Enseñar en la escuela nocturna y aprender sobre la convivencia
1. Universidad ARCIS
Magíster en Educación y Cultura
El Estar Juntos en la Escuela
Javier Álvarez Capello
Profesor: Wilfredo Aliana
1
2. Aprender a vivir es madurar y, también educar: enseñar al otro, y sobre todo a uno
mismo. Apostrofar a alguien para decirle: “Te voy a enseñar a vivir”, significa a veces, en tono
de amenaza, voy a formarte, incluso voy a enderezarte […] ¿Se puede aprender a vivir? ¿Se
puede enseñar? ¿Se puede aprender, mediante la disciplina o la instrucción a través de la
experiencia o la experimentación, a aceptar o, mejor, a afirmar la vida? (Dérrida, 2007:21-22).
Durante más de diez años trabajé en la escuela nocturna, específicamente en el Liceo
Volcán San José, ubicado en la población El Volcán de la comuna de Puente Alto. Llegué ahí
gracias a una compañera de universidad, la cual me informó que necesitaban a un profesor de
lenguaje por unas pocas horas a la semana… acepté. Mi primera impresión fue un desastre
drogas, delincuencia, desorden, caos, suciedad, etc.
“La formación de los profesores y de las profesoras debía insistir en la constitución de
este saber necesario y que me da certeza de esta cosa obvia, que es la importancia innegable que
tiene para nosotros el entorno, social y económico en el que vivimos” (Freire, 2004: 62)
El estar en la sala de clases no ayudo mucho: pocos alumnos y cero interés por el estudio
(muchos de ellos estaban ahí por la exigencia de un juez, de lo contrario estarían presos), quería
renunciar esa misma noche, pero no lo hice.
Después de unas semanas comencé a tomar gusto por esto (no había dicho que mi
experiencia como profesor era casi nula y que estaba en el cuarto año de la carrera), planifiqué,
evalué, controlé, tenía una jefatura, etc. Todo en orden, todo bien, hasta que una noche una gresca
al interior de la sala de clases terminó con un alumno apuntando a otro con una pistola, ¿Qué era
2
3. esto?, ¿Cómo no me di cuenta en qué podía terminar? el alumno apuntó a su compañero, lo
amenazó, nos amenazo, luego corrió… nunca más volvió al liceo.
Lo anterior, que ameritaba, sin lugar a dudas, presentar una renuncia, me motivó…
¿Cómo enseñar, cómo formar sin estar abierto al contorno geográfico, social de los educandos?
(Freire, 2004: 62)
Todo de nuevo, antes de enseñar debía conocer la realidad concreta en la cual me estaba
desarrollando como docente; las condiciones materiales en que viven y bajo las que viven los
educandos, les condicionan la comprensión del mundo, la capacidad de responder a los desafíos,
de aprender y de aprehender lo que está fuera de estas condiciones. Tenía que ser menos distante,
no tan extraño a este mundo, tenía que adherirme a ellos, no ser sólo un reproductor de los
contenidos que son necesarios, según una institución legitimada (Ministerio de Educación)
“En el fondo reduzco la distancia que me separa de las malas condiciones en que viven
los explotados, cuando, apoyando realmente el sueño de la justicia, lucho por el cambio radical
del mundo y no sólo espero que llegue porque dice que habrá de llegar. No es con discursos
airados, sectarios, ineficaces, porque sólo dificultan todavía más mi comunicación con los
oprimidos, cómo disminuyo la distancia que hay entre la vida dura de los explotados y yo. Con
relación a mis alumnos, disminuyo la distancia que me separa de sus condiciones negativas de
vida en la medida en que los ayudo a aprender cualquier saber, el de tornero o el de cirujano,
con vistas al cambio de mundo, a la superación de las estructuras injustas, nunca con vistas a su
inmovilización” (Freire, 2004: 62)…
La educación es algo que tiene que ver con la vida, prepara para la vida, según palabras de
Jorge Larrosa, el profesor debe tener las ganas de hacer vivir, de hacer despertar a aquel que
3
4. nace, dotar a las personas de competencias vitales y, de esta forma, conservar al mundo, darle un
sentido a la vida.
Intenté disminuir la distancia que me separaba de las condiciones negativas de la vida de
mis alumnos (tomando las palabras de Freire), no fue fácil, pero al recorrer las calles, al
conversar con los alumnos y apoderados, al asistir a reuniones de juntas vecinales me di cuenta
del valor real de los conceptos de convivencia y conversación y de la crisis en la que se
encuentran.
“…la pregunta por el estar juntos en las instituciones educativas. Esa cuestión no tendría
sentido si no se la plantea, inicialmente, en los términos de la afección” (Skliar, 2010:101).
En medio de la convivencia educativa y de su crisis (tema central de la experiencia
anteriormente relatada), está presenta la crisis de la conversación, no se conversa con los otros y,
si es que se hace, se hablan los mismos temas y se conversa entre los mismos.
“El lenguaje se ha vuelto un refugio opaco de narrativas sombrías, donde cada uno
repite para sí y se jacta indefinidamente de sus pocas palabras, de su poca expresividad y de su
incapacidad manifiesta para la escucha del lenguaje de los demás. Casi nadie reconoce voces
cuyo origen no le sean propias, casi nadie escucha sino el eco de sus propias palabras, casi
nadie encarna la huella que dejan otras palabras, otros sonidos, otros gestos, otros rostros”
(Skliar, 2010:104).
Lo anterior nos lleva a la idea de convivencia, aquella que se juega entre un límite y un
contacto con el otro, ¿qué pasó entre esos alumnos?, ¿que llevó una cosa a otra? Ahora tengo
claro que la convivencia es perturbación, intranquilidad, conflictividad, turbulencia y alteridad
de afectos. Hay convivencia porque hay un afecto que supone el hecho de ser afectado y el de
4
5. afectar, porque estar juntos es estar en contacto, fricción, encuentro y, obviamente colisión, la
existencia del otro en la presencia del uno como dice Skliar.
Estaba claro que en ese conflicto, que simbolizaba la idea que se tiene de la población “El
Volcán”, existía una voluntad de dominio y de saber-poder acerca del otro… la ley del más
fuerte.
En ese entonces pensaba que la educación consistía en hacer cambiar al otro, hacerlo
ajeno a su alteridad, ahora me doy cuenta que no; hay presencias, pero hay que sumar las
existencias, no dejarlas fuera habrá entonces que construir algo en común, lograr esa capacidad
de edificar algo.
“Se trata de pensar las tradiciones implicadas en el poder ser uno mismo y el otro tanto
huéspedes como anfitriones y hacerlo pensando en la educación como un espacio y un tiempo
particular de conversación cuyo tema central quizá sea qué hacemos con la tradición y con la
transmisión” (Skliar, 2010: 107).
Hoy, como profesor, veo a la educación con responsabilidad, como un deseo de
convivencia, donde se pone en juego lo que ocurre en uno y en otro, que enseña, que pone algo
en común entre las diferentes formas y experiencias de la existencia. La educación es un
encuentro con un rostro, una palabra, un nombre, palabras, saberes determinados y singulares,
sólo así el “nosotros” será capaz de un discurso, el que es consciente de su propio discurso.
Lamentablemente la “escuela” no entiende esto, de ahí su crisis, ésta es un aparato de
distribución de lugares, crea un orden, un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar, nos
identifica, captura y destruye la alteridad, nos anestesia, nos inmuniza, no nos deja lugar a la
experiencia reflexiva y esto es lamentablemente cierto y lapidario para muchos docentes.
5
6. Me esforcé por dar lo mejor, pese a los pocos años de experiencia, pero el enseñar en ese
colegio fue un aprendizaje fundamental para lo que soy ahora como docente y cambió mi manera
de enseñar y ver algunas cosas.
Abandoné ese colegio después de diez años, nunca más volví a ver a aquel alumno,
vinieron otros, eso es claro… espero que haya realizado una labor aceptable, ayudando a
desarrollarse a personas únicas e irrepetibles.
6
7. Bibliografía
Derrida, J. “Aprender (por fin) a vivir”. Editorial Amorrortu, Santiago, Chile, 2007.
Freire, P. “Pedagogía de la Autonomía”. Editorial Paz e Terra, Sao Paulo, Brasil, 2004.
Larrosa, J. En http://audiovisuales.infd.edu.ar/sitio/index.cgi?wid_seccion=17&wid_item=23
Skliar, C. “Los Sentidos Implicados en el Estar-Juntos de la Educación”. En Revista Educación
y Pedagogía, Vol. 22, núm. 56, enero-abril, 2010
7