosotros obtene- mos el conocimiento, primero, por medio de nues- tros sentidos, y nuestro intelecto se despliega gra- dualmente a través de nuestras experiencias y de- seos corporales. En este punto, el Aquinate se halla más cerca de David Hume que de Kant. Las cosas bellas despiertan nuestro deseo, lo cual lleva a formar conceptos, avivar la comprensión y atribuir significado. Enriquecida con una apreciación más profunda de la fuente de la belleza y la bondad, nuestra comprensión se transforma en amor y nuestro deseo retorna nuevamente a los objetos a fin de expresar este amor. El amor, el conocimien- to y la bondad son inseparables. La bondad que percibimos deriva del hecho de que los seres crea- dos participan en la bondad y el amor de Dios. Lo cual da razón del orden y la belleza de la naturaleza y de nuestra respuesta a ello. Para santo Tomás, nuestro deseo de Dios es el vínculo entre la consciencia y la mate- ria. Dios es el medio vivo e inteligente en cuyo ámbito los cuer- pos y las almas se atraen recíprocamente en un universo coherente y ordenado. Valdría decir que el deseo es la energía que crea conexiones invisibles entre los seres en el ámbito del ser de Dios. La materia adquiere forma y fluye hacia Dios en la vasta diversidad de la creación conforme van surgiendo diferentes formas de vida. Esto significa 14
  • 2. 2 que ser bueno consiste en florecer y realizar la potencialidad que corresponde a cada tipo particu- lar de ser. Así como una lavadora es buena cuando hace aquello para lo cual fue diseñada, igualmente una criatura humana es buena cuando vive en con- formidad con aquello para lo cual fue creada. Esta es una idea del bien más amplia que la simple mo- ralidad. La moralidad cumple un papel importante, pero Tomás considera que una vida buena es más que atenerse a normas de moralidad. Tomás se vale de Aristóteles para explicar todo esto filosóficamente, pero desde un punto de vista doctrinal, la criatura humana hecha a imagen de Dios se relaciona con la comprensión cristiana de la Trini- dad. Todo deseo se orienta hacia el Dios Trinitario, a cuya imagen hemos sido creados y a quién somos atraídos como al fin y significado últimos de nuestras vidas. Dios es unidad en tres personas en virtud de unas relaciones inefables de amor generativo, comu- nicativo y creativo; el alma humana refleja esto por su capacidad de comprender, interpretar y amar al mun- do. La reflexión racional nos ayuda en esta tarea, pero la razón por sí sola no puede hacer que actuemos. Nuestra razón debe informar a nuestra voluntad, la cual a su vez nos permite materializar nuestros de- seos al dirigir nuestras acciones hacia los efectos bus- cados. Así, en nuestro comprender, amar y comuni- car reflejamos apenas la vida de la Trinidad. Sin embargo, nuestro deseo también padece distorsión y engaño. Confundimos la naturaleza del bien y caemos en obsesiones y adicciones que nos esclavizan. Si queremos de veras una vida buena y ser realmente libres, debemos comprender y encau- zar nuestros deseos a fin de liberarnos de sus in- fluencias potencialmente seductoras y destructivas. Hablar de pecado no es popular hoy en día. Tomás habría dicho quizá que hubiese sido mejor buscar otra palabra. Como quiera que lo llamemos, el deseo distorsionado (concupiscentia) tal como él lo entendió podría ofrecer una intuición psicológica de por qué el consumismo es una ideología des- tructiva. Hay cierto tipo de ateísmo y cierto tipo de consumo que bien podrían ir de la mano. Cuanto más negamos nuestro deseo más profundo de la belleza y la bondad que santo Tomás llama a Dios, tanto más insaciables se tornan nuestros apetitos. Cuando no logramos comprender que nuestro deseo más profundo versa sobre algo que este mundo no puede ofrecernos, que nuestra sed de conocimiento jamás podrá ser satisfecha por la sola ciencia, corremos el riesgo de quedar siempre frustrados e insatisfechos en nuestros deseos ince- santes de poseer y controlar todo lo que nos rodea. Como cantan los Rolling Stones: "No puedo obte- ner satisfacción, porque trato y trato y trato y tra- to…". Tomás diría que nuestro deseo nos lleva hacia una fuente de gozo más allá del horizonte de esta vida mortal, y ello solo si aceptamos que so- mos libres para conocer y disfrutar de las cosas de la creación de forma equilibrada y armoniosa. La próxima semana vamos a ver cómo se en- tiende esto en el contexto de la ley natural. VI. La ley natural La interpretación aristotélica que hace Tomás de Aquino de la ley natural ha conformado el derecho y la política en el mundo occidental, a pesar de que es una sección de menor importancia en la Summa theologiae (ST I-II.94). Forma parte de una explica- ción más amplia de cuatro niveles de ley (ST I-II.90- 104). La ley eterna es incomprensible para nosotros, puesto que es el orden del cual depende todo orden. No podemos pensar por sobre las leyes mediante las cuales pensamos. La ley divina se revela en las Sagradas Escrituras y tiene importancia significativa solo para quienes aceptan la autoridad de estas. La ley natural es la que todos tenemos en común. Con- cierne a nuestra capacidad racional para discernir los principios generales en el orden de la naturaleza que nos permiten florecer como especie humana en nuestra vida en común, puesto que por naturaleza somos animales sociales. Hoy en día, valdría decir que está en nuestro ADN. La ley humana es la interpretación de la ley natural en diferentes contextos (ST I-II.95-97). Al igual que Aristóteles, Tomás creía que las leyes solo conciernen a la especie humana, de modo que el bien común precede al bien indivi- dual – pero en una sociedad justa no hay conflic- to entre ellos. Esto significa que la ley no trata de la moralidad individual, y se debe legislar so- bre los vicios individuales solamente cuando son una amenaza de daño para otros. Pero a diferen- cia de Aristóteles, Tomás creía que una cons- ciencia bien formada tiene precedencia por sobre la ley. Así, nadie debe obedecer una ley que con- sidera injusta, porque las leyes que contradicen la razón no son leyes. Es más, las leyes deben tener
  • 3. 3 suficiente flexibilidad para no aplicarse cuando es necesario en aras del bien común. La ley natural es compatible con diferentes culturas y religiones, pero son injustas las socieda- des cuyas leyes violan la ley natural. Los pensadores modernos que recurren a la ley natural como fundamento de la moralidad pierden a menudo de vista el iusnaturalismo del Aquinate, al presentarlo como si fuera una capacidad racional trascendente o un mandato divino que anula nues- tros instintos y deseos naturales. Esto se manifiesta en el propó- sito racionalista de conquistar la naturaleza (lo cual se vuelve ahora contra nosotros como amenaza de catástrofe ambien- tal), y en el intento de la iglesia católica de usar la política y el derecho para imponer sus pun- tos de vista sobre la sexualidad a contracorriente del cambio de costumbres sociales. Tomás de Aquino sostiene que las leyes deben cambiar para reflejar las costumbres (si bien estas no pueden cambiar la ley natural o la ley divina). Tocaré dos cuestiones relacionadas con esto, que ponen de manifiesto una brecha cada vez mayor entre la jerarquía católica y la cultura moder- na, y también con muchos católicos. La contracepción. Tomás de Aquino creía que el acto sexual debe procurar la procreación a fin de preservar la especie (ST II-II.153.2). También creía que los niños necesitan ser criados en un ambiente de amor y que el matrimonio es el medio adecuado para ello. Pero hoy en día sabemos que las mujeres no siempre son fértiles, y que la actividad sexual aun entre los animales parece ser menos funcional de lo que Tomás creía. La evolución del papel de las mu- jeres es también una transformación en la cultura y las costumbres que requiere un replanteamiento radical de las leyes y de la ética reproductiva. La prohibición del control artificial de la natalidad tiene poco sustento en esta interpretación de la ley natu- ral, especialmente porque va en contra de la práctica habitual de muchos católicos y no católicos. La homosexualidad. Una vez que se acepta que el amor sexual no procreativo es bueno, el argumen- to de la ley natural contra la homosexualidad se torna insostenible. Lo que sigue siendo central des- de una perspectiva tomista es ver qué significa una vida buena en criaturas sexua- das, cuyas relaciones reflejan el amor de Dios y respetan la dignidad del ser humano crea- do a su imagen. La ley natural es nuestra capacidad racional de interpre- tar las leyes de la naturaleza con el fin de utilizar bien nuestro conocimiento científico. Esto sigue siendo relevante, aun si nuestra ciencia es muy diferen- te de la de tiempos del Aquina- te, como lo vemos en los de- bates sobre las implicaciones éticas de las leyes de la evolu- ción. Los darwinianos de prin- cipios del siglo XX que soste- nían la eugenesia se atenían a un tipo de ley natural derivada de la ciencia evolutiva, y los debates ac- tuales en este blog acerca del altruismo genético representan otra forma de ley natural. Ambos si- guen al Aquinate en cuanto expresan el deseo de discernir orden y bondad en vez de azar y futilidad en lo que la ciencia nos revela acerca de la natura- leza. Pero si la eugenesia evolutiva puede ser de- fendida racionalmente al igual que el altruismo evolutivo, entonces ¿por qué creemos que una es mala y el otro es bueno? Tomás diría: porque este respeta la dignidad del ser humano hecho a la ima- gen de Dios y aquella la viola; pero sin esta pers- pectiva, la respuesta no es tan clara. VII. La cuestión del mal El problema del mal sigue generando una vasta literatura, pero el mal no es para el Aquinate ese problema insuperable que es para muchos pensa- dores modernos. El mal es parte simplemente de la forma como es el mundo. Esta discusión es tratada en la Summa theologiae, Iª parte, cuestión 49. Tomás entiende el mal en términos aristotélicos de potencia y acto, causa y efecto, carencia y per- fección, en un contexto teleológico en el cual toda forma de existencia tiene un significado y propósi- to particular ordenado a su propio bien. El mal puede ser explicado en términos metafísicos, físi-
  • 4. 4 cos o morales, pero implica siempre no sólo au- sencia de algún bien, sino también ausencia de un bien que corresponde propiamente a una especie. Para un ser humano no es un mal carecer, diga- mos, de la fuerza de un león. La mera existencia es buena, por lo cual el mal no existe, a no ser como carencia o priva- ción de algún bien que un ser debe tener. Por lo tanto, solo podemos admitir el mal en el contex- to de una comprensión previa del bien de cual- quier ser. Si el mal aniquilara por completo el bien, tendría que aniquilarse a sí mismo, porque depende del bien que es la existencia para mani- festarse como una carencia. Desde una perspectiva metafísica, Tomás afirma que el mundo es mejor por el hecho de incluir el mal, porque el mal sirve un bien mayor. El mal natural contribuye a la bondad de crea- ción, y Dios inflige a veces el mal como castigo a fin de mantener el orden justo del universo. Los leones matan asnos, el fuego consume el aire, los seres humanos aprenden a corregir errores y a soportar el sufrimiento, todo lo cual es natural y bueno. En cambio, proyectar en Dios la morali- dad es un desarrollo del teísmo moderno y del giro filosófico de una visión natural de la razón a una visión metafísica. Para santo Tomás, la bon- dad de Dios está más allá de todas las definicio- nes del bien, y nosotros no podemos llamar a cuentas a Dios en virtud de nuestros estándares morales. Por supuesto, el mundo podría haber sido diferente de como es, pero entonces sería otro mundo distinto y el mundo que Dios creó es este. En una perspectiva natural, el mal puede ser una potencialidad no realizada, o bien una priva- ción no intencional de alguna potencialidad par- ticular de una especie. La incapacidad de caminar de una nenita es algo malo en la medida en que ella es tan solo potencialmente humana a cabali- dad; pero si tiene algún tipo de discapacidad que le impida caminar, entonces lo malo es que care- ce de una capacidad que es buena para la especie humana. Lo cual es diferente, digamos, de la potencialidad para llegar a ser un gran músico, la cual sería entonces una potencialidad no realiza- da y una carencia solo en quienes cuentan con aptitudes para convertirse en músicos, pero no en el sentido genérico de lo que se requiere para actualizar la propia potencialidad humana. El mal moral se produce cuando una persona hace o deja de hacer intencionalmente algo que le impide a ella misma u otra persona realizar su potencialidad humana; esto es causado por un defecto de la voluntad, es decir, por una falla en la comprensión de lo que es bueno. Tomás no cree que podamos desear racionalmente el mal, porque solo podemos desear lo que existe. La inmorali- dad se produce cuando buscamos a sabiendas algo que es bueno en sí mismo, pero es malo para nosotros en el sentido de qué significa ser hu- mano. Tales actos son susceptibles del castigo de Dios y del castigo conforme a la ley cuando ame- nazan el bien común de la sociedad. Algunos podrían acusar al Aquinate de optimis- mo volteriano, otros de sostener una visión punitiva y tiránica de Dios. Con todo, pregunto: ¿qué sucede si aplicamos su comprensión del mal como carencia a uno de lo más catastrófico de todos los males morales? ¿Podría acaso entenderse el Holocausto solo en términos de una mera carencia? Los campos de concentración fueron la ins- tancia más extrema de privación deliberada de todos los bienes humanos necesarios para ser realmente humano: no solo los bienes materiales básicas, también la dignidad, la comunidad, el amor, la confianza, la ley y la vida misma. Si dijé- ramos que esto fue más que una mera privación, que fue causado por la presencia activa del mal, ¿no reduciríamos con ello la responsabilidad humana? La compresión de la moral de Tomás de Aquino nos hace absolutamente responsables de nuestras actividades intencionales y no permi- te ninguna excusa por recurso a una fuerza ma- ligna que manipula nuestra voluntad. A no ser que padezcamos una falla o un defecto en nues- tras facultades racionales naturales que mengüe nuestra responsabilidad, tenemos que dar cuenta de lo que hacemos o dejamos de hacer intencio- nalmente. Esto sigue siendo un criterio funda- mental de la forma como rige el derecho. Cuando enfrentamos los horrores genocidas del siglo XX, muchos podrían considerar que esta explicación del mal como mera carencia es muy problemática. Con todo, si rehusamos fijar el poder del mal moral en cualquier otra parte que no sea en la voluntad humana, la visión de la moralidad del Aquinate nos confronta con la pregunta que hizo el Rabino Eliezer Berkovits: no dónde estaba Dios en Auschwitz, sino ¿dón- de estaba el hombre?
  • 5. 5 VIII. Actualidad de Tomás de Aquino ¿Por qué leer a Tomás de Aquino hoy en día? Para los católicos y quienes se interesan por la teología la respuesta es obvia, pero su influencia se extiende más allá. Él fue uno de los más grandes intérpretes me- dievales de Aristóteles. Quien quiera entender cómo es que la fusión del cristianismo bíblico con la filoso- fía griega haya dejado una huella permanente en la cultura occidental, la historia y el conocimiento, bien puede beneficiarse con la comprensión de sus ideas. Las universidades modernas todavía se organizan de acuerdo con un modelo aristotélico que fue con- formado por el Aquinate y sus contemporáneos. El ascenso del racionalismo occidental se pue- de remontar al esfuerzo medie- val por universalizar el conoci- miento a través del plan de estudios universitario, al igual que el de integrar la teología y la filosofía a fin de discernir un orden racional en el universo. Algunos estudiosos retrotraen los orígenes de la ciencia mo- derna hasta este esfuerzo por examinar e interpretar la natura- leza en conformidad con las leyes racionales de causa y efec- to. Con el tiempo, la ciencia y la filosofía se emanci- parían de las influencias confesionales, pero fue la filosofía aristotélica, interpretada por pensadores islámicos, judíos y cristianos, la que creó las condi- ciones para que la "ciencia moderna" fuera posible. La fe de la modernidad en la ciencia y el pro- greso ha traído beneficios pero también desastres. Frente a una catástrofe ambiental que se avecina, mirando hacia atrás el sangriento rastro del impe- rialismo, la guerra y el genocidio que la moderni- dad ha dejado a su paso, tenemos que repensar el papel de la razón, la ciencia y la tecnología en la conformación de la sociedad y el comportamiento humano. Tomás de Aquino nos recuerda que la sabiduría es algo más que saber cómo funcionan las cosas o qué tan útiles son. Tiene que ver con discernir el significado al igual que los hechos, con preguntarnos no solo qué podemos hacer sino también qué debemos hacer a fin de lograr un mundo en el que florezca la humanidad. En su comprensión del derecho y la política, el aristotelismo medieval ha tenido una influen- cia perdurable. La convicción de que el derecho según el Aquinate debe estar ordenado al bien común, debe adaptarse a las costumbres y cultu- ras y ser conformado por una reflexión sabia acerca de las leyes de la naturaleza, ofrece una comprensión coherente e integrada de la justicia, el derecho y la virtud. Algunos pensadores, co- mo Amartya Sen y Martha Nussbaum, sostienen que el aristotelismo ofrece un enfoque mejor del desarrollo humano que muchos modelos eco- nómicos y políticos modernos. Tomás de Aquino fue un pensador radical que estuvo bajo sospecha de las autori- dades iglesia por su entu- siasmo en pro del "pagano" Aristóteles. Su apertura a nuevas ideas, y la acuciosidad con que las estudió y refle- xionó sobre ellas, son un ejemplo de la humildad, de- dicación y paciencia que con- lleva la verdadera estudiosi- dad. Por supuesto, su visión del mundo es diferente de la nuestra, y muchas de sus ideas científicas están equi- vocadas. Sin embargo, él se halla en algunos as- pectos más cerca de los descubrimientos de la ciencia moderna que la filosofía de la Ilustración. Su comprensión de la animalidad de la especie humana y del naturalismo de la razón es compati- ble con la neurociencia y la biología evolutiva, salvo cuando estas emiten juicios infundados acerca de la existencia de Dios dentro del campo limitado del empirismo científico. La física cuán- tica reabre preguntas acerca de la consciencia, la forma y la materia, que son fundamentales en la cosmología del Aquinate. Hay también hay mucho que criticar. Algunas de las ideas del Aquinate, por ejemplo que los herejes deben ser condenados a muerte por el bien común si se niegan a retractarse, son seria- mente cuestionables. Sin embargo, a no ser que uno sea pacifista radical, hay cuestiones que se siguen debatiendo sobre cuándo un ser humano podría matar legítimamente a un semejante, ya sea en defensa propia o por razones de justicia. El pensamiento de Tomás de Aquino sobre la pena
  • 6. 6 de muerte dejó de marcar al derecho occidental – salvo en algunos estados de la Unión Americana–, pero su teoría de la guerra justa sigue siendo tan relevante hoy como lo fue en el siglo XIII. La obra del Aquinate estuvo libre de la misogi- nia viciosa que se encuentra en algunos textos me- dievales, pero sí que tenía un problema con las mujeres y utilizó argumentos aristotélicos al igual que textos bíblicos para justificar su exclusión de la vida pública y del liderazgo. Si Tomás y sus con- temporáneos no hubieran excluido a las mujeres de la educación universitaria, ¡qué diferentes habrían sido la historia y el conocimiento en el mundo occidental! Una lectura feminista crítica del Aqui- nate puede ayudarnos a entender algunos de los valores y creencias que pesan todavía y marcan las actitudes modernas para con las mujeres. Finalmente, Tomás de Aquino forma parte de una tradición viva que ha influido en incontables vidas y ha dejado una profunda huella en la historia occidental. Visitar una catedral medieval, recorrer la National Gallery, leer a Dante o Chaucer, escuchar una misa de los grandes compositores: son todas experiencias que requieren una cierta comprensión de las creencias que conformaron el mundo de To- más de Aquino. Puede que no tengamos esas creen- cias, pero si no estamos dispuestos a tratar de enten- derlas, ¿podríamos acaso comprender en verdad quiénes somos en nuestros vínculos con la historia y la cultura que nos han formado? [Tr. Francisco Quijano]