2. TRATADO DE PSIQUIATRÍA CLÍNICA808
La realidad clínica es más compleja. A menudo, resulta
difícil diferenciar los trastornos conductuales graves de un
diagnóstico psiquiátrico primario en los pacientes con disca-
pacidad intelectual. La agresividad, la conducta autolesiva
(CAL), la retracción social, las estereotipias y los manierismos
son los motivos más frecuentes de las derivaciones. Incluso
cuando estas conductas problemáticas van acompañadas de
alteraciones afectivas o de descontrol del impulso, muchos
individuos no cumplen los criterios diagnósticos para tras-
tornos psiquiátricos mayores. Para complicar todavía más las
cosas, estas conductas problemáticas pueden representar
cambios relacionados con el estado que indican el inicio de
otra enfermedad psiquiátrica. Por ejemplo, la irritabilidad
creciente durante un episodio maníaco puede asociarse tam-
bién con un incremento de la conducta agresiva. Para los pa-
cientes con discapacidad intelectual y trastorno depresivo
mayor, la aparición de anhedonia puede disminuir la efecti-
vidad de los refuerzos afectivos previos y minar las estrate-
gias de refuerzo alternativas (Aman y cols., 2003).
En muchos medios clínicos, el límite entre las conductas
problemáticas en los individuos con discapacidad intelectual
y las enfermedades psiquiátricas es difícil de establecer. Estas
cuestiones pueden resultar especialmente confusas para los
individuos con discapacidad intelectual grave o profunda.
Esto se debe en parte a tasas más elevadas de trastornos cere-
brales, como formas complejas de epilepsia y parálisis ce-
rebral. Las alteraciones afectivas, los síntomas psicóticos y las
conductas impulsivas-disruptivas, además de la internaliza-
ción de los síntomas, se observan con mayor probabilidad en
estos pacientes neurológicamente comprometidos. Estos fac-
tores no sólo aumentan el riesgo de enfermedades psiquiátri-
cas sino que, además, ejercen una influencia profunda sobre
la expresión clínica, el diagnóstico diferencial, el tratamiento
y el pronóstico a largo plazo de muchas enfermedades psi-
quiátricas (Barnhill, 1999).
Para enfrentarse a la complejidad de los pacientes con
discapacidades intelectuales, los psiquiatras y otros profesio-
nales de la salud mental tienen que desarrollar un abordaje
sistemático. Es importante pensar en términos de un modelo
transaccional: la interacción entre las influencias ambienta-
les, la ecología social, el desarrollo cerebral anómalo, los fe-
Tabla 21-1. Trastornos DSM-IV-TR que suelen diagnosticarse por
primera vez en la infancia, la niñez o la adolescencia
Retraso mental
Retraso mental leve
Retraso mental moderado
Retraso mental grave
Retraso mental profundo
Retraso mental, gravedad no especificada
Trastornos del aprendizaje
Trastorno de la lectura
Trastorno del cálculo
Trastorno de la expresión escrita
Trastorno del aprendizaje no especificado en otro lugar
Trastornos de las habilidades motoras
Trastorno del desarrollo de la coordinación
Trastornos generalizados del desarrollo
Trastorno autista
Trastorno de Rett
Trastorno desintegrativo infantil
Trastorno de Asperger
Trastorno generalizado del desarrollo no especificado en otro
lugar
Trastornos por déficit de atención y comportamiento
perturbador
Trastorno por déficit de atención con hiperactividad
De tipo predominante inatento
De tipo predominante hiperactivo-impulsivo
De tipo combinado
No especificado en otro lugar
Trastorno disocial
Trastorno negativista desafiante
Trastorno del comportamiento perturbador no especificado
Trastornos de la ingestion y de la conducta alimentaria
de la infancia o la niñez
Pica
Trastorno de rumiación
Trastorno de la ingestion alimentaria de la infancia o la niñez
Trastornos de tics
Trastorno de la Tourette
Trastorno de tics motores o vocales crónicos
Trastorno de tics transitorios
Trastorno de tics no especificado en otro lugar
Trastornos de la comunicación
Trastorno del lenguaje expresivo
Trastorno mixto del lenguaje receptivo-expresivo
Trastorno fonológico
Tartamudeo
Trastorno de la comunicación no especificado en otro lugar
Trastornos de la eliminación
Encopresis
Enuresis
Tabla 21-1. Trastornos DSM-IV-TR que suelen diagnosticarse por
primera vez en la infancia, la niñez o la adolescencia
(Cont.)
Otros trastornos durante la época de lactante, la infancia
o la adolescencia
Trastorno de ansiedad por separación
Mutismo selectivo
Trastorno reactivo de la vinculación de la infancia o la niñez
Trastorno de movimientos estereotipados
Trastorno de la infancia, la niñez o la adolescencia
no especificado en otro lugar
Fuente: American Psychiatric Association, 2000.
4. TRATADO DE PSIQUIATRÍA CLÍNICA810
vulnerabilidad a las aberraciones cromosómicas y genéticas
(enfermedades ligadas al cromosoma X) y el incremento de la
susceptibilidad a las lesiones prenatales y perinatales en los
varones. Para algunos trastornos genéticos y el autismo, las
mujeres afectadas pueden tener subtipos más graves de la en-
fermedad (Guthrie y cols., 1999; Joy y cols., 2003).
Los individuos clasificados como afectados por una dis-
capacidad intelectual leve comprenden prácticamente el
89%, los que tienen una discapacidad moderada incluyen
el 7% y los que tienen una discapacidad grave o profunda son
aproximadamente el 3-4% de los identificados (tabla 21-3).
Las encuestas en la comunidad pueden inclinarse a favor de
identificar a individuos capaces de vivir y de trabajar en su
comunidad local (es decir, discapacidad leve o moderada),
con una intensidad más baja de conductas problemáticas y
con menor frecuencia de trastornos neuropsiquiátricos con-
currentes. Las encuestas en centros residenciales controlados
por el Estado tienden a estar sujetas a la tendencia opuesta e
identifican a más individuos con discapacidad intelectual gra-
ve o profunda, lo cual ha supuesto problemas importantes
para los programas de base comunitaria (Vaccarino y Leck-
man, 2003).
Los patrones de ubicación residencial reflejan formas so-
cioculturales, económicas y tradicionales de tratar a las per-
sonas con discapacidad intelectual. La disponibilidad de
atención de calidad es, con frecuencia, el factor que determina
la ubicación, especialmente para los individuos con necesi-
dades médicas y neurológicas complejas. La falta de clínicos
entrenados en análisis funcional e intervenciones conductua-
les, y la disponibilidad limitada de servicios en crisis y de
programas de intervención de tratamiento precoz limitan la
capacidad de funcionamiento de muchas comunidades, es-
pecialmente en los casos de personas con conductas graves
o problemáticas y enfermedades psiquiátricas comórbidas
(Aman y cols., 2003; Coccaro y Slever, 2002).
Etiología
Las causas biológicas más frecuentes de discapacidad inte-
lectual incluyen la exposición prenatal a toxinas o agentes
infecciosos, las anomalías genéticas y cromosómicas, las alte-
raciones del desarrollo cerebral normal, los factores nutricio-
nales y las lesiones posnatales precoces. Las fuentes más fre-
cuentes de neurotoxicidad prenatal son el alcohol y otras
Tabla 21-3. Criterios diagnósticos de retraso mental del DSM-IV-TR
Leve Moderado Grave Profundo
CI De 50-55 hasta
aproximadamente 70
De 35-40 a 50-55 De 20-25 a 35-40 Inferior a 20 o 25
Edad de la muerte
(años)
Década de los 50 Década de los 50 Década de los 40 Aproximadamente, 20
Porcentaje de
población con
retraso mental
89 7 3 1
Clase socioeconómica Baja Menos baja No calificable No calificable
Nivel académico
conseguido en
la edad adulta
Sexto grado Segundo grado Por debajo del primer grado
en general
Por debajo del primer
grado en general
Educación Educable Entrenable
(autocuidado)
No entrenable No entrenable
Residencia Comunidad Protegida La mayoría viven en
entornos altamente
estructurados y
estrechamente
supervisados
La mayoría viven en
entornos altamente
estructurados
y estrechamente
supervisados
Economía Hace cambios; tiene un
trabajo; gana dinero
con esfuerzo o ayuda
Hace pocos cambios;
suele ser capaz
de manejar bien
el cambio
Puede emplear máquinas
de monedas; puede tomar
notas para el encargado
de la tienda
Depende de los demás
para manejar
el dinero
Fuente: reimpreso de American Psychiatric Association: Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, 4.ª ed., texto revisado.
Washington, DC, American Psychiatric Association, 2000. Usado con permiso.
6. TRATADO DE PSIQUIATRÍA CLÍNICA812
mas, las anomalías bioquímicas (p. ej., elevación de las cifras
de amonio, elevación de los aminoácidos o de los ácidos orgá-
nicos), los trastornos hepáticos, los retrasos del crecimiento y
de la maduración, los estudios de neuroimagen anormales
y las convulsiones pueden indicar una anomalía metabólica
subyacente (Joy y cols., 2003).
El patrón de herencia también es útil cuando se considera
un estudio más extenso. Los padres de los niños con enfer-
medades autosómicas recesivas pueden no estar afectados
ellos mismos o (como heterozigotos o portadores) pueden
presentar sólo síntomas leves. El 25% de los hermanos tam-
bién pueden estar afectados. Las enfermedades autosómicas
dominantes aparecen hasta en el 50% de los hermanos y de
los miembros de la familia (excepto en el caso de mutaciones
nuevas), pero muestran una expresión (penetrancia) o una
gravedad variables. Los varones afectados sugieren enferme-
dades ligadas al cromosoma X o posibles enfermedades mi-
tocondriales, y está indicada la realización de más estudios
genéticos (Guthrie y cols., 1999).
Debido a retrasos importantes en el desarrollo sensorio-
motor y del lenguaje, los niños con discapacidad intelectual
grave o profunda suelen identificarse a una edad más tempra-
na. Tienen más probabilidad de presentar trastornos prenata-
les del desarrollo motor, traumatismo perinatal, infecciones
congénitas y enfermedades genéticas o cromosómicas. Los
diagnósticos sindrómicos pueden ayudar a definir las pautas
de tratamiento, y advierten a los clínicos acerca de la presen-
cia de fenotipos conductuales y cognitivos asociados (Molda-
vsky y cols., 2001).
Las enfermedades degenerativas también pueden causar
discapacidad intelectual. El trastorno desintegrativo infantil
se presenta con un período de desarrollo normal, seguido de
una regresión acelerada de las habilidades cognitivas y adap-
tativas socioemocionales. Puede ser una cuestión de tiempo
antes de identificar el curso degenerativo de la enfermedad.
Algunas leucodistrofias pueden presentarse con un deterioro
conductual o cognitivo en la infancia o, en el caso de defi-
ciencias enzimáticas leves, durante el principio de la vida
adulta. Aunque inicialmente el individuo puede no presentar
resultados en las pruebas en el rango de la discapacidad inte-
lectual, la naturaleza progresiva de la enfermedad neurológica
se hará aparente cuando se pierdan las habilidades antiguas y
no se adquieran nuevas habilidades. Desgraciadamente, es
posible que la progresión longitudinal o el perfil temporal de
estas pérdidas no se aprecie durante una entrevista aislada
o en una evaluación única (Joy y cols., 2003).
Fenotipos conductuales
En los últimos años, ha existido un interés creciente en los fe-
notipos conductuales asociados con síndromes genéticos es-
pecíficos. Los fenotipos conductuales son patrones de cog-
nición y conducta que tienen una mayor probabilidad de
expresión dentro de una enfermedad específica (Harris, 2002).
Por ejemplo, la ansiedad social o la aversión a la mirada es un
rasgo característico en el síndrome del cromosoma X frágil.
Otro ejemplo más espectacular es la conducta autolesiva com-
pulsiva e incesante asociada con el síndrome de Lesch-Nyhan
(Goldstein y Reynolds, 1999). En ambos ejemplos, la probabi-
lidad de respuestas y conductas emocionales específicas que
se observa en estos síndromes es mayor que en la población
general de individuos con discapacidad intelectual. Aunque
los pacientes con fenotipos conductuales específicos no cum-
plen los criterios de enfermedades psiquiátricas mayores y los
límites entre los fenotipos conductuales y las enfermedades
psiquiátricas conocidas todavía no están establecidos, los fe-
notipos conductuales proporcionan claves acerca de la na-
turaleza compleja de las interacciones entre genes y conduc-
tas. Por ejemplo, cerca de una tercera parte de los niños con
síndrome velocardiofacial (deleciones 22q) presentan sínto-
mas consistentes en trastorno bipolar y psicosis de inicio ado-
lescente (Goldstein y Reynolds, 1999; Harris, 2002).
Enfermedades psiquiátricas comórbidas
Todos los diagnósticos psiquiátricos pueden presentarse de
forma conjunta con discapacidad intelectual. Los diagnósticos
comórbidos incluyen depresión, trastorno bipolar y de ansie-
dad, trastornos del espectro autista, trastornos del aprendizaje
y trastornos psicóticos. Estos individuos pueden mostrar tras-
tornos por comportamiento perturbador, y hasta el 50% pue-
den tener TDAH.
El diagnóstico exacto de las enfermedades psiquiátricas
primarias en los individuos con discapacidad intelectual re-
quiere un conocimiento del grado de su discapacidad intelec-
tual y de sus capacidades verbal y comunicativa, además de
un conocimiento de los cuadros médicos o neurológicos co-
mórbidos. El clínico puede apreciar, además, que la desor-
ganización conductual grave puede ser una respuesta a los
problemas ambientales. Es difícil para muchos clínicos diag-
nosticar de forma fiable las enfermedades comórbidas, porque
generalmente dependen de la autodeclaración de un indivi-
duo de los estados mental o emocional. Los pacientes que no
hablan requieren herramientas adicionales, incluyendo instru-
mentos estandarizados para los pacientes con discapacidad
intelectual. Es importante que el clínico examine u observe di-
rectamente al individuo, y que revise los informes de múlti-
ples fuentes familiares del paciente, además de datos conduc-
tuales objetivos (Aman y cols., 2003; Einfield y Aman, 1995).
Cuando se obtiene la información adecuada, todavía
puede resultar difícil diferenciar los síntomas relacionados
con la discapacidad intelectual (p. ej., agresividad basal) de
los secundarios a una enfermedad psiquiátrica (p. ej., incre-
mento de la agresividad basal en un individuo con trastorno
bipolar comórbido). El diagnóstico se complica, además, en
los pacientes con discapacidad intelectual moderada o grave,
porque pueden presentar síntomas atípicos o subsindrómi-
cos de trastornos del estado de ánimo o de ansiedad, fobias o
incluso esquizofrenia prodrómica. Estas complejidades ex-
plican en parte el motivo por el cual muchos pacientes con
discapacidad intelectual se clasifican con diagnósticos «no
especificados en otro lugar» (Barnhill, 2003; Harris, 2006).
8. TRATADO DE PSIQUIATRÍA CLÍNICA814
población. En algunas situaciones comunitarias, existe una
escasez de personal cualificado y los servicios pueden tener
programas conductuales o de habilitación inadecuados. En
estas circunstancias, lamentablemente, los psicotrópicos sue-
len ser utilizados en lugar de programas conductuales efec-
tivos, y la polifarmacia se ha convertido en la nueva forma de
mantener el «tratamiento conductual» de base comunitaria
(Harris, 2006).
Incluso con la programación conductual efectiva, muchos
individuos con discapacidad intelectual siguen mostrando
conductas problemáticas. Para mantener o conservar una
ubicación mínimamente restrictiva, existe una necesidad fre-
cuente de farmacoterapia bien monitorizada. La decisión de
continuar el tratamiento con medicación es el resultado
de una revisión cuidadosa de la neurobiología y la etiolo-
gía de la discapacidad intelectual, la presencia de un fenotipo
conductual específico, la historia del tratamiento previo y un
estudio médico-neurológico. El clínico necesita integrar
los datos conductuales disponibles y consultar con todos los
miembros del equipo de tratamiento acerca de factores am-
bientales e interpersonales especiales (Aman y cols., 2003).
No es infrecuente observar que individuos con discapaci-
dad intelectual grave toman dosis extremadamente elevadas
de múltiples medicamentos. Parece existir una tendencia cre-
ciente hacia la polifarmacia basada en los modelos de trata-
miento extrapolados a partir de la investigación básica o de
enfermedades psiquiátricas diagnosticadas de forma inexacta.
En la raíz de esta tendencia se encuentra una preferencia para
seleccionar agentes farmacológicos basados en un síntoma
único (p. ej., un paciente que está llorando o que parece triste
debe estar deprimido) o una anomalía hipotética del neuro-
transmisor (p. ej., toda la agresividad está relacionada con re-
ducciones de la actividad de la serotonina). El problema básico
con esta pauta es el fallo en el reconocimiento de la heteroge-
neidad de las conductas problemáticas (Barnhill, 2003).
Incluso el tratamiento de las enfermedades psiquiátricas
claramente definidas se confunde por comorbilidades en los
individuos, además de los posibles síntomas relacionados con
fármacos o yatrógenos en pacientes que pueden recibir pres-
cripciones de medicamentos por parte de varios médicos. La
mayor parte de nuestra base de evidencia limitada sobre el
empleo de agentes farmacológicos no explica estos cuadros
comórbidos. Una comprensión completa de la presentación
de un paciente procede de la integración de esta informa-
ción con el conocimiento de la historia del desarrollo, neuroló-
gica y médica del paciente (Aman y cols., 2003; Harris, 2006).
Se ha producido una explosión en el empleo de fármacos
antipsicóticos de segunda y de tercera generación, antidepre-
sivos o fármacos contra la ansiedad (p. ej., inhibidores selec-
tivos de la recaptación de serotonina [ISRS], inhibidores de la
recaptación de serotonina y noradrenalina [IRSN], antidepre-
sivos atípicos) y estabilizadores del estado de ánimo antie-
pilépticos. Estos medicamentos se utilizan para tratar en-
fermedades psiquiátricas primarias, además de conductas
problemáticas. Cuando se comparan con pautas previas, es-
tos agentes más nuevos parecen reducir algunos de los efec-
tos secundarios intolerables de los fármacos más antiguos
(p. ej., síntomas extrapiramidales, riesgo de discinesia tardía,
sedación y efectos secundarios anticolinérgicos). Sin embar-
go, los nuevos tratamientos no carecen de efectos secun-
darios. Los efectos adversos dermatológicos, hematológicos,
endocrinológicos y cardíacos siguen siendo problemáticos.
En cualquier situación, el médico debe emplear una base de
evidencia limitada para los individuos con discapacidad in-
telectual para realizar valoraciones de riesgo-beneficio. La-
mentablemente, muchas pautas de tratamiento son «fuera de
indicación» o se extrapolan a partir de datos en niños o adul-
tos típicos (Aman y cols., 2003; Joy y cols., 2003; véase el capí-
tulo 36 de este volumen, «Tratamiento de niños y adolescen-
tes», por Crawford y cols.).
Los médicos se enfrentan a tres cuestiones fundamentales
cuando consideran la farmacoterapia en los individuos con
discapacidad intelectual. La primera se refiere al foco del tra-
tamiento. Clásicamente, los síntomas (en oposición a los sín-
dromes o las enfermedades) son la diana de las intervencio-
nes medicamentosas. El objetivo es establecer diagnósticos
psiquiátricos exactos y dirigir el tratamiento a los síntomas
problemáticos. La respuesta puede monitorizarse a través de
la valoración disponible y los instrumentos de tratamiento.
Son preferibles los que se diseñan o adaptan para las perso-
nas con discapacidad intelectual. Si no existe una enferme-
dad diagnosticable, pero las conductas problemáticas siguen
siendo resistentes a las intervenciones conductuales, enton-
ces debe continuarse la farmacoterapia fundamentada en los
mejores datos disponibles basados en la evidencia. Si no exis-
te esta evidencia, los datos de las mejores prácticas o de los
consensos de expertos pueden ayudar en la toma de decisio-
nes clínicas.
La segunda cuestión se relaciona con la dificultad de rea-
lizar diagnósticos psiquiátricos fiables en pacientes con dis-
capacidad intelectual. Estas enfermedades pueden afectar el
curso clínico, el pronóstico y el tratamiento del síndrome de
presentación. Existe además el grado de heterogeneidad den-
tro de las categorías diagnósticas, como las diferencias en la
alteración del sueño en los trastornos del estado de ánimo.
Esta heterogeneidad está aumentada en los pacientes con
discapacidad intelectual grave, que a menudo tienen tras-
tornos adicionales neurológicos, del desarrollo, metabólicos
y neurofisiológicos (Barnhill, 2003).
La tercera cuestión incluye la heterogeneidad de la pro-
pia discapacidad intelectual. Existen muchos subgrupos de
discapacidad intelectual basados en la gravedad, las enfer-
medades neurológicas comórbidas, la etiología genética y las
anomalías del desarrollo cerebral subyacentes. Por ejemplo,
los pacientes individuales con síndrome del cromosoma X
frágil varían según las longitudes de las repeticiones CGG y
el grado de metilación del ADN, y según fenómenos epigené-
ticos, como la capacidad intelectual y la presencia y la grave-
dad de las estereotipias o las autolesiones. Los individuos con
trisomía 21 y trastornos del estado de ánimo tienen que ser eva-
luados para detectar la existencia de disfunción tiroidea, ano-
malías de los ganglios basales o aparición de apatía y convul-
10. TRATADO DE PSIQUIATRÍA CLÍNICA816
Se han llevado a cabo esfuerzos para subdividir los TA
específicos basándose en perfiles neuropsicológicos, con el
fin de enfocar mejor los esfuerzos compensadores o correcto-
res (Connors y Schulte, 2002). Un abordaje más amplio de la
clasificación de los TA diferencia los problemas basados en el
lenguaje de los no verbales (Fletcher, 2005; Forrest, 2004).
Otro modelo subdivide los TA en las siguientes categorías
funcionales: problemas de: 1) entrada (input), 2) procesa-
miento, y 3) salida de la información (output). Estas clasifica-
ciones demuestran lo apropiado de incluir el TDC con los TA
del DSM-IV-TR.
Trastorno de la lectura
La lectura es crucial para el rendimiento académico y el fun-
cionamiento en las sociedades con una estratificación social
importante basada en la educación. Históricamente, los tras-
tornos de la lectura fueron considerados enfermedades de la
percepción. En los últimos años, el interés se ha desplazado a
la relación entre la velocidad y la exactitud de la lectura, y la
velocidad de procesamiento del morfema-fonema y del gra-
fema visual y factores relacionados con la comprensión de la
lectura. Actualmente, la literatura médica apoya la idea de
que la lectura está organizada jerárquicamente y requiere la
integridad funcional de múltiples circuitos cerebrales inter-
conectados (Ramus y cols., 2003).
Desde el punto de vista del desarrollo, la lectura progresa
desde el reconocimiento con la vista de las palabras y el em-
pleo de claves contextuales (p. ej., imágenes) hasta el uso
aumentado del análisis fonético rápido y las claves sintác-
ticas. Clínicamente, la lectura se relaciona con la velocidad y
la eficiencia del procesamiento y de la respuesta a los fonemas
(es decir, la velocidad y la exactitud del procesamiento).
Trastornos de la expresión escrita
y de las habilidades motoras
Aunque son trastornos distintos, el trastorno de la expresión
escrita y el TDC se hallan interrelacionados. La escritura es
una habilidad motora, y algunos problemas descritos en los
trastornos del lenguaje escrito son compartidos con otras dis-
praxias motoras. Sin embargo, la escritura implica la com-
Tabla 21-5. Criterios diagnósticos del DSM-IV-TR
para el trastorno del cálculo
A. La capacidad para el cálculo, evaluada mediante pruebas
normalizadas administradas individualmente, se sitúa
sustancialmente por debajo de lo que se espera, teniendo
en cuenta la edad cronológica del sujeto, su coeficiente
intelectual y la escolaridad propia de su edad
B. El trastorno del criterio A interfiere significativamente
en el rendimiento académico o en las actividades de la vida
diaria que requieren capacidad para el cálculo
C. Si existe una deficiencia sensorial, las dificultades para
el rendimiento en el cálculo exceden de las habitualmente
asociadas a él
Nota de codificación: si existe una enfermedad médica
(p. ej., neurológica) o una deficiencia sensorial, se codifica
en el Eje III
Tabla 21-6. Criterios diagnósticos del DSM-IV-TR
para el trastorno de la expresión escrita
A. Las habilidades para escribir, evaluadas mediante pruebas
normalizadas administradas individualmente
(o valoraciones funcionales de las habilidades para
escribir), se hallan sustancialmente por debajo de lo que
se espera, teniendo en cuenta la edad cronológica del
sujeto, su coeficiente de inteligencia y la escolaridad propia
de su edad
B. El trastorno del criterio A interfiere significativamente
con el rendimiento académico o las actividades de la vida
diaria que requieren la realización de textos escritos
(p. ej., escribir frases gramaticalmente correctas y párrafos
organizados)
C. Si existe una deficiencia sensorial, las dificultades
en la capacidad para escribir exceden de las asociadas
habitualmente a él
Nota de codificación: si existe una enfermedad médica
(p. ej., neurológica) o una deficiencia sensorial, se codifica
en el Eje III
Tabla 21-7. Criterios diagnósticos del DSM-IV-TR para
el trastorno del desarrollo de la coordinación
A. El rendimiento en las actividades diarias que requieren
coordinación motora es sustancialmente inferior
al esperado, teniendo en cuenta la edad cronológica
del sujeto y su coeficiente de inteligencia. Puede
manifestarse por retrasos significativos en la adquisición
de los hitos motores (p. ej., caminar, gatear, sentarse),
caérsele los objetos de las manos, «torpeza», mal
rendimiento en los deportes o caligrafía deficiente
B. El trastorno del criterio A interfiere significativamente
en el rendimiento académico o en las actividades
de la vida diaria
C. El trastorno no es debido a una enfermedad médica
(p. ej., parálisis cerebral, hemiplejía o distrofia muscular)
y no cumple los criterios de un trastorno generalizado
del desarrollo.
D. Si hay retraso mental, las deficiencias motoras exceden de
las asociadas habitualmente a él
Nota de codificación: si existe una enfermedad médica
(p. ej., neurológica) o una deficiencia sensorial, se codifica
en el Eje III
12. TRATADO DE PSIQUIATRÍA CLÍNICA818
con TA muestran de forma más característica trastornos de la
internalización.
La tasa de enfermedades psiquiátricas comórbidas puede
ser tan alta como del 50% en los niños y adolescentes con TA.
Es frecuente la comorbilidad en los trastornos del lenguaje, y
el 20% de los individuos con TA pueden tener, además, un
TDAH. En los adolescentes, los problemas de conducta y los
TApueden coincidir. Además, los que presentan TAtienen un
riesgo aumentado de trastornos por consumo de sustancias
(Klein y Mannuzza, 2000). Estas enfermedades psiquiátricas
comórbidas pueden retrasar el reconocimiento de los trastor-
nos de la lectura, y afectan al acceso y la utilización de las in-
tervenciones compensadoras (Connors y Schulte, 2002). El
TDC se asocia con frecuencia con TA, trastornos de la comu-
nicación y TDAH (American Psychiatric Association, 2000).
Etiología
Aunque la mayoría de los TA se hallan relacionados con el
lenguaje o son no verbales, las diferencias en los estudios de
neuroimagen funcional dejan claro que ninguna área aislada
representa el «centro» de la lectura o del cálculo. En cambio,
se desarrolla una red que integra ambos hemisferios y múlti-
ples regiones y circuitos subcorticales. Este grado de cohe-
rencia e integración sigue una trayectoria del desarrollo que
cambia con la maduración neuronal, la mielinización de vías
de interconexión claves y la supervisión prefrontal/ejecutiva
(Litt y cols., 2005; Rourke y cols., 2003). Estos procesos pare-
cen estar alterados en los niños con TA.
Hallazgos controvertidos pero interesantes han demostra-
do acalculia en niños con un giro angular izquierdo disfuncio-
nal, lo que sugiere que las capacidades para el cálculo se hallan
relacionadas con centros integradores, porque esta misma área
está asociada con el reconocimiento del dedo de la mano y el
reconocimiento izquierda-derecha, además de las habilidades
de lectura (Forrest, 2004; Marshall y cols., 1999).
El trastorno de la lectura parece estar caracterizado por
una distorsión en la integración y la coherencia funcional en-
tre diversas regiones dentro del sistema nervioso central.
Desde esta perspectiva, la discapacidad para la lectura es una
expresión persistente de una disrupción del desarrollo de la
maduración cerebral y la adquisición de habilidades (Online
Mendelian Inheritance in Man Database, 2003).
Pueden estar implicados múltiples genes en el trastorno
de la lectura. Específicamente, un gen marcador en el cromo-
soma 6 parece ser la base del análisis fonológico y sintáctico
(Online Mendelian Inheritance in Man Database, 2003). Otras
diversas anomalías cromosómicas, que incluyen duplicación
genética, se asocian con las dificultades del lenguaje y la
lectura (p. ej., XYY y XXY en los varones) (Ingalls y Golds-
tein, 1999). Los trastornos del neurodesarrollo, como la epi-
lepsia, las facomatosis y los trastornos de la migración y la
maduración neuronales, afectan al aprendizaje y desempe-
ñan un papel en muchos casos de TA (Ramus y cols., 2003).
El lenguaje escrito supone tanto el procesamiento del
morfema-fonema como la planificación motora. En algunos
aspectos, el lenguaje escrito puede ser un subgrupo altamente
especializado del trastorno de las habilidades motoras en el
que las deficiencias afectan a la planificación motora, la se-
cuenciación, las habilidades motoras finas, la automatización
de las relaciones entre el pensamiento y la ideas, la búsque-
da de las palabras, la sintaxis, la edición y el output (la escritu-
ra). Con la práctica, estas habilidades se automatizan. El en-
lentecimientodeloutputpuedeinterrumpirestatransformación
y requiere que el niño «piense» acerca de subprocesos (como
dibujar una «d») en lugar de pensar en el tema que tiene entre
manos. La praxis y la planificación de alto grado de la expre-
sión escrita supone una red compleja adicional que incluye el
cerebelo, los ganglios basales y múltiples centros corticales
(Ardila y Surloff, 2006; Ramus y cols., 2003).
Evolución y pronóstico
Existe una variabilidad considerable en el curso evolutivo de
los TA. Un subgrupo de niños presenta un retraso en la ad-
quisición de habilidades que sugiere una trayectoria aberran-
te de la maduración cerebral que mejora con la madurez.
Otros parecen tener una deficiencia del desarrollo o una «le-
sión» funcional que requiere un entrenamiento o una habili-
tación más amplios como remedio. Muchos de estos niños
pueden tener problemas durante toda su vida o pueden mos-
trar sólo una compensación parcial (Litt y cols., 2005).
El TDC se diagnostica en primer lugar clásicamente cuando
los padres observan un retraso en el desarrollo de las habilida-
des motoras. Estos niños con frecuencia reciben burlas por parte
de sus compañeros por su torpeza. Esto suele dar lugar a una
baja autoestima, sentimientos de inadecuación y retracción so-
cial. Existe un curso variable en este trastorno, de forma que al-
gunos individuos presentan una remisión completa, mientras
que otros conservan alguna deficiencia durante toda su vida.
Evaluación diagnóstica
El diagnóstico del TA requiere mostrar una discrepancia en-
tre la edad del niño, la capacidad intelectual general y el ren-
dimiento en pruebas de capacidad académica. La edad cro-
nológica del niño suele estar relacionada con la ubicación en
un grado, y los incrementos progresivos, en la complejidad
de las expectativas y las demandas académicas. La capaci-
dad de un niño para dominar los materiales del nivel de gra-
do depende de la instrucción apropiada en la clase y de la
exposición fuera de la clase a entornos de aprendizaje, ade-
más de la capacidad intelectual general. Los problemas en
muchas de estas áreas pueden contribuir a la dificultad aca-
démica, y dan lugar a una valoración del TA(Ingalls y Golds-
tein, 1999; Rourke y cols., 2003; Weinberg y McLean, 1986).
La determinación de la capacidad intelectual de un niño es
esencial para una evaluación del TA. Un análisis de las pun-
tuaciones de un subgrupo de las pruebas de inteligencia habi-
tuales proporciona claves acerca de los subtipos de los pro-
blemas del aprendizaje, pero esto no significa que sean los
instrumentos de prueba definitivos del TA(Lachiewicz y cols.,
14. TRATADO DE PSIQUIATRÍA CLÍNICA820
adecuadamente. Esta afectación suele dar lugar a respuestas
verbales breves, a frases incorrectas y al empleo incorrecto de
las palabras. De forma parecida, es frecuente el habla regresi-
va o inmadura, y es consistente con la adquisición lenta de las
habilidades (tabla 21-8). En el trastorno mixto del lenguaje
receptivo-expresivo, la alteración de la comunicación expresi-
va consiste en deficiencias en la comprensión de aspectos del
lenguaje (tabla 21-9). Debido a la disparidad entre la capaci-
dad intelectual y las habilidades expresivas, es frecuente que
se produzca una frustración importante que puede conside-
rarse como una etiología de las dificultades sociales y la dis-
foria que suelen experimentar los individuos con estos tras-
tornos.
Epidemiología
Las prevalencias de los trastornos de la comunicación son di-
fíciles de determinar debido a la diversidad de definiciones
que se han utilizado, y que siguen utilizándose. El De-
partment of Education de Estados Unidos ha publicado que
el 18,9% de los casi 5,8 millones de niños de las escuelas pú-
blicas que reciben educación especial son tratados por «alte-
raciones del habla y del lenguaje» (U. S. Department of Edu-
cation, 2002), aunque esta cifra puede estar limitada por la
disponibilidad de los servicios. Es evidente un predominio
masculino de 3-4 a 1.
Etiología
Las etiologías de los trastornos de la comunicación suelen
encontrarse en combinación y parecen ser acumulativas. Se
ha demostrado que son importantes los factores biológicos,
como las exposiciones prenatales, la adversidad perinatal, la
enfermedad infantil precoz (p. ej., otitis media) y los trastor-
nos genéticos o metabólicos conocidos. También han sido
implicados factores de riesgo ambientales, como el abuso, la
negligencia y la pobreza.
La comorbilidad psiquiátrica es frecuente. Se ha pro-
puesto la posibilidad de una etiología común entre los tras-
tornos del lenguaje y el TDAH. Los trastornos de conducta
disruptiva, los trastornos de ansiedad y los trastornos por
consumo de sustancias con frecuencia son comórbidos en
estos individuos.
Evolución y pronóstico
Aproximadamente la mitad de los niños pequeños con tras-
tornos mixtos del lenguaje receptivo-expresivo desarrollan
capacidades de lenguaje normales en la adolescencia. Los
que tienen trastornos persistentes muestran clásicamente
una mayor gravedad de los síntomas en el momento de la
presentación inicial. Un diagnóstico de trastorno mixto del
lenguaje receptivo-expresivo puede tener un peor pronóstico
que el del trastorno del lenguaje expresivo.
Evaluación diagnóstica
Además de documentar la historia del desarrollo, en el con-
texto de una exploración clínica debe tener lugar una valora-
Tabla 21-8. Criterios diagnósticos del DSM-IV-TR para
el trastorno del lenguaje expresivo
A. Las puntuaciones obtenidas mediante evaluaciones
del desarrollo del lenguaje expresivo normalizadas
y administradas individualmente quedan sustancialmente
por debajo de las que se obtienen mediante evaluaciones
normalizadas tanto de la capacidad intelectual no verbal
como del desarrollo del lenguaje receptivo. El trastorno
puede manifestarse clínicamente a través de unos síntomas
que incluyen un vocabulario sumamente limitado, cometer
errores en los tiempos verbales o tener dificultades
en la memorizacion de palabras o en la producción
de frases de longitud y complejidad propias del nivel
evolutivo del sujeto
B. Las dificultades con el lenguaje expresivo interfieren
en el rendimiento académico o laboral o en la
comunicación social
C. No se cumplen los criterios de un trastorno mixto del
lenguaje receptivo-expresivo o de un trastorno generalizado
del desarrollo
D. Si existe retraso mental, una deficiencia motora o sensorial
del habla o privación ambiental, las deficiencias del
lenguaje deben exceder de las habitualmente asociadas
a dichos problemas
Nota de codificación: si existe una deficiencia sensorial
o motora del habla o una enfermedad neurológica, se codifica
en el Eje III
Tabla 21-9. Criterios diagnósticos del DSM-IV-TR para
el trastorno mixto del lenguaje receptivo-expresivo
A. Las puntuaciones obtenidas en una batería de evaluaciones
del desarrollo del lenguaje receptivo y expresivo
normalizadas y administradas individualmente quedan
sustancialmente por debajo de las que se obtienen mediante
evaluaciones normalizadas de la capacidad intelectual no
verbal. Los síntomas incluyen los propios del trastorno del
lenguaje expresivo, así como dificultades para comprender
palabras, frases o tipos específicos de palabras, como
términos espaciales
B. Las deficiencias del lenguaje receptivo y expresivo
interfieren significativamente en el rendimiento académico
o laboral o en la comunicación social
C. No se cumplen los criterios de un trastorno generalizado
del desarrollo
D. Si existe retraso mental, déficit sensorial o motor del habla
o privación ambiental, las deficiencias del lenguaje exceden
de las habitualmente asociadas con estos problemas
Nota de codificación: si existe un déficit sensorial o motor del
habla o una enfermedad neurológica, se codifica en el Eje III
16. TRATADO DE PSIQUIATRÍA CLÍNICA822
Esto puede ser secundario al hecho de que las niñas mues-
tran tasas más elevadas de recuperación en comparación
con los niños. El efecto del tartamudeo sobre la autoestima
puede estar relacionado con el aumento de las alteraciones
en el funcionamiento social, además de las dificultades aca-
démicas y ocupacionales.
Etiología
En el tartamudeo existe una importante implicación de los
mecanismos genéticos, dada la fuerte asociación familiar y
las tasas elevadas de familiares de primer grado afectados.
El tartamudeo puede adquirirse, además, por un accidente
cerebrovascular o por enfermedades degenerativas localiza-
das en el cerebelo, los ganglios basales o la corteza cerebral.
Evaluación diagnóstica
Además de la entrevista exhaustiva que es apropiada cuando
existe preocupación acerca de la existencia de un trastorno de
la comunicación, hay que considerar y descartar posibles
causas orgánicas (es decir, de base cerebral) del tartamudeo.
Se necesitan valoraciones del habla, del lenguaje y de la audi-
ción, y suele realizarse una derivación al especialista del len-
guaje hablado.
Tratamiento
Las intervenciones conductuales son el punto clave del trata-
miento del tartamudeo. Éstas incluyen el tratamiento del habla
específico, además de elementos de relajación, control del rit-
mo, feedback, modificación de los desencadenantes ambientales,
role-playing y entrenamiento en asertividad. La farmacoterapia
y la psicoterapia pueden ser adecuadas para tratar los síntomas
asociados (p. ej., ansiedad de rendimiento, autoestima).
Trastornos generalizados
del desarrollo
Los trastornos generalizados del desarrollo (TGD) constitu-
yen un grupo heterogéneo de trastornos neuropsiquiátricos
caracterizados por patrones reconocibles de desviación del
desarrollo característico durante los primeros años de la vida.
Estas desviaciones surgen clásicamente en las áreas de: 1) com-
prensión e interés social; 2) comunicación, y 3) capacidades
cognitivas; sin embargo, suelen estar implicados otros cam-
pos del desarrollo. La valoración del individuo afectado suele
estar complicada por el desigual grado de disrupción dentro
de áreas específicas del desarrollo, y son característicos los
perfiles altamente individualizados de capacidades, intereses
y dificultades.
Trastorno autista
Descripción clínica
La primera descripción formal del «autismo infantil precoz»
(Kanner, 1943) se caracterizaba por un desinterés autista por
el entorno social y la insistencia obsesiva en uno mismo. Los
elementos adicionales incluían retraso del lenguaje, ecolalia e
inversión del pronombre, y conductas motoras repetitivas
inusuales (o estereotipias). El empleo de Kanner de la pala-
bra autismo puede haber contribuido de forma no intencional
a una asociación desafortunada y de larga duración con la
descripción de Bleuler de la esquizofrenia, y durante déca-
das, el autismo fue considerado por muchos como la primera
manifestación de la esquizofrenia. Se emplearon diversos tér-
minos (p. ej., esquizofrenia infantil, psicosis infantil o simbió-
tica) como respuesta a las teorías prominentes respecto a la
etiología del autismo. En 1968, Rutter propuso cuatro carac-
terísticas esenciales que emanaban de la evidencia existente y
que estaban presentes en casi todos los niños con autismo:
1) falta de interés social y de respuesta; 2) afectación del len-
guaje; 3) conducta motora extraña, y 4) inicio anterior a la
edad de 30 meses. En 1980, con el desarrollo del DSM-III
(American Psychiatric Association, 1980), predominaron los
criterios básicos de Bleuler y el diagnóstico del autismo in-
fantil se incluyó con la nueva clase de «trastornos generaliza-
dos del desarrollo». En el DSM-IV (American Psychiatric
Association, 1994), el diagnóstico del trastorno autista se es-
tableció a través de un gran estudio multicéntrico (Volkmar
Tabla 21-11. Criterios diagnósticos del DSM-IV-TR
para el tartamudeo
A. Alteración de la fluidez y la organizacion temporal
normales del habla (inadecuadas para la edad del
individuo), caracterizada por ocurrencias frecuentes de uno
o más de los siguientes fenómenos:
(1) Repeticiones de sonidos y sílabas
(2) Prolongaciones del sonido
(3) Interjecciones
(4) Palabras fragmentadas (p. ej., pausas dentro de una
palabra)
(5) Bloqueos audibles o silenciosos (pausas en el habla)
(6) Circunloquios (sustituciones de palabras para evitar las
palabras problemáticas)
(7) Palabras producidas con un exceso de tensión física
(8) Repeticiones de palabras monosilábicas
(p. ej., «yo-yo-yo-yo le vi»)
B. La alteración de la fluidez interfiere en el rendimiento
académico o laboral o la comunicación social
C. Si hay un déficit sensorial o motor del habla, las
deficiencias del habla son superiores a las habitualmente
asociadas con estos problemas
Nota de codificación: si existe un déficit sensorial o motor del
habla o una enfermedad neurológica, se codifica en el Eje III
18. TRATADO DE PSIQUIATRÍA CLÍNICA824
Interacción social
Los individuos con trastorno autista muestran rangos am-
plios de interés y de capacidad en la interacción social. La
descripción original de Kanner (1943) del autismo infantil,
que señaló un desinterés distante en los demás y la evitación
del contacto ocular, representa sólo una parte de la población
autista. Muchos individuos con trastorno autista diagnosti-
cado con exactitud muestran interés social, pero carecen de la
comprensión necesaria para la interacción recíproca. Precoz-
mente, suele existir una falta de referencias sociales, y los de-
más existen únicamente como objetos. El vínculo con cosas
inusuales puede ser evidente, mientras que el vínculo y el
afecto por los demás muestran clásicamente un retraso im-
portante. El interés social puede crecer con el tiempo; sin em-
bargo, una falta de reciprocidad y una incapacidad para
apreciar las percepciones de los demás pueden causar pro-
blemas crecientes con los compañeros que maduran, y es fre-
cuente la frustración frente a la amistad.
Afectación de la comunicación
Los individuos con autismo muestran clásicamente una afec-
tación de la comprensión verbal, habla retrasada e inusual, y
comunicación no verbal limitada. El mutismo es muy fre-
cuente entre las personas con autismo, e incluso en indi-
viduos brillantes el habla puede tener un desarrollo lento
(o parece explotar completamente desarrollada después de
un período de retraso). Los gestos se emplean con poca fre-
cuencia. La ecolalia, las inversiones de los pronombres y la
entonación anormal o ausente pueden hacer que el habla de
los individuos con autismo sea difícil de entender. Las sutile-
zas del humor y el pensamiento imaginativo o abstracto si-
guen siendo típicamente difíciles. Los temas de discusión
tienden a estar limitados a las áreas que les interesan. A me-
nudo, las personas autistas con un elevado nivel de funciona-
miento desarrollan y cuentan con fragmentos concretos del
diálogo, que pueden parecer sorprendentemente llamativos
durante las interacciones superficiales o iniciales.
Patrones de conducta
Las personas con autismo son inusualmente resistentes al
cambio, y las alteraciones aparentemente menores de un pa-
trón esperado pueden provocarles angustia y ansiedad im-
portantes. Esto suele dar lugar a convertir las actividades en
rutinas. Son frecuentes los pensamientos y los comporta-
mientos compulsivos en forma de rituales y pueden manifes-
tarse en preocupaciones, preguntas repetitivas y manierismos
físicos (p. ej., agitación o retorcimiento de las manos). Las res-
puestas inusuales a los estímulos sensoriales son frecuentes,
y muchas personas con autismo se sienten «agobiadas» por
sonidos, olores o intensidades de luz que son tolerables para
los demás o, por el contrario, toleran estímulos (incluso dis-
frutándolos) que los individuos no autistas encuentran mo-
lestos. Las observaciones físicas asociadas suelen incluir es-
casa imitación motora, alteraciones en la marcha y el tono, y
signos neurológicos menores, y pueden incluir hiperacti-
vidad y conducta autolesiva. La «impulsividad», con una
valoración cuidadosa, con frecuencia se hace explicable a la
luz de la comprensión de los intereses especiales y las ansie-
dades del individuo.
Epidemiología
El autismo parece producirse aproximadamente en 10-20 de
cada 10.000 nacidos vivos (Fombonne y cols., 2006; Gillberg y
Wing, 1999), aunque se ha descrito prevalencia ampliamente
cambiante (0,15 a 34,00 por 10.000; véase Tsai, 2004). Las pre-
valencias han aumentado de forma importante desde media-
dos de la década de 1990, y esto ha generado preocupación
pública. Es difícil aclarar si existe un verdadero incremento
en la incidencia o si se trata de un reflejo de la ampliación de
la consciencia y la valoración del problema. Existe un predo-
minio en varones aproximadamente de 4 a 1, aunque las mu-
jeres tienden a estar más gravemente afectadas y pueden te-
ner una mayor afectación cognitiva. Aproximadamente el
70% de los casos presentan discapacidad intelectual, aunque
este porcentaje ha disminuido en los últimos años debido
probablemente al aumento de la consciencia popular sobre el
autismo, además de la creciente aceptación del concepto de
un espectro de disfunción en el trastorno. Las primeras suge-
rencias de que el autismo se asocia con una clase socioeconó-
mica más alta fueron el resultado de un sesgo de valoración.
Las comorbilidades psiquiátricas han sido difíciles de
cuantificar debido al importante solapamiento sintomático
entre el autismo, el retraso mental y otros trastornos psiquiá-
tricos. Son necesarias una consideración cuidadosa e, ideal-
mente, la comparación con una gran población de individuos
con autismo para diferenciar, por ejemplo, la ansiedad, las
conductas obsesivas y compulsivas, o la impulsividad fre-
cuentes en el autismo, de los trastornos de ansiedad, el tras-
torno obsesivo-compulsivo (TOC) y los trastornos del control
de los impulsos, respectivamente. Los diagnósticos psiquiá-
tricos no deben acumularse excepto si los síntomas van más
allá de lo esperado por la presencia del autismo y el cuadro
requiere una intervención más allá de la que se podría consi-
derar sólo para el autismo. Este planteamiento se ve com-
plicado por la necesidad de reconocer presentaciones psi-
quiátricas no clásicas en los pacientes con dificultades de
comunicación y/o cognitivas.
El trastorno convulsivo es más frecuente en los indivi-
duos con autismo, y muestra una distribución de inicio apa-
rentemente bimodal, con aparición de nuevas convulsiones
con mayor frecuencia en el primer año de vida y de nuevo
durante la adolescencia.
La deprivación ambiental grave puede dar lugar a una
presentación que muestra muchos elementos consistentes
con el diagnóstico; sin embargo, la extensión de la reversibi-
lidad de la presentación y la modificación con la intervención
apropiada suelen diferenciarla del autismo.
Etiología
Determinados cuadros médicos se asocian con el autismo; la
esclerosis tuberosa, el síndrome del cromosoma X frágil,
la rubéola materna, el hipotiroidismo congénito, la fenilceto-