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ESDRAS
Este libro formaba originalmente un solo volumen con Nehemías y Crónicas. La
historia contenida en este libro es el cumplimiento de la profecía de Jeremías
concerniente al regreso de los judíos de la cautividad de Babilonia al final de los setenta
años. El libro puede dividirse en cuatro partes: I. Regreso de la cautividad de Babilonia
(caps. I y 2). II. Construcción del templo (caps. 3 al 6). III. Llegada de Esdras a
Jerusalén (caps. 7 y 8). IV. El buen servicio que hizo allí al obligar a los que se habían
casado con mujeres extranjeras a que se separasen de ellas (caps. 9 y 10).
CAPÍTULO 1
I. Edicto de Ciro, rey de Persia, por el que los cautivos judíos podían volver a su
tierra y reedificar el templo en Jerusalén (vv. 1–4). II. Regreso de muchos de ellos (vv.
5, 6). III. Orden de restaurar los utensilios del templo (vv. 7–11).
Versículos 1–4
I. Estado de los cautivos en Babilonia, así como del gobierno bajo el cual estaban.
1. Los judíos estaban bajo el poder de quienes les odiaban, y no tenían nada que
pudieran llamar suyo; no tenían templo ni altar; si cantaban salmos, sus enemigos les
ridiculizaban; con todo, había entre ellos profetas. Había judíos en puestos importantes
del gobierno; otros se habían establecido acomodadamente en el país, pero todos
mantenían la esperanza de que, algún día, a su debido tiempo, volverían a su país y, con
esta esperanza, preservaban entre ellos la distinción de sus familias, el conocimiento de
su religión y la aversión a la idolatría.
2. En el primer año de su reinado, que era el cuarto de Joaquín, Nabucodonosor se
había llevado muchos judíos deportados a Babilonia. Reinó 44 años (605–561 a. de C.).
Su hijo Evil-merodac reinó un año escaso, y, durante cinco años, otros dos reyes
ocuparon el trono, hasta que en 555 tomó la corona el yerno (probablemente) de
Nabucodonosor, Nabónido, quien, ocupado en continuas campañas, dejó el gobierno de
Babilonia en manos de su hijo Belsasar, con quien se colmó la medida de los pecados de
Babilonia y le vino la ruina de manos de Ciro, el rey de Medo-Persia (538 a. de C.).
II. «Movió Jehová el espíritu de Ciro, rey de Persia» (v. 1). Se dice de Ciro que no
conocía a Dios ni cómo servirle; pero Dios conocía a Ciro y cómo servirse de él (Is.
45:4). Dios gobierna el mundo y mueve insensiblemente los ánimos de los hombres, y
todo lo bueno que se lleva a cabo en cualquier lugar y tiempo, es Dios quien mueve el
espíritu para hacerlo, pues pone los pensamientos en la mente, da al entendimiento la
forma de emitir un juicio recto e inclina la voluntad adonde le place.
III. La referencia que esto tenía a la profecía de Jeremías, por medio de quien Dios
no sólo había prometido el regreso, sino que había fijado la fecha. Lo que hizo ahora
Ciro es lo que en Isaías 44:26 se llama cumplir las predicciones de sus mensajeros.
Jeremías fue odiado y despreciado en vida, pero la Providencia le honró años después,
de forma que un poderoso monarca fuese movido a actuar conforme a lo que la palabra
de Dios había dicho por boca de Jeremías.
IV. La fecha del edicto de Ciro. Fue en el primer año de su reinado, no en Persia,
sino en Babilonia, el reino que había conquistado recientemente.
V. Publicación del edicto; primero, de palabra; después, por escrito, no sólo para
que fuese más satisfactorio, sino también para que fuese enviado a las distantes
provincias de Asiria y Media en las que estaban dispersas las diez tribus (2 R. 17:6).
VI. El objetivo de esta declaración de libertad.
1. El preámbulo muestra las causas y consideraciones que habían influido en su
proclamación (v. 2). La mente de Ciro había sido iluminada con el conocimiento de
Jehová, el Dios de Israel, como Dios de los cielos. Todo esto no quiere decir que Ciro
fuese un verdadero creyente en el único Dios vivo y verdadero, pero se muestra
agradecido a Dios, de quien reconoce haber recibido el poder (v. 2): «Jehová … me ha
dado todos los reinos de la tierra». Da así a entender que Dios le había dado todo lo que
le pertenecía antes a Nabucodonosor, de quien se dice (Dn. 4:22; 5:19) que su dominio
se extendía hasta los confines de la tierra.
2. Da libertad a todos los judíos que estaban en sus dominios para que suban a
Jerusalén y «edifiquen allí la casa a Jehová» (v. 3).
3. Generosamente ordena que se les equipe de todo lo necesario tanto en dinero
como en especie (v. 4). No se contenta con decir: «Sea Dios con él» (v. 3), sino que se
preocupa de que los buenos deseos cuajen en buenas acciones (comp. con Stg. 2:15,
16).
Versículos 5–11
I. Cómo respondieron los judíos al edicto de Ciro.
1. Muchos de ellos partieron a su país (v. 5). El mismo Dios que había movido el
espíritu de Ciro (v. 1) para dejarlos partir, despertó el espíritu de los que subieron a
Jerusalén. Algunos sintieron una fuerte tentación para quedarse en Babilonia, al estar
bien establecidos allí, con un largo viaje por delante, quizá con niños pequeños (y sus
madres) que no estaban en condiciones de viajar y para quienes Judá era un país
extraño. ¡Subir a Jerusalén! ¿Y qué harían allí? Todo estaba en ruinas y se hallarían en
medio de enemigos para quienes serían fácil presa. Estas consideraciones harían mella
en muchos, los cuales se decidirían a quedarse en Babilonia o, por lo menos, a no ir en
la primera expedición.
2. Pero hubo otros muchos que se sobrepusieron a las dificultades y éstos fueron los
movidos por Dios a subir. Por medio de su Espíritu y de su gracia, Dios los llenó de una
santa ambición de libertad, de un profundo afecto a su propio país y de un ferviente
deseo de practicar libre y públicamente su religión. La oferta del Evangelio es similar al
edicto de Ciro: «Proclamar liberación a los cautivos» (Lc. 4:18). Quienes están
encadenados por el pecado y bajo la ira de Dios, son hechos libres mediante la obra de
Jesús en el Calvario, con tal que quieran, por medio del arrepentimiento y la fe, venir a
Dios en Cristo. La oferta es general en virtud de la autoridad que Dios ha dado a Cristo
sobre toda la tierra, a fin de edificar casa a Jehová, la Iglesia en el mundo. Hay
muchos que optan por quedarse en la Babilonia de sus pecados, por amor al vicio y por
miedo a las dificultades de una vida santa, pero hay también quienes arrostran las
dificultades y se sienten animados con el deseo de pertenecer a la nueva casa de Dios.
Así que el edicto del Evangelio no se proclama en vano.
3. Después que Ciro dio orden de que los vecinos ayudaran a los desterrados, ellos
lo hicieron así (v. 6), como lo habían hecho los egipcios cuando los israelitas salieron de
Egipto. Les ayudaron con dinero, con ganado y cosas preciosas y con muchas otras
ofrendas voluntarias. Así como el tabernáculo se hizo con los despojos de Egipto, y el
primer templo se construyó con el trabajo de extranjeros, así también el segundo templo
se construyó con las contribuciones de los caldeos, todo lo cual insinuaba y prefiguraba
la admisión de los gentiles en la Iglesia a su debido tiempo.
II. Lo que el propio Ciro hizo para que su decreto fuese efectivo. Para dar una
prueba de la sinceridad de su afecto a la casa de Dios, no sólo dio libertad al pueblo de
Dios, sino que devolvió también los utensilios de la casa de Dios (vv. 7, 8). Judá tenía
su príncipe aún en la cautividad, al que los caldeos llamaban Sesbasar lo más probable
es que se trate de Zorobabel mismo. Según Josefo era capitán de la guardia personal del
rey de Babilonia. Él se encargó de los asuntos de sus compatriotas. A él le fueron dados
por cuenta los utensilios sagrados (v. 8), y él se encargó de que llegasen con bien a
Jerusalén (v. 11).
CAPÍTULO 2
Catálogo de varias familias que regresaron con Zorobabel (v. 1). I. Los jefes (v. 2).
II. El pueblo (vv. 3–35). III. Los sacerdotes, los levitas y demás sirvientes del templo
(vv. 36–63). IV. La suma total, con un informe de la servidumbre y las cabalgaduras
(vv. 64–67). V. Lo que ofrendaron para el servicio del templo (vv. 68–70).
Versículos 1–35
1. Se guardó un registro de las familias que regresaron de la cautividad, con las
cifras de cada familia. Esto se hizo para honor de ellas, como recompensa de su fe y de
su valentía, así como del afecto a su tierra, y para incitar a otros a seguir su ejemplo.
Los nombres de todos los que acepten la liberación llevada a cabo por Jesucristo se
hallarán, para su honor, en otro registro más sagrado que éste: el libro de la vida del
Cordero (Ap. 13:8). También fue guardado este registro para beneficio de la posteridad,
para que supiesen de quién descendían y con quiénes estaban emparentados.
2. Se les llama los hijos de la provincia (v. 1). Judá, que otrora había sido un reino
ilustre, del que otros reinos habían sido sus provincias (sometidas o tributarias), ahora
era una provincia que recibía leyes y decretos del rey de Persia, a quien debía rendir
cuentas.
3. Se dice que volvieron cada uno a su ciudad, esto es, a la que se le señalase; lo
cual se haría, no cabe duda, al tener en cuenta los antiguos asentamientos hechos por
Josué.
4. Se mencionan primero los jefes: Zorobabel y Jesúa (que es el nombre hebreo de
Jesús), príncipe y sumo sacerdote, respectivamente; éstos eran para ellos como habían
sido antiguamente Moisés y Aarón.
5. Algunas de estas familias son nombradas según el nombre de sus antepasados;
otras, conforme al lugar donde habían residido primero. El texto sagrado las distingue y
pone en las primeras «los hijos de», y en las segundas «los hombres de». Es extraño
hallar dos veces (vv. 7 y 31) los hijos de Elam que suman la misma cifra: 1.254. Los
hijos de Belén (v. 21) eran solamente 123, a pesar de ser la ciudad de David. Anatot
había sido una ciudad famosa en la tribu de Benjamín, pero ahora sólo tenía 128
hombres. Esto puede imputarse a la maldición divina contra los hombres de Anatot, por
haber perseguido a Jeremías, que era de allí (Jer. 11:21, 23).
Versículos 36–63
1. Informe acerca de los sacerdotes que regresaron, y, por cierto, en número
considerable: aproximadamente, un diez por ciento de todos los expedicionarios, ya que
la suma total era de 42.360 (v. 64), y los sacerdotes sumaban 4.200 (vv. 36–39).
2. Los levitas regresaron en menor número, ya que, aun sumando los cantores y los
porteros también (vv. 40–42), no llegaban a 350.
3. Los Nethinim (que significa «dados») incluyen a los gabaonitas, empleados en el
servicio del templo desde que les fue asignado por Josué el oficio de leñadores y
aguadores para el tabernáculo (Jos. 9:27), confirmados en su oficio por David (Esd.
8:20), y los hijos de los siervos de Salomón (v. 55), es decir, de los prisioneros de guerra
que Salomón conservaba. Juntos sumaban 392 (v. 58).
4. Había algunos que eran considerados como israelitas de nacimiento, y otros como
sacerdotes, aunque no disponían de registros con que demostrarlo (vv. 59–63), pero
estaban dispuestos a subir a Jerusalén, pues sentían gran afecto a la casa y al pueblo de
Dios.
Versículos 64–70
1. El total de los que subieron a Jerusalén en esta expedición sumaban, pues, 42.360.
Como la suma de los registrados no pasa de 29.818, se deduce que había más de 12.000
que es muy probable que pertenecieran a otras tribus aparte de las de Judá y Benjamín.
Se nombran por separado los siervos y cantores (v. 65), que suman 7.537, con lo que la
cifra total llega a cerca de 50.000. Más del doble de los que se llevó Nabucodonosor
cautivos a Babilonia, de modo que, como en Egipto, el tiempo de su aflicción fue el
tiempo de su aumento. El número de las cabalgaduras (caballos, mulas, camellos y
asnos) era algo mayor que el de siervos y cantores (vv. 66, 67).
2. Sus ofrendas. Se nos dice (vv. 68–69): (A) Que vinieron a la casa de Jehová que
estaba en Jerusalén, siendo así que se hallaba totalmente en ruinas, pero el lugar era
sagrado para ellos y estaban pensando en la reconstrucción del templo. (B) Se dice que
ofrendaron para la casa de Jehová, para reedificarla en su sitio. Fue, sin duda, la
primera casa que pensaron entonces en reedificar. Sus ofrendas fueron como nada en
comparación con las ofrendas de los jefes en tiempo de David; entonces ofrecieron por
talentos (1 Cr. 29:7); ahora, por dracmas; pero estas dracmas, ofrecidas de corazón y
conforme a sus posibilidades, eran para Dios tan aceptas como aquellos talentos, igual
que en el caso de la viuda pobre del Evangelio que echó en el tesoro del templo dos
moneditas, pero eran todo su sustento. (C) Que habitaron … en sus ciudades (v. 70).
Aunque estaban también por reparar, se llaman sus ciudades porque Dios se las había
asignado, y estaban contentos de habitar de nuevo en ellas. Su pobreza era mala cosa,
pero su unidad, su unanimidad y su buen deseo eran excelentes resultados de su
pobreza.
CAPÍTULO 3
Vemos a los repatriados: I. Erigen un altar, ofrecen en él sacrificios, observan las
fiestas y contribuyen a la reedificación del templo (vv. 1–7). II. Echan los fundamentos
del templo con una mezcla de gozo y tristeza (vv. 8–13).
Versículos 1–7
1. Asamblea general en Jerusalén en el séptimo mes (v. 1). Podemos suponer que
vinieron de Babilonia en la primavera. Por tanto, pronto llegó el séptimo mes, en el que
se solemnizaban muchas de las fiestas del Señor. Tal era su celo por la piedad, que
dejaron todos sus asuntos para erigir el altar de Dios, y vinieron como un solo hombre.
Pongamos siempre por delante las cosas de Dios, y todos nuestros asuntos marcharán
mejor.
2. El interés que pusieron los principales del pueblo en tener un altar. (A) Josué y
los demás sacerdotes, así como Zorobabel y los otros jefes, edificaron el altar del Dios
de Israel (v. 2) en el mismo lugar en que había estado (v. 3). No pudieron tener de
inmediato un templo, pero no quisieron estar sin un altar. Abraham erigía un altar
dondequiera que iba. Así nosotros, aunque carezcamos del candelabro de la predicación
o del pan de la Mesa del Señor hemos de ofrecer sacrificios de alabanza y oración, pues
ése es nuestro altar. (B) La razón que se nos da de la prisa que se dieron en esto es
porque tenían miedo a los pueblos de las tierras; estaban en medio de enemigos de
ellos y de su religión y, por eso, erigieron el altar. La percepción del peligro debería
despertar en nosotros el amor al cumplimiento del deber. El mejor uso que podemos
hacer de nuestros temores es que nos ayuden a ponernos de rodillas.
3. Los sacrificios que ofrecieron sobre el altar. (A) Comenzaron el primer día del
mes séptimo (v. 6). (B) Prosiguieron guardando el holocausto continuo (v. 5) de la
mañana y de la tarde (v. 3). Sabían por amarga experiencia lo que era carecer del
consuelo del sacrificio diario sobre el que apoyar sus oraciones diarias. (C) Observaron
todas las fiestas solemnes de Jehová (ofrecieron los sacrificios señalados para cada
una), en particular la fiesta de los tabernáculos (vv. 4, 5). Ahora que comenzaban a
asentarse de nuevo en sus ciudades, les convenía acordarse de cuando sus padres
habitaron en tiendas en el desierto. (D) Ofrecieron todo sacrificio espontáneo, toda
ofrenda voluntaria a Jehová (v. 5). La Ley requería mucho, pero ellos llevaron más,
pues aunque disponían de pocos bienes de los que ofrendar, tenían mucho celo y
podemos suponer que extremarían la sobriedad en la mesa a fin de ofrendar
generosamente para el altar de Dios.
4. Los preparativos para la construcción del templo (v. 7). Como antiguamente, Tiro
y Sidón les proveerían de obreros, y el Líbano de madera, conforme a las órdenes
dictadas por Ciro acerca de esto.
Versículos 8–13
No se discutió entre los repatriados si se había de reconstruir el templo o no. Hubo
unanimidad en que se comenzara de inmediato tan pronto como lo permitiera la estación
del año (v. 8), una vez acabadas las solemnidades de la Pascua. Se llevó poco más de
medio año preparar el terreno y los materiales.
1. Quiénes lo comenzaron: Zorobabel, Jesúa y sus hermanos. La obra de Dios lleva
las de prosperar cuando magistrados, ministros y pueblo ponen en ella el corazón.
Pusieron a los levitas … para que activasen la obra (v. 8), y ellos asistían como un solo
hombre para activar a los que hacían la obra (v. 9), fortaleciéndoles las manos con el
ánimo que les daban.
2. Cómo fue alabado Dios al echar los cimientos del templo (vv. 10, 11): los
sacerdotes con las trompetas prescritas por Moisés y los levitas con los címbalos
ordenados por David, acompañaban el canto de ese himno que nunca se pasará de moda
y que nuestras lenguas no deben jamás cansarse de entonar: Porque Jehová es bueno,
porque para siempre es su misericordia (v. 11). No olvidemos la fuente al disfrutar de
los ríos de la misericordia divina. Dios es bueno para Israel (Sal. 73:1), pero también es
bueno para todos (Sal. 145:9). Cuando nos sentimos fríos, o las iglesias parecen
muertas a la misericordia de Dios, debemos no ser consumidos, sino continuar
existiendo.
3. Cómo se impresionó el pueblo. Había en el pueblo sentimientos dispares, y cada
uno se expresaba de acuerdo con sus sentimientos, aun cuando no había desacuerdo
entre ellos.
(A) Los que comprendían la miseria de carecer de templo alababan a Dios con gritos
de júbilo cuando vieron que se echaban los cimientos (v. 11). Para éstos, hasta los
fundamentos les parecían cosa grande, como vida entre los muertos. Los gritos de júbilo
eran tan grandes, que se oía el ruido hasta de muy lejos (v. 13).
(B) Los que recordaban la gloria del templo que Salomón había edificado y veían
cuán inferior iba a ser éste, no sólo en dimensiones, sino sobre todo en magnificencia y
suntuosidad, lloraban en alta voz (v. 12). Si fechamos la destrucción del primer templo
en 586 a. de C., y el comienzo del nuevo templo en 536, podemos imaginar que habría
bastantes que conocieron el templo de Salomón. Estos son los que se lamentaban de la
desproporción entre ambos templos.
(a) No les faltaba alguna razón para llorar. Y si conducían las lágrimas por el canal
apropiado, y lamentaban el pecado que era la causa de esta triste desproporción, no
hacían mal.
(b) Con todo fue una señal de debilidad mezclar esas lágrimas con el júbilo de los
demás hasta empañarlo y casi contrarrestarlo (v. 13). En la armonía del regocijo
público, no seamos cuerdas desafinadas. Eran sacerdotes y levitas, y debían haber
aprendido, y enseñado a otros, cómo comportarse correctamente en diferentes
circunstancias, a fin de que el recuerdo de las antiguas aflicciones no anegara el
sentimiento de las presentes misericordias. Esta mezcla de tristeza y gozo es como una
estampa de este mundo, en el que escasamente podemos discernir el clamor de los
gritos de alegría de la voz del llanto.
CAPÍTULO 4
Tan pronto como comenzó la buena obra de reedificar el templo surgió la oposición;
los samaritanos, enemigos de los judíos y de su religión se empeñaron en obstruir la
obra. I. Se ofrecieron primero a participar en la obra, para poder así retrasarla, pero no
se les permitió participar (vv. 1–3). II. Les desanimaron entonces, a fin de disuadirles de
continuarla (vv. 4, 5). III. Les calumniaron ante el rey de Persia (vv. 6–16). IV.
Obtuvieron de él una orden para detener las obras (vv. 17–22), lo que consiguieron (vv.
23, 24).
Versículos 1–5
Un ejemplo de la vieja enemistad puesta entre la simiente de la mujer y la simiente
de la serpiente. El templo de Dios no puede ser edificado porque Satanás está furioso y
las puertas del infierno luchan contra la obra. Lo mismo pasa con el reino de Dios y con
el Evangelio: tiene que soportar tremenda oposición de las fuerzas del mal.
I. Los repatriados son llamados los hijos del destierro (v. 1, lit.), como nacidos en la
cautividad, recién venidos del exilio, donde la mayoría de ellos había nacido, y llevaban
todavía las marcas de la cautividad. Aunque ya no eran cautivos, estaban aún bajo el
control de aquellos en cuyo poder habían estado durante tanto tiempo. Israel era el hijo
primogénito de Dios, pero, por sus iniquidades, se habían vendido y esclavizado,
convirtiéndose así en hijos de la cautividad.
II. Los que se oponían a la obra son llamados aquí enemigos de Judá y de Benjamín;
no eran los caldeos ni los persas, sino los que habían quedado de las diez tribus del
norte y los extranjeros que se habían unido con ellos, practicaban así la híbrida religión
que vemos en 2 Reyes 17:33: «Temían a Jehová y honraban a sus dioses». Son también
llamados el pueblo de la tierra (v. 4).
III. La oposición que ofrecieron tenía mucho de la astucia de la serpiente antigua.
Cuando se enteraron de que se iba a construir el templo, se dieron cuenta
inmediatamente de que eso supondría un golpe fatal para su superstición y decidieron
oponerse a ello.
1. Se ofrecieron primero a cooperar con los israelitas en la obra de la construcción,
para tener así la oportunidad de retardar la construcción bajo capa de apresurarla. Su
oferta parecía, a primera vista, plausible y estupenda (v. 2): Edificaremos con vosotros,
porque como vosotros buscamos a vuestro Dios. Esto era falso pues aunque buscaban al
mismo Dios, no lo buscaban a Él solo ni lo buscaban de la forma que Él había ordenado.
Pero los jefes de las casas paternas de Israel se dieron cuenta pronto de que no venían
con buena intención, a pesar de sus buenas palabras, sino que lo que realmente
intentaban era estorbar la construcción por lo que les respondieron claramente (v. 3):
«No nos conviene edificar con vosotros no tenéis parte con nosotros en esto, pues no
sois verdaderos israelitas ni sois sinceros adoradores de Dios; vosotros adoráis lo que
no sabéis (Jn. 4:22); así que no podemos tener comunión con vosotros; nosotros solos la
edificaremos a Jehová Dios de Israel».
2. Cuando les fracasó este primer plan, hicieron cuanto pudieron para distraerles de
la obra y desanimar al pueblo. Los fríos e indiferentes fueron así intimidados (v. 4). No
nos extrañe el que los enemigos de la Iglesia no se den punto de descanso en sus ataques
contra ella, pues el señor a quien sirven y cuya obra llevan a cabo no se cansa de dar
vueltas por la tierra (Job 1:7; 2:2; comp. con 1 P. 5:8) para hacer daño.
Versículos 6–16
El autor sagrado traza ahora una síntesis histórica de la oposición que los repatriados
encontraron para edificar el templo durante más de medio siglo (reinados de Ciro,
Cambises, Darío I, Jerjes I—el Asuero de la Biblia—y Artajerjes I). Tras el largo
paréntesis (vv. 6–23), el versículo 24 vuelve al reinado de Darío I para continuar la
narración. Se habla en el versículo 7 de la carta que los samaritanos escribieron a
Artajerjes a fin de que diese orden de que no siguiera adelante la obra. En esta carta
lanzarían las mismas acusaciones que habían presentado a Asuero (v. 6) tan pronto
como este rey tomó posesión del trono. Tanta es la prisa que los enemigos de Dios y de
la Iglesia se dan para aprovechar la primera oportunidad de hacer daño. ¡Si tan solícitos
estuviésemos nosotros en servir de provecho!
I. Las personas encargadas de escribir esta carta son mencionadas por sus nombres
(v. 7), así como las que de hecho la redactaron (v. 8). Se repiten los nombres de los
redactores (v. 9), junto con los de todos los demás conjurados (vv. 9, 10) contra Jehová
y contra su templo (comp. con Sal. 2:2). ¿Qué daño les hacía a todos ésos la
construcción del templo? Sin embargo, todos los procedentes de las distintas colonias en
que se habían establecido desde la deportación llevada a cabo por Asurbanipal, rey de
Asiria (llamado aquí Asnapar—v. 10—), quien completó así la obra de Esar-hadón, se
pusieron de acuerdo en oponerse a los repatriados quizá porque los profetas del Dios de
Israel habían predicho la desaparición de todos los dioses de los gentiles (Jer. 10:11;
Sof. 2:11).
II. Esdras extrajo de los anales de los reyes de Persia una copia de la carta que estos
conspiradores escribieron a Artajerjes.
1. En ella se presentan como muy leales al gobierno y preocupados por el honor y
los intereses del reino. «Siendo que nos mantienen del palacio (lit. porque somos
salados con la sal del palacio), y no podemos vivir sin esa manutención, de la misma
manera que la carne no se mantiene fresca sin sal, en consideración a esto (¡ !), no nos
es justo ver el menosprecio del rey, pues tu reino peligra si esa ciudad es reedificada»
(vv. 14–16).
2. Presentan a los judíos como desleales y peligrosos para el gobierno, y llaman a
Jerusalén ciudad rebelde y mala (v. 12), así como perjudicial a los reyes y a las
provincias (v. 15).
(A) La forma en que presentan el pasado es insidiosa, pues afirman que Jerusalén
fue destruida a causa de las rebeliones que se formaban en ella desde antiguo (v. 15).
Es cierto que Joacim y Sedequías se habían rebelado contra el rey de Babilonia, pero sus
esfuerzos habrían estado justificados si se hubiesen puesto primero a bien con Dios. No
podían, sin más, ponerle a Jerusalén la marca de ciudad rebelde. Además, los judíos
habían dado abundantes pruebas de buena conducta durante su cautividad, lo que
bastaba para quitarles ese reproche.
(B) La información que ofrecen acerca del presente es completamente falsa. Tan
lejos estaban de levantar los muros de la ciudad (v. 12), que ni lo habían intentado,
como se ve por la condición en que estaban muchos años después (Neh. 1:3): el muro,
derribado. Lo único que habían hecho era comenzar a poner los cimientos del templo,
conforme les había ordenado Ciro.
(C) Los pronósticos de las consecuencias que prevén eran totalmente infundados y
absurdos. Predicen que, si Jerusalén es reedificada, no sólo serán los judíos los que no
pagarán tributo, impuesto y rentas (v. 13), sino que todas las comarcas de este lado del
Éufrates se sacudirán el yugo de Persia (v. 16), al seguir el ejemplo de los judíos. El rey
no puede hacer la vista gorda ante todo esto, porque no sólo se hará daño a sí mismo,
sino también a sus sucesores: el erario de los reyes será menoscabado (v. 13). Puede
verse hasta qué punto cada línea de esta carta está llena de malicia y de la astucia propia
de la serpiente antigua.
Versículos 17–24
1. Las órdenes que dio el rey de Persia en respuesta al informe que los samaritanos
le enviaron contra los judíos. Se dejó ganar por las falsedades de ellos y expidió un
decreto para que parasen la obra. Consultó los anales de Babilonia y de otros países en
lo concerniente a Jerusalén y halló lo de las rebeliones señaladas por los acusadores (v.
19), y que los reyes que hubo antiguamente en ella habían hecho tributarios a todos los
países de este lado del Éufrates (v. 20). Por tanto, mandó que ordenasen parar
inmediatamente la construcción de la ciudad (vv. 21, 22). Ni él ni los peticionarios
mencionan el templo, pues sabían que Ciro había dado orden de reedificarlo.
2. El uso que los enemigos de los judíos hicieron de dichas órdenes, tan
fraudulentamente obtenidas. Se les autorizaba únicamente para que parasen las obras de
reedificación de la ciudad pero, al tener de su parte la fuerza y el poder, las interpretaron
como que también podían detener la construcción del templo, pues esto era lo que ellos
intentaban principalmente. La consecuencia fue que cesó la obra de la casa de Dios (v.
24) por algún tiempo, a causa del poder y de la insolencia de sus enemigos.
CAPÍTULO 5
Se reanuda ahora la obra de edificación del templo. El Espíritu de Dios: I.
Enfervorizó a los judíos para animarles a edificar (vv. 1, 2). II. Y enfrió a sus enemigos,
trayéndoles a mejor disposición, porque, aun cuando secretamente aborrecían la obra
tanto como los del capítulo precedente, al menos: 1. Fueron más deferentes con los
edificadores (vv. 3–5), y 2. Fueron más imparciales en su presentación del asunto al rey
(vv. 6–17).
Versículos 1–2
Durante este tiempo los judíos tenían un altar y un tabernáculo. Pero los consejeros
que habían sido alquilados para detener la obra (4:5) les dijeron que no había llegado la
hora de edificar el templo (Hag. 1:2). El pueblo se convenció de ello y así se llegó a la
situación descrita en Hageo 1:4, de que ellos habitaban en casas artesonadas mientras
la casa de Dios estaba en ruinas.
I. Fue una bendición que tuviesen dos buenos ministros de Dios, que les
persuadieron a poner de nuevo en marcha el asunto. Tanto Hageo como Zacarías
comenzaron a profetizar en el segundo año de Darío, como vemos por Hageo 1:1;
Zacarías 1:1. El templo de Dios entre los hombres ha de ser edificado, no por fuerzas
seculares, sino por la Palabra de Dios. Así como las armas de nuestra milicia no son
carnales, sino espirituales, tampoco las herramientas de nuestra construcción son
carnales, sino espirituales. Es deber de los profetas de Dios animar al pueblo de Dios
para hacer el bien y ayudarles en ello, fortalecerle las manos y, mediante
consideraciones sacadas de la Palabra de Dios, avivarles el sentido del deber y
animarles a cumplirlo. Profetizaron (v. 1) en el nombre del Dios de Israel.
II. También tuvieron dos buenos magistrados, decididos y activos en esta obra:
Zorobabel, el jefe principal, y Jesúa (o Josué), el sumo sacerdote (v. 2). Estos dos
grandes hombres no creyeron que fuese un rebajamiento para ellos, sino una dicha, el
ser enseñados y mandados por los profetas de Dios, pues estaban contentos de que así
les ayudasen a reavivar esta buena obra. Léase aquí el primer capítulo de la profecía de
Hageo (pues es el mejor comentario de estos dos verss.) y se verá cuán grandes cosas
hace Dios por medio de su Palabra, con la que engrandece su santo nombre, y por
medio del Espíritu que obra juntamente con ella.
Versículos 3–17
I. La cuenta que se dieron pronto los vecinos de que la obra se reanudaba. Tan
pronto como el Espíritu de Dios despertó a los amigos del templo para que se
interesaran en él, despertó también el espíritu maligno a sus enemigos para que se
opusieran a él. Mientras el pueblo edificaba sus casas artesonadas, sus enemigos no les
molestaron, pero en cuanto se pusieron a trabajar en el templo, surgió la alarma y todos
ellos vinieron a detener la obra (vv. 3, 4). Se citan aquí los nombres de los adversarios:
Tatnay y Setar-Boznay. Estos dos, aunque se oponían a la reedificación del templo, al
menos estaban dispuestos a decir la verdad. Si la fe no es de todos (2 Ts. 3:2), al menos
es bueno que algunos tengan, si no fe, sentido del honor. Los enemigos de la Iglesia no
son todos igual de perversos y testarudos.
II. El interés que la Providencia tenía en esta buena obra (v. 5): Los ojos de Dios
velaban sobre los ancianos de los judíos que estaban ocupados en la obra, a fin de que
sus enemigos no les obligasen a cesar, como habrían hecho, hasta que el asunto llegase
al rey Darío. Los enemigos se contentaban con que cesaran hasta recibir instrucciones
del rey acerca de la obra, pero los ancianos del pueblo vieron que los ojos de Dios
velaban sobre los judíos y no quisieron cesar mientras no se recibiesen del rey
instrucciones en contra, pues sabían que Dios les protegía en su obra, con lo que se
sentían animados a proseguir con todo vigor, pese a toda la oposición que se les hiciese.
III. El informe que enviaron al rey.
1. Los ancianos de los judíos dieron a los samaritanos un informe cumplido y claro
de su modo de proceder. A la pregunta: «¿Quién os ha dado orden para edificar esta
casa, etc.?» (vv. 3, 9), ellos respondieron (v. 11): «Nosotros somos siervos del Dios del
cielo y de la tierra. El Dios a quien adoramos no es una deidad local y, por ello, no se
nos puede acusar de rebelión al levantar este templo en su honor, sino que adoramos a
un Dios del que depende todo el Universo, y, por tanto, su obra debe ser protegida por
todos e impedida por ninguno». Y añaden (v. 12): «Fue por haber provocado nuestros
padres a ira al Dios de los cielos por lo que Nabucodonosor destruyó esta casa. Fue
por los pecados de nuestro pueblo por lo que fuimos desposeídos, por algún tiempo, de
ella; no porque los dioses de las naciones hayan prevalecido contra nuestro Dios, sino
porque nosotros le provocamos, es por lo que nosotros y nuestro templo fuimos
entregados en manos del rey de Babilonia. Pero ahora el mismo rey Ciro (v. 13) dio
orden para que esta casa de Dios fuese reedificada. Así que tenemos a nuestro favor el
decreto del rey».
2. Como puede verse, los ancianos de los judíos respondieron con toda
mansedumbre, sin preguntar a sus enemigos con qué autoridad venían ellos a
examinarles, y sin reprocharles su idolatría, su religión híbrida y sus supersticiones.
Aprendamos de aquí a presentar defensa con mansedumbre y reverencia (respeto) ante
todo el que nos demande razón de la esperanza que hay en nosotros (1 P. 3:15), prestos
a entender correctamente y a declarar llanamente lo que hacemos en el servicio de Dios
y por qué lo hacemos.
3. Cuán imparcialmente presentaron los samaritanos el asunto al rey. Llaman al
templo de Jerusalén la casa del gran Dios (v. 8); pues aun cuando los samaritanos
tenían muchos dioses y muchos señores, reconocen que el Dios de Israel es el gran Dios
que está sobre todos los dioses. Le dicen sinceramente lo que se está haciendo, sin
afirmar, como habían hecho sus predecesores, que estaban fortificando la ciudad para
defenderla en una guerra, sino sólo que estaban edificando el templo como quienes sólo
procuran adorar a Dios. El pueblo de Dios no podría ser perseguido si no fuese
calumniado, ni podría ser hostigado si no se le vistiera con piel de oso. Si la causa de
Dios y de la verdad es expuesta con imparcialidad y oída sin prejuicios, ella misma se
sostendrá.
CAPÍTULO 6
Aquí vemos llevada a feliz término la gloriosa obra de reedificar el templo. I. Es
hallado el decreto de Ciro (vv. 1–5). II. Darío da orden de que dicho decreto sea llevado
a efecto (vv. 6–12). III. Se termina la obra (vv. 13–15). IV. Solemne dedicación del
templo (vv. 16–18). V. Se inaugura con la celebración de la Pascua (vv. 19–22).
Versículos 1–12
I. Se ordena una investigación para hallar el decreto de Ciro. Se buscó en Babilonia
(v. 1), pero no fue hallado allí, sino en Acmetá esto es, Ecbatana, en la provincia de
Media (v. 2), ciudad a 2.000 m sobre el nivel del mar y muy adecuada para la
conservación de rollos y pergaminos. Se inserta el decreto mismo (vv. 3–5). 1. Aquí
está el decreto de reedificación: «Para que fuese reedificada la casa de Dios en
Jerusalén» (v. 3), de tales y tales dimensiones y con tales y tales materiales. 2. Están
también estipuladas las expensas: «Y que el gasto sea pagado por el tesoro del rey» (v.
4). No hallamos que el pago se recibiera al cambiar las cosas en la corte de Persia. 3.
También se daba orden de que fueran devueltos los utensilios del templo que se había
llevado Nabucodonosor (v. 5), y de que los sacerdotes los volvieran a poner en sus
lugares respectivos en la casa de Dios.
II. El rey Darío corrobora el decreto de Ciro y da orden de que se lleve a efecto.
1. Esta orden de Darío es muy explícita y satisfactoria. (A) Prohíbe oponerse a la
edificación del templo, conocedor de que existía tal oposición, como se ve por las
expresiones: «retiraos de allí» (v. 6); «dejad que se haga la obra» (v. 7). (B) Ordena
que se disponga de la hacienda misma del rey: (a) Para la obra de edificación (v. 8), en
lo que sigue el ejemplo de Ciro (v. 4). (b) Para el ofrecimiento de los sacrificios cuando
esté terminada la obra (v. 9). Con esto da honor: Primero, al Dios de Israel, a quien
llama una y otra vez el Dios del cielo. Segundo, a los ministros de Dios, para que se
acomoden a lo que ellos ordenen. Tercero, a la oración: «Y oren por la vida del rey y
por sus hijos» (v. 10). (C) Refuerza su orden con pena de muerte para quien altere el
decreto (v. 11), e invoca la maldición de Dios sobre todo rey y pueblo que trate de
destruir esta casa (v. 12).
2. El corazón de los reyes está en la mano de Dios y Él lo inclina del modo que le
place, pues es el Rey de reyes. Cuando suena la hora en el reloj de Dios para el
cumplimiento de sus propósitos con respecto a su Iglesia, Él hace surgir para que se
lleven a cabo instrumentos de los que no podría esperarse tan buen servicio. A veces, la
tierra ayuda a la mujer (Ap. 12:16), y pueden convertirse en aliados provechosos para
la defensa de la religión personas que no tienen ellas mismas ninguna religión. Los
enemigos de los judíos, al apelar a Darío, esperaban obtener un decreto para pararles los
pies pero, en lugar de eso, recibieron orden de llenarles las manos.
Versículos 13–22
I. Vemos a los enemigos de los judíos hechos amigos. Cuando recibieron la orden
del rey, vinieron a promover la obra con tanta prisa como la que sus predecesores se
habían dado para tratar de detenerla (4:23).
II. Se continuó, pues, la edificación del templo y se acabó la obra en poco tiempo
(vv. 14, 15). Se llevó a cabo conforme a la profecía de Hageo y Zacarías …, por orden
del Dios de Israel, y por mandato de Ciro, de Darío y de Artajerjes rey de Persia.
Tuvieron que avergonzarse al tener que obrar por mandato de reyes paganos, pero
también se sintieron animados por las profecías de Hageo y Zacarías. Ahora marchó la
obra viento en popa, de forma que se acabó en el plazo de cuatro años. El templo
espiritual, que es la Iglesia, se lleva mucho tiempo en ser construido, pero un día
quedará completo y acabado. Cada uno de los creyentes es, en realidad, un templo vivo
del Espíritu Santo. Padece oposición de parte de Satanás, del mundo y de sus mismas
corrupciones interiores, no dominadas aún del todo; pero el que comenzó la buena obra,
la perfeccionará hasta el día de Jesucristo (Fil. 1:6).
III. Dedicación del templo. Una vez acabada la obra, y al estar el templo destinado a
usos sagrados, mostraron con el ejemplo cómo debía usarse, pues éste es—dice el
obispo Patrick—el verdadero sentido del vocablo dedicar. Lo dedicaron con toda
solemnidad, y es probable que hiciesen una previa declaración pública de que quedaba
separado de los usos comunes, ofrecido al honor de Dios y a la adoración que le era
debida. 1. Las personas que tomaron parte en esta dedicación fueron no sólo los
sacerdotes y levitas, sino todos los que habían venido de la cautividad (v. 16). 2. Los
sacrificios que se ofrecieron en esta ocasión fueron cien becerros, doscientos carneros y
cuatrocientos corderos en holocausto, además de doce machos cabríos en expiación (v.
17); muy poco en comparación con lo que se ofreció en la dedicación del templo de
Salomón (1 R. 8:63), pero ahora eran mucho más pobres y muy inferiores en número,
por lo que sus sacrificios fueron igualmente aceptos a Dios. 3. Fue llevada a cabo con
gozo (v. 16). 4. Hecha la dedicación, pusieron a los sacerdotes y a los levitas en sus
respectivos turnos y servicios. Lo que faltó de pompa y suntuosidad, se suplió con
pureza y adhesión a Dios, que es la verdadera gloria del templo. No hay hermosura
como la hermosura de la santidad.
IV. Celebración de la Pascua en el recién dedicado templo. Ahora que habían sido
libertados de la esclavitud de Babilonia era la ocasión oportuna para conmemorar su
liberación de la esclavitud de Egipto. Los nuevos favores de Dios deben traernos a la
memoria los que anteriormente hemos recibido de Él. Hicieron de la Pascua una
jubilosa fiesta, la cual cayó precisamente en el mes siguiente a la terminación y
dedicación del templo (v. 19). Se toma nota: 1. De la pureza de los sacerdotes y de los
levitas que sacrificaron la Pascua (v. 20). La pureza de los ministros, así como su
unión, añade gran belleza a la hermosura de sus ministerios. 2. De los prosélitos que
tomaron parte con ellos en esta ordenanza: Todos aquellos que se habían apartado de
las inmundicias de las gentes de la tierra para buscar a Jehová Dios de Israel (v. 21).
Todos cuantos habían dejado atrás no sólo su país, sino especialmente las
supersticiones, idolatrías e inmoralidades de su país, y se habían adherido a Jehová Dios
de Israel como su Dios, comieron la Pascua. 3. Del regocijo y la satisfacción con que
guardaron la fiesta de los panes sin levadura, por cuanto Jehová los había alegrado (v.
22): les había dado motivo para alegrarse y corazón con que alegrarse.
CAPÍTULO 7
En este capítulo vemos a Esdras en acción durante el reinado de Artajerjes.
Zorobabel y Jesúa (o Josué) eran ya demasiado viejos, si es que no habían muerto.
Tampoco volvemos a leer nada acerca de Hageo ni de Zacarías. ¿Qué será de la causa
de Dios y de Israel ahora que estos útiles instrumentos del Señor se han ido? Confiemos
en Dios, quien siempre puede levantar, por su Espíritu, otros que ocupen el lugar de los
primeros. Esdras aquí y Nehemías en el próximo libro, fueron tan útiles en su tiempo
como aquellos otros lo habían sido en el suyo. I. Informe acerca de Esdras en general, y
de su viaje a Jerusalén en particular (vv. 1–10). II. Una copia de la comisión que le
encargó Artajerjes (vv. 11–26). III. Su gratitud a Dios por ello (vv. 27, 28).
Versículos 1–10
I. Genealogía de Esdras. Era sacerdote descendiente de Aarón. Le escogió Dios para
ser instrumento de bien para Israel, a fin de honrar el ministerio sacerdotal, cuya gloria
se había eclipsado mucho a causa de la deportación. Su padre era Seraías, el sumo
sacerdote del que leemos (Serayá) en 2 Reyes 25:18–21, a quien el rey de Babilonia dio
muerte cuando saqueó Jerusalén. Si tenemos en cuenta que eso se llevó a cabo el año
586 a. de C., y que este viaje de Esdras a Jerusalén ocurrió el 456 (130 años después), es
seguro que Seraías era el abuelo o bisabuelo, no el padre, de Esdras (v. 1 Cr. 6:13–15,
que lo confirma).
II. Su carácter. 1. Era de gran erudición (v. 6): «escriba diligente» (lit. rápido), es
decir, versado en la Ley y buen conocedor del léxico y del estilo; esto le hacía
sumamente apto para ser buen secretario de la corte persa. Es tradición judía que Esdras
recogió cuantas copias de la Ley pudo hallar, y publicó una edición esmerada del canon
del Antiguo Testamento. 2. Era de gran piedad y santo celo (v. 10): «Había preparado
su corazón para escudriñar la ley de Jehová y para cumplirla». Los caldeos, entre los
que se había criado, eran famosos por su literatura; en especial, por el estudio de las
estrellas; pero Esdras superó la tentación de dedicarse a este estudio: la ley de Dios
suponía para él muchísimo más que todos los escritos de magos y astrólogos. Se dedicó
al estudio de las Escrituras, no sólo para conocerlas bien y para enseñar en Israel sus
estatutos y decretos, sino (primordialmente) para cumplirlas. Como el Señor Jesús,
comenzó a hacer (primero) y a enseñar (Hch. 1:1). Y, para enseñar, aprendió. Para todo
esto preparó (lit. fijó, aplicó) su corazón, lo que da a entender su gran determinación.
III. Su viaje a Jerusalén para el bien de su país: Subió de Babilonia (v. 6), y en el
plazo de cuatro meses llegó a Jerusalén (v. 8). 1. El rey se portó con él amablemente: Le
concedió el rey todo lo que pidió, todo lo que él deseaba para servir a su país. 2. El
pueblo se portó también amablemente con él, pues muchos se fueron con él
aventurándose a ir a Jerusalén una vez que él se iba. 3. Dios le otorgó su favor: Porque
la mano de Jehová su Dios estaba con él (vv. 6, 9).
Versículos 11–26
Comisión que el rey de Persia encargó a Esdras, dándole autoridad plena para actuar
a favor de los judíos. Artajerjes se llama a sí mismo Rey de reyes (v. 12), título
demasiado elevado para un mortal. Era rey de algunos reyes, pero pretender que era rey
de todos los reyes era una usurpación de la prerrogativa exclusiva del que tiene todo
poder en el cielo y en la tierra. Saluda a Esdras como a sacerdote y escriba erudito en
la ley del Dios del cielo, esto suponía para Esdras mayor honor que ser un príncipe o
gobernador en el imperio persa.
I. Permite a Esdras subir a Jerusalén (v. 13) y que marchen con él quienes de entre
los judíos lo deseen. También le otorga autoridad para ver cómo marchan los asuntos en
Judá y Jerusalén (v. 14). La norma para esta investigación había de ser: «La ley de tu
Dios que está en tu mano»; es decir, había de investigar si los judíos, en su religión,
obraban conforme a esa ley: si conforme a esa ley se había edificado el templo, se había
restablecido el sacerdocio y se ofrecían los sacrificios. Si se echaba en falta algo, había
de enmendarlo, y, como Tito en Creta, que acabase de poner en orden lo que faltaba
(Tit. 1:5). Así se les devolvía a los judíos el privilegio de gobernarse por su propia ley.
II. Le entrega el dinero libremente donado por el rey, sus consejeros y súbditos para
el servicio de la casa de Dios (vv. 15, 16). Queda, pues, Esdras encargado: 1. De recibir
este dinero y llevarlo a Jerusalén. 2. De usarlo de la mejor manera: en ofrecer sacrificios
sobre el altar del templo (v. 17) y en todo cuanto a él o a sus hermanos les parezca bien
(v. 18), con tal que se haga conforme a la voluntad de vuestro Dios.
III. Le otorga poderes para que, de los tesoros del rey (v. 20), saque cuanto sea
necesario para la casa de Dios y para que los tesoreros del otro lado del río, esto es, los
que se hallaban en Palestina, proveyesen a Esdras, a expensas del rey, de cuanto
necesitase. Ésta era muy buena medida, pues, al no haber investigado todavía cómo iban
las cosas Esdras no sabía a punto fijo lo que iba a necesitar. Igualmente le autoriza para
que procure que no falte nada de lo que se requiere en la casa de Dios (v. 23). Véase: 1.
Cuán honorablemente habla de Dios. Le había llamado antes el Dios de Jerusalén pero
aquí, para que no se entienda que habla de una deidad local, le llama el Dios del Cielo.
2. Cuán estrictamente manda que todo se haga conforme es mandado por el Dios del
cielo. Es probable que Artajerjes hubiese leído y admirado la ley de Dios.
IV. Exime a todos los ministros del templo de pagar tasas al gobierno. Desde el
sumo sacerdote hasta el último de los leñadores y aguadores del templo, a ninguno se le
impondrá tributo, contribución ni renta (v. 24).
V. Da también poderes a Esdras para nombrar jueces y gobernantes para todos los
judíos que están al otro lado del río (esto es, en Palestina). Gran bendición era para los
judíos tener personas capacitadas para el mando, y especial bendición era que fuesen
nombrados por Esdras. 1. Todos los que conocían las leyes del Dios de Esdras (v. 25)
habían de estar bajo la jurisdicción de dichos jueces, lo cual indica que estaban exentos
de la jurisdicción de los magistrados paganos. 2. A estos magistrados les era permitido
hacer prosélitos, pues habían de enseñar las leyes de Dios al que no las conociese. No
podían hacer nuevas leyes, sino atenerse a las dadas por Dios. 3. También se les
autorizaba a imponer las penas convenientes a cualquiera que no cumpliese la ley de
Dios y la ley del rey (v. 26).
Versículos 27–28
Por dos cosas bendice Esdras a Dios: 1. Por su comisión: Bendito sea Jehová, Dios
de nuestros padres, que puso tal cosa en el corazón del rey. Dios puede poner en el
corazón y en la cabeza de los hombres cosas que a ellos no se les habrían ocurrido. Lo
hace con su gracia y con su providencia. Si alguna cosa buena se halla en nuestro
corazón, hemos de reconocer que es Dios quien la ha puesto allí, y hemos de bendecirle
por ello. 2. Por el ánimo que le había dado para cumplir esta comisión (v. 28): Inclinó
hacia mí su misericordia, etc. Esdras era hombre valiente; sin embargo, atribuyó esta
valentía no a su propio ánimo, sino al fortalecimiento que había recibido de la mano de
Dios.
CAPÍTULO 8
Más detalles del viaje de Esdras a Jerusalén. I. Los que le acompañaron (vv. 1–20).
II. El ayuno que observaron para implorar la presencia de Dios con ellos en este viaje
(vv. 21–23). III. El interés que puso en que se emplease bien el dinero que llevaba (vv.
24–30). IV. La protección que la Providencia les otorgó en el viaje (v. 31). V. Su
llegada con bien a Jerusalén, donde dejaron el tesoro en manos de los sacerdotes (vv.
32–34), ofrecieron sacrificios (v. 35) y entregaron a los gobernadores los despachos del
rey (v. 36).
Versículos 1–20
1. Después de recibir su comisión, Esdras buscó voluntarios para que subiesen con
él a Jerusalén, para cumplir, en un primer plano, las palabras de Isaías: «Levantará
pendón a las naciones, y juntará los desterrados de Israel, y reunirá los esparcidos de
Judá» (Is. 11:12). Puede decirles: «Ahora que el templo está edificado y se llevan a cabo
en él los servicios correspondientes, es el momento de subir allá».
2. Algunos se ofrecieron voluntariamente a marchar con él. Los jefes de varias
familias se mencionan aquí para su honor, y el número de los varones que subieron con
cada uno de ellos, sumaron un total de 1.496. Ya vimos algunos de ellos en el capítulo
2.
3. Sorprende que, entre los expedicionarios, no hallase Esdras ningún levita (v. 15),
aunque sí sacerdotes. Véase, en 2:39, 40, la desproporción entonces existente entre el
número de sacerdotes y el de levitas. El Dr. Ryrie sugiere que ello pudo deberse a su
repugnancia a salir del país por ser su condición muy inferior a la de los sacerdotes.
Esdras tenía suficiente dinero para el servicio del templo pero le faltaban hombres.
Envió entonces once hombres a Casifía (o Casifyá), lugar no identificado, pero en el que
había, sin duda, una colonia de levitas y servidores del templo, y de allí pudo obtener
unos 40 levitas y 220 servidores del templo, quienes fueron reclutados a toda prisa, ya
que Esdras había urgido al jefe del lugar para que trajesen ministros para la casa de
nuestro Dios (v. 17).
Versículos 21–23
1. Esdras se había procurado levitas, mas ¿de qué le serviría, si no tuviese a Dios
consigo? Pero tenía firme confianza en el poder y la protección de Dios, que están
siempre a disposición de sus siervos y en contra de sus enemigos. Como Esdras creía
con el corazón, también confesaba con la boca y, por eso, no quiso pedir al rey escolta
que les protegiese, para que no pensase el rey que Dios no tenía poder para protegerles o
que Esdras dudaba de ese poder. Esto no significa que no podamos echar mano de los
medios honestos de procurarnos seguridad; y no hemos de avergonzarnos de ello.
2. Puesto que habían expresado delante del rey su confianza en la protección de
Dios (v. 22), buscaron el rostro de Dios en oración y ayuno (v. 21). (A) Expresaban así
su humillación: Para afligirnos delante de nuestro Dios, confesaron sus pecados y se
arrepintieron de ellos para obtener el deseado perdón. (B) Fortalecían así su oración,
pues, en circunstancias especiales, el ayuno iba siempre unido a la oración (comp. con
Hch. 13:3). Oraban para solicitar de Dios un feliz viaje. (C) Dios les escuchó y les fue
propicio (v. 23).
Versículos 24–30
Informe del especial cuidado con que Esdras trajo consigo el tesoro que pertenecía
al santuario de Dios. 1. Después de haberse encomendado a Dios para poder llevarlo
felizmente a su destino, lo encomendó a las personas adecuadas, a cuyo cargo estaba el
vigilar y guardarlo, aunque sin Dios habrían vigilado en vano. 2. Después de haber
orado a Dios para que preservara todos los bienes que llevaban consigo, Esdras se
muestra especialmente solícito por aquella porción que pertenecía a la casa de Dios y
había de servir para ofrendárselo. 3. Nombró para este cometido doce principales
sacerdotes y otros tantos levitas (vv. 24, 30) y les declaró por qué ponía estas cosas en
las manos de ellos (v. 28): Vosotros estáis consagrados a Jehová, y son santos los
utensilios, etc. ¿Quiénes más aptos para cuidar de las cosas santas que las personas
santas? 4. Les pesó la plata, el oro y los utensilios (v. 25) porque esperaba recogerlos de
ellos también por peso. 5. El encargo que les dio con respecto a estos tesoros (v. 29):
«Vigilad y guardadlos, para que no se pierdan, ni se estropeen, ni se mezclen con otros
objetos. Guardadlos a salvo hasta que los peséis de nuevo en el templo, delante de los
responsables de ellos».
Versículos 31–36
Esdras sube a Jerusalén, pero la multitud que le acompaña marcha lentamente y por
cortas etapas. Dios fue bueno con él y él reconoció agradecido la bondad de Dios (v.
31): La mano de nuestro Dios estaba sobre nosotros. Aun los peligros ordinarios de los
viajes nos obligan a santificar nuestras salidas con oración y nuestras venidas con bien,
con alabanza y gratitud. Por fin, llegaron a salvo (v. 32). Tan pronto como llegaron
cerca del altar, se sintieron movidos a ofrecer abundantes víctimas para holocaustos y
expiación (v. 35), cosa que no habían podido hacer en Babilonia. El número de las
víctimas correspondía al de las tribus: doce becerros, doce machos cabríos y noventa y
seis carneros, con lo que se insinuaba así la unión de los dos reinos, de acuerdo con lo
predicho por Ezequiel (Ez. 37:22). La nueva unidad del reino se expresó bien cuando las
doce tribus se llegaron, por medio de sus representantes, juntas al mismo altar. Incluso
los enemigos de los judíos se tornaron amigos aquel día, pues aceptaron la comisión de
Esdras y, en lugar de estorbar al pueblo de Dios, les ayudaron (v. 36).
CAPÍTULO 9
Ahora que el templo estaba edificado, los servicios restablecidos, los repatriados sin
enemigos y tranquilos, ningún lugar para imágenes de Baal ni de Astarté, ni becerros de
oro ni lugares altos en ninguna parte, parece que todo estaba bien. Pero no era así. I. Le
llega a Esdras una queja sobre matrimonios mixtos entre el pueblo (vv. 1, 2). II. El gran
apuro en que les puso esta situación a él y a otros (vv. 3, 4). III. La solemne confesión
que de este pecado hizo a Dios (vv. 5–15).
Versículos 1–4
Esdras recibe informe de que no sólo el pueblo llano, sino hasta los sacerdotes y los
levitas se habían casado con mujeres de la gentilidad.
1. El pecado consistía en haberse mezclado con los pueblos de las tierras (v. 2),
asociándose con ellos en los negocios, en las costumbres y en tomar las hijas de ellos
para sí y para sus hijos. Habían desobedecido el mandamiento expreso de Dios que
prohibía toda unión con los gentiles, especialmente en contratos matrimoniales (Dt.
7:3). Se expusieron así a sí mismos, y mucho más a sus hijos, al peligro de idolatría,
justamente el pecado que había ocasionado la ruina de la nación judía.
2. Las personas culpables de este pecado eran, no sólo el pueblo corriente, al que
podría tenerse por ignorante de la Ley, sino también muchos de los sacerdotes y levitas,
cuyo oficio era enseñar la Ley y en los que, por consiguiente, era mucho más grave el
pecado. De cierto es digno de conmiseración el caso de aquellos pueblos cuyos jefes se
corrompen ellos mismos y son ocasión de que yerren los demás.
3. El informe lo llevaron los príncipes a Esdras (v. 1), es decir, los que, junto con su
dignidad, habían conservado su integridad. Apelaron a Esdras con la esperanza de que
su sabiduría, autoridad y celo pusieran remedio a esta situación.
4. La impresión que se llevó Esdras (v. 3): Se rasgó el vestido y el manto, se
arrancó pelo de la cabeza y de la barba, y se sentó angustiado en extremo. Le dio
profunda pesadumbre el que un pueblo llamado con el nombre de Dios se atreviera a
violar tan groseramente la Ley de Dios. El pesar de Esdras era el que correspondía a la
gravedad del pecado.
5. La influencia que el pesar de Esdras tuvo sobre otros. Pronto se dio cuenta el
pueblo de ello, y todos los que tenían verdadera devoción acudieron a unirse con él.
Cuando alguien toma partido por la causa de Dios en contra del vicio y de la profanidad,
todos los buenos deberían ponerse de su parte y hacer todo lo que pudieran para
fortalecerle las manos.
Versículos 5–15
La patética forma en que se dirigió Esdras al Cielo en esta ocasión.
I. Esdras se dirigió a la hora del sacrificio de la tarde (v. 5) cuando el pueblo
devoto solía venir a los atrios del templo a ofrecer a Dios sus oraciones. Por eso escogió
Esdras esta hora para hacer esta pública confesión, a fin de que los asistentes tomasen
conciencia de los pecados del pueblo. El sacrificio, sobre todo el vespertino, era tipo de
la gran propiciación llevada a cabo en el Calvario. Esdras tenía fe en esta forma
penitencial de dirigirse a Dios.
II. Cómo se preparó Esdras para dirigirse a Dios. 1. Se levantó de su aflicción, como
para sacudirse la pesadumbre lo necesario para levantar el corazón a Dios. 2. Se postró
de rodillas, en postura de penitente, representando al pueblo por el que se disponía a
interceder. 3. Extendió las manos, como ofreciendo a Dios lo que iba a decir, y en
postura sacerdotal de mediación intercesora para obtener la expiación del pecado y la
reconciliación del pueblo.
III. El contenido de su confesión a Dios.
1. Se incluye a sí mismo entre los pecadores, a pesar de que él no tenía culpa en esto
(v. 6): «Nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza. Nos vamos a
ahogar en ellas como en aguas profundas». Consuélense, sin embargo, los
verdaderamente arrepentidos, pues aunque sus pecados lleguen hasta los cielos, hasta
los cielos llega la misericordia de Dios (Sal. 36:5). No habían sido abandonados en su
esclavitud, pues hasta en Babilonia tenían las señales de la presencia de Dios: eran el
remanente de los israelitas, unos pocos, que habían escapado por las justas de las manos
de sus enemigos, gracias al favor de los reyes de Persia. Dios les ha dado ahora un lugar
seguro (lit. una estaca, de las que sostienen las tiendas de campaña, como en el
tabernáculo) en su santuario (v. 8): el Templo era el soporte que sostenía a la nación
judía. Por eso, habían levantado la casa de Dios (v. 9). Esto les daba luz y vida (v. 8).
2. «Cuán ingratos hemos sido, después de todo esto—parece decir Esdras—,
pecando de esta manera» (v. 10): «¿Qué diremos, oh Dios nuestro, después de esto?» El
pecado era contra un mandamiento expreso de Dios (comp. con Gn. 34:14). Y Esdras
declara explícitamente cuál era ese mandamiento (vv. 11, 12): «No daréis vuestras hijas
a los hijos de ellos, ni sus hijas tomaréis para vuestros hijos, etc.» (v. Éx. 34:15, 16; Dt.
7:3; 23:6). La razón es que, si se mezclaban con esas naciones, se contaminarían; era
una tierra inmunda, y ellos eran santos. Consciente de la gravedad del pecado, Esdras
reconoce que el castigo que han sufrido era menor de lo que se merecían (v. 13).
3. Habla completamente avergonzado, pues comienza así (v. 6): «Dios mío, confuso
y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti». El pecado es siempre
algo vergonzoso. Y la vergüenza santa es un ingrediente tan necesario para un
verdadero arrepentimiento como lo es la santa detestación del pecado. Siendo miembros
de un mismo Cuerpo, el pecado de otros debería avergonzarnos y dejarnos confusos por
aquellos que no se avergüenzan de pecar. El cobrador de impuestos (o publicano) del
Evangelio, cuando subió al templo a orar, no osaba levantar la cabeza de pura vergüenza
(Lc. 18:13). ¿Podremos decir: «¿No tenemos pecado?» Entonces nos engañamos a
nosotros mismos, y hacemos mentiroso a Dios (1 Jn. 1:8, 10). ¿Le diremos a Dios: «Ten
paciencia conmigo, y te lo pagaré todo»? (Mt. 18:26). ¿Con qué? ¿Se agradará Jehová
de millares de carneros?… ¿Daré mi primogénito por mi prevaricación? (Mi. 6:7). De
Dios no se ríe nadie de este modo, pues Él sabe que somos totalmente insolventes.
Como Esdras, hemos de confesar sinceramente nuestro pecado.
4. Pero también habla confiado en la justicia de Dios (v. 15): «Oh Jehová, Dios de
Israel, tú eres justo, recto, sabio, bueno y lleno de misericordia; tú no quieres hacernos
daño; por eso, henos aquí, delante de ti, con nuestros delitos; estamos a tus pies, y
aguardamos la sentencia; porque no es posible estar en tu presencia a causa de esto, ya
que no podemos apoyarnos en ninguna de nuestras justicias (v. Is. 64:6). Sólo nos queda
ponernos a tu disposición: Haz con nosotros como bien te parezca (Jue. 10:15). No
tenemos nada que decir, nada que hacer, sino implorar clemencia a nuestro Juez» (Job
9:15). De este modo, Él buen Esdras pone delante de Dios su aflicción y deja que Dios
actúe conforme a su misericordia. Como las oraciones de Moisés (Éx. 32), Nehemías
(Neh. 9) y Daniel (Dn. 9), esta oración de Esdras es una de las más hermosas de toda la
Biblia.
CAPÍTULO 10
A la lamentación del cap. 9 sigue la acción drástica del cap. 10. I. El corazón del
pueblo se dispuso a enderezar el entuerto (v 1). II. Propuesta de Secanías (vv. 2–4). III.
Se pone en ejecución la propuesta. 1. Los principales son juramentados para atenerse a
ella (v. 5). 2. Esdras es el primero en ponerse en acción (v. 5). 3. Se convoca asamblea
general (vv. 7–9). 4. Conforme a la exhortación de Esdras, todos acuerdan la reforma
(vv. 10–14). 5. Se nombran comisionados que investiguen quiénes tienen mujeres
extranjeras y que les obliguen a dejarlas, lo que se hace prontamente (vv. 15–17). 6.
Lista de los que fueron hallados culpables de este pecado (vv. 18–44).
Versículos 1–5
I. La buena impresión que hicieron en el pueblo la humillación de Esdras y su
confesión pública de pecado. Tan pronto como se conoció en la ciudad la noticia de que
el nuevo gobernador, con quien estaban tan contentos, estaba apesadumbrado por ellos y
por los pecados del pueblo, se reunió con él una muy grande multitud de Israel (v. 1)
para llorar amargamente con él. Véase qué influencia tan buena tienen en los inferiores
los buenos ejemplos de los superiores. Cuando Esdras, escriba diligente y erudito y
hombre de gran autoridad, se lamentaba tan profundamente de la corrupción del pueblo,
concluyeron que la cosa era realmente muy seria.
II. La buena propuesta que hizo Secanías en esta ocasión. Era uno de los que
acompañaron a Esdras en su viaje desde Babilonia (8:3, 5), y aunque él no aparece en la
lista de los delincuentes, sí lo era su padre y algunos de la casa de su padre (v. 26), pero,
como Esdras, habla en primera persona (v. 2): «Nosotros hemos pecado contra nuestro
Dios», pero «aún hay esperanza para Israel», añade. Una vez que la enfermedad se
descubre, ya está a medio curar. Su propuesta no puede ser más práctica, clara y
expeditiva (v. 3): «Despediremos a todas las mujeres y a los nacidos de ellas». Secanías
no se contenta con esto, sino que propone que se obliguen bajo pacto con Dios. Este
procedimiento no es válido en la dispensación del Evangelio (1 Co. 7:12, 13): «Si algún
hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la
abandone». El caso que considera el Apóstol es, en especial, el de una pareja que se
casó en la gentilidad y uno de los cónyuges se convirtió posteriormente, pero también
tiene aplicación en casos de «yugo desigual» (2 Co. 6:14), en los que hubo pecado por
parte del creyente al casarse, pero no por eso puede abandonar al no creyente. Fue un
matrimonio ilícito, pero no inválido.
Versículos 6–14
La forma en que se puso en ejecución la propuesta. Esdras dio orden de que todos
los repatriados se reunieran con él en Jerusalén en el plazo de tres días (vv. 7–9).
Acudió el pueblo, en el plazo señalado, a la plaza de la casa de Dios (v. 9). Esdras les
hizo ver que, con este pecado de tomar mujeres extranjeras, habían añadido al pecado de
Israel (v. 10), pues eso significaría una peligrosa ocasión de introducir de nuevo la
idolatría. Les invitó, pues, a dar gloria a Dios apartándose de las mujeres extranjeras (v.
11). El pueblo se sometió a ello (v. 12): «Así se haga conforme a tu palabra».
Versículos 15–54
Despedida la congregación, los comisionados se pusieron a trabajar con Esdras
como presidente. Eran representantes de las casas paternas, varones cualificados para
este servicio por su prudencia y celo (v. 16). Comenzaron a inquirir sobre el asunto el
primer día del mes décimo (v. 16), esto es, diez días desde que se había hecho la
propuesta (v. 9) y terminaron en tres meses (v. 17). Se mencionan unos 113 en total de
los que habían tomado mujeres extranjeras. En el versículo 44 se dice que había
mujeres de ellos que habían dado a luz hijos, lo cual insinúa que la mayoría no tenían
hijos, por lo que Dios no les había honrado con su bendición el crecimiento de estas
familias. En el texto sagrado no consta que los hijos habidos en estos matrimonios
fueran despedidos con sus madres, como había propuesto Secanías.

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Esdras

  • 1. ESDRAS Este libro formaba originalmente un solo volumen con Nehemías y Crónicas. La historia contenida en este libro es el cumplimiento de la profecía de Jeremías concerniente al regreso de los judíos de la cautividad de Babilonia al final de los setenta años. El libro puede dividirse en cuatro partes: I. Regreso de la cautividad de Babilonia (caps. I y 2). II. Construcción del templo (caps. 3 al 6). III. Llegada de Esdras a Jerusalén (caps. 7 y 8). IV. El buen servicio que hizo allí al obligar a los que se habían casado con mujeres extranjeras a que se separasen de ellas (caps. 9 y 10). CAPÍTULO 1 I. Edicto de Ciro, rey de Persia, por el que los cautivos judíos podían volver a su tierra y reedificar el templo en Jerusalén (vv. 1–4). II. Regreso de muchos de ellos (vv. 5, 6). III. Orden de restaurar los utensilios del templo (vv. 7–11). Versículos 1–4 I. Estado de los cautivos en Babilonia, así como del gobierno bajo el cual estaban. 1. Los judíos estaban bajo el poder de quienes les odiaban, y no tenían nada que pudieran llamar suyo; no tenían templo ni altar; si cantaban salmos, sus enemigos les ridiculizaban; con todo, había entre ellos profetas. Había judíos en puestos importantes del gobierno; otros se habían establecido acomodadamente en el país, pero todos mantenían la esperanza de que, algún día, a su debido tiempo, volverían a su país y, con esta esperanza, preservaban entre ellos la distinción de sus familias, el conocimiento de su religión y la aversión a la idolatría. 2. En el primer año de su reinado, que era el cuarto de Joaquín, Nabucodonosor se había llevado muchos judíos deportados a Babilonia. Reinó 44 años (605–561 a. de C.). Su hijo Evil-merodac reinó un año escaso, y, durante cinco años, otros dos reyes ocuparon el trono, hasta que en 555 tomó la corona el yerno (probablemente) de Nabucodonosor, Nabónido, quien, ocupado en continuas campañas, dejó el gobierno de Babilonia en manos de su hijo Belsasar, con quien se colmó la medida de los pecados de Babilonia y le vino la ruina de manos de Ciro, el rey de Medo-Persia (538 a. de C.). II. «Movió Jehová el espíritu de Ciro, rey de Persia» (v. 1). Se dice de Ciro que no conocía a Dios ni cómo servirle; pero Dios conocía a Ciro y cómo servirse de él (Is. 45:4). Dios gobierna el mundo y mueve insensiblemente los ánimos de los hombres, y todo lo bueno que se lleva a cabo en cualquier lugar y tiempo, es Dios quien mueve el espíritu para hacerlo, pues pone los pensamientos en la mente, da al entendimiento la forma de emitir un juicio recto e inclina la voluntad adonde le place. III. La referencia que esto tenía a la profecía de Jeremías, por medio de quien Dios no sólo había prometido el regreso, sino que había fijado la fecha. Lo que hizo ahora Ciro es lo que en Isaías 44:26 se llama cumplir las predicciones de sus mensajeros. Jeremías fue odiado y despreciado en vida, pero la Providencia le honró años después, de forma que un poderoso monarca fuese movido a actuar conforme a lo que la palabra de Dios había dicho por boca de Jeremías. IV. La fecha del edicto de Ciro. Fue en el primer año de su reinado, no en Persia, sino en Babilonia, el reino que había conquistado recientemente. V. Publicación del edicto; primero, de palabra; después, por escrito, no sólo para que fuese más satisfactorio, sino también para que fuese enviado a las distantes provincias de Asiria y Media en las que estaban dispersas las diez tribus (2 R. 17:6). VI. El objetivo de esta declaración de libertad. 1. El preámbulo muestra las causas y consideraciones que habían influido en su proclamación (v. 2). La mente de Ciro había sido iluminada con el conocimiento de Jehová, el Dios de Israel, como Dios de los cielos. Todo esto no quiere decir que Ciro
  • 2. fuese un verdadero creyente en el único Dios vivo y verdadero, pero se muestra agradecido a Dios, de quien reconoce haber recibido el poder (v. 2): «Jehová … me ha dado todos los reinos de la tierra». Da así a entender que Dios le había dado todo lo que le pertenecía antes a Nabucodonosor, de quien se dice (Dn. 4:22; 5:19) que su dominio se extendía hasta los confines de la tierra. 2. Da libertad a todos los judíos que estaban en sus dominios para que suban a Jerusalén y «edifiquen allí la casa a Jehová» (v. 3). 3. Generosamente ordena que se les equipe de todo lo necesario tanto en dinero como en especie (v. 4). No se contenta con decir: «Sea Dios con él» (v. 3), sino que se preocupa de que los buenos deseos cuajen en buenas acciones (comp. con Stg. 2:15, 16). Versículos 5–11 I. Cómo respondieron los judíos al edicto de Ciro. 1. Muchos de ellos partieron a su país (v. 5). El mismo Dios que había movido el espíritu de Ciro (v. 1) para dejarlos partir, despertó el espíritu de los que subieron a Jerusalén. Algunos sintieron una fuerte tentación para quedarse en Babilonia, al estar bien establecidos allí, con un largo viaje por delante, quizá con niños pequeños (y sus madres) que no estaban en condiciones de viajar y para quienes Judá era un país extraño. ¡Subir a Jerusalén! ¿Y qué harían allí? Todo estaba en ruinas y se hallarían en medio de enemigos para quienes serían fácil presa. Estas consideraciones harían mella en muchos, los cuales se decidirían a quedarse en Babilonia o, por lo menos, a no ir en la primera expedición. 2. Pero hubo otros muchos que se sobrepusieron a las dificultades y éstos fueron los movidos por Dios a subir. Por medio de su Espíritu y de su gracia, Dios los llenó de una santa ambición de libertad, de un profundo afecto a su propio país y de un ferviente deseo de practicar libre y públicamente su religión. La oferta del Evangelio es similar al edicto de Ciro: «Proclamar liberación a los cautivos» (Lc. 4:18). Quienes están encadenados por el pecado y bajo la ira de Dios, son hechos libres mediante la obra de Jesús en el Calvario, con tal que quieran, por medio del arrepentimiento y la fe, venir a Dios en Cristo. La oferta es general en virtud de la autoridad que Dios ha dado a Cristo sobre toda la tierra, a fin de edificar casa a Jehová, la Iglesia en el mundo. Hay muchos que optan por quedarse en la Babilonia de sus pecados, por amor al vicio y por miedo a las dificultades de una vida santa, pero hay también quienes arrostran las dificultades y se sienten animados con el deseo de pertenecer a la nueva casa de Dios. Así que el edicto del Evangelio no se proclama en vano. 3. Después que Ciro dio orden de que los vecinos ayudaran a los desterrados, ellos lo hicieron así (v. 6), como lo habían hecho los egipcios cuando los israelitas salieron de Egipto. Les ayudaron con dinero, con ganado y cosas preciosas y con muchas otras ofrendas voluntarias. Así como el tabernáculo se hizo con los despojos de Egipto, y el primer templo se construyó con el trabajo de extranjeros, así también el segundo templo se construyó con las contribuciones de los caldeos, todo lo cual insinuaba y prefiguraba la admisión de los gentiles en la Iglesia a su debido tiempo. II. Lo que el propio Ciro hizo para que su decreto fuese efectivo. Para dar una prueba de la sinceridad de su afecto a la casa de Dios, no sólo dio libertad al pueblo de Dios, sino que devolvió también los utensilios de la casa de Dios (vv. 7, 8). Judá tenía su príncipe aún en la cautividad, al que los caldeos llamaban Sesbasar lo más probable es que se trate de Zorobabel mismo. Según Josefo era capitán de la guardia personal del rey de Babilonia. Él se encargó de los asuntos de sus compatriotas. A él le fueron dados por cuenta los utensilios sagrados (v. 8), y él se encargó de que llegasen con bien a Jerusalén (v. 11).
  • 3. CAPÍTULO 2 Catálogo de varias familias que regresaron con Zorobabel (v. 1). I. Los jefes (v. 2). II. El pueblo (vv. 3–35). III. Los sacerdotes, los levitas y demás sirvientes del templo (vv. 36–63). IV. La suma total, con un informe de la servidumbre y las cabalgaduras (vv. 64–67). V. Lo que ofrendaron para el servicio del templo (vv. 68–70). Versículos 1–35 1. Se guardó un registro de las familias que regresaron de la cautividad, con las cifras de cada familia. Esto se hizo para honor de ellas, como recompensa de su fe y de su valentía, así como del afecto a su tierra, y para incitar a otros a seguir su ejemplo. Los nombres de todos los que acepten la liberación llevada a cabo por Jesucristo se hallarán, para su honor, en otro registro más sagrado que éste: el libro de la vida del Cordero (Ap. 13:8). También fue guardado este registro para beneficio de la posteridad, para que supiesen de quién descendían y con quiénes estaban emparentados. 2. Se les llama los hijos de la provincia (v. 1). Judá, que otrora había sido un reino ilustre, del que otros reinos habían sido sus provincias (sometidas o tributarias), ahora era una provincia que recibía leyes y decretos del rey de Persia, a quien debía rendir cuentas. 3. Se dice que volvieron cada uno a su ciudad, esto es, a la que se le señalase; lo cual se haría, no cabe duda, al tener en cuenta los antiguos asentamientos hechos por Josué. 4. Se mencionan primero los jefes: Zorobabel y Jesúa (que es el nombre hebreo de Jesús), príncipe y sumo sacerdote, respectivamente; éstos eran para ellos como habían sido antiguamente Moisés y Aarón. 5. Algunas de estas familias son nombradas según el nombre de sus antepasados; otras, conforme al lugar donde habían residido primero. El texto sagrado las distingue y pone en las primeras «los hijos de», y en las segundas «los hombres de». Es extraño hallar dos veces (vv. 7 y 31) los hijos de Elam que suman la misma cifra: 1.254. Los hijos de Belén (v. 21) eran solamente 123, a pesar de ser la ciudad de David. Anatot había sido una ciudad famosa en la tribu de Benjamín, pero ahora sólo tenía 128 hombres. Esto puede imputarse a la maldición divina contra los hombres de Anatot, por haber perseguido a Jeremías, que era de allí (Jer. 11:21, 23). Versículos 36–63 1. Informe acerca de los sacerdotes que regresaron, y, por cierto, en número considerable: aproximadamente, un diez por ciento de todos los expedicionarios, ya que la suma total era de 42.360 (v. 64), y los sacerdotes sumaban 4.200 (vv. 36–39). 2. Los levitas regresaron en menor número, ya que, aun sumando los cantores y los porteros también (vv. 40–42), no llegaban a 350. 3. Los Nethinim (que significa «dados») incluyen a los gabaonitas, empleados en el servicio del templo desde que les fue asignado por Josué el oficio de leñadores y aguadores para el tabernáculo (Jos. 9:27), confirmados en su oficio por David (Esd. 8:20), y los hijos de los siervos de Salomón (v. 55), es decir, de los prisioneros de guerra que Salomón conservaba. Juntos sumaban 392 (v. 58). 4. Había algunos que eran considerados como israelitas de nacimiento, y otros como sacerdotes, aunque no disponían de registros con que demostrarlo (vv. 59–63), pero estaban dispuestos a subir a Jerusalén, pues sentían gran afecto a la casa y al pueblo de Dios. Versículos 64–70 1. El total de los que subieron a Jerusalén en esta expedición sumaban, pues, 42.360. Como la suma de los registrados no pasa de 29.818, se deduce que había más de 12.000 que es muy probable que pertenecieran a otras tribus aparte de las de Judá y Benjamín.
  • 4. Se nombran por separado los siervos y cantores (v. 65), que suman 7.537, con lo que la cifra total llega a cerca de 50.000. Más del doble de los que se llevó Nabucodonosor cautivos a Babilonia, de modo que, como en Egipto, el tiempo de su aflicción fue el tiempo de su aumento. El número de las cabalgaduras (caballos, mulas, camellos y asnos) era algo mayor que el de siervos y cantores (vv. 66, 67). 2. Sus ofrendas. Se nos dice (vv. 68–69): (A) Que vinieron a la casa de Jehová que estaba en Jerusalén, siendo así que se hallaba totalmente en ruinas, pero el lugar era sagrado para ellos y estaban pensando en la reconstrucción del templo. (B) Se dice que ofrendaron para la casa de Jehová, para reedificarla en su sitio. Fue, sin duda, la primera casa que pensaron entonces en reedificar. Sus ofrendas fueron como nada en comparación con las ofrendas de los jefes en tiempo de David; entonces ofrecieron por talentos (1 Cr. 29:7); ahora, por dracmas; pero estas dracmas, ofrecidas de corazón y conforme a sus posibilidades, eran para Dios tan aceptas como aquellos talentos, igual que en el caso de la viuda pobre del Evangelio que echó en el tesoro del templo dos moneditas, pero eran todo su sustento. (C) Que habitaron … en sus ciudades (v. 70). Aunque estaban también por reparar, se llaman sus ciudades porque Dios se las había asignado, y estaban contentos de habitar de nuevo en ellas. Su pobreza era mala cosa, pero su unidad, su unanimidad y su buen deseo eran excelentes resultados de su pobreza. CAPÍTULO 3 Vemos a los repatriados: I. Erigen un altar, ofrecen en él sacrificios, observan las fiestas y contribuyen a la reedificación del templo (vv. 1–7). II. Echan los fundamentos del templo con una mezcla de gozo y tristeza (vv. 8–13). Versículos 1–7 1. Asamblea general en Jerusalén en el séptimo mes (v. 1). Podemos suponer que vinieron de Babilonia en la primavera. Por tanto, pronto llegó el séptimo mes, en el que se solemnizaban muchas de las fiestas del Señor. Tal era su celo por la piedad, que dejaron todos sus asuntos para erigir el altar de Dios, y vinieron como un solo hombre. Pongamos siempre por delante las cosas de Dios, y todos nuestros asuntos marcharán mejor. 2. El interés que pusieron los principales del pueblo en tener un altar. (A) Josué y los demás sacerdotes, así como Zorobabel y los otros jefes, edificaron el altar del Dios de Israel (v. 2) en el mismo lugar en que había estado (v. 3). No pudieron tener de inmediato un templo, pero no quisieron estar sin un altar. Abraham erigía un altar dondequiera que iba. Así nosotros, aunque carezcamos del candelabro de la predicación o del pan de la Mesa del Señor hemos de ofrecer sacrificios de alabanza y oración, pues ése es nuestro altar. (B) La razón que se nos da de la prisa que se dieron en esto es porque tenían miedo a los pueblos de las tierras; estaban en medio de enemigos de ellos y de su religión y, por eso, erigieron el altar. La percepción del peligro debería despertar en nosotros el amor al cumplimiento del deber. El mejor uso que podemos hacer de nuestros temores es que nos ayuden a ponernos de rodillas. 3. Los sacrificios que ofrecieron sobre el altar. (A) Comenzaron el primer día del mes séptimo (v. 6). (B) Prosiguieron guardando el holocausto continuo (v. 5) de la mañana y de la tarde (v. 3). Sabían por amarga experiencia lo que era carecer del consuelo del sacrificio diario sobre el que apoyar sus oraciones diarias. (C) Observaron todas las fiestas solemnes de Jehová (ofrecieron los sacrificios señalados para cada una), en particular la fiesta de los tabernáculos (vv. 4, 5). Ahora que comenzaban a asentarse de nuevo en sus ciudades, les convenía acordarse de cuando sus padres habitaron en tiendas en el desierto. (D) Ofrecieron todo sacrificio espontáneo, toda ofrenda voluntaria a Jehová (v. 5). La Ley requería mucho, pero ellos llevaron más,
  • 5. pues aunque disponían de pocos bienes de los que ofrendar, tenían mucho celo y podemos suponer que extremarían la sobriedad en la mesa a fin de ofrendar generosamente para el altar de Dios. 4. Los preparativos para la construcción del templo (v. 7). Como antiguamente, Tiro y Sidón les proveerían de obreros, y el Líbano de madera, conforme a las órdenes dictadas por Ciro acerca de esto. Versículos 8–13 No se discutió entre los repatriados si se había de reconstruir el templo o no. Hubo unanimidad en que se comenzara de inmediato tan pronto como lo permitiera la estación del año (v. 8), una vez acabadas las solemnidades de la Pascua. Se llevó poco más de medio año preparar el terreno y los materiales. 1. Quiénes lo comenzaron: Zorobabel, Jesúa y sus hermanos. La obra de Dios lleva las de prosperar cuando magistrados, ministros y pueblo ponen en ella el corazón. Pusieron a los levitas … para que activasen la obra (v. 8), y ellos asistían como un solo hombre para activar a los que hacían la obra (v. 9), fortaleciéndoles las manos con el ánimo que les daban. 2. Cómo fue alabado Dios al echar los cimientos del templo (vv. 10, 11): los sacerdotes con las trompetas prescritas por Moisés y los levitas con los címbalos ordenados por David, acompañaban el canto de ese himno que nunca se pasará de moda y que nuestras lenguas no deben jamás cansarse de entonar: Porque Jehová es bueno, porque para siempre es su misericordia (v. 11). No olvidemos la fuente al disfrutar de los ríos de la misericordia divina. Dios es bueno para Israel (Sal. 73:1), pero también es bueno para todos (Sal. 145:9). Cuando nos sentimos fríos, o las iglesias parecen muertas a la misericordia de Dios, debemos no ser consumidos, sino continuar existiendo. 3. Cómo se impresionó el pueblo. Había en el pueblo sentimientos dispares, y cada uno se expresaba de acuerdo con sus sentimientos, aun cuando no había desacuerdo entre ellos. (A) Los que comprendían la miseria de carecer de templo alababan a Dios con gritos de júbilo cuando vieron que se echaban los cimientos (v. 11). Para éstos, hasta los fundamentos les parecían cosa grande, como vida entre los muertos. Los gritos de júbilo eran tan grandes, que se oía el ruido hasta de muy lejos (v. 13). (B) Los que recordaban la gloria del templo que Salomón había edificado y veían cuán inferior iba a ser éste, no sólo en dimensiones, sino sobre todo en magnificencia y suntuosidad, lloraban en alta voz (v. 12). Si fechamos la destrucción del primer templo en 586 a. de C., y el comienzo del nuevo templo en 536, podemos imaginar que habría bastantes que conocieron el templo de Salomón. Estos son los que se lamentaban de la desproporción entre ambos templos. (a) No les faltaba alguna razón para llorar. Y si conducían las lágrimas por el canal apropiado, y lamentaban el pecado que era la causa de esta triste desproporción, no hacían mal. (b) Con todo fue una señal de debilidad mezclar esas lágrimas con el júbilo de los demás hasta empañarlo y casi contrarrestarlo (v. 13). En la armonía del regocijo público, no seamos cuerdas desafinadas. Eran sacerdotes y levitas, y debían haber aprendido, y enseñado a otros, cómo comportarse correctamente en diferentes circunstancias, a fin de que el recuerdo de las antiguas aflicciones no anegara el sentimiento de las presentes misericordias. Esta mezcla de tristeza y gozo es como una estampa de este mundo, en el que escasamente podemos discernir el clamor de los gritos de alegría de la voz del llanto. CAPÍTULO 4
  • 6. Tan pronto como comenzó la buena obra de reedificar el templo surgió la oposición; los samaritanos, enemigos de los judíos y de su religión se empeñaron en obstruir la obra. I. Se ofrecieron primero a participar en la obra, para poder así retrasarla, pero no se les permitió participar (vv. 1–3). II. Les desanimaron entonces, a fin de disuadirles de continuarla (vv. 4, 5). III. Les calumniaron ante el rey de Persia (vv. 6–16). IV. Obtuvieron de él una orden para detener las obras (vv. 17–22), lo que consiguieron (vv. 23, 24). Versículos 1–5 Un ejemplo de la vieja enemistad puesta entre la simiente de la mujer y la simiente de la serpiente. El templo de Dios no puede ser edificado porque Satanás está furioso y las puertas del infierno luchan contra la obra. Lo mismo pasa con el reino de Dios y con el Evangelio: tiene que soportar tremenda oposición de las fuerzas del mal. I. Los repatriados son llamados los hijos del destierro (v. 1, lit.), como nacidos en la cautividad, recién venidos del exilio, donde la mayoría de ellos había nacido, y llevaban todavía las marcas de la cautividad. Aunque ya no eran cautivos, estaban aún bajo el control de aquellos en cuyo poder habían estado durante tanto tiempo. Israel era el hijo primogénito de Dios, pero, por sus iniquidades, se habían vendido y esclavizado, convirtiéndose así en hijos de la cautividad. II. Los que se oponían a la obra son llamados aquí enemigos de Judá y de Benjamín; no eran los caldeos ni los persas, sino los que habían quedado de las diez tribus del norte y los extranjeros que se habían unido con ellos, practicaban así la híbrida religión que vemos en 2 Reyes 17:33: «Temían a Jehová y honraban a sus dioses». Son también llamados el pueblo de la tierra (v. 4). III. La oposición que ofrecieron tenía mucho de la astucia de la serpiente antigua. Cuando se enteraron de que se iba a construir el templo, se dieron cuenta inmediatamente de que eso supondría un golpe fatal para su superstición y decidieron oponerse a ello. 1. Se ofrecieron primero a cooperar con los israelitas en la obra de la construcción, para tener así la oportunidad de retardar la construcción bajo capa de apresurarla. Su oferta parecía, a primera vista, plausible y estupenda (v. 2): Edificaremos con vosotros, porque como vosotros buscamos a vuestro Dios. Esto era falso pues aunque buscaban al mismo Dios, no lo buscaban a Él solo ni lo buscaban de la forma que Él había ordenado. Pero los jefes de las casas paternas de Israel se dieron cuenta pronto de que no venían con buena intención, a pesar de sus buenas palabras, sino que lo que realmente intentaban era estorbar la construcción por lo que les respondieron claramente (v. 3): «No nos conviene edificar con vosotros no tenéis parte con nosotros en esto, pues no sois verdaderos israelitas ni sois sinceros adoradores de Dios; vosotros adoráis lo que no sabéis (Jn. 4:22); así que no podemos tener comunión con vosotros; nosotros solos la edificaremos a Jehová Dios de Israel». 2. Cuando les fracasó este primer plan, hicieron cuanto pudieron para distraerles de la obra y desanimar al pueblo. Los fríos e indiferentes fueron así intimidados (v. 4). No nos extrañe el que los enemigos de la Iglesia no se den punto de descanso en sus ataques contra ella, pues el señor a quien sirven y cuya obra llevan a cabo no se cansa de dar vueltas por la tierra (Job 1:7; 2:2; comp. con 1 P. 5:8) para hacer daño. Versículos 6–16 El autor sagrado traza ahora una síntesis histórica de la oposición que los repatriados encontraron para edificar el templo durante más de medio siglo (reinados de Ciro, Cambises, Darío I, Jerjes I—el Asuero de la Biblia—y Artajerjes I). Tras el largo paréntesis (vv. 6–23), el versículo 24 vuelve al reinado de Darío I para continuar la narración. Se habla en el versículo 7 de la carta que los samaritanos escribieron a
  • 7. Artajerjes a fin de que diese orden de que no siguiera adelante la obra. En esta carta lanzarían las mismas acusaciones que habían presentado a Asuero (v. 6) tan pronto como este rey tomó posesión del trono. Tanta es la prisa que los enemigos de Dios y de la Iglesia se dan para aprovechar la primera oportunidad de hacer daño. ¡Si tan solícitos estuviésemos nosotros en servir de provecho! I. Las personas encargadas de escribir esta carta son mencionadas por sus nombres (v. 7), así como las que de hecho la redactaron (v. 8). Se repiten los nombres de los redactores (v. 9), junto con los de todos los demás conjurados (vv. 9, 10) contra Jehová y contra su templo (comp. con Sal. 2:2). ¿Qué daño les hacía a todos ésos la construcción del templo? Sin embargo, todos los procedentes de las distintas colonias en que se habían establecido desde la deportación llevada a cabo por Asurbanipal, rey de Asiria (llamado aquí Asnapar—v. 10—), quien completó así la obra de Esar-hadón, se pusieron de acuerdo en oponerse a los repatriados quizá porque los profetas del Dios de Israel habían predicho la desaparición de todos los dioses de los gentiles (Jer. 10:11; Sof. 2:11). II. Esdras extrajo de los anales de los reyes de Persia una copia de la carta que estos conspiradores escribieron a Artajerjes. 1. En ella se presentan como muy leales al gobierno y preocupados por el honor y los intereses del reino. «Siendo que nos mantienen del palacio (lit. porque somos salados con la sal del palacio), y no podemos vivir sin esa manutención, de la misma manera que la carne no se mantiene fresca sin sal, en consideración a esto (¡ !), no nos es justo ver el menosprecio del rey, pues tu reino peligra si esa ciudad es reedificada» (vv. 14–16). 2. Presentan a los judíos como desleales y peligrosos para el gobierno, y llaman a Jerusalén ciudad rebelde y mala (v. 12), así como perjudicial a los reyes y a las provincias (v. 15). (A) La forma en que presentan el pasado es insidiosa, pues afirman que Jerusalén fue destruida a causa de las rebeliones que se formaban en ella desde antiguo (v. 15). Es cierto que Joacim y Sedequías se habían rebelado contra el rey de Babilonia, pero sus esfuerzos habrían estado justificados si se hubiesen puesto primero a bien con Dios. No podían, sin más, ponerle a Jerusalén la marca de ciudad rebelde. Además, los judíos habían dado abundantes pruebas de buena conducta durante su cautividad, lo que bastaba para quitarles ese reproche. (B) La información que ofrecen acerca del presente es completamente falsa. Tan lejos estaban de levantar los muros de la ciudad (v. 12), que ni lo habían intentado, como se ve por la condición en que estaban muchos años después (Neh. 1:3): el muro, derribado. Lo único que habían hecho era comenzar a poner los cimientos del templo, conforme les había ordenado Ciro. (C) Los pronósticos de las consecuencias que prevén eran totalmente infundados y absurdos. Predicen que, si Jerusalén es reedificada, no sólo serán los judíos los que no pagarán tributo, impuesto y rentas (v. 13), sino que todas las comarcas de este lado del Éufrates se sacudirán el yugo de Persia (v. 16), al seguir el ejemplo de los judíos. El rey no puede hacer la vista gorda ante todo esto, porque no sólo se hará daño a sí mismo, sino también a sus sucesores: el erario de los reyes será menoscabado (v. 13). Puede verse hasta qué punto cada línea de esta carta está llena de malicia y de la astucia propia de la serpiente antigua. Versículos 17–24 1. Las órdenes que dio el rey de Persia en respuesta al informe que los samaritanos le enviaron contra los judíos. Se dejó ganar por las falsedades de ellos y expidió un decreto para que parasen la obra. Consultó los anales de Babilonia y de otros países en
  • 8. lo concerniente a Jerusalén y halló lo de las rebeliones señaladas por los acusadores (v. 19), y que los reyes que hubo antiguamente en ella habían hecho tributarios a todos los países de este lado del Éufrates (v. 20). Por tanto, mandó que ordenasen parar inmediatamente la construcción de la ciudad (vv. 21, 22). Ni él ni los peticionarios mencionan el templo, pues sabían que Ciro había dado orden de reedificarlo. 2. El uso que los enemigos de los judíos hicieron de dichas órdenes, tan fraudulentamente obtenidas. Se les autorizaba únicamente para que parasen las obras de reedificación de la ciudad pero, al tener de su parte la fuerza y el poder, las interpretaron como que también podían detener la construcción del templo, pues esto era lo que ellos intentaban principalmente. La consecuencia fue que cesó la obra de la casa de Dios (v. 24) por algún tiempo, a causa del poder y de la insolencia de sus enemigos. CAPÍTULO 5 Se reanuda ahora la obra de edificación del templo. El Espíritu de Dios: I. Enfervorizó a los judíos para animarles a edificar (vv. 1, 2). II. Y enfrió a sus enemigos, trayéndoles a mejor disposición, porque, aun cuando secretamente aborrecían la obra tanto como los del capítulo precedente, al menos: 1. Fueron más deferentes con los edificadores (vv. 3–5), y 2. Fueron más imparciales en su presentación del asunto al rey (vv. 6–17). Versículos 1–2 Durante este tiempo los judíos tenían un altar y un tabernáculo. Pero los consejeros que habían sido alquilados para detener la obra (4:5) les dijeron que no había llegado la hora de edificar el templo (Hag. 1:2). El pueblo se convenció de ello y así se llegó a la situación descrita en Hageo 1:4, de que ellos habitaban en casas artesonadas mientras la casa de Dios estaba en ruinas. I. Fue una bendición que tuviesen dos buenos ministros de Dios, que les persuadieron a poner de nuevo en marcha el asunto. Tanto Hageo como Zacarías comenzaron a profetizar en el segundo año de Darío, como vemos por Hageo 1:1; Zacarías 1:1. El templo de Dios entre los hombres ha de ser edificado, no por fuerzas seculares, sino por la Palabra de Dios. Así como las armas de nuestra milicia no son carnales, sino espirituales, tampoco las herramientas de nuestra construcción son carnales, sino espirituales. Es deber de los profetas de Dios animar al pueblo de Dios para hacer el bien y ayudarles en ello, fortalecerle las manos y, mediante consideraciones sacadas de la Palabra de Dios, avivarles el sentido del deber y animarles a cumplirlo. Profetizaron (v. 1) en el nombre del Dios de Israel. II. También tuvieron dos buenos magistrados, decididos y activos en esta obra: Zorobabel, el jefe principal, y Jesúa (o Josué), el sumo sacerdote (v. 2). Estos dos grandes hombres no creyeron que fuese un rebajamiento para ellos, sino una dicha, el ser enseñados y mandados por los profetas de Dios, pues estaban contentos de que así les ayudasen a reavivar esta buena obra. Léase aquí el primer capítulo de la profecía de Hageo (pues es el mejor comentario de estos dos verss.) y se verá cuán grandes cosas hace Dios por medio de su Palabra, con la que engrandece su santo nombre, y por medio del Espíritu que obra juntamente con ella. Versículos 3–17 I. La cuenta que se dieron pronto los vecinos de que la obra se reanudaba. Tan pronto como el Espíritu de Dios despertó a los amigos del templo para que se interesaran en él, despertó también el espíritu maligno a sus enemigos para que se opusieran a él. Mientras el pueblo edificaba sus casas artesonadas, sus enemigos no les molestaron, pero en cuanto se pusieron a trabajar en el templo, surgió la alarma y todos ellos vinieron a detener la obra (vv. 3, 4). Se citan aquí los nombres de los adversarios: Tatnay y Setar-Boznay. Estos dos, aunque se oponían a la reedificación del templo, al
  • 9. menos estaban dispuestos a decir la verdad. Si la fe no es de todos (2 Ts. 3:2), al menos es bueno que algunos tengan, si no fe, sentido del honor. Los enemigos de la Iglesia no son todos igual de perversos y testarudos. II. El interés que la Providencia tenía en esta buena obra (v. 5): Los ojos de Dios velaban sobre los ancianos de los judíos que estaban ocupados en la obra, a fin de que sus enemigos no les obligasen a cesar, como habrían hecho, hasta que el asunto llegase al rey Darío. Los enemigos se contentaban con que cesaran hasta recibir instrucciones del rey acerca de la obra, pero los ancianos del pueblo vieron que los ojos de Dios velaban sobre los judíos y no quisieron cesar mientras no se recibiesen del rey instrucciones en contra, pues sabían que Dios les protegía en su obra, con lo que se sentían animados a proseguir con todo vigor, pese a toda la oposición que se les hiciese. III. El informe que enviaron al rey. 1. Los ancianos de los judíos dieron a los samaritanos un informe cumplido y claro de su modo de proceder. A la pregunta: «¿Quién os ha dado orden para edificar esta casa, etc.?» (vv. 3, 9), ellos respondieron (v. 11): «Nosotros somos siervos del Dios del cielo y de la tierra. El Dios a quien adoramos no es una deidad local y, por ello, no se nos puede acusar de rebelión al levantar este templo en su honor, sino que adoramos a un Dios del que depende todo el Universo, y, por tanto, su obra debe ser protegida por todos e impedida por ninguno». Y añaden (v. 12): «Fue por haber provocado nuestros padres a ira al Dios de los cielos por lo que Nabucodonosor destruyó esta casa. Fue por los pecados de nuestro pueblo por lo que fuimos desposeídos, por algún tiempo, de ella; no porque los dioses de las naciones hayan prevalecido contra nuestro Dios, sino porque nosotros le provocamos, es por lo que nosotros y nuestro templo fuimos entregados en manos del rey de Babilonia. Pero ahora el mismo rey Ciro (v. 13) dio orden para que esta casa de Dios fuese reedificada. Así que tenemos a nuestro favor el decreto del rey». 2. Como puede verse, los ancianos de los judíos respondieron con toda mansedumbre, sin preguntar a sus enemigos con qué autoridad venían ellos a examinarles, y sin reprocharles su idolatría, su religión híbrida y sus supersticiones. Aprendamos de aquí a presentar defensa con mansedumbre y reverencia (respeto) ante todo el que nos demande razón de la esperanza que hay en nosotros (1 P. 3:15), prestos a entender correctamente y a declarar llanamente lo que hacemos en el servicio de Dios y por qué lo hacemos. 3. Cuán imparcialmente presentaron los samaritanos el asunto al rey. Llaman al templo de Jerusalén la casa del gran Dios (v. 8); pues aun cuando los samaritanos tenían muchos dioses y muchos señores, reconocen que el Dios de Israel es el gran Dios que está sobre todos los dioses. Le dicen sinceramente lo que se está haciendo, sin afirmar, como habían hecho sus predecesores, que estaban fortificando la ciudad para defenderla en una guerra, sino sólo que estaban edificando el templo como quienes sólo procuran adorar a Dios. El pueblo de Dios no podría ser perseguido si no fuese calumniado, ni podría ser hostigado si no se le vistiera con piel de oso. Si la causa de Dios y de la verdad es expuesta con imparcialidad y oída sin prejuicios, ella misma se sostendrá. CAPÍTULO 6 Aquí vemos llevada a feliz término la gloriosa obra de reedificar el templo. I. Es hallado el decreto de Ciro (vv. 1–5). II. Darío da orden de que dicho decreto sea llevado a efecto (vv. 6–12). III. Se termina la obra (vv. 13–15). IV. Solemne dedicación del templo (vv. 16–18). V. Se inaugura con la celebración de la Pascua (vv. 19–22). Versículos 1–12
  • 10. I. Se ordena una investigación para hallar el decreto de Ciro. Se buscó en Babilonia (v. 1), pero no fue hallado allí, sino en Acmetá esto es, Ecbatana, en la provincia de Media (v. 2), ciudad a 2.000 m sobre el nivel del mar y muy adecuada para la conservación de rollos y pergaminos. Se inserta el decreto mismo (vv. 3–5). 1. Aquí está el decreto de reedificación: «Para que fuese reedificada la casa de Dios en Jerusalén» (v. 3), de tales y tales dimensiones y con tales y tales materiales. 2. Están también estipuladas las expensas: «Y que el gasto sea pagado por el tesoro del rey» (v. 4). No hallamos que el pago se recibiera al cambiar las cosas en la corte de Persia. 3. También se daba orden de que fueran devueltos los utensilios del templo que se había llevado Nabucodonosor (v. 5), y de que los sacerdotes los volvieran a poner en sus lugares respectivos en la casa de Dios. II. El rey Darío corrobora el decreto de Ciro y da orden de que se lleve a efecto. 1. Esta orden de Darío es muy explícita y satisfactoria. (A) Prohíbe oponerse a la edificación del templo, conocedor de que existía tal oposición, como se ve por las expresiones: «retiraos de allí» (v. 6); «dejad que se haga la obra» (v. 7). (B) Ordena que se disponga de la hacienda misma del rey: (a) Para la obra de edificación (v. 8), en lo que sigue el ejemplo de Ciro (v. 4). (b) Para el ofrecimiento de los sacrificios cuando esté terminada la obra (v. 9). Con esto da honor: Primero, al Dios de Israel, a quien llama una y otra vez el Dios del cielo. Segundo, a los ministros de Dios, para que se acomoden a lo que ellos ordenen. Tercero, a la oración: «Y oren por la vida del rey y por sus hijos» (v. 10). (C) Refuerza su orden con pena de muerte para quien altere el decreto (v. 11), e invoca la maldición de Dios sobre todo rey y pueblo que trate de destruir esta casa (v. 12). 2. El corazón de los reyes está en la mano de Dios y Él lo inclina del modo que le place, pues es el Rey de reyes. Cuando suena la hora en el reloj de Dios para el cumplimiento de sus propósitos con respecto a su Iglesia, Él hace surgir para que se lleven a cabo instrumentos de los que no podría esperarse tan buen servicio. A veces, la tierra ayuda a la mujer (Ap. 12:16), y pueden convertirse en aliados provechosos para la defensa de la religión personas que no tienen ellas mismas ninguna religión. Los enemigos de los judíos, al apelar a Darío, esperaban obtener un decreto para pararles los pies pero, en lugar de eso, recibieron orden de llenarles las manos. Versículos 13–22 I. Vemos a los enemigos de los judíos hechos amigos. Cuando recibieron la orden del rey, vinieron a promover la obra con tanta prisa como la que sus predecesores se habían dado para tratar de detenerla (4:23). II. Se continuó, pues, la edificación del templo y se acabó la obra en poco tiempo (vv. 14, 15). Se llevó a cabo conforme a la profecía de Hageo y Zacarías …, por orden del Dios de Israel, y por mandato de Ciro, de Darío y de Artajerjes rey de Persia. Tuvieron que avergonzarse al tener que obrar por mandato de reyes paganos, pero también se sintieron animados por las profecías de Hageo y Zacarías. Ahora marchó la obra viento en popa, de forma que se acabó en el plazo de cuatro años. El templo espiritual, que es la Iglesia, se lleva mucho tiempo en ser construido, pero un día quedará completo y acabado. Cada uno de los creyentes es, en realidad, un templo vivo del Espíritu Santo. Padece oposición de parte de Satanás, del mundo y de sus mismas corrupciones interiores, no dominadas aún del todo; pero el que comenzó la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo (Fil. 1:6). III. Dedicación del templo. Una vez acabada la obra, y al estar el templo destinado a usos sagrados, mostraron con el ejemplo cómo debía usarse, pues éste es—dice el obispo Patrick—el verdadero sentido del vocablo dedicar. Lo dedicaron con toda solemnidad, y es probable que hiciesen una previa declaración pública de que quedaba
  • 11. separado de los usos comunes, ofrecido al honor de Dios y a la adoración que le era debida. 1. Las personas que tomaron parte en esta dedicación fueron no sólo los sacerdotes y levitas, sino todos los que habían venido de la cautividad (v. 16). 2. Los sacrificios que se ofrecieron en esta ocasión fueron cien becerros, doscientos carneros y cuatrocientos corderos en holocausto, además de doce machos cabríos en expiación (v. 17); muy poco en comparación con lo que se ofreció en la dedicación del templo de Salomón (1 R. 8:63), pero ahora eran mucho más pobres y muy inferiores en número, por lo que sus sacrificios fueron igualmente aceptos a Dios. 3. Fue llevada a cabo con gozo (v. 16). 4. Hecha la dedicación, pusieron a los sacerdotes y a los levitas en sus respectivos turnos y servicios. Lo que faltó de pompa y suntuosidad, se suplió con pureza y adhesión a Dios, que es la verdadera gloria del templo. No hay hermosura como la hermosura de la santidad. IV. Celebración de la Pascua en el recién dedicado templo. Ahora que habían sido libertados de la esclavitud de Babilonia era la ocasión oportuna para conmemorar su liberación de la esclavitud de Egipto. Los nuevos favores de Dios deben traernos a la memoria los que anteriormente hemos recibido de Él. Hicieron de la Pascua una jubilosa fiesta, la cual cayó precisamente en el mes siguiente a la terminación y dedicación del templo (v. 19). Se toma nota: 1. De la pureza de los sacerdotes y de los levitas que sacrificaron la Pascua (v. 20). La pureza de los ministros, así como su unión, añade gran belleza a la hermosura de sus ministerios. 2. De los prosélitos que tomaron parte con ellos en esta ordenanza: Todos aquellos que se habían apartado de las inmundicias de las gentes de la tierra para buscar a Jehová Dios de Israel (v. 21). Todos cuantos habían dejado atrás no sólo su país, sino especialmente las supersticiones, idolatrías e inmoralidades de su país, y se habían adherido a Jehová Dios de Israel como su Dios, comieron la Pascua. 3. Del regocijo y la satisfacción con que guardaron la fiesta de los panes sin levadura, por cuanto Jehová los había alegrado (v. 22): les había dado motivo para alegrarse y corazón con que alegrarse. CAPÍTULO 7 En este capítulo vemos a Esdras en acción durante el reinado de Artajerjes. Zorobabel y Jesúa (o Josué) eran ya demasiado viejos, si es que no habían muerto. Tampoco volvemos a leer nada acerca de Hageo ni de Zacarías. ¿Qué será de la causa de Dios y de Israel ahora que estos útiles instrumentos del Señor se han ido? Confiemos en Dios, quien siempre puede levantar, por su Espíritu, otros que ocupen el lugar de los primeros. Esdras aquí y Nehemías en el próximo libro, fueron tan útiles en su tiempo como aquellos otros lo habían sido en el suyo. I. Informe acerca de Esdras en general, y de su viaje a Jerusalén en particular (vv. 1–10). II. Una copia de la comisión que le encargó Artajerjes (vv. 11–26). III. Su gratitud a Dios por ello (vv. 27, 28). Versículos 1–10 I. Genealogía de Esdras. Era sacerdote descendiente de Aarón. Le escogió Dios para ser instrumento de bien para Israel, a fin de honrar el ministerio sacerdotal, cuya gloria se había eclipsado mucho a causa de la deportación. Su padre era Seraías, el sumo sacerdote del que leemos (Serayá) en 2 Reyes 25:18–21, a quien el rey de Babilonia dio muerte cuando saqueó Jerusalén. Si tenemos en cuenta que eso se llevó a cabo el año 586 a. de C., y que este viaje de Esdras a Jerusalén ocurrió el 456 (130 años después), es seguro que Seraías era el abuelo o bisabuelo, no el padre, de Esdras (v. 1 Cr. 6:13–15, que lo confirma). II. Su carácter. 1. Era de gran erudición (v. 6): «escriba diligente» (lit. rápido), es decir, versado en la Ley y buen conocedor del léxico y del estilo; esto le hacía sumamente apto para ser buen secretario de la corte persa. Es tradición judía que Esdras recogió cuantas copias de la Ley pudo hallar, y publicó una edición esmerada del canon
  • 12. del Antiguo Testamento. 2. Era de gran piedad y santo celo (v. 10): «Había preparado su corazón para escudriñar la ley de Jehová y para cumplirla». Los caldeos, entre los que se había criado, eran famosos por su literatura; en especial, por el estudio de las estrellas; pero Esdras superó la tentación de dedicarse a este estudio: la ley de Dios suponía para él muchísimo más que todos los escritos de magos y astrólogos. Se dedicó al estudio de las Escrituras, no sólo para conocerlas bien y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos, sino (primordialmente) para cumplirlas. Como el Señor Jesús, comenzó a hacer (primero) y a enseñar (Hch. 1:1). Y, para enseñar, aprendió. Para todo esto preparó (lit. fijó, aplicó) su corazón, lo que da a entender su gran determinación. III. Su viaje a Jerusalén para el bien de su país: Subió de Babilonia (v. 6), y en el plazo de cuatro meses llegó a Jerusalén (v. 8). 1. El rey se portó con él amablemente: Le concedió el rey todo lo que pidió, todo lo que él deseaba para servir a su país. 2. El pueblo se portó también amablemente con él, pues muchos se fueron con él aventurándose a ir a Jerusalén una vez que él se iba. 3. Dios le otorgó su favor: Porque la mano de Jehová su Dios estaba con él (vv. 6, 9). Versículos 11–26 Comisión que el rey de Persia encargó a Esdras, dándole autoridad plena para actuar a favor de los judíos. Artajerjes se llama a sí mismo Rey de reyes (v. 12), título demasiado elevado para un mortal. Era rey de algunos reyes, pero pretender que era rey de todos los reyes era una usurpación de la prerrogativa exclusiva del que tiene todo poder en el cielo y en la tierra. Saluda a Esdras como a sacerdote y escriba erudito en la ley del Dios del cielo, esto suponía para Esdras mayor honor que ser un príncipe o gobernador en el imperio persa. I. Permite a Esdras subir a Jerusalén (v. 13) y que marchen con él quienes de entre los judíos lo deseen. También le otorga autoridad para ver cómo marchan los asuntos en Judá y Jerusalén (v. 14). La norma para esta investigación había de ser: «La ley de tu Dios que está en tu mano»; es decir, había de investigar si los judíos, en su religión, obraban conforme a esa ley: si conforme a esa ley se había edificado el templo, se había restablecido el sacerdocio y se ofrecían los sacrificios. Si se echaba en falta algo, había de enmendarlo, y, como Tito en Creta, que acabase de poner en orden lo que faltaba (Tit. 1:5). Así se les devolvía a los judíos el privilegio de gobernarse por su propia ley. II. Le entrega el dinero libremente donado por el rey, sus consejeros y súbditos para el servicio de la casa de Dios (vv. 15, 16). Queda, pues, Esdras encargado: 1. De recibir este dinero y llevarlo a Jerusalén. 2. De usarlo de la mejor manera: en ofrecer sacrificios sobre el altar del templo (v. 17) y en todo cuanto a él o a sus hermanos les parezca bien (v. 18), con tal que se haga conforme a la voluntad de vuestro Dios. III. Le otorga poderes para que, de los tesoros del rey (v. 20), saque cuanto sea necesario para la casa de Dios y para que los tesoreros del otro lado del río, esto es, los que se hallaban en Palestina, proveyesen a Esdras, a expensas del rey, de cuanto necesitase. Ésta era muy buena medida, pues, al no haber investigado todavía cómo iban las cosas Esdras no sabía a punto fijo lo que iba a necesitar. Igualmente le autoriza para que procure que no falte nada de lo que se requiere en la casa de Dios (v. 23). Véase: 1. Cuán honorablemente habla de Dios. Le había llamado antes el Dios de Jerusalén pero aquí, para que no se entienda que habla de una deidad local, le llama el Dios del Cielo. 2. Cuán estrictamente manda que todo se haga conforme es mandado por el Dios del cielo. Es probable que Artajerjes hubiese leído y admirado la ley de Dios. IV. Exime a todos los ministros del templo de pagar tasas al gobierno. Desde el sumo sacerdote hasta el último de los leñadores y aguadores del templo, a ninguno se le impondrá tributo, contribución ni renta (v. 24).
  • 13. V. Da también poderes a Esdras para nombrar jueces y gobernantes para todos los judíos que están al otro lado del río (esto es, en Palestina). Gran bendición era para los judíos tener personas capacitadas para el mando, y especial bendición era que fuesen nombrados por Esdras. 1. Todos los que conocían las leyes del Dios de Esdras (v. 25) habían de estar bajo la jurisdicción de dichos jueces, lo cual indica que estaban exentos de la jurisdicción de los magistrados paganos. 2. A estos magistrados les era permitido hacer prosélitos, pues habían de enseñar las leyes de Dios al que no las conociese. No podían hacer nuevas leyes, sino atenerse a las dadas por Dios. 3. También se les autorizaba a imponer las penas convenientes a cualquiera que no cumpliese la ley de Dios y la ley del rey (v. 26). Versículos 27–28 Por dos cosas bendice Esdras a Dios: 1. Por su comisión: Bendito sea Jehová, Dios de nuestros padres, que puso tal cosa en el corazón del rey. Dios puede poner en el corazón y en la cabeza de los hombres cosas que a ellos no se les habrían ocurrido. Lo hace con su gracia y con su providencia. Si alguna cosa buena se halla en nuestro corazón, hemos de reconocer que es Dios quien la ha puesto allí, y hemos de bendecirle por ello. 2. Por el ánimo que le había dado para cumplir esta comisión (v. 28): Inclinó hacia mí su misericordia, etc. Esdras era hombre valiente; sin embargo, atribuyó esta valentía no a su propio ánimo, sino al fortalecimiento que había recibido de la mano de Dios. CAPÍTULO 8 Más detalles del viaje de Esdras a Jerusalén. I. Los que le acompañaron (vv. 1–20). II. El ayuno que observaron para implorar la presencia de Dios con ellos en este viaje (vv. 21–23). III. El interés que puso en que se emplease bien el dinero que llevaba (vv. 24–30). IV. La protección que la Providencia les otorgó en el viaje (v. 31). V. Su llegada con bien a Jerusalén, donde dejaron el tesoro en manos de los sacerdotes (vv. 32–34), ofrecieron sacrificios (v. 35) y entregaron a los gobernadores los despachos del rey (v. 36). Versículos 1–20 1. Después de recibir su comisión, Esdras buscó voluntarios para que subiesen con él a Jerusalén, para cumplir, en un primer plano, las palabras de Isaías: «Levantará pendón a las naciones, y juntará los desterrados de Israel, y reunirá los esparcidos de Judá» (Is. 11:12). Puede decirles: «Ahora que el templo está edificado y se llevan a cabo en él los servicios correspondientes, es el momento de subir allá». 2. Algunos se ofrecieron voluntariamente a marchar con él. Los jefes de varias familias se mencionan aquí para su honor, y el número de los varones que subieron con cada uno de ellos, sumaron un total de 1.496. Ya vimos algunos de ellos en el capítulo 2. 3. Sorprende que, entre los expedicionarios, no hallase Esdras ningún levita (v. 15), aunque sí sacerdotes. Véase, en 2:39, 40, la desproporción entonces existente entre el número de sacerdotes y el de levitas. El Dr. Ryrie sugiere que ello pudo deberse a su repugnancia a salir del país por ser su condición muy inferior a la de los sacerdotes. Esdras tenía suficiente dinero para el servicio del templo pero le faltaban hombres. Envió entonces once hombres a Casifía (o Casifyá), lugar no identificado, pero en el que había, sin duda, una colonia de levitas y servidores del templo, y de allí pudo obtener unos 40 levitas y 220 servidores del templo, quienes fueron reclutados a toda prisa, ya que Esdras había urgido al jefe del lugar para que trajesen ministros para la casa de nuestro Dios (v. 17). Versículos 21–23
  • 14. 1. Esdras se había procurado levitas, mas ¿de qué le serviría, si no tuviese a Dios consigo? Pero tenía firme confianza en el poder y la protección de Dios, que están siempre a disposición de sus siervos y en contra de sus enemigos. Como Esdras creía con el corazón, también confesaba con la boca y, por eso, no quiso pedir al rey escolta que les protegiese, para que no pensase el rey que Dios no tenía poder para protegerles o que Esdras dudaba de ese poder. Esto no significa que no podamos echar mano de los medios honestos de procurarnos seguridad; y no hemos de avergonzarnos de ello. 2. Puesto que habían expresado delante del rey su confianza en la protección de Dios (v. 22), buscaron el rostro de Dios en oración y ayuno (v. 21). (A) Expresaban así su humillación: Para afligirnos delante de nuestro Dios, confesaron sus pecados y se arrepintieron de ellos para obtener el deseado perdón. (B) Fortalecían así su oración, pues, en circunstancias especiales, el ayuno iba siempre unido a la oración (comp. con Hch. 13:3). Oraban para solicitar de Dios un feliz viaje. (C) Dios les escuchó y les fue propicio (v. 23). Versículos 24–30 Informe del especial cuidado con que Esdras trajo consigo el tesoro que pertenecía al santuario de Dios. 1. Después de haberse encomendado a Dios para poder llevarlo felizmente a su destino, lo encomendó a las personas adecuadas, a cuyo cargo estaba el vigilar y guardarlo, aunque sin Dios habrían vigilado en vano. 2. Después de haber orado a Dios para que preservara todos los bienes que llevaban consigo, Esdras se muestra especialmente solícito por aquella porción que pertenecía a la casa de Dios y había de servir para ofrendárselo. 3. Nombró para este cometido doce principales sacerdotes y otros tantos levitas (vv. 24, 30) y les declaró por qué ponía estas cosas en las manos de ellos (v. 28): Vosotros estáis consagrados a Jehová, y son santos los utensilios, etc. ¿Quiénes más aptos para cuidar de las cosas santas que las personas santas? 4. Les pesó la plata, el oro y los utensilios (v. 25) porque esperaba recogerlos de ellos también por peso. 5. El encargo que les dio con respecto a estos tesoros (v. 29): «Vigilad y guardadlos, para que no se pierdan, ni se estropeen, ni se mezclen con otros objetos. Guardadlos a salvo hasta que los peséis de nuevo en el templo, delante de los responsables de ellos». Versículos 31–36 Esdras sube a Jerusalén, pero la multitud que le acompaña marcha lentamente y por cortas etapas. Dios fue bueno con él y él reconoció agradecido la bondad de Dios (v. 31): La mano de nuestro Dios estaba sobre nosotros. Aun los peligros ordinarios de los viajes nos obligan a santificar nuestras salidas con oración y nuestras venidas con bien, con alabanza y gratitud. Por fin, llegaron a salvo (v. 32). Tan pronto como llegaron cerca del altar, se sintieron movidos a ofrecer abundantes víctimas para holocaustos y expiación (v. 35), cosa que no habían podido hacer en Babilonia. El número de las víctimas correspondía al de las tribus: doce becerros, doce machos cabríos y noventa y seis carneros, con lo que se insinuaba así la unión de los dos reinos, de acuerdo con lo predicho por Ezequiel (Ez. 37:22). La nueva unidad del reino se expresó bien cuando las doce tribus se llegaron, por medio de sus representantes, juntas al mismo altar. Incluso los enemigos de los judíos se tornaron amigos aquel día, pues aceptaron la comisión de Esdras y, en lugar de estorbar al pueblo de Dios, les ayudaron (v. 36). CAPÍTULO 9 Ahora que el templo estaba edificado, los servicios restablecidos, los repatriados sin enemigos y tranquilos, ningún lugar para imágenes de Baal ni de Astarté, ni becerros de oro ni lugares altos en ninguna parte, parece que todo estaba bien. Pero no era así. I. Le llega a Esdras una queja sobre matrimonios mixtos entre el pueblo (vv. 1, 2). II. El gran
  • 15. apuro en que les puso esta situación a él y a otros (vv. 3, 4). III. La solemne confesión que de este pecado hizo a Dios (vv. 5–15). Versículos 1–4 Esdras recibe informe de que no sólo el pueblo llano, sino hasta los sacerdotes y los levitas se habían casado con mujeres de la gentilidad. 1. El pecado consistía en haberse mezclado con los pueblos de las tierras (v. 2), asociándose con ellos en los negocios, en las costumbres y en tomar las hijas de ellos para sí y para sus hijos. Habían desobedecido el mandamiento expreso de Dios que prohibía toda unión con los gentiles, especialmente en contratos matrimoniales (Dt. 7:3). Se expusieron así a sí mismos, y mucho más a sus hijos, al peligro de idolatría, justamente el pecado que había ocasionado la ruina de la nación judía. 2. Las personas culpables de este pecado eran, no sólo el pueblo corriente, al que podría tenerse por ignorante de la Ley, sino también muchos de los sacerdotes y levitas, cuyo oficio era enseñar la Ley y en los que, por consiguiente, era mucho más grave el pecado. De cierto es digno de conmiseración el caso de aquellos pueblos cuyos jefes se corrompen ellos mismos y son ocasión de que yerren los demás. 3. El informe lo llevaron los príncipes a Esdras (v. 1), es decir, los que, junto con su dignidad, habían conservado su integridad. Apelaron a Esdras con la esperanza de que su sabiduría, autoridad y celo pusieran remedio a esta situación. 4. La impresión que se llevó Esdras (v. 3): Se rasgó el vestido y el manto, se arrancó pelo de la cabeza y de la barba, y se sentó angustiado en extremo. Le dio profunda pesadumbre el que un pueblo llamado con el nombre de Dios se atreviera a violar tan groseramente la Ley de Dios. El pesar de Esdras era el que correspondía a la gravedad del pecado. 5. La influencia que el pesar de Esdras tuvo sobre otros. Pronto se dio cuenta el pueblo de ello, y todos los que tenían verdadera devoción acudieron a unirse con él. Cuando alguien toma partido por la causa de Dios en contra del vicio y de la profanidad, todos los buenos deberían ponerse de su parte y hacer todo lo que pudieran para fortalecerle las manos. Versículos 5–15 La patética forma en que se dirigió Esdras al Cielo en esta ocasión. I. Esdras se dirigió a la hora del sacrificio de la tarde (v. 5) cuando el pueblo devoto solía venir a los atrios del templo a ofrecer a Dios sus oraciones. Por eso escogió Esdras esta hora para hacer esta pública confesión, a fin de que los asistentes tomasen conciencia de los pecados del pueblo. El sacrificio, sobre todo el vespertino, era tipo de la gran propiciación llevada a cabo en el Calvario. Esdras tenía fe en esta forma penitencial de dirigirse a Dios. II. Cómo se preparó Esdras para dirigirse a Dios. 1. Se levantó de su aflicción, como para sacudirse la pesadumbre lo necesario para levantar el corazón a Dios. 2. Se postró de rodillas, en postura de penitente, representando al pueblo por el que se disponía a interceder. 3. Extendió las manos, como ofreciendo a Dios lo que iba a decir, y en postura sacerdotal de mediación intercesora para obtener la expiación del pecado y la reconciliación del pueblo. III. El contenido de su confesión a Dios. 1. Se incluye a sí mismo entre los pecadores, a pesar de que él no tenía culpa en esto (v. 6): «Nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza. Nos vamos a ahogar en ellas como en aguas profundas». Consuélense, sin embargo, los verdaderamente arrepentidos, pues aunque sus pecados lleguen hasta los cielos, hasta los cielos llega la misericordia de Dios (Sal. 36:5). No habían sido abandonados en su esclavitud, pues hasta en Babilonia tenían las señales de la presencia de Dios: eran el
  • 16. remanente de los israelitas, unos pocos, que habían escapado por las justas de las manos de sus enemigos, gracias al favor de los reyes de Persia. Dios les ha dado ahora un lugar seguro (lit. una estaca, de las que sostienen las tiendas de campaña, como en el tabernáculo) en su santuario (v. 8): el Templo era el soporte que sostenía a la nación judía. Por eso, habían levantado la casa de Dios (v. 9). Esto les daba luz y vida (v. 8). 2. «Cuán ingratos hemos sido, después de todo esto—parece decir Esdras—, pecando de esta manera» (v. 10): «¿Qué diremos, oh Dios nuestro, después de esto?» El pecado era contra un mandamiento expreso de Dios (comp. con Gn. 34:14). Y Esdras declara explícitamente cuál era ese mandamiento (vv. 11, 12): «No daréis vuestras hijas a los hijos de ellos, ni sus hijas tomaréis para vuestros hijos, etc.» (v. Éx. 34:15, 16; Dt. 7:3; 23:6). La razón es que, si se mezclaban con esas naciones, se contaminarían; era una tierra inmunda, y ellos eran santos. Consciente de la gravedad del pecado, Esdras reconoce que el castigo que han sufrido era menor de lo que se merecían (v. 13). 3. Habla completamente avergonzado, pues comienza así (v. 6): «Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti». El pecado es siempre algo vergonzoso. Y la vergüenza santa es un ingrediente tan necesario para un verdadero arrepentimiento como lo es la santa detestación del pecado. Siendo miembros de un mismo Cuerpo, el pecado de otros debería avergonzarnos y dejarnos confusos por aquellos que no se avergüenzan de pecar. El cobrador de impuestos (o publicano) del Evangelio, cuando subió al templo a orar, no osaba levantar la cabeza de pura vergüenza (Lc. 18:13). ¿Podremos decir: «¿No tenemos pecado?» Entonces nos engañamos a nosotros mismos, y hacemos mentiroso a Dios (1 Jn. 1:8, 10). ¿Le diremos a Dios: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo»? (Mt. 18:26). ¿Con qué? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros?… ¿Daré mi primogénito por mi prevaricación? (Mi. 6:7). De Dios no se ríe nadie de este modo, pues Él sabe que somos totalmente insolventes. Como Esdras, hemos de confesar sinceramente nuestro pecado. 4. Pero también habla confiado en la justicia de Dios (v. 15): «Oh Jehová, Dios de Israel, tú eres justo, recto, sabio, bueno y lleno de misericordia; tú no quieres hacernos daño; por eso, henos aquí, delante de ti, con nuestros delitos; estamos a tus pies, y aguardamos la sentencia; porque no es posible estar en tu presencia a causa de esto, ya que no podemos apoyarnos en ninguna de nuestras justicias (v. Is. 64:6). Sólo nos queda ponernos a tu disposición: Haz con nosotros como bien te parezca (Jue. 10:15). No tenemos nada que decir, nada que hacer, sino implorar clemencia a nuestro Juez» (Job 9:15). De este modo, Él buen Esdras pone delante de Dios su aflicción y deja que Dios actúe conforme a su misericordia. Como las oraciones de Moisés (Éx. 32), Nehemías (Neh. 9) y Daniel (Dn. 9), esta oración de Esdras es una de las más hermosas de toda la Biblia. CAPÍTULO 10 A la lamentación del cap. 9 sigue la acción drástica del cap. 10. I. El corazón del pueblo se dispuso a enderezar el entuerto (v 1). II. Propuesta de Secanías (vv. 2–4). III. Se pone en ejecución la propuesta. 1. Los principales son juramentados para atenerse a ella (v. 5). 2. Esdras es el primero en ponerse en acción (v. 5). 3. Se convoca asamblea general (vv. 7–9). 4. Conforme a la exhortación de Esdras, todos acuerdan la reforma (vv. 10–14). 5. Se nombran comisionados que investiguen quiénes tienen mujeres extranjeras y que les obliguen a dejarlas, lo que se hace prontamente (vv. 15–17). 6. Lista de los que fueron hallados culpables de este pecado (vv. 18–44). Versículos 1–5 I. La buena impresión que hicieron en el pueblo la humillación de Esdras y su confesión pública de pecado. Tan pronto como se conoció en la ciudad la noticia de que el nuevo gobernador, con quien estaban tan contentos, estaba apesadumbrado por ellos y
  • 17. por los pecados del pueblo, se reunió con él una muy grande multitud de Israel (v. 1) para llorar amargamente con él. Véase qué influencia tan buena tienen en los inferiores los buenos ejemplos de los superiores. Cuando Esdras, escriba diligente y erudito y hombre de gran autoridad, se lamentaba tan profundamente de la corrupción del pueblo, concluyeron que la cosa era realmente muy seria. II. La buena propuesta que hizo Secanías en esta ocasión. Era uno de los que acompañaron a Esdras en su viaje desde Babilonia (8:3, 5), y aunque él no aparece en la lista de los delincuentes, sí lo era su padre y algunos de la casa de su padre (v. 26), pero, como Esdras, habla en primera persona (v. 2): «Nosotros hemos pecado contra nuestro Dios», pero «aún hay esperanza para Israel», añade. Una vez que la enfermedad se descubre, ya está a medio curar. Su propuesta no puede ser más práctica, clara y expeditiva (v. 3): «Despediremos a todas las mujeres y a los nacidos de ellas». Secanías no se contenta con esto, sino que propone que se obliguen bajo pacto con Dios. Este procedimiento no es válido en la dispensación del Evangelio (1 Co. 7:12, 13): «Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone». El caso que considera el Apóstol es, en especial, el de una pareja que se casó en la gentilidad y uno de los cónyuges se convirtió posteriormente, pero también tiene aplicación en casos de «yugo desigual» (2 Co. 6:14), en los que hubo pecado por parte del creyente al casarse, pero no por eso puede abandonar al no creyente. Fue un matrimonio ilícito, pero no inválido. Versículos 6–14 La forma en que se puso en ejecución la propuesta. Esdras dio orden de que todos los repatriados se reunieran con él en Jerusalén en el plazo de tres días (vv. 7–9). Acudió el pueblo, en el plazo señalado, a la plaza de la casa de Dios (v. 9). Esdras les hizo ver que, con este pecado de tomar mujeres extranjeras, habían añadido al pecado de Israel (v. 10), pues eso significaría una peligrosa ocasión de introducir de nuevo la idolatría. Les invitó, pues, a dar gloria a Dios apartándose de las mujeres extranjeras (v. 11). El pueblo se sometió a ello (v. 12): «Así se haga conforme a tu palabra». Versículos 15–54 Despedida la congregación, los comisionados se pusieron a trabajar con Esdras como presidente. Eran representantes de las casas paternas, varones cualificados para este servicio por su prudencia y celo (v. 16). Comenzaron a inquirir sobre el asunto el primer día del mes décimo (v. 16), esto es, diez días desde que se había hecho la propuesta (v. 9) y terminaron en tres meses (v. 17). Se mencionan unos 113 en total de los que habían tomado mujeres extranjeras. En el versículo 44 se dice que había mujeres de ellos que habían dado a luz hijos, lo cual insinúa que la mayoría no tenían hijos, por lo que Dios no les había honrado con su bendición el crecimiento de estas familias. En el texto sagrado no consta que los hijos habidos en estos matrimonios fueran despedidos con sus madres, como había propuesto Secanías.