San Agustín concibió la verdad como una relación de semejanza con las ideas eternas en la mente de Dios. Boecio explicó que el ser humano descubre la idea de Dios como el bien supremo a través de la filosofía. San Anselmo propuso la prueba ontológica, argumentando que la idea de un ser mayor que Dios es imposible. Santo Tomás distinguió entre esencia y existencia, considerando a Dios como el único ser donde ambas se identifican plenamente.