Planificacion Anual 4to Grado Educacion Primaria 2024 Ccesa007.pdf
EL POSICIONAMIENTO IDEOLÓGICO DEL DOCENTE EN LA ACADEMIA
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EL POSICIONAMIENTO IDEOLÓGICO DEL DOCENTE
Otro convencimiento arraigado y generalizado entre los miembros
de la academia es el supuesto que la docencia universitaria es un
quehacer técnico, neutral aséptico, apolítico, incompatible con las
tendencias ideológicas de derecha o de izquierda. Aceptan, sin
mayores dudas, que enseñar ciencia, y los saberes en general, no
puede estar contaminada con doctrinas políticas o corrientes
ideológicas que son contrarias al pensamiento científico. Tamaño
error que ha sido el causante del exiguo desarrollo de la
conciencia crítica de los universitarios y, por ende, de su
mínimo impacto en la transformación del statu quo dominante.
En anteriores propuestas ya se ha adelantado varios asuntos
referidos al carácter ideológico de la educación superior, por
ahora se dedicará un espacio, nunca lo suficiente, para tratar un
factor determinante para el cumplimiento de los fines de la
academia y, de manera particular, de la Pertinencia.
Iniciemos nuestra exposición planteando un axioma: el
apoliticismo de la educación, de la ciencia, del conocimiento no
existe por varias razones:
La ciencia sería neutra si fuese una forma de conocimiento
puro al margen de las influencias externas, pero existen
multitud de intereses que inciden en las investigaciones. El
filósofo más citado en este sentido es Habermas (1971),
quien dice que el conocimiento nunca es neutral; el
conocimiento y los intereses humanos son inseparables.
La ciencia no puede escapar de los condicionantes sociales,
económicos y culturales, ni los científicos se encuentran al
margen de la sociedad.
Una evidencia más de la imposible neutralidad es que la
ciencia, la tecnología y el pensamiento cultural, en general,
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igualmente responden a las tendencias políticas e ideológicas
de quienes financian las investigaciones y los inventos.
Desde hace siglos el poder económico, concentrado por la clase
dominante internacional y criolla, reconocieron que el avance
del conocimiento servía para acrecentar su poderío económico,
político, militar, educativo, cultural sobre el planeta y más que
nada sobre los pueblos más atrasados. Ya se reconoció cómo
los conocimientos científico-tecnológicos que se transmiten en
las universidades (medicina, administración, industria, salud,
educación, psicología, sistemas, agronomía y muchas más) son
utilizados por las élites mundiales para aumentar su poder, y
con ello subyugar a las naciones del mundo y mantenerlas en el
atraso.
En el caso de la docencia universitaria, su accionar, de modo
consciente o inconsciente, explícita o implícita, está orientado
a formar los cuadros que se adapten al sistema con una serie
de competencias instrumentales para ser eficientes en los
empleos y con antivalores como: el afán de lucro, la búsqueda
de estatus, el oportunismo, el individualismo, el egoísmo, la
competitividad, el hedonismo, el consumismo … todo lo cual es
una acción netamente política. Después de todo, el hecho de
contribuir a que los estudiantes obtengan un título que les
puede habilitar para alcanzar las migajas del poder capitalista,
siempre y cuando puedan salir avante del feroz darwinismo
social, se está haciendo política y respondiendo a una
orientación ideológica que favorece al dominio internacional y
criollo que ha sido el causante de las desgracias de las
sociedades menos desarrolladas.
Pero si el docente acoge como objetivo de su vida profesional
formar los profesionales que necesita el país, dotándoles de
capacidades y valores para servir a su entorno: preparación
científica y técnica, responsabilidad social, diligencia, sencillez,
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honestidad, comprometimiento con la búsqueda del Buen Vivir que
les permitirá aportar a la superación de los lastres del
subdesarrollo, también está haciendo política y respondiendo a los
fundamentos ideológicos que buscan un mundo democrático,
igualitario, de paz, de concordia, de respeto a la naturaleza …
En consecuencia, usted bien hará en identificar cuál es su
posicionamiento ideológico como hombre y como mujer, y ahora
como docente universitario/a, ¿para cuál de los dos objetivos se
propone trabajar?
Pero si aún existiese resistencia a esta tesis, el profesorado
debe recordar que hace política por lo que dice y por lo que
calla. Es decir, no puede eludir su inclinación política porque su
apoliticismo permite, faculta, refuerza el sistema hegemónico
con toda su carga de injusticia social, alienación, violencia,
inmoralidad, destrucción del medioambiente … En tal virtud, al
no participar, al ser el “fiel de la balanza” o al mantener una
postura centrista está haciendo política, pues consolida a
quienes han dominado el mundo por siglos. El peor analfabeto
es el analfabeto político, decía Bertold Brecht, y acotaba estas
duras palabras: “El analfabeto político es tan burro que se
enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política.
No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el
menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el
político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas
nacionales y multinacionales”
De otro lado, al ser parte en una institución académica y de la
educación superior ecuatoriana, de modo ineludible, es partícipe y
gestor de un proyecto educativo. Pero el caso es que todo proyecto
pedagógico, currículo, teoría, método, práctica de formación,
tiene una dimensión política. A esta altura del tiempo ya nadie se
atreve a negar tal condición. Detrás de lo que aparece como una
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elección técnica, funciona una política, una ideología porque está,
de modo explícito o implícito, cierta representación del ser
humano, de la sociedad, de las relaciones que cada persona quiere
mantener con el mundo, con los otros, consigo misma.
En verdad, cualquier empresa educativa de un docente, de una
institución, de un país se inscribe dentro de una intención político-
ideológica de construir una sociedad con determinados valores y
condiciones económicas para sus pobladores. Por consiguiente,
todo sistema educativo es, de modo ineludible, un proyecto
político-ideológico. Cualquier corriente ideológica desde el
conservador hasta el comunista, pasando por el liberal, y
socialista, quieren disponer de la educación para formar las
personas que respondan a sus particulares concepciones
ideológicas. En el caso del capitalismo, como paradigma
hegemónico, impone su ideario, o por lo menos incide
profundamente en los sistemas educativos del mundo, aun en
aquellos que se denominan socialistas.
De manera más concreta, el modelo educativo y pedagógico, la
misión y los fines que declara cualquier universidad del mundo
no es solamente un programa de actividades académicas, de
organización, de gestión del conocimiento, porque todos estos
elementos hacen referencia a valores fundamentales. Se puede
decir lo mismo de otra manera: un proyecto político define la
organización de una sociedad o de un grupo humano en todos
sus componentes: economía, trabajo, intercambio de bienes y
servicios, las relaciones sociales, la cultura, la educación …
Cuando se ha definido un proyecto político general, todavía
hace falta “traducirlo” en los fines educativos, el currículo, la
gestión escolar que deben guardar coherencia con esa
propuesta política.
Estas consideraciones le obligan a usted a conocer con
profundidad cuál es el Modelo Educativo, Pedagógico, la misión y
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los fines de la Universidad donde usted trabaja, los cuales, a su
vez, responden a la tendencia política de un gobierno determinado
o de los intereses privados. En este marco, su labor docente puede
aportar al cumplimiento de tales ideales, lo cual le convierte, de
manera ineludible, en ejecutor de una propuesta ideológica.
De modo complementario, como ya se dijo, se entiende que el
posicionamiento ideológico es condición esencial para saber qué
tipo de universidad usted pretende construir en unión de sus
flamantes colegas: aquella que puede salvar al mundo o aquella
que la conducirá a su destrucción. Las expresivas palabras de
Paulo Freire aclaran esta disyuntiva: “Los educadores deben
preguntarse para quién y en nombre de quién trabajan. A mayor
grado de conciencia y de compromiso, mayor comprensión del
hecho de que el rol de educador exige correr riesgos, incluida
la posibilidad de arriesgar el propio trabajo. Los educadores
que cumplen su tarea de forma acrítica, simplemente para
conservar su trabajo, aún no han captado la naturaleza política
de la educación”.
Sin embargo, de lo incontrovertible de la tesis del trabajo
académico como proyecto político, la mayoría de maestros no está
dispuesta a aceptarla, sobre todo por su escasa formación política
y por el mal predicamento de esta actividad social. En efecto, la
política es considerada como sinónimo de demagogia, manipulación,
corrupción … por lo que mal podría aplicarse el concepto a la
actividad académica.
Precisamente, el régimen capitalista, gracias a sus máximos
fundamentos el dinero y el poder, desvirtuó, pervirtió, una noble
actividad llamada al servicio patriótico, a la administración
honesta y al desvelo por los más necesitados. En su lugar, introdujo
las funestas prácticas del contubernio, la deshonestidad, el
tráfico de influencias, el enriquecimiento ilícito, la impunidad, el
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servicio a los poderosos y hasta execrables acciones delictivas.
Con esta mala reputación, es posible que pocos docentes estén
dispuestos a considerar su labor como un quehacer político.
Según lo dicho, en el ejercicio docente de un profesor primario,
secundario y más aún del universitario, no hay opción para la
neutralidad o las posiciones centristas (ni chicha ni limonada):
o está con la búsqueda de otro mundo lo que siempre es el ideal
de la juventud o permanece impávido ante las perversas
estructuras y, hasta se vuelve amante y defensor de un
sistema que ha traído grandes males a la humanidad. Como
expresa Sábato “Si nos cruzamos de brazos seremos cómplices
de un sistema que ha legitimado la muerte silenciosa”.
El filósofo compatriota Samuel Guerra Bravo (1995), amplia esta
reflexión con las siguientes impactantes palabras que hoy tienen
más actualidad y que deberían calar profundo en la mente de los
jóvenes académicos: “Para el Ecuador, el tiempo que vivimos no es
tiempo de ambigüedades teóricas, ni económicas, ni políticas, de
ninguna clase. La realidad socioeconómica-cultural ecuatoriana
está configurada sobre una contradicción que ofrece una sola
alternativa: o se trabaja el mantenimiento del sistema opresivo
(voluntaria o involuntariamente, consciente o inconscientemente)
o se busca las posibilidades para la superación de tal sistema (lo
que sucede siempre a nivel consciente) … Muchos preferirían
‘ignorar’ para cuál de los términos trabajan, pero eso no los exime
de ser responsable de sus acciones (el pensamiento es una acción)
porque la responsabilidad, en este caso, no es solamente un asunto
moral, sino ante todo un asunto ‘histórico’ indefectible e
inevitable. No es obedeciendo a códigos abstractos y
universalizantes de moral como los intelectuales pueden ‘salvar su
alma’, sino respondiendo a imperativos y prioridades históricas
inscritas en la misma realidad de la que formamos parte”.
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Debe insistirse, por tanto, en materia educativa no existe el
apoliticismo, el centrismo, la neutralidad, porque con la
indiferencia ideológica se está permitiendo los crímenes que
sobrelleva la humanidad, y ninguna persona menos los educadores,
pueden ser tildados de cómplices de un sistema opresivo,
deshumanizante, codicioso, violento … Por ejemplo, si un maestro
se para a decir a sus alumnos que la educación les brindará mejores
condiciones de vida (dinero, títulos, estatus, lujos), está haciendo
política, como también si internaliza en ellos valores de
solidaridad, responsabilidad social, protección de su hábitat. Las
profundas palabras de Reyes (1985) son bienvenidas: “No hay, ni
puede haber una pedagogía angelical o desinteresada, neutra o
aséptica. Toda docencia es de hecho militancia, toma de
partido, compromiso y acción”.
Quizás no esté demás advertirle que la identificación ideológica
no significa partidismo político o afiliación a algún movimiento.
Hoy está de moda que los profesionales y hasta los pensadores se
conviertan en intelectuales orgánicos, según la expresión de
Gramsci, al sumarse al movimiento gobernante de turno para
obtener el mayor provecho personal posible. El sociólogo mexicano
Marco Rascón (2005), va más allá al decir: “En este andamiaje
ideológico, bajo el nuevo orden económico y la subordinación
ideológica, se ha ido transformando el concepto gramsciano de
intelectual orgánico por el de 'intelectuales transgénicos',
producidos y legitimados, no desde la crítica, sino desde el
poder. Vivimos tiempos en los cuales los intelectuales
transgénicos, son 'clones' a la medida, sin personalidad, sin ideas
propias; un producto homogenizado y libre de asperezas. Con
ingeniería genética se les han removido todos los genes
defectuosos (conflictivos), como el gen crítico, el de la conciencia,
y los han modificado por genes pragmáticos... al igual que las
semillas, son híbridos, dejaron de producir pensamiento propio y
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son instrumento del pensamiento único que garantiza que el poder
político, sea llamado de izquierda, centro o derecha, sea lo mismo
al servicio del determinismo económico”. Duras palabras que
retratan a buen número de nuestros intelectuales áulicos del
poder político y hasta de las autoridades universitarias.
Se infiere, también, que la identidad ideológica proporciona al
docente un sentido a su labor pedagógica; en otros términos, le
orienta hacia los fines trascedentes de la educación. Si el docente
permanece anclado a los objetivos inmediatistas y utilitarios de
preparar niños y adolescentes para que asciendan en la escala
educativa y obtengan un título, y con ello puedan defenderse en la
vida, desconoce cuáles son las finalidades últimas del hombre y la
mujer en la vida: desarrollar sus potencialidades humanas para
crear la nueva sociedad que dignifique al género humano. Se
sobrentiende que este ideal debe tener mayor vigencia en la
institución de alta relevancia social como es la universidad, donde
se forma la gente pensante. La sustentación ideológica, entonces,
constituye una brújula que guía el trabajo de los académicos hacia
ese futuro deseado.
Sobre el asunto, se imponen las preguntas: ¿cuál ha sido la
orientación política de la universidad donde el docente lector
estudio?, ¿qué hicieron los formadores para posicionarle
ideológicamente frente al mundo, al sistema?, ¿estuvo entre sus
preocupaciones estudiar las diferentes corrientes políticas para
explicarse los hechos de la sociedad?, la asignatura de realidad
nacional y otras relacionadas, ¿aportaron para que los estudiantes
se definan ideológicamente?, ¿qué modelo de currículo formó a los
nuevos profesionales?
Ya en el desarrollo de la labor educativa a lo largo de los años los
docentes universitarios deben estar muy alertas acerca de los
frecuentes sofismas de algunos cientistas sociales, académicos,
textos, periodistas y, desde luego, los ideólogos de derecha que
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cuestionan la vigencia de las ideologías en la escuela, el colegio y
en la academia. Sobre todo, la corriente progresista, es acusada
de un “izquierdismo trasnochado” que no encajan en los tiempos
del avance científico-tecnológico y el progreso moderno de la
humanidad. Precisamente, este reparo es propio de la retardataria
ideología neoliberal que sentenció desde hace tres décadas la
muerte de las ideologías y que para el mundo la única opción para
el futuro debe ser la economía de mercado, como decía Galeano:
“Como Dios, el capitalismo tiene la mejor opinión sobre sí mismo, y
no duda de su propia eternidad”.
Obviamente, este sofisma solo ha buscado perpetuar y
profundizar el sistema que conviene a los dueños del mundo. Como
expresa Fariñas (2005): “Autores, como Francis Fukuyama y
Samuel Huntington han insistido en que los conflictos del mundo
ya no son ideológicos sino culturales y, especialmente, religiosos.
Derrocado el comunismo, desarticulada las socialdemocracias,
eliminado el Estado de Bienestar y segregada la lucha de clases, el
objetivo ahora es salvaguardar la civilización mercantil occidental
frente a posibles amenazas anti-occidentales”.
A pesar de este dominio, la ideología progresista, liberadora,
socialista, del Buen Vivir, perdurarán porque ellas guían las
acciones humanas hacia fines trascendentes y porque es fuente
de las utopías de hombres y mujeres, sobre todo de los
intelectuales universitarios que preparan profesionales en las
diferentes ramas. ¿Quién puede construir estos sueños y
buscar cristalizarlas, si no es la universidad?
Ahora bien, si se acepta la imposibilidad de eludir el compromiso
político que es una obligación con su realidad, con su país, con su
gente, ¿cuál va a ser actuación de los académicos frente a sus
discípulos? ¿Les dejarán inermes frente a la nefasta y ubicua
influencia de la ideología capitalista, con el supuesto de que la
simple asimilación de ciencia y tecnología les puede capacitar para
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optar por una alineación política o, por el contrario, estarán
dispuesto a orientarlos en su misión frente a la vida?
Sobre la primera opción ya se ha hablado algo, no comprometerse
con la búsqueda de otra sociedad es sumarse a perpetuación del
orden vigente. Las sabias palabras de Gandhi explican mejor esta
posición: "Más que los actos de los malos, me horroriza la
indiferencia de los buenos".
La segunda sería la alternativa ética; sin embargo, se corre un
riesgo de caer en la manipulación de conciencias y en la violación
del pluralismo ideológico de la academia, las cuales son citadas con
frecuencia en los Modelos Educativos de nuestras universidades.
En efecto, cuando hemos planteado que la universidad debe
trabajar para la transformación social, han encarado este
postulado aduciendo un supuesto sectarismo, y además que se
debería respetar la cacareada libertad de cátedra. Sus
impugnaciones frecuentes son: ¿por qué se irrespeta la libertad
de una persona, y del docente en particular, para elegir su propio
ideario de acuerdo con sus privativas convicciones ideológicas?
¿Por qué erigirse en jueces o determinadores de lo que los demás
deben pensar?
Es decir, en nombre de la libertad individual lo mismo da que un
docente de derecha oriente su enseñanza hacia la bondad del
sistema dominante, que otro perteneciente a alguna secta religiosa
consiga la pasividad de sus alumnos con la esperanza de un premio
en la otra vida, o tal vez un tecnócrata que ve las soluciones en los
avances tecno-científicos u otro catedrático que busca
concienciar la crisis actual para hacer posible la construcción de
otro mundo en el futuro. ¿Cuál sería la situación de los estudiantes
con esta mixtura ideológica?
Debe recordarse que uno de los pecados de la ideología
posmodernista es que en nombre de la tolerancia se desciende al
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“todo vale”. Como expresa el poeta uruguayo Mario Benedetti: “En
la sociedad actual viene consolidándose una amorfa y anónima
ideología social de eclecticismo trivial y ramplón, que de modo
acrítico y amoral admite el principio del todo vale”.
Ante los cuestionamientos de los defensores de la libertad, el
pluralismo o la tolerancia, es necesario recordarles que no
pretendemos intervenir en conciencias ajenas, sino reparar que
por sobre nuestras convicciones están otros valores superiores
como la auténtica libertad del hombre, la búsqueda de una vida
digna para las grandes mayorías, la vigencia de la ética, el progreso
nacional, la democracia genuina, la protección medioambiental … De
tal modo que la personal orientación ideológica, religiosa u
oligárquica, bien pueden ser un obstáculo para la consecución de
estos fines y, en consecuencia, esté vulnerando los derechos del
hombre, de la sociedad y de la naturaleza, a tener un mundo
igualitario, pacífico, fraterno y ecológico. En nombre de la
tolerancia no podemos caer en el extremo de admitir ideas y
acciones que vulneran elementales principios humanistas y éticos.
No se trata, pues, de pensar solo en nuestra libertad (a lo mejor
la libertad que nos conviene), sino en cómo esta prerrogativa puede
estar afectando a nuestro pueblo; en otros términos, los
supuestos ideológicos personales o grupales tienen una grave
responsabilidad frente a la sociedad que nos ha tocado vivir. No
cabe duda que la actual situación que soporta el país y el planeta
es, precisamente, la secuela de quienes gobernaron nuestras
naciones con ideologías que han oprimido a los pueblos, han
provocado la alienación del hombre, la confrontación de los seres
humanos y la destrucción de la Madre Tierra. En estos dolorosos
hechos, habrá que sumarles como culpables también al enorme
grupo de hombres y mujeres neutrales, desideologizados,
apolíticos.
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Por consiguiente, quizás todos estemos de acuerdo en formar los
profesionales con una ideología progresista, liberadora,
desalienadora, pero la consecución de este objetivo es
extremadamente complejo, no tanto por el descuido de la mayoría
de docentes, sino por la omnipresencia de la ideología neoliberal
que tiene un poderoso ascendiente en nuestra juventud. Como nos
recuerda Fajardo (2011): “Son hijos del neoliberalismo –en
realidad, neoconservadores–, han sido educados para obedecer,
aceptar y aplicar los mandatos del capitalismo”. Son, pues,
sujetos, adaptados al sistema, aunque éste sea el peor de los
escenarios donde deben vivir; sin embargo, como dice el
filósofo hindú Krishnamurti: "No es saludable estar bien
adaptado a una sociedad profundamente enferma".